tag:blogger.com,1999:blog-53569828044382034622024-02-06T20:28:51.126-08:00La marcha de la reinaCandy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.comBlogger32125tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-4446128619492450132015-02-10T23:31:00.001-08:002015-02-10T23:31:30.990-08:00Me lo contó un pajarito...: Mil veces Déjà vuLa primera reseña de Mil veces déjà vu.<br /><br />
<br /><br />
<a href="http://novelasdeamoryaoiywattpad.blogspot.com/2015/02/mil-veces-deja-vu.html?spref=bl">Me lo contó un pajarito...: Mil veces Déjà vu</a>: Mil veces Déjà vu Hay un asesino suelto por Argentina. Cuando su tutor muere por causas desconocidas, el detective privado Ícaro no t...Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-25954951516012601382015-01-20T19:28:00.003-08:002015-01-20T19:28:32.336-08:00El regalo de Navidad<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgVPuDDsqjBCiNU6RD4h6RP55OBpXTIS4AAbkpa_ikhYUwHYzw-ei-wbSRNYBpPpymJ11e6EFDhYUXaAiAR3nXo6OIDYehlv_T_8nFNc7LKEOlh8CR5MAwBFBKo2LwhZJNF5AA1RYf0VZZF/s1600/1167082790_f.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgVPuDDsqjBCiNU6RD4h6RP55OBpXTIS4AAbkpa_ikhYUwHYzw-ei-wbSRNYBpPpymJ11e6EFDhYUXaAiAR3nXo6OIDYehlv_T_8nFNc7LKEOlh8CR5MAwBFBKo2LwhZJNF5AA1RYf0VZZF/s1600/1167082790_f.jpg" height="240" width="320" /></a></div>
<strong>Género:</strong> fantasía, terror.<br />
<br />
<strong>Resumen:</strong> La reina negra ha encontrado una nueva misión.<br />
<br />
<strong>El regalo de Navidad</strong><br />
<br />
Cada dos semanas el orfanato San Pablo organizaba una salida grupal.
Era una medida relativamente nueva que les había impuesto el Ministerio
competente y ahora se veían obligados dos empleados a vigilar a más de
una docena de niños entusiasmados con el prospecto de su primer viaje
turístico.<br />
<a name='more'></a><span id="more-1892"></span><br />
Se suponía que estaban en fila esperando al tren que los llevaría a
dar una vuelta por el parque, pero incluso si insistían en que se
tomaran de las manos y se estuvieran quietos alguno siempre se salía de
la línea y no volvía hasta que un adulto se hubiera desgarrado la
garganta. El calor del verano y la cercanía de las fiestas navideñas
eran ambos conspiradores para la anormal cantidad de gente que andaba
paseando por la plaza. Entre ellos y aquellos que venían por su propia
voluntad, la fila era casi tan larga como la calle.<br />
Cuando finalmente el tren rojo cumplió con su horario y apareció,
llevando a todos los niños a un trance contemplativo de los personajes
animados que pasaban con él, la encargada mayor les ordenó a los gritos a
los niños de que se tomaran las manos para subir. El otro encargado los
fue contando de dos en dos, a pesar de que sabía que eran un número
impar. Faltaban cinco. Mientras los padres subían a sus niños, él buscó
por sobre las cabezas y entre los pechos a una cabeza colorada que
estaba seguro no haber visto. Cuando falló en dar con ella entró en el
vehículo y le mandó a su compañera decirle al conductor que esperara un
rato. Le respondieron que se apurara o se iban a quedar atrás.<br />
El hombre pensó en la insoportable inconveniencia que había sido
tener que llegar hasta ahí y en cuánto preferiría estar en su oficina
con aire acondicionado en lugar de quedarse cuidando a un montón de
rezagados. Automáticamente maldijo al colo, sólo porque era la única
identidad clara que tenía como culpable de esa nueva molestia.<br />
Menos mal que no le tomó mucho tiempo. Estaba cerca de la estatua de
San Martín y los otros cuatro formaban un grupo cerrado a su alrededor.
Estos últimos eran de los mayores, tanto cronológica como físicamente, y
el segundo más alto se reía por algo que el niño de rostro tan rojizo
como su cabello había dicho. No tenía nada de nuevo esa escena.<br />
-¡Che! –los llamó-. ¡Dejen de tontear y muévanse! ¡El tren ya se está por ir!<br />
-Vamos –dijo uno de los chicos mayores.<br />
El que se riera se inclinó a decirle algo al colo, pero todos
siguieron su marcha y aceptaron tomarse de las manos al entrar. Una vez
adentro ocuparon los únicos asientos disponibles. Mientras el hombre se
iba al frente para informarle al conductor de que ya estaba todo en
orden, el colo se quedó al lado de un niño de tres años encima del
regazo de su madre, haciendo saber al mundo que tenía unos excelentes
pulmones y además estaba en medio de una rabieta.<br />
El colo, al que todos llamaban colo por defecto y Manuel cuando lo
regañaban, quería que la tierra lo tragara y no lo escupiera hasta que
fuera lo bastante grande para no importarle lo que esos brutos decían.
Incluso a sus escasos ocho años de edad ya tenía una idea bastante clara
de su inteligencia respecto a la de otros. Al menos cuando estos se
concentraban tanto en perseguirlo para hacerlo caer a pura zancadillas y
luego burlarse de lo bruto que era.<br />
El colo miró la nuca del hombre que los había traído, el mismo que se
encargaba de las cuentas en el orfanato y había visto varias veces a
los chicos rodearle, pero no había dicho nada. ¿Le importaba alguno de
ellos? ¿O era de verdad tan imbécil que no se daba cuenta de que como
adulto debería estar diciendo algo? Al menos el tipo antes de él, el
señor Martínez, decía algo del tipo “no peleen”, pero este ni siquiera
se tomaba esa molestia. Le gustaba el señor Martínez. Incluso lo enviaba
a la enfermería para pedir nuevas curitas, mientras a este veía sus
rodillas, manos o codos raspados sin pronunciar una sola palabra al
respecto. Exactamente igual a las mujeres. Lo odiaba.<br />
-Hola –dijo alguien a su costado y él se sintió dar un pequeño salto.<br />
Al mirar vio a una chica sonriéndole. La primera impresión que tuvo
de ella era que debía ser una muñeca traída a la vida. Con el cabello
negro desmechado cayendo a los lados de su rostro, la blancura de su
rostro resaltaba todavía más. Llevaba un sombrero que podría ser de copa
pero era muy pequeño, sujeto por cintas negras con una mariposa
metálica en la base. Sus labios pintados de un suave rosado se movieron.<br />
-¿Cómo te llamas? Yo soy Vale –siguió diciendo.<br />
El colo miró al otro lado del asiento adonde estaba ella. Creía que
el suyo era el último lugar disponible, pero debió haber contado mal
porque ahí estaban. Esperaba ver a una versión miniatura que sería su
hermana o algún niño, pero se trataba de un chico que debía ser unos
años mayor, de piel morena y vestido con algo que le hizo recordar a un
traje militar, pero nunca los había visto de color negro y rojo. Este
tenía la cabeza vuelta hacia el exterior, sin ponerle ninguna atención
hacia el ajetreo dentro del tren o a su acompañante. Debió sentir la
mirada encima de él porque se movió apenas para mirarle de reojo con
unos ojos celestes pero después de un segundo volvió a su posición
original.<br />
La chica estaba inclinada al frente, inclinando la cabeza para
escucharle. No le gustaba el tipo con el que estaba, pero al menos ella
parecía inofensiva.<br />
-Manuel.<br />
-¿Cómo la estás pasando, Manuel?<br />
-Bien.<br />
-He visto a esos chicos que te andaban molestando –agregó ella con un
tono suave, como de mantener el tacto mientras hablaba de algo
desagradable-. Perdona que te lo diga, pero no parecen que sean muy
amables contigo.<br />
Manuel sintió sus mejillas calientes.<br />
-No me gusta cuando la gente se pone así –continuó la chica,
frunciendo un poco el ceño-. Es una cosa muy fea para hacer a otros. ¿Y
los grandes no dicen nada? Eso no está bien.<br />
-Sí… -dijo Manuel y de pronto se encontró diciendo que no era la
primera vez que le pasaba algo así, que ya le parecía que se ponían peor
desde que sabían que nadie iba a detenerlos.<br />
Le acabó contando a esa extraña Vale gran parte de su vida, más
tranquilo y relajado sin que ella reaccionara negativamente cuando
expresara su abierto desagrado. Lejos del inefectivo “ignóralos y se
cansarán” o el clásico “vos sos mejor que ellos para eso”, era como si
la extraña estuviera de acuerdo con sus sentimientos. Por primera vez
sintió que alguien estaba de su parte. Fue un lindo cambio, para variar.<br />
Dieron la vuelta por el parque y un payaso vestido de Pinón Fijo
subió desde una esquina para vender globos y alfajores baratos. La madre
con el niño de tres años compró de ambos con la esperanza de calmar a
su hijo y gratamente funcionó. Los niños del orfanato recibieron algunos
globos gratis (por algo eran huérfanos), pero los alfajores tenían que
ser pagados por el hombre de las cuentas. Y como era el caso que si le
compraba a uno tendría que comprarles a todos, ninguno recibió el dulce.<br />
Valentina se volvió al del traje militar y le susurró algo. Este le
dio un dinero y Valentina se lo entregó al payaso, tras preguntarle a
Manuel si le gustaba más blanco o negro. Apenas había conseguido comer
algo en el almuerzo ese día, de modo que el par de paquetes de chocolate
blanco fueron bien recibidos. Manuel esperó que alguno de los otros
viniera y quisiera robárselo o extendiera la mano para “pedirle” uno,
pero ninguno le ponía atención, todavía menos que de costumbre.<br />
-Gracias –musitó en cuanto pudo acordarse de sus modales.<br />
-De nada –dijo ella, llenándose la boca con su propio dulce-. Gracias –dijo a su amigo militar.<br />
El susodicho se encogió de hombros por toda respuesta. Manuel quería
preguntar quién era ese tipo y qué era de ella, pero Vale continuó
preguntándole qué le gustaba más comer y la conversación volvió a girar
entorno a él, lo que fue difícil de resistir.<br />
Continuó viéndola en los días siguientes. Le había dicho cómo se
llamaba el orfanato en ese primer encuentra, así que verla nuevamente
saludándole desde el otro lado de la reja en el jardín le causó más
alivio que preguntas. Todavía tenía cierta sensación de irrealidad
mientras le hablaba, como si debieran ser personajes dentro de un libro
de fantasía o un programa de televisión donde en el momento menos
esperado a Valentina le comenzarían a salir alas con chispitas de
colores. Pero le gustaba, aun así.<br />
Mayormente hablaban de su día a día, yéndose con frecuencia en
monólogos auto-indulgentes que nunca antes había tenido la oportunidad
de expresar en voz alta. No fue sino hasta que ya había pasado una
semana que Manuel se animó a inquirir acerca del tipo que parecía
esperar a Valentina sin falta desde la otra vereda. Incluso si cambiaba
la vestimenta podía reconocerlo sin problemas a la distancia.<br />
-¿Ese? –dijo Vale, girándose un segundo-. Lo adoro. Se llama Kross.
Es mi… ¿cómo te lo digo? ¿Sabes lo que son las personas que se besan en
la boca, se toman de las manos y se compran chocolates entre sí? Es algo
como eso, pero tampoco tan así porque a él no le gustan mucho esas
cosas. Me ha ayudado mucho desde que era chiquita y lo sigue haciendo
hasta ahora.<br />
-Ah, bueno…<br />
Manuel miró hacia sus pies. No sabía qué era lo que esperaba como
respuesta y tampoco sabía qué le estaba causando aquella. Entendía la
dinámica de las parejas.<br />
-Voy a volver adentro –dijo. Se sentía mal con una pelota al final de su boca-. Hace mucho calor ahora.<br />
-Bueno –respondió Vale, un poco descolocada-. ¿Quieres que te espere o que vuelva más tarde?<br />
-Creo que voy a dormir hasta la hora de la comida –dijo en lugar del no directo que era incapaz de pronunciar.<br />
Se dio la media vuelta, dejando colgada la mejilla que Valentina
solía poner en su dirección para el beso de despedida. Regresó al
edificio y se dirigió a la habitación que ocupaba con otros tres chicos.
Dio un solo vistazo por la ventana en dirección a la otra calle y fue
imposible no sentir su mirada atraída por los lazos negros y los tules
blancos en movimientos mientras Vale le daba un abrazo a Kross. Kross la
envolvía en sus brazos en respuesta. Se sintió como a punto de vomitar
de nuevo y despegó la vista de ahí.<br />
-¿Qué está haciendo, su majestad? –preguntó Kross, frotándole la base del cuello a Valentina.<br />
Ella se acomodó contra su pecho.<br />
-No sé, me da lástima el chiquito. Nadie le da bolilla y nadie mueve
un dedo si le pasa algo. Me hace acordar a como vivía antes de estar con
Tomás o contigo.<br />
Kross sabía de qué época hablaba. Antes de vivir con el que sería una
especie de figura paterna, Valentina sólo era una niña de la calle que
vivía de mendigar en los sitios públicos y cuando aquel hombre murió, se
convirtió en la residente de un manicomio abandonado lleno de otros
desafortunados sin hogar.<br />
-¿Quiere ayudarlo, mi reina? –preguntó.<br />
-Podría… Me ha dicho que desde hace años viene pidiendo lo mismo para
Navidad pero no ha podido recibirlo. Una bicicleta. Aprendió a manejar
sin rueditas con su familia cuando tenía cuatro, pero desde que murieron
no ha podido tener otra.<br />
Kross sonrió sin disimulo. Conocía lo que implicaba una ayuda por parte
de Valentina y le encantaban las consecuencias de ello. Siempre
resultaban en un entretenimiento digno de verse.<br />
El sentimiento que no sabía cómo llamar pero se parecía demasiado al
enojo le duró hasta la siguiente visita de Valentina. Ella estaba tan
alegre y solícita y había tenido un día tan malo que ni siquiera
consideró una verdadera posibilidad rechazarla. De nuevo estaba ahí, la
confianza, la facilidad de la charla que no tenía con nadie hasta que se
hacía de noche y tenían que llamarlo a los gritos para que volviera
adentro.<br />
-¿Qué tal sería devolverles algo de lo mismo, Manuelito? –le preguntó Vale en cuanto lo hubo dejado descargarse.<br />
-No, ¿para qué? Cada vez que les digo algo sólo se ríen y la seño
Lima dice que tendría que aprender a resolver nuestras cosas entre
nosotros.<br />
-Bueno, no necesariamente vos, pero yo podría hacerlo. Tengo muchos amigos como Kross que hacen lo que yo les pida.<br />
Manuel dirigió una mirada al frente. Desde que sabía su nombre Kross
le daba una vibra como de perro guardián, uno por el cual los dueños
pondrían carteles advirtiendo a los potenciales ladrones que tuvieran
cuidado. Quiso imaginar qué clase de cosas ese perro podría hacer a una
sola palabra de Vale. De pronto no le gustó pensar en ello y su cuerpo
reaccionó con un escalofrío incomprensible incluso para sí mismo.<br />
-No –dejó escapar con una exhalación, antes de cubrirse la boca.<br />
¿De dónde había salido semejante vehemencia? Vale juntó a las cejas en modesta sorpresa y clara confusión.<br />
-¿Por qué? –preguntó con esa forma inocente suya que no ocultaba
nada-. Sería lo más fácil del mundo. Así ellos nunca te molestarían de
nuevo y vos podrías hacer lo que quieras. No tendrías que aguantar
grandes tan malos como los que tienes aquí.<br />
-No –repitió Manuel dando un paso hacia atrás. Por el rabillo del ojo
vio que Kross los miraba y la atención que les dedicaba requería de él
tener los brazos descruzados para variar. ¿Había oído? Bueno, suponía
que no sería tan fuera de lugar. Los perros tenían fama de excelentes
oyentes. Volvió con Vale y ella todavía esperaba que elaborara más en su
negativa, que le diera sus propias razones, pero ¿cómo hacerlo si ni
siquiera él sabía cuáles eran?-. Escucha… no hagas caso de lo que te he
dicho. Todo está bien. No tienes que hacer nada.<br />
-Pero quiero hacerlo –dijo ella, elevando el labio inferior en un
puchero que probablemente se vería ridículo y falso en cualquier persona
tan grande como ella, pero que los vestidos y el conocimiento previo de
su carácter sólo permitía tomarlo en un sentido literal-. No quiero que
la pases mal… sobre todo ahora que viene Navidad. ¿No quieres tener una
celebración linda, tranquilo y contento sin molestias?<br />
Manuel mantuvo la vista en el suelo. Se obligó a pensar en carteles
de cuidado con el perro para no subir la cabeza y hacerle saber que eso
era exactamente lo que quería. Sólo que no como ella lo ofrecía.<br />
-Nosotros… -empezó, agarrando el borde de su remera en su puño- vamos
a recibir juguetes donados por dos iglesias este año. Puede que por ahí
me toque algo bueno. Y, y… -Tragó con fuerza, buscando qué seguirle
para intentar convencerla- todos ellos ya son muy mayores. Dentro de
nada los van a estar adoptando o se van a tener que ir.<br />
-Pero para eso pueden pasar años, Manuel –dijo ella con un tono casi
maternal-. En un solo año, incluso una hora, pueden hacerte muchas
cosas. ¿No sería mejor encargarse de eso mientras se pueda y no tener
que preocuparse más?<br />
Manuel no veía películas de mafiosos y Valentina tampoco, pero ambos
entendían lo que significaba encargarse de alguien en ese contexto.
Valentina lo tenía tan claro como una parte normal de su vocabulario.
Manuel echaba miraba hacia Kross, seguro de que éste ni siquiera miraba a
Vale sino a él, y eso no le gustaba para nada. Cualquier deseo de
confirmar de pedir aclaraciones se le deshacía antes de que siquiera
formularlo. Se sentía como si dando un paseo de pronto hubiera
encontrado un escorpión asomándose por una rosa que justo quería tomar.
Sólo le había pasado una vez.<br />
-No quiero que hagas nada –espetó, frotando la mano que había
extendido en aceptación sobre su otro brazo-. Ya alguien me va a sacar
de aquí. Por Navidad algunas veces vienen padres. Me van a sacar de
aquí, no te molestes.<br />
-¿No quieres que yo lo haga? Podría convencer a los otros de tomarte.<br />
Manuel levantó la vista y Vale tenía una sonrisa preciosa, la misma
con la que le entregó los alfajores sin darle mayor importancia. La
amabilidad con la que le hablaba incluso ahora le hizo conjurar una
imagen de ellos dos caminando de la mano a la escuela, comiendo un
helado en la plaza, ella agachándose para dejarle tocar los adornos que
se ponía en el cabello y yendo a comprar una nueva bicicleta. Era tan
fácil verlo cuando ella le miraba así, como si de verdad le importara.
Como si de verdad lo quisiera.<br />
Pero luego estaba el tema de la semántica usada, otra vez. La enorme
diferencia que había entre “vamos a adoptarte”, palabras que nunca había
escuchado dirigidas a él, con las que todos los chicos ahí adentro
soñaban, y “vamos a tomarte.” La implícita certeza de que tendría que
ser tomado para poder salir de ahí, dejando a algo desconocido y sin
correa entrar por la puerta.<br />
Manuel empezó a llorar. No tenía idea de por qué exactamente, pero
Valentina tampoco preguntó, sacando un pañuelo de tela de un bolsillo
invisible para pasárselo por las mejillas. Su mano se sentía tibia, más
suave que cualquiera de las pocas personas que sostuvieron pañuelo de
papel para que soplara.<br />
-No –le dijo, alejándose a pesar del dolor que empezó a penetrar en su pecho con cada palabra-. No quiero ir contigo.<br />
-¿Manu?<br />
-Vete a casa –hipó, limpiándose con la manga-. No quiero que vengas. No quiero que hagas nada. Déjame en paz.<br />
Valentina pareció herida por sus palabras y él se dio la media
vuelta, corriendo para echarse en la cama y empezar a olvidar la
confusión que llenaba su cabeza. Cada fibra de su cuerpo peleaba por
devolverlo atrás, por decirle a ella que podía hacer lo que quisiera
siempre y cuando no volviera a dejarlo solo, aceptar sus abrazos, los
caramelos y la serenidad perfecta, pero algo dentro de sí sabía mejor
que eso y tenía miedo de lo que podría pasar si no le hacía caso.<br />
Valentina se quedó unos segundos en esa misma posición, de rodillas,
el brazo semi-extendido por entre las rejas del patio para limpiar una
cara que ya no estaba a su alcance. Al erguirse Kross estaba a su lado.
Había oído sus pasos y la mano sobre su hombro no la sorprendió.<br />
-¿Nos vamos, majestad? –dijo él con suavidad, un registro que sólo lo reservaba a ella.<br />
Valentina lo vio y sus ojos estaban secos, pero la determinación
detrás de los irises verdes claro envió un pequeño chispazo de
excitación en su cuerpo. El orgullo empezó a rugir y a cimentarse con
fuerza cuando ella guardó el pañuelo con la mano convertida en un puño.<br />
-Tenemos que ayudarlo. Llama a los otros.<br />
La sonrisa que dio Kross podía haber sido encantadora para algunos. A
Manuel lo habría espantado, viendo puros dientes a punto de atacar.<br />
-Sí, mi reina.<br />
—<br />
La Navidad era una época excelente para los demonios. Los de más alto
rango, aquellos que normalmente se quedaba en el infierno esperando a
una seria de circunstancias que hicieran posible su aparición, veían las
fechas acercarse y pasar sin otra cosa que un encogimiento de hombros.
Los de nivel medio y bajo, aquellos cuyo poder podía ser retenido más
fácilmente sin problemas, y por lo tanto se encontraban libres para
merodear por la Tierra, aprovechaban las fiestas, el alcohol inducido,
las drogas repartidas en fiestas y los deseos suicidas para buscar al
humano que les permitiera manifestar su verdadera naturaleza. Ellos no
podían hacer nada de mayor peso sin el consentimiento apropiado, el cual
se veía más fácil de conseguir a medida que la noche avanzaba con su
manto implacable en cada rincón del mundo.<br />
A la mañana siguiente habría accidentes de autos y sería fácil
achacarlo a la bebida. Miembros de una pareja parecerían haber perdido
el control de repente y acabar con su compañero sin parpadear un
segundo. Cuerpos colgando de vigas en el techo o en el armario abierto,
algunos con notas y otros sin ellas. Escopetas presionadas contra bocas
abiertas y dispuestas, dándoles la bienvenida. Pastillas tomadas en un
número superior al recomendable. Bolsas de plástico succionadas en un
último respiro desesperado. ¿Quién podría nunca encontrar nada raro en
ello? ¿Qué alarmas iban a encenderse si el susurro en el oído de un
perturbado de pronto adquiría manos solícitas y un hambre por algo que
no era comida? Algunos incluso se entregaban con amor de amantes antes
del fin del mundo. Otros, desde luego, sentían terror. Dependía mucho de
las preferencias de la voz, realmente, y cómo prefiriera recolectar su
siembra.<br />
El grupo invisible que acompañaba a Valentina por la vereda se sentía
especialmente afortunado. Eran varios y su número fluctuaba
constantemente, de modo que ni siquiera ella los conocía a todos. Tenía
ubicados los rostros y los nombres de los miembros más constantes, y con
eso se sentía satisfecha. El resto sólo se sentían inclinados a andar
por sus alrededores con la promesa de un entretenimiento digno, como les
tocaba esa noche.<br />
El edificio del orfanato era una construcción gris repintada por un
plan del gobierno hacía los suficientes años para que ya casi no se
notara. Un sólido portón de metal separaba el patio del frente con el
exterior, ubicado en el medio de dos paredes delgadas de cemento rugoso.
Unas luces navideñas brillaban justo debajo de los vidrios molidos en
la parte superior y un moño rojo colgaba del pequeño visor por el que
revisarían quiénes eran los visitantes antes de permitirles hablar. El
moño parecía un adorno al que habían utilizado varios años seguidos. Los
brillos en los bordes casi habían desaparecido.<br />
-Se han matado con las decoraciones –dijo una mujer vestida en un disfraz de Papá Noel que le permitía presumir de sus piernas.<br />
Ella, como todos en el grupo, tenía los ojos negros sin ningún
espacio blanco. Sólo se veía la pupila bajo la luz correcta y los
reflejos alrededor podían tomar el color que fuera, cambiando a cada
segundo como un arcoíris que no cesaba de girar, retorciéndose sobre sí
mismo como sobre una llama consumiéndolo. Podían hacer que cualquier
humana ante el cual decidieran manifestarse los vieran del color que
quisieran, de modo que no levantaran sospechas. La única excepción a esa
característica común entre ellos era Valentina, cuyos ojos verdes claro
miraba hacia arriba desde hacía tiempo.<br />
Ella había visto las ventanas y esperaba ver a una figura de
brillante cabello rojo, pero no había tenido ninguna suerte. El diseño
en rojo sangriento y verde mustio de su vestido la hacía ver como una
muñeca de temporada a la que hubieran mantenido guardada en el sótano
por muchos años, finalmente con una oportunidad de moverse por su
cuenta. El detalle que habría sido difícil relacionar con esa imagen
sería el hacha pintada a rayas blancas y rojas sujeta por un soporte
disimulado en su espalda.<br />
Nadie creía que tendría una oportunidad real de utilizarla, pero la
prevención nunca vendría mal. Un hombre cuyo estilo de motoquero no
combinaba para nada con su sombrero de Papá Noel miró a la cerradura del
portón y luego a Valentina, expectante.<br />
-Abran la puerta –pronunció con su voz suave.<br />
El hombre puso su palma en contra de la cerradura por un segundo y
luego tiró de la manilla. El hombre corrió el portón a todo lo que daba y
los presentes se dispersaron por el patio. Valentina volvió a levantar
la vista, abstraída. Kross a su lado se irguió, arreglándose la corbata
de moño negro que iba con su propio disfraz navideño. No le importaba lo
que nadie dijera, Jack Skellignton era tan parte de las fiestas como
cualquier árbol con luces.<br />
-Póngase en posición todo mundo –anunció, dirigiéndose a la puerta de la entrada.<br />
Algunos impacientes rezongaron, pero la mayoría subió por las
superficies cual arañas, ubicándose justo al lado de cada ventana. Las
del piso inferior tenían rejas encima, pero eso no representaría un
problema.<br />
-A su señal –dijo Kross, deteniéndose.<br />
Nadie adentro habría visto todavía nada extraño ni sería capaz de oír sus voces.<br />
Vio que Valentina seguía a su espalda. Esperó a que ella asintiera antes
de sonreír y presionar el botón del timbre. Cuando una empleada abrió
la puerta, limpiándose las manos en un pasador, Kross podía verla con
unos ojos verdes gemelos a los de Valentina. La mujer los miró como el
peculiar par que eran y luego a sus espaldas, el portón abierto.
Esperaban que preguntara cómo habían entrado, pero en su lugar quiso
saber qué querían.<br />
-Disculpe –dijo Valentina, dando un paso al frente-. ¿Usted trabaja aquí?<br />
-¿Cómo? Disculpen, pero estoy muy ocupada ahora en la cocina. ¿Qué necesitan?<br />
-Necesito saber si usted trabaja aquí –siguió Valentina-. Para ver qué hacer con usted.<br />
-¿Cómo? –la confusión de la mujer ahora era palpable.<br />
La irritación venía justo detrás. Tenía la mano encima del picaporte y
estaba lista para cerrarle la entrada en sus narices. Kross se volvió a
Valentina.<br />
-No creo que haga ninguna diferencia, mi reina –dijo sin molestarse
en bajar la voz o pretender discreción-. Está aquí y ayuda a la misma
gente. Además siempre es menos problemático no dejar testigos. Sólo por
si acaso.<br />
Valentina apretó los labios, considerándolo.<br />
-Supongo que tiene sentido. El amigo de mis enemigos es mi enemigo, ¿no?<br />
Kross sonrió.<br />
-Exacto.<br />
-¿De qué carajo…?<br />
-Tienen permiso –dijo Valentina, mirando hacia un punto indeterminado sobre ella.<br />
De pronto cada persona dentro del orfanato escuchó, vio y sintió a
las ventanas estallando a un mismo tiempo. La mujer pegó un sobresalto,
mirando a sus espaldas mientras gritos y sonidos de distintos destrozos
comenzaban a expandirse desde el interior. Al volver la vista al frente
encontró a Kross a un paso de distancia y sus ojos habían perdido el
color.<br />
-Mala suerte –expresó él con un ligero movimiento de hombros antes de
agarrarla del cuello y elevarla del suelo, llevándosela al interior del
edificio.<br />
Valentina cerró la puerta detrás de ellos. Los gritos y sonidos de
lucha se extendían desde cada rincón. Con sólo volver la cabeza hacia un
lado o hacia el otro podía ver la manera en que las personas
reaccionaban al ataque directo de los entes que recién ahora podían ver y
tocar, pero no le hacía falta ejercitar ese tipo de curiosidad. Más le
interesaba el revuelo que escuchaba encima de su cabeza, proveniente del
segundo piso, adonde imaginaba estarían las habitaciones de los niños.
Mientras los gritos de la mujer se apagaban bajo las manos de Kross,
Valentina sacó su hacha festiva y la sostuvo en sus manos. Sintiendo la
mirada verde sobre su espalda, el demonio disfrazado de Jack volvió la
cabeza y le sonrió para indicarle que todo estaba bien.<br />
-Yo me encargo, mi reina –dijo.<br />
La mujer gimió con voz estrangulada. Lágrimas caían de sus ojos.<br />
-Voy a subir –comentó Valentina, mirándola con la cabeza inclinada-. ¿Cuánto crees que tarden?<br />
-Probablemente una media hora. Máximo una.<br />
-¿Y luego van a traer las cosas, no?<br />
-Sí, majestad.<br />
Valentina sonrió. Un ligero rubor se abrió en sus mejillas, causa del
entusiasmo. Incluso entonces parecía una muñeca. Se arregló un poco el
vestido, extendiendo las mangas cortas sobre sus hombres antes de subir
por la escalera. Ahí el griterío era indiscutiblemente infantil, con
voces agudas mezcladas entre las risas y chillidos de emoción de los
demonios. Era un largo pasillo con puertas abiertas y ventanas
destrozadas. Cada paso traía consigo el sonido del vidrio bajo sus
zapatos negros contra el cerámico del suelo.<br />
Pasó por el pasillo, pero entre el escándalo y el movimiento de
cuerpos no tuvo idea de adónde tenía que ir hasta que un demonio vestido
de duende, orejas sintéticas alargadas incluidas, salió de un cuarto y
le hizo una seña para que se acercara. Valentina no pudo evitar notar
que se trataba de una habitación pequeña, quizá copias de las otras, con
dos pares de camas contra las paredes y una ventana igualmente rota por
la que otro demonio estaba desechando lo que quedaba de un niño.<br />
-Por lo que ellos dicen, duerme aquí –le informó el duende. Estaba
impecable, sin una mancha de sangre, pero eso no era sorprendente-. Está
encerrado en el armario. No sabíamos si querías que lo sacáramos.<br />
-No, está bien. Es un poco tímido, nada más. Si ya han terminado, ¿me pueden dejar la pieza?<br />
El griterío era suficiente para que ellos tuvieran que elevar sus voces para hacerse oír.<br />
-Ya acabamos –El duende le hizo una seña a su compañero, el cual se
limpiaba las manos en las sábanas de la cama más cercana. Después de
haber dejado la tela llena de manchas rojas, los dos se retiraron y
cerraron la puerta.<br />
Valentina no pudo evitar contemplar a la habitación. A pesar del
desorden, de los objetos desperdigados sin orden, fue interesante ver
los dibujos de los niños pegados en las cabeceras para identificar quién
dormía en los lechos. Casualmente sólo el de Manuel había conseguido
mantenerse intacto tras el ataque.<br />
Esperaba oír el sonido de la puerta del armario abriéndose una vez se
quedaran solos, pero no pasó nada por el estilo. Se acercó al mueble y
sintió el sutil aroma de la orina debajo del de la muerte reciente.
