jueves, 8 de mayo de 2014

Capítulo 7

“Now do the march of the Black Queen
My life is in your hands
I´ll fo and I´ll fie
I´ll be what you make me
I´ll be what you like
I´ll be a bad boy, I´ll be your bad boy
I´ll do the march of the Black Queen.”
-Queen

Capítulo 7: Un vacío preferible

Casi veinte minutos más tarde de iniciada la reunión, el último integrante de los llamados hizo gala de presencia azotando la puerta mientras él permanecía quieto en el centro, erguido como sublime protagonista en su propia obra recibiendo una ovación de pie por parte de su público. En verdad no había ningún aplauso y nadie se molestó en ponerse de pie para hacerle los honores, pero el recién llegado sonrió como si hubiera conseguido lo que buscaba y se adelantó a la única silla disponible, apartando el dobladillo de su saco rojo pomposamente antes de tomar asiento. Colocó con gracia ambas manos sobre una rodilla para al fin reconocer de forma directa la existencia del par de miradas que lo seguían.


El hombre detrás del escritorio, calvo excepto por la mitad baja de su cráneo y una ligera barba que empezaba en las patillas, giró los ojos suspirando por la nariz. La otra presencia, un joven apenas un poco mayor, de intenso cabello rojo con una media trenza colgándole desde la nuca, ojos tan claros que parecían un par de canicas celestes animadas, frunció las gruesas líneas que formaban sus cejas.
Como la frase “llegas tarde” sólo podía resultar redundante en esa situación, se la omitió. En su lugar el hombre, cuyo trabajo a veces incluía ser mediador además de abogado, se irguió y carraspeó para recuperar la atención.
-Bueno, ya que finalmente estamos aquí todos los presentes, creo que podemos empezar con la reunión.
-Objeción, su Señoría –dijo el del saco rojo, desdeñoso-. Vine por mera educación, pero en realidad no comprendo la necesidad de todo esto.
-Esa es tu opinión, Kross –dijo el abogado-, pero aquí Meriel siente que has ido más allá de tu deber con respecto a aquella familia en Santiago del estero.
-¿Cuál es el problema? Salvé a un niñito de que lo volvieran puré como a su hermana. Tal como yo lo veo, si es que merezco algo será que me asciendan a arcángel por semejante muestra de amabilidad desinteresada.
-El niño debía morir –expresó el pelirrojo. Su voz sonaba tan clara como lo era su mirada rodeada de pequeñas pecas café-. Así debía ser. Tú no tenías derecho a intervenir y en definitiva tampoco la tenías para acabar con la vida de esas personas.
El joven que recibía el reproche se echó hacia atrás y cruzó los brazos.
-Vamos, no empieces a hacerte el inocente ahora. Aunque mejor quedaría decir, no te hagas el ignorante. Lo que sea. Sabes perfectamente lo que pasó con él una vez presenció la filmación del video. Tu jurisdicción también se da ahí si mal no recuerdo, de modo que no hay forma de que no lo hayas sentido.
-Un momento, no entiendo –dijo el abogado ahora mirándolos a los dos-. ¿De qué está hablando, Meriel? ¿Y por qué me lo está diciendo él?
-Es que el asunto no tiene importancia. No creí que fuera relevante para lo que nos compete ahora.
El más joven emitió un resoplido de risa.
-Un ángel dice que la destrucción del alma de un niño no tiene importancia. Llamen a la profetas para que den testimonio de esta divina ironía.
-Kross, no seas desagradable. Y explíquenme de una vez qué pasó con el niño.
-Adelante, díselo. Ya sabes que una omisión es igual a una mentira.
Meriel le dirigió una mirada de exasperación al llamado Kross antes de volverse hacia el hombre trajeado.
-Como sabes, el niño fue testigo de lo que le sucedió a su hermana. Hechos así de traumáticos pueden dañar la mente de los humanos o, en raras ocasiones, les da una inusitada fuerza mental a prueba de todo. Pero de vez en cuando, en ciertas mentes especialmente exentas de maldad, el impacto es tan grande que surge un tercer efecto colateral. El alma no lo resiste más y prefiere anularse por completo. Se autodestruye.
El abogado entrecerró los ojos. Buscaba en su memoria pero no había caso. Era la primera vez que oía algo parecido. Lo que no era para poca sorpresa porque los asuntos entre cielo e infierno siempre habían sido manejados por los miembros de su familia, por lo que había estado habituado a muchos de ellos desde la infancia.
-No sabía que eso era posible.
-Es muy raro un evento así. Por no mencionar que para que se dé tienen que crearse condiciones muy específicas: principalmente, un estado de pura inocencia donde el sujeto se muestra transparente hacia su entorno y no guarda malos deseos. El segundo, por supuesto, es la exposición prolongada y constante a un trauma que desbarate por los suelos el sentido de identidad propia. El proceso puede tardar años, días o sólo segundos, dependiendo de la tolerancia de la persona hasta que llegue a ese punto en el que sencillamente ya no quiere resistirlo, así que lo abraza y deja de interesarse por su futuro.
-Y ustedes pueden percibir cuando una persona pasa por algo así –quiso aclararse el abogado.
-Es imposible no hacerlo. Es como si un candelabro se apagara de pronto y en su lugar, en lugar de velas, quedara sólo un hoyo oscuro capaz de tragarse las velas a su alrededor.
-Pero no siempre es así –acotó el joven del saco rojo.
-En la mayoría de los casos, sí –repuso el mayor, suspirando-. Pero tampoco esta es una regla inquebrantable. A veces sucede que el sujeto termina haciendo un bien cuando adquiere cierta mentalidad estable aferrándose a un objeto externo, que le sirve de asidero. Sin embargo, en todos los casos que he visto por mi cuenta, la persona no puede hacer otra cosa que perjudicar su entorno.
