martes, 20 de enero de 2015

Mil veces déjà vu. 9

Capítulo 9
-Realmente no sé por qué no pensé en esto antes –empezó Icaro, cargando una nueva cantidad de hojas que acababa de fotocopiar y dejándolas en la mesa de su comedor. Marcos vio que eran mapas detallados de Santiago del Estero y una serie de nombres directamente sacados de las guías telefónicas de otros lugares. Marcos hizo una mueca de incredulidad, pero
Icaro sólo sonrió sin detenerse-. Era obvio desde el principio. Vos necesitas algo así como el estímulo visual. Creí que podría ser algo físico o real, como la estación de policía o Marcela, pero en realidad debería poder cualquier cosa visible, ¿no? Mi cara, mi nombre en mis documentos, por ejemplo. De modo que ver todo esto –Señaló los documentos en la mesilla- debería ser suficiente para activar esa cosa contigo.
-Eso o te has gastado toda la tinta de la impresora al pedo –dijo Marcos, evaluando el grosor de un montón. No era terriblemente grueso como sus manuales escolares, pero todavía resultaba considerable-. Vos sabes que esto funciona más que porque quiere.
-Ya sé –confirmó Icaro, tratando de poner algún orden, dividiendo direcciones escritas, mapas de calles, fotografías y nombres-, pero llegados a este punto acepto lo que sea. De última puede que me ayudes a resolver otros casos y acabo cobrando un buen salario para darte uno a vos.
El detective le sonrió y Marcos trató de convencerse de que estaba disfrutando de la perspectiva, pero no se sentía realmente parte de la escena. Mientras más posibilidades Icaro lanzaba a su cara era más presión sobre sus hombros. El detective dijo que cualquier cosa servía, incluso si no estaba directamente relacionada con la Fronteriza. Una cara, un edificio, una situación. Estaba convencido de que incluso el pedazo de futuro más intrascendental podía servirle dentro de su presente desierto.
A Marcos le gustaría poder decirle que no era tan así, que a veces sólo volvía todo más confuso y debía preocuparse muchas veces del correcto camino a seguir, pero una gran parte de él sencillamente carecía del valor y la voluntad para destruir la esperanza, por minúscula que fuera. Todavía la fronteriza estaba suelta y en cualquier momento se le ocurría continuar con su racha sangrienta. Ahora que había sido descubierta, una loca como ella podía ser tan impredecible como el viento. En circunstancias tan desfavorables, la verdad, eran esas visiones lo único con lo que podían tener alguna posibilidad, por mínima que fuera.
-¿Quieres algo? –dijo Icaro, yendo a su cocina-. Compré galletas, gaseosa, para un café, mate.
Marcos miró su reloj. La hora de la merienda. ¿Por qué no?
-Con un mate está bien –dijo.
Volvió a mirar la sala, registrando la cantidad de fotos en las que salía Icaro junto a otras personas. La única “obra de arte” que se había permitido era un cuadro genérico de un parque cualquiera en un día soleado encima del televisor de pantalla plana. Abajo del mismo, la vidriera del mueble le dejaba ver las consolas de videojuegos que tenía y dos pilas de videojuegos adentro de los estuches. Marcos no había tenido ni idea de qué pensar al respecto. Al final nunca tuvo oportunidad de comprar lo que pretendía con su salario trabajando respondiendo teléfonos.
De pronto dio un respingo cuando sintió algo cayéndole en el regazo. El horrible gato de Icaro maulló y se acomodó como si él sólo fuera un almohadón creado para su comodidad. Marcos prefería a los perros en general. Leales, obedientes y mucho más fáciles de tratar que sus contrapartes, de los cuales tenía una imagen más bien de máquinas de rasguñar al menor capricho. Icaro ya le había asegurado que no pasaba nada con tocarle, siempre que se mantuviera apartado de la zona cicatrizada, porque sólo entonces ardía Roma, de modo que Marcos prefirió ni arriesgarse y lo dejó ser.
La criatura estaba caliente y su pelaje gris le recordó a peluches de su infancia.
-¿Qué le pasó en la cara? –le había preguntado al dueño, nada más ver a esa criatura tuerta devolviéndole a medias la mirada desde la altura de un sofá.