Estaba el cuerpo de un chico asomándose desde debajo de una de las
camas. Tenía los pantalones secos.<br />
-Aw, pobrecito –dijo, apenada-. No te pudiste aguantar, ¿que no? Qué
lástima. Aunque supongo que mejor te convenía tener un accidente ahí,
donde puedes cambiarte tranquilo. ¿Andas bien ahí adentro? –Aferró el
hacha en sus manos-. Ninguno de ellos te ha lastimado ¿o sí?<br />
No hablaba de los demonios. Valentina presionó la oreja contra la
delgada puerta. Escuchaba unos bajos gimoteos e hipidos, ahogados quizá
por su propia mano.<br />
-¿Te has asustado? –preguntó-.No hacía falta. Ellos no iban a hacerte
nada. Si vos no entrabas ahí igual iban a meterte para que no hubiera
accidentes. ¿Seguro de que no quieres salir?<br />
Le dio unos segundos para responder, sin resultados. Valentina
manoseó la manilla de hierro abajo, pero no se atrevía a utilizarla para
obligar al chico a salir de su ostra. Prefería que él saliera cuando se
sintiera cómodo y lo deseara.<br />
-Yo también he estado en un armario, asustada. Era alguien diferente
entonces, pero todavía me acuerdo. Vi a mi hermana en el lugar de estos
chicos, aunque ella en realidad acabó peor. No podía reconocerla al
final. Sólo era un montón de carne revuelto sobre un vestido negro
destruido. Me hubieran hecho lo mismo de no ser porque Kross llegó y los
mató antes de que lo hicieran. Es muy feo cuando la gente se mete
contigo y te hace cosas que vos no quieres. Incluso si les gritas que se
detengan y peleas con todo lo que tienes, no hay manera –Seguía sin
tener palabras de regreso. Cerró los puños y lo hizo caer por la
superficie suavemente, desesperada por llegar al otro lado-. Cuando
acabemos aquí nos vamos a ir, Manuel. Si bajas lo tomaré como que
quieres venir con nosotros, pero si no asumiré que prefieres manejarte
por tu cuenta. Ahora sos libre para hacer lo que quieras.<br />
Un ligero golpeteo en la puerta hizo el corazón de Manuel dar un
salto. No creía que pudiera asustarse todavía más desde el momento en
que escuchó el estallido proveniente de las ventanas, pero obviamente se
había equivocado, justo ahora que el alboroto de afuera se había
calmado y lo único que le llegaba con claridad eran las palabras
susurradas de Valentina al otro lado. Supo que alguien estaba entrando
en la habitación y, a pesar de lo que ella le había dicho, Manuel se
encontró apretándose contra el fondo del armario, respirando en cortas y
rápidas exhalaciones el olor de su propio cuerpo. Valentina y ese nuevo
monstruo (ni por un momento había podido creer que no fueran otra cosa)
conversaron unos minutos antes de que oyera los pasos de ella de nuevo
acercándose.<br />
-Salí cuando quieras. Vamos a estar abajo hasta la mañana esperándote.<br />
A pesar de sus palabras, ella no se fue de inmediato. No tenía forma
de saber lo que hizo mientras no hablaba. Sus pisadas dejaron de oírse
merodear después de un tiempo y luego, sencillamente, sin una palabra,
había vuelto a salir. Manuel se abrazó las piernas y enterró la cabeza
entre sus rodillas. Estaba cansado de llorar y tratar de entender por
qué estaba pasando nada de lo que sucedió. Quería dormir y que uno de
los grandes viniera a sacarlo, llamándolo pendejo cochino porque se
había mojado. Escuchar el escándalo de cada mañana a medida que todos se
preparaban para ir a clases. Oler la leche chocolatada del comedor, el
mate cocido mezclado con jugo de naranja y las tostadas con mermelada,
manteca y dulce de leche. Sin duda, mañana todo seguiría como siempre.<br />
Cuando volvió a abrir los ojos se sorprendió qué era ese mal olor.
Era peor que sus pantalones dentro de un espacio cerrado con la humedad
de su propio cuerpo. Sentía el cuello adolorido. Le costó levantar la
cabeza para mirar al frente, a la serie de sacos colgados de percheros.
Un poco de luz entraba por la puerta que se había abierto cuando su
pierna abierta se había movido al costado en medio de sus sueños. Le
pareció más intensa que de costumbre y no entendió por qué. Solían poner
las cortinas cada noche y abrirlas para las empleadas cuando subiera a
limpiar.<br />
Entonces recordó que era el día después de Navidad y que ninguna
empleada vendría. Además de los hechos de la noche pasada. Miró la
puerta entreabierta con una viva sensación de horror. ¿Cómo sabía él que
una mano cubierta de sangre no vendría buscándolo? A menos que creyera
en las palabras de Valentina y ellos ya se había ido hacía tiempo. Pero
tampoco podía quedarse para siempre en ese armario, ¿o sí?<br />
Si no por hacerle caso a su curiosidad, al menos por el bien de su
estómago. Tenía que averiguar qué era esa horrible peste. Rápidamente se
cambió su pantalón por uno nuevo que le acabó quedando algo grande.
Salió del mueble sintiendo que si seguía respirando iba a vomitar. Creía
que cualquier cosa que viera no podía ser peor que las miles de cosas
que había imaginado solo. No le bastó más que un segundo para darse
cuenta de cuán equivocado estaba.<br />
No todo era horrible. O tal vez era horrible combinado. Le habían
dejado un cartel colorido a lo largo de una pared en los que se leía
“felicitaciones” y otras decoraciones festivas colgando de ciertas
esquinas. Era como si acabara de volver de unas largas vacaciones y
quisieran darle la mejor bienvenida posible. Pero las cabezas de los
chicos grandes que solían molestarlo colocadas en el suelo, formando un
arco frente al armario, daban una impresión completamente diferente. Los
cuellos estaban limpios y los rostros también, incluso más de lo que
estuvieran en vida, sin rastros de los dulces con los que se habían
llenado antes.<br />
Ni por un segundo creyó que fuera una broma y ellos sólo se asomaran
desde un hueco en el suelo. Empezó a moverse para salir de la
habitación, sus rodillas temblando incontrolablemente. Acabó vomitando a
los tres pasos. Los turrones, las empanadas, el pedazo de pizza. Los
ojos le continuaron lagrimeando incluso cuando acabó. Alguien había
limpiado los vidrios rotos del piso, de modo que no había razón para
tener cuidado mientras avanzaba.<br />
Se negó a ver en las otras habitaciones, aunque muchas tenían las
puertas abiertas de par en par y le dejaban percibir la peste al recibir
los rayos solares directamente. De alguna manera, a pura fuerza de
voluntad, consiguió llegar al piso inferior. Ahí ya no hubo manera de
evitar los cuerpos de los grandes y los pequeños que estaban abajo. Se
le volvieron a revolver las tripas pero ya no tenía carga adentro, de
modo que sólo pudo expulsar bilis amarilla entre la saliva amarga. Odio
el sabor que le quedó adentro. Por un momento se sintió mortificado
porque seguro que iban a retarlo y luego empezó a llorar porque a lo
mejor no quedaba nadie para retarlo.<br />
Dirigió sus pasos al comedor. Habría contado con encontrarse otra
escena espantosa y recibió otra sorpresa. A excepción de unos pocos
vasos vacíos y unas migajas de sándwiches de miga, el sitio estaba
incluso mejor decorado y dispuesto que lo que había sido anoche. Un
enorme árbol decorado se alzaba desde un rincón, desde las luces
titilantes pintaban a las paredes de alegres colores. En la base una
bicicleta con los colores de Spiderman y su símbolo en una canasta
frente al manubrio. Adentro de esta misma había una gran tarjeta
navideña con Papá Noel haciéndole un gesto de saludo o despedida.<br />
Manuel la tomó y leyó la letra elegante. Por alguna razón tuvo la
impresión de que alguien más había punteado las i después de terminado
el mensaje.<br />
<em>“¡Feliz Navidad, Manu!</em><br />
Lamento que no hayas venido con nosotros, pero al menos ahora estarás
más tranquilo sin que te molesten. Te deseo toda la suerte del mundo
ahora que vas a estar por tu cuenta.<br />
La bicicleta es para vos. Espero que la disfrutes. Te recomendaría
usarla para salir de ahí. No sé cuánto vayan a tardar, pero tarde o
temprano alguien verá lo que ha pasado y acabarán llamando a la policía.
Quizá no quieras estar ahí cuando eso pase.<br />
¡No sé cuándo volveremos a vernos, pero ojala que sea pronto!<br />
Besos, Vale.”<br />
Manuel dejó de nuevo la tarjeta en la canasta y tomó a la bicicleta
por el manubrio, llevándola hasta la puerta principal. Afuera el portón
estaba abierto y no había nadie por las calles. Todo mundo se recuperaba
de las celebraciones de anoche, adentro de sus casas, seguros y
confortados. Se ubicó encima del asiento bicicleta y le sorprendió
descubrir que no le costaba demasiado recordar el cómo conducirla.<br />
Manejó, aumentando la velocidad, sin nunca mirar atrás.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-69240721012956772982015-01-20T19:20:00.000-08:002015-01-20T19:20:54.886-08:00Mil veces déjà vu. Epílogo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<strong>Epílogo</strong><br />
Marcos cortó con su último cliente de la tarde con un tremendo
alivio. Era domingo y eso quería decir que era el último, ya no más
inventarse fortunas de la nada, hasta la semana que viene. Observó el
cronómetro de la computadora, la cual también le informaba de las horas
en total en que había trabajado, los clientes atendidos, los minutos que
había pasado con cada uno y el total de lo que la empresa había ganado
en total.<br />
<a name='more'></a> De esa cantidad a él le correspondía un más que justo 60% para
impulsarlo a seguir viniendo y poder poner sus manos encima de su
propia guitarra eléctrica un día.<span id="more-1873"></span><br />
Se vio en la pantalla del celular. Solía correrse el rímel de los
ojos pasándose los dedos encima inconscientemente y dado que el color
negro no se quedaba en sus dedos, sino en sus mejillas, no se daba
cuenta de nada hasta más tarde. Sin embargo, el delineo de sus ojos
seguía ahí, intacto. No podía decir lo mismo del esmalte en sus uñas.
Tendría que pintarse de nuevo al llegar a casa. Se lamió los labios,
corriendo el piercing que tenía en el inferior, como solía hacer para
recordarse que estaba ahí. Se lo había hecho hacía apenas una semana y
todavía se estaba acostumbrando a él.<br />
Cuando salió de su cubículo vio que el resto de sus compañeros
seguían con el micrófono pegado a los auriculares cerca de la boca,
haciendo sus propias imitaciones de esos acentos árabes que les pedían.
En el salón común su jefa, doña Marisel, recién se estaba levantando del
sofá.<br />
-¿Terminaste por hoy, Marcos?<br />
Marcos recogió su chaqueta de cuerina negra con tachuelas doradas de un gancho y se lo puso encima.<br />
-Sí, doña, recién ahora.<br />
-¿Pudiste cumplir con la cuota?<br />
-Sin problemas.<br />
-Perfecto, entonces nos vemos la semana que viene.<br />
Marcos le besó la mejilla que la mujer le ofrecía y salió por la
puerta. Enfrente del edificio había un hombre consultando una libreta
negra. Poniéndose un gorro negro que tenía en su bolsillo, Marcos dio un
salto para pasar del par de escalones en la entrada. Sucedió
exactamente lo que pretendía. El hombre, oyendo el ruido, se medio
vuelta sobre sí mismo, sorprendido.<br />
Era alto y con una ligera barba formando un candado alrededor de la
boca. De pronto vio su rostro dentro de una pequeña fotografía dentro de
una tarjeta de documento, junto a su nombre, y una cosa espantosa que
no podía ser otra cosa que una placa de detective. Los alrededores
parecían pertenecer a un coche, pero el hombre llevaba diferente ropa a
la presente. La visión duró un parpadeo y luego se esfumó, dejándole un
impulso incomprensible de echarse para atrás, de escapar. No lo entendió
y por lo tanto no hizo ninguno de los dos, pero ahora lamentaba haber
llamado su atención.<br />
El detective Icaro se adelantó unos pasos.<br />
-Disculpa –dijo-. ¿Trabajas ahí adentro?<br />
Marcos evaluó el mentirle. Hasta que se dio cuenta de que sonaría más bien estúpido si acababa de verlo salir de ahí.<br />
-Sí, ¿y?<br />
-Perdona que te moleste, pero ¿sabes si trabaja algún Marquitos o Marcos ahí? Lo ando buscando.<br />
¿Por qué? Él no había hecho nada.<br />
-No –mintió sin pena, encerrando las manos en puños dentro de sus
bolsillos. Quería largarse de ahí y empezó a hacer eso, sin atreverse a
verlo-. Lo lamento, pero me andan esperando en casa.<br />
No había dado ni tres pasos cuando el detective lo siguió.<br />
-Espera un rato –dijo sin elevar la voz. Marcos resopló sin disimulo,
mientras lo veía anotar rápidamente algo en una hoja de su libreta y
arrancarla para poder pasársela-. Soy el detective Icaro Stefanes.
Necesito hablar con este tipo, así que si de por casualidad sabes algo,
dame un llamado, ¿está bien? Sería buenísimo.<br />
-Sí, claro –respondió el joven, tomándolo sin verlo-. Si es que sé algo. Chau.<br />
-Chau –dijo el hombre.<br />
Marcos supo que lo estaba viendo incluso mientras se alejaba. No se
atrevió a darse la vuelta para confirmarlo hasta que ya se encontró en
la siguiente cuadra. Entonces miró sobre su hombro y vio al detective
subirse a su coche. Convirtió el papel que le había dado en una bola y
consideró dejarlo caer al suelo directamente, pero sólo pudo apretarlo
más sin decidirse a soltarlo. Por lo que él sabía podía ser cualquier
cosa ese tipo, incluso el asesino del que hablaban en las noticias.
Debería tirarlo y ahorrarse el averiguarlo.<br />
“Una llamada de mierda no hará daño”, pensó al fin, guardándoselo de
nuevo en el bolsillo. Sólo una llamada para ver qué quería y punto.<br />
Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-52951081363705238622015-01-20T19:09:00.002-08:002015-01-20T19:09:28.795-08:00Mil veces déjà vu. 12<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<br />
<strong>Capítulo 12</strong><br />
Habían pasado dos semanas. Desde aquel domingo en el que se suponía
que estaba afuera para ver una película con unos amigos del colegio, las
cosas habían cambiado radicalmente. Icaro sólo había podido tener una
conversación telefónica con los padres para enterarse de ese detalle y
lo siguiente que supo de ellos era que habían perdido la vida en un
estúpido tiroteo junto a otras personas. Después de eso, había sido como
si el muchacho nunca hubiera existido. No importaba cuántas llamadas,
mensajes o email le enviara, no había manera de contactarlo.<br />
<a name='more'></a><span id="more-1869"></span><br />
Sólo tenía una foto de él, de su cara sacándole la lengua a la cámara
un momento en que le había robado su celular sin que se diera cuenta.
Esa misma cara fue la única que pudo presentar a cuantas personas pudo
preguntarle, además de ser a la que le dio a la policía para que
comenzaran con su búsqueda. Los anuncios en la televisión mencionaban el
último en que había sido visto, su edad y cualquier información que
tuvieran debían, por favor, contactar al siguiente número. La historia
sobre su participación en sus investigaciones tuvo que se compartido
entre sus excolegas, ya que nunca se sabía qué pedazo de información
podría ser la clave para dar con él.<br />
Lo único que se guardó para sí fue la naturaleza de su relación
personal. No les hacía falta saberla y a él no le hacía falta escuchar
recordatorios de que se trataba de un menor de edad que recién acababa
el colegio, qué creía que hacía con él.<br />
Las grabaciones de las cámaras del supermercado fue uno de las
primeras vistas, pues mantuvo lo últimos momentos visibles del joven. Se
lo veía entrar por el estacionamiento, dando vueltas sin un objetivo
claro por casi una hora, hasta finalmente entrar. Ahí se notaba que los
pasos del joven se dirigían a la zona comercial pero, de último momento,
se desviaba del camino en dirección en los baños. Luego se adelantaba
el video hasta la siguiente persona en entrar, un padre con su hijo
pequeño. Desde las seis de la tarde hasta más de las once de la noche,
hora en la que el supermercado cerraba sus piernas, nadie había vuelto a
entrar o salir. Ninguna ventana era lo suficientemente grande para que
nadie, ni siquiera un niño, pudiera caber por ahí.<br />
A pesar de que después la policía decidiera descartar al supermercado
para su línea de investigación, Icaro iba ahí tan seguido como le era
posible, desde las horas de la tarde, pasando sus almuerzos en la zona
restaurante y devorando sobre bancos del estacionamiento lo que hubiera
comprado como cena para ese día. Sabía que incluso los empleados debían
estarse preguntando qué hacía merodeando por ahí. Trataba de no darle
importancia, entendiendo que en realidad no podía culparlos. Ser un
soltero que prefería ir los fines de semana en lugar de cocinar era una
cosa, pero su nivel de frecuencia, para el que pusiera atención, ya no
podía pasar por cualquier cosa.<br />
¿No tenía una casa a la que volver? ¿No tenía una cama que ocupar,
gente que lo necesitaba en otra parte? Sólo el mesero de uno de los
restaurante, uno de pizzas, tomó la confianza suficiente un día para
querer saber si la comida en serio era tan excelente. Icaro sonrió sin
mucho entusiasmo y procedió a mostrarle la fotografía que tenía de
salvapantalla en su celular.<br />
-Ah, sí –dijo el hombre inclinándose, casi rozando con la panza la
máquina registradora. No vio que la expresión del detective demudaba a
una de completa atención-. Es el pendejo al que le mataron sus viejos
hace unos días, ¿no? Lo he visto en la tele un montón de veces y cada
vez me sorprendo, porque ese chico yo me lo acuerdo de cuando era
chiquito y venía aquí. Siempre pedía el mismo tipo de pizza. Un poco
jodido y gritón, pero qué pendejo no lo es cerca del parque de juegos.
Pobrecito, y mira que con sólo diecisiete años, aunque decían que él ya
tenía un trabajo y había ayudado a la policía –El hombre negó con la
cabeza y volvió a verle-. No me digas que vos también lo andas buscando.<br />
Icaro torció los labios, una luz apagándose nuevamente de sus ojos.<br />
-Sí. Si sabe del caso también se habrá enterado de que se perdió por aquí.<br />
-Sí, lo sé. Pero lo que es yo, no me he enterado de nada. Te juro que hace un montón que ni siquiera por aquí lo había visto.<br />
-Bueno, si sabe algo…<br />
-Les doy una llamada, obvio, sí. Seguro que ya va a aparecer por ahí y
el nene sólo se había ido de viaje con la novia. A lo mejor ya está
casado en las putas Vegas. A mí sobrina le pasó así, ¿sabes? Mi hermano
casi la mata cuando ve y descubre lo que había estado haciendo sin
decirle a nadie. Incluso salió en las noticias también.<br />
Icaro lo miró un momento con el ceño fruncido y estuvo a punto de
preguntar si no habría sido un detective el que la habría encontrado
milagrosamente, pero prefirió cerrar la boca. ¿Qué más daba?<br />
-A lo mejor.<br />
La verdad, lo preferiría a la otras miles de opciones que ya se había
imaginado por su cuenta. Opciones que iban desde tráfico de personas a
una artimaña imposible de la Fronteriza para ponerle las manos encima
con un final de venganza, habiendo descubierto mágicamente que esa sería
la mejor manera de joderlo.<br />
-Disculpe, pero… ¿le puedo dejar la fotografía? ¿Por si las dudas?<br />
-Lo mismito hizo mi hermano –dijo el hombre, asintiendo-. No te
preocupes. Vos déjamela conmigo y estaré atento por los dos. Así ya no
tienes que andar perdiendo el tiempo por aquí.<br />
-Che, ¿tan mal cliente he sido? ¿Ya me quieren sacar de aquí?<br />
-No, no, para nada. Te digo nada más porque yo he visto lo que le ha
hecho a mi hermano y su mujer, y no es algo que yo le recomendaría a
nadie. ¿Al final de qué sirve? Lo más que se puede hacer es mantenerse
atento y rezar porque lo mejor pase –Buscó en sus pantalones debajo del
delantal con los colores del restaurante y sacó el celular-. Pásamela
por el bluetooth.<br />
-Gracias –dijo Icaro sinceramente, preparando el archivo.<br />
Después de la transferencia, el hombre le palmeó el antebrazo con simpatía.<br />
-No te preocupes, al final ya se va a arreglar. ¿Eras amigo de la familia?<br />
-Algo así, si se quiere. Le agradezco.<br />
-Espera, tu número.<br />
El hombre le pasó un pedazo de cartón grueso sujeto por un soporte de
plástico. Icaro trató de sonreír y descubrió que, por lo menos esta
vez, ya le salía un poco más natural. “Más ojos cubren más terreno”,
habría dicho el viejo, satisfecho. Se sentó a una mesa cercana del
restaurante, dejando el número en un sitio visible. Miró la foto otra
vez y lamentó no haberle tomado más, un montón más, o al menos alguna en
la que realmente se pudiera ver su cara sin muecas ridículas. No le
gustaba pensar que eso sería lo último que le quedara para recordarlo.<br />
—<br />
Por supuesto, no podía dedicarse todo su tiempo a esa sola tarea. De
algún lado tenía que sacar el dinero para comer. Los trabajos de
investigación privada servían tanto como una manera de distraerse como
de expandir las personas que dispondrían de aquella imagen. Una vez la
pasaba y tenía su palabra de que iban a llamarlo en caso de verlo, se
sentía tanto ganador como perdedor.<br />
La esposa infiel a la que siguió aquella noche había estacionado su
auto a tres cuadras del hotel adonde la esperaba la esperaba su amante.
La hora pica del reloj, las calles casi desiertas. Icaro no salió de su
propio vehículo hasta verla desaparecer por la esquina y cuando salió,
cruzó la otra calle para pretender que se dirigía a su propio camino. El
sonido de sus tacones contra la acera era todo lo que necesitaba
percibir para darse cuenta de que iba bien. Ni siquiera la miró de reojo
una vez.<br />
Y sin embargo, la mujer ya empezaba a creer que la seguían. No
necesariamente aquel hombre que de vez en cuando se detenía a mirar por
las vidrieras de las tiendas desiertas, pero alguien. Desde hacía días,
incluso antes de que su marido contratara al detective, se venía
temiendo algo así. Jamás había creído que ella sería una de esas mujeres
que tenían citas nocturnas con sus amantes mientras el marido no estaba
y su sentido de alerta estaba al máximo. Después de dos calles más en
las que notó que el hombre seguía al frente sin ningún cambio, decidió
que ese debía ser. A eso la había llevado sus intrigas. ¿Habrían tomado
fotos? ¿Grabado sus conversaciones? ¿Pinchado su teléfono? No quería
pensar la montaña de evidencias que podrían ya tener en su contra,
aunque de por sí ellos siempre se habían asegurado de ser discreto.<br />
Justo cuando pensaba que a lo mejor debería dar un rodeo todavía más
largo antes de llegar al hotel (sin duda él lo entendería), la mujer
quiso asegurarse una vez más de que el hombre continuaba en su misma
ruta. Pero al volverse vio a la calle desierta, sólo con un par de
perros merodeando por ahí. Estaban ya sólo a unos pasos de la entrada
del hotel y ella estaba completamente sola. Apuró el paso, llena de una
mezcla de alivio y miedo.<br />
—<br />
No reconoció el ambiente en que estaba. Lo único en lo que pudo
pensar fue en una película donde el personaje se volvía loco y se le
encerraba en una cámara de paredes acolchadas, pero ni siquiera esa
comparación era del todo justa. Primero, porque las paredes blancas se
veían sólidas e incapaces de protegerlo si le daba por golpearse la
cabeza contra ellas. Segundo, él no tenía ningún chaleco de fuerza.
Tercero, eso habría implicado que tenía un contexto para entender su
situación, lo que a él le hacía dolorosa falta.<br />
Había estado caminando por una calle, parpadeado ¿y qué más? ¿En qué
momento eso se había convertido en un localización completamente
diferente, él levantándose del suelo y sintiéndose como si acabara de
dejar una ligera resaca? Los miembros se le sentían pesados y su mente
atontada, pero le faltaba el dolor de cabeza que le habría dado su marco
de referencia. Después de levantarse con dificultad del suelo, evaluó
sus alrededores.<br />
Se encontraba en un largo pasillo blanco sin puertas ni ventanas. No
había sonidos de pisadas en el aire. No le llegaba bocinas de auto o de
borrachos caminando por la acera. Metió la mano en su bolsillo para
sacarse el celular con la esperanza de ver el reloj, pero no le
sorprendió en lo absoluto que se lo hubieran quitado. Lo que le
sorprendía era tener todos sus miembros completos. Después de dar unos
pasos tentativos para recuperar el control sobre sus pasos, empezó a
avanzar por lo que le pareció el frente. El pasillo terminaba en un una
giro hacia el costado y el camino que tenía por delante era otro pasillo
ofreciéndole la opción de ir por la izquierda o por la derecha.<br />
Se apretó las uñas de una mano contra el puño. No, demasiado real.
Avanzó por la segunda opción, a sabiendas de que si no lo habían
colocado en un laberinto a propósito sin duda el edificio tenía un
diseño espantoso. Cada pasillo tenía exactamente el mismo tamaño, el
justo para contenerlo a él si se le ocurriera acostarse en el suelo
horizontal a la pared. A pesar de no ser claustrofóbico, el sitio le
ponía nervioso.<br />
Eso fue hasta que dobló nuevamente a la derecha y encontró lo que menos se podría haber esperado.<br />
-¿Marcos?<br />
El adolescente levantó la vista desde el piso en el cual estaba
sentado. Estaba exactamente igual a como lo recordaba, con la única
excepción de que le faltaban los zapatos. Al verlo el adolescente lo
recorrió abajo y esbozó la mitad de una sonrisa leve.<br />
-Realmente lo hizo. Hijo de puta –dijo, pero el detective apenas pudo ponerle atención.<br />
Rápidamente se encontró arrodillado en el suelo y examinando al joven
atentamente. Excepto por el cabello flojo y cierta desgana, parecía
estar bien. No veía heridas ni marcas encima suyo.<br />
-Estoy vivo y bien –pronunció el joven-. Gracias por preguntar.<br />
A Icaro no le importó el sarcasmo. Lo atrajo en contra de sí en un
abrazo que debía ser asfixiante, pero por el cual el adolescente no
emitió ninguna queja. Olió el sudor de su nuca y los rastros de un
desodorante en la remera, sintió sus brazos rodearle el cuello a su vez y
apretar con una fuerza parecida. Lo mantuvo así por unos instantes, los
suficientes para sentir que el peso en su pecho se deshacía, y luego lo
apartó empujándolo por los hombros.<br />
-¿Dónde mierda has estado? –preguntó-. ¿Qué pasó? ¿Qué te han hecho?<br />
-Che, mejor me bajas un cambio o te va a dar algo –El joven suspiró y
le tomó las manos, haciendo que lo soltara-. No sé dónde estoy. No sé
de cómo carajo has llegado vos. No me han… hecho nada.<br />
-¿Por qué dudaste ahí? Sí te hicieron algo, ¿verdad? ¿Quiénes fueron? ¿Pudiste verlos?<br />
-Ya te has formado toda una película en tu cabeza, ¿que no? –Marcos frunció el ceño-. Che… ¿cuánto tiempo ha pasado allá?<br />
-¿Quieres decir que ni siquiera sabes eso? Por Dios… han sido
semanas, Marcos. Dos semanas sin saber dónde estabas, si vivo o muerto o
qué. Ya pensaba que… -Abrió los ojos-. Esto es la Fronteriza, ¿no es
así? Siempre hemos sabido que tenía un lugar adonde mantener prisioneros
a sus víctimas y este es el suyo.<br />
Marcos negó con la cabeza. Un mechón le cayó enfrente del ojo.<br />
-No tiene nada que ver con ella.<br />
Icaro se lo recogió detrás de la oreja y aprovechó de acariciar su
mejilla. Marcos, sin mirarlo, se inclinó un poco hacia su mano.<br />
-¿Entonces quién?<br />
-La verdad no sé. Sólo he escuchado a una persona hablar y para salir de aquí no me ha dicho nada.<br />
-¿Puedes caminar?<br />
-Sí, pero sabes que no va a servir de nada, ¿no? No sé hace cuánto
llegaste, pero si has andado por aquí te habrás dado cuenta de que no
hay salida. No vamos a ir a ningún lado que ellos no quieren que
vayamos.<br />
-Tampoco podemos quedarnos aquí a esperar que nos encuentren. Vamos.<br />
El detective se puso de pie. Reluctante, el adolescente lo imitó.<br />
-No están buscándonos, ya saben dónde estamos. No van a venir a buscarnos.<br />
-Eso no tiene sentido –discutió el mayor-. ¿Para qué mierda nos
pondrían aquí? ¿Se supone que es gracioso vernos dar vueltas por ahí
como unos imbéciles?<br />
Marcos se encogió de hombros.<br />
-Y quizá, ¿no? En realidad no me sorprendería.<br />
-Marcos, ¿qué carajo te ha pasado? ¿Qué te han dicho exactamente?<br />
-Ya te he dicho que no me ha pasado nada –El muchacho lo miró a los
ojos e Icaro supo que le mentía, pero no podía imaginar por qué-. Mira,
no sé cuánto tiempo tengamos aquí. En lugar de perdernos todavía más y
no conseguir nada, ¿por qué no nos lo tomamos con calma y nos quedamos
aquí? De cualquier modo no vamos a sacar nada.<br />
El detective aceptó la mano que el más joven le tendía y le frotó los nudillos con el pulgar.<br />
-Dale, quedémonos aquí.<br />
-¿De verdad eso prefieres hacer? ¿Te parece que es lo más conveniente ahora?<br />
-No sé si lo más conveniente, pero mucho mejor que andar perdiendo el
tiempo por algo que ya sé no vamos a conseguir –Le tomó del brazo,
cubierto por una campera ligera, y apretó-. No te he visto en dos
semanas, carajo.<br />
Icaro volvió a abrazarle y le besó la frente, aferrándolo contra sí.<br />
-Ya sé, pero tenemos que intentarlo al menos –Buscó en su cintura y,
claro, también le habían quitado la pistola. Se separó de él, todavía de
la mano-. A vos te habrán convencido de que no hay escapatoria, pero a
mí no. Sólo dame el gusto y si de verdad no tenemos de otra… bueno, al
menos estamos los dos aquí. Eso es más de lo que esperaba.<br />
El adolescente dejó caer los hombros pero asintió. Mientras ellos
dieron vueltas y giros, sin encontrar ningún callejón sin salida, pero
tampoco nada que podría señalar algún camino específico. Después de
cinco vueltas en las que Icaro estaba convencido de que sólo habían ido
en círculos, tuvo que reconocer que no había diferencia alguna. Marcos
lo había seguido sin pronunciar una palabra y esperaba a que se acabara
decidiendo a detenerse por su propia voluntad. Icaro se daba cuenta de
que en esos momentos aprovecha para acercarse más a él y tocarle de
alguna manera nueva, lo que le daba una bienvenida calma a su espíritu.<br />
Al cabo de un tiempo indeterminado (su reloj de muñeca era puramente decorativo ahora), Icaro se rindió ante la verdad.<br />
-No hay salida.<br />
Marcos no dijo que se lo había dicho. Permaneció en silencio.<br />
-¡Mierda! ¿Y qué carajo tenemos que hacer nosotros, eh? ¿Cuál es la gracia de esto?<br />
-No sé –Marcos se le deslizó en frente y enganchó sus manos detrás de
su cuello, haciéndolo inclinarse hacia él. Icaro era más alto por
veintitantos centímetros, de modo que incluso si él doblaba la espalda
el otro todavía debía ponerse en puntas de pie-. Aprovechemos que estás
aquí. No sabemos si es que te van a sacar en cualquier momento. Dale.<br />
El detective tuvo que admitir que tenía razón. Estaban en un
verdadero laberinto y siendo así, ¿no sería lo más razonable sacarle
tanta ventaja como podía? Marcos tiró más hacia él para poder besarlo y,
para variar, Icaro sólo se dejó llevar. Aunque había pasado tan poco
tiempo desde que los dos pudieran hacer ese tipo de cosas juntos
libremente, no tenía idea de lo mucho que había llegado a extrañarlo. El
adolescente se afianzó con un brazo pero el otro, liberado, bajó a
frotarle debajo de su cinturón la forma de su miembro.<br />
-¿Qué andas haciendo, amor?<br />
-¿Por qué siempre preguntas eso? –refunfunó Marcos contra sus labios.
Sacó la lengua para delinear los suyos-. ¿No puedes decir “sí, yo
también quiero, hagámoslo ahora”? Eso sería bonito de escuchar.<br />
-No es que no quiera –dijo el detective, estremecido por esas dos atenciones-, pero ¿y si llegan de pronto y nos ven?<br />
-Que se jodan –Marcos se lamió los labios y sus ojos observaron encima de su hombro-. Si estás incómodo, ahí hay una pieza.<br />
-¿Qué?<br />
El detective miró detrás de sí y ahí había una puerta blanca semi
abierta. Estaba seguro de que eso no estaba ahí antes. El adolescente
pretendió arrastrarlo del brazo hacia el interior.<br />
-Marcos… ¿de dónde ha salido eso?<br />
Le tiró con más fuerza y el detective se dejó guiar, cruzando el
umbral. Era sólo una pequeña habitación, tan blanca como el resto del
laberinto, con sólo una cama contra una pared.<br />
-Es aquí donde desperté cuando me trajeron a mí –informó el
adolescente, todavía atrayéndolo hasta sentarse en la cama-. No va a
pasarnos nada malo aquí.<br />
Icaro sólo pudo observar mientras Marcos se deshacía de su cinturón,
le abría los pantalones y movía hacia abajo su ropa interior, sujetando
la erección casi totalmente endurecida en su mano.<br />
-¿Estás muy seguro de eso, que no? –preguntó el detective, poniendo una mano tentativamente en su cabeza.<br />
-Sí –Le lamió la punta y apoyó los labios contra la punta,
succionando tentativamente-. Yo soy el adivino, ¿te acuerdas? Por eso yo
sé que vamos a estar bien. Vos sólo teneme confianza.<br />
Marcos subió la otra mano por su estómago, pasando por debajo de su
camiseta y sobre su pecho, adonde la respiración empezaba a elevarse y
el corazón correspondía aumentando su ritmo.<br />
-Si vos estás seguro… -probó una última vez el detective.<br />
No podía quitar la vista de sus avances.<br />
-Que sí, carajo.<br />
El más joven intentó meterse lo más posible en la boca, cubriéndose
los dientes con los labios, pero no pudo llegar muy bien. De todos modos
buscó recompensar la falta con movimientos de muñeca y lametones.<br />
-Mierda, Marcos –maldijo el detective, tomándolo de los hombros.<br />
Una vez consiguió que lo soltara se arrodilló en el suelo y empezó a
maniobrar para tomarle en su propia mano. Se lo metió en la boca una vez
y se concentró en la punta. Escuchó un jadeo de sorpresivo deleite por
parte del otro.<br />
-¿Sabes todas las veces que he pensado en hacer esto desde que
desapareciste? –dijo contra la piel sensible, sin dejar de mover su mano
sobre la base-. ¿Sabes todas las veces que me he dicho que era un
imbécil por no haber hecho algo mientras podía? Ya empezaba a sentirme
como un verdadero viejo verde.<br />
-Sí has sido un poco imbécil –reconoció Marcos y al mirar arriba,
Icaro vio que le estaba sonriendo-. Tanto rompiéndote la cabeza porque
si tenía o no dieciocho, si sabían mis viejos o no. Lo podríamos haber
hecho todo el primer día y yo no habría tenido inconveniente.<br />
-Marcos…<br />
El adolescente echó la cabeza hacia atrás.<br />
-Si se te ocurre decirme ahora, justamente ahora, que mis viejos
están muertos juro que te mato. No quiero escuchar ni una palabra.<br />
De modo que Icaro silenciosamente le desvistió y se desnudó a su vez.
