martes, 20 de enero de 2015

Mil veces déjà vu. 6

Capítulo 6
-Boludo, tienes un zombie a la espalda –le dijeron.
Icaro se apresuró en darse la vuelta, recargar el arma y apuntar a la cabeza. El estallido hizo salpicar los sesos del muerto vivientes mientras el resto del cuerpo caía con sonido húmedo. Curioso, Icaro se acercó. Quería darle una patada, pero por error se encontró dándole un salto encima y el zombie, un gordo en viva, estalló sus tripas negreas y rojizas sobre el pavimento.

Siempre daba un poco de asco mezclado con la emoción. Las gotas de lluvias le impedían enfocar de vez en cuando y la visión se le veía plagada de pequeñas gotas suspendidas, convirtiendo las luces de los faros y los neones de las tiendas en pequeños arcoíris suburbanos. Era hermoso, pero sobre todo muy molesto, por lo que era recomendable buscar refugio mientras duraba el clima. Eso quería hacer precisamente, pero nuevos gemidos salían tras cada esquina y las manos se extendían hacia él queriéndolo agarrar desde cualquier parte de su cuerpo.
+Si siquiera uno acababa teniendo un buen agarre podía despedirse del estado perfecto de su cuerpo y con la dolorosa opción de perecer bajo sus dientes demoledores, escuchando el sonido que hacía su carne al ser masticada con deleite o librarse a golpe de pura fuerza bruta, pero sabiendo que ya estaba infectado y que no había nada que podía hacer para evitar la necesidad de buscar otros vivos que convertir en muertos.
-De puro milagro le zafaste –leyó en la pantalla.
-Es que no contaban con mi astucia –escribió rápidamente, aprovechando que la calle ahora estaba un poco más despejada.
No sabía por qué lo había hecho. ¿En verdad esperaba que alguien captara la referencia hoy en día? Pero alguien le refutó su opinión de los gustos en programa de televisión actuales poniendo que no pandiera el cunico, porque él ya estaba ahí. Faltaba la última parte, pero verlo seguido de una carita sonriente le hizo sonreír a su vez.
Después de que entraron finalmente al edificio de un cine y acabaron con todos los desafortunados clientes que habían perecido convenientes sentándose a ver una película parecida a Psycho de Hitchcock, frente a la pantalla les salió el mensaje de que ya podían relajarse, que recargaran todas las armas, recuperaran estamina y se prepararan para el siguiente nivel, al cual sólo llegarían tras encontrar la maldita llave para destrabar el candado en la salida de emergencia. Habían usado el cine como un refugio opcional y se notaba. Entre las bolsas de comidas, el pochoclo y las ropas desperdigadas se veían bolsas de dormir sobre las que podrían descansar para recuperar algo de salud.
El proceso completo tomaba unos minutos. Icaro vio que su barra verde ya estaba prácticamente vacía, de modo que aprovechó para tomar la siesta definitiva. Mientras su avatar se recostaba y cerraba los ojos, llenándose de nueva energía, Icaro miró la ventana centellante de una conversación privada a la que no había podido poner atención en medio de la lluvia. Todavía se veían la conversación que habían tenido acerca de cuáles eran las mejores armas que servían para tener una mejor puntería. El juego era nuevo para el detective y había prácticamente amor a primera vista gracias a la increíble dedicación de los creadores para una muy buena impresión de realismo incluso a detalles tan inocuos como el efecto del agua sobre los ojos; de modo que quería tener la experiencia posible y los consejos le servirían bastante bien.
“Acordate de llevar una jeringa afuera, vas a necesitarla si de casualidad llegan a rasgarte con las uñas, si no, te conviertes. No sé por qué no es directamente como con las mordidas. Si funciona con un rasguño lógico sería que además funcione con las mordidas si lo hacen más fuerte”
“Le agrega conflicto”, aportó Icaro tecleando sin bajar la vista.
SkulleALaFlame, el seudónimo con el que Marcos se había inscripto al sitio para registrarse al servidor online, se mostró en naranja mientras abajo una delgada ventana le decía que ahora estaba en el proceso de escribir. Finalmente recibió una replica.
“No te lo tomes a mal pero ¿no deberías estar trabajando?”
Icaro suspiró mirando el techo. ¿Qué se esperaba realmente? Llevaba ¿cuánto? ¿Una hora de partida sin parar y Marcos llevaba por lo menos una mitad de ese tiempo viéndolo tontear por una ciudad invadida de muertos vivientes tras una plaga? Era un día de lunes y la única razón por la que el jovencito estaba jugando en lugar de en la escuela era porque era un día de feriado. Él tenía un horario al que ajustarse y cuya interrupción tenía derecho a celebrarlo como quisiera, pero ¿qué excusa tenía un adulto como él que estaba por su cuenta y encima se suponía que estaba en la persecución de un asesino serial?
Intentó redactar una respuesta convincente de que no se le había olvidado. Escribió oraciones sobre que ya lo sabía, pero no había tenido ninguna novedad ni desde la información pública ni desde los contactos del viejo, que sólo un puñado habían vuelto a responderle. Lo acabó borrando porque incluso él se daba cuenta de cuán mal sonaba eso considerando dónde estaba. Buscó escribir que había hecho todo lo posible y tenía pesadillas donde él era el encerrado en una de esas jaulas y ni siquiera podía levantarse a sujetar los barrotes, pero acabó presionando suprimir antes de sacar tres palabras completas porque definitivamente eso no era algo que en verdad quería compartir.
Quiso decir que estaba cansado, tenso y con un dolor de cabeza campante que venía acumulándose en su montaña personal de frustraciones, y el juego que le había mandado por Facebook era prácticamente la primera cosa que le había hecho sentir como una persona de nuevo, pero le faltaban las palabras y cualquier confianza en soltar algo así, de modo que también se lo guardó.
En resumen, no se le ocurrió nada que no revelara que era lo que exactamente como se sentía cuando se ponía a pensar en todas las cosas que debería estar haciendo; un vulgar holgazán bueno para nada, un cobarde, un irresponsable sin remedio.
Marcos estaba escribiéndole de nuevo. Esta vez demoró menos tiempo en ver lo que pretendía.
“Sin nada nuevo todavía?”, preguntó.
Icaro tenía una respuesta clara para eso.
“Nada”
De pronto el avatar abría los ojos y miraba el techo de los cines. Marcos volvió a escribirle rápidamente.
“Qué macana, boludo. Pero ya acabará saliendo algo, tranquilo”
¿Qué más podía esperar de un jovencito que no tenía idea de la ética del trabajo? Pero, aun así, aunque Marcos no entendiera de eso (sólo debía trabajar los fines de semanas y en todo caso era bastante flexible gracias a la cantidad de empleados disponibles; de todos modos, él no necesitaba en realidad el dinero tampoco), a Icaro le resultó un extraño consuelo leer acerca de eso. No necesitaba a más gente acordando en la mala opinión sobre él que él mismo se había formado. Consigo mismo era más que suficiente.
Tras eso, ambos se concentraron en atravesar el callejón infestado hacia un tanque de rescate que debía recogerlos en las fueras de la ciudad. Incendios espontáneos, sobrevivientes que se trasformaban si se les daba el tiempo bastante de seguir con vida, por lo que uno debía eliminarlos en el acto, ahorrándole minutos de dolor y sufrimiento o encerrarlos en algún depósito de basura para que al sufrir la transformación no les molestaran. Icaro siempre optaba por clavarles la navaja cada vez que podía.
Cada zombie tenía sus propios rasgos (que podían repetirse cada diez otros para simular que realmente eran los habitantes variados de una ciudad de primer mundo), pero en sus ojos eran óvalos huecos adonde podría encontrar al maldito enfermo del Fronterizo y luego de un estallido que hacía vibrar su control por unos segundos eran sus sesos pixelados lo que se desperdigaban en el aire, llegando a manchar su visión si dejaba que se le acercaba demasiado. La satisfacción que le sucedía era como un jugo puro de esperanza y optimismo que parecía disolver el desánimo que le caía apenas se le ocurría pensar en su verdadera situación en el caso.
Se daba cuenta de que en realidad no estaba haciendo nada de provecho con su tiempo. Estaba sentado en su pequeño estudio, Cesar dormía cerca de su silla aprovechando el silencio gracias a los auriculares que atrapaban el sonido y los pequeños logros que salían de vez en cuando en los costados de la pantalla no le estaban aportando nada de valor material. Aun así, era eso o pasarse realizando trabajos de menor importancia para llenarse los bolsillos más de la cuenta, sin ninguna distracción al respecto y recordando a cada segundo del otro caso al que podría estar dedicándose.
En ambas circunstancias nada se conseguía, pero la que hacía ahora al menos le permitía sucumbir a la pura exasperación.