Después de un tiempo de observación, aparentemente satisfecho con la falta de peligros, el gato se acomodó para seguir contemplándole, como preparándose a tomar una siesta. La bolita de meta plateado en su cuello quedó como un mero punto reflejante y el resto del collar blanco sencillamente desapareció de la vista.
-¿A él? Unos pendejos de mierda le echaron gasolina y quisieron prenderlo, aprovechándose de que no era de nadie. Lo hicieron para entretenerse, por psicópatas. Eran chicos del viejo barrio adonde vivía antes de venir aquí, de modo que los conocía y conocía también a sus padres. Levanté una denuncia por crueldad animal y tuvieron que pagar una multa de no sé cuánta plata. Los quería matar nada más los vi, pero era eso o dejar que el animal se ardiera por completo. Eso fue lo que le quedó por culpa de esos pelotudos.
Marcos volvió a ver al gato. A pesar de su aspecto desagradable, y que parecía salido de una novela de Stephen King, no pudo evitar una punzada en el estómago al imaginarse gente tan cruel para hacer algo así y por mera diversión. Pero, en realidad, ¿de qué se sorprendía? Ya había visto lo que una enferma podía hacer y podía seguir haciendo sin importarle nada. Fue entonces que Icaro le explicó acerca de las manías del animales.
-Por lo general es muy cariñoso y bueno, pero no hay que tocarle adonde tiene las heridas. Por más que lo tenga curado, el mínimo toque ahí lo pone mal.
Y ahora tenía a esa bomba de complejos psicológicos revolcándose en su regazo, frotándose contra sus pantalones a cuadros. Marcos notó con resignación que le estaba llenando de pelo. Intentó, aunque fuera para no quitarlo bruscamente, pasarle la mano encima del lomo. Al animal pareció gustarle, si es que la leve vibración que sentía contra sí servía de alguna indicación, de modo que se apegó a ese accionar. La verdad no estaba mal.
-A la mierda –dijo Icaro, trayendo dos mates encima de una bandeja metálica en la que también había incluido la azucarera y un paquete de galletas dulces surtidas abierto-. Mira vos qué raro. De costumbre es más arisco con los extraños.
-Creo que sólo quiere aprovecharse –afirmó Marcos, viéndolo poniéndose cómodo.
-Y bueno, obvio. Todos los gatos son unos aprovechados –Icaro dejó su carga y acarició la oreja peluda de su mascota tras sentarse al lado-. Si te molesta decime y lo dejo en mi pieza.
-No, en serio está bien, no hay problema. ¿Cuál es el mío?
-Este –dijo Icaro, dejándole en la mano el mate rojo con grabados metálicos recorriéndole para representar una cuerda con un lazo. El del detective era uno azul sencillo de plástico-. ¿Te gusta dulce o amargo?
-Dulce –dijo Marcos, extendiendo la mano para servirse él sólo la azúcar.
Tres cucharadas le sabían a poco, de modo que no se contentó hasta poner cinco.
-Serás goloso, ¿no? –comentó Icaro, impresionado. Él sólo había puesto dos.
-Ya te dije que yo aprovecho lo que pueda mientras pueda –respondió Marcos con suficiencia, tomándolo tranquilamente-. Y te jodes si no te gusta.
-No he dicho nada. Bueno, empecemos con esto –dijo el detective, recogiendo un montón de fotografías sacadas de un programa de localización global, en el cual se veía representado cuatro barrios por hoja-. Miras, revisas, me dices si sale algo y ya.
-¿Y ya? ¿En serio es todo lo que vamos a hacer? Perdón. Quería decir lo que yo voy a hacer.
-Sí y no –Icaro sacó una libreta marrón del bolsillo de su pantalón. Enganchado con la tapa estaba una lapicera-. Vos vas viendo eso y yo, como todo un Sherlock, voy escribiendo cada sitio rechazado hasta que tengamos algo.
-¿A mano? Lo puedes hacer tranquilamente por computadora.
-Podría pero no –dijo Icaro, sin molestarse en agregar más, e hizo un gesto de que ya podía iniciar cuando quisiera.
Marcos exhaló una bocanada de aire e inició su trabajo. Lo único que tenía que ver era calles, captarlas y ver si eso acababa relacionándose con algo más dentro de su cabeza. Los primeros momentos él lo hizo con verdadera atención, repasando cada una de las líneas escritas en tinta, pero al cabo de una media hora, durante la cual Cesar aprovechó para buscar una cama más cómoda, cualquier cosa servía como distracción y ya perdía el hilo de lo que estaba viendo. Icaro revisaba las hojas que hacía a un lado y anotaba.