-¿Es así como empiezan los psicópatas?
Kross sonrió con dejo burlón.
-Casi, casi –dijo, condescendiente-. Pero no. La cosa con los psicópatas, incluso los asesinos, es que ellos pueden diferenciar el bien del mal. Ven la línea y no les importa cruzarla si eso es lo que quieren. En ocasiones ni siquiera tienen la excusa de un evento traumático para hacer lo que hacen. En cambio, una persona cuya alma ha sido destruida, no tiene idea de dónde está ese límite. Va por la vida sin culpa, consciencia o miedo. Pueden llegar a sentir simpatía respecto a otro ser humano, un animal o lo que se les antoje, pero esto no generará ningún impacto en su interior. Nada volverá a lastimarlos seriamente. Si lo piensas bien, resultan ser incluso más fuertes que aquellos que logran evitar la autodestrucción, porque estos todavía le temen a la muerte, mientras que para ellos es reconocido como un hecho que en algún momento les sucederá y contra el cual no se les ocurre pelear.
-Y es por eso –agregó Meriel- que debiste dejar que ese niño siguiera a su hermana. Habría sido mucho mejor despedirse de esa forma que condenarlo a vivir una existencia hueca. Para él y para quienes se pongan en su camino.
-Oh, por favor, no hagas suposiciones tan feas. Es sólo un niñito, una pobre criatura huérfana. Tú no sabes qué es lo que va a decidir hacer de su vida. Es demasiado pronto para definirlo de una sola manera. A lo mejor encuentra a una buena chica y esta lo guía por el buen camino para llevar una vida feliz y simple.
-Incluso si así fuera, no tenías derecho a meterte en medio.
-No creo que tenga que decirte las consecuencias por interferir directamente.
A ninguno de los presentes le hacía falta el recordatorio. No habría descenso a la tierra como un humano más. No habría un encarcelamiento cruel y prolongado en una mazmorra profunda del Avernos. Sería la anulación absoluta de su ser hasta que ya no quedara ni la traza de un recuerdo. Kross tardó unos segundos en contestar, pero cuando lo hizo todavía portaba la sonrisa confiada que tenía al llegar.
-Por supuesto. Por eso convoco el pase Job especial.
Meriel meneó la cabeza con incredulidad.
-¿De verdad estás sugiriendo tomar a ese niño por un nuevo Job? ¿No ha pasado ya suficiente que quieres someterlo a pruebas de fe? ¿Para qué? ¿Cuál sería el punto?
-No pretendo que tú lo recuerdes tan vividamente como lo hacemos nosotros allá abajo –dijo Kross arreglándose una manga-, pero la fecha del reto Astarot se acerca y a mí me encantaría poder participar por una vez.
La cara del ángel se descompuso. A ninguna criatura celestial le gustaba pensar en aquel contrato milenario que sucedió entre Dios y el demonio durante el caso de Job. No sólo se trató de una ocasión especial para que las fuerzas infernales obraran a placer sobre la vida de un ser humano, lo que anteriormente se consideraba un tabú infranqueable, sino el inicio de un eterno juego en el cual cada cien años (y esto tomando en cuenta que el tiempo se movía distinto para ellos que para los seres en la Tierra) los demonios interesados en entrar podían subir a la Tierra e infuir de forma indirecta sobre las decisiones de los humanos, susurrándoles al oído ideas que al final les permitirían cumplir un deseo que condene a una porción de los humanos. Los hechos “inexplicables” a los cuales se referían en documentales, leyendas urbanas y curiosidades traídas en conversaciones de sobremesa no eran más que el resultado final de una sola persona sucumbiendo a la sutil sugerencia. Pueblos enteros desaparecidos de la noche a la mañana sin dejar rastro, aviones y botes desvaneciéndose de pronto, plagas de baile ridículas que harían desfallecer a la gente del puro cansancio, suicidios masivos concentrados en un solo espacio. Cualquiera fuera el cataclismo que el objetivo hubiera pensado, tan grande como su país o tan pequeño como una habitación, se le concedía. La conclusión se consideraba una victoria para los seres infernales.
La única razón por la que era permitida tal abominación era porque los humanos no debían caer presa del juego. Su voluntad tendría que prevalecer sin ayuda externa. Todos los demonios podían entrar al mismo tiempo, pero afortunadamente habían sido a lo largo de la historia relativamente pocos los ganadores en la competencia. Las reglas eran bastante simples; debían apegarse a un solo humano hasta conseguir o no su objetivo primario, no podían entrometerse con la misión de un congénere y no podían tocarles ni un pelo en cuestiones de realidad táctil.
-Si quieres escoger a ese niño como tu humano intermedio, eres libre de hacerlo –dijo Meriel-, pero si a eso quieres sumar un pase Job especial Dios te lo negará. No puedes combinar ambos efectos sin que se considere una trampa fragante. Entonces todos podrían hacerlo y la Tierra habría dejado de existir hace milenios.
-Eso es –remarcó Kross alzando un dedo-, si me meto con mi humano intermediario. Verás, Meriel, yo también me he leído el libro del reglamento y he llegado a la siguiente conclusión –Alzó una ceja-: no hay absolutamente nada que me impida limpiar el camino de mi humano hacia el cumplimiento de cualquier objetivo que se ponga en mente. Con tal de que yo mismo jamás pretenda forzar su comportamiento hacia cualquier dirección, agarrándole la cabeza y obligándolo a voltear a otro lado, por ejemplo, no estoy haciendo nada malo. Sólo le estaría permitiendo ser lo que ya es. Mi intervención se reduciría a no dejar que hubiera puertas cerradas adonde él quisiera ir. El resto dependería totalmente de él. Libre albedrío en su máxima expresión, como siempre.