Incluso cuando algunas lágrimas comenzaron a caer (también en
silencio), sólo se limitó a limpiarlas con sus dedos y besar las
mejillas húmedas. Ni siquiera pudo pensar en todas las alternativas que
había concebido en su imaginación en el pasado. No le hacían falta. El
calor y las sensaciones eran las mismas y desconocidas al mismo tiempo.
Sólo volvieron a hablar cuando Icaro se sintió empujado, rodando sobre
la cama hasta quedar de espaldas, y Marcos irguiéndose sobre las
rodillas a cada lado de su cadera, buscando la mejor posición.<br />
-Espera, no tengo…<br />
-No me jodas –dijo Marcos, lanzando un escupitajo en su mano y
preparándose-. No ahora. Yo estoy sano, vos estás sano. Con eso basta.<br />
Al siguiente momento se erguía y descendía con decisión sobre su erección, sostenida por su mano.<br />
-Te vas a lastimar si haces eso.<br />
-Anda a cagar –replicó Marcos, queriendo sonar enojado pero fallando
sin remedio en medio de otro sollozo-. ¿Por qué no puedes callarte la
boca?<br />
Icaro se sentó sobre la cama y lo abrazó, aprovechándose de su sorpresa para darle nuevamente la vuelta a sus posiciones.<br />
-¿Por qué siempre me tienes que discutir por todo, pendejo malcriado?
–reprochó suavemente, poniéndole de costado y elevándole una pierna
hasta su hombro. Él mismo se puso encima de la otra que permanecía
acostada-. Respira hondo y relájate.<br />
Marcos lo miró con los ojos brillantes, dispuesto a lanzar un nuevo
comentario sobre lo que podía hacer con su consejo. Pero al final perdió
la voluntad y llenó el pecho, dejándose caer sobre el colchón. El mundo
comenzó a dar vueltas antes de que entrara del todo, su cuerpo entero
tensándose un segundo para relajarse a regañadientes al siguiente.
Marcos, apenas respirando, tomó la mano de Icaro dedicada a distraerlo y
le apretó la muñeca.<br />
-Sigue con esto, carajo –ordenó obstinadamente-. Creo que… ya está pasando.<br />
-¿Pasando qué? –le picó el detective, reanudando la actividad.<br />
Marcos emitió una risa débil, entrecortada por sus gemidos.<br />
-Que me corra contigo dentro, boludo, qué crees.<br />
Icaro de hecho se rió un poco ante eso. Jamás había tenido a nadie
que le hablara de ese modo en la cama y empezaba a descubrir que no le
disgustaba. Por el contrario, le entusiasmaba como reflejo del otro. A
medida que su excitación crecía, las palabras se volvieron más altas y
finalmente, con un gruñido alto en la que su nombre casi pareció un
insulto, Marcos se derramó encima de su mano, sin aire y cansado. El
detective no había terminado, de modo que lo giró sobre la cama,
poniéndole bocabajo con la cadera en alto y continuó moviéndose hasta
encontrar su propio orgasmo. Marcos pronunció una especie de ronroneo al
percibirlo llenarle de una nueva manera. Su cuerpo se estremeció debajo
del suyo.<br />
-Ballenato –gimió, descansando la cabeza en la almohada.<br />
Icaro le besó la nuca. En realidad no se apoyaba tanto en él como en
sus piernas y codos, pero aun así se hizo a un lado y le rodeó los
hombros con un brazo. Marcos respondió acercándose a él para
acurrucarse. Parecía que estaba dispuesto a dormir así, pero entonces
abrió los ojos.<br />
-No quiero que te vayas –susurró.<br />
-¿Quién dice que me voy? –preguntó el detective-. Sin vos no, ni loco.<br />
-No quiero –dijo Marcos, apoyando la frente en su pecho. Por alguna
razón Icaro tuvo la impresión de que no se estaba dirigiendo sólo a él.
Desde el principio tenía la clara impresión de que había un montón de
cosas que el joven sencillamente no le estaba contando-. Déjame volver a
casa, por favor. No quiero que te vayas. No quiero. Por favor.<br />
-Marcos, ¿qué…?<br />
El mayor no supo qué otra cosa hacer que intentar abrazarlo. Pero
Marcos no llegó a sentir los brazos rodeándole y cuando volvió a ver el
cuarto fue obvio el por qué.<br />
Estaba completamente solo.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-43485854777383331662015-01-20T19:08:00.001-08:002015-01-20T19:08:17.944-08:00Mil veces déjà vu. 11<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<strong>Capítulo 11</strong>
<br />
Marcos rodó sobre sí mismo, abrazando la almohada. Incluso mientras
estaba en proceso de despertarse del todo se dio cuenta de que cada
movimiento le costaba más de lo esperable y él no recordaba haber hecho
tanta actividad para agotar sus energías. Sus propias ideas parecían
moverse con una lentitud casi acuática. Lentamente se percató de que la
superficie sobre la que estaba no acababa de ser igual a lo que sentía
acostado sobre su cama. No tenía nada que ver con una cama que
reconociera.<br />
<a name='more'></a><span id="more-1866"></span><br />
Al abrir los ojos vio blanco. Blanco inmaculado, imposible, extraño,
ajeno. Se sentía mareado. Después de parpadear las suficientes veces
para darse tiempo a enfocar la pared que tenía a un lado. Se volvió al
otro lado y otra pared exactamente igual estaba más alejada, dándole
espacio para moverse si es que quería. No había puerta, ventanas,
adornos y ni siquiera tenía claro de dónde venía la luz que le permitía
distinguir un blanco del otro. Mientras alejaba el atontamiento paso a
paso, buscó erguirse. Entonces vio que todavía llevaba la misma ropa que
recordaba haber puesto aquel domingo. Lo única diferencia era que
alguien le había quitado las zapatillas, dejándolas en posición
horizontal respecto a la cama. No percibía frío ni calor.<br />
El cabello le caía en frente del rostro, aplastado por la siesta
forzada. Empezó a tantearse los bolsillos pero no percibía ningún rastro
de sus celulares. El pulso le empezó a latir por las sienes y el pecho.
Recordó las imágenes de las víctimas de la Fronteriza por toda la
televisión, llenando los puestos de revistas en los kioscos, las
descripciones exactas de los que les pasaba a esas personas y no se
suponía que nadie debía saber. Salió de la cama y por unos momentos no
pudo hacer otra cosa que tambalear en busca de su equilibrio. La cama
era el único mueble presente.<br />
¿Ese era el lugar adonde habían estado las personas antes de ser
desgastadas y cortadas? ¿El sitio que Icaro y el viejo habían estado
buscando desde hacía tanto tiempo? No, no podía ser. Pero la idea
gritaba por una negación más fuerte que se veía incapaz de formular. ¿Y
qué mierda le había dado? Aunque, afortunadamente, una vez despierto, el
efecto parecía estar desvaneciéndose.<br />
No tuvo mucho tiempo para sentirse un poco mejor gracias a ese hecho
porque una voz empezó a salir del mismo aire, casi tirándole al suelo.<br />
-Hola, Marcos –dijo la voz. Lo único que podía decir sobre ella era
que se trataba de una masculina. Sonaba tranquila y en control-. Soy el
doctor Mergab. Bienvenido a la sala de investigación para el proyecto
Anamnesis, prueba número… 7b93. Quiero decirte en nombre de todos, una
vez más, que agradecemos tu participación altruista en estos momentos de
crisis.<br />
Marcos miró a su alrededor, pero no veía ningún micrófono. Se frotó
los ojos. No había manera de engañarse; el lugar era inevitablemente
real. Pero no podía entender.<br />
-¿Cómo…?<br />
-Marcos Velázquez, eres el sujeto 24N del proyecto. Sé que estás
confundido, por eso preparamos esta grabación para aclarar todas tus
dudas. El sistema se activa por mandato de tu voz. Pregunta lo que
desees y serás respondido.<br />
Marcos tuvo una voluntaria sensación de haber estado llamado a la
línea adonde trabajaba y le acababa de atender alguna de sus compañeras,
teniendo el guión justo a lado. Después de esa breve introducción la
voz se calló completamente. El silencio aumentaba todavía más la
sensación de que estaba perdido y no tenía idea de qué podía esperar.<br />
-¿Vas a matarme? –preguntó en voz alta.<br />
La voz no tardó en responderle, tan de repente que el impacto fue igual a la primera vez.<br />
-La pérdida de tu vida, Marcos Velázquez, no sería más que
inconveniente llegados a este punto de la prueba. No es el objetivo
principal de tu presencia aquí.<br />
No sabía si le creía o no. Se agachó y buscó debajo de la cama, la
que por cierto estaba atornillada al suelo. Incluso hasta ahí llegaba la
misteriosa iluminación, sólo un poco más oscurecida. Podía ver la parte
baja del colchón. No sabía qué buscaba, pero aunque la tuviera hubiera
estado decepcionado porque era sólo espacio vacío.<br />
Por lo menos en lo que a la pequeña habitación se refería, estaba realmente solo.<br />
-¿Me ves ahora? –preguntó.<br />
-No en la manera en la que te refieres. Tengo constancia de tus
signos vitales de forma constante y de tu ubicación presente, pero ahora
no puedo saber la exacta posición en la que estás dentro del cuarto o
tus expresiones faciales del momento.<br />
Marcos se dejó caer sentado en la cama. Tragó saliva pero, a pesar de eso, su boca continuó seca.<br />
-¿Qué… qué mierda has dicho que hago aquí?<br />
-Como dije, eres un sujeto participante del proyecto Anamnesis. Tu
colaboración es clave para conseguir los resultados positivos.<br />
Marcos miró el techo, aunque seguía sin tener idea de por dónde podía su voz ser escuchada o de dónde se emitía la otra.<br />
-Ya –dijo, más tranquilo-. Claro. Muy lindo. ¿Para qué programa es
esta mierda? ¿Saben que me han drogado con algo para traerme aquí?<br />
-No ha habido ninguna droga, como tú la defines, involucradas en tu
traslado. Tu consciencia fue suspendida mientras eras transportado aquí.
Fue así para evitar mayores incomodidades. Eres parte del programa de
investigación para el proyecto Anamnesis.<br />
-Bueno, ya basta –Marcos se frotó la frente-. Te escuché bien la
primera vez. No me hace ninguna puta gracia esto. Me quiero largar a
casa, pero ya. Que alguien me abra la puerta.<br />
-Todavía no. No has hecho aún las preguntas más importantes.<br />
-¡A la mierda con tus preguntas! ¡Abrime la puta puerta! ¡Me quiero ir a casa, hijo de puta!<br />
-Todavía no. No has hecho aún las preguntas más importantes.<br />
Ante eso, Marco tuvo una horrible idea.<br />
-¿Esto es una grabación? –preguntó, inseguro.<br />
-Afirmativo. Al inicio de las pruebas creí importante tener una
interacción directa contigo, pero la actividad se volvía cada vez más
tediosa, pesada e innecesaria para mí. De esta manera soy libre de
seguir calibrando los datos de las pruebas realizadas por ti, mantenerme
al tanto de las noticias en el mundo y tú tienes un set completo de
respuesta esperando solamente a que lo tomes.<br />
-¿De qué pruebas me estás hablando? ¿O no me digas que dormir aquí
era la prueba? ¿Y cómo se supone que una grabación me va a ayudar?<br />
-Responderé por orden de manifestación. Sobre la primera duda… las
pruebas que consisten en la retención absoluta de tus memorias a lo
largo de varias existencias. El cómo decidas vivir tu vida en base a la
transferencia mental que se te realizará determinará si la transferencia
ha sido completa, en cuyo caso el proyecto habrá terminado con un
resultado favorable. Sobre la segunda pregunta… no, dormir aquí no
representa ningún avance ni retroceso en las investigaciones. Sobre la
tercera pregunta… hemos tenido esta conversación las suficientes veces
para permitirme adelantar a tus preguntas. Permíteme demostrarlo con un
ejemplo visual.<br />
Entonces las paredes dejaron de ser blancas. En el centro o en los
costados de ellas aparecieron las figuras de un montón de adolescentes,
uno detrás de otros, dentro de su propia habitación. Cada pared, incluso
el techo y el suelo le mostraban a esos adolescentes desde distintos
puntos de vista. Al mirar abajo veía sus coronillas y hacia arriba
destacaban los pies, algunos cubiertos por medias, otros por zapatillas,
sandalias o directamente descalzos. Marcos vio sus rostros, los
cabellos teñidos o en punta, distintos rapados, los piercing, tatuajes,
cicatrices, ropas, pantalones.<br />
A pesar de todos ellos y lo distintos que podían ser entre sí, no
había duda al respecto. Lo que veía eran miles de reflejos suyos
luciendo igual de impactado que él por la escena que presenciaban, igual
de confundidos. Por un primer momento el silencio de las imitaciones
fue perfecto, inquebrantable. Luego empezaron a abrir la boca.<br />
-¿Qué mierda es esto? –preguntaron con su voz con indignación.<br />
-No entiendo –expresaron otros, confundidos.<br />
-Ya basta, no me hace gracia –reclamaron.<br />
Los oía a una misma vez y eran varios, demasiados para poder
contarlos. Sólo verlos le cansaba la vista. Pronto notó que los chicos a
sus pies se cubrían las orejas como él lo hacía, ensordecido. Aquel no
tenía un mohicano, sino el cabello teñido de un azul bastante oscuro.
Siempre había querido hacerlo, pero nunca tuvo la voluntad suficiente.<br />
-¿Qué es esto? –preguntó, junto a muchos de ellos, y fue como si se
oyera una grabación en el momento, siendo repetida varias veces.<br />
El volumen era constante y no le atacaba a los oídos como sería el
habla de una verdadera multitud pronunciándose a la vez, pero de todos
modos la impresión le aturdía lo suficiente.<br />
Marcos se movió tambaleante hacia la pared a su izquierda. El Marcos
de ese lado estaba bronceado y vestido con una remera celeste holgada
encima de unos short como para ir a una pileta. Ojotas blancas estaban
en el suelo cerca de la cama.<br />
En tanto él se acercaba hacia él, el otro se alejaba hacia la misma
pared respecto a su propia posición, dándole la espalda. Tenía el
cabello castaño largo sujeto por una colita descuidada. Varias veces
había considerado dejárselo así. A su lado uno de los Marcos levantaba
la mano para tocar la pared, subido a la cama blanca, la misma a la que
él daba la espalda al enfrentársele. Su misma cara tenía una expresión
de confusión casi dolorosa, como si la ausencia de respuesta le pesara
físicamente. Los ojos eran verdes gracias a la acción de unos lentes de
contactos y vestía como sus compañeros cuando salían a los boliches, con
la camisa de marca completamente abierta y el pantalón blanco arrugado
por haber dormido con él puesto. Extrañamente pensó de él que se veía
guapo.<br />
Marcos empezó a sentir debilidad en las piernas y buscó apoyo sobre
la cama, viendo de reojo cómo su acción era igualada en un montón de
habitaciones.<br />
-Para responder a tu pregunta –dijo la grabación y era la misma en
cada cuarto, más baja a medida que más lejos estaba-, estas son meras
grabaciones de cada una de las instancias en la que has participado del
proyecto. Debido a ello la vida de Marcos Velázquez ha pasado por varios
cambios capaces de reflejarse en su apariencia física incluso.<br />
En ese momento todos los Marcos desaparecieron y las paredes ya no parecieron más capaces de contener algo además de sí mismas.<br />
-Esto siempre había sido una posibilidad, pero no podía imaginar que
llegara a tantos extremos. Sin embargo es una ventaja inesperada, ya que
nos permite alcanzar otras posibilidades.<br />
Marcos elevó la cabeza y, antes de que pudiera preguntarse el por qué, se escuchó reír.<br />
-¡Muy buena esa! ¡No sé cómo se las arreglaron, pero muy bueno el
truco de la computadora! ¿O será que tengo una cara tan común que así de
tantos extras han podido contratar para esta pelotudez? ¡Anda a cagar,
hombre! ¡Vos no sos el común programa de bromas estúpidas, ustedes se
han ido al carajo con la planeación!<br />
-Por favor, relájate, Marcos Velázquez. Te ofrecería una bebida, pero
las 78% de veces me dices que no quieres ninguna, de modo que si en
esta oportunidad quieres entrar en el 22% deberás pedirlo.<br />
-Una bebida… Ah, claro, como Sheldon Cooper, ¿que no? El científico
imbécil que no entiende de nada más que ofrecer bebidas de mierda.<br />
Esperó una respuesta, pero, pasados unos minutos, se dio cuenta de
que debía hacer una pregunta de verdad para recibirlas. Era así como
supuestamente funcionaban las reglas.<br />
-¿Pues sabes qué? Te voy a aceptar esa puta bebida. Dame una Coca con
hielo. Y una pizza de tres quesos con jamón y aceitunas. No te olvides
de mis putos cigarrillos.<br />
-Orden número 1309 entrando… Recibida. Favor de esperar unos cinco minutos.<br />
Marcos esperó a ver una puerta abrirse o un compartimiento por donde
supuestamente se deslizarían los alimentos. Quiso controlar en su reloj
los minutos que pasaran hasta llegar a los cinco prometidos, pero se dio
cuenta de que su reloj digital tenía la pantalla completamente en
blanco, como si alguien le hubiera quitado la pila o simplemente se
hubiera quedado sin energía. Por supuesto, tampoco tenía el celular
encima.<br />
A pesar de su deseo, fue completamente inútil. Sólo se había vuelto por
un segundo, agachándose para atarse los cordones de las zapatillas, y
cuando regresó a ver la cama ya tenía encima de ella una bandeja
plateada con el vaso húmedo de agua condensada, un plato de madera con
la pizza ya cortada, servilletas y un paquete de los cigarrillos que él
fumaba junto a su propio encendedor.<br />
-Puedes comer tranquilamente –afirmó la voz.<br />
Marcos extendió la mano para tomar los cigarrillos. Sin importarle la
comida ni querer generar otro pensamiento, sacó uno del paquete y se lo
metió en la boca, encendiéndolo con los movimientos acostumbrados. Se
llenó los pulmones de esas dulces toxinas y finalmente pudo sentir su
mente en verdadera paz, libre de brumas. El olor de la comida caliente
tampoco estaba mal. Recogió una de las servilletas y leyó el logo. Era
de un restaurante al que solía ir de pequeño con sus padres, cuyas
pizzas a la piedra le volvían loco, pero al cual no había vuelto en
mucho tiempo. Lo extendió hacia el techo.<br />
-¡Y aquí tenemos a nuestros auspiciantes! Iban bien, pero con esto ya la cagaron en serio.<br />
-La comida que ves ante ti fue conseguida de uno de los restaurantes a
los que nombraste como tu favorito las veces que se te preguntó al
respecto. Si las quieres de otros sitios deberás especificarlo.<br />
La sonrisa se cayó del rostro de Marcos. Él nunca le había dicho a
nadie que aquel era su restaurante favorito. Nunca había tenido razón
para hacerlo. Sus padres podrían habérselo dicho a nadie, pero la idea
de que fueran justamente ellos quienes estuvieran detrás de otro se le
hacía todavía más difícil de aceptar que todo lo anterior. Papá, podía
ser. Pero mamá odiaba esas jugarretas tan populares en la televisión.<br />
Fumó hasta la mitad del divino tubo y sacó un pedazo de pizza,
sosteniéndolo con un montón de servilletas. La masa estaba caliente
todavía y una tira de los tres quesos que la formaban se alargó
indefinidamente, dejándole a él el cortarla los dientes. El sabor fue
bienvenido en su boca. En verdad había pasado tanto tiempo sin comer en
ese sitio que casi se le había olvidado su sabor. La Coca ya estaba
aguada, pero tenía la garganta tan seca que se la bebió hasta casi el
fondo sin importarle la sensación de congelamiento traspasándose a su
cerebro. Sea cual fuera la situación extraña en la que le habían metido,
bien podía aprovechar sus beneficios.<br />
-Está buena –comentó, satisfecho-. Feliciten al chef.<br />
-El chef ya está muerto, Marcos Velázquez. El restaurante también
dejó de existir hace mucho tiempo. Espero que esto te haga apreciar el
esfuerzo que representa haber traído estos elementos hacia ti.<br />
Marcos se detuvo de devorar un segundo pedazo. Estaba bastante
hambriento (inusualmente hambriento, de hecho), pero esa aclaración le
había descolocado.<br />
-¿Estamos en el futuro?¿Eso me quieres decir?<br />
-Lo que tú llamas futuro, según tu propio punto de vista, lo es. Para
mí es el presente y, espero, el principio de un mejor futuro.<br />
El joven continuó comiendo. Le daban igual las migajas que dejara por el suelo. Él no iba a ser el que las limpiara.<br />
-¿Qué tan futuro?<br />
-Tres mil años. De todavía emplearse el calendario al que estabas acostumbrado en tu tiempo, este sería el año 5015.<br />
-Hum –dijo Marcos, apoyando la espalda contra la pared-. Mira vos, mira vos. ¿Y de qué va el proyectito este? ¿Anamenasis?<br />
-El proyecto Anamnesis consiste en conseguir los algoritmos
necesarios que permitan la transferencia total de la mente de un ser tan
complejo como el ser humano hacia otros receptáculo. La transferencia
debe ser perfecta, conservando todos los detalles de las experiencias y
conocimientos adquiridos por el sujeto, para garantizar la perpetuidad
de los mismos dentro de un medio artificial, cuando ya no haya un cuerpo
biológico que sirva de contenedor. El proyecto comenzó en el año 4500,
pero siempre ha estado sometido a omisiones y errores. Pasó por varias
manos hasta que finalmente yo quise retomarlo, encontrando lo que ha
descubierto ser la solución más humanitaria posible.<br />
-Suena bien –asintió el joven-. Yo vería una película así. Está buena
la idea. ¿Pero cómo funcionaría eso aquí? ¿Y yo qué tengo que ver? Has
dicho que yo soy un sujeto de prueba, pero ni puta idea de qué quieres
decir con eso.<br />
-El funcionamiento preciso de la mente humana como una entidad
consciente es algo demasiado complejo para pretender explicarlo por este
medio, de modo que me ahorraré los detalles técnicos. El objetivo que
se cumple contigo es hacerte vivir la misma vida una y otra vez con su
mente tal como está ahora, hacia una mente apagada cuya consciencia ha
sido suspendida de forma definitiva. El día en que tengas una existencia
completa en la que sientas que cada día ya lo has vivido en el pasado
habremos llegado al 100& de transferencia. Llegados a este punto tú
mismo lo habrás notado, aunque no más que en la forma de visiones
esporádicas de eventos que todavía no habían sucedido en esa línea de
tiempo. Los eventos y el resto de la humanidad trabajaban al mismo ritmo
y orden de siempre, pero tú tendrías el conocimiento adelantado gracias
a las anteriores pruebas que ya habrías realizado.<br />
Marcos dejó la porción sin acabar encima de la bandeja. Mamá, papá,
Mario Franco, el viejo, Icaro. Esa era la lista completa de personas que
sabían acerca de sus visiones y ninguna de ellas, estaba seguro, iba a
poder contar esa información tan fácilmente. Estaban muertos o no creían
o no se molestarían en divulgarlos porque la racionalidad les podía al
tratar de imaginar que no se les iba a reír en la cara la mayoría de la
gente al pretender convencerlos.<br />
-Los eventos que solías presenciar de vez en cuando, llegando tan
lejos como para ponerte en el mismo estado mental que tenías cuando se
produjeron por primera vez, no son más que recuerdos transferidos hacia
ti. La última vez estuviste en un nivel de transferencia del 68%, lo que
te permitía convocarlos a voluntad en ciertas ocasiones. A medida que
sigamos perfeccionando el método estas “visiones”, como estás dado a
llamarlas, a pesar de que durante ellas más sentidos que sólo el de la
vista son utilizados, serán más concretas, claras y seguidas. Así es
como se planea que se sienta para las otras mentes que decidamos
trasladar.<br />
El silencio llenó la habitación después de eso. Marcos trató de
imaginar un día, sólo un día, en el que ya estuviera seguro de todo lo
que iba a pasar y constantemente dudara de si estaba en el presente o
unos segundos adelantado en el futuro, pasado para su cabeza. En lugar
de tener esos momentos de confusión se volvería un perpetuo estado,
irreversible e inevitable.<br />
El estómago se le revolvió del asco y lamentó haberle puesto nada
adentro. Sin jamás estar ahí ni allá del todo. Odiaba esos momentos.<br />
Los odiaba tanto que nunca en la vida se los había comentado a nadie, ni siquiera a Mario Franco.<br />
-No –dijo-. No. No me jodas. No jodas con eso. No es gracioso.<br />
La voz no le respondió. Marcos se inclinó sobre la cama, agarrándose las piernas contra el pecho.<br />
-No es gracioso, en serio. Basta. Me quiero ir a casa. Abrime la puta puerta.<br />
-Todavía no. No has hecho aún las preguntas más importantes.<br />
-¡Andate a la mierda! ¡Metete por el culo tus preguntas importantes, yo me quiero ir a casa!<br />
-Todavía no. No has hecho aún las preguntas más importantes.<br />
Marcos tomó la bandeja y la arrojó, junto a todo su contenido, contra
la pared que tenía en frente. La pizza se quedó pegada a la superficie
de la misma, deslizándose hacia el suelo. El vaso de Coca, vacío, se
rompió desperdigando el agua con lo poco que quedaba de los cubos de
hielo. Saltó de la cama, tomó la bandeja y comenzó a dar de golpes con
ella contra la pared.<br />
-¡Abrime la puerta, abrime la puerta! ¡Me quiero ir! ¿No me estás
escuchando? ¡Me quiero ir! ¡Me importa una mierda! ¡Yo nunca he dado mi
consentimiento para esta mierda!<br />
Le había parecido antes que su tacto era como una de un vidrio
bastante grueso, pero al chocar contra el metal no sonaba como lo haría
el vidrio sino que estaba más cercano al plástico. Ni siquiera estaba
causándole una rozadura a la superficie. Esto, lejos de frustrarle, le
animó a intentar destrozarla con más ahínco.<br />
-Marcos Velázquez, estás en un error de percepción. Tengo un
documento firmado que atestigua tu total aceptación de las condiciones
del proyecto.<br />
-¡¿Pero de qué mentira pelotuda estás hablando?!<br />
Todas las paredes, piso y techo volvieron a darle una demostración
gráfica. A lo largo de cada ella se vio el fondo de un documento
electrónico con una línea puntada sobre la que alguien había escrito su
nombre. La letra se veía y trabajosa, pero no podía negar que se veía
extrañamente similar a la que había usado durante toda la secundaria.<br />
-¡Andate a cagar, pero qué estafa! ¡Siquiera póngale un poco más de
ganas! ¡Esto te lo hace cualquier pelotudo de la calle por dos pesos!<br />
-También dispongo de una grabación de ese momento para probar mi punto.<br />
No hizo falta que Marcos confirmara o no si quería ver semejante
evidencia. En unos instantes la luz de la habitación bajó su intensidad y
el video presentado esta vez no fue una continuación tras otra, sino
una sola vista desde distintos ángulos. La pared del frente le mostraba
la trasera, la pared trasera el frente y las mismas condiciones de antes
respecto a la de los lados, arriba y abajo. En todas ellas se veía a un
hombre mayor sentado a una silla en frente de una mesa, ambos muebles
blancos. Con sólo un vistazo era evidente que venía de la calle. Los
pantalones de jean que llevaba estaban llenos de manchas de distintos
colores y tenía un agujero en una de las rodillas. La campera roja que
le cubría la espalda también estaba sucia y deshilachaba en algunas
partes.<br />
El cabello castaño se veía largo hasta los hombros, grasiento y en
urgente necesidad de usar un peine. La luz en ese cuarto estaba menos
clara, concentrada en el punto encima de su cabeza, permitiendo una
clara visión de su rostro tal como era. Marcos se subió a la cama para
verlo.<br />
Había creído al principio que debía tener por lo menos cuarenta años,
a juzgar por la barba enmarañada que le oscurecía hasta el cuello, pero
viéndolo de nuevo se dio cuenta de que estaba tan delgado y echado a
perder que en realidad habría sido imposible adivinar su edad sólo
mirándolo. Se estaba rascando la nuca, tocando rítmicamente el borde de
una tableta con el documento de consentimiento. Lo único claro en su
fachada eran los ojos marrones suaves con los que miró al frente, como
si prefiriera pretender que había alguien ahí para ver.<br />
-Si he entendido todo –dijo el hombre. Tenía la voz ronca y al abrir
la boca se le notaban los dientes amarillentos, uno de arriba negro como
carbón. Tosió en contra de su mano antes de seguir- vos tomarías mi
cabeza y le darías reset a mi vida. Así de fácil, ¿no?<br />
-El proceso es un poco más complicado que eso –respondió la voz que
le había estado hablando. Como en su caso, parecía venir de la absoluta
nada y, sin embargo, llenar el cuarto-. Pero supongo que desde el lugar
en que te encuentras es una justa descripción.<br />
El hombre se retorció las manos. La remera de mangas largas que
llevaba también estaba manchada y rota, pero debía servir para ocultar
las heridas oscuras en sus brazos, expuestos al remangarse como lo hacía
en ese momento.<br />
-Vos podrías tomar todos mis recuerdos, ¿no? Los malos y los buenos. ¿Y qué hay de borrarlos?<br />
-El objetivo de este proyecto es precisamente el almacenamiento
completo de una mente humana. Ir borrando partes del mismo iría en
contra de ese objetivo.<br />
-Esas son mis condiciones, boludo, te lo vas a tener que tragar
–Volvió a toser y se aclaró la garganta ruidosamente-. Che, no pienso
hacer nada así, me estoy secando. Ayúdame un poco.<br />
Entonces la imagen sufrió un corte. Al volver había una botella de
whisky en la mesa y al lado de la mesa del hombre un vaso chico, el cual
acababa de vaciar. Inmediatamente se puso a llenarlo de nuevo.<br />
-Ahora podemos hablar como la gente –El hombre levantó el vaso hacia el frente como en un silencioso brindis antes de beber.<br />
-Acerca de esas condiciones…<br />
-Oh, sí –dijo y dio una sonrisa-. Si vos quieres que firme esta
mierda, vas a tener que hacer esto por mí. Si no, no va a tener ninguna
puta gracia para mí. Vos tienes tu proyecto andando, ¿y yo qué? ¿Que me
joda? No, chango, no. Si vos o ustedes ya saben tanto del cerebro, para
ustedes tomar los últimos siete años debe ser facilísimo, ¿no? –A pesar
de que seguía sonriendo, unas lágrimas empezaron a caer de sus ojos-.
Porque yo no pienso hacer esto sólo para vivir repitiendo cada mierda
que he hecho. Ni siquiera lo aguanto ahora, ¿para qué más es esto?<br />
Una nueva porción de whisky cayó por su garganta.<br />
-Bórralo todo –dijo con una voz más exigente-. Vos no sabes… vos no
te puedes imaginar las cosas que he hecho. Quita todo eso de mi cabeza y
con el resto puedes hacer lo que quieras, mientras esa mierda esté
fuera.<br />
La voz se demoró unos instantes en responder. A diferencia de con las
grabaciones, en ese momento se le escuchó suspirar suavemente.<br />
-Eso no será posible. Lo que sí podríamos hacer es intentar
suprimirlo antes de que sucedan esos eventos en cada nueva prueba. En
lugar de tomar los resultados en este punto de tu vida en el que está,
podríamos tomarlo antes de que llegue este punto. Aunque es posible que
gracias a los efectos de la prueba acabes de otra manera. No sabemos con
exactitud qué puede hacer en esa nueva línea de tiempo. Es difícil
averiguarlo. ¿Cuál período de tu vida crees que sería la más conveniente
para cumplir esta idea?<br />
-Cuando era pendejo –respondió sin dudarlo el hombre-. Dentro de
todo, la peor joda es que tuve una infancia buenísima. Mis viejos… mis
viejos eran buenísimos. Demasiado buenos para la mierda que han acabado
teniendo –Levantó la vista de nuevo-. Antes de que mueran. Llévate todo
antes de que mueran. No quiero tampoco tener que repetir eso.<br />
-Tus padres murieron cuando tenías 17 años, ¿cierto? –preguntó la voz.<br />
En la pared, a un lado de la imagen del hombre, surgió un artículo de
un diario Liberal. Era una noticia de primera plana y el mayor espacio
lo ocupa una visión de un bazar en el centro con los vidrios del frente
destrozado. El fotógrafo también había capturado el frente de una
ambulancia y el costado de una cama de emergencia siendo impulsada hacia
arriba por un enfermero que daba la espalda. El titular era “Tiroteo en
la vía público se cobra siete víctimas.” Cuando Marcos tocó encima el
artículos se expandió, haciendo más claras las letras. No quería leer,
pero lo hizo.<br />
Encontró su apellido y dos nombres familiares recién al final, en un recuento de las vidas perdidas.<br />
-Sí –dijo el hombre-. Eran lo único que tenía. Ninguna otra familia.