Era francamente aburrido. Marcos lo miró por encima de la hoja, apoyando el anotador contra sus rodillas. En ningún momento se había mostrado dispuesto para hacer ninguna otra cosa. Posiblemente por su trabajo estaba acostumbrado a ese tipo de actividades tan rutinarias. Tras media hora de absolutamente nada como resultado, el detective se levantó del sofá y anunció que se iba al baño. Cesar saltó a ocupar su lugar.
Marcos movió la cabeza de lado a lado para intentar desentumecer el cuello. Miró a un costado hacia la mesilla y el control remoto que sólo estaba ahí, esperado que alguien lo tomara para cumplir su trabajo con el televisor.
De pronto vio el rostro de Icaro acercándose de golpe a su cara y sintió la presión de unos labios ajenos contra los suyos. El joven se echó hacia atrás, como si temiera que el choque fuera a romperle los dientes. Pero un parpadeo más tarde, la visión mostró los ojos del detective entrecerrándose y percibió la presión de unos brazos sobre su espalda. Inconscientemente Marcos buscó de qué se trataba, pero, obviamente, en realidad no había nada. Se mordió los labios.
Ese era un beso. Un beso de dos. Había tenido los suficientes en su vida para saber cuándo era de uno o de dos. ¿Pero de dónde carajo había salido? Y más importante, ¿cuándo? Marcos colocó ese pequeño video de nuevo en su mente y trató de poner atención a los alrededor del rostro de Icaro, el techo anaranjado, que era igual al que tenía sobre su cabeza, y las paredes de color amarrillo que eran iguales a las del resto de la casa. Trató de ver antes o después, descubrir algo más de su contexto, pero sólo tuvo con más fuerza la presión y un suspiro caliente en contra de su propio rostro.
Marcos se levantó de un golpe y miró al pasillo por el que Icaro había entrado para ir al baño. ¿No podía ser ese justamente? El arco se parecía mucho y… la ropa. ¿Qué ropa llevaba? No veía nada más allá de la barba. Era una suerte que Icaro todavía no volviera, porque de haberlo hecho sin duda habría tenido que preguntarle qué carajo andaba buscando y por qué se había puesto rojo de repente.
Marcos trató de ordenar sus pensamientos, llevándose la mano a los labios a los que en realidad no les había pasado nada. Qué extraño. Era como si sólo hubiera pasado un segundo desde que pasara en realidad.
Podía creer que él haría algo como eso. Con eso no tenía problema en asimilarlo. El detective le parecía guapo y en general podía decir que le agradaba. Quizá era un poco demasiado gruñón, pero también lo hacía sentir cómodo. Y puede que se hubiera emocionado un poco más de lo necesario cuando lo llamó para invitarlo a su casa, pero eso lo había hecho desde el inicio. Creía que sería divertido salir a tener aventuras y poner gente mala en la cárcel, tener su propia misión secreta. Pero el caso era que incluso en los escenarios y situaciones que nada tenían que ver con lo que ninguno de los dos hacía para ganar dinero, todavía se sentía un poco más alegre de ver al detective. De compartir chiste y hechos intrascendentales de su vida en algún servidor o lado a lado en su automóvil.
Incluso ya se había imaginado a sí mismo besándolo, por qué no, carajo, y la idea no le había repelido en lo absoluto. Le gustaba Icaro. Enumerar las maneras y las formas y los por qués habría sido una pérdida de tiempo, porque después de todo él había estada y estaba ahí. Él ya había todo eso.
Lo nuevo era la respuesta que había recibido entonces. No se la habría podido esperar fácilmente por su cuenta. Ni siquiera estaba seguro de que ese fuera el primero, sino, por la forma rápida en que Icaro había reaccionado, debía ser ya una especie de costumbre para entonces. En otras palabras, podía bien tratarse de un futuro lejano.
Y el problema era que él no tenía mucho futuro por delante. El hecho de que no lo hablara constantemente con el detective y no lo viviera trayendo a colación en sus conversaciones no quería decir que el hecho alguna vez escapara de su memoria, que en alguna parte remota de sí no hacía otra cosa que contar días, minutos, segundos, esperando el momento de vislumbrar el último grano caer tras un destello blanco. ¿Cuánto tiempo tendría que esperar para que eso pasara? ¿Y entonces qué? ¿Disfrutarlo dos veces y se acabó?