Dos días ellos se encontraron de nuevo jugando al lado de los terroristas, preparando las bombas en un banco nacional para robar los montones de dinero en las bóvedas. Como era usual en ese juego, nadie duraba demasiado ya que se concentraban en un solo sitio. Había una considerable cantidad de argentinos en su grupo y todos tenían un tema común del cual quejarse uno con otros; el maldito calor que los tenía con los ventiladores al máximo o los aires acondicionados sonando, causando apagones repentinos que los sacaban de la red contra su voluntad y sin poder hacer otra cosa que esperar a que el cielo se dignara a hacérselo volver.
-¿Conoces un lugar que se llame Motel Sarmiento? –leyó Icaro después del seudónimo de Marcos, LondBrigBurn!.
-Para nada –escribió a su vez, acariciando la cabeza de Cesar en su regazo-. ¿Por?
La contestación demoró lo suyo en llegar, pero llegó e impactó fuerte en cuanto su cerebro pudo procesar las palabras.
-Es que he estado soñando con ese lugar desde hace unos días. Incluso lo veo despierto al nombre en un diario y, no sé de cómo, porque no veo más allá del título, sé que tiene que ver algo con el Fronterizo. Algo fuerte relacionado con él.
Icaro no necesitaba saber más. Era exactamente por lo que estaba esperando. Ni siquiera lo cuestionó ni quiso recurrir a su anterior escepticismo. El escepticismo era un lujo al que no se sentía capaz de pagar.

Motel Sarmiento era un establecimiento a las afueras de la ciudad, más cerca de Tucumán que de Santiago del Estero, en una zona completamente exenta de árboles, camino pavimentado o atractivo turístico. Por alguna razón que él no alcanzaba a entender alguien había creído que sería bastante importante tener la ubicación de ese sitio, tanto para registrarlo en Google Earth y poniendo además una foto del frente. Supuso que siendo un sitio tan apartado, al dueño más bien le convenía ese pequeño impulso publicitario para que otras personas que quisieran estar apartadas de las ciudades para estar tranquilos.
Citas con prostitutas, por supuesto, ya que de todos modos por esas zonas varias, incluso aquellas de sexo biológico contrario al género con el que se identificaban, deambulaban en sus tacones y plataformas altas esperando a ganarse algo de plata para poder pasar con bien otro día y quizá conseguir un techo sobre sus cabezas por la noche. No tenía comentarios, pero alguien (suponía que el dueño) le había colocado cinco estrellas para calificar su calidad. Hizo al programa calcularle la ruta más rápida y segura desde el lugar donde estaba hasta ahí y luego la imprimió para su mayor conveniencia.
Se sentía emocionado, listo para hacerle frente a lo que fuera que quisiera presentársele. Su única pista era la palabra de un jovencito que trabajaba de adivino en una línea especializada. Nada para convencer a nadie en la realidad, pero lo único al final a lo que podía recurrir para poder decir que en realidad estaba consiguiendo algún resultado. La matemática tenía que seguir adelante y él debía modificar las variables de manera que saliera adelante esa ecuación en la que se había visto envuelto sin desearlo realmente, pero cuya relación ahora no sólo era indiscutible sino totalmente imprescindible.
Tenía que ser él, tenía que ir, tenía que moverse detrás de cada mínima migaja que cayera en su camino.
Aunque no todo el crédito era nada más para el jovencito adivino. Era perfecto, si se ponía a pensarlo detenidamente. Un lugar apartado, cerca de sólo las personas a las que nadie ponía verdadera atención, cuya desaparición podía ser deslizada bajo las alfombras mediáticas sin hacer el menor ruido en los oídos del común de la gente. Incluso podía visualizar cómo había conseguido pasar desapercibido. Una víctima drogada atrapada desde un lugar donde la música volvía sordo a todo el mundo, pero daba igual porque de todos modos nadie iba por la calidad de la música y sí para entrar en relación con varios jóvenes dispuestos a gastar todo lo necesario para equivaler sus niveles de alcohol con la calidad de su diversión personal.
Una jovencita desorientada, sola y vulnerable que se subía aun automóvil creyendo que sería un taxi cualquiera, de pronto se encontraba todavía más sola dentro del baúl de un automóvil esperando a ser trasladada a su nueva casa con barrotes siendo conscientemente desgastada con cada día que pasaba hasta que un nuevo tambor era llenado y una explosión mucho más fuerte que cualquiera que podría salir de sus videojuegos rompería con el sonido de las suplicas ignoradas.
No estaba de ánimo para jugar a que todo el mundo era inocente hasta que se demostrara lo contrario.
En su mente ya veía a todo mundo involucrado. El dueño podía ser el mismo asesino y en algún lado encontraría una puertecilla dando una inocente caminata, abriendo una escalera que le llevaría a la especie de mazmorra donde probablemente encontraría a otra víctima que recién despertaba de un sueño agotado. Estaría atento a la más mínima perturbación en el ambiente y no se creería nada de lo que viera a la primera vista. Incluso si al final salía con las manos vacías, por lo menos él podría decir que lo intentó y sentirse un poco menos miserable por ello.
Le había comentado sus planes a Marcos por teléfono y este más o menos había tratado de disuadirlo, insistiendo que podía ser cualquier cosa y quizá él yendo evitaba de una que pasara nada definitivo. Él se empeñó en hacerle entender que no había de otra, que no había otra manera o forma de tener el caso claro, al punto que él mismo pensó que estaba sonando como un loco y se negó a dejar el asunto ser por su cuenta.
Al mismo día en que tuvo esa nueva información a su disposición, llamó para hacer una reservación con el número que la red le indicó tras una rápida búsqueda, pero luego quedó claro que no era de esa forma como trabajan allá. Las habitaciones se conseguían por orden de llegada, suerte meramente, y luego podían ser pagadas por horas.
Marcos llegó a sugerir que podría ir con él a comprobar si no veía algo nuevo allá, peri Icaro no tuvo que pensarlo ni por dos segundos para responder con un categórico no. Podía llevárselo a La Banda gracias a la confianza y benevolencia de sus padres, podía llevarlo a un interrogatorio en una comisaría de policía, pero no tenía ni siquiera que hablar con los padres para entender que conseguir un permiso para llevarse al joven a un motel que cobraba por hora no sería de ninguna manera posible. No importaba la confianza que los padres tuvieran con él, sería sencillamente pedir demasiado.
De modo que el fin de semana se preparó un pequeño equipaje con nada más que lo esencial adentro, apenas un cambio de ropa y se subió al auto tras encargarle a una vecina en la que confiaba para que entrara a dejarle su comida a Cesar durante la tarde del día siguiente. Empezó el viaje después de la hora de la siesta y llegó a su destino cuando el cielo libre de nubes mostraba un tono perfecto de azul, y en el horizonte se veía un morado anaranjado como evidencia de que el sol todavía se estaba despidiendo.
En el pequeño estacionamiento al lado del edificio ancho de un solo piso sólo había otro par de automóviles. El primero era un vehículo clásico pero al que el tiempo no había tratado con amabilidad, mostrando enormes manchas de óxido marrón en medio de la pintura celeste y el otro no podía ser otro que uno normal, uno que cualquier persona de clase media-media podría conseguir sin problema.
Nada como un auto de alguien capaz de pagar enormes sobornos que permitiera a las autoridades dejar pasar un número significativo de inocentes víctimas que hubiera encontrado su destino final sin desearlo o que podría permitirse un lugar privado adonde podría cuestionar una serie de gritos pidiendo ayuda o un disparo, ya que si algo tenía claro era que las heridas de entrada no dejaban las señas propias de un arma equipada con un silenciador para amortiguarlo. Por su cuenta eran todas las medidas y él suponía que el asesino buscaría una camioneta o algo en lo que fuera sencillo ir y venir con grandes cargas destinados a los secuestros sin ningún inconveniente.
A cada paso que daba se levantaba una pequeña nube de puro polvo y no podía mirar a ningún lado sin tener que entrecerrar los ojos. La mínima brisa se lo ponía difícil de inmediato. Subió la mochila que se había traído y se la colgó al hombro, activando la alarma del auto sólo por si las dudas. Al llamar le había atendido la voz de un hombre que estaba en medio de un ataque de tos, pero en la recepción sólo había una mujer gorda que estaba en medio del proceso de echar ceniza inútil de su cigarrillo encima de un cenicero, moviendo de forma perezosa el dedo índice encima.