Me quedé solo y traté de seguir adelante como pude, pero cosas pasaron
y, bueno, pasó lo que ves aquí. Fue todo una enorme joda, ¿te das
cuenta? No debieron haber estado ahí. Yo sólo supe cagarla a partir de
ahí.<br />
Miró la copa en su mano con una mueca de asco, ponderando. Pero al final volvió a llenarlo y se lo bebió.<br />
-Entonces ¿aceptarías entrar al proyecto en tanto tomemos los resultados antes de ese día?<br />
Asintió.<br />
-Denme mis años buenos y puedes hacer lo que quieras. Ya no me importa nada. Al menos así voy a servir de algo, ¿no?<br />
-Mucho más de lo que piensas, Marcos Velázquez. Gracias por tu ayuda.<br />
Un nuevo corte y las luces volvieron junto a la blancura. Marcos se
sintió caer sentado en la cama. Aunque quería, no podía obligar a su
cerebro a pensar nada concreto. Eran demasiadas ideas para tomarlas una a
una.<br />
-No… ¿por qué…?<br />
-Te escogí para este proyecto, Marcos Velázquez, debido a lo que pasó en tu línea de tiempo original.<br />
El adolescente levantó la mirada, abrazándose a sí mismo para retener un extraño temblor.<br />
-¿Qué…?<br />
-Un camino muerto, como ustedes dirían. La mayoría de las personas,
no importa su falta de utilidad para la sociedad, tienen siquiera una
pequeña parte en el desarrollo de la humanidad. Ser la víctima de un
asesino que causará su captura, ser el bebé muerto de un doctor al que
el hecho inspira a hacer grandes adelantos médicos. El efecto mariposa
es aplicable para todas las criaturas. El aleteo de una mariposa acaba
convirtiéndose en una tormenta en la otra parte del mundo. Esta es la
regla general y, como en toda regla, existen sus pocas excepciones. Tu
vida, Marcos Velázquez, es una imposibilidad estadística en tanto hemos
determinado que por lo que respecta a tu forma de vida original, no has
influido en absolutamente nada de la historia futura. Tu vida, de no ser
por el proyecto, habría terminado tres años más tarde en un edificio de
construcción abandonado, producto de una sobredosis de heroína. Debido a
la localización y al hecho de que derrumbaron el edificio para
construir uno nuevo sobre su base, tu cuerpo jamás sería descubierto ni
siquiera hasta nuestros días. La totalidad de tu existencia se desvanece
en los albores del tiempo sin afectar en lo absoluto al futuro. Tu caso
no es el único así. Tú no eres más que otro de un puñado imposible de
personas a las que nadie recuerda.<br />
Marcos sintió que se le hacía respirar. No tenía adónde escapar. No tenía con qué defenderse.<br />
-¿Nadie? ¿Ni mis amigos, mis compañeros, Icaro? ¡¿Cómo que nadie?! ¡He vivido! ¡Incluso con esa mierda de vida he vivido!<br />
-Pero no lo suficiente para causar un impacto que nos hiciera dudar
de sacarte de tu período actual. No podemos interferir con la historia a
nuestro capricho. La única posibilidad de que el proyecto fuera
éticamente aceptable sería si nos comprometíamos a no interferir con
eventos clave de la historia. Personas como tú fueron nuestra mejor
opción.<br />
-No te creo.<br />
-En ese momento sólo tenías conocimiento del detective Icaro Stefanes
como una persona que había ayudado en un caso de desaparición de un
conocido tuyo, junto con la ayuda de Roberto Castillo. Pensabas
ofrecerte como un informante de las calles para detener el tráfico de
drogas, pero después de que el detective Stefanes muriera a manos de la
asesina serial conocida como la Fronteriza abandonaste la idea.<br />
Otro artículo de un diario virtual apareció por todos lados, este más
pequeño que el de sus padres, mencionando a la reciente víctima de la
Fronteriza en una carretera a las afueras de la Banda. El detective
Castillo declaraba que no era la primera vez que se la encontraban y
ahora iba a ser más difícil, pero no cabía duda de que iban a poner
todos sus esfuerzos en encontrarla.<br />
-Parece que este es un hecho inevitable. He examinado las líneas de
tiempo generadas por el proyecto y tal parece que en la mayoría de ellas
Icaro Stefanes es declarado muerto a causa de la Fronteriza. Los
tiempos en que esto sucede puede cambiar, pero la mayoría de las veces
ese es el final de su historia.<br />
Marcos quiso decir que mentía, que nada de eso podía ser una sucia
mentira, pero el impulso murió a medio camino de su boca. Fueron un
largo minuto de silencio en el que el joven sólo pudo quedarse de pie,
intentando pensar algo sin conseguirlo.<br />
-¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué vas a hacer conmigo?<br />
-Marcos Velázquez, en unos momentos serás conducido a la habitación
de transferencia. Tu cuerpo actual cesará de funcionar y los restos
serán desechados como es usual con los muertos, pero tu mente, junto a
toda tu vida, seguirá en un nuevo receptáculo. Tu yo de los ocho años
privado de vida.<br />
Marcos dejó salir una risa histérica. Debió haberse imaginado esa. Era de lo más obvio.<br />
-¿Y cualquier cosa que diga ahora no va a importar un carajo, no?
–dijo, sin dejar de reír. Las lágrimas caían por los lados de su rostro,
impidiéndole ver-. Porque vos ya tienes tu consentimiento.<br />
La respuesta no se hizo esperar.<br />
-Afirmativo.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-32394331487333373822015-01-20T19:06:00.005-08:002015-01-20T19:06:59.149-08:00Mil veces déjà vu. 10<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<strong>Capítulo 10</strong><br />
En el televisor la escena de una ciudad genérica de Estados Unidos en
un tiempo post-apocalíptico había sido detenida mientras era
superpuesto un mensaje que anunciaba que el equipo había sufrido una
nueva derrota. Estaba en el modo cooperativo, de modo que la misma
escena se dividía en dos mitades del televisor.<br />
<a name='more'></a><span id="more-1864"></span><br />
No había habido ninguna transición entre el momento en que habían
perdido la batalla y encontrarse envueltos en los brazos del otro sobre
el sofá. Marcos no creía que tenía que ver una cosa con la otra, pero le
daba igual. Entre encontrarle sentido a las cosas y lo que estaban
haciendo ahora, la opción era demasiado sencilla. Pero cinco minutos de
intentar que las manos del detective se movieron más allá de la parte
posterior de sus pantalones, no importaba cuánto el joven lo incitara
con movimientos de cadera, Marcos encontraba su paciencia agotándosele.<br />
Era la primera vez que se veían de nuevo desde aquel día y Marcos se
la había estado pasando asistiendo a cumpleaños de compañeros, la
despedida de uno a una universidad fuera de la provincia, y recién había
logrado librarse de sus padres preguntándoles a qué lugar pensaba
inscribirse él y mejor se apurara antes de que fuera tarde. Ya tenía una
idea: nutrición, pero los cursos no empezarían hasta Marzo y era obvio
que sus padres preferían algo más serio. Ni siquiera había fumado en las
doce últimas horas, a sabiendas de que al detective le daba arcadas el
olor, llegando el punto en que prácticamente tenía que contenerse para
comerse sus propios dedos de la necesidad por tener algo circular en sus
labios. El hecho de que hubiera durado media hora desde su llegaba sin
ponerse en ese modo era un verdadero milagro.<br />
Eran casi obscenas las ganas que tenía de ir más lejos y eso era precisamente lo que no estaba pasando.<br />
-¿Qué? –espetó, alejándose.<br />
-¿Qué de qué? –preguntó el detective, cual Chespirito.<br />
Marcos tenía los brazos alrededor de su cuello. Le gustaba pasar los
dedos por los pelos de su nuca y sostenerlo contra sí. Dio un pequeño
salto en su sitio como estaba, haciendo sentir su peso caliente, las
piernas abiertas a cada lado de su cintura.<br />
-¿Vos qué crees?<br />
El detective negó la cabeza de forma sutil, como si lo dirigiera al cuarto, al universo o a la nada.<br />
-¿No te sientes vos un poco raro con esto? No sé si me acabo de acostumbrar.<br />
-¿En serio? –Marcos se mandó calma. No sabía de dónde-. Ya te he
dicho que unos días antes de Navidad ya voy a estar cumpliendo la
mayoría de edad. Vos sos el único que se hace problema por eso.<br />
No podía creer que lo seguían discutiendo. Incluso ese mismo había
tenido que escuchar la remarcación de que ellos no habían nacido en la
misma generación y a sí mismo remarcando a su vez el poco valor que
podía darle.<br />
-Once años no es poco –Icaro lo miraba angustiado. Tenía ganas, Marcos
podía verlo en sus ojos marrones y en la elevación entre sus pantalones,
pero aun así se restringía-. Cualquiera que me ve va a creer que ando
de asaltacunas.<br />
Marcos suspiró. Largo y profundo.<br />
-Y a mí qué me importa, carajo. No le vamos a decir a nadie de todos
modos, ¿no? –Se adelantó, besándole la boca. ¿Cuánto tiempo había
perdido mirándolo y hablando, mirando y sin tocar, queriendo eso, a
alguien, a él?-. Sólo van a ser tres semanas. Luego todo el mundo se
puede ir a la mierda si no le gusta.<br />
-Tus viejos me van a matar.<br />
Pero aun así lo abrazaba. Marcos se sonrió un poco. Todavía podía tener sentido del humor.<br />
-A lo mejor –Se rió más fuerte cuando vio al detective sufrir por la
perspectiva-. No, hombre, sólo te jodo. Si soy mayor de edad, pues van a
tener que aguantarse. Tampoco es que se los voy a estar anunciando por
todo lo alto apenas sople las velitas. Ya voy a ver cómo se los digo y
cuándo. De eso deja que yo me encargue –Le abrazó de vuelta, apoyando la
cabeza contra su hombro. Su colonia, nunca había olido tan cerca.
Estaba feliz así. Y caliente. Pero todo feliz. No se imaginaba ninguna
idea que podría mancharlo-. Si vos quieres estar conmigo y yo con vos,
que se vayan todos a la mierda. No hacemos nada malo.<br />
-Siempre tan romántico, ¿no? –Icaro le rodeó la espalda y le frotó la
mejilla con un par de dedos, despejándole el rostro de algunos
mechones-. No me dejo de acordar que para vos yo soy un viejo.<br />
De saber que incluso ahora el detective se lo tomaría en serio se
habría ahorrado de comentar algo así. Le pasó las manos por el pecho y
le dio un estremecimiento reconocer que todavía llevaba por lo menos dos
capas de vendas debajo. Al menos eran delgadas y no tenían un puño de
algodón debajo, por lo que ya debería estar cumpliendo una medida
preventiva más que enteramente necesaria.<br />
-Sólo te lo decía de joda. Sabes que siempre me has gustado un poco, ¿no?<br />
-¿En serio? –El detective arqueó una ceja-. Es la primera vez que me entero.<br />
-Si no sos un espanto tampoco, hombre. Tengo ojos y para algo me sirven –Tras unos segundos de dudar, preguntó-: ¿Y vos?<br />
-¿Si me pareces lindo? No, para nada. Lo mío siempre ha sido puro y
más allá de lo meramente superficial. Siento que no seas tan profundo
como yo.<br />
El detective se rió cuando el más joven le dio un golpe al hombro. El
mayor le atrapó la mano cuando trató de retirarla y la encerró dentro
de la suya suavemente.<br />
-Me pareces precioso –dijo con simpleza. Marcos bajó la vista, a
sabiendas de que lo que percibía bajo la piel era un subidón de calor
indeseable. No era la primera vez que alguien en la vida se o decía y ni
siquiera viniendo de un posible ligue, pero el hecho de que se
conocieran por algo más que ello lo volvía diferente en una muy estúpida
manera-. Incluso si el punk no es mi estilo favorito, a vos se me hace
que te queda muy bien. No sé, como lindo. ¿Con eso sería suficiente?<br />
-¿Qué pasaría si no te hubiera dicho nada? –preguntó Marcos,
irguiendo la cabeza pero bajando la vista-. En realidad ya te había
visto besándome y veía que a vos te gustaba, pero en realidad… si me
hacía el que no vio nada, ¿se habría dado algo?<br />
-No me preguntes ese tipo de cosas porque no tengo idea –El mayor
suspiró-. Puede que se haya terminado dando solo. En algún momento,
cuando realmente tuvieras dieciocho y, si seguíamos como hasta ahora,
llevándonos bien, a lo mejor se me terminaba ocurriendo invitarte a
algún lado y preguntarte si querías algo más. Puede que lo único que has
hecho haya sido adelantar un poco las cosas. Puede ser, ¿por qué no?<br />
-¿Cómo lo habrías hecho?<br />
-Preguntándote, ¿cómo más? ¿Qué, querías un discurso?<br />
Marcos miraba sus manos juntas.<br />
-No, está bien –Presionó su nariz contra su cuello y trató de
dirigirle hacia su entrepierna, contra la cual todavía se sentía muy
presionado. Le hizo abrir al otro los dedos y rodear el bulto bajo el
cierre de su pantalón, buscando un más firme contacto. Prácticamente él
lo hacía todo-. Deja de joderte la cabeza. No estás abusando de un
pendejo.<br />
-Ya sé –Icaro volvió a besarlo y lo apretó justo como pretendía-. Supongo que será cuestión de acostumbrarse, ¿no?<br />
-Sí, boludo.<br />
Marcos empezó a jadear cuando sintió el calor de la palma del
detective contra su entrepierna cubierta por la ropa interior. Icaro le
lamió los labios, ganando en confianza con sus movimientos y los
resultados positivos que veía en su compañero. Mientras seguía con ello,
Marcos empezó a manosear en busca de la forma para deshacerse de su
cinturón.<br />
Entonces una voz electrónica comenzó a cantar sobre cuánto necesitaba
cocaína. El sonido salía del sofá al lado de las piernas de Marcos.
Este chasqueó la lengua y rezongó en frustración, extendiendo la mano
para tomar el celular y leer rápidamente el contacto identificada en la
pantalla. Icaro miró el reloj en su muñeca. Ya estaba empezando a ser de
noche.<br />
-Tus viejos –dedujo.<br />
-Sí. La reputa que lo parió –maldijo Marcos, saliendo de su lugar
sobre el detective y sentándose al otro lado del sofá antes de
responder-. Ma –Escuchó lo que le decían en otro lado. Icaro se pasó las
dos manos por el rostro, tratando de recuperar algo de calma general-.
Sí, todo bien. ¿En serio? ¿Ahora? Meta. Bueno, le digo que me lleve.
Chau.<br />
Colgó suspirando y echando la cabeza hacia atrás.<br />
-No se vale –se quejó, exagerando un lloriqueo.<br />
El detective torció el labio. Le dio una palmada resignada en el muslo.<br />
-Ni modo, quedará para otro momento. De todos modos ya es muy tarde.<br />
Marcos le tomó la mano y se la agitó como un muñeco al que se negara a soltar.<br />
-No se vale –repitió-. ¿Y si digo de una que me quiero quedar en la casa de mi novio?<br />
Icaro lo miró inclinando la cabeza.<br />
-¿De tu novio mayor por once años, que encima se supone que es el
adulto responsable de vos en una investigación criminal? Sí, por qué no.
No quería vivir para mañana de todos modos.<br />
Marcos le arrojó su mano de vuelta en ademán enojado.<br />
-No te pongas así –Icaro le acarició la sien rasurada y le tocó con
sus dedos en medio del cabello levantado-. No te he dicho que no, ¿no?
Nada más va a tener que ser en otra oportunidad.<br />
Marcos se liberó de su toque y se levantó del sofá, subiéndose el
cierre del pantalón y acomodándoselo. Se estiró mirando la pantalla.
Ausentemente pensó que si tan sólo se le hubiera ocurrido dejar el juego
para más tarde no habrían llegado hasta más allá de los diez sin
avanzar en la dirección que más habría preferido. “No tengo mucho
tiempo, ya sabes”, pensó, masticando esas palabras, negándose a
pronunciar semejante chantaje pero incapaz de no sentir el picor de esa
certeza. Y a pesar de todas sus charlas sobre darle igual el resto del
mundo, eso nunca podría ser verdad. Ellos también eran parte del mundo.<br />
Iba a fumarse tres cajas apenas llegara a casa. Lo necesitaba.<br />
-Vamos –dijo.<br />
Llegaron a su casa mientras en el estéreo del automóvil sonaba
Rammstein hablando de incesto en alemán. El detective miró a las luces
prendidas y luego al más joven.<br />
-¿Estás bien vos? –preguntó.<br />
-Sí –respondió Marcos, como admitiéndolo a su pesar-. Estoy jodido nomás.<br />
-Yo también, no creas –El detective exhaló con cansancio-. Pero así tiene que ser. Que descanses.<br />
Marcos se volvió a él con una sonrisa socarrona.<br />
-La primera vez que me dices eso al dejarme en casa –notó.<br />
-¿En serio? ¿Y qué con eso? ¿No te lo puedo decir?<br />
-No, no tiene nada de malo. Nada más me ha hecho gracia –Abrió la
puerta del automóvil y salió al exterior. Se inclinó un poco para
hablarle por la ventana abierta-. Que descanses igual. ¿Nos vemos
mañana?<br />
El detective miró por encima de su hombro y presionó un botón en el
tablero para acabar de bajar el vidrio. Se inclinó hacia su lado y
Marcos entendió que debía hacerlo a su vez. Se encontraron a medio
camino, y aunque el joven sentía contra su vientre la presión del marco
de la ventana y era una posición en general de lo más incómoda, se
encontró sonriendo después de la despedida.<br />
-Sí –dijo el detective y le sonrió.<br />
Esa noche, en su cama, pensando en todas las cosas que podría hacer
de vivir por su cuenta y no necesariamente solo, de pronto a Marcos le
invadió la imagen violentamente clara del estacionamiento de un
supermercado. El sitio estaba casi abandonado, lleno de luz diluida en
nubes de un potente sol. El edificio del supermercado era largo y ancho,
ocupando casi toda la cuadra. Lo vio desde el ángulo a la izquierda, la
gasolinera y estación de servicio asomándose por un costado. Lo vio
desde el frente, las barras de hierro que rodeaban los vehículos y los
toldos, la mayoría rotos y de un color verde botella, esperando servir
de refugio contra el cielo. La entrada principal adonde se encendía el
cartel luminoso con el nombre en colores primarios, teniendo a un lado,
ordenados en fila a los carritos para las compras.<br />
Fueron como tres instantáneas que alguien se empeñara en pegar en
frente de sus ojos, permitiéndole incluso detenerse a contemplar bien
que fuera el lugar que creía y acabar de relacionarlo con sus propios
recuerdos. Marcos no tuvo idea de si lo vio justo antes de dormir o si
lo vio mientras dormía, pero las imágenes siguieron impresas como un
vívido sueño al levantarse.<br />
—<br />
La segunda vez que lo interrumpieron, pretendiendo justamente
evitarlas, Marcos había conseguido que directamente empezaran en la
pieza del detective y sobre su cama de tamaño matrimonial. Icaro le
aclaró que era una diferente a la que tenía desde antes de divorciarse y
más producto de simple capricho que porque de verdad tuviera esperanzas
de usarla con alguien pronto. Marcos preguntó si después la había
estrenado con alguien y el detective, mirándole de reojo, respondió que
en realidad no. En tono ligero y bromista, el joven preguntó si se la
había estrenado a otros antes.<br />
El detective se tardó en responderle tanto tiempo que Marcos empezó a
imaginarse que le iba a decir que eran tantos que ya se le había
olvidado el número exacto. De ser así, no pensaba tener una opinión
defectuosa del mayor por ello. No se consideraba ningún ángel moralista
para cosa semejante, sobretodo recordando sus propios jugueteos (dos
veces con hombres que podrían tener la edad de Icaro o incluso más, pero
jamás pudo comprobarlo con exactitud) en baños, callejones y lo que
tocara en lo que se sintiera lo bastante cómodo. Lo que sinceramente no
se esperaba fue lo que en la realidad acabó escuchando.<br />
-No sé si vas a creerme, pero vos vas a ser el primero desde
Antonio–Marcos no pudo sino mirarlo, sorprendido. El detective tenía una
mano rascándose distraídamente la barbilla-. Nunca he sido muy de las
citas casuales. Soy medio paranoico con invitar a cualquier que no
conozco a casa o con ir a la casa de gente extraña. No dejo pensar que
sería la cosa más sencilla del mundo que vayan por un forro al baño y
vuelvan con un cuchillo listo para castrarte. O que te peguen cualquier
cosa. ¿Sabes que algunas enfermedades ni siquiera se pueden prevenir con
un forro? A menos que te cubras también las pelotas y eso como que ya
no da…<br />
-Para, por favor –Marcos arqueó una ceja, quitándose la campera y
dejándola encima de una cómoda-. Por favor, para. Tanta charla caliente
me va a volver loco. Mira qué cochinadas me dices. Ya voy a quitarme los
pantalones, por favor, no sigas.<br />
El detective se rió un poco de sí mismo.<br />
-No es que haya sido un inocente antes de Antonio tampoco. Pero
mientras más y más uno va oyendo cosas, pues como que no hay muchas
ganas de ir arriesgando por ahí. Y no sé, creo que en general
sencillamente no hubo muchas oportunidades.<br />
Marcos se sentó a la cama. Se sentía bastante firme, pero al dar un
salto el movimiento era suave, acoplándose a su peso respecto al resto
libre. Miró a las paredes, una sola con posteres de bandas de metal y
una de Final Fantasy VII. Se veían viejas, con marcas blancas por donde
las habían doblado, y los bordes rotos. Habían sido despegadas y vueltas
a pegar en el pasado.<br />
-Pues no me iras a pedir un examen físico a mí –dijo el joven-.
Supongo que me puedo hacer uno, pero ¿para qué? Lo que he hecho antes
nunca me ha dejado nada. Lo he visto en Internet y no tengo síntomas de
nada. Y la última vez que hice nada fue como hace casi cuatro meses.<br />
-No sé si decir que has tenido buena suerte o no –comentó el mayor-.
Cuando tenía quince para arriba era directamente impensable ligar en los
boliches que había entonces. Eran más las veces que te pegaban la
paliza antes que nada. En la universidad se hace más fácil, porque a
todo mundo como que ya le da un poco igual, pero antes de eso, no, muy
difícil. Por lo menos aquí.<br />
El detective extendió la mano para acariciarle el mohicano. Marcos se
la tomó y tiró hacia él, acercándolo al espacio entre sus piernas.
Levantó la mirada. El mayor le pasó el pulgar por los labios y Marcos,
entendiendo, se lo mordió juguetonamente. Colocó ambas manos a su
cintura, sintiendo los músculos bajo la ropa.<br />
-¿Estás entusiasmado, no? –dijo Icaro con una nota de satisfacción.<br />
-Puede ser. ¿Qué vas a hacer al respecto? –Marcos se sonrojó un poco diciendo esa línea, pero supo mantener el tono desafiante.<br />
Icaro se inclinó hacia él para besarlo, acomodándose arriba de él
mientras lo empujaba sobre el colchón. Marcos sabía que el retumbar de
su pecho eran los puros nervios, pero más que nada percibía una extraña
calma sobrecogedora, como si hubiera regresado a algo que le hacía
falta. Por un momento tuvo que parpadear, confundido por esa idea, pero
el detective continuó besándole, obligándolo a olvidarse de semejante
estupidez y anclarse en el presente. Los labios pronto se humedecieron
una contra otros e incluso los raspones de la barba candado enviaban
cosquilleos placenteros, sobretodo a medida que tomaba de la nuca al
detective para meterle más fuerza al asunto. De pronto tenía una mano
encima de su propio estómago empezando a subirle la camiseta y Marcos
levantó las caderas y luego la espalda para dejar pasar la tela sobre su
cabeza. Apenas había levantado los brazos cuando un sorpresivo grito
ronco acompañado de guitarras eléctricas sonó espantosamente alto y
fuerte, aturdiéndolo.<br />
Le sorprendió, pero, a pesar de eso, supo reconocerlo. El celular de Icaro, que ahora el detective iba a atender.<br />
-No, me estás jodiendo –dijo.<br />
-Deja que vea –respondió Icaro, leyendo el contacto.<br />
De pronto la expresión de su rostro se volvió seria y Marcos supo,
sin necesidad de ninguna premonición, que esa era la segunda vez ya.<br />
Doce horas sin su paquete de cigarrillos tiradas a la basura.<br />
-Me cago en la puta –masculló para sí mientras el detective volvía a sentarse en la cama, a su lado, y atendía.<br />
-Doctora –dijo Icaro. Marcos se irguió al instante, bajándose la
remera. ¿Una verdadera emergencia?-. ¿Dónde? ¿Están seguros? –El
detective se apretó ligeramente la boca, reflexivo-. ¿Hace cuánto? –Unos
segundos más tarde-. Voy allá.<br />
-¿Quién se ha muerto? –soltó Marcos antes de recordarse de la
profesión de con quién hablaba y que, en su caso, la pregunta bien podía
ser literal. Icaro se levantó de la cama y buscó su campera-. Espera,
chango. ¿Qué pasó?<br />
-Creen que es de nuevo la puta loca –dijo, pasándole la prenda-. Sólo
ha dejado el cuerpo y ni rastros de ella. Parece lo mismo de siempre,
aunque no van a saberlo hasta que le hagan la autopsia. Era un hombre de
cuarenta cuyos hijos habían denunciado su desaparición hace dos
semanas. La doctora me llamó apenas tuvo la noticia. Vamos a ir allá a
ver qué conseguimos.<br />
Marcos se detuvo de enmangarse el otro brazo en mitad del movimiento.<br />
-¿Has dicho vamos? –dijo, más extrañado que nada.<br />
-Sí, puede que llegues a ver algo nuevo si la escena está fresca. Por
supuesto que vos sólo te vas a quedar en el auto, adentro, y ni se te
ocurra salir de ahí, ¿de acuerdo?<br />
-Ah, pero entonces no voy a ver mucho –protestó Marcos.<br />
El detective frunció el ceño.<br />
-No es un espectáculo de una obra, Marcos. Alguien se ha muerto y
puede que la asesina siga por ahí, riéndose de nosotros los pelotudos
porque no la hemos agarrado. Podría andar con un arma. No te pienso
dejar solo por ahí con esa puta –Marcos bajó la cabeza, acabando de
vestirse. El detective continuó en tono conciliatorio-. ¿Vas a querer
venir?<br />
-Sí –admitió Marcos, negándose a levantar la vista a reconocer su sonrojo.<br />
El mayor se quedó un momento más de pie, como si no se le ocurriera
qué más agregarle, y, al final, se volvió a la sala buscando las llaves
del auto.<br />
A Marcos le sorprendió ver que todavía había luz del sol afuera, las
evidencias del verano tal como lo conocían. Un revoltijo en sus tripas
le hizo dudar de su decisión de acompañar al detective, aunque sólo
fuera desde el automóvil, pero se decidió a remover esas ideas de la
mente, por lo menos del escenario principal. Tenía que recordar que era a
eso a lo que se había comprometido, no en la pieza sino cuando se
rindió a la insistencia del mayor en que podría hacer algo bueno con sus
visiones, incluso si estos no tenían que ver con la loca de mierda. Y
ahora que de verdad lo hacía, después de tanto tiempo en silencio, tenía
una oportunidad única de encontrar algo que no había visto antes.<br />
En el auto Icaro le indicó que se pusiera el cinturón de seguridad.<br />
-¿Es en los lugares de siempre? –preguntó Marcos en cuanto arrancaron-. ¿Las carreteras en las fronteras?<br />
-Sí, como siempre. ¿Por qué?<br />
-Nada. Es que creí que podría tener con el supermercado de la calle Urquiza.<br />
-¿Y eso?<br />
-Es lo que he estado soñando y viendo despierto más seguido. Como
cuando leí lo del motel Sarmiento en el diario antes de tenerlo.<br />
-¿Y no sabes por qué? ¿Sólo lo has visto, de un flashazo, y nada más? ¿Ni siquiera sabes si tiene que ver con esta enferma?<br />
-Justamente. La mayoría de las veces al menos tengo una idea de por
qué algo es importante, pero esta vez no me quieren decir ni una
palabra. Igual es como si me hubiera obsesionado con una pintura bonita.<br />
-¿Lo ves al edificio normal? ¿No le ha caído una bomba, no está pintado de otro color, no hay liquidación, algo así?<br />
Marcos hizo una mueca.<br />
-Si le hubiera caído una bomba ya tendría que ser boludo para no
darme cuenta de por qué es importante y a vos te habría dicho de una que
ni en pedo quieras ir ahí de nuevo.<br />
Icaro estuvo a punto de girar los ojos pero se contuvo.<br />
-De acuerdo, sí, tienes razón –dijo, tras un suspiro-. ¿Entonces? ¿Nada extraño?<br />
-Normalito –aclaró con un tono que no admitía replica-. Como todos
los días. Si te digo que no tengo idea de más es porque no lo sé y no
puedo averiguar más.<br />
-De todos modos lo tomaré en cuenta –concluyó el mayor-. Y puede que
igual acabe comprando las cosas en otro lado. En un kiosco de la esquina
a lo mejor.<br />
Marcos se mordió los labios para no decir que lo prefería mucho más
así. Era domingo y, como era habitual en un día así, apenas había autos
en movimiento por las calles, por lo que no tuvieron que pasar por
ningún embotellamiento ni atrasos parecidos.<br />
Empezó a mover la pierna de arriba abajo, subiendo el talón. Llegaron
unos veinte minutos más tarde, habiendo visto parte de la escena
incluso a la distancia. Los autos policiales y algunos en motocicleta,
mientras la ambulancia estaba ahí para cumplir con las formalidades
necesarias. Mientras Icaro buscaba un lugar adónde acomodarse Marcos
observó por la ventana al cuerpo tirado, cubierto por una lona azul.
Finalmente se detuvieron.<br />
-Voy a hablar con alguna gente y ver el panorama general –indicó Icaro-. Vos fíjate en lo que puedas y no te muevas de aquí.<br />
Estuvo a punto de marcharse, pero de pronto Marcos extendió el brazo para evitar que se quitara el cinturón.<br />
-De casualidad no tienes un chaleco anti balas, ¿que no?–preguntó-. O cualquier cosa parecida.<br />
El detective sonrió de medio lado.<br />
-No. Cuesta más conseguirlos cuando no se está con la policía.<br />
-Entonces mantenete cerca de las personas, mientras más rodeado mejor. No vayas solo por ahí tratando de buscarla.<br />
Icaro lo miró y Marcos le sostuvo la mirada. El pequeño intercambio duró unos segundos antes de que el otro cabeceara.<br />
-Ya vas aprendiendo a ser un paranoico profesional.<br />
-Vete a la mierda –Marcos le liberó-. Con dos agujeros de sobra ya es suficiente.<br />
-¿Sabes que eso luego se cicatriza, no?<br />
-Sabes que te voy a matar si te pasa algo, ¿no?<br />
Icaro se echó a reír, demasiado fuerte y obvio para el gusto del
adolescente, quien tuvo que darle un puñetazo al hombro como forma de
respuesta.<br />
-Perdón, perdón, perdón –dijo el detective, frotándose-. Es que por un segundo me has parecido demasiado lindo.<br />
Los colores se le subieron por el rostro al más joven.<br />
-¡Anda a cagar! –rabió Marcos-. Andate y que te pegue un tiro la concha de tu madre.<br />
-Ay, mierda –Icaro se limpió las lágrimas de risa. Carraspeó por un
rato, recuperando la compostura, aunque la sonrisa se negaba a irse-.