-Che, ¿no quieres jugo o algo así? –dijo la voz del detective, haciéndolo casi dar un salto en el asiento.
-¿Cómo? –preguntó, desorientado.
-Que si quieres jugo. Yo sí quiero –Ni siquiera lo había visto el mayor, dirigiéndose directamente hacia la cocina.
De pronto Marcos se dio cuenta de que sentía la garganta seca y apretada, y que el mate, por más dulce que fuera, no le iba a ayudar un carajo a eso.
-Sí, buenísimo –dijo.
Escuchó el sonido del detective revolviendo en su alacena y luego el leve zumbido del refrigerador mientras era abierto, sacando una jarra cuyo cubitos de hielo se chocaban con los bordes de vidrio. Marcos se contempló los dedos unidos y cerró los ojos. Juntando valor, se levantó del asiento y se acercó a la cocina. Icaro ya les estaba sirviendo, llevando en la boca un pedazo de pan. Al verlo lo señaló primero al bocado que tenía y luego a la bolsa abierta a su lado.
-¿Quieres tostadas? –preguntó, sacándoselo un momento de los labios-. Creo que me queda algo de mermelada en la heladera, si gustas.
Marcos se dijo que esa era su casa y buscaba ser hospitalario como haría con cualquier amigo que recibiera. Negó con la cabeza.
-¿Te pasa algo? –dijo Icaro y un segundo más tarde abrió los ojos-. No me digas que viste algo.
-No, boludo –respondió por instinto-. Si fuera así te hubiera dicho de una, ¿no? ¿Para qué te andaría guardando información?
-Bueno, bueno, perdón –Icaro acabó de servir los dos vasos con el jugo de naranja casi hasta el borde. Los cubos de hielos ya habían suavizado sus bordes, pero seguían duros y tintineantes adentro mientras el detective lo llevaba al más joven-. Pero entonces ¿qué te pasa? ¿Andas mal o qué?
-¿Por qué? –preguntó a la defensiva. Era la única postura que se le ocurría en esos momentos. No podía afrontar la mirada del otro-. ¿Me has visto cara de algo?
-Y sí, la verdad sí –respondió el detective. Estaba en frente de él, parado, mirándolo y el hijo de puta no se movía-. Andas colorado. No me digas que te ha agarrado fiebre.
El detective levantó la mano para apartarle los mechones de la frente y Marcos se la empujó con la suya.
-Ya te he dicho que no me gusta que me trates de pendejo –dijo, levantando la cabeza. Tenía que echarla atrás para poder mirarlo de verdad. O besarlo-. Ya sé que me pasas unos años, pero tampoco es para tanto. No es como si tuviera, yo qué sé, trece años y vos cuarenta encima.
-Pero che, ¿qué te pasa a vos?
Ahora el detective estaba definitivamente extrañado y un tono ofendido empezaba a dar los primeros pasos por su voz.
-Nada –dijo Marcos-. Sólo te digo eso, no me trates de pendejo. No me gusta que lo hagas y lo sabes.
Icaro se le quedó mirando unos instantes más antes de dejar caer los hombros, cediendo. ¿Por qué no iba a hacerlo? De los dos era el más maduro y Marcos, secretamente, se sintió un poco aliviado por ello.
-Bueno, perdón. No quería darte esa impresión. Lo hago sin darme cuenta y no es porque te crea en serio una criatura ni nada.
Sólo un poco.
-Ya –dijo, dándole vueltas al vaso en su mano.
Quería que el detective volviera a su sala o decidiera cambiar de tema, pero parecía decidido a verlo, a esperar en silencio por algo que, a medida que los segundos continuaban silenciosos, a Marcos le irritaba todavía más. ¿Por qué no podía ser otro el adivino, para variar? Así se ahorraría el trabajo. Pero no quedaba de otra.