Icaro sintió el impulso de poner una mueca de desagrado y taparse la boca con la manga, pero no sabía si la mujer iba a ofenderse y trató de poner una expresión neutra mientras le hablaba a ella. Mientras ella sacaba un gran cuaderno negro con las puntas desgastadas para conseguir que él firmara confirmando su registro (usando una lapicera cuyo fondo estaba unido a pura cinta scotch con un hilo al escritorio), Icaro vio el compartimiento con los ganchos para colgar los llaveros de las habitaciones, cada uno con una placa de plástico blanca con el número de los cuartos en negros. Los números estaban casi borrados, pero todavía eran legibles. Faltaban los de la habitaciones número veinticinco y de la once. A él le entregaron el de la número trece.
“Más vale que esto no sea un presagio”, pensó Icaro. Eso sería el colmo de su tolerancia. No se traía a su adivino particular asistente, pero daba igual, porque las cosas tenían su manera de advertirle que de todas maneras estaba jodido.
El interior del edificio con sus pasillos incoloros y con marcas de humedad por todo lo ancho y alto de la superficie áspera. Todo el ambiente olía al humo de cigarrillo, sexo, orín y, aunque no estaba del todo seguro, percibía en el ambiente el aroma dulzón de la marihuana. Todos esos ingredientes daban como resultado una sensación de humedad que lo hacía sentir con la desesperada necesidad de un baño. De un baño en otro lugar, a juzgar por la cucaracha que vio corriendo de una habitación hacia otra, apenas deslizándose debajo de las puertas debido a su descomunal tamaño. Había salido justamente de la puerta que su llave abría.
Casi prefería coger o dejarse coger en el baño de un boliche ruidoso antes de que dejarse caer por ahí. Guardó su mochila dentro del pequeño armario. En el baño la pintura celeste ya se estaba cayendo de las paredes, dejando al descubierto, para la paciencia o indiferencia de quien sea que lo viera, una superficie grisácea que parecía hecha de cemento congelado en medio de una explosión violenta. Al tocarlo con una lapicera la cosa se hundía y parecía relativamente suave, pero no creía que fuera lo más recomendable empezar a tocarla. Las toallas eran blancas, pero algunas manchas de color marrón y amarillo le daban la sensación de que había hecho lo correcto trayéndose sus propios utensilios de baño. El olor era uno que no quería saber con seguridad de qué se trataba, pero por un primer olfateo definitivamente se trataba de un pedazo de tela bastante viejo.
Las luces se encendieron tras unos cuantos parpadeos. Los cadáveres de las moscas oscurecían el fondo de las lámpara en el techo y el ventilador, con sus alas de color marrón, presentaba claras muestras de que había pasado un largo tiempo desde la primera vez que alguien se había esforzado por quitarle el polvo de encima. Si se le ocurría encenderlo formas gruesas de gris volarían por todas partes. Por lo menos la cama era suave, aunque seguía desconfiando del estado de las sábanas. No le sorprendía en lo absoluto. Debía ser de las camas de donde sacaban el mayor beneficio económico.
Había un comedor común adonde se podía, presumiblemente instalado antes cuando los dueños del edificio tenían esperanzas de ser nada más una parada de descanso para los que viajaran de un punto al otro de la provincia utilizando esa carretera, pero de pronto resultó que se crearon mejores carreteras, se pavimentaron otros caminos y su única posibilidad de sobrevivir era por la privacidad que podían ofrecer. No importaba en qué tan maltrecha situación se hallaran entonces, ese era su servicio y lo que el público les demandaba.
En el comedor había un pequeño muestrario con tortillas de papa, empanadas calientes y kipi listo para servir. La comida debía haber sido preparada en grandes cantidades, porque apenas alguien pedía por una cosa rápidamente era reemplazado por una nueva porción caliente. El secreto de cómo era que de verdad conseguían mantenerse a flote debía hallarse en esos detalles, suponía Icaro, ya que no eran necesariamente sólo los clientes que se hospedaban los que venían a llevarse cajas con el fondo grasiento debajo del brazo.
Icaro recordó el caso de una señora especialmente desagradable para la vista, a fin de evitar que su marido descubriera el amorío que mantenía con un tipo cualquiera, decidió que el mejor plan de acción para conservar la discreción era cortar a su amante en trozos y ofrecérselo a las personas en forma de relleno de empanadas, el negocio oficial de la familia. ¿Estaría también otro amante entre la carne condimentada con ajo o sólo perros callejeros, una opción definitivamente mucho más económica que la carne molida normal?
Quizá había estado viendo demasiadas novelas de terror. Quería concentrarse en cambio en las dos otras personas que venían a compartir su misma desgracia bajo el mismo techo que en cualquier momento se les caía encima. Uno de ellos podía estar relacionado con el Fronterizo o ser su próxima víctima, a punto de ser llevada y castigada por lo menos durante dos semanas en una cárcel de la que nadie podría rescatarlos. Quería evitar una tragedia si podía hacerlo, pero todo deseaba encontrar a la fuente de ese tipo de tragedia, aquella que tenía que detener de una forma o de otra, aquella que se le había metido bajo la piel al punto que sencillamente no podía quitárselo de la mente en ningún momento del día ni de la noche, no importaba cuántos zombies sucumbieran bajo su ataque estratégico para tener el máximo puntaje posible entre sus compañeros.
Quería descubrir al hijo de puta y desgraciar su culo por su propia cuenta, quizá agarrarlo del cuello y apretar más de la cuenta. Suspiró. Fantasías sin importancia nada más a su disposición.
Uno de los que se hospedaban era un hombre de por lo menos más de sesenta años, gordo y de apariencia tan pacífica como la de cualquier abuelo capaz de malcriar a más no poder sus nietos. Llevaba unos enormes anteojos que además le agregaba un aire inofensivo. Encima de la mesa, cerca del tazón adonde apoyaba su taza con el cortado a beber, estaba el llavero de su habitación, Icaro suponía que con el fin de no olvidársela accidentalmente. Hablaba con una voz suave y cuidadosa, algo rasposa, pidiendo por favor y gracias cada vez que se dirigía a la mujer detrás de la barra para pedirle que le sirviera más.
Por otra parte, en el otro lado de la habitación, una mujer albina que le recordó a Lady Gaga en cuanto al rostro y forma del cuerpo, pero en cuanto a selección de ropa y maquillaje su estilo oscilaba entre lo femenino y lo casual. Balanceaba una sandalia roja en su pie mientras hacía arreglos tocando la pantalla táctil de su celular apoyado contra la mesa. Ella también tomaba un cortado, pero también tenía un trío de sándwiches tostados a los que masticaba a pequeños mordisquitos impecables. Era bastante delgada y los accesorios que llevaba no era algo que pudiera creer que era cualquier cosa barata. ¿De cómo que una mujer estaba en ese sitio?
Icaro tomó su plato con facturas. Tuvo la suerte de que una de las mesas estuviera todavía sucia de platos, servilletas y vasos que alguien había dejado anteriormente. La otra única mesa disponible no tenía absolutamente nada extraordinario ni digno de ser objetado, pero Icaro movió un poco las sillas como si se tambalearan por su cuenta. No creía de verdad que fuera necesario el espectáculo, pero nunca estaba de más tomar precauciones. Hizo lo mismo con la otra silla y la mesa, cuidando de que la señora no le estuviera prestando atención. En cuanto estuvo seguro de que tenía el camino libro, se giró hacia el viejo y comenzó a separar uno de los asientos.
-Buenas tardes –dijo Icaro. El señor mayor levantó la vista. Tenía un ojo más claro que el otro y ambos aumentados gracias a los gruesos lentes-. Mi nombre es Icaro. Voy a estarme quedando aquí un rato. ¿Le importa si me siento con usted?
-Eh, no, creo que no –dijo el viejo, con su voz rasposa hablando lentamente y haciendo lugar en la mesa.
Icaro sonrió. Podía ser terrible interrogando a las personas, pero parte del trabajo todavía incluía ser capaz de relacionarse con ellas. Vería lo más que pudiera acerca de los dos hospedantes y esperaría a ver quién era la víctima y quién el victimario. Si es que alguno lo era, dijo un lado pesimista en su cabeza, esa que se quería disfrazar de realismo, pero la enterró.

El abuelo era de verdad un abuelo dirigiéndose a la boda de su nieta. Con la excusa de ver la foto de sus hijos posando junto a sus propios hijos y esposas, Icaro aprovechó que el el hombre debía ir al baño para inspeccionar su identificación. Todo parecía estar en orden. En general, encima, le estaba cayendo bien, recordándoles a sus propios abuelos allí en Grecia.
El hombre no pensaba quedarse más que un día, hasta que un mecánico amigo de la familia pudiera viajar hasta ese punto y arreglar el desperfecto para el cual de pronto su automóvil (el viejo descuidado de afuera) no se veía capaz de avanzar ni un kilómetro más. Al finalizar la tarde Icaro decidió que debería mantener un ojo encima del viejo, aunque fuera sólo para vigilar que el asesino no apareciera de repente para decidir llevárselo, aprovechando que el anciano no presentaría una gran batalla por su libertad.