-El permiso Job –dijo el abogado- implica también que los ángeles que desearan podrían intervenir en caso de que el humano en cuestión decidiera obrar bien de forma desinteresada.
-Desde luego –acordó Kross echándose en la silla con aire satisfecho-. Y Meriel supongo no tendrá problema en presentarse voluntario, ¿no? Después de todo, ya que le preocupa tanto el niño y su futuro querrá ayudarlo en caso de que por la razón que sea termina siendo una buen ejemplo de su especie.
Por un momento pareció que el ángel pelirrojo se había quedado sin palabras que decir. El giro en la conversación era completamente inesperado según su propia expectativa. Pero al cabo decidió que no iba a dejar que uno de los discipulos de la bestia se burlara de él sugiriendo que no estaba dispuesto a cumplir con su deber.
-Por supuesto. Eso –agregó volviéndose al abogado-, si de hecho el permiso de Job es aprobado.
-Voy a tramitar los papeles necesarios –dijo el hombre, haciendo un simple giro de muñeca. Desde cerca de su escritorio se abrió un archivero morado y un par de hojas salieron flotando hacia sus manos. Con otro pase conjuró un bolígrafo con el cual empezó a redactar los datos a completar. Por fin, estampó su firma y dio vuelta al papel, adelantándolo hacia el demonio-. Ve sabiendo, Kross, que esto sólo te da una sola oportunidad de salir airoso de esto. De llegar a escoger el niño otro camino que al que tú pretendes conducirlo nadie va a poder cambiar el hecho de que tu intervención sólo es una ofensa y serás penalizado como tal.
Kross dio un gesto arrogante, tanto al hombre como al ángel, para demostrar que no tenía ningún miedo que evidenciarles. Ninguno de los estaba seguro de poder tomársela en serio, viniendo precisamente de un demonio.
-Entonces el juego se volverá mucho más interesante –declaró antes de escribir su nombre en grandes caracteres y giros de tinta decorativos.
A continuación extendió el bolígrafo a Meriel con aire expectante.
-De acuerdo –dijo, tomándolo-. Voy a confiar en que este niño sabrá qué hacer al final.
-Yo también –afirmó Kross.

El establecimiento tenía por patrón a San Judas, santo de las causas perdidas. Como llamar sistios así “manicomios” estaba mal visto, pues recordaba demasiado a una época más oscura, desesperada e ignorante, se le denominaba centro psiquiátrico San Judas. Tuvo apenas una década de funcionamiento antes de que comenzara a decaer. La desaparición de una chica, hija de un importante locutor de radio, cuando las radios eran la realidad y la televisión un sueño lejano, propició una serie de escándalos que al final forzaron su cierre. Los pacientes fueron reubicados en instalaciones parecidas o enviados de vuelta a los brazos de sus familias, que los inscribieron adentro en primer lugar. El edificio pasó de mano sin que ningún cambio significativo se hiciera en el mismo y acabó abandonado, sometiéndose al paso del tiempo y la naturaleza. Se cerraron las puertas principales con candados y las ventanas fueron tapadas como en espera de una renovación que jamás se dio.
Bastó sólo una persona ociosa que decidiera cortar la cadena para que se convirtiera en el refugio ideal para muchos hombres y mujeres sin hogar en la zona. Tenían techo, tenían muebles que podían utilizar, cosas viejas, sucias y polvorientas de las que nadie se había encargado y ellos podían utilizar a su favor.
Ese era el lugar al que Valentina acabó aceptando como su hogar cuando la cuasi torre del cementerio se tornó imposible. Su pieza particular era la misma donde los pacientes se acostaban tras una herida y eran atendidos directamente por una enfermera que trataba de no verlos a los ojos simpre que podía. La limpieza tomó mucho trabajo y esfuerzo, por no mencionar el aguantar el simple rechazo de los que ya vivían ahí y no querían sus pocas pertenencias ser movidas. Los primeros días fue una tarea imposible conseguir que la dejaran sola en su propio espacio (no soportaba el olor que cargaban), pero lo peor fue cuando se despertó en medio de la noche y encontró a uno de ellos con una navaja, apestando como si se hubiera vomitado encima, diciéndole que le iba a rajar si no le daba la plata que tenía. Pretendía robárselo mientras ella seguía dormida y una vez despierta no le quedaba de otra que tomar acciones.
Valentina le dio un rodillazo en el estómago. En cuanto el personaje se encorvó buscando aire, desorientado porque no se esperaba semejante respuesta, tomó la navaja, agarró la mano y clavó ambas contra la pared cerca de su cabecera, atravesando músculo de un solo golpe enfático. Había hecho lo mismo por un grupo de gallinas que se colaron por el hueco de la reja en el cementerio una vez, comiéndose las flores dejadas frente a las tumbas y dejando sus regalos marrones por todas partes. Tomás se había estado quejando todo el día de que esos bichos odiosos siempre se las arreglaban para regresar, no importaba cuántas veces los echara afuera, de modo que Valentina sacó el cuchillo de carnicero de su base de madera en la cocina y lo utilizó de la forma más aleatoria que era capaz a sus nueve años hasta que dejó de oír ese molesto cloqueo. Pensó que de última Tomás podría prepararlos para comer, pero lo que hizo el hombre fue quitarle las presas de sus brazos y ponerlas a un lado antes de vomitar en el suelo. Nunca logró entenderlo.
La punta realmente se hundió dentro de esas paredes de estuco donde el papel decorativo empezaban a desprenderse a tiras. El grito aturdido del hombre mezcló a niveles absurdos su confusión y dolor. Tironeó de la navaja hasta que finalmente logró zafarla de la materia en que estaba metida y así, dejando caer gotas de sangre por la remera ya sucia del hombre, exactamente encima de sus clavícula, presionando sólo lo suficiente contra una arteria palpitante, Valentina le pidió que no volviera a hacer eso. Necesitaba el dinero tanto como él. Si estaba en tal problema que sí o sí debía tener dinero, lo lamento, pero debería pedírselo a alguien más.