Bueno, bueno. Ya estuvo. Ejem. Vos quédate tranquilo que todo va a estar
bien.<br />
-Más te vale, pajero.<br />
La sonrisa risueña se amplió.<br />
-Yo también te quiero –pronunció el detective, saliendo del vehículo sin darle la oportunidad de responder.<br />
Marcos miró con odio mal contenido la puerta.<br />
-Será pendejo –escupió.<br />
Se liberó de su propio cinturón dándole un empuje a la cinta, dejando
que se volviera a su sitio original. Abrió inmediatamente la ventana
para airear algo del ambiente sofocante. Se golpeó las rodillas con los
nudillos y se forzó a tomar una respiración muy profunda. No necesitaba
un estado de calma especial para ver lo que necesitaba, no la mayoría de
las veces. Afuera no sólo había miembros de los cuerpos oficiales de la
ley sino grupos de periodistas reuniéndose en torno a las voces
principales, extendiendo sus dispositivos de grabación a centímetros de
sus rostros para recoger cualquier iniciativa.<br />
Después de todo el revuelo que se había armado gracias a la
Fronteriza, desde las denuncias por las víctimas sin nombre hasta otras
acusaciones que de las que todavía no había pruebas pero se creí a todo
mundo culpable, incluyendo el mero morbo popular, varias portadas iban a
compartir un mismo tema sin importar el nivel de su seriedad o falta de
ella. Una vez había llegado a tener una visión de sí mismo viendo los
apuntes de una carrera de Comunicación. Sólo la había visto una vez y,
de modo que no la había ido a cumplir, ya no regresó nunca más. A veces
prefería tomarlas como cartas de sugerencias en lugar de descripciones
específicas e inevitables.<br />
De Nutrición era justamente una de las pocas carreras de las que
nunca había recibido sugerencias. De modo que decidió tomarla. Había
hablado con sus padres sobre curiosidad sobre las cosas sanas, sobre
tener un trabajo para ayudar a la gente, pero en realidad no había
tenido mayor motivación.<br />
Desde afuera le tocaron la ventana del asiento opuesto. Marcos bajó el vidrio para ver a Icaro inclinándose.<br />
-No es ella –informó el detective.<br />
-¿Cómo saben? –quiso asegurarse Marcos.<br />
-Porque faltan las marcas en la espalda, la ropa está horrible y la
causa de muerte ha sido un disparo a un costado de la cabeza, no en la
frente como todas las otras víctimas. Podría creer que ahora que ha sido
descubierta la enferma no quería perder el tiempo ahora, pero todos
esos fueron detalles que, primero, nunca se filtraron y, segundo, forman
parte de su modus operandi. En estos casos dicen que los asesinos
evolucionan, pero esto es un retroceso. De todos modos, van a decir a
los medios que sospechan una venganza mafiosa.<br />
-¿Y no podría ser que ella lo cambiara a propósito? –sugirió el más joven-. Para hacerse la boluda.<br />
-No, ella no –Icaro observaba a sus alrededor, como si todavía
esperara verla en cualquier momento-. Se me hace que esto le va a
parecer un plagio barato. No le va a gustar nada. Los locos como ella
tienen demasiado ego para su conveniencia. Puede que esto sea
conveniente porque una loca enojada es mucho más volátil que una
tranquila.<br />
El detective suspiró y se volvió a meter en el automóvil. ¿Iban a irse tan pronto?<br />
-¿Ya terminaste?<br />
-Voy a investigar a la familia a ver qué averiguo. La verdad la
teoría de la venganza mafiosa por ahora se me hace lo más posible. A lo
mejor creyeron que copiando a la Fronteriza podía pasar por un trabajo
suyo. O es otro loco imitando.<br />
-Perfecto –exhaló Marcos, cansado.<br />
—<br />
El día en que escogió ir fue el domingo siguiente. No lo iba a llamar
a Icaro. No tenía idea de si había algún peligro real, nada de sus
visiones se lo sugería, pero para variar iba a ser él que fuera a
investigar por su cuenta en lugar de esperar que las respuestas le
llegaran. Después de bajar del remis reconoció la entrada posterior, la
misma que estaba conectada con el bazar para elementos materiales del
hogar. El estacionamiento sólo tenía algunos automóviles y motocicletas
esperando por sus dueños. Los perros callejeros dormían refugiados por
las sombras con las patas extendidas y las lenguas afuera.<br />
Dio un par de vueltas por el estacionamiento, mirando de vez en
cuando el celular. De ser cualquier otra circunstancia se había ido al
poco rato para evitarse un mayor aburrimiento, pero el recuerdo del
maldito motel Sarmiento, si que al final iba a significar algo, le
impedía marcharse en paz. Las imágenes concordaban a la perfección.<br />
Al cabo de otra media hora de aguantar la espera, decidió que entrar a
comprar una botella de gaseosa no podía representar un problema. El
alivio del aire acondicionado fue más que bienvenido. Pero antes de
entrar a la zona de los productos volvió a asaltarle una nueva imagen.
Lo primero que supo reconocer fue el cartel del baño de hombres. Al
llegar hasta ahí no vio a ninguna persona entrar o salir, pero no tenía
forma de saber si no había ya alguien adentro. Un espacio cerrado lejos
de la mayoría de las personas. De pronto se sintió indefenso.<br />
Trató de conseguir una respuesta sobre qué podía encontrar y para
qué, pero no había caso. En tratar de preguntarse acerca de un futuro
cercano recibía la misma cantidad de respuestas. Sólo por si acaso
preparó el celular para llamar directamente a Icaro con sólo presionar
un botón. Podía marcharse y olvidarse de eso. Nada le estaba forzando a
seguir esa visión en particular, excepto por la insistencia en que se
hacía presente. Lo malo era que esa era toda la razón que necesitaba.<br />
Tomó una respiración profunda y empujó la puerta. No se dio cuenta de
que el celular se apagaba completamente. Había cuatro compartimientos
para el inodoro, incluyendo uno para discapacitados y tres orinadores.
No veía ningún pie por debajo. ¿Eso era todo? Se miró fugazmente en el
espejo y, con algo de alivio, se arregló la remera fuera del pantalón.
No había nada que él pudiera ver.<br />
¿Quizá se suponía que debía esperar afuera? Se volvió hacia la puerta.<br />
Nunca salió por ella.<br />
Cuando unos minutos más tarde un padre entró con su hijo, el padre se alegró de que no hubiera nadie adentro.<br />
¿Quizá se suponía que debía esperar afuera? Se volvió hacia la puerta.<br />
Nunca salió por ella.<br />
Cuando unos minutos más tarde un padre entró con su hijo, el padre se alegró de que no hubiera nadie adentro.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-19896272825716392082015-01-20T19:04:00.003-08:002015-01-20T19:04:48.994-08:00Mil veces déjà vu. 9<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<div style="text-align: left;">
<strong>Capítulo 9</strong></div>
-Realmente no sé por qué no pensé en esto antes –empezó Icaro,
cargando una nueva cantidad de hojas que acababa de fotocopiar y
dejándolas en la mesa de su comedor. Marcos vio que eran mapas
detallados de Santiago del Estero y una serie de nombres directamente
sacados de las guías telefónicas de otros lugares. Marcos hizo una mueca
de incredulidad, pero<br />
<a name='more'></a> Icaro sólo sonrió sin detenerse-. Era obvio desde
el principio. Vos necesitas algo así como el estímulo visual. Creí que
podría ser algo físico o real, como la estación de policía o Marcela,
pero en realidad debería poder cualquier cosa visible, ¿no? Mi cara, mi
nombre en mis documentos, por ejemplo. De modo que ver todo esto –Señaló
los documentos en la mesilla- debería ser suficiente para activar esa
cosa contigo.<span id="more-1861"></span><br />
-Eso o te has gastado toda la tinta de la impresora al pedo –dijo
Marcos, evaluando el grosor de un montón. No era terriblemente grueso
como sus manuales escolares, pero todavía resultaba considerable-. Vos
sabes que esto funciona más que porque quiere.<br />
-Ya sé –confirmó Icaro, tratando de poner algún orden, dividiendo
direcciones escritas, mapas de calles, fotografías y nombres-, pero
llegados a este punto acepto lo que sea. De última puede que me ayudes a
resolver otros casos y acabo cobrando un buen salario para darte uno a
vos.<br />
El detective le sonrió y Marcos trató de convencerse de que estaba
disfrutando de la perspectiva, pero no se sentía realmente parte de la
escena. Mientras más posibilidades Icaro lanzaba a su cara era más
presión sobre sus hombros. El detective dijo que cualquier cosa servía,
incluso si no estaba directamente relacionada con la Fronteriza. Una
cara, un edificio, una situación. Estaba convencido de que incluso el
pedazo de futuro más intrascendental podía servirle dentro de su
presente desierto.<br />
A Marcos le gustaría poder decirle que no era tan así, que a veces
sólo volvía todo más confuso y debía preocuparse muchas veces del
correcto camino a seguir, pero una gran parte de él sencillamente
carecía del valor y la voluntad para destruir la esperanza, por
minúscula que fuera. Todavía la fronteriza estaba suelta y en cualquier
momento se le ocurría continuar con su racha sangrienta. Ahora que había
sido descubierta, una loca como ella podía ser tan impredecible como el
viento. En circunstancias tan desfavorables, la verdad, eran esas
visiones lo único con lo que podían tener alguna posibilidad, por mínima
que fuera.<br />
-¿Quieres algo? –dijo Icaro, yendo a su cocina-. Compré galletas, gaseosa, para un café, mate.<br />
Marcos miró su reloj. La hora de la merienda. ¿Por qué no?<br />
-Con un mate está bien –dijo.<br />
Volvió a mirar la sala, registrando la cantidad de fotos en las que
salía Icaro junto a otras personas. La única “obra de arte” que se había
permitido era un cuadro genérico de un parque cualquiera en un día
soleado encima del televisor de pantalla plana. Abajo del mismo, la
vidriera del mueble le dejaba ver las consolas de videojuegos que tenía y
dos pilas de videojuegos adentro de los estuches. Marcos no había
tenido ni idea de qué pensar al respecto. Al final nunca tuvo
oportunidad de comprar lo que pretendía con su salario trabajando
respondiendo teléfonos.<br />
De pronto dio un respingo cuando sintió algo cayéndole en el regazo.
El horrible gato de Icaro maulló y se acomodó como si él sólo fuera un
almohadón creado para su comodidad. Marcos prefería a los perros en
general. Leales, obedientes y mucho más fáciles de tratar que sus
contrapartes, de los cuales tenía una imagen más bien de máquinas de
rasguñar al menor capricho. Icaro ya le había asegurado que no pasaba
nada con tocarle, siempre que se mantuviera apartado de la zona
cicatrizada, porque sólo entonces ardía Roma, de modo que Marcos
prefirió ni arriesgarse y lo dejó ser.<br />
La criatura estaba caliente y su pelaje gris le recordó a peluches de su infancia.<br />
-¿Qué le pasó en la cara? –le había preguntado al dueño, nada más ver
a esa criatura tuerta devolviéndole a medias la mirada desde la altura
de un sofá.<br />
Después de un tiempo de observación, aparentemente satisfecho con la
falta de peligros, el gato se acomodó para seguir contemplándole, como
preparándose a tomar una siesta. La bolita de meta plateado en su cuello
quedó como un mero punto reflejante y el resto del collar blanco
sencillamente desapareció de la vista.<br />
-¿A él? Unos pendejos de mierda le echaron gasolina y quisieron
prenderlo, aprovechándose de que no era de nadie. Lo hicieron para
entretenerse, por psicópatas. Eran chicos del viejo barrio adonde vivía
antes de venir aquí, de modo que los conocía y conocía también a sus
padres. Levanté una denuncia por crueldad animal y tuvieron que pagar
una multa de no sé cuánta plata. Los quería matar nada más los vi, pero
era eso o dejar que el animal se ardiera por completo. Eso fue lo que le
quedó por culpa de esos pelotudos.<br />
Marcos volvió a ver al gato. A pesar de su aspecto desagradable, y
que parecía salido de una novela de Stephen King, no pudo evitar una
punzada en el estómago al imaginarse gente tan cruel para hacer algo así
y por mera diversión. Pero, en realidad, ¿de qué se sorprendía? Ya
había visto lo que una enferma podía hacer y podía seguir haciendo sin
importarle nada. Fue entonces que Icaro le explicó acerca de las manías
del animales.<br />
-Por lo general es muy cariñoso y bueno, pero no hay que tocarle
adonde tiene las heridas. Por más que lo tenga curado, el mínimo toque
ahí lo pone mal.<br />
Y ahora tenía a esa bomba de complejos psicológicos revolcándose en
su regazo, frotándose contra sus pantalones a cuadros. Marcos notó con
resignación que le estaba llenando de pelo. Intentó, aunque fuera para
no quitarlo bruscamente, pasarle la mano encima del lomo. Al animal
pareció gustarle, si es que la leve vibración que sentía contra sí
servía de alguna indicación, de modo que se apegó a ese accionar. La
verdad no estaba mal.<br />
-A la mierda –dijo Icaro, trayendo dos mates encima de una bandeja
metálica en la que también había incluido la azucarera y un paquete de
galletas dulces surtidas abierto-. Mira vos qué raro. De costumbre es
más arisco con los extraños.<br />
-Creo que sólo quiere aprovecharse –afirmó Marcos, viéndolo poniéndose cómodo.<br />
-Y bueno, obvio. Todos los gatos son unos aprovechados –Icaro dejó su
carga y acarició la oreja peluda de su mascota tras sentarse al lado-.
Si te molesta decime y lo dejo en mi pieza.<br />
-No, en serio está bien, no hay problema. ¿Cuál es el mío?<br />
-Este –dijo Icaro, dejándole en la mano el mate rojo con grabados
metálicos recorriéndole para representar una cuerda con un lazo. El del
detective era uno azul sencillo de plástico-. ¿Te gusta dulce o amargo?<br />
-Dulce –dijo Marcos, extendiendo la mano para servirse él sólo la azúcar.<br />
Tres cucharadas le sabían a poco, de modo que no se contentó hasta poner cinco.<br />
-Serás goloso, ¿no? –comentó Icaro, impresionado. Él sólo había puesto dos.<br />
-Ya te dije que yo aprovecho lo que pueda mientras pueda –respondió
Marcos con suficiencia, tomándolo tranquilamente-. Y te jodes si no te
gusta.<br />
-No he dicho nada. Bueno, empecemos con esto –dijo el detective,
recogiendo un montón de fotografías sacadas de un programa de
localización global, en el cual se veía representado cuatro barrios por
hoja-. Miras, revisas, me dices si sale algo y ya.<br />
-¿Y ya? ¿En serio es todo lo que vamos a hacer? Perdón. Quería decir lo que yo voy a hacer.<br />
-Sí y no –Icaro sacó una libreta marrón del bolsillo de su pantalón.
Enganchado con la tapa estaba una lapicera-. Vos vas viendo eso y yo,
como todo un Sherlock, voy escribiendo cada sitio rechazado hasta que
tengamos algo.<br />
-¿A mano? Lo puedes hacer tranquilamente por computadora.<br />
-Podría pero no –dijo Icaro, sin molestarse en agregar más, e hizo un gesto de que ya podía iniciar cuando quisiera.<br />
Marcos exhaló una bocanada de aire e inició su trabajo. Lo único que
tenía que ver era calles, captarlas y ver si eso acababa relacionándose
con algo más dentro de su cabeza. Los primeros momentos él lo hizo con
verdadera atención, repasando cada una de las líneas escritas en tinta,
pero al cabo de una media hora, durante la cual Cesar aprovechó para
buscar una cama más cómoda, cualquier cosa servía como distracción y ya
perdía el hilo de lo que estaba viendo. Icaro revisaba las hojas que
hacía a un lado y anotaba.<br />
Era francamente aburrido. Marcos lo miró por encima de la hoja,
apoyando el anotador contra sus rodillas. En ningún momento se había
mostrado dispuesto para hacer ninguna otra cosa. Posiblemente por su
trabajo estaba acostumbrado a ese tipo de actividades tan rutinarias.
Tras media hora de absolutamente nada como resultado, el detective se
levantó del sofá y anunció que se iba al baño. Cesar saltó a ocupar su
lugar.<br />
Marcos movió la cabeza de lado a lado para intentar desentumecer el
cuello. Miró a un costado hacia la mesilla y el control remoto que sólo
estaba ahí, esperado que alguien lo tomara para cumplir su trabajo con
el televisor.<br />
De pronto vio el rostro de Icaro acercándose de golpe a su cara y
sintió la presión de unos labios ajenos contra los suyos. El joven se
echó hacia atrás, como si temiera que el choque fuera a romperle los
dientes. Pero un parpadeo más tarde, la visión mostró los ojos del
detective entrecerrándose y percibió la presión de unos brazos sobre su
espalda. Inconscientemente Marcos buscó de qué se trataba, pero,
obviamente, en realidad no había nada. Se mordió los labios.<br />
Ese era un beso. Un beso de dos. Había tenido los suficientes en su
vida para saber cuándo era de uno o de dos. ¿Pero de dónde carajo había
salido? Y más importante, ¿cuándo? Marcos colocó ese pequeño video de
nuevo en su mente y trató de poner atención a los alrededor del rostro
de Icaro, el techo anaranjado, que era igual al que tenía sobre su
cabeza, y las paredes de color amarrillo que eran iguales a las del
resto de la casa. Trató de ver antes o después, descubrir algo más de su
contexto, pero sólo tuvo con más fuerza la presión y un suspiro
caliente en contra de su propio rostro.<br />
Marcos se levantó de un golpe y miró al pasillo por el que Icaro
había entrado para ir al baño. ¿No podía ser ese justamente? El arco se
parecía mucho y… la ropa. ¿Qué ropa llevaba? No veía nada más allá de la
barba. Era una suerte que Icaro todavía no volviera, porque de haberlo
hecho sin duda habría tenido que preguntarle qué carajo andaba buscando y
por qué se había puesto rojo de repente.<br />
Marcos trató de ordenar sus pensamientos, llevándose la mano a los
labios a los que en realidad no les había pasado nada. Qué extraño. Era
como si sólo hubiera pasado un segundo desde que pasara en realidad.<br />
Podía creer que él haría algo como eso. Con eso no tenía problema en
asimilarlo. El detective le parecía guapo y en general podía decir que
le agradaba. Quizá era un poco demasiado gruñón, pero también lo hacía
sentir cómodo. Y puede que se hubiera emocionado un poco más de lo
necesario cuando lo llamó para invitarlo a su casa, pero eso lo había
hecho desde el inicio. Creía que sería divertido salir a tener aventuras
y poner gente mala en la cárcel, tener su propia misión secreta. Pero
el caso era que incluso en los escenarios y situaciones que nada tenían
que ver con lo que ninguno de los dos hacía para ganar dinero, todavía
se sentía un poco más alegre de ver al detective. De compartir chiste y
hechos intrascendentales de su vida en algún servidor o lado a lado en
su automóvil.<br />
Incluso ya se había imaginado a sí mismo besándolo, por qué no,
carajo, y la idea no le había repelido en lo absoluto. Le gustaba Icaro.
Enumerar las maneras y las formas y los por qués habría sido una
pérdida de tiempo, porque después de todo él había estada y estaba ahí.
Él ya había todo eso.<br />
Lo nuevo era la respuesta que había recibido entonces. No se la
habría podido esperar fácilmente por su cuenta. Ni siquiera estaba
seguro de que ese fuera el primero, sino, por la forma rápida en que
Icaro había reaccionado, debía ser ya una especie de costumbre para
entonces. En otras palabras, podía bien tratarse de un futuro lejano.<br />
Y el problema era que él no tenía mucho futuro por delante. El hecho
de que no lo hablara constantemente con el detective y no lo viviera
trayendo a colación en sus conversaciones no quería decir que el hecho
alguna vez escapara de su memoria, que en alguna parte remota de sí no
hacía otra cosa que contar días, minutos, segundos, esperando el momento
de vislumbrar el último grano caer tras un destello blanco. ¿Cuánto
tiempo tendría que esperar para que eso pasara? ¿Y entonces qué?
¿Disfrutarlo dos veces y se acabó?<br />
-Che, ¿no quieres jugo o algo así? –dijo la voz del detective, haciéndolo casi dar un salto en el asiento.<br />
-¿Cómo? –preguntó, desorientado.<br />
-Que si quieres jugo. Yo sí quiero –Ni siquiera lo había visto el mayor, dirigiéndose directamente hacia la cocina.<br />
De pronto Marcos se dio cuenta de que sentía la garganta seca y
apretada, y que el mate, por más dulce que fuera, no le iba a ayudar un
carajo a eso.<br />
-Sí, buenísimo –dijo.<br />
Escuchó el sonido del detective revolviendo en su alacena y luego el
leve zumbido del refrigerador mientras era abierto, sacando una jarra
cuyo cubitos de hielo se chocaban con los bordes de vidrio. Marcos se
contempló los dedos unidos y cerró los ojos. Juntando valor, se levantó
del asiento y se acercó a la cocina. Icaro ya les estaba sirviendo,
llevando en la boca un pedazo de pan. Al verlo lo señaló primero al
bocado que tenía y luego a la bolsa abierta a su lado.<br />
-¿Quieres tostadas? –preguntó, sacándoselo un momento de los labios-.
Creo que me queda algo de mermelada en la heladera, si gustas.<br />
Marcos se dijo que esa era su casa y buscaba ser hospitalario como haría con cualquier amigo que recibiera. Negó con la cabeza.<br />
-¿Te pasa algo? –dijo Icaro y un segundo más tarde abrió los ojos-. No me digas que viste algo.<br />
-No, boludo –respondió por instinto-. Si fuera así te hubiera dicho de una, ¿no? ¿Para qué te andaría guardando información?<br />
-Bueno, bueno, perdón –Icaro acabó de servir los dos vasos con el
jugo de naranja casi hasta el borde. Los cubos de hielos ya habían
suavizado sus bordes, pero seguían duros y tintineantes adentro mientras
el detective lo llevaba al más joven-. Pero entonces ¿qué te pasa?
¿Andas mal o qué?<br />
-¿Por qué? –preguntó a la defensiva. Era la única postura que se le
ocurría en esos momentos. No podía afrontar la mirada del otro-. ¿Me has
visto cara de algo?<br />
-Y sí, la verdad sí –respondió el detective. Estaba en frente de él,
parado, mirándolo y el hijo de puta no se movía-. Andas colorado. No me
digas que te ha agarrado fiebre.<br />
El detective levantó la mano para apartarle los mechones de la frente y Marcos se la empujó con la suya.<br />
-Ya te he dicho que no me gusta que me trates de pendejo –dijo,
levantando la cabeza. Tenía que echarla atrás para poder mirarlo de
verdad. O besarlo-. Ya sé que me pasas unos años, pero tampoco es para
tanto. No es como si tuviera, yo qué sé, trece años y vos cuarenta
encima.<br />
-Pero che, ¿qué te pasa a vos?<br />
Ahora el detective estaba definitivamente extrañado y un tono ofendido empezaba a dar los primeros pasos por su voz.<br />
-Nada –dijo Marcos-. Sólo te digo eso, no me trates de pendejo. No me gusta que lo hagas y lo sabes.<br />
Icaro se le quedó mirando unos instantes más antes de dejar caer los
hombros, cediendo. ¿Por qué no iba a hacerlo? De los dos era el más
maduro y Marcos, secretamente, se sintió un poco aliviado por ello.<br />
-Bueno, perdón. No quería darte esa impresión. Lo hago sin darme cuenta y no es porque te crea en serio una criatura ni nada.<br />
Sólo un poco.<br />
-Ya –dijo, dándole vueltas al vaso en su mano.<br />
Quería que el detective volviera a su sala o decidiera cambiar de
tema, pero parecía decidido a verlo, a esperar en silencio por algo que,
a medida que los segundos continuaban silenciosos, a Marcos le irritaba
todavía más. ¿Por qué no podía ser otro el adivino, para variar? Así se
ahorraría el trabajo. Pero no quedaba de otra.<br />
Marcos dejó su vaso de jugo en el mesó a su lado y extendió la mano
hacia el pecho de la remera negra del detective. Bajo sus dedos apretó
el TA en el logo de Metallica mientras lo atraía, poniéndole un punto
final a las preguntas al elevar el rostro para alcanzarle los labios. No
hubo respuesta inmediata. No hubo brazos estrechándole los costados,
pero él tampoco se los esperaba. Sintió el pechazo de la barba y la
suavidad de la carne rosada, y su propio corazón queriéndose convencer
de que era otra noche en un boliche y acababa de bailar con un chico
lindo, al que posiblemente echaría mano luego, pero de momento sólo
tenía ese primer contacto. Cualquier cosa antes de hacer caso a la voz
de la cobardía y el sentido común chillándole en los oídos, sofocados
por sus latidos.<br />
Pero no había música, no estaba borracho y posiblemente acababa de
cargarla en grande. Marcos se alejó de él y lo miró a los ojos castaños,
incapaz de dejar ir su remera. Era como si su mano fuera incapaz de
decidirse a hacerlo. Marcos tragó lo que le pareció una enorme pelota.
Sólo veía sorpresa por parte del otro.<br />
-Para que te enteres –dijo y se volvió con su bebida al sofá.<br />
Lo mejor que podía hacer era pretender que nada había pasado. Volvió
su atención a las hojas de documentos como si fuera posible de verdad
hacerlo.<br />
-Espera un segundo –reclamó el detective, confundido-. ¿Qué carajo ha sido eso?<br />
-¿Y qué te ha parecido a vos que ha sido? –replicó Marcos.<br />
-No sé, por eso te pregunto –El detective pretendió tocarle la boca,
pero sus dedos no llegaron a hacer el contacto-. A mí me ha parecido que
has querido besarme para, según vos, demostrarme que no sos un pendejo.
Lo que en sí habría sido una tremenda pendejada y, si esa era la idea,
has conseguido todo lo contrario. ¿He acertado?<br />
-Pelotudo –masculló entre dientes Marcos, dejando las hojas y el
vaso. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Era una situación totalmente
nueva para él. Apretó la mandíbula, sabiendo exactamente que el
tratamiento de silencio que ahora le daba no era otra cosa que un
reclamo esperando respuestas. Y las tenía, quería darlas, pero no sabía
cómo sin sentirse desnudo-. ¿Te parece que nada más para eso lo he
hecho? Que jamás nunca en toda la puta vida querría hacer otra cosa con
un beso de mierda que ser un pendejo, ¿es así? Porque para eso sirvo
nomás, ¿que no?<br />
-Alto, no, ya me perdí –dijo Icaro, acercándose al asiento y
finalmente sentándose. Hizo el gesto universalmente argentino de
preguntar lo siguiente-. ¿Entonces qué carajo?<br />
-Por la puta que te parió –exhaló Marcos, pasándose las manos por el
rostro-. ¿En serio es que te tengo que deletrear todo? ¿Letra por letra?
¿No puedes adivinar vos un poquito aunque sea para variar? ¿Todo te lo
tengo que decir yo?<br />
El detective se echó hacia atrás. No era estúpido, por lo que ese
gesto sólo podía significar que lo estaba entendiendo y estaba lejos de
asimilarlo con buen gusto. Marcos recogió su celular de la mesilla y se
levantó.<br />
-Olvídate de que he dicho nada –dijo, dirigiéndose a la puerta.<br />
-Pero espera un poco, carajo –pidió Icaro, exasperado, levantándose a
tomarlo del hombro-. ¿Al menos me podrías dar tres segundos para
entender lo que me quieres decir?<br />
-Es que no hay nada que decir –cortó Marcos, soltándose-. Yo ya te he
dicho todo lo que quería y vos me has respondido como has querido. Si
no quieres una mierda conmigo, me parece perfecto, chango, yo no estoy
obligando. Cosa tuya. Pero si es así entonces déjame ir a casa y
seguimos con esto en otro momento, no ahora.<br />
-¿De qué mierda estás hablando? ¿Te estás escuchando lo que dices? En
ningún momento he dicho algo como eso. No andes asumiendo cosas así de
la gente.<br />
Eso último fue el colmo.<br />
-¡Pero para ya con la reprimenda, la puta madre! –espetó, apartándose
de él-. Ya está, ¿está bien? Ya está. Ya fue. La pelotudez fue mía y lo
acepto. Hagamos nada más cuenta de que no pasó y todo mundo contento
con su puta vida.<br />
Icaro giró los ojos con exasperación.<br />
-¿Pero al menos me vas a dejar hablar? Deja de inventarte discusiones
vos solo. No sé qué lo que habrás visto vos, pero así no se puede
llegar a ningún lado –Tomó una profunda bocanada de aire-. Cálmate un
poco. Yo también me calmo. Sentate y hablamos con calma.<br />
-¿Para qué? –dijo Marcos, sabiendo que parpadeaba más de lo
necesario. Vio la puerta con ganas de no hacer otra cosa que salir por
ella corriendo y no parar hasta llegar a su propia pieza. A la vez no
podía moverse en ninguna dirección-. Si es para meta andar consolando,
olvídate de una.<br />
-¿Quieres decidirte de una puta y dejas de hacernos perder el tiempo a los dos?<br />
Marcos vio al detective de forma incrédula y algo en él estuvo a
punto de resquebrajarse cuando la cara del detective cambió de severa a
resignada, y de pronto lo estuvo abrazando contra sí.<br />
-¿Qué…? –dijo Marcos. Empezó a luchar, diciéndose que primero se
mataba antes de llorar pero haciéndosele cada vez más difícil-. ¿¡Pero
qué haces!? ¿No que tanto querías que me largara? ¡Soltame, hijo de
puta! ¡Andate a la mierda, carajo!<br />
-¿En serio quieres mandarme a la mierda? –preguntó el detective con
voz tranquila-. ¿De verdad esta vez? Sólo déjame hablar un rato.<br />
Marcos siguió peleando, pero ya sabía que era inútil. No sólo era más
bajo, sino delgado y con los músculos mucho menos definidos. Dio unos
cuantos forcejeos más, sintiendo ninguna diferencia, y para cuando se
rindió sabía que había perdido más de una batalla. La primera lágrima se
le derramaba y no podía hacer nada para evitarlo, ni siquiera
limpiársela.<br />
-Hijo de puta… -escupió entre dientes-. Pelotudo de mierda, pajero de cuarta. De tercera.<br />
Icaro amagó con apartarle el mohicano deshecho del rostro y Marcos
apartó la cabeza, si bien con menos voluntad. El detective suspiró.<br />
-¿Me vas a dejar hablar ahora sí? –preguntó con un tono suave.<br />
Marcos se encogió de hombros.<br />
-Como si tuviera de otra –replicó.<br />
-Es que si no vos… –Un nuevo suspiro, seguido de una negación de
cabeza-. No importa. Lo que te quería decir es que no me importa qué
charla crees que has previsto en tu cabeza, pero es obvio que la has
tenido toda mal desde el principio. Me has sorprendido, eso sí, pero en
ningún momento he dicho que no podía ni siquiera planteármelo.<br />
-¿Y entonces qué? –preguntó Marcos, mirando las letras metálicas para
no verle a la cara-. Ya tienes lo que querías. Ya me calmé, ya te estoy
escuchando. Y sigues sin decir nada. Yo no tengo problema si no quieres
nada. Eso sí es de verdad. Total, sólo fue algo que se me ocurrió.<br />
Icaro lo miró. Marcos sabía que veía el camino húmedo de sus
mejillas. Estrujó los puños a sus costados. Si decía una sola palabra al
respecto…<br />
-Incluso si sólo fue así –siguió, con la misma calma, quizá con la voz un poco más profunda-, se puede tratar.<br />
-Ya. Me jodes.<br />
-A ver ¿y para qué haría eso? ¿Te parece que te tendría así ahora si no me importara y sólo quisiera hacerte una joda?<br />
Marcos levantó un brazo y aferró entre sus dedos la tela de algodón.
Podía sentir el calor de su vientre bajo los nudillos. Dejó caer la
frente contra su pecho, casi derrumbándose.<br />
-Pudiste haber dicho eso desde un principio, puto –susurró con fingido rencor.<br />
Icaro emitió un resoplido de risa mal contenida y le estrechó contra sí.<br />
-Acepto toda la culpa –dijo, apoyándole la mejilla contra la
coronilla. A Marcos le pareció tener un sombrero que se movía cuando el
detective volvió a mover la mandíbula-. ¿Estás tranquilo?<br />
Asintió con la cabeza. Aprovechando que la presión ya había aflojado, se limpió el rostro con presteza.<br />
-Sabes que te podría haber pateado en las pelotas si quisiera, ¿no?