Para cuando finalmente salió del cuarto del hombre, ya era de noche en el exterior. Icaro se preguntó si ya sería demasiado pedir que la mujer hubiera decidido tener su cena en el comedor común, cuando pasando en frente de una ventana vio la luz anaranjada de un cigarrillo prendido en el estacionamiento. El cabello blanco de la mujer le daba un aire subrealista a la estampa que dibujaba con su persona en medio de la noche, disfrutando de sí misma de forma indolente con el cigarrillo en la mano.
Que a Icaro le pelaran la piel si acaso entendía por qué carajo a la gente le encantaba tanto enviciarse de eso. En todo caso, no era momento de poner en práctica su incomprensión y sí de trabajar. Salió al exterior con una campera encima, pareciéndole que le haría falta, pero al acercarse se sorprendió de ver que la mujer seguía teniendo su blusa de verano y los pantalones que apenas le llegaban a las pantorrillas.
-Buenas noches –saludó ella primero.
Las volutas de humor escaparon de sus labios pintados de un rosa suave. Se había maquillado de manera que embellecía la blancura pura de su rostro, pero a la vez otorgándole un cierto tono de vivacidad en los puntos clave.
-Buenas noches –correspondió Icaro.
Hizo un gesto de negación con la mano cuando ella le ofreció su paquete de cigarrillos. La mujer se encogió de hombros como diciendo “vos te lo pierdes, papá” y continuó aspirando, relajando visiblemente los hombros al hacerlo.
-Necesitaba algo de aire fresco –dijo la mujer-. Despejarme la cabeza, esas cosas. ¿Cuál es tu excusa?
-También eso, supongo. Soy Icaro, por cierto –le ofreció la mano y ella, aunque alzando una ceja incolora, se la estrechó suavemente en su mano.
-Soy Amanda –dijo la mujer, soplando al viento-. Vengo por un asunto del trabajo. Una mierda de trabajo, pero cualquier cosa para tener la panza llena, o eso decía mi viejo. ¿Y vos?
-También asunto del trabajo. O al menos eso espero –Icaro sonrió-. La verdad no tengo idea.
-Suena lindo –dijo la mujer. Por unos momentos Icaro no estuvo seguro de si lo decía sarcásticamente o de verdad, pero lo siguiente tuvo que inclinar su opinión hacia lo segundo-. Si no lo sabes ni te lo imaginas todavía puedes sorprenderte con lo que se te presente y a lo mejor la sorpresa acaba siendo de tu agrado.
“¿Vos vas a ser esa sorpresa?” pensó Icaro sin ninguna intención de vocalizarlo.
-Pero también sería lindo tener un guía a veces. Algo que te diga al menos si la estás cagando o no.
-Y sí, obvio que todos piensan eso. Pero eso es lo más fácil. Todo mundo quiere que papá o mamá le tomen de la mano toda la vida, así les ahorran el trabajo de tener que andar por sí mismos. Al final, para qué estamos vivos si no es para cagarla todas las veces que haga falta para que aprendamos a hacerlo bien. Sólo así vale la pena de verdad el esfuerzo.
-Puede ser –aceptó Icaro poniendo ambas manos en el bolsillo.
Era de verdad una noche bonita, sobretodo en esa zona apartada donde las luces de la ciudad no estaban ahí para disminuir la visibilidad de las estrellas y estas podían pavonearse a sus anchas por el cielo entre girones de nubes delgadas. Era un escenario al que no le importaría contemplar por un largo rato, pero su atención debía permanecer dividida entre ella y su acompañante. Ella movió la cabeza hacia atrás y la robó sobre la parte trasera de sus hombros.
-¿Quieres que te ayude con eso? –dijo Icaro-. A mi ex le encantaban mis masajes.
-Mmm, bueno –dijo la mujer, dándole la espalda. Icaro colocó las manos sobre sus hombros y empezó a presionar con los dedos en círculos-. Mentí. No estoy por trabajo. Estoy aquí de visita a la familia. La mujer que atiende aquí es mi mamá. A mi papá lo internaron hace unos días y ella quería el apoyo de su única hija.
Icaro arqueó una ceja, pero decidió no comentar mucho al respecto. Cualquier cosa que dijera sólo iba a expresar su incredulidad ante el hecho y no quería ofenderla de ese modo.
-Bueno, yo sí estoy por trabajo. Y a veces sí es un trabajo de mierda, pero también es lo único que puedo hacer ahora.
-Es muy triste cuando la gente dice eso –ronroneó la mujer, moviéndose un poco más cerca de sus manos-. Es como admitir que no han elegido para lo que nos han tocado en lugar de decir que lo hacemos porque sencillamente es lo que más nos gusta hacer.
-Era una expresión. En realidad me encanta mi trabajo, pero eso no quita que sea una mierda a veces. Muchas cosas salen mal todo el tiempo. A veces salen bien, pero otras no.
Icaro conocía el efecto de hablar con perfectos extraños en un ambiente nuevo. Sabía, porque lo había vivido en el pasado, no porque se lo hubieran contado, que en ese tipo de circunstancias era la cosa más sencilla del mundo soltar la lengua. Era como la variante real de lo que pasaba cuando uno descubría que podía hacer y decir prácticamente lo que fuera en la Internet sin absolutamente nadie tomándoselo en cuenta en su vida diaria, completamente libre de responsabilidades o consecuencias.
-Como en todas partes –afirmó la mujer-. Yo trabajo en una revista de modas de Buenos Aires. Yo soy la que te dice si lo que llevas ahora es digno de ser visto con aprobación o rechazo por las personas conocedoras. Yo soy la que te dicta las mejores maneras de mantener tu figura durante el invierno, cuando el cuerpo te vive pidiendo aumentar la grasa para sobrellevarlo mejor. Yo te digo cuál es tu color ideal y qué estilo te representa. El poder es buenísimo, no voy a quejarme de eso, pero también se puede volver sofocante muy fácilmente. Cuando se trabaja para el público ya no se vive para uno mismo y sí para él. La verdad estoy sorprendida de que haya sido capaz de venir a presentarme a lo que podría ser el lecho de muerte de mi propio padre. Una completa mierda, ¿no?
-Pero se hace lo que se puede –agregó Icaro.
-Y sí, qué se le va a hacer. Es eso o nos matamos de una sin más –La mujer movió de arriba abajo los brazos-. Creo que ya estoy mejor, gracias por no estrangularme.
-De nada –dijo Icaro, esbozando una sonrisa sincera.
Aunque luego le costaría separar su objetividad de la subjetividad, podía admitir que Amanda también le gustaba. Continuaron hablando de forma relajada acerca de lo primero que cualquiera de los dos quisiera poner sobre la mesa, hasta que Amanda arrojó su tercer cigarrillo a medio terminar y revisar un reloj en su muñeca. A diferencia del digital deportivo de Icaro, el suyo tenía las agujas y números romanos negros alrededor del círculo blanco.
Acordaron que ya era muy tarde para los dos y que preferían dormir, de modo tal que los dos regresaron juntos al edificio y caminaron por el mismo pasillo para entrar en sus habitaciones.
Una vez adentro, Icaro se debatió un buen rato, yendo de un lado para otro, si realmente debería echarse a dormir ahora o esperaba unas horas más por algo, lo que fuera a romper la monotonía de la noche. En lugar de cualquiera de las dos, decidió meterse en Internet para confirmar los datos de Amanda de la única manera que podía, a través de Google. Podía ser un lugar abandonado por todo mundo y dedicado ahora sólo a la gratificación carnal, pero poseía una conexión wifi decente y agradecía a quien fuera responsable por ello.
Colocó el nombre junto a algunas palabras que pensó podrían estar relacionadas con la moda, encontrando más de un millón de coincidencias. Entre la página de Instagram, la página de la revista para la que trabajaba y a veces escribía artículos, las fotos de los desfiles de moda llevados a cabo incluso en el extranjero, todas conteniendo ese rostro blanco y como de Lady Gaga difícil de imitar, no le cupo ninguna duda sobre que, por lo menos en lo que respectaba a su oficio y lo que hacía a la vista de todo mundo, había dicho finalmente la verdad.
Intentó buscar también al abuelo, pero no tenía ni siquiera página de Facebook por la cual comenzar.