Aunque si ella fuera él esperaría siquiera a que fuera de día. Era muy tarde para empezar a mendigar. Además, ella estaba cansada, había caminado muchísimo para llegar ahí y ahora quería dormir.¿Sería posible que tuviera eso al menos?
El hombre balbuceó algo incoherente, como si hubiera perdido sensibilidad en su cara y se hubiera quedado paralizado en una expresión pasmada mientras se sostenía la mano herida. Valentina supuso que eso era una aceptación de sus palabras y le alegró de que no tuvieran que discutir en ese momento. Le devolvió la navaja después de limpiarla contra el colchón y se echó de nuevo a la cama, dándole la espalda. Pero ahora no hubo ninguna interrupción durante su sueño.
A la noche siguiente todos los colchones del suelo, las cajas que utilizaban como mesitas de luz y las sillas rotas para sentarse y sólo contemplar el vacío a la salud de la bebida que hubieran podido conseguir para el momento, gracias a la amabilidad de algún extraño, habían desaparecido y sólo quedaba la cama en la que ella descansaba, el menos oloroso que pudo encontrar. Ahora ellos la dejaban en paz, lo que fue muy agradable para ella. Pero eso no le impidió de seguir escuchando sus balbuceos borrachos, los pasos vacilantes yendo y viniendo por los pasillos toda la noche. La insoportable serenata nocturna con que la obsequiaron cuando uno de ellos encontró una guitarra con la cual maravillar al resto porque él supiera tocarla, o tuviera la muy firme creencia de que podía hacerlo.
Mezclando temas de chacareras (cuyo grito gaucho al final jamás faltaba) con letras propias que se inventaban según fuera la melodía, también creada espontáneamente, con unas voces roncas y desafinadas que buscaban imitar a los mejores gritones del folklore, si Valentina conseguía mantener los ojos cerrados por más de cinco minutos era nada más por pura fuerza de voluntad. El único momento de verdad pacífico que podía encontrar en ese lugar era a esas horas anteriores al mediodía, pues era entonces cuando la mayoría, si no es que todos, empezaban la búsqueda de su siguiente comida con la cual llenarse la panza. Ella aprovecha ese breve descanso para explorar el centro más a gusto. En la primera semana había encontrado un esqueleto blanqueado en el el suelo del sótano, que estaba helado a pesar de que afuera el ambiente era cálido y lleno de sol.
Le pareció una adición interesante. No tenía idea de quién era, mujer u hombre. Podía ser uno falso que en las películas yanquis se veía durantes las clases de biología. En cualquier caso, se lo quedó. Compró los materiales necesarios para mantenerlo unidos todos los huesos lo mejor que pudo (confundiendo la pierna izquierda con la derecha, el antebrazo con el que correspondía debajo del bícep, entre otros errores anatómicos, que ella no podía identificar como tales ni tenía medios a mano para averiguarlo), lo colgó y decidió utilizarlo como su perchero personal. Poco tiempo después de que lo hubiera instalado, corrió el rumor entre ellos (que ella siempre oía porque las paredes eran demasiado delgadas) de que se trataba de los últimos restos de alguien que ella misma había blanqueado y ahora ponía a modo de advertencia para el resto.
Trató de decirles que eso no era cierto, que ella sólo se lo encontró de casualidad, pero ninguno le hizo caso por más que se esforzó. Los conciertos nocturnos se redujeron en número. Todos se habrían acabado yendo si hubieran tenido cualquier otro sitios la mitad de cómodo que aquel para poder vivir libremente. Incluso después de que Valentina arreglara con la ayuda del tipo que le recomendó el guardián del cementerio que fuera instalada agua corriente (pagada mensualmente con su dinero “heredado”) y electricidad general, silencio absoluto seguía los pasos de Valentina entre los pasillos de personas que se negaban a dormir en las calles desnudas, así como una seguidilla de murmuraciones acompañaban su salida.
No le gustaba esa situación. Era practicamente lo opuesto a la atmósfera a la cual se había acostumbrado viviendo con Tomás, donde podía haber momentos en los que veía una duda sembrándose detrás de su amigo pero en última instancia siempre era bienvenida. Llegaba a haber veces en las cuales deseaba haber podido hacer algo para ganarse su confianza y actuaba en consecuencia, sin otro resultado que el de ver cuerpos amontonados amontonándose todavía más al apartarse de ella y expresiones hoscas diciéndole sin palabras que no la necesitaban, ni a ella ni a nadie. Pero tampoco se decidía a irse por el mismo motivo que ellos, además de los suyos propios. Molestos o no, malos cantantes y compositores o no, seguían siendo gente. Es decir, compañía. Es decir, preferíbles a un departamento, sugerencia del abogado, donde lo único que oiría en la noche sería su propia respiración y ninguna conversación en la cual siguiera podía imaginarse que formaba parte, aunque en la realidad misma su presencia sólo fuera a apagarla.
Sin embargo, cuando por primera vez desde que llegara, se despertó sin escuchar el menor revuelvo a su alrededor, nada más que puro y simple silencio, tuvo la tentación de creerlo un sueño por un segundo. Eso o esa resultaba su primera mañana de buena suerte en un largo tiempo. Al abrir los ojos se encontró en su habitación tal como la recordaba. Su vestido, ahora completamente arruinado mezclando diferentes tonos de azul con su blanco natural, yacía doblado encima de la silla mientras el esqueleto de su perchero le sonreía como a modo de saludo.
-¿Sabes de quién es es, no?