Marcos dejó su vaso de jugo en el mesó a su lado y extendió la mano hacia el pecho de la remera negra del detective. Bajo sus dedos apretó el TA en el logo de Metallica mientras lo atraía, poniéndole un punto final a las preguntas al elevar el rostro para alcanzarle los labios. No hubo respuesta inmediata. No hubo brazos estrechándole los costados, pero él tampoco se los esperaba. Sintió el pechazo de la barba y la suavidad de la carne rosada, y su propio corazón queriéndose convencer de que era otra noche en un boliche y acababa de bailar con un chico lindo, al que posiblemente echaría mano luego, pero de momento sólo tenía ese primer contacto. Cualquier cosa antes de hacer caso a la voz de la cobardía y el sentido común chillándole en los oídos, sofocados por sus latidos.
Pero no había música, no estaba borracho y posiblemente acababa de cargarla en grande. Marcos se alejó de él y lo miró a los ojos castaños, incapaz de dejar ir su remera. Era como si su mano fuera incapaz de decidirse a hacerlo. Marcos tragó lo que le pareció una enorme pelota. Sólo veía sorpresa por parte del otro.
-Para que te enteres –dijo y se volvió con su bebida al sofá.
Lo mejor que podía hacer era pretender que nada había pasado. Volvió su atención a las hojas de documentos como si fuera posible de verdad hacerlo.
-Espera un segundo –reclamó el detective, confundido-. ¿Qué carajo ha sido eso?
-¿Y qué te ha parecido a vos que ha sido? –replicó Marcos.
-No sé, por eso te pregunto –El detective pretendió tocarle la boca, pero sus dedos no llegaron a hacer el contacto-. A mí me ha parecido que has querido besarme para, según vos, demostrarme que no sos un pendejo. Lo que en sí habría sido una tremenda pendejada y, si esa era la idea, has conseguido todo lo contrario. ¿He acertado?
-Pelotudo –masculló entre dientes Marcos, dejando las hojas y el vaso. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Era una situación totalmente nueva para él. Apretó la mandíbula, sabiendo exactamente que el tratamiento de silencio que ahora le daba no era otra cosa que un reclamo esperando respuestas. Y las tenía, quería darlas, pero no sabía cómo sin sentirse desnudo-. ¿Te parece que nada más para eso lo he hecho? Que jamás nunca en toda la puta vida querría hacer otra cosa con un beso de mierda que ser un pendejo, ¿es así? Porque para eso sirvo nomás, ¿que no?
-Alto, no, ya me perdí –dijo Icaro, acercándose al asiento y finalmente sentándose. Hizo el gesto universalmente argentino de preguntar lo siguiente-. ¿Entonces qué carajo?
-Por la puta que te parió –exhaló Marcos, pasándose las manos por el rostro-. ¿En serio es que te tengo que deletrear todo? ¿Letra por letra? ¿No puedes adivinar vos un poquito aunque sea para variar? ¿Todo te lo tengo que decir yo?
El detective se echó hacia atrás. No era estúpido, por lo que ese gesto sólo podía significar que lo estaba entendiendo y estaba lejos de asimilarlo con buen gusto. Marcos recogió su celular de la mesilla y se levantó.
-Olvídate de que he dicho nada –dijo, dirigiéndose a la puerta.
-Pero espera un poco, carajo –pidió Icaro, exasperado, levantándose a tomarlo del hombro-. ¿Al menos me podrías dar tres segundos para entender lo que me quieres decir?
-Es que no hay nada que decir –cortó Marcos, soltándose-. Yo ya te he dicho todo lo que quería y vos me has respondido como has querido. Si no quieres una mierda conmigo, me parece perfecto, chango, yo no estoy obligando. Cosa tuya. Pero si es así entonces déjame ir a casa y seguimos con esto en otro momento, no ahora.
-¿De qué mierda estás hablando? ¿Te estás escuchando lo que dices? En ningún momento he dicho algo como eso. No andes asumiendo cosas así de la gente.
Eso último fue el colmo.
-¡Pero para ya con la reprimenda, la puta madre! –espetó, apartándose de él-. Ya está, ¿está bien? Ya está. Ya fue. La pelotudez fue mía y lo acepto. Hagamos nada más cuenta de que no pasó y todo mundo contento con su puta vida.
Icaro giró los ojos con exasperación.
-¿Pero al menos me vas a dejar hablar? Deja de inventarte discusiones vos solo. No sé qué lo que habrás visto vos, pero así no se puede llegar a ningún lado –Tomó una profunda bocanada de aire-. Cálmate un poco. Yo también me calmo. Sentate y hablamos con calma.