En realidad se estaba esperando algo así. Su madre todavía le llamaba de vez en cuando para preguntarle alguna nueva funcionalidad de la computadora que le había regalado para su cumpleaños, incluyendo las redes sociales, así que pensar que un hombre incluso mayor que ella tuviera cierto rechazo hacia los avances tecnológicos no era en lo absoluto descabellado. Alrededor de las dos de la madrugada, cuando el peso de sus parpados ya estaba sobrepasando el que su voluntad podría mantener arriba y se estaba preparando para dormir, escuchó unos pasos por el pasillo y el sonido de una puerta abriéndose para volver a cerrarse. Contó hasta veinte, ganó todavía más sueño y los pasos no volvían.
No se enteró de cuando tuvo los ojos cerrados y perdió consciencia.

Una mañana por esa zona era un asunto implacable que no perdonaba. Nada más despertar, caro se vio inundada su visión con nubes de polvo que entraban por la ventana, la misma que había abierto anoche con la esperanza de poder refrescar un poco el ambiente. Al abrir los ojos y permitir a sus ojos que enfocaran algo en medio de la luz directa del sol que caía justo en el centro del cuarto, la mente de Icaro por unos segundos pudo engañarlo para creer que estaba perdido en medio del desierto. Se despejó la cabeza y se tapó la vista, sin conseguir gracias a ello dejar de ver los puntos de neón que insistían saltarle incluso detrás de los párpados.
Se tambaleó hacia la ventana y la cerró de un portazo. Buscó el pedazo de alambre con el que ambas puertecillas habían estado sujetas la primera vez que vino, pero no pudo dar con ella por ninguna parte y el viento estaba cargando como impulsado por un lobo especialmente hambriento, de modo que Icaro y el cuarto tuvieron que conformarse con mantener afuera a los elementos con la fuerza de un nudo hecho con una media. En medio de la rendija seguía entrando la brisa y la tierra, llenándole la boca y la nariz, pero al menos ya era a una cantidad mucho menor que antes.
“Deberían haberme advertido”, pensó un poco más que irritado, decidiendo finalmente enterrar una de las toallas en ese espacio libre para que por fin el ambiente le dejara en paz. No supo cómo, pero todo se mantuvo en su sitio incluso cuando él dio unos cuantos pasos atrás, manos extendidas, esperando un gran soplo que le diera en la cara. No sucedió, de modo que él respiró aliviado. Sólo entonces pudo admitir que a lo mejor una parte considerable de la culpa era suya. Si algo estaba cerrado con candados, alambres o cadenas, por lo general era a causa de una razón bastante válida. Para estar a mano se dijo que debía ser un bruto y se dijo que con eso podía ya estar satisfecho.
Ahora el cuarto estaba en completa oscuridad. Corrió a encender las luces, pero la imagen no había mejorado en lo absoluto. Tierra cubría el suelo, tierra cubría la cama y una gran bocanada de tierra había tenido que ir a soplar justo encima de su mochila abierta sobre una silla. ¿Lo peor, sin embargo? El calor. Dudaba de que hubiera un servicio de cuarto que viniera a limpiar mientras el cliente todavía estaba adentro, buscando privacidad para sus asientos, de modo que Icaro dio por pérdida cualquier pretensión de pulcritud impecable que hubiera querido dar. Sacó una botella de agua de entre su equipaje, envuelta en una toalla de mano húmeda a fin de que se mantuviera fresca.
Como estaba al fondo, debajo de las camisas, remeras y par de pantalones, la toalla blanca seguía blanca. Hasta que empezó a sacarlo y la humedad mezclada con la suciedad dio como resultado un principio indeseable de barro. De todos modos acabó de liberarla y se la bebió a fin de quitarse la picazón en la garganta. Luego, como no tenía más de un par, tuvo que recurrir al agua del baño para dar un baño rápido y cambiarse a un nuevo conjunto. Era lo mejor que podía hacer, dadas las circunstancias.
Eran las 7 de la mañana, pero nadie había sido tan tonto para abrir su ventana y despertarse por un soplo de aire con tierra. Esperó adentró del cuarto, tratando de limpiar un poco la habitación con sus propios recursos para no dejar huellas visibles en cualquier superficie que tocara. Al cabo de una hora y media quedó un poco satisfecho con lo que obtuvo, aunque en la mano se quedó con un pedazo de tela completamente oscuro y tuvo que lavarse inmediatamente después. Buscó en el salón comedor y se sintió mejor de que el abuelo ya estuviera ahí comiendo tostadas con mermelada casera. Se sentó a la mesa con él llevando su platito de galletas saladas y un vaso de agua mineral. Las burbujitas estallaban al llegar a la superficie.
Fue una conversación agradable. Al señor le habían llamado anoche y el mecánico estaría llegando, con suerte, a la tarde y siendo así podría estar recién de camino a la casa de su hijo para la noche. Cuando Amanda llegó saludando a su madre y dándole una palmada en el hombro al pasarle a modo de reconocimiento. Icaro olió el perfume de su protector solar con esencia a coco.
En cuanto terminó cada uno con su comida, el viejo dijo que prefería leer en su cuarto e Icaro se movió a la mesa de Amanda, quien seguía presionando la pantalla de su celular. Al acercarse, el detective vio que estaba jugando con una aplicación a la que debía cortar frutas lanzadas en el aire al tocarlas a cada una. Estuvieron juntos el tiempo suficiente para casi llegar al almuerzo, viendo a otros clientes pasar en frente del mostrador para recoger sus distintas órdenes.
El ambiente estaba caliente y la señora dueña tuvo que levantarse a una silla para encender el ventilador, mandando a volar los pañuelos de papel que no estuvieran sujetos por algo con su propio peso.
Amanda quiso saber cómo iba su trabajo de momento. Icaro le inventó que era un reportero independiente que andaba por el país en busca de distintas historias, de distintos asuntos que valieran la pena denunciar ante el mundo. No creía que fuera a encontrar gran cosa en un sitio tan apartado como aquel, quizá la historia de alguna prostituta secuestrada por alienígenas y escogida para ser la próxima madre de una nueva raza en la Tierra, pero ya había estado en varias partes del país y no podía prescindir de uno más simplemente porque no se veía tan atractivo a primera vista. Ese tipo de sitios, según su experiencia, resultaban justamente ser el imán para la mayor cantidad de problemas y hechos extraordinarios.
Amanda se rió como si fuera parte de un chiste que nunca había escuchado.
-Perdóname que te lo diga, pero no has podido elegir peor pérdida de tiempo –dijo, poniéndole la mano encima del antebrazo-.Este es el lugar donde nunca ha pasado nada que le interese al público y dudo muchísimo que empiece a pasar ahora porque vos lo vengas buscando.
-Puede ser –admitió Icaro, pensando si tendría que aclararle en algún momento que era gay o si la mujer en realidad se daba cuenta, razón ahí de su confianza. En todo caso, de ninguna manera le desagradaba. No era tan impositiva como otras podrían haberle parecido, sólo amistosa-. Pero al final nunca se está seguro hasta que uno mismo venga a conocer los hechos por su propia cuenta.
Por un breve segundo tuvo la nada inteligente idea de agregar que había recibido información por parte de una fuente semi confiable, pero supo callarse la boca a tiempo.
El día transcurrió tranquilo y sin incidentes. En el exterior, bajo la sombra creada por el edificio, la señora dueña del motel puso un par de sillas de madera junto a una mesita de acero, encima de la cual dispensó lo necesario para preparar un mate. El abuelo que esperaba al mecánico estaba sentado al lado de ella, pasándole el mate de uno a otro. Desde la habitación de Amanda le llegaba la voz de ella hablando por teléfono, diciéndole a su editor, si decidía confiar en lo poco que entendía, que no podía volver todavía porque no había acabado. Prepararía el artículo cuando volviera, el miércoles o el jueves, no estaba segura.
Icaro permaneció sentado en su cuarto, escuchando todo lo posible y preguntándose cuánto tendría que quedarse para que pasara algo que valiera la pena originar un título en un periódico. Recibió un par de mensajes de Marta invitándole a una comida en su casa el próximo fin de semana y uno de Marcos preguntándole qué tal estaba. A la primera le dijo que estaba trabajando en un caso y que no tenía claro cuándo podría resolverlo, por lo tanto estar libre, pero intentaría estar ese fin de semana y, en caso de cualquier caso, que no se preocupara porque iba a hablarle. Al segundo le dijo que estaba bien, pero no había visto u oído nada fuera de lo común. Unas horas más tarde el joven dijo que todavía veía lo mismo, así que debía ser que ya algo estaba en camino.
Esperaba que así fuera.