Emitió un respingo brusco. ¿Cómo podía haberse olvidado de ese detalle? El muchacho vestido como una versión moderna del Capitán Garfio, menos el sombrero, con un saco rojo cuyo faldón empezaba a la mitad de su espalda y sus puntas rozaban la parte trasera de sus rodillas, inmediatamente seguidas estas últimas por un de botas negras con tacones. La piel morena tostada por el sol hacía más blanca la exposición de sus dientes al sonreír. Acababa de entrar a la habitación y su corazón todavía no había regresado a su sitio cuando el otro decidió tomar asiento a los pies de su cama.
-Es de la hija esquizofrénica de uno que solía ser famoso –continuó-. Fue una gran noticia cuando tuvieron que mandarla aquí luego de que casi matara a su novio mientras conducían al funeral de su madre. Pasa unos meses tratando de no causarle más problemas a papá y, justo cuando menos se lo esperaba, llega un doctor visitante que sólo podía excitarse siempre que estuviera estrangulando a una mujer mientras la forzaba a abrirse de piernas para él. No sé si habrás notado que ella tiene el cuello roto debido a eso. Como sea, luego el doctor, que imagino habrá sido un verdadero rompecorazones o muy bueno juzgando a las personas, obtuvo la ayuda de una enfermera para enterrarla y hacer desaparecer todo lo que tenía, para así hacerlo parecer una escapada suya que ella llevó a cabo por su cuenta porque, ya sabes, estaba loca. Pero aunque el tiro les salió por la culata y nadie se creyó del todo la historia, todavía nadie pudo explicar qué había sucedido con ella. El sótano debe tener unas condiciones muy especiales para haberla conservado entera durante tanto tiempo. Claro que entonces ellos ya se habían desecho de la piel, músculos y lo que sea hubiera acabado haciendo crecer cosas indeseables en la tierra. Imagino que escogieron el sótano porque habría sido difícil pasar desapercibidos si lo hacían en el patio, donde podría por lo menos podría haber hecho crecer un lindo arbusto con el paso del tiempo. Interesante, ¿no?
Entonces, finalizando así su monólogo, volvió su atención a su oyente. El mismo que al ver esos ojos cayó en cuenta de que estaba desnudo. En lugar de responder o cubrirse algo por lo cual nunca había sentido vergüenza en el pasado, apartó las sábanas y vio su cuerpo al entero, al desnudo, tal como siempre había sido.
Recordaba el incendio, la pileta y la aparición de ese sujeto que dijo recordar también. Entonces le habían venido imágenes nítidas acerca de un traje rojo poniéndose entre su persona y una mujer alta, hermosa, que unos segundos antes le estaba acariciando el pecho amparada por las potentes luces dignas de un estudio de cine. De la misma visión, no hace mucho, coronada por una melena de rizos negros mientras sus amigos los soldados, a los que de hecho le había alegrado verlos, le apuntaban con las armas que solían llevar en el espacio entre los pantalones y su cadera. No podía seguir exactamente qué era lo que sucedía más tarde, pero no porque su mente no tuviera registro del hecho. Era sencillamente que el muchacho se movía tan rápido en una furiosa continuidad de humo negro que al momento en que se detenía, de pie frente a él, ya no quedaba nada que contemplar. Ni siquiera el conductor de la camioneta cerca de ellos se había librado de su influencia, aunque el propio vehículo seguía ahí como evidencia de que había existido.
Y en esas dos veces sabía lo que el otro hacía a continuación. Le dejaba ver el misterio perpetuo de sus ojos negros con su arcoiris disimulado un instante, antes de palmearle la coronilla y decir que ese no era el momento. No ahora.
Excepto por anoche.
Pensó en Tomás haciéndole una petición que ni siquiera supo cómo interpretar, justo antes de despedirse. Creyó que sería una última idea loca antes de morir o quizá un efecto colateral del cáncer del cólon o cualquier cosa, pero sencillamente no tenía ningún sentido entonces.
-Vos estabas ahí –dijo, cubriéndose al fin. Levantó la vista y se encontró con él otra vez. Era extraño lo que sentía respecto a su persona, aunque quizá sólo fuera por la novedad. Porque recién ahora estaba descubriendo que sí se habían conocido antes, pero en su mente todavía se percibía parecido a un primer encuentro oficial-. ¿Sabes cuál es mi verdadero nombre?
-Oh, eso está claro –suspiró el muchacho, acostándose y poniendo la mejilla sobre su mano-. Desde el momento en que te encontré averigüé todo acerca de ti. La verdadera pregunta aquí es ¿de verdad quieres saberlo y dejar morir de una vez y por todas a Valentina?
Valentina. Su hermana menor. Menor por un año, lo que quería decir que debía tener veinte ahora en lugar de diecinueve. Volteó hacia el desastre que había sido un vestido perfectamente bueno en el pasado. Uno de los tantos vestidos que había llegado a posee, vestir y mandar modificar. Como los que mamá compraba por su hermana para ir a la iglesia, porque las prendas de ese estilo eran su cosa favorita en el momento.
-Nada más quiero saber –repuso.
-Bueno, si sientes curiosidad, tu verdadero, verdadero al menos en el sentido de que así te llamaron originalmente, era Pedro. O Peter si lo quieres en la versión inglesa.
-¿Pedro? –repitió.
Sonaba… raro saliendo de su boca y tratando de relacionarlo consigo mismo como una forma de indetificación. Suponía que sería cuestión de tiempo antes de que agarrara la costumbre.
-Valentina suena mejor ahora, ¿no? –Kross se levantó de un salto y se puso a realizar una rutina básica de estiramientos mientras le hablaba-. Pero, como siempre, eres libre de hacer lo que te parezca. Puedes ser el Rey de la Oscuridad o la Reina de la Noche. Los dos títulos están disponibles para ti, aunque, si quieres que te sea honesto, los otros ya se han acostumbrado a lo de la reina negra.