–comentó, sin querer despegarse de él, sin querer que lo soltara de
nuevo.<br />
De todos modos era verdad.<br />
-Ya sé. Y yo te podría haberte dejado ir sin mover un dedo –agregó
Icaro, peinándole con sus dedos el mohicano hacia atrás-. ¿A mano?<br />
Marcos levantó la vista. Todavía las cuentas estaban desiguales.<br />
-Ah –dijo el detective, comprendiendo su mirada.<br />
Procedió, en honor a la justicia y a la igualdad, a resolver la diferencia iniciando él el siguiente beso.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-64273950965589757832015-01-20T19:03:00.003-08:002015-01-20T19:03:30.935-08:00Mil veces déjà vu. 8<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<strong>Capítulo 8</strong><br />
La estudiantina se había decidido celebrarse en un boliche llamado El
Carriete. Era un edificio de tamaño suficiente para contener por lo
menos doscientos jóvenes saltando y bailando al ritmo de la música
cumbia o electrónica que eligiera el dj.<br />
<a name='more'></a><span id="more-1849"></span><br />
El pequeño bar se veía inundado de gente inclinándose sobre la barra
para pedir más bebidas, para pedir sus primeras bebidas o para esperar
por las suyas. Acorde a la época festiva previa al final de las clases,
todo lo que uno tenía que hacer era presentar su libreta universitaria
para obtener su pedido de forma gratuita. A muchos les parecía una
estupidez, pero incluso entonces los dueños del lugar no querían tener
problemas por darle alcohol a los jóvenes menores de edad. De modo que a
estos sólo les quedaba dos opciones; pasar por el problema de crearse
libretas falsas con el sello de alguna institución, lo que podía costar
mucho plata dependiendo de quién lo hiciera, o podían empezar a festejar
desde la seguridad de sus casas, tomando bien lo que consiguieran sus
padres o les vendieran los kioscos a los que no les importaba comprobar
nada.<br />
El grupo de la escuela de Marcos había optado por lo segundo. Ya eran
las una de la madrugada cuando finalmente salieron, de tres en tres, de
la casa de uno de ellos, sonrientes y todavía riéndose por la alegría
de la fiesta que acababan de tener. Los padres de Nahuel, los cuales
pagaron por las cervezas y el fernet, llevaron a cinco en el auto
familiar, pero el resto tuvo que subirse a remises ya que el lugar
estaba demasiado lejos para ir caminando.<br />
Las luces de los láseres verdes, azules y rojos saltaban por todas
partes y para agregarle un mejor efecto, aprovechando la enorme
clientela que sin duda tendría, habían colocado máquinas de humo cerca
del piso en cada rincón del sitios, de modo que cada que alguien se
movía demasiado pronto o levantaba una pierna una nube se elevaba en el
aire, pasando por el cuerpo, revolviéndose en los brazos intranquilos y
mezclándose con el aliento de los bailarines. Marcos no recordaba la
última vez que se había reído tanto, mientras su compañera Anabella le
tomaba del brazo en dirección a la pista. Le dolían las costillas,
odiaba el olor del humo artificial, pero estaba feliz moviendo sus
caderas al ritmo de su capricho, independientemente de lo que pusieran.<br />
No podía creer que esa iba a ser la última vez que viera a sus
compañeros. Incluso si ninguno de ellos era Mario Franco, había tenido
sus buenos recuerdos con una porción, milagrosamente sin nombres
específicos a los que deseara especialmente perder de vista para
siempre. De alguna manera siempre se las había arreglado para evadir los
mayores conflictos sociales sin mantenerse totalmente al margen, a
veces manchado pero nunca totalmente cubierto por los desacuerdos. Ni
siquiera podía empezar a imaginar lo que iba a ser su vida el día de
mañana y la verdad había hecho todo lo posible por no pensar seriamente
en ello. Todo parecía un poco sin sentido cuando consideraba que nada de
lo que hiciera podría ser a largo plazo, que al final todo, incluso las
estupideces y las genialidades de su vida, iban a desaparecer antes de
permitirles durar un par de décadas.<br />
En parte, quizá, era por eso que había aceptado la invitación a la
pre celebración. Quizá era con su propia versión de sus complejos que
los otros lo habían hecho. Que subieran el volumen, que alguien pasara
un nuevo cigarrillo, un nuevo vaso de líquido negro con espuma
amarillenta y que a nadie le ocurriera hablar del futuro, mañana o la
inexistencia de estos. Era un poco mejor la vida cuando uno
sencillamente se comportaba como si no importara, como si nada valiera
la pena más que un segundo de pensamiento antes de sumergirse, ahogarse y
morir por el movimiento del desenfreno. Habían empezado a las siete y
media de la tarde, ni bien el cielo se había puesto de azul, pero de
alguna manera todavía parecía poco tiempo.<br />
La semana había estado llenas de salidas entre los amigos más
cercanos, selfies que buscaban conmemorar el momento, remeras blancas
llenas de mensajes deseándose unos a otros las mejores de las suertes,
deseando no perder el contacto. Esa era la culminación de una gran
despedida, la aparente bienvenida a todas las cosas agradables y
desagradables que el futuro incierto podía traerles a cualquiera de
ellos.<br />
Marcos echó la cabeza atrás y dejó que las olas en su cabeza fueran
adonde quisieran. Tuvo que sostenerse de los brazos extendidos de otra
compañera, Nadia, cuando las olas (y el whisky que se consumía en su
estómago) quisieron hacerle perder el equilibrio por un segundo.<br />
-¡Cuidadito, eh! –dijo ella.<br />
Era baja pero no pequeña, como si fuera una mujer común y corriente
que sólo resultara venir en una talla más corta. Todas las chicas
estaban preciosas con sus ropas de marca y sus aros enormes que casi les
rozaban los hombros, en muchos casos desnudos o sólo cubiertos por la
tira de un corpiño. Sus cuerpos cubiertos de cremas humectantes con
aromas tropicales o la esencia de un perfume de verano llenaban su nariz
cuando ellas se presionaban, probando que ellas sabían mover el culo
mejor que las otras.<br />
Pero los chicos estaban también bien. Marcos se encontraba mirando
sus rostros afeitados o no, muchos de ellos recién bañados, vistiendo
las camisas con los botones del cuello abiertos para dejar ver los
resultados de sus hormonas asomando por el pecho, ojos claros, oscuros y
medios observándolo todo como si fuera otra bebida que quisieran
bajarse, entre sonrisas y codazos.<br />
Estúpidamente Marcos deseaba que uno de ellos fuera suyo o que al
menos hubiera otro que mirara con la misma curiosidad por ver más que
una clavícula descubierta, mucho más que unos pantalones caídos, pero
hacía tiempo había renunciado a tales sueños. Todos los otros chicos así
que había conocido habían salido de otras escuelas o directamente desde
otro rincón en otro boliche, para bailar con él con las manos en las
caderas, dejarle sentir en sus manos el sudor de su nuca y el sabor casi
siempre amargo de una boca con sabor a cerveza. Las estadísticas decían
que en su clase debería haber por lo menos otro como él, pero si lo
estaba había sabido disimular mucho mejor que él. Rumores había, desde
luego, pero nada seguro que le confirmara que no era el único al que las
chicas se acercaban con más confianza que a los otros, el único que
debía sonreír y aceptar las bromas de maricones por parte de los chicos
como los intentos de humor que pretendían ser, porque a nadie le gustaba
uno que se ofendía por todo, especialmente por un estúpido chiste.<br />
La fiesta haría todo eso desaparecer.<br />
Y lo estaba consiguiendo, hasta que la vio a ella. Marcos lo
reconoció la cara, la foto de su imagen en el presente llegó a
confundirse con la foto que saltó a su mente, sin que nadie se lo
mandara, arruinándolo todo. Dentro de esa intromisión Marcos no la vio
en formato papel, sino a través de una pantalla plana en su casa, la
presentadora de noticias en traje diciendo que todavía se desconocía el
paradero de la joven Marcela y que si alguien tenía alguna noticia podía
llamar al número en pantalla. Hasta ahora no se sabía nada. Había sido
vista por última vez el último viernes de Noviembre. Los sospechosos
estaban en custodia, pero nada estaba confirmado. Cuando acabó de
escuchar, los sonidos del boliche volvieron golpeándole como un martillo
y alguien le estaba empujando, muchas manos y pies, mientras él
parpadeaba tratando de ubicarse.<br />
Podía haberse equivocado, se dijo, sintiéndose desorientado. Sacó el
celular de su bolsillo y encendió la pantalla, sólo para ver que estaban
en efecto en el último viernes de Noviembre. Haciéndose paso como le
fuera posible, dejando a sus compañeros entretenerse por su cuenta,
Marcos siguió la cabeza de cabello castaño que le había llamado la
atención. Ella le dio el perfil para sonreírle al chico con el que
estaba hablando, acariciándole el brazo y Marcos reconoció sin ningún
género de dudas la forma de su rostro. Incluso estaba maquillada y el
pelo arreglado como en la última imagen que se había creado de ella. Un
selfie de esa noche, tomada en el baño justo después de arreglarse.<br />
El chico con el que ella hablaba debía tener entre veintitrés o
incluso veinticinco años. Tenía una sonrisa que no le costaba calificar
de divina y un cuerpo para hacer juego, pero había algo en la manera en
que estaba mirando a la chica, mientras le pasaba un vaso de cerveza,
que no le hizo ninguna gracia. No era la clásica mirada depredadora de
quien esperaba cogerse a alguien en el baño o en la misma pista de
baile. Eso habría pasado por normal, sobretodo en un lugar así y porque
ella no tenía nada repelente a la vista. Pero era más que eso, como
impaciencia, como ansiedad, como si esperara algo que sólo ella podía
darle. Marcos bajó la vista hacia el vaso de cerveza. La bebida de ella
burbujeaba más que la de él, a pesar de que la había conseguido al mismo
tiempo. A juzgar por la forma insegura en que ella se manejaba encima
de sus plataformas y que él la estaba agarrando, más que tomando del
brazo, ni siquiera era la primera bebida de la noche.<br />
-¡Marcela! –dijo Marcos, tomándole del otro brazo. Esperaba que
estuviera lo suficientemente borracha para dejar colar el engaño. De
cerca se dio cuenta más que antes de que no tenía más que quince años.
Imprimió una falsa y alegría a su voz, sin querer ver al sujeto-. ¡Aquí
andas! ¡Te andaba buscando de rato! ¡Incluso te llamé! ¿No te enteraste?
Vamos con los otros, que nos están esperando.<br />
Empezó a querer conducirla, mientras ella parpadeaba confundida, pero el tipo tironeó a su favor.<br />
-Ay, me duele –pronunció ella con tono quejumbroso, pero su voz se
perdió en medio de las personas y la música, de modo que si fue lo mismo
que si no dijera nada.<br />
Marcos la oyó porque estaba cerca, pero aunque estaba más cerca, el
otro se hizo el sordo. Todavía tenía la sonrisa encantadora y los ojos
eran de un azul parecido a un actor de cine yanqui, aunque el cabello
estaba bien compuesto de puros rulos criollos. Marcos vio que el gesto
tenía algo de tensión y el mero hecho de que fuera más grande, más
anchos de hombros, lo hizo sentir intimidado.<br />
-Eh, pendejo, deja de joder y lárgate, ¿quieres? Estaba hablando con mi amiga.<br />
-Dale, boludo, no seas así –insistió Marcos con una falsa sonrisa
despreocupada-. Hace un montón que no la vemos. Sólo déjala que venga
con nosotros y te la devuelvo en un rato. Su novio la anda esperando.<br />
-¿Novio? –dijo el tipo y miró a Marcela chasqueando la lengua. Le
apretó el brazo y ella trató de liberarse, sin resultados. Parecía
confundida por su propia inhabilidad para conseguirlo.<br />
-Es que andan medio peleados de momento –inventó en el acto-. Sólo déjala que la lleve. La anda buscando.<br />
El tipo sonrió. Marcos casi sintió su máscara caerse, pero la mantuvo en su lugar a su pesar.<br />
-Decile al noviecito ese que puede ir a tomar por culo –pronunció
lentamente, tranquilo, como si quisiera asegurarse de que entendiera
cada palabra-. La pendeja se ha querido venir conmigo, ahora él se jode.
No es mi culpa que la haya elegido tan puta.<br />
Marcela había dejado de pelear y miraba el enfrentamiento entre los
dos entre lentos parpadeos, desorientada. Marcos volvió a ver la selfie,
la última imagen que de ella se conservaría antes de desaparecer, no
porque la visión se lo trajera sino porque él se obligó a recordarla
para no perder el valor. Un torrente de enojo le nació de adentro,
dejándolo él que reemplazara al resto.<br />
-¿Es que vos estás sordo o sos imbécil? –le reclamó, preguntándose en
qué estaba pensando-. Dejala ir, macho. Dale. Hay gente que la está
esperando.<br />
Entonces extendió la mano hacia el frente y trató de ayudar a Marcela
a liberarse de su agarre. La piel estaba caliente y la mano muy dura,
como piedra que se hubiera formado alrededor de ella. Con la otra mano
el tipín, que de pronto ya no le pareció para nada divino, le empujó
desde el hombro y Marcos casi se tropezó con sus propios pies.<br />
-¿Qué me has dicho, puto? –dijo el otro, acercando demasiado sus rostros, elevando los hombros.<br />
Marcos miró a sus ojos y le sostuvo la mirada. Quizá podía culpar al
hecho de que él también había bebido. La sangre le retumbaba en los
oídos.<br />
-Entonces sí sos sordo, además de imbécil –Y de pronto, harto con él, se encontró gritando-. ¡Déjala ir, la puta que te parió!<br />
Pasó algo que ya había imaginado, pero vio en su mente antes de
tiempo. El tipo ya no quiso contentarse con empujarle, decidido a
extender su otra mano de piedra en forma de puño. Marcos no sabía si
había estado esperando algo así o no, pero supo adonde se dirigía y en
un segundo estuvo se agachó, evitándolo por poco. Pero el otro no se
detuvo y acabó aterrizando en la espalda de otro chico, de más o menos
la misma edad, tan fuerte que este acabó derramando su vaso encima de su
camiseta. Este se dio la vuelta, mirando con desagrado la enorme mancha
que se le extendía y vio al sujeto, quien todavía tenía el puño en
alto, frunciendo el ceño.<br />
-¡Pero qué pasa contigo! ¿Te andas buscando pelea? –El segundo
musculoso le dio un empujón que acabó enviando al otro hacia atrás,
haciéndole caer a su vez su propia bebida, llevándose a Marcela. Esta
dejó caer en su vaso sin remedio y este fue a parar a los pies de una
chica que gritó asqueada.<br />
A la hora de responder, el de los ojos azules finalmente liberó a su presa y reaccionó de igual manera, usando las dos manos.<br />
-¡Si serás pelotudo vos, eh! ¡Ni siquiera te apuntaba a vos!<br />
-¡Me chupa un huevo lo que querías! ¡Ya misma me estás trayendo otra cerveza! ¡Y más te vale pagarme por la ropa!<br />
-¡Anda a cagar, maricón de mierda!<br />
Mientras la pelea estaba dando su inicios entre una nueva tanda de
insultos, y dada que la multitud era tal, pronto la ola de agresividad
se extendió alrededor y ya no eran dos discutiendo por un malentendido.
Antes de que se volviera una cosa incontrolable, como tenía toda la
pinta de suceder, Marcos tomó a Marcela, quien ni siquiera se había
movido de su sitio, y la arrastró a los empujones hacia el exterior del
boliche.<br />
A esas horas de la noche no deberían estar abiertos ni el kiosco al
lado del edificio ni el restaurante pizzería, pero ambos lo estaban y
más de uno de los clientes que comían en las mesas de la vereda parecían
otros estudiantes, tomándose un descanso de la fiesta pero no de la
reunión entre los amigos. El olor de la comida caliente y grasosa le
hizo revolver el estómago. Se sentía mal en general, pero no más que la
chica que acababa de sacar, que una vez afuera se apoyaba contra la
pared del exterior, agachando la cabeza.<br />
-Che, ¿estás bien? –le preguntó acercándose.<br />
Marcela negó con precaución de tener cráneo de cristal.<br />
-No –dijo, sentándose sobre la maceta de cemento de una planta frente al kiosco.<br />
Marcos trató de verle los ojos y le giró la cabeza hacia él lo más
amablemente que pudo. Parecía no hacer ninguna falta, ya que ella se
movió obedientemente en su dirección y lo vio. Era como si se le hiciera
muy difícil concentrarse en ella.<br />
-Creo que te han dado algo –anunció Marcos.<br />
-¿Eso es? –dijo ella, balbuceante-. No sé. Nunca había chupado nada…<br />
-¿Tienes tu celular aquí? Voy a ver de llamar a tu casa para que te vengan a buscar. ¿Habías venido con alguien?<br />
-No… ya se fueron hace rato.<br />
Marcela se irguió torpemente y sacó el celular del bolsillo trasero
de su pantalón. Lo dejó caer en la mano abierta del joven en lugar de
sólo entregárselo. Marcos la dejó reclinarse mientras él buceó entre los
menús. Era un celular viejo, ni siquiera táctil, y recién estaba
aprendiendo a utilizar algo así. Finalmente encontró el contacto llamado
“casa”, pero ella le puso la mano en el antebrazo para detenerle.<br />
-No, llama a Iki –dijo-. No quiero… Se van a enojar si voy así. Llámalo.<br />
-¿Quién es ese? –preguntó Marcos, encontrando el número entre la lista de marcación rápida.<br />
-Mi primo –contestó Marcela entre inspiraciones lentas-. Trabaja con la policía.<br />
Estaba en el número uno, incluso antes que los padres. Presionó y
luego mantuvo el aparato contra su oído, teniendo un mal presentimiento
en mente. Tuvo que intentarlo dos veces para que finalmente contestara y
dejara de enviarlo al buzón de voz. Contestó justo la voz que se temía.<br />
-¿Marce?<br />
-Icaro –dijo, tomando aire-. Escucha, soy Marcos y estoy frente al
Carriete, en la calle Mendoza. Tu prima Marcela anda mal y necesita que
las busques. ¿Puedes venir?<br />
-¿Como que anda mal? –se lanzó a preguntarle Icaro, sonando como que estaba saliendo de la cama de un salto-. ¿Qué ha pasado?<br />
-Nada, cálmate.<br />
“Y menos mal”, pensó para sí, viendo a la chica desvalida. Todavía
podía ver el noticiero si volvía a conjurar la visión y escuchaba las
mismas palabras de antes. Esperaba que eso significara que sólo fuera un
recuerdo suyo y nada más. Debía serlo con el detective.<br />
-Sólo venite.<br />
-Voy en seguida. ¿Adónde has dicho que estaban?<br />
Marcos repitió la dirección y luego colgaron. Le entregó de nuevo el
aparato a Marcela, quien solo lo mantuvo en su regazo. Extendía las
piernas sin fuerza ni voluntad, y en general lucía como alguien
dispuesta a simplemente caerse del sueño. Era evidente que no podía
dejarla en ese estado, de modo que Marcos envió por whatsapp un mensaje
al grupo de su curso para anunciar que se iba a casa. De paso le envió
lo mismo a un par de sus compañeros. Al cabo de unos minutos, Nadie le
respondió diciendo que no se podía estar más, así que ellos también se
iban. Cuando sus compañeros salieron, dijeron que la pelea se había
extendido y era un desastre. Los patoteros ya habían empezado a sacar a
los mayores problemáticos cuando ellos decidieron que habían tenido
suficiente celebración. Algunos llamaron para que los buscaran y otros
prefirieron quedarse a comer algo o seguir tomando en el kiosco.<br />
-¿Y a vos qué te pasó? –preguntó Anabella-. Estaba ahí un segundo y
al momento ya te habías ido. Creíamos que te habías ido con algún chico.<br />
-No, ojala –dijo Marcos, girando los ojos. Movió la cabeza en
dirección a la chica en la maceta-. La vi a ella, que es amiga de un
amigo y quise saludar. Pero resultó que el loco ese que empezó con todo
el embole lo empezó por ella cuando quise llevármela para charlar.
Además, ya se sentía mal así que salimos a tomar aire.<br />
-¿Qué le ha pasado? –inquirió Nadie, mirándola con curiosidad. A la chica en cuestión no podía importarle menos.<br />
-Le ha caído mal la bebida –respondió Marcos, lo cual técnicamente no era más que la verdad.<br />
-Ay, pobrecita. ¿Y qué van a hacer? –Anabella miraba a la más joven con pena.<br />
-Ya he llamado a su primo para que la busque. Supongo que le voy a pedir que me lleve a casa de paso.<br />
El remis que las chicas habían llamado llegó. Nadia se inclinó en la
ventanilla para preguntar si efectivamente venía por ellas y, viendo que
era así, le hizo un gesto a las otras para que empezaran a subir.
Marcos les dio un beso en las mejillas a todas y respondió igualmente a
todos sus deseos. Unos momentos más tarde, reconoció el auto de Icaro en
la esquina y le hizo unas señas.<br />
-Ya llegó tu primo –le dijo Marcos a Marcela-. ¿Quieres que te ayude?<br />
Con lentitud, la chica dio su acuerdo y Marcos se pasó uno de sus
brazos por los hombros, impulsándola hacia arriba, en dirección al coche
que se acercaba. Por primera vez en casi un mes, volvió a ver el rostro
del detective mientras este bajaba del vehículo, calzado con sandalias
para andar por casa, y los ojos demasiado abiertos para lucir tranquilo.<br />
-¿Qué ha pasado? –preguntó, abriéndole la puerta a su prima.<br />
Marcos se agachó para dejarla sentada y se volvió. Al menos con él
podía contar toda la historia sin tener que dar más explicaciones.<br />
-Unos tipos ahí adentro la drogaron, pero la saqué antes de que le hicieran nada –explicó.<br />
-¿Cómo? –dijo Icaro, frunciendo el ceño-. ¿Cómo que la drogaron? ¿Le
metieron algo en la bebida, la inyectaron, se lo hicieron fumar?<br />
-Creo que fue en la bebida –Marcos miró la imagen de la chica a
través de la ventana-. Iba a hacerle algo. No sé bien qué, pero ella iba
a salir en las noticias como una desaparecida. Fue por eso que la
reconocí.<br />
Icaro se echó un poco para atrás, asimilando esa nueva información.
Con él no tenía que aclarar cómo era que lo sabía. Ya habían pasado la
etapa de preguntarse si todo lo que decía era cierto o no. Icaro vio
hacia el boliche, de donde los jóvenes continuaban saliendo y les lanzó
una mirada feroz.<br />
-¿Quién es? –preguntó con una voz medida-. ¿Me lo puedes señalar?<br />
-Podría si lo viera al chango –dijo Marcos, cruzándose de brazos-,
pero empezó a pelearse cuando traté de hacer que la soltara. Armó todo
un embole y al final consiguió que lo sacaran por la parte trasera.<br />
-¿Y vos? –dijo el detective, viéndolo a él. En esos momentos parecía
mucho mayor que los hombres que había visto darse los primeros golpes-.
¿Estás bien? ¿No te han golpeado ni nada?<br />
-No –respondió Marcos, casi divertido-. Le vi antes de tiempo y me
agaché. De puro milagro, la verdad –reconoció, encogiendo los hombros.<br />
La expresión de Icaro se suavizó, pero no del todo.<br />
-Será un hijo de puta –pronunció apretando un puño-. Y seguro que ni
siquiera es la primera chica con la que lo hace, el infeliz. Encima
pedófilo enfermo de mierda. Meta andándose a ligar con una niña de
quince años.<br />
-Más de lo que te dije no sé –suspiró. Si se ponía en humor moralista
iban a estarse ahí toda la noche-. Pero che ¿me puedes llevar a casa?
No tengo ni medio centavo para nada y me da cosa despertar a mis viejos.<br />
Icaro tardó unos segundos en volver a verle en lugar de la multitud.
Parecía que su primer instinto era largarse al interior y preguntar a
cuanta alma viviente quién había sido el criminal. Pero al final acabó
aceptando las circunstancias del asunto y la imposibilidad de hacer
semejante cosa, por lo que apartó con la vista con un resoplido de
descontento.<br />
-Subí –indicó como toda respuesta.<br />
Marcos se ubicó en el lugar al que se había habituado dentro de ese
vehículo, el del acompañante. Icaro no le dijo nada al respecto al
ocupar el suyo. Miró a su prima por el espejo retrovisor y las bases de
cemento que sostenían su rostro volvieron a volverse sólo piel y
músculos suaves.<br />
-¿Me escuchas, Marce?<br />
La chica rezongó.<br />
-No te voy a decir nada de la tremenda estupidez que has hecho
quedándote sola en un lugar así ni de que a tu edad la última cosa que
deberías estar haciendo es beber hasta las tantas de la madrugada
–Aunque el regaño no era con él, Marcos no pudo sino girar los ojos. Lo
de quedarse sola le parecía justo, pero ¿quién realmente se
escandalizaba de jóvenes tomando cerveza un fin de semana y al final de
clases? Sin conducir o hacer una estupidez semejante, sólo beber. Él
había bebido su primera copa a los trece y el mundo no se había deshecho
por ello-. Voy a dejar que tus padres te hablen de eso. Pero ojala que
esta la última vez que te metes en un problema así, ¿me oíste?<br />
-No me siento bien –respondió Marcela, acostándose en el asiento-. No grites.<br />
-No estoy gritando –dijo Icaro y en realidad no lo hacía, pero
abandonó el tono severo. Si sus padres eran siquiera un poco como Icaro
iba a escucharlo de sobra en casa-. ¿Quieres que pasemos por una
farmacia y así te compro algo? ¿Qué es lo que te duele? ¿La cabeza o el
estómago?<br />
Marcela se señaló la sien y luego dejó caer su mano hasta el suelo.<br />
-No, quiero dormir –dijo, cerrando los ojos-. Dale, Iki. Llévame a casa.<br />
-Bueno –aceptó Icaro, poniendo el auto en marcha-. Si tienes ganas de vomitar decime y así paramos, ¿está bien?<br />
Marcela asintió con la cabeza lentamente y recogió sus rodillas, acomodándose.<br />
-¿No sabes cuánto ha bebido? –le preguntó el detective.<br />
-Se me hace que sólo una cerveza, pero ahí estaba la droga. Por poco le dan otra dosis.<br />
-Mierda, Marcos –suspiró el mayor, distendiéndose-. Menos mal que
estabas ahí. Ya he sabido de casos así antes. Unos pendejos se consiguen
una droga pensando que van a tener lo que quieren sin esfuerzo ni
problemas, pero entonces alguien se toma más libertades, viendo que
ellas no pueden poner ninguna resistencia, y se les va la mano de forma
irreparable.<br />
-Fue de pura casualidad –Marcos sintió que debía dejar eso en claro-.
Yo estaba celebrando la estudiantina con los de mi clase cuando la vi.
Parecido a lo que me pasó contigo.<br />
-Pues doy gracias al cielo por eso –dijo Icaro, echando una mirada a la figura durmiente detrás.<br />
Marcos no supo qué responder a eso, de modo que lo dejó estar al
comentario. La conversación cayó en un punto muerto en ese momento.
Marcos había dicho la verdad cuando aclaró que pretendía cortar toda
relación con el detective. Lo había bloqueado de los juegos online cada
vez que se encontraban e ignorado sus mensajes de texto. ¿Cómo se
suponía que debía actuar después de eso y pedirle ayuda a las cuatro de
la madrugada?<br />
Decidió que esto no tenía por qué cambiar nada. La decisión estaba
tomada y lo único que quería era cargar otro epitafio en su memoria.
Puede que no todo fuera su culpa, tenía la suficiente razón para
entender eso, pero no podía negar la relación entre Mario Franco y el
viejo ex policía. No quería comprobar si la tercera era realmente la
vencida. Con una le bastaba.<br />
-¿Cómo te ha ido en la escuela? –preguntó Icaro de pronto.<br />
Para Marcos, que estaba viendo por la ventana, tuvo que repetirlo
para que el más joven lo escuchara. Era evidente que sólo se trataba de
un intento por hacer conversación amena y podía apreciar el esfuerzo.
Marcos entró en un monólogo acerca de las materias que había llevado
bien, de las dos que se había llevado a Marzo, y de los profesores que
estaba dejando atrás, tanto a los que iba a extrañar como los que no.<br />
Fue lo bastante largo para abarcar el resto del viaje, hasta que se
detuvieron en frente de lo que debía ser la casa de Marcela. Esta ya
estaba profundamente dormida en el asiento y protestó débilmente cuando
su primo le agitó el hombro para despertarla. Icaro no tuvo más opción
que llevarla en brazos hasta la entrada y luego abrir la puerta con la
llave que ella le alcanzó. Desde donde estaba, Marcos no pudo oír lo que
se decían uno al lado antes de que Marcela, insegura sobre sus pasos,
pasara al interior junto a su primo. Estuvieron adentro unos cinco
minutos antes de que Icaro volviera a salir, cerrara la puerta detrás de
sí y se dirigiera al auto.<br />
Marcos vio las luces de la casa y la sombra de otros adultos moviéndose.<br />
-¿Todo bien? –preguntó.<br />
Icaro se frotó los ojos y contuvo un bostezo tras una palma. Marcos
se recordó que lo había despertado a la madrugada para eso y sintió que
era un idiota. Debió haber llamado a los padres directamente. ¿Qué
necesidad tenía de hacerle caso a la chica? Ninguna. No realmente. Por
capricho suyo, por querer comprobar si Iki era el mismo tipo en que él
pensaba, otra cosa que podría haber comprobado solo si el adivino en su
cabeza dejara de ser holgazán.<br />
-Todo bien –dijo Icaro-. Les dije a mis tíos que mejor la dejaran
descansar ahora y mañana les iba a llamar para explicarles lo que pasó.<br />
-¿En serio lo tienes que hacer? Si en realidad no pasó nada.<br />
-No importa que al final no haya pasado nada. Podría haber pasado y
eso es suficiente para algo así. Si no era ese tipo podría haber sido
cualquier otro el que se aprovechara de ella. Incluso la puta loca esa
de mierda –Lo último Icaro prácticamente lo escupió con rabia.<br />
Marcos miró hacia su pecho y luego sus pies. No se había dado cuenta
antes, pero con el pantalón subido al estar sentado, veía que uno de
ellos todavía estaba envuelto en vendas gruesas. Le dio una especie de
estremecimiento pensar en lo que habría debajo de ellas y apartó la
vista.<br />
-¿No tienen noticias de ella todavía? –preguntó sin poderlo evitar.<br />
-No. Lo único bueno de todo es que la puta no lo va a tener tan fácil
con toda la policía buscándola. Pero los enfermos como ella van a tener
que seguir haciendo lo que hacen y ahí va a ser cuando se equivoque.<br />
Marcos no necesitaba que elaborara más para oír lo que llevaba implícito esa frase. “Y yo quiero estar ahí cuando pase.”<br />
-Perdoná –dijo, sintiendo que se lo debía al menos-. No te he servido de mucho con eso.<br />
Icaro negó con la cabeza.<br />
-Ya te he dicho que vos has hecho todo bien –dijo con un cansancio
que ya no tenía que ver con la falta de sueño-. No sé cómo más decirte
para que lo entiendas. Vos has hecho bien. Yo la cagué.<br />
Era la primera vez que Marcos se lo había oído decir de esa manera
tan seca, tan convencida y resentida por ello. Frunció la nariz. No le
agradaba eso.<br />
-¿Pero te das cuenta qué juego pelotudo es este, no? –dijo-. Al final
los dos estamos mal por algo que el otro cree que es una estupidez.<br />
-Oh, no, lo tuyo seguro que es una estupidez. Tendrás tus razones,
pero, te digo sin dudarlo, que son estúpidas. Descubrir la identidad de
una asesina para la cual nadie tenía ninguna pista no es nada. Descubrir
una operación de fraude tampoco. La verdad no entiendo cómo después de
todo eso todavía lo puedes revolver en tu cabeza y salir con la
conclusión que hiciste algo mal.<br />
-¿Vos sos el que anda con dos agujeros de bala en el cuerpo y me
dices que no hay nada malo? –Marcos estaba comenzando a enojarse. ¿Cómo
no podía verlo?- Te aplico la misma lógica que vos a tu prima; no
importa que vos sigas vivo. El hecho de que podría haber pasado ya es
suficiente.<br />
-No es lo mismo –respondió Icaro, remarcando cada palabra, clavándole
la mirada-. Yo he salido ahí afuera sin saber claro lo que iba a pasar.
Yo asumí el riesgo de que pasara cualquier cosa. Marcela es una niña
que hizo una estupidez sin siquiera plantearse un momento lo que podría
haber pasado. No es lo mismo. ¿Y te digo más? Las dos veces vos evitaste
que pasara algo peor. Esa perra podría andar por ahí toda pancha de la
vida sin que a nadie se le ocurriera pensar siquiera que es una mujer y
mi prima… No sé qué le habría pasado entonces. No quiero ni imaginarlo,
la verdad.<br />
Marcos masticó su frustración por unos instantes y luego saltó con otra replica.<br />
-¿Y vos qué? ¿Vos tienes derecho a estar mal por algo que ni pudiste controlar pero yo no?<br />
Icaro apretó la mandíbula.<br />
-Yo pude haberlo controlado. Yo estaba ahí.<br />
-Sí, y saliste vivo –siguió Marcos-. Saliste y contaste tu historia.
Ahora todo mundo lo sabe y, como vos has dicho, sólo va a ser cuestión
de tiempo para que la atrapen. Si es así, explícame por favor cómo
carajo la has cagado en esa cabeza tuya.<br />
-Vos sabes lo que ha hecho esa puta. ¡Yo la tuve ahí en frente!
¡Debería haberla matado entonces! –Icaro se pasó la mano por la frente,
consternado no por la idea, sino por haberla dicho. Al bajar la mano
estaba casi riéndose de sí mismo. Marcos no entendió de cómo hasta que
volvió a hablarle-. Tienes razón, es un juego pelotudo. Porque mientras
vos te andas torturando por lo que yo he hecho, yo estoy bien haciéndolo
por lo que no hice. ¿Entonces cómo crees que podríamos quedar?
¿Cincuenta de la culpa es mía y cincuenta de la culpa es tuya? ¿Así
estarías mejor?<br />
-No –pronunció Marcos, viendo hacia afuera o cualquier sitio antes
que él y dejarle reconocer las señales de disgusto sonrojado en su
rostro-. Porque vos no has tenido que aguantarte saber que no has podido
evitar que maten a tu amigo.<br />
-¿Eso piensas? –dijo Icaro con una sonrisa de medio lado-. ¿Qué
pasaría si te dijera que el viejo quería que yo lo ayudara a descubrir a
la enferma esa desde el inicio? Él me lo ofreció y yo le dije que no me
interesaba. Lo siguiente que me entero es de que ella lo ha matado,
después de tenerlo días y días encerrado hasta convertirlo en andrajo,
para finalmente tirarlo en una gasolinera de mierda como basura. Podría
haber sido yo o podríamos haberla descubierto entre los dos mucho antes.
O podría no haber pasado nada de eso pero él seguiría aquí. No tengo
idea de cuál y voy a tener que vivir lo que me resta de vida sin saber
la respuesta.<br />
Las palabras en la confesión de Icaro, una por una, cayeron como bloque
de cemento sobre el estómago de Marcos. No era tanto el discurso en sí,
como la forma en que Icaro lo pronunciaba. Con una herida invisible
refleja de la suya.<br />
-Mira, ya no estamos lejos de tu casa –dijo Icaro de pronto. Marcos
ni siquiera se había dado cuenta de por dónde andaban-. Te puedo dejar
en casa, verte entrar y ninguno de los dos nos vamos a tener que hablar
nunca. O nos podemos comprometer a intentar hacer algo bueno entre los
dos. Quizá ni siquiera tenga que ver con esa loca de mierda o quizá sí. A
lo mejor sólo es algo bueno que evita que a otra persona desaparezca.<br />
-Tienes mucha confianza en lo que hago –afirmó Marcos, a disgusto-.