Durante la cena, en la cual los tres clientes decidieron comer juntos debido a que realmente no tenía sentido mantenerse separados, ya que se conocían de cierta forma llegados a ese punto, el abuelo Enrique les dijo que el mecánico no había aparecido al final. Le había llamado diciéndole que un trabajo más urgente y, lo más importante, más cerca de su localización, había aparecido y no tenía ni idea de cuándo habría terminado con eso. Tampoco podía pretender que fuera a emprender semejante viaje antes de la tarde, para llegar a la noche y tener que irse a la madrugada con un loco suelto por ahí. Tenía que ser un verdadero imbécil para hacer algo así, y como él no se consideraba tal, pues a Enrique no le quedaba de otra que esperar por él otro día. La boda iba a ser dentro de tres días, de manera que gracias a Dios todavía tenía tiempo.
Compartieron un momento agradable en el que las risas más fuertes salían de Amanda y las más suaves y medidas, casi trabadas en una fuerte tos de no ser así, de Enrique. Icaro deseó de corazón que algo de eso significara algo sobre qué debía esperar por parte de esas dos personas y que ese final fuera uno positivo.
La humedad y el olor dentro de su cuarto se habían estado acumulando durante todo el día, y ahora, a la noche, la peste era insoportable. Desde la medianoche hasta las primeras horas de la madrugada, Icaro sólo estuvo con los ojos abiertos mirando el techo oscurecido, esperando un sueño que fallaba en cumplir su horario y, en general, sólo muriéndose de aburrimiento. ¿Qué podía hacer? ¿Debía hacer algo? Sólo escuchaba silencio alrededor.
¿Víctimas o victimarios? ¿Informantes? ¿Qué debía descubrir ahí?
O, peor aún, no había absolutamente nada por descubrir. Desde el principio el chico había estado jugando con él, había sabido ser mucho mejor actor de lo que se confesaba. O todo era real, pero no tenía nada que ver con ayudarlo y el hecho de que se le ocurriera un lugar como ese, tan apartado, tan abandonado, tan sin importancia como aquel, sólo podía significar una tremenda coincidencia. A lo mejor el chico estaba tan ansioso por él por servir de algo a la causa, por ayudar, al punto que eso terminaba arruinando el cableado en su cabeza que permitía sus visiones y sólo mezclaba lo que quería ver con lo que en realidad iba a pasar frente a sus ojos.
Entonces fue cuando lo escuchó. Había oído los pasos por el pasillo, haciendo crujir la vieja madera, pero no le importado demasiado. El abuelo Enrique buscando otro baño que utilizar, un vaso limpio con el cual llenar de agua y poder tomarse sus medicinas, o Amanda saliendo para comer algo más y charlar con su propia madre. Podía ser algo tan sencillo e inocuo como eso, desde luego que sí. Pero entonces oyó una segunda puerta abriéndose, otros pasos y el sonido de unos murmullos bajos. Segundos después, un cuerpo arrastrándose por el suelo.
Se levantó de inmediato. En los pies se colocó unas medias prescindiendo de las zapatillas. Dio cortos y ligeros pasos hacia la puerta y se puso a escuchar por el hoyo de la llave.
Había pensado en cuerpo prácticamente porque esperaba que algo así fuera, pero a medida que lo oía avanzando por el camino tuvo claro que era eso exactamente de lo que se trataba. Esperó a que ambos desparecieran por el pasillo hacia la recepción y luego hacia la puerta del exterior, adonde perdió definitivamente el rumbo. Icaro salió de su cuerpo, andando zancada a zancada lenta, inclinando un poco el cuerpo. Todas las luces de la recepción estaban apagadas. Icaro sabía que afuera habría un cartel de papel que informaba a la gente de que si quería hospedarse por la noche tendría que llamar a un timbre afuera, a fin de alertar a la dueña aunque tuvieran que arrancarla de su sueño.
Así evitarían gastar en electricidad al puro pedo sin necesidad. Avanzó hacia más adelante y vio por la ventanilla de vidrio de la puerta, a dos sombras andando por el estacionamiento. El viento levantaba el polvo haciendo la parodia de una niebla misteriosa combinadas con una nubes en frente de la luna le impedían tener una visión clara de lo que estaba pasando. Obviamente una de ellos no estaba de pie sino que iba arrastrado, pero no podía decir con exactitud quién o qué. Cuando creyó tenerlo identificado, sintió un escalofrío recorrerle por la espalda. Abrió la puerta, esperando sinceramente que no fuera a chirriar horriblemente, y de la manera más afortunada concebible, este no lo hizo cuando pasó por enfrente.
En el estacionamiento el abuelo Enrique estaba apoyado en contra del auto menos destrozado.
Estaba con los ojos cerrados y respiraba con tranquilidad. A su lado Amanda estaba rebuscando dentro de su bolso. Icaro sacó el arma debajo de su brazo y lo ocultó a su espalda, poniéndose de costado, tan listo para ponerla adelante como ocultarla en la parte trasera de sus pantalones, sujeto por la cintura. Iba a hablar, pero Amanda se giró antes de que pudiera abrir la boca.
-¡Icaro! –dijo esbozando una gran sonrisa-. Menos mal que estás aquí, estaba a punto de perder los nervios.
-¿Qué está pasando, Amanda?
-Es este viejo choto –dijo la mujer, dándole una ligera patada al hombre en el suelo-. Estábamos hablando tranquilamente y de pronto le dio un infarto. Le dije a mamá que llamara a una ambulancia, pero el teléfono lleva hecho mierda desde hace tiempo y mi teléfono no tiene ninguna señal. Pensaba llevarlo directamente al hospital yo mismo. ¿Quieres venir conmigo? ¿O cómo tienes el celular? ¿Te llega señal hasta aquí?
-Sí, me lo llega –respondió en voz neutra-. ¿Por qué no lo llevas al Enrique adentro y así puedo llamar? No sé si a los viejos con infartos hay que irlos moviendo por ahí.
Amanda seguía teniendo la misma expresión consternada del principio.
-¿En serio? No lo sé. Me parece que ahorraría mucho tiempo llevándolo directamente. No creo que le haga bien tampoco quedarse aquí. No sé qué tan fuerte le haya dado. He tratado de despertarlo, pero no ha servido para nada.
-Por eso, mejor mantenerlo descansando en su propia habitación arriba de la cama y no tirado en el suelo como un monigote desvalido.
-¿Te parece?
-Sí, claro. Podemos llevarlo ahora mientras yo llamo.
Amanda esbozó una sonrisa lentamente, como más aliviada. Icaro la miró a los ojos. Por un largo minuto ninguno de los dos se movió. Amanda sacó una pistola del bolso. Seguía sonriendo.
Icaro se hizo a un lado, pero de nada sirvió para evitar el primer balazo dándole en el pie que mantuvo sobre la tierra. Jamás había recibido todo el impacto de una bala. El dolor fue devastador y súbito, corriendo desde su pie hasta más arriba de su pierna como un latigazo de corriente eléctrica. Sacó su propia arma de su escondite, pero le fue demasiado difícil de apuntar arrodillado en el suelo y no lo consiguió antes de que la mujer volviera a dispararle en dirección al pecho. El detective se sintió empujado hacia atrás. Cayó sobre su espalda.
Amanda volvió a guardar el arma y finalmente sacó el llavero con la llave del auto. Abrió la puerta trasera y procedió a empujar el cuerpo inconsciente del viejo en su interior. Se subió en el asiento del conductor. El detective vio una nube de tierra y piedra ser arrojada a su rostro mientras las ruedas del vehículo giraban lejos de él. Sentía el pecho presionado de manera que nunca había podido imaginar antes.
Luego desapareció en la oscuridad.
—–
Nunca había un fanático de los noticieros. Ahora menos que nunca.
“Ex policía sobrevive ataque del Fronterizo”
Y en el siguiente canal.
“Detective descubre la identidad del Fronterizo: ¡era una mujer!”
Y en el siguiente.
“Familia de la Fronteriza mantenida en custodia. Sin información nueva acerca de su más reciente víctima, Enrique Gustavez.”
En el siguiente.
“¡De puro milagro! Se arrastró por dos kilómetros en medio de la noche con una bala dentro del torso y llamó a la ambulancia. Sobrevivió y llegó a contar en los medios la identidad de su atacante, nadie más ni nadie menos que el Fronterizo, el asesino serial que ha estado espantando en Santiago desde principios de año.”
Y en el siguiente… Paka Baka enseñaba a los niños por medio de sus coloridas marionetas cuáles eran los colores primarios y las combinaciones posibles entre ellos. Volvió a cambiarlo y esta vez se trataba de Bob Esponja poniéndole de ojos de cachorro abandonado al cabezón celeste. No se animaba a estar en puro silencio de su habitación del hospital, de modo que lo dejó estar ahí. Su mano volvió a subir a rascarse las vendas alrededor de su pecho, pero la acción era tan inútil como las otras veces que lo había intentado y dejó caer su palma sobre la cama. De todos modos el premio a la peor picazón siempre se lo llevaba la piel de su pie debajo del grueso yeso. Estaba incómodo, molesto y particularmente hambriento, pero no tenía otra opción a mano.