¿Otros?
-¿Qué otros?
Una de las botas de Kross le estaba rozando la nuca, empujada y mantenida por sus manos. Brevemente se preguntó cómo era que no se le desgarraban los pantalones. A simple vista parecían muy ajustados, pero luego se los veía en movimiento y generaba la duda. En medio del levantamiento Kross lo miró, arqueando una delgada ceja.
-¿En serio no lo dije? ¿Dónde tengo la cabeza yo para olvidarme de detalles tan importantes?–Entonces levantó la otra pierna por el lado opuesto, en tanto la parte superior de su cuerpo permanecía en el exacto mismo lugar. Kross dejó caer la primera pierna, que aterrizó con un sonido seco en el suelo. Era evidente que le hacía el espectáculo para causarle una impresión y de verdad lo estaba consiguiendo. Incluso si de hecho se veía ridículo-. Bueno, resulta que han sido muchos años mirando por ti, ¿sabes? El interés empezó a gestarse entre mis compañeros y yo creí que no podía hacer ningún daño tener más participantes, por lo que empezamos a formar una especie de grupo entorno a tu figura. Descuida, somos demonios, así que el acoso no es un problema, sino nuestra única manera de mantenernos en contacto contigo. Aunque creo que sería correcto suponer que a ti tampoco te importa demasiado, ¿o me equivoco?
Consideró el escenario por un rato. Los había notado, sí, como una presencia amorfa que vagamente podía o no existir, ni siquiera dejando en claro la posición desde la cual observaban. Al final casi hubiera dado lo mismo que estuvieran ahí o no, porque la sensación apenas era una corazonada más que un hecho concreto sobre el que sería capaz de crearse ideas propias.
-No, la verdad no.
-Bien, dicho eso, comprenderás que a mis compañeras les generaba cierta emoción saber lo que harías una vez recuperaras la memoria. Incluso si el tiempo no se mueve para nosotros de la misma manera que lo hace para los humanos aquí, entiende, trece años sigue siendo un intervalo considerablemente largo para mantener nuestra atención. Así que ahora mismo, mientras hablamos, todos te están esperando abajo para tu presentación oficial.
Pedro (o Valentina) lo miró como si fuera imposible entenderla una sola palabra en lo que acababa de pronunciar.
-¿Para qué?
Kross hizo caso omiso de su pregunta y abrió el armario, que en otros tiempos solía servir para instrumentos médicos. Además de los vestidos, las medias, los collarines y otros accesorios especialmente encargados a la modista, destacaban dos prendas colgadas de las puertas. El de la izquierda contenía un traje negro de tres piezas, camisa blanca y una corona plateada tejida en el bolsillo del pecho. A la derecha había un nuevo vestido negro con líneas blancas cayendo por la falda, acabada en un encaje delicado. De la percha que lo sostenía, el sitio donde se suponía debía salir la cabeza, colgaba un collarín con un medallón en forma de corona negra con bordes plateados. En el estante principal, justo al frente, había un par de zapatos acordes a cada ropa; unas botas subidas hasta el tobillo en el lado derecho y a la izquierda unos zapatos masculinos brillantes de punta cuadrada. Todo lucía nuevo, costoso y de una complejidad estética que la modista apenas habría podido emular.
-¿Lindo, cierto? Ha sido una verdadera suerte que tu estilo haya resultado ser tan apropiado para la situación presente. De nosotros pueden decir lo que quieran, pero podemos ser fashionistas si queremos. Tómate tu tiempo para escoger el que quieras –indicó dirigiéndose a la puerta y antes de cerrarla tras de sí, agregó-: Estaré esperando aquí afuera a que termines.
Pedro (o Valentina) miró sus opciones. Negro. ¿De verdad ese era su estilo? Durante años lo había utilizado por la sencilla razón de que su hermana tenía una especial predilección por ese color. Tenía vestidos rosa, beige y de alegre amarillo, pero sus ojos se animaban sólo cuando tenía que usar los más oscuros. En cambio, no podía sacar de su mente ninguna idea precisa acerca de cómo a él, como niño, le gustaba ir. ¿Cuál era su color favorito? ¿Llevaba alguna remera o pantalón favorito? ¿Se limitaba a usar lo que fuera encontraba en su armario y hubiera sido dispuesto por mamá tras un día de compras? Era como tratar de recordar la primera Navidad, demasiado lejano para tocarlo.
Fue una media hora de espera hasta que la habitación volvió a abrirse y un par de pasos se oyeron en el pasillo. El que de momento parecía haberse decidido por el nombre Pedro se ajustó la chaqueta que venía con el traje. Resultaba esa ser la primera vez en su vida que usaba pantalones y se sentía demasiado cubierto, como si llevara dos mantas encima de la cabeza en un día soleado. Al alzar la vista se encontró con que Kross también se había cambiado la ropa; de asemejarse al capitán Garfio interpretado por Dustin Hoffman, ahora simulaba una versión humanizada del gato de Cheshire, mezclando tonos de morado y rosa en líneas consecutivas de su pantalón. La más mínima confusión se resolvía viendo el estampado en el bolsillo de su pecho, donde el alegre gato, tal como lo dibujaron en aquella película de Disney, saludaba con la pata alzada.
Kross lo miró de arriba abajo y sonrió.
-No está mal –dijo, acercándose-. Todavía tienes cara de nena, pero supongo que no puede evitarse. Si me permites…
Sacó una cinta negra de su bolsillo y le recogió el cabello en una coleta suelta. Por el movimiento de su mano y brazos Pedro asumió que le estaría haciendo un moño. Kross dejó caer las palmas sobre sus hombros para admirar el producto final. Su piel era ligeramente más caliente que el del humano promedio. Las uñas negras acabadas en punta le rozaban los lados de su cuello.