Demasiada. Creo que prefiero cuando andabas escéptico. Prácticamente
estoy haciendo tu trabajo ya.<br />
-Créeme, no hay nada que a mí me gustaría más que no incluirte en
nada de esto. Deberías estar concentrándote en buscar una universidad o
un trabajo o viajar, no en estas cosas. No tengo derecho a pedirte que
cambies nada de eso. Pero si al menos existe la posibilidad…<br />
-Ya –le cortó el joven-. ¿Conoces todas esas historias de oráculos de
la antigüedad? ¿El complejo de Edipo? Yo sí. Las leía como loco cuando
era chico. ¿Cómo sabes vos que no la estamos cagando todavía más
metiéndonos con el futuro?<br />
-¿Hubieras preferido dejarla sola? –inquirió el detective y su voz
tenía una nota de incredulidad-. ¿Dejar que se la llevaran y no hacer
nada?<br />
-No he dicho eso. Digo que ninguno de los dos sabe cómo esto va a terminar. Fácilmente podría ser peor.<br />
-O podría ser mejor.<br />
Marcos emitió un sonoro rezongo, haciendo gestos como de arrancarse la cara.<br />
-¿Vas a seguir diciendo eso, que no? Lo echas todo a la suerte y a la mierda con lo que pase.<br />
-Es mejor que no hacer nada –dijo Icaro, desviando la vista de la carretera un instante para verlo.<br />
Y Marcos supo a lo que se refería. El sentimiento de no haber podido
ver mejor lo que era la escena de un crimen que podría evitar. La idea
de haber desperdiciado una oportunidad de tomar un nuevo caso. Cualquier
resultado era mejor que eso, en los cuales ni siquiera se podía
vislumbrar una alternativa. Tuvo que desviar la vista primero porque
esos eran pensamientos que no había compartido con nadie antes. No sin
sentirse estafado por alguien que no podía caminar con sus mismos
zapatos.<br />
-Bien –dijo, irritado e incómodo, levantando las manos-. Me rindo.<br />
Cuando volvió a levantar la vista, el detective todavía tenía esa estúpida sonrisa de victoria.<br />
-Puto.<br />
Lo peor era que resultó contagiosa.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-90160614359258724912015-01-20T19:01:00.002-08:002015-01-20T19:01:59.283-08:00Mil veces déjà vu. 7 <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<i>Segunda parte: Los hombres detrás del sol</i><br />
<b>Capítulo 7</b><br />
En el aula de computación no venía absolutamente nadie fuera de las
horas en que tenían clase con las máquinas. Era justo lo que ellos
necesitaban. Cerraron la puerta a sus espaldas y dejaron la carpeta al
lado de un teclado cualquiera, tomando asiento.<br />
<a name='more'></a><span id="more-1845"></span><br />
-Pero ¿estás seguro vos de que va a ser opciones múltiples? –preguntó
un chico que tenía rapados los lados de su cabeza y un aro de plata
brillándole debajo del labio inferior.<br />
-Sí, ya te he dicho. Dale, saca una hoja y te empiezo a dictar –dio
el otro, que también tenía rapadas esas zonas pero en lugar de hacía
atrás, prefería tener el cabello arreglado hacia un lado, elevándose en
una onda encima de la frente-. No sé cuánto va a durar.<br />
-Bueno, bueno, calmate –El primer chico arrancó una hoja de la carpeta-. ¿Ya has visto qué tan largo va a ser?<br />
-Doce preguntas en total, justo. Dale.<br />
-¿Doce? Qué hija de puta. Diez, lo entiendo, pero sólo a esta loca se
le ocurre ponernos doce. Y la mayoría se contenta con cinco.<br />
-Bueno, sí, qué quieres que te diga –Miró el segundo pedazo de papel
que su amigo había cortado-. Es muy grande, hacelo más chico o la profe
te lo va a ver.<br />
El amigo cortó una tira más delgada.<br />
-¿La ves a ella viéndola?<br />
-Y no, pero mejor no andar arriesgando como pelotudos. Sólo veo la prueba. ¿Ya estás?<br />
-Sí, decime.<br />
Marcos entonces miró un punto más allá del hombro de su amigo Mario
Franco, como si estuviera viendo a un insecto de tamaño considerable
posándosele ahí. El amigo sabía que ahora se hallaba en ese espacio raro
en donde apenas estaba todavía consciente de lo que pasaba a su
alrededor pero el resto de su atención estaba en un lugar mucho más
lejano, uno que ni siquiera podía imaginar. Siempre le parecía que
Marcos ponía la misma cara de alguien que sencillamente soñaba despierto
con poder escaparse de la escuela, conseguir un millón de pesos y vivir
sin tener que trabajar ni un día de su vida.<br />
-A –empezó a recitar- B C D A C D A A C D B –Parpadeó, ya que no lo
había hecho mientras miraba dentro de su propia cabeza-. Menos mal que
ella luego de corregirte te marca las respuestas correctas o sino,
estamos muertos.<br />
-Empezá de nuevo. La primera parte es abecede, ¿y qué más?<br />
Marcos lo repitió lentamente, dándole tiempo a escribir. Mario Franco
era el único de los dos que tenía una letra lo bastante pequeña que
todavía se permitía leer.<br />
-¿Ya está?<br />
-Ya está –Mario Franco lo vio y levantó el papel-. ¿Quieres que te haga uno a vos?<br />
-No, no me hace falta. Yo ya lo tengo en mi cabeza de todos modos
–Marcos se estiró a leer la tira mientras Mario Franco guardaba la
lapicera y cerraba la carpeta-. También podrías memorizarte esto,
¿sabes? Así ni tienes que usar el machete y aprovechando que sólo son
letras…<br />
-No, a la mierda, me voy a hacer embole revolviendo una letra con otra.<br />
-No si usas un truco de memoria. La primera parte es el abedecedario,
eso no tiene nada de difícil. Sobre todo lo otro puedes poner –Marcos
señaló cada una de las letras mientras hablaba-. Avestruces… cazan…
damascos… amargos y altos… con… demonios… blancos.<br />
Mario Franco elevó una mano y la movió como pidiendo explicación.<br />
-¿Qué? ¿Qué mierda es eso? No, boludo, si no me da la gana memorizar
las letras menos me la va a dar memorizar una oración así que ni
siquiera tiene sentido. Damascos amargos y altos, aja. Más fácil sale
esto.<br />
Entonces empezó a embutir la tira en el interior de su muñequera negra. Marcos chasqueó la lengua.<br />
-Por vago no más –le picó.<br />
Mario Franco le dio un golpe ligero en el brazo, sonriendo.<br />
-Cállate, pelotudo. Encima que no he dormido pensando que hoy no ibas
a tener nada y me iba a tener que estudiar todo entonces. Me he puesto a
leer algo, de puro desesperado, y te juro que apenas pasaba de un
renglón ya me había olvidado de lo que estaba en el de arriba. No se me
ha quedado grabado nada, pero nada, ni un carajo. Así que gracias,
porque me hacía mucha falta esto. Vamos, tenemos que agarrar asiento al
fondo y vos te tienes que sentar en frente mío.<br />
-Dale. Pero luego acordate de mostrarme tu prueba.<br />
-Ya te escuché.<br />
Los dos abandonaron el aula y fueron a buscar los asientos más
convenientes. Marcos buscó controlar si la imagen que tenía en su
cerebro había cambiado en algo, pero no, seguí ahí, con el 4 que
originalmente era de Mario Franco y las marcas rojas rápidas de la mano
de la profesora. Lograron ubicarse en sus sitios justo cuando ya la
campana tocaba. Una chica que andaba repasando lanzó un chillido y
empezó a repetirle a su amiga lo nerviosa que estaba, que no podía
hacerlo, que se sentía mal, que se iba a desmayar, y como no podía
estarse quieta, en caso de alguien no la hubiera oído antes, emitió otro
chillido que le mereció un reclamo por parte de uno de sus compañeros
por silencio, que había gente que intentaba estudiar. En casi todos los
bancos, mientras más y más chicos entraban, todos, con pocas
excepciones, se pusieron a revisar sus apuntes, los libros llenos de
marcador fosforescente e inclusos sus propios machetes. La clase tenía
fama de poner nervioso a todo mundo debido a las constantes advertencias
de la profesora sobre lo implacable que era hora a la corregir sus
exámenes.<br />
Y debido a esa cualidad a la hora, no sólo de corregirles, sino de
demostrarles cuál era la respuesta correcta a la que habían fallado,
Marcos y Mario Franco tenían una de las mejores notas del curso. Era
historia, y ninguna de las profesiones que soñaban para el futuro tenía
mucho que ver con ella, de modo que no se sentían demasiado culpables
usando la ayuda extra de la que disponían. Después de terminado el
examen, sintiéndose confiados, escucharon con simpatía las preguntas de
sus compañeros que querían comprobar si las suyas estaban correctas y
animaron como pudieron a los que estaban seguros de haber dado todo mal
(aunque era los tragas oficiales del curso), mientras ellos se sentían
liberados de un tremendo peso de encima.<br />
Ellos dos se conocían desde que usaban pañales, sus padres eran
vecinos y buenos amigos incluso antes de que nacieran. Habían ido al
mismo jardín de infante, a la misma primaria y la misma secundaria, de
las cuales volvían caminando lado a lado cada vez que terminaban sus
clases. Incluso cuando Marcos confesó sus verdaderas preferencias frente
a su amigo, la diferencia que esto abrió entre ambos fue mínima y
seguían siendo la primera persona con la cual el otro podía hacer sus
más íntimas confesiones. Mario Franco era el único que sabía acerca de
los poderes del joven y, como tal, con quien Marcos tenía más diversión
al respecto. Se inventaron juegos donde cada uno tenía que adivinar el
número en el que el otro estaba pensando, qué carta estaba sosteniendo
con la cara en dirección opuesta al otro, y a veces incluso Mario Franco
ganaba una ronda. Más que amigos, eran hermanos y sus familias estaban
tan unidas como si así fuera.<br />
Eso fue hasta el día en que a Mario Franco lo mataron.<br />
Esa tarde habían salido con otros compañeros del colegio al centro
para celebrar el final del trimestre escolar, empezando las vacaciones
de Julio. Mario Franco había dijo que se tenía que ir porque debía
buscar a su hermana menor del jardín de infantes. En ese momento Marcos
vio una imagen de una calle que no supo reconocer en el momento. Una
calle contra cuya vereda alguien había dejado una botella de medio litro
de Coca Cola casi llena, manchando de vapor el interior del plástico.
Luego elevaba la vista súbitamente hacia arriba y el semáforo que estaba
viendo estaba descompuesto, detenido en verde eternamente mientras los
dos restantes colores eran dos huecos negros. El escenario en el que se
suponía acabaría viendo semejantes elementos se le escapaba de la
imaginación.<br />
Extendió la mano hacia el brazo de Mario Franco, porque ese era su
primer instinto en cuanto veía algo que no lograba entender, pero esta
vez su mano sólo tocó el aire. El muchacho ya se había levantado de la
mesa en la heladería en que estaban y se despedía de todos. Marcos coreó
el mismo chau que todos pronunciaron. Por lo general eran detalles sin
importancia ese tipo de visiones, de modo que no tenía razones para
ponerse nervioso. Al poco tiempo, charlando con sus compañeros, se había
olvidado acerca de la visión y esta dejó de insistirle.<br />
El camino a casa pasaba por el camino de vuelta del jardín. Puede que
Mario Franco hubiera decidido dar una vuelta y salido más pronto de lo
que debía, pero para el momento en que Marcos salió a su propio hogar
encontró que la agrupación de gente era grande y todavía sonaba
conmocionada. En algún lado escuchó una voz infantil llorando histérica y
otra que pretendía tranquilizarla. A la segunda no la reconoció de
ningún modo, pero el hecho de conocer a la primera envió un escalofrío
incomprensible por su espalda. Se metió en la masa de gente y la buscó a
la niña, abrazándose a una mujer que parecía hacer lo posible para que
no viera, no oyera, no sintiera nada más que su propio corazón mientras
le preguntaba a un hombre a su lado si ya había llamado a emergencias.
El hombre en cuestión dijo que ya lo había hecho, pero lo hizo de nuevo
por si las dudas.<br />
Alguien en otra parte preguntó si estaban seguros de que realmente
estaba muerto. Instintivamente, Marcos no quiso verlo. Pasó por encima
de esa pierna extendida cubierta por el pantalón jean negro ajustado que
él conocía tan bien, ignoró la sangre que todavía estaba creciendo a
ojos vista y pasó de la zapatilla que había volado en el aire lejos de
él. En cambio, como si fuera movido por una mano invisible que se negaba
a dejarlo ir, miró al otro lado de la acera, demasiado corta para
contener a los curiosos y demasiado cerca del centro del espectáculo
para ser de la comodidad común. Alguien se había dejado una botella de
Coca Cola prácticamente llena. Hacia arriba, al final de un poste de
hierro de pintura amarilla mostrando sus partes oxidadas, el semáforo
estaba descompuesto; la única luz que servía era la verde.<br />
Nunca supieron quién había sido el conductor. Los testigos dijeron
que había sido un automóvil blanco modelo Renault. Iba a toda velocidad
por la calle. Nadie alcanzó a tener una visión clara del conductor ni
mucho menos de la placa. Llegó, impactó y siguió su camino apenas estuvo
libre del “peso extra” que le cayó encima. No se detuvo ni por un
segundo. Los padres de Mario Franco hicieron todo lo posible por
encontrar al que no podían considerar de otra forma que un asesino, pero
no hubo ningún resultado. Al cabo de unos meses, la familia se mudó con
los abuelos paternos.<br />
Se suponía que sólo iba a ser durante un tiempo, para que la niña y
ellos tuvieran oportunidad de respirar un aire distinto al que se
respiraba en su casa, pero a medida que avanzaba el tiempo parecía menos
las posibilidades de que fueran a volver. Los padres de Marcos solían
comentarle de pasada las novedades que lograban obtener por medio del
teléfono e incluso estas comenzaron a escasear. Lo último que alcanzaron
a saber fue que el abuelo que los hospedaba andaba delicado de salud y
por lo tanto también debían encargarse de él. Luego nada.<br />
La idea de empezar a trabajar en la línea de psíquicos no había sido
suya, sino de Mario Franco. Había visto la propaganda pegada en las
paredes de las construcciones pendientes en el centro y parecía el sitio
ideal para alguien como él, adonde además podría ganarse su propia
plata para variar. Lo ponderó con cuidado, pero la mayor contra vino por
parte de sus padres. Era demasiado joven y su única verdadera
obligación, la primera en la que debería concentrarse antes de nada más,
era la escuela. Un trabajo así podría quitarle la concentración que
necesitaba para estudiar. La primera vez que fue al edificio mismo para
consultar acerca de las condiciones de empleo había sido una tarde con
Mario Franco.<br />
Mamá no estuvo del todo contenta hasta que habló con su jefa
directamente y esta le aseguró que, gracias al cielo, contaba con los
bastantes empleados para poder permitir un poco de flexibilidad en los
horarios, de modo que si el joven sólo quería trabajar las tardes los
fines de semana no habría ningún inconveniente por su cuenta. Para
cuando finalmente se presentó a su primer turno oficial, Mario Franco ya
no estaba para acompañarlo.<br />
No le tomó mucho tiempo para desear que él estuviera ahí y le ayudara
a entender el hecho de que al final de cuentas, su propia visión
prácticamente le servía de nada. A veces se podía escuchar hablar y
decir cosas a los que llamaban, de modo que las soltaba sin estar del
todo seguro de que eran legítimas predicciones de su futuro, pero la
mayoría debía recurrir a su propia imaginación y su mente llegaba a
trabarse, dejándole en la completa desorientación. El guión que su madre
asumía de todos modos que usaba era lo único que impedía en esas
ocasiones que los minutos se llenaran de silencios innecesarios. Lo
cuales podían ser beneficiosos para su bolsillo pero eran demasiado
incómodos mientras sucedían.<br />
Sus otros compañeros eran demasiado mayores, pero amables con él. No
le tomó mucho darse cuenta de que absolutamente todos dependían del
guión general y nadie tenía especial confianza en lo sobrenatural para
trabajar en un sitio así. Su jefa le confesó en una ocasión que las
había que tiraban cartas y decían sentir cosas, pero estas preferían
trabajar por su cuenta desde sus hogares, reteniendo la totalidad de las
ganancias. Ella misma lo había intentado cuando era joven, pero siempre
confundía el significado de las cartas, incluso en los mazos más
simplificados, y además la ponía nerviosa andar invitando completos
extraños a su casa. Además, uno no podía consultar el guión teniendo a
la persona justo en frente.<br />
Ya tenía establecida la rutina cuando recibió la primera llamada del
viejo. Lo atendió como a cualquier otro y lo único que de él supo fue el
primer nombre. Llamaba, aunque le avergonzaba reconocerlo, porque
quería encontrar a alguien. Lo triste era que no se trataba de la
primera vez, aunque en aquella fue con el fin de encontrar una mascota
perdida. Entonces no había recibido nada, pero de pronto se encontró
viendo a la portada de un diario en sus manos frente a un kiosco que
sabía estaba de camino a la escuela. Sus ojos se concentraron en una
oración de un artículo menor en la parte inferior.<br />
Pronunció una dirección, leyéndosela a sí mismo en voz alta con un
asombro duplicado. En cuanto la visión finalizó Marcos se tapó la boca,
irritado consigo mismo por perder el sentido del tiempo de esa manera
tan poco habitual. Pero no había estado sólo hablando consigo mismo,
había alguien del otro lado de la línea que le pidió que repitiera lo
que acababa de decir. Marcos no supo de qué otra forma actuar que
cumpliéndole el capricho.<br />
-Si algo de esto sale bien –dijo la voz rasposa de viejo fumador-, gracias.<br />
Marcos no volvió a oír la voz hasta más tarde, luego de que hubiera
tenido el diario en sus manos presentes y hubiera escuchado el reportaje
en la televisión. Entonces reconoció la voz al instante mientras del
otro lado el viejo se quejaba que había tenido que llamar tres veces y
colgar hasta que finalmente su estúpido sistema le permitiera
comunicarse con él.<br />
-Escúchame bien, chabón –dijo el cliente sin dejarle empezar su
saludo habitual-. No soy de los que muerde la mano que le alimenta y
siempre que todo salga bien, todo va a estar bien conmigo. Sólo te hablo
para decirte que puede que necesite tu ayuda en el futuro… aunque a lo
mejor vos ya sabes eso, ¿no?<br />
-La verdad no –aclaró Marcos, frunciendo el ceño.<br />
No soportaba a esos clientes que llamaban sólo para burlarse de
ellos, asumiendo que porque eran auto proclamados adivinos lo más
natural sería que supieran todo.<br />
-Bueno, como sea. Me da igual. Si te llego a necesitar voy a llamar por vos de nuevo. ¿Cómo te llamas, pendejo?<br />
-El fantástico Aladdín –dijo Marcos, dándose perfectamente cuenta de lo
ridículo que sonaba, pero ese era el nombre que debía decir en su
presentación. Con un acento árabe que nunca le había salido del todo y
que al cabo de un tiempo se acababa olvidando del todo.<br />
-Muy simpático. No, te digo en serio. A mí no me gusta eso de andar
jugando con otros nombres, especialmente con gente a la que quiero creer
lo que me cuenta. Pero yo entiendo que de todos modos vos querrás
conservar tu privacidad, así que con saber de qué forma llamarte todo
bien. Yo soy Roberto. Mi apellido no te importa y a mí no me importa el
tuyo. ¿Estamos bien con eso?<br />
-Alto, un momento –dijo Marcos, frunciendo el ceño-. ¿Vos sos un cana y quieres que te diga las respuestas por acá?<br />
-Ni te molestes hablándome de lógica, pendejo, porque cualquier
contra que se te pueda ocurrir a vos a mí ya se me había ocurrido.<br />
“Humilde el tipo”, pensó Marcos, resintiendo el pendejo.<br />
-¿Sabes que a ese chico yo lo había estado buscando desde hacía casi
dos meses? –continuó el viejo-. La familia estaba desesperada,
llamándome o enviándome un mensaje casi todos los días. Tenían la
esperanza de encontrarla viva, pero incluso con cómo resultaron las
cosas ellos tuvieron un cierre justo. ¿Te puedes imaginar siquiera lo
que eso significa para unos padres? Es el mundo para ellos. Y vos me
ayudaste a darles eso.<br />
Marcos vio el reloj de la pantalla de computadora que tenía en
frente. El viejo iba a gastar una buena cantidad de plata. Eso estaba
pasando de verdad. Y él sólo estaba en un trabajo de fin de semana que
esperaba pudiera conseguirle una nueva consola de videojuegos. En todo
caso no le convenía que la jefa lo escuchara, de modo que bajó la voz
para contestarle.<br />
-Señor, le soy sincero, me encantaría poder ayudar, pero ha sido pura
casualidad lo que le dije. La mayoría de las llamadas que recibo les
digo lo primero que se me ocurre. Cualquier cosa. Usted puede llamar
todo lo que quiera, no se lo puedo prohibir, pero yo no le puedo
prometer nada. A lo mejor lo único que hace es perder el tiempo.<br />
-Vos deja que yo me preocupe de eso –afirmó el viejo-. Es mi plata y
mi tiempo, puedo hacer lo que me de la puta gana con ellos. Lo único que
quiero y espero de vos es que hagas tu trabajo allá. Nada más que eso.
Yo sé que vos te puedes inventar lo que sea y yo sería el viejo pelotudo
que estaría pagando por eso, pero quiero creer que vos tienes un poco
más de consciencia que eso. Porque lo que yo intento hacer no es ningún
juego, pendejo. Mi trabajo no es ninguna joda y me lo tomo tan en serio
como puedo. Espero que a vos te hayan educado lo bastante bien para
darte cuenta de que a mí no me hacen faltan las porquerías que te
inventas para otros.<br />
La primera reacción de Marcos fue indignarse. No le gustaba ese tono y
no le gustaban esas palabras. ¿Quién mierda se creía ese viejo
hablándole así? ¿Por una maldita llamada que había resultado en una
afortunada coincidencia?<br />
-Como a mí me han educado a usted le importa un carajo –respondió
Marcos, cuidando todavía de no elevar demasiado la voz-. Yo no tengo por
qué darle bolilla.<br />
-¿Entonces vas a estar contento con dejar a otra familia destrozada
si puedes evitarlo? ¿Estás contento con recibir tu platita por contar
pendejadas por teléfono, sin siquiera dar la cara, mientras allá afuera
hay gente a la que podrías estar ayudando? -¡Hijo de puta! Marcos apretó
sus puños. El viejo le dio unos segundos para tragarse lo que había
dicho antes de terminar con un tono más tranquilo-. O me puedes servir
diciendo lo que sepas, no dándome la misma mierda que a tus otros
clientes.<br />
-Haga usted lo que quiera –contestó Marcos, frío-. Pero luego no se
queje si no puedo decirle lo que quiere. Lo que pasó es algo que no
puedo controlar siempre. A veces sí, pero otras como esa vez vino y se
fue como quiso. No puedo decirle más.<br />
-Muy bien, pendejo. Me parece justo –Marcos odió el tono de
satisfacción en su voz-. Vos sólo decime si te llega algo útil –De
pronto-. No puedo creer que ande haciendo esto.<br />
“Nadie te obliga, carajo”, pensó Marcos.<br />
– Ah, y no soy cana, para que te quede claro. Todavía no me has dicho tu nombre o como quieres que te diga.<br />
Marcos vio el reloj sin mirarlo.<br />
-Marcos –dijo secamente.<br />
-Marquitos. Perfecto. Entonces te llamo si te necesito, pendejo. Gracias de nuevo y chau.<br />
Antes de que a Marcos se le pudiera ocurrir una replica ingeniosa, el
viejo ya había colgado. A partir de ese momento hubieron otras
llamadas, algunas en las que Marcos se quedó en la línea pero al final
tuvo que reconocer que no veía nada, por lo tanto no podía ayudarle de
ninguna manera; otras en las que las imágenes o los sonidos llegaban tan
claramente a él que por un momento Marcos volvía a perder el sentido de
lo que pasaba en su tiempo presente, para luego volver a decirle lo
poco que había atrapado a través del teléfono.<br />
Sólo tres veces vio los resultados de su colaboración en televisión,
lo que le estaba generando un extraño y, lo que sospechaba inmerecido,
sentimiento de orgullo. Una vez supo, incluso antes de que el viejo
abriera la boca, que era exactamente él y que ya podía dejar de joderse,
no podía estar llamándole por nada más que un perro perdido. El viejo
se echó a reír tanto que Marcos se sorprendió que no acabara en una tos
violenta. “O estás mejorando o Dios está siendo generoso conmigo”, había
dicho.<br />
Marcos le preguntó bruscamente qué quería. Había dejado de creer en
Dios hacía mucho tiempo y definitivamente no le gustaba que se le
atribuyera todo lo bueno que podía pasarle en la vida, menos con
respecto a sus visiones. Le habían sido útiles, pero le obligaba a
cuestionar y temer muchas cosas que estaba seguro ni siquiera se habría
planteado de no ser por ellas. ¿Habría vivido mejor de no ser que no iba
a vivir más allá de los veinte? ¿Qué tanto de lo que hacía o decidía no
hacer estaba manchado con lo que conocía de antemano? Más allá de los
exámenes desaprobados que buscaba evitar, ¿había actos inconscientes que
se habían cambiado sin saberlo?<br />
Sabía que a veces podía ver más de lo que lo hacía en un primer
intento si se concentraba lo suficiente. ¿Quería eso decir que podría
haber visto el cuerpo de Mario Franco y decirle que usara un remis para
volver a casa? Esa era la peor idea que se le había ocurrido y aquella
que más volvía como picadura de mosquito. Justo cuando creía que ya
podía olvidarse de ella, volvía a picarle.<br />
Pero al viejo ni a él les interesaba discutir ninguno de esos temas
en esos momentos, y a él puede que nunca. Con el tiempo Marcos se había
llegado a acostumbrar a la aspereza del viejo, aunque seguía habiendo
ocasiones en las que sólo quería mandarlo a la mierda y a su vez el
viejo parecía impacientarse con él, porque no estaba viendo lo
suficiente, porque no tenía nada que ofrecer. Entonces los dos se
quedaban un poco irritados, pero sin nada más que hacer que despedirse
hasta una siguiente oportunidad.<br />
Marcos le escuchó en una conversación en que todavía no habían tenido
y le dijo que iba a encontrar al perro ya adoptado por otra familia, en
una casa cerca de la Plaza Libertad. Lo mejor que le convenía era
llevar el aviso de los dueños con la foto del animal, de manera que no
hubiera confusiones.<br />
-Gracias, pendejo –dijo el viejo. Al menos esa parte nunca faltaba y
Marcos podía apreciar la cortesía, aunque no le haría ningún daño
prescindir del pendejo.<br />
-De nada, viejo choto –respondió en venganza.<br />
El viejo choto volvió a reírse y esta vez Marcos le colgó, sonriendo a su pesar.<br />
Una tarde le llamó específicamente acerca del Fronterizo. Él ya había
estado reuniendo datos por su cuenta, había hablado con gente, tenía
sus teorías, pero nunca estaba de más una ayuda extra donde pudiera
conseguirla. Marcos había escuchado acerca del caso, así como cada
argentino que no viviera bajo una piedra sin medios de comunicación, de
modo que se puso a bucear dentro de su cabeza en el acto en busca de
algo, un nombre, un sonido, algo. Pero estaba completamente seco. Abrió
los ojos con decepción.<br />
-Perdona, viejo.<br />
No había necesidad de decir más. El viejo emitió una larga nota de frustración.<br />
-Bueno –al fin-. No te preocupes, Marquitos. Ya voy a pensar en algo.