Las medicinas que le habían estado suministrando en los últimos tres días le habían mantenido en un estado de duermevela en la que seguía recibiendo constantes olas de dolor recordándole que sí, por una buena razón era que estaba convaleciente. Esa noche asquerosa en la que había recibido el disparo había tenido un tiempo para darse cuenta de que nadie venía, nadie salía para asegurarse de que lo habían matado de forma definitiva. A pesar de que el disparo había salido con toda la potencia que esas máquinas solían tener, nadie había salido corriendo a los gritos para preguntar qué carajo había pasado.
“La madre no sale preocupándose por la hija”, pensó Icaro, apretando la mandíbula lo más fuerte posible para mantener siquiera un poco a raya el dolor. No creía que fuera capaz de abrir la boca, ni siquiera para llamar, pero esas ideas eran estúpidas y debían eliminarla con toda la fuerza de su voluntad. “Está metida en esto. Escucha todo, lo sabe todo, pero es la hijita y una madre tiene que saber protegerla, pero tampoco quiere verse demasiado envuelta. No tiene los huevos para salir y acabar el trabajo o limpiar el desastre justo después. Prefiere esperar a la mañana y quizá algún perro ya se habría encargado de reducir la carga de carne de la cual debería deshacerse en el estacionamiento de su querido motel.”
El detective se giró sobre sí mismo, jadeando por cada movimiento que parecía hacer arder una nueva zona en su cuerpo que no habría sabido ni siquiera especificar dónde se hallaba. Cuando iba a la escuela habían salido de excursión a un campamento, adonde uno de las actividades para ganar puntos (que luego les ayudarían a ganar una enorme caja llena de chucherías variadas), consistía en arrastrarse por el suelo al estilo militar para pasar debajo de unas tablas de maderas sostenidas por media docena de ladrillos rojos.
Repitió esa pequeña carrera que le acabó reportando la ventaja, ahora luchando contra los efectos de su propios cuerpo sólo para seguir adelante, lo justo para introducirse entre los árboles, sólo por si acaso la madre llamaba a la hija para decirle que mejor se volviera, que se había dejado a uno con vida. Utilizó la campera que llevaba encima a modo de venda provisional para contener la cantidad de sangre que podía dejar a su paso.
Una minúscula parte de sí, mientras se empezaba a sentir mareado y como que estaba en medio de un terremoto, quiso lamentarse porque una de sus prendas favoritas ahora estaba siendo completamente arruinada más allá de cualquier limpieza, pero siguió adelante. Pensó que esa debía ser la noticia que había visto Marcos en sus malditas visiones, pero siguió moviéndose. Se preguntó si habría habido alguna diferencia, alguna diferencia en absoluto, respecto a haber escuchado al joven adivino o no para acabar con ese final. ¿Cómo era que se llamaban esos? ¿Profecías autocumplidas?
Ese futuro podría nunca haber sucedido de no haber hablado. O de no él haber escuchado lo que sólo era la palabra de un jovencito. Siguió adelante. El viento serviría por una vez para cubrir el rastro debajo por su pierna inmóvil. Se apoyó contra un árbol reseco, nada que le impediría a nadie encontrarlo si llegaban a dirigir una linterna en su dirección, pero que en la noche al natural serviría para mantener alejadas al par de locas de mierda.
Llamó a emergencias y luego fue cuestión de no desmayarse mientras esperaba que llegaran. En cuanto escuchó el dulce sonido de las sirenas y vio entre los arbustos las luces intermitentes en rojo y azul, Icaro levantó una mano para decirles su posición pero no llegó a pronunciar una palabra. Se cayó de costado, encima de su herida de bala, y un relampagazo insufrible de dolor más tarde perdió la consciencia.
Apenas tuvo la suficiente presencia de ánimo para entender adónde estaba y que se hallaba a salvo, Icaro contactó con los pocos medios que tenía agendados en el celular y a otros que consiguió en internet buscando por la red en el celular. Los llamó a todos y repitió la misma historia una, y otra, y otra vez. Podían ir todos y cada uno de ellos al lugar de los hechos si no le creían. Que buscaran a la madre, que buscaran a esa fashionista de mierda y al pobre abuelo que ya no podría ir a la boda de su hijo menor. ¡Que movieran el culo y vayan a cumplir con su trabajo, la puta que los parió!
Al final todo se supo y se difundió. El poder de la novedad todavía seguía fuerte y rampante. El revuelo además incluía la clara ocultación por parte de la policía, de la que los medios habían sido partícipes pero al ser denunciados incluso en diarios independientes por la red ya no tuvieron más remedio que salir adelante a tratar de defenderse. El mero hecho de que siguieran adelante con las investigaciones de la Fronteriza y que ni siquiera supieran todavía dónde se hallaba o dónde tenía su escondite parecía palidecer cuando se lo comparaba con la información ocultada. ¡Todas esas vidas desperdiciadas por nada! ¡Todas esas voces calladas! ¿Cómo se habían atrevido a mirarles a la cara y asegurarles de que el problema no era tan grande como podría parecer?
Y ellos a su vez no tuvieron pocas cosas que decir al respecto para defenderse. La gente hablaba con el mayor de los descontentos y en ese escenario el más alto poder no podía simplemente quedarse de brazos cruzados, dejando que fueran sus representantes los que salieran a cumplir con lo que a otros les correspondía. Se dio una gran conferencia de prensa en la que todo mundo le echó la culpa a todo mundo, pero al final quedó resuelto creer necesario todavía más oficialismo y el más alto poder salió diciendo que sí, sus acciones habían sido reprochables, sí, era una verdadera lástima y una herida demasiado grande en el corazón de todos los argentinos todas las vidas que se habían perdido gracias a la locura de una sola mujer, una sola mujer lo bastante loca para creer que tenía derecho a decidir sobre las vidas de otras personas, pero que lo hicieron sólo con los intereses más alto de la Argentina en mente.
No podían dejar diluir esa información tan vital porque si lo hacían atraerían una atención al país que no querían ni necesitaban, especialmente en esos momentos. De por sí en los últimos años Argentina se había visto plagada de noticias que no le hacían ningún favor a la imagen que querían presentar delante del mundo y estaban perdiendo el apoyo de muchos de sus hermanos en la Latinoamérica, por eso no podían dejar que pensaran todavía peor de ellos trayéndoles noticias sobre la incompetencia de sus fuerzas sobre la seguridad de sus ciudadanos.
El discurso había sido diseño desde la primera palabra hasta la última para apelar al sentido de comunidad de la gente, para hacerle entender que lo hecho había sido absolutamente necesario y del mejor provecho para todos, que lo habían hecho sólo para ellos, para ayudarlos a ellos y no a sí mismos. Ahora había marchas por las calles reclamando no sólo la identidad de todas las víctimas sino la inmediata captura de la Fronteriza. Carteles se alzaban al aire exigiendo de sus lectores justicia y sinceridad para con el pueblo. Gente salía llorando que en cualquier momento podría haber sido uno de ellos, sus hijos, sus hijas, ellos mismos, pero a nadie le habría importado porque ellos no eran lo bastante importante y bien acomodados.
Apenas estaba comenzando. Habría otras cosas más adelante. Alguien escribiría un libro sobre ello y de ese libro alguien sacaría una película. Quizá fuera el principio de la revolución que según algunos se veía cuajarse desde hacía demasiado tiempo.
Al fondo y al costado de todo eso, el detective Stefanes estaba acostado en una cama de hospital vigilada día y noche por dos hombres armados, su propia escolta hasta que capturaran a la asesina, pensando una y otra vez en que la había cagado.
Había tenido una oportunidad entre un millón de acabar con todo de una vez y por todas, pero la había cagado. Había tenido el arma, el dedo cerca del gatillo, y sólo pudo quedarse ahí como un imbécil dejando que se escapara con un pobre hombre que era completamente inocente en el asunto. Si hubiera reaccionado más pronto, si hubiera tenido la voluntad de por lo menos disparar una vez a cualquier parte de ese horrendo fantasma que ya no se parecía en nada a la diva, si se hubiera dignado a ver la placa y memorizársela para enviar a la policía justo detrás de su estela, si hubiera sido más precavido, si hubiera, si hubiera…
Las palabras de felicitaciones y los “gracias a Dios que estás bien” los recibía con la misma educada gratitud que sus padres le inculcaron cada vez que recibiera regalos en su cumpleaños, incluso si estos no era lo que él quería o de plano no les gustaba para nada. Habría preferido por mucho que el mundo sencillamente lo dejara en paz para consumirse en escenario posibles mientras su cuerpo dejaba de ser una constante molestia, pero a la vez entendía que la gente todavía tenía dudas que necesitaban ser respondidas.