-¿Para qué? –dijo Marcos, sabiendo que parpadeaba más de lo necesario. Vio la puerta con ganas de no hacer otra cosa que salir por ella corriendo y no parar hasta llegar a su propia pieza. A la vez no podía moverse en ninguna dirección-. Si es para meta andar consolando, olvídate de una.
-¿Quieres decidirte de una puta y dejas de hacernos perder el tiempo a los dos?
Marcos vio al detective de forma incrédula y algo en él estuvo a punto de resquebrajarse cuando la cara del detective cambió de severa a resignada, y de pronto lo estuvo abrazando contra sí.
-¿Qué…? –dijo Marcos. Empezó a luchar, diciéndose que primero se mataba antes de llorar pero haciéndosele cada vez más difícil-. ¿¡Pero qué haces!? ¿No que tanto querías que me largara? ¡Soltame, hijo de puta! ¡Andate a la mierda, carajo!
-¿En serio quieres mandarme a la mierda? –preguntó el detective con voz tranquila-. ¿De verdad esta vez? Sólo déjame hablar un rato.
Marcos siguió peleando, pero ya sabía que era inútil. No sólo era más bajo, sino delgado y con los músculos mucho menos definidos. Dio unos cuantos forcejeos más, sintiendo ninguna diferencia, y para cuando se rindió sabía que había perdido más de una batalla. La primera lágrima se le derramaba y no podía hacer nada para evitarlo, ni siquiera limpiársela.
-Hijo de puta… -escupió entre dientes-. Pelotudo de mierda, pajero de cuarta. De tercera.
Icaro amagó con apartarle el mohicano deshecho del rostro y Marcos apartó la cabeza, si bien con menos voluntad. El detective suspiró.
-¿Me vas a dejar hablar ahora sí? –preguntó con un tono suave.
Marcos se encogió de hombros.
-Como si tuviera de otra –replicó.
-Es que si no vos… –Un nuevo suspiro, seguido de una negación de cabeza-. No importa. Lo que te quería decir es que no me importa qué charla crees que has previsto en tu cabeza, pero es obvio que la has tenido toda mal desde el principio. Me has sorprendido, eso sí, pero en ningún momento he dicho que no podía ni siquiera planteármelo.
-¿Y entonces qué? –preguntó Marcos, mirando las letras metálicas para no verle a la cara-. Ya tienes lo que querías. Ya me calmé, ya te estoy escuchando. Y sigues sin decir nada. Yo no tengo problema si no quieres nada. Eso sí es de verdad. Total, sólo fue algo que se me ocurrió.
Icaro lo miró. Marcos sabía que veía el camino húmedo de sus mejillas. Estrujó los puños a sus costados. Si decía una sola palabra al respecto…
-Incluso si sólo fue así –siguió, con la misma calma, quizá con la voz un poco más profunda-, se puede tratar.
-Ya. Me jodes.
-A ver ¿y para qué haría eso? ¿Te parece que te tendría así ahora si no me importara y sólo quisiera hacerte una joda?
Marcos levantó un brazo y aferró entre sus dedos la tela de algodón. Podía sentir el calor de su vientre bajo los nudillos. Dejó caer la frente contra su pecho, casi derrumbándose.
-Pudiste haber dicho eso desde un principio, puto –susurró con fingido rencor.
Icaro emitió un resoplido de risa mal contenida y le estrechó contra sí.
-Acepto toda la culpa –dijo, apoyándole la mejilla contra la coronilla. A Marcos le pareció tener un sombrero que se movía cuando el detective volvió a mover la mandíbula-. ¿Estás tranquilo?
Asintió con la cabeza. Aprovechando que la presión ya había aflojado, se limpió el rostro con presteza.
-Sabes que te podría haber pateado en las pelotas si quisiera, ¿no? –comentó, sin querer despegarse de él, sin querer que lo soltara de nuevo.
De todos modos era verdad.
-Ya sé. Y yo te podría haberte dejado ir sin mover un dedo –agregó Icaro, peinándole con sus dedos el mohicano hacia atrás-. ¿A mano?
Marcos levantó la vista. Todavía las cuentas estaban desiguales.
-Ah –dijo el detective, comprendiendo su mirada.
Procedió, en honor a la justicia y a la igualdad, a resolver la diferencia iniciando él el siguiente beso.

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