Tal parece que no me va a quedar de otra que hacerlo yo solo. Como
siempre. Lamento que no te pueda dar más minutos para tu salario. Nos
vemos.<br />
Y lo hicieron. A través de un anuncio necrológico en el diario.<br />
Marcos se encerró en su cuarto con la noticia, leyéndola una y otra
vez, convencido de que el mismo Roberto por el que ese detective imbécil
había estado preguntando en su trabajo, el que había sufrido esa
horrible muerte y el que había compuesto una parte sustancial de sus
llamadas en total eran todos el mismo viejo insufrible. Primero se
sorprendió de encontrar un par de lágrimas frías corriendo por sus
mejillas y luego comenzó a golpearse la cabeza con los puños,
repitiéndose entre dientes por qué carajo no le había dicho nada, por
qué le había dejado creer que el viejo sólo había perdido el interés y
por eso no llamaba, por qué nunca mierda servía para algo, estúpida
mierda.<br />
Para aprobar sí servía. Para jugar con Mario Franco servía. Para
encontrar perros servía. Pero cuando se trataba de hacer una verdadera
diferencia, de servir de algo para alguien que no tenía ya su nombre
escrito en tinta anunciando su muerte, entonces era tan inútil e
indefenso como cualquier ciego en una pista de baile. No le encontraba
sentido por ningún lado y lo odiaba, odiaba sentirse tan perdido.<br />
Su escándalo fue tal que papá apareció al otro lado de la puerta
preguntando si todo estaba bien. Tomando profundas respiraciones para
asegurarse de que estuviera bien y la voz no se le iba a quebrar, Marcos
dijo que estaba bien.<br />
Todo estaba bien.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-38940334483298886732015-01-20T18:58:00.003-08:002015-01-20T18:59:03.685-08:00Mil veces déjà vu. 6 <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<b>Capítulo 6</b><br />
-Boludo, tienes un zombie a la espalda –le dijeron.<br />
Icaro se apresuró en darse la vuelta, recargar el arma y apuntar a la
cabeza. El estallido hizo salpicar los sesos del muerto vivientes
mientras el resto del cuerpo caía con sonido húmedo. Curioso, Icaro se
acercó. Quería darle una patada, pero por error se encontró dándole un
salto encima y el zombie, un gordo en viva, estalló sus tripas negreas y
rojizas sobre el pavimento.<br />
<a name='more'></a><span id="more-1843"></span><br />
Siempre daba un poco de asco mezclado con la emoción. Las gotas de
lluvias le impedían enfocar de vez en cuando y la visión se le veía
plagada de pequeñas gotas suspendidas, convirtiendo las luces de los
faros y los neones de las tiendas en pequeños arcoíris suburbanos. Era
hermoso, pero sobre todo muy molesto, por lo que era recomendable buscar
refugio mientras duraba el clima. Eso quería hacer precisamente, pero
nuevos gemidos salían tras cada esquina y las manos se extendían hacia
él queriéndolo agarrar desde cualquier parte de su cuerpo.<br />
+Si siquiera uno acababa teniendo un buen agarre podía despedirse del
estado perfecto de su cuerpo y con la dolorosa opción de perecer bajo
sus dientes demoledores, escuchando el sonido que hacía su carne al ser
masticada con deleite o librarse a golpe de pura fuerza bruta, pero
sabiendo que ya estaba infectado y que no había nada que podía hacer
para evitar la necesidad de buscar otros vivos que convertir en muertos.<br />
-De puro milagro le zafaste –leyó en la pantalla.<br />
-Es que no contaban con mi astucia –escribió rápidamente, aprovechando que la calle ahora estaba un poco más despejada.<br />
No sabía por qué lo había hecho. ¿En verdad esperaba que alguien
captara la referencia hoy en día? Pero alguien le refutó su opinión de
los gustos en programa de televisión actuales poniendo que no pandiera
el cunico, porque él ya estaba ahí. Faltaba la última parte, pero verlo
seguido de una carita sonriente le hizo sonreír a su vez.<br />
Después de que entraron finalmente al edificio de un cine y acabaron
con todos los desafortunados clientes que habían perecido convenientes
sentándose a ver una película parecida a Psycho de Hitchcock, frente a
la pantalla les salió el mensaje de que ya podían relajarse, que
recargaran todas las armas, recuperaran estamina y se prepararan para el
siguiente nivel, al cual sólo llegarían tras encontrar la maldita llave
para destrabar el candado en la salida de emergencia. Habían usado el
cine como un refugio opcional y se notaba. Entre las bolsas de comidas,
el pochoclo y las ropas desperdigadas se veían bolsas de dormir sobre
las que podrían descansar para recuperar algo de salud.<br />
El proceso completo tomaba unos minutos. Icaro vio que su barra verde
ya estaba prácticamente vacía, de modo que aprovechó para tomar la
siesta definitiva. Mientras su avatar se recostaba y cerraba los ojos,
llenándose de nueva energía, Icaro miró la ventana centellante de una
conversación privada a la que no había podido poner atención en medio de
la lluvia. Todavía se veían la conversación que habían tenido acerca de
cuáles eran las mejores armas que servían para tener una mejor
puntería. El juego era nuevo para el detective y había prácticamente
amor a primera vista gracias a la increíble dedicación de los creadores
para una muy buena impresión de realismo incluso a detalles tan inocuos
como el efecto del agua sobre los ojos; de modo que quería tener la
experiencia posible y los consejos le servirían bastante bien.<br />
“Acordate de llevar una jeringa afuera, vas a necesitarla si de
casualidad llegan a rasgarte con las uñas, si no, te conviertes. No sé
por qué no es directamente como con las mordidas. Si funciona con un
rasguño lógico sería que además funcione con las mordidas si lo hacen
más fuerte”<br />
“Le agrega conflicto”, aportó Icaro tecleando sin bajar la vista.<br />
SkulleALaFlame, el seudónimo con el que Marcos se había inscripto al
sitio para registrarse al servidor online, se mostró en naranja mientras
abajo una delgada ventana le decía que ahora estaba en el proceso de
escribir. Finalmente recibió una replica.<br />
“No te lo tomes a mal pero ¿no deberías estar trabajando?”<br />
Icaro suspiró mirando el techo. ¿Qué se esperaba realmente? Llevaba
¿cuánto? ¿Una hora de partida sin parar y Marcos llevaba por lo menos
una mitad de ese tiempo viéndolo tontear por una ciudad invadida de
muertos vivientes tras una plaga? Era un día de lunes y la única razón
por la que el jovencito estaba jugando en lugar de en la escuela era
porque era un día de feriado. Él tenía un horario al que ajustarse y
cuya interrupción tenía derecho a celebrarlo como quisiera, pero ¿qué
excusa tenía un adulto como él que estaba por su cuenta y encima se
suponía que estaba en la persecución de un asesino serial?<br />
Intentó redactar una respuesta convincente de que no se le había
olvidado. Escribió oraciones sobre que ya lo sabía, pero no había tenido
ninguna novedad ni desde la información pública ni desde los contactos
del viejo, que sólo un puñado habían vuelto a responderle. Lo acabó
borrando porque incluso él se daba cuenta de cuán mal sonaba eso
considerando dónde estaba. Buscó escribir que había hecho todo lo
posible y tenía pesadillas donde él era el encerrado en una de esas
jaulas y ni siquiera podía levantarse a sujetar los barrotes, pero acabó
presionando suprimir antes de sacar tres palabras completas porque
definitivamente eso no era algo que en verdad quería compartir.<br />
Quiso decir que estaba cansado, tenso y con un dolor de cabeza
campante que venía acumulándose en su montaña personal de frustraciones,
y el juego que le había mandado por Facebook era prácticamente la
primera cosa que le había hecho sentir como una persona de nuevo, pero
le faltaban las palabras y cualquier confianza en soltar algo así, de
modo que también se lo guardó.<br />
En resumen, no se le ocurrió nada que no revelara que era lo que
exactamente como se sentía cuando se ponía a pensar en todas las cosas
que debería estar haciendo; un vulgar holgazán bueno para nada, un
cobarde, un irresponsable sin remedio.<br />
Marcos estaba escribiéndole de nuevo. Esta vez demoró menos tiempo en ver lo que pretendía.<br />
“Sin nada nuevo todavía?”, preguntó.<br />
Icaro tenía una respuesta clara para eso.<br />
“Nada”<br />
De pronto el avatar abría los ojos y miraba el techo de los cines. Marcos volvió a escribirle rápidamente.<br />
“Qué macana, boludo. Pero ya acabará saliendo algo, tranquilo”<br />
¿Qué más podía esperar de un jovencito que no tenía idea de la ética
del trabajo? Pero, aun así, aunque Marcos no entendiera de eso (sólo
debía trabajar los fines de semanas y en todo caso era bastante flexible
gracias a la cantidad de empleados disponibles; de todos modos, él no
necesitaba en realidad el dinero tampoco), a Icaro le resultó un extraño
consuelo leer acerca de eso. No necesitaba a más gente acordando en la
mala opinión sobre él que él mismo se había formado. Consigo mismo era
más que suficiente.<br />
Tras eso, ambos se concentraron en atravesar el callejón infestado
hacia un tanque de rescate que debía recogerlos en las fueras de la
ciudad. Incendios espontáneos, sobrevivientes que se trasformaban si se
les daba el tiempo bastante de seguir con vida, por lo que uno debía
eliminarlos en el acto, ahorrándole minutos de dolor y sufrimiento o
encerrarlos en algún depósito de basura para que al sufrir la
transformación no les molestaran. Icaro siempre optaba por clavarles la
navaja cada vez que podía.<br />
Cada zombie tenía sus propios rasgos (que podían repetirse cada diez
otros para simular que realmente eran los habitantes variados de una
ciudad de primer mundo), pero en sus ojos eran óvalos huecos adonde
podría encontrar al maldito enfermo del Fronterizo y luego de un
estallido que hacía vibrar su control por unos segundos eran sus sesos
pixelados lo que se desperdigaban en el aire, llegando a manchar su
visión si dejaba que se le acercaba demasiado. La satisfacción que le
sucedía era como un jugo puro de esperanza y optimismo que parecía
disolver el desánimo que le caía apenas se le ocurría pensar en su
verdadera situación en el caso.<br />
Se daba cuenta de que en realidad no estaba haciendo nada de provecho
con su tiempo. Estaba sentado en su pequeño estudio, Cesar dormía cerca
de su silla aprovechando el silencio gracias a los auriculares que
atrapaban el sonido y los pequeños logros que salían de vez en cuando en
los costados de la pantalla no le estaban aportando nada de valor
material. Aun así, era eso o pasarse realizando trabajos de menor
importancia para llenarse los bolsillos más de la cuenta, sin ninguna
distracción al respecto y recordando a cada segundo del otro caso al que
podría estar dedicándose.<br />
En ambas circunstancias nada se conseguía, pero la que hacía ahora al menos le permitía sucumbir a la pura exasperación.<br />
Dos días ellos se encontraron de nuevo jugando al lado de los
terroristas, preparando las bombas en un banco nacional para robar los
montones de dinero en las bóvedas. Como era usual en ese juego, nadie
duraba demasiado ya que se concentraban en un solo sitio. Había una
considerable cantidad de argentinos en su grupo y todos tenían un tema
común del cual quejarse uno con otros; el maldito calor que los tenía
con los ventiladores al máximo o los aires acondicionados sonando,
causando apagones repentinos que los sacaban de la red contra su
voluntad y sin poder hacer otra cosa que esperar a que el cielo se
dignara a hacérselo volver.<br />
-¿Conoces un lugar que se llame Motel Sarmiento? –leyó Icaro después del seudónimo de Marcos, LondBrigBurn!.<br />
-Para nada –escribió a su vez, acariciando la cabeza de Cesar en su regazo-. ¿Por?<br />
La contestación demoró lo suyo en llegar, pero llegó e impactó fuerte en cuanto su cerebro pudo procesar las palabras.<br />
-Es que he estado soñando con ese lugar desde hace unos días. Incluso
lo veo despierto al nombre en un diario y, no sé de cómo, porque no veo
más allá del título, sé que tiene que ver algo con el Fronterizo. Algo
fuerte relacionado con él.<br />
Icaro no necesitaba saber más. Era exactamente por lo que estaba
esperando. Ni siquiera lo cuestionó ni quiso recurrir a su anterior
escepticismo. El escepticismo era un lujo al que no se sentía capaz de
pagar.<br />
—<br />
Motel Sarmiento era un establecimiento a las afueras de la ciudad,
más cerca de Tucumán que de Santiago del Estero, en una zona
completamente exenta de árboles, camino pavimentado o atractivo
turístico. Por alguna razón que él no alcanzaba a entender alguien había
creído que sería bastante importante tener la ubicación de ese sitio,
tanto para registrarlo en Google Earth y poniendo además una foto del
frente. Supuso que siendo un sitio tan apartado, al dueño más bien le
convenía ese pequeño impulso publicitario para que otras personas que
quisieran estar apartadas de las ciudades para estar tranquilos.<br />
Citas con prostitutas, por supuesto, ya que de todos modos por esas
zonas varias, incluso aquellas de sexo biológico contrario al género con
el que se identificaban, deambulaban en sus tacones y plataformas altas
esperando a ganarse algo de plata para poder pasar con bien otro día y
quizá conseguir un techo sobre sus cabezas por la noche. No tenía
comentarios, pero alguien (suponía que el dueño) le había colocado cinco
estrellas para calificar su calidad. Hizo al programa calcularle la
ruta más rápida y segura desde el lugar donde estaba hasta ahí y luego
la imprimió para su mayor conveniencia.<br />
Se sentía emocionado, listo para hacerle frente a lo que fuera que
quisiera presentársele. Su única pista era la palabra de un jovencito
que trabajaba de adivino en una línea especializada. Nada para convencer
a nadie en la realidad, pero lo único al final a lo que podía recurrir
para poder decir que en realidad estaba consiguiendo algún resultado. La
matemática tenía que seguir adelante y él debía modificar las variables
de manera que saliera adelante esa ecuación en la que se había visto
envuelto sin desearlo realmente, pero cuya relación ahora no sólo era
indiscutible sino totalmente imprescindible.<br />
Tenía que ser él, tenía que ir, tenía que moverse detrás de cada mínima migaja que cayera en su camino.<br />
Aunque no todo el crédito era nada más para el jovencito adivino. Era
perfecto, si se ponía a pensarlo detenidamente. Un lugar apartado,
cerca de sólo las personas a las que nadie ponía verdadera atención,
cuya desaparición podía ser deslizada bajo las alfombras mediáticas sin
hacer el menor ruido en los oídos del común de la gente. Incluso podía
visualizar cómo había conseguido pasar desapercibido. Una víctima
drogada atrapada desde un lugar donde la música volvía sordo a todo el
mundo, pero daba igual porque de todos modos nadie iba por la calidad de
la música y sí para entrar en relación con varios jóvenes dispuestos a
gastar todo lo necesario para equivaler sus niveles de alcohol con la
calidad de su diversión personal.<br />
Una jovencita desorientada, sola y vulnerable que se subía aun
automóvil creyendo que sería un taxi cualquiera, de pronto se encontraba
todavía más sola dentro del baúl de un automóvil esperando a ser
trasladada a su nueva casa con barrotes siendo conscientemente
desgastada con cada día que pasaba hasta que un nuevo tambor era llenado
y una explosión mucho más fuerte que cualquiera que podría salir de sus
videojuegos rompería con el sonido de las suplicas ignoradas.<br />
No estaba de ánimo para jugar a que todo el mundo era inocente hasta que se demostrara lo contrario.<br />
En su mente ya veía a todo mundo involucrado. El dueño podía ser el
mismo asesino y en algún lado encontraría una puertecilla dando una
inocente caminata, abriendo una escalera que le llevaría a la especie de
mazmorra donde probablemente encontraría a otra víctima que recién
despertaba de un sueño agotado. Estaría atento a la más mínima
perturbación en el ambiente y no se creería nada de lo que viera a la
primera vista. Incluso si al final salía con las manos vacías, por lo
menos él podría decir que lo intentó y sentirse un poco menos miserable
por ello.<br />
Le había comentado sus planes a Marcos por teléfono y este más o
menos había tratado de disuadirlo, insistiendo que podía ser cualquier
cosa y quizá él yendo evitaba de una que pasara nada definitivo. Él se
empeñó en hacerle entender que no había de otra, que no había otra
manera o forma de tener el caso claro, al punto que él mismo pensó que
estaba sonando como un loco y se negó a dejar el asunto ser por su
cuenta.<br />
Al mismo día en que tuvo esa nueva información a su disposición,
llamó para hacer una reservación con el número que la red le indicó tras
una rápida búsqueda, pero luego quedó claro que no era de esa forma
como trabajan allá. Las habitaciones se conseguían por orden de llegada,
suerte meramente, y luego podían ser pagadas por horas.<br />
Marcos llegó a sugerir que podría ir con él a comprobar si no veía
algo nuevo allá, peri Icaro no tuvo que pensarlo ni por dos segundos
para responder con un categórico no. Podía llevárselo a La Banda gracias
a la confianza y benevolencia de sus padres, podía llevarlo a un
interrogatorio en una comisaría de policía, pero no tenía ni siquiera
que hablar con los padres para entender que conseguir un permiso para
llevarse al joven a un motel que cobraba por hora no sería de ninguna
manera posible. No importaba la confianza que los padres tuvieran con
él, sería sencillamente pedir demasiado.<br />
De modo que el fin de semana se preparó un pequeño equipaje con nada
más que lo esencial adentro, apenas un cambio de ropa y se subió al auto
tras encargarle a una vecina en la que confiaba para que entrara a
dejarle su comida a Cesar durante la tarde del día siguiente. Empezó el
viaje después de la hora de la siesta y llegó a su destino cuando el
cielo libre de nubes mostraba un tono perfecto de azul, y en el
horizonte se veía un morado anaranjado como evidencia de que el sol
todavía se estaba despidiendo.<br />
En el pequeño estacionamiento al lado del edificio ancho de un solo
piso sólo había otro par de automóviles. El primero era un vehículo
clásico pero al que el tiempo no había tratado con amabilidad, mostrando
enormes manchas de óxido marrón en medio de la pintura celeste y el
otro no podía ser otro que uno normal, uno que cualquier persona de
clase media-media podría conseguir sin problema.<br />
Nada como un auto de alguien capaz de pagar enormes sobornos que
permitiera a las autoridades dejar pasar un número significativo de
inocentes víctimas que hubiera encontrado su destino final sin desearlo o
que podría permitirse un lugar privado adonde podría cuestionar una
serie de gritos pidiendo ayuda o un disparo, ya que si algo tenía claro
era que las heridas de entrada no dejaban las señas propias de un arma
equipada con un silenciador para amortiguarlo. Por su cuenta eran todas
las medidas y él suponía que el asesino buscaría una camioneta o algo en
lo que fuera sencillo ir y venir con grandes cargas destinados a los
secuestros sin ningún inconveniente.<br />
A cada paso que daba se levantaba una pequeña nube de puro polvo y no
podía mirar a ningún lado sin tener que entrecerrar los ojos. La mínima
brisa se lo ponía difícil de inmediato. Subió la mochila que se había
traído y se la colgó al hombro, activando la alarma del auto sólo por si
las dudas. Al llamar le había atendido la voz de un hombre que estaba
en medio de un ataque de tos, pero en la recepción sólo había una mujer
gorda que estaba en medio del proceso de echar ceniza inútil de su
cigarrillo encima de un cenicero, moviendo de forma perezosa el dedo
índice encima.<br />
Icaro sintió el impulso de poner una mueca de desagrado y taparse la
boca con la manga, pero no sabía si la mujer iba a ofenderse y trató de
poner una expresión neutra mientras le hablaba a ella. Mientras ella
sacaba un gran cuaderno negro con las puntas desgastadas para conseguir
que él firmara confirmando su registro (usando una lapicera cuyo fondo
estaba unido a pura cinta scotch con un hilo al escritorio), Icaro vio
el compartimiento con los ganchos para colgar los llaveros de las
habitaciones, cada uno con una placa de plástico blanca con el número de
los cuartos en negros. Los números estaban casi borrados, pero todavía
eran legibles. Faltaban los de la habitaciones número veinticinco y de
la once. A él le entregaron el de la número trece.<br />
“Más vale que esto no sea un presagio”, pensó Icaro. Eso sería el
colmo de su tolerancia. No se traía a su adivino particular asistente,
pero daba igual, porque las cosas tenían su manera de advertirle que de
todas maneras estaba jodido.<br />
El interior del edificio con sus pasillos incoloros y con marcas de
humedad por todo lo ancho y alto de la superficie áspera. Todo el
ambiente olía al humo de cigarrillo, sexo, orín y, aunque no estaba del
todo seguro, percibía en el ambiente el aroma dulzón de la marihuana.
Todos esos ingredientes daban como resultado una sensación de humedad
que lo hacía sentir con la desesperada necesidad de un baño. De un baño
en otro lugar, a juzgar por la cucaracha que vio corriendo de una
habitación hacia otra, apenas deslizándose debajo de las puertas debido a
su descomunal tamaño. Había salido justamente de la puerta que su llave
abría.<br />
Casi prefería coger o dejarse coger en el baño de un boliche ruidoso
antes de que dejarse caer por ahí. Guardó su mochila dentro del pequeño
armario. En el baño la pintura celeste ya se estaba cayendo de las
paredes, dejando al descubierto, para la paciencia o indiferencia de
quien sea que lo viera, una superficie grisácea que parecía hecha de
cemento congelado en medio de una explosión violenta. Al tocarlo con una
lapicera la cosa se hundía y parecía relativamente suave, pero no creía
que fuera lo más recomendable empezar a tocarla. Las toallas eran
blancas, pero algunas manchas de color marrón y amarillo le daban la
sensación de que había hecho lo correcto trayéndose sus propios
utensilios de baño. El olor era uno que no quería saber con seguridad de
qué se trataba, pero por un primer olfateo definitivamente se trataba
de un pedazo de tela bastante viejo.<br />
Las luces se encendieron tras unos cuantos parpadeos. Los cadáveres
de las moscas oscurecían el fondo de las lámpara en el techo y el
ventilador, con sus alas de color marrón, presentaba claras muestras de
que había pasado un largo tiempo desde la primera vez que alguien se
había esforzado por quitarle el polvo de encima. Si se le ocurría
encenderlo formas gruesas de gris volarían por todas partes. Por lo
menos la cama era suave, aunque seguía desconfiando del estado de las
sábanas. No le sorprendía en lo absoluto. Debía ser de las camas de
donde sacaban el mayor beneficio económico.<br />
Había un comedor común adonde se podía, presumiblemente instalado
antes cuando los dueños del edificio tenían esperanzas de ser nada más
una parada de descanso para los que viajaran de un punto al otro de la
provincia utilizando esa carretera, pero de pronto resultó que se
crearon mejores carreteras, se pavimentaron otros caminos y su única
posibilidad de sobrevivir era por la privacidad que podían ofrecer. No
importaba en qué tan maltrecha situación se hallaran entonces, ese era
su servicio y lo que el público les demandaba.<br />
En el comedor había un pequeño muestrario con tortillas de papa,
empanadas calientes y kipi listo para servir. La comida debía haber sido
preparada en grandes cantidades, porque apenas alguien pedía por una
cosa rápidamente era reemplazado por una nueva porción caliente. El
secreto de cómo era que de verdad conseguían mantenerse a flote debía
hallarse en esos detalles, suponía Icaro, ya que no eran necesariamente
sólo los clientes que se hospedaban los que venían a llevarse cajas con
el fondo grasiento debajo del brazo.<br />
Icaro recordó el caso de una señora especialmente desagradable para
la vista, a fin de evitar que su marido descubriera el amorío que
mantenía con un tipo cualquiera, decidió que el mejor plan de acción
para conservar la discreción era cortar a su amante en trozos y
ofrecérselo a las personas en forma de relleno de empanadas, el negocio
oficial de la familia. ¿Estaría también otro amante entre la carne
condimentada con ajo o sólo perros callejeros, una opción
definitivamente mucho más económica que la carne molida normal?<br />
Quizá había estado viendo demasiadas novelas de terror. Quería
concentrarse en cambio en las dos otras personas que venían a compartir
su misma desgracia bajo el mismo techo que en cualquier momento se les
caía encima. Uno de ellos podía estar relacionado con el Fronterizo o
ser su próxima víctima, a punto de ser llevada y castigada por lo menos
durante dos semanas en una cárcel de la que nadie podría rescatarlos.
Quería evitar una tragedia si podía hacerlo, pero todo deseaba encontrar
a la fuente de ese tipo de tragedia, aquella que tenía que detener de
una forma o de otra, aquella que se le había metido bajo la piel al
punto que sencillamente no podía quitárselo de la mente en ningún
momento del día ni de la noche, no importaba cuántos zombies sucumbieran
bajo su ataque estratégico para tener el máximo puntaje posible entre
sus compañeros.<br />
Quería descubrir al hijo de puta y desgraciar su culo por su propia
cuenta, quizá agarrarlo del cuello y apretar más de la cuenta. Suspiró.
Fantasías sin importancia nada más a su disposición.<br />
Uno de los que se hospedaban era un hombre de por lo menos más de
sesenta años, gordo y de apariencia tan pacífica como la de cualquier
abuelo capaz de malcriar a más no poder sus nietos. Llevaba unos enormes
anteojos que además le agregaba un aire inofensivo. Encima de la mesa,
cerca del tazón adonde apoyaba su taza con el cortado a beber, estaba el
llavero de su habitación, Icaro suponía que con el fin de no
olvidársela accidentalmente. Hablaba con una voz suave y cuidadosa, algo
rasposa, pidiendo por favor y gracias cada vez que se dirigía a la
mujer detrás de la barra para pedirle que le sirviera más.<br />
Por otra parte, en el otro lado de la habitación, una mujer albina
que le recordó a Lady Gaga en cuanto al rostro y forma del cuerpo, pero
en cuanto a selección de ropa y maquillaje su estilo oscilaba entre lo
femenino y lo casual. Balanceaba una sandalia roja en su pie mientras
hacía arreglos tocando la pantalla táctil de su celular apoyado contra
la mesa. Ella también tomaba un cortado, pero también tenía un trío de
sándwiches tostados a los que masticaba a pequeños mordisquitos
impecables. Era bastante delgada y los accesorios que llevaba no era
algo que pudiera creer que era cualquier cosa barata. ¿De cómo que una
mujer estaba en ese sitio?<br />
Icaro tomó su plato con facturas. Tuvo la suerte de que una de las
mesas estuviera todavía sucia de platos, servilletas y vasos que alguien
había dejado anteriormente. La otra única mesa disponible no tenía
absolutamente nada extraordinario ni digno de ser objetado, pero Icaro
movió un poco las sillas como si se tambalearan por su cuenta. No creía
de verdad que fuera necesario el espectáculo, pero nunca estaba de más
tomar precauciones. Hizo lo mismo con la otra silla y la mesa, cuidando
de que la señora no le estuviera prestando atención. En cuanto estuvo
seguro de que tenía el camino libro, se giró hacia el viejo y comenzó a
separar uno de los asientos.<br />
-Buenas tardes –dijo Icaro. El señor mayor levantó la vista. Tenía un
ojo más claro que el otro y ambos aumentados gracias a los gruesos
lentes-. Mi nombre es Icaro. Voy a estarme quedando aquí un rato. ¿Le
importa si me siento con usted?<br />
-Eh, no, creo que no –dijo el viejo, con su voz rasposa hablando lentamente y haciendo lugar en la mesa.<br />
Icaro sonrió. Podía ser terrible interrogando a las personas, pero
parte del trabajo todavía incluía ser capaz de relacionarse con ellas.
Vería lo más que pudiera acerca de los dos hospedantes y esperaría a ver
quién era la víctima y quién el victimario. Si es que alguno lo era,
dijo un lado pesimista en su cabeza, esa que se quería disfrazar de
realismo, pero la enterró.<br />
—<br />
El abuelo era de verdad un abuelo dirigiéndose a la boda de su nieta.
Con la excusa de ver la foto de sus hijos posando junto a sus propios
hijos y esposas, Icaro aprovechó que el el hombre debía ir al baño para
inspeccionar su identificación. Todo parecía estar en orden. En general,
encima, le estaba cayendo bien, recordándoles a sus propios abuelos
allí en Grecia.<br />
El hombre no pensaba quedarse más que un día, hasta que un mecánico
amigo de la familia pudiera viajar hasta ese punto y arreglar el
desperfecto para el cual de pronto su automóvil (el viejo descuidado de
afuera) no se veía capaz de avanzar ni un kilómetro más. Al finalizar la
tarde Icaro decidió que debería mantener un ojo encima del viejo,
aunque fuera sólo para vigilar que el asesino no apareciera de repente
para decidir llevárselo, aprovechando que el anciano no presentaría una
gran batalla por su libertad.<br />
Para cuando finalmente salió del cuarto del hombre, ya era de noche
en el exterior. Icaro se preguntó si ya sería demasiado pedir que la
mujer hubiera decidido tener su cena en el comedor común, cuando pasando
en frente de una ventana vio la luz anaranjada de un cigarrillo
prendido en el estacionamiento. El cabello blanco de la mujer le daba un
aire subrealista a la estampa que dibujaba con su persona en medio de
la noche, disfrutando de sí misma de forma indolente con el cigarrillo
en la mano.<br />
Que a Icaro le pelaran la piel si acaso entendía por qué carajo a la
gente le encantaba tanto enviciarse de eso. En todo caso, no era momento
de poner en práctica su incomprensión y sí de trabajar. Salió al
exterior con una campera encima, pareciéndole que le haría falta, pero
al acercarse se sorprendió de ver que la mujer seguía teniendo su blusa
de verano y los pantalones que apenas le llegaban a las pantorrillas.<br />
-Buenas noches –saludó ella primero.<br />
Las volutas de humor escaparon de sus labios pintados de un rosa
suave. Se había maquillado de manera que embellecía la blancura pura de
su rostro, pero a la vez otorgándole un cierto tono de vivacidad en los
puntos clave.<br />
-Buenas noches –correspondió Icaro.<br />
Hizo un gesto de negación con la mano cuando ella le ofreció su
paquete de cigarrillos. La mujer se encogió de hombros como diciendo
“vos te lo pierdes, papá” y continuó aspirando, relajando visiblemente
los hombros al hacerlo.<br />
-Necesitaba algo de aire fresco –dijo la mujer-. Despejarme la cabeza, esas cosas. ¿Cuál es tu excusa?<br />
-También eso, supongo. Soy Icaro, por cierto –le ofreció la mano y
ella, aunque alzando una ceja incolora, se la estrechó suavemente en su
mano.<br />
-Soy Amanda –dijo la mujer, soplando al viento-. Vengo por un asunto
del trabajo. Una mierda de trabajo, pero cualquier cosa para tener la
panza llena, o eso decía mi viejo. ¿Y vos?<br />
-También asunto del trabajo. O al menos eso espero –Icaro sonrió-. La verdad no tengo idea.<br />
-Suena lindo –dijo la mujer. Por unos momentos Icaro no estuvo seguro
de si lo decía sarcásticamente o de verdad, pero lo siguiente tuvo que
inclinar su opinión hacia lo segundo-. Si no lo sabes ni te lo imaginas
todavía puedes sorprenderte con lo que se te presente y a lo mejor la
sorpresa acaba siendo de tu agrado.<br />
“¿Vos vas a ser esa sorpresa?” pensó Icaro sin ninguna intención de vocalizarlo.<br />
-Pero también sería lindo tener un guía a veces. Algo que te diga al menos si la estás cagando o no.<br />
-Y sí, obvio que todos piensan eso. Pero eso es lo más fácil. Todo
mundo quiere que papá o mamá le tomen de la mano toda la vida, así les
ahorran el trabajo de tener que andar por sí mismos. Al final, para qué
estamos vivos si no es para cagarla todas las veces que haga falta para
que aprendamos a hacerlo bien. Sólo así vale la pena de verdad el
esfuerzo.<br />
-Puede ser –aceptó Icaro poniendo ambas manos en el bolsillo.<br />
Era de verdad una noche bonita, sobretodo en esa zona apartada donde
las luces de la ciudad no estaban ahí para disminuir la visibilidad de
las estrellas y estas podían pavonearse a sus anchas por el cielo entre
girones de nubes delgadas. Era un escenario al que no le importaría
contemplar por un largo rato, pero su atención debía permanecer dividida
entre ella y su acompañante. Ella movió la cabeza hacia atrás y la robó
sobre la parte trasera de sus hombros.<br />
-¿Quieres que te ayude con eso? –dijo Icaro-. A mi ex le encantaban mis masajes.<br />
-Mmm, bueno –dijo la mujer, dándole la espalda. Icaro colocó las
manos sobre sus hombros y empezó a presionar con los dedos en círculos-.
Mentí. No estoy por trabajo. Estoy aquí de visita a la familia. La
mujer que atiende aquí es mi mamá. A mi papá lo internaron hace unos
días y ella quería el apoyo de su única hija.<br />
Icaro arqueó una ceja, pero decidió no comentar mucho al respecto.
Cualquier cosa que dijera sólo iba a expresar su incredulidad ante el
hecho y no quería ofenderla de ese modo.<br />
-Bueno, yo sí estoy por trabajo. Y a veces sí es un trabajo de mierda, pero también es lo único que puedo hacer ahora.<br />
-Es muy triste cuando la gente dice eso –ronroneó la mujer,
moviéndose un poco más cerca de sus manos-. Es como admitir que no han
elegido para lo que nos han tocado en lugar de decir que lo hacemos
porque sencillamente es lo que más nos gusta hacer.<br />
-Era una expresión. En realidad me encanta mi trabajo, pero eso no
quita que sea una mierda a veces. Muchas cosas salen mal todo el tiempo.
A veces salen bien, pero otras no.<br />
Icaro conocía el efecto de hablar con perfectos extraños en un
ambiente nuevo. Sabía, porque lo había vivido en el pasado, no porque se
lo hubieran contado, que en ese tipo de circunstancias era la cosa más
sencilla del mundo soltar la lengua. Era como la variante real de lo que
pasaba cuando uno descubría que podía hacer y decir prácticamente lo
que fuera en la Internet sin absolutamente nadie tomándoselo en cuenta
en su vida diaria, completamente libre de responsabilidades o
consecuencias.<br />
-Como en todas partes –afirmó la mujer-. Yo trabajo en una revista de
modas de Buenos Aires. Yo soy la que te dice si lo que llevas ahora es
digno de ser visto con aprobación o rechazo por las personas
conocedoras. Yo soy la que te dicta las mejores maneras de mantener tu
figura durante el invierno, cuando el cuerpo te vive pidiendo aumentar
la grasa para sobrellevarlo mejor. Yo te digo cuál es tu color ideal y
qué estilo te representa. El poder es buenísimo, no voy a quejarme de
eso, pero también se puede volver sofocante muy fácilmente. Cuando se
trabaja para el público ya no se vive para uno mismo y sí para él. La
verdad estoy sorprendida de que haya sido capaz de venir a presentarme a
lo que podría ser el lecho de muerte de mi propio padre. Una completa
mierda, ¿no?<br />
-Pero se hace lo que se puede –agregó Icaro.<br />
-Y sí, qué se le va a hacer. Es eso o nos matamos de una sin más –La
mujer movió de arriba abajo los brazos-. Creo que ya estoy mejor,
gracias por no estrangularme.<br />
-De nada –dijo Icaro, esbozando una sonrisa sincera.<br />
Aunque luego le costaría separar su objetividad de la subjetividad,
podía admitir que Amanda también le gustaba. Continuaron hablando de
forma relajada acerca de lo primero que cualquiera de los dos quisiera
poner sobre la mesa, hasta que Amanda arrojó su tercer cigarrillo a
medio terminar y revisar un reloj en su muñeca. A diferencia del digital
deportivo de Icaro, el suyo tenía las agujas y números romanos negros
alrededor del círculo blanco.<br />
Acordaron que ya era muy tarde para los dos y que preferían dormir,
de modo tal que los dos regresaron juntos al edificio y caminaron por el
mismo pasillo para entrar en sus habitaciones.<br />
Una vez adentro, Icaro se debatió un buen rato, yendo de un lado para
otro, si realmente debería echarse a dormir ahora o esperaba unas horas
más por algo, lo que fuera a romper la monotonía de la noche. En lugar
de cualquiera de las dos, decidió meterse en Internet para confirmar los
datos de Amanda de la única manera que podía, a través de Google. Podía
ser un lugar abandonado por todo mundo y dedicado ahora sólo a la
gratificación carnal, pero poseía una conexión wifi decente y agradecía a
quien fuera responsable por ello.<br />
Colocó el nombre junto a algunas palabras que pensó podrían estar
relacionadas con la moda, encontrando más de un millón de coincidencias.
Entre la página de Instagram, la página de la revista para la que
trabajaba y a veces escribía artículos, las fotos de los desfiles de
moda llevados a cabo incluso en el extranjero, todas conteniendo ese
rostro blanco y como de Lady Gaga difícil de imitar, no le cupo ninguna
duda sobre que, por lo menos en lo que respectaba a su oficio y lo que
hacía a la vista de todo mundo, había dicho finalmente la verdad.<br />
Intentó buscar también al abuelo, pero no tenía ni siquiera página de Facebook por la cual comenzar.<br />
En realidad se estaba esperando algo así. Su madre todavía le llamaba
de vez en cuando para preguntarle alguna nueva funcionalidad de la
computadora que le había regalado para su cumpleaños, incluyendo las
redes sociales, así que pensar que un hombre incluso mayor que ella
tuviera cierto rechazo hacia los avances tecnológicos no era en lo
absoluto descabellado. Alrededor de las dos de la madrugada, cuando el
peso de sus parpados ya estaba sobrepasando el que su voluntad podría
mantener arriba y se estaba preparando para dormir, escuchó unos pasos
por el pasillo y el sonido de una puerta abriéndose para volver a
cerrarse. Contó hasta veinte, ganó todavía más sueño y los pasos no
volvían.<br />
No se enteró de cuando tuvo los ojos cerrados y perdió consciencia.<br />
—<br />
Una mañana por esa zona era un asunto implacable que no perdonaba.
Nada más despertar, caro se vio inundada su visión con nubes de polvo
que entraban por la ventana, la misma que había abierto anoche con la
esperanza de poder refrescar un poco el ambiente. Al abrir los ojos y
permitir a sus ojos que enfocaran algo en medio de la luz directa del
sol que caía justo en el centro del cuarto, la mente de Icaro por unos
segundos pudo engañarlo para creer que estaba perdido en medio del
desierto. Se despejó la cabeza y se tapó la vista, sin conseguir gracias
a ello dejar de ver los puntos de neón que insistían saltarle incluso
detrás de los párpados.<br />
Se tambaleó hacia la ventana y la cerró de un portazo. Buscó el
pedazo de alambre con el que ambas puertecillas habían estado sujetas la
primera vez que vino, pero no pudo dar con ella por ninguna parte y el
viento estaba cargando como impulsado por un lobo especialmente
hambriento, de modo que Icaro y el cuarto tuvieron que conformarse con
mantener afuera a los elementos con la fuerza de un nudo hecho con una
media. En medio de la