Los doctores le dijeron que la bala había estado ridículamente cerca de atravesarle un pulmón, pero esta se había desviado y quedado atrapada en la carne de su espalda, a punto de atravesarle limpiamente sin causarle mayores daños físicos a largo plazo. El tema del pie era otra cuestión. La bala sí había pasado por todo el miembro y en su camino había atravesado el hueso además de una vena, por lo que la recuperación y el riesgo de infección eran mucho mayores que con respecto a su pecho, pero con ninguno de las dos heridas podía tomarse ninguna confianza. Incluso cuando ya hubieran eliminado en gran parte sus temores debería seguir con el tratamiento en casa y comparecer en frente de su doctor de cabecera una vez por semana para hacerse un control apropiado de su estado.
Icaro escuchó la vibración de su celular sobre la bandeja en la que estaban las migajas de su almuerzo. En los últimos días había recibido llamadas de toda clase de números desconocidos y algunos familiares reclamando su atención, y aunque de momento sufría más una invasión de los primeros que una visita de los segundos, el detective siempre sentía el impulso de al menos ver la pantalla para saber de cuál se trataba. Reconoció el número de Marcos y su sorpresa no fue corta. De él era la única persona de la que directamente no había oído hablar ni una palabra. Atendió más por curiosidad que por otra cosa.
-¿Hola?
-¿Icaro? ¿Estás bien? ¿Cómo sigues? ¿Te siguen jodiendo mucho? ¿Te vas a quedar mucho en el hospital? No me digas que es en serio eso de que te van a amputar el pie–De pronto se calló, como si se diera cuenta de que no le daba tiempo a responder nada y dejaba a su ansiedad tomar el control de su voz. Se le oyó tomar una bocanada de aire-. Hola.
Sonó un poco avergonzado al decirlo.
-Hola –dijo Icaro.
-No he llamado antes porque, bueno, cada vez que lo hacía me daba ocupado y me daba cosa ir a interrumpirte justo en esos momentos que dabas entrevistas a cuanto quisieran oírte. Felicidades, supongo, incluso si todavía no puedes cumplir la vendetta. Qué mierda eso. Lo lamento, boludo, de verdad.
-Sí, yo también –confesó Icaro y fue como si un peso completamente diferente al de los últimos días se viera de pronto levantado. Pero no, se dijo negando con la cabeza. No podía de verdad quedarse con esa línea de pensamiento inmadura y tonta-. Eso no interesa. Lo que importa es que esa perra ahora va a tener su cara y nombre puestos en todas partes, por lo que ya no le va a hacer tan sencillito ocultarse. Tarde o temprano acabará mostrándose adonde no debe ser y todo habrá terminado. Ahora todo mundo está hablando de ello. Supongo que eso habrá sido lo que viste en tu cabeza, ¿que no?
-Sí –dijo Marcos y por un segundo al detective le dio la impresión de que le costaba seguir hablando-. Mi viejo estaba leyéndolo en el diario una mañana y cuando bajo a desayunar antes de irme a la escuela, me sale diciendo “che, ¿pero te habías enterado de esto? Tu amigo el detective ha salido en las noticas, parece que ha recibido un disparo” y a mí me da un puto infarto pensando que te habían matado de una. Vi el titular de pasada, esa fue la puta visión, y corrí a la pieza para ver por Internet. ¡Boludo, todo el mundo andaba hablando de eso! Y todo mundo me decía que te habían dado en el corazón, que te estabas muriendo, que te había agarrado algo por andarte arrastrando por el suelo y vete a saber cuánta más mierda que yo apenas me podía creer. Pero entonces te veo tus fotos en el diario, te veo en el Canal 7, apareces en todos lados y ni siquiera contestas el puto teléfono cuando uno te llama. Todo ese embole y ni siquiera podía contactar contigo. ¿Sabes que encima un par de veces he ido para allá y no me dejaron subir porque no era de la familia?
Icaro abrió la boca para decir que lo lamentaba pero estaba entre ocupado y dopado para ese momento, cuando el joven volvió a hablar:
-Ya sé, ya sé, ya sé. No tenías tiempo, está bien, yo entiendo. Ni puedo imaginar lo mucho que te habrá jodido todo mundo en estos días. Pero nada más quería decírtelo, sólo eso. Y vos todavía no me dices cómo sigues.
-Bien –dijo el detective, a punto de repetir exactamente lo mismo que le había dicho a su madre y a Marta cuando las dos lo visitaron haciéndose pasar por hermanas-, mejor que cuando llegué aquí al menos. Puede que mañana o pasado ya me dejen ir a casa. Voy a tener que andar con muletas un largo rato, eso sí, porque la bala me atravesó el hueso. También voy a estar tomando otras medicinas, pero ya me dijeron que sólo debía curarme y eso sería todo. Me voy a curar, es sólo cuestión de tiempo y no descuidarse.
-Menos mal –dijo Marcos, emitiendo un hondo suspiro-. Hijo de puta, no sabes qué idea me había hecho. Ya creía que te había matado o algo así.
¿Matado?
-¿De qué andas hablando? Marcos, vos no has hecho nada malo. Vos sólo me has dicho adónde ir, yo he sido el que se fue solo para allá. Si es que algo vos me has ayudado a aclarar el caso de una manera que yo no podría haberlo hecho por mi cuenta. Me habría quedado como un pelotudo dando vueltas sobre las mismas pistas una y otra vez, de no ser porque vos me diste esa pista. Lo que yo haya decidido hacer después de eso no tiene nada que ver contigo.
Silencio en el otro lado de la línea. El detective arqueó una ceja.
-¿Hola? ¿Sigues ahí? Te estoy diciendo…
-Ya escuché –le interrumpió el joven-. ¿Vos de verdad piensas que si no te hubiera dicho ni una mierda vos igual habría ido a ese motel a ser disparado? ¿Vos de verdad crees que es así? Yo andaba viendo esa porquería, pero nadie me mandó tampoco a decírtelo. Que vos estés ahí es mi culpa. ¿Entiendes cuando te digo que es sólo una mierda saber apenas una partecita minúscula del todo y encima tenerla mal entendida? ¿Cómo mierda ha podido ser que te podía decir del Fronterizo, del lugar, pero no por qué carajo era así? ¿Qué clase de sentido es ese? Ni siquiera es la primera vez que me pasa algo así y no fue para nada gracioso entonces. Vos decí lo que quieras, pero si te llegaba a pasar algo, algo todavía peor y de lo que nadie te podría recuperar, yo iba a cargar con eso. Yo lo iba a tener presente por ser un pendejo hijo de puta que no supo cuándo cerrarse la puta boca.
-Marcos… -intentó Icaro, pero de nuevo no le dejó terminar.
-No, ándate a la mierda –replicó Marcos con una variación en el tono de su voz que Icaro no supo atribuirle a otra cosa que porque el chico estaba perdiendo los nervios-. En serio. Ándate a la mierda. No quiero saber nada de eso. Ni de vos. Renuncio. Me vuelvo a atender llamadas, al menos ahí nunca he estado cerca de matar a nadie por las porquerías que soltaba. Ahora se sabe quién es la puta loca, qué bien, pero yo ya no quiero tener nada que ver. Así que si alguna vez vuelves a necesitar ayuda psíquica o como quieras llamarle, busca a otros porque yo ya me salgo.
Icaro le dio unos momentos para agregar algo más si sentía la necesidad de hacerlo, pero ahora sólo parecía estar esperando su respuesta.
-Está bien –dijo, buscando acomodarse mejor en la cama. Se sentía ahora un poco más pesado e incómodo. Le gustaría poder tener una conversación así cara a cara, poder convencer al chico de que en realidad él no era responsable, pero así se habían dado las cosas y no le quedaba de otra que aceptarlas-. Si eso es realmente lo que a vos te parece lo mejor, yo no tengo derecho a obligarte a lo contrario. Probablemente sea mejor así, si te mantienes concentrado en tus propias cosas y lejos de toda esta mierda. Quién sabe si tarde o temprano no ibas a ser vos el disparado, ¿y cómo quedaría yo si eso pasara? No, es mejor así. Sólo quiero decirte, de nuevo, que si la culpa es de alguien es mía. Sólo yo, ¿me entiendes? Vos no tienes nada que ver. Vos habrás predicho el futuro, pero yo soy el que decidió ir a crearlo de ese modo. Eso estaba en mis manos e hice con esa opción lo que hice. No tienes por qué darles más vuelta que esa.
-Me voy –anunció Marcos de repente-. Que te mejores y cuídate.
-¿Vas a tomar en cuenta lo que te dije? –intentó de nuevo.
-Chau –fue su única respuesta.
Entonces le colgaron.

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