-Mucho mejor –Se le quedó viendo un rato con la cabeza inclinada, entrecerrando los párpados.
Luego se inclinó a besarle en los labios con los suyos que parecían vivir en un perpetuo estado de humedad lasciva. Pedro había oído acerca de sensaciones dulces, de sabores extraordinarios que casi resultaban en una explosión en la mente de uno de los pronto amantes, pero las suyas anteriores sólo habían sido experiencias divertidas o agradables, nada que pudiera calificar de tal trascendencia.
La boca de Kross le recordó el cheseecake que había comido en su cumpleaños, salido desde una panadería que dos años más tarde cerraría sin permitirle volver a probarlo, y tuvo una súbita sensación de vacío en su estómago. Abrió los labios, le agarró la nuca. Tortas de chocolate, alfajores hondeños con relleno de mermeladas, la salsa de unos ravioles en un restaurante italiano al que le invitó Tomás en su primera simulación de una cita. Su interior vibraba con un hambre cada vez más violento. Tomó la lengua entre los dientes y comenzó a apretar.
-Oe.
De pronto el encanto se rompió en mil pedazos. Pedro se encontró abriendo la boca para dejar escapar la lengua robada. No entendía qué había sucedido. En su vida le había pasado tal ofuscación en presencia de cualquiera de sus clientes, al punto en que estaba dispuesto a atragantarse con su carne hasta roer los huesos y sorber la sangre de sus dedos. Se apartó al mismo tiempo que Kross lo alejaba sin brusquedad.
-Se me olvidó apagarlo –comentó el demonio, sacando la lengua para lamerse sus propios labios. Atraían la vista, eso era indudable, pero no la urgencia inmediata de devorarlo-. Mi culpa. Mi padre era un súcubo, así que ese es una constante consecuencia de tener contacto directo con otro ser humano. Y puesto que esa no es una costumbre mía, entenderás mi descuido. Ah, casi se me había olvidado también de que tú tienes tu propia veta sádica –Kross elevó una ceja con aire de apreciarlo-. Trataré de tomarlo en cuenta para el futuro. Ciertamente ya entiendo mejor algunas cosas.
La mente de Pedro había tenido mucho que asumir en las últimas horas. La muerte de su jefa, la doctora Mao, su reciente despido, el recuperar las memorias acerca de lo que le pasó realmente a su familia, saber que toda su vida había usado la personalidad equivocada, eso sin mencionar el conocer de primera mano la presencia de los demonios como seres, no ya sólo sólidos y claros, sino que la habían estado siguiendo desde ¿desde dónde? ¿La televisión infernal? Así y todo, el tener la oportunidad de volver a degustar de ese estado demente en que lo sumió el otro hizo latir fuerte en su pecho. Tomó el brazo que se la tendía para ser guiado hacia donde se suponía que se encontraba el resto del grupo formado.
-¿Sabes lo que es un súcubo? –preguntó Kross, inclinando la cabeza tras unos segundos de silencio.
Pedro negó con la cabeza. Prácticamente lo único que había oído fue lo de tomar en cuenta para el futuro.
-Ah, no interesado en demonología –expresó, como si pensara que era una pena-. Mal hecho, es muy interesante. En fin. Los súcubos son, por así decirlo, los demonios sexuales. Quitan energía vital y pasión por medio del sexo o de cualquiera de sus formas. Lo hacen a través del principio de atracción por un deseo de llenar una carencia. La sensación de ser poderoso, una buena cogida, un asesinato en masa, lo que sirva para la persona en cuestión. Gradualmente va perdiendo todo interés en la vida hasta desgastarse por dentro. Hermoso, ¿cierto? Tú, por otro lado, has representado un papel muy distinto pero a la vez parecido durante tu tiempo aquí. Probablemente no lo has notado porque, siendo justos, no sabías que podía ser de otro modo, pero la gente siempre se ha sentido atraída por el hecho de que no tienes alma. Es como si llevaras un cartel en la frente que dijera “¡hazme lo que quieras, no me importa!” y eso es una increíble libertad a la que es muy difícil de resistirse, incluso si sólo se trataba de tenerte cerca. Nosotros creemos que esa fue la razón principal por la que esos soldaditos de tercera te aceptaron adentro tan fácilmente. ¿Tú qué piensas al respecto?
-Eh… -Pedro intentó ponerle orden a sus ideas- supongo que a veces no entendía por qué llegaban tantos hombres a la torre de Tomás. Pero la verdad nunca pensé nada más –Era innecesario agregar que tampoco se había puesto a cuestionar el comportamiento de otras personas a su alrededor, excepto por aquellas que mostraban un claro rechazo por sus vestidos a medida que crecía. Y eventualmente incluso ellos dejaron de importarle-. Che, pero si de verdad no tengo alma… ¿significa que no importa lo que haga, nunca habría podido ser buena para nadie?
Muy tarde se dio cuenta de que había empleado el buena en lugar de bueno. Bueno, bueno. Debería empezar a agarrar el hábito del masculino.
-Le preguntas a un demonio acerca de la bondad –resumió Kross, girando los ojos. Luego suspiró-. No tengo idea. Siempre decimos que es cuestión de decisiones, de la diferencia entre lo que quieres hacer y realmente haces, no todo en la vida es blanco y negro, bla bla bla. Lo que yo sé es que fue divertido verte desenvolverte como lo has hecho hasta ahora. A mí y a muchos otros nos has hecho pasar un muy buen momento. ¿Y eso no es algo bueno al fin y al cabo?
Al oír la frase “pasar un buen momento”, seguido de la constatación de que él lo había causado, no tuva otra opción que mostrarse de acuerdo. A fin de cuentas podía decir que sus acciones le habían sido útiles a alguien y, en realidad, eso era lo que buscaba incluso desde que vivía en el cementerio. El concepto de sí mismo que le presentaba Kross tan casualmente, como de él siendo un muñeco que nunca protestaría, no le resultaba ofensivo porque reconocía que en realidad así había actuado. Si había hecho todas aquellas cosas durante sus años de formación había sido porque pudo ver que eso era lo que Tomás deseaba, aunque no se lo dijera. Entender finalmente no su resignación sino plena aceptación y saber la causa real de su indiferencia fueron como un gran peso quitándosele de encima.
No le pasaba nada malo. Sólo estaba muerto por dentro. Y no había nada que nadie hubiera podido hacer para remediarlo. Eso era todo.
Al llegar al fondo del pasillo, frente a la puerta tras la cual bajaba la escalera al segundo piso, Kross se detuvo y tomó la manilla tras un floreo innecesario de mano. Detrás de la misma se oía el apagado sonido de una música irreconocible y muchas voces mezclándose.
-Antes de bajar, debo advertirte de que hemos hechos unos cuantos cambios por aquí –dijo el gato de Cheshire-. Primero, hemos matado a todos los vagabundos que vivían aquí y a sus familias. Eran un verdadero estorbo, especialmente los niños. ¿Algún problema con eso?
Pedro entonces recordó que esa mañana había estado resultando especialmente callada y tranquila. Incluso el aire se sentía más limpio.
-No, no creo.
-Eso creí. Segundo, hemos hecho unas cuantas remodelaciones en el edificio mientras dormías. La mayoría de los cuartos, por ejemplo, los hemos habilitado para ser nuestras nuevas habitaciones cuando nos diera la gana pasarnos por aquí. Pero los más grandes cambios los hicimos en el segundo piso, que es, si me permites la expresión cliché, nuestra nueva “base de operaciones” y ahora puede que la encuentres un tanto irreconocible. No obstante, creo que pronto entenderás que era necesario.
Sin más preámbulos, Kross abrió la puerta y le presentó con un amplio gesto de manos el resultado de las aceleradas renovaciones hechas en su hogar. Ya no parecía en lo absoluto un hospital psiquiátrico, otrora manicomio. Lo que ahora tenía ante sus ojos era una enorme y opulenta sala llena de dorado, cortinajes tan altos que llegaban al techo y un montón de demonios disfrazados de humanos bailando al son de una banda de rock que tocaba en un escenario. Lo único con lo que a Pedro se le ocurrió comparar semejante arquitectura era con el diseño del castillo de la Bestia, justo antes de la escena del baile con el tema icónico de fondo. Quizá la más grande diferencia fueran los cuadros de las paredes, que si bien no los recordaba a los de las películas, estaba seguro no contenían filas de delincuentes esperando su turno en la guillotina u hospitales superpoblados durante una guerra cruenta a punto de ser bombardeado.
Debajo de las botas rosadas de Kross, en lugar de la escalera de hierro circular de siempre, estaba el último escalón de una escalera alfombrada de rojo con su propio pasamanos de madera tallada para representar gargolas sufrientes.
-Un rey no puede vivir en otro sitio que no sea un palacio, ¿no es cierto? –preguntó Kross de forma retórica, tomándole de la mano para hacerlo pasar del otro lado.
Pedro no podía dejar de admirar a la multitud que festejaba. Los había de todos los tipos; desde hombres con sombreros de vaqueros que bailaban con sus parejas amarrándolas con una cuerda, motociclistas con chaquetas de cuero y cadenas brillando en el centro de sus amplios pechos, hasta mujeres policías con trajes de distintos estilos, como debían ser en otras partes del mundo. Todos compartían los mismos ojos fascinantes que Kross y ni uno solo parecía hallarse aburrido. En realidad no se trataban de más de cuarenta, pero para Pedro, por la forma en que se movían de un lado a otro, bien podrían haber sido cientos. ¿Todos estaban ahí por ella?
Cuando ya se encontraban en la mitad de las escaleras, el cantante de la banda se detuvo en mitad de una frase y le hizo un gesto a su banda de que no dejara de tocar, manteniendo la música a su mismo nivel de animación. Sonrió mientras liberaba su micrófono del soporte y lo lanzaba directamente a la mano de Kross, necesitando apenas un parpadeo para pasar de un punto al otro.
-Horrendos cerdos y excusas de rameras –llamó la atención y su voz se oyó por todo el salón, acallando en el acto a los presentes-, nos hemos reunido aquí para una ocasión muy especial –Como si fuera de ninguna parte, Kross sacó la gorra negra que Tomás le había regalado antes de que tuviera que partir. El demonio se aseguro de que tuviera por seguro de que se trataba de la misma antes de dar una vuelta en su sitio. De su mano colgaba ahora una tiara plateada con diamantes que lanzaban rayos multicolores como forma de reflejo-. Los hombres en realidad no usan tiara, pero dejémoslo pasar de momento –le susurró al oído mientras subía un par de escalones, poniéndose a sus espaldas. Al micrófono, continuó diciendo-: Esperpentos del infierno, decepción de su Padre, envidiosos sempiternos de la libertad humana para joderlo todo, me enorgullece presentarles a nuestro nuevo líder Pedro, ¡nuestro Rey Negro!
En el momento en que Kross acomodó la tiara sobre su cabeza, una ola de gritos jubilosos y otras demostraciones de alegría se expandieron por la sala. Pedro no tenía idea de qué hacer consigo mismo frente a tanta atención. Kross devolvió el micrófono haciendo el mismo pase mágico y cuando el cantante lo recibió, de inmediato se puso a seguir con la letra.
-We shoot without a gun! We´ll take on anyone… Its really nothing new, is just a thing we like to do!
Kross le arrastró hacia el centro de la pista, donde se unieron al baile desenfrenado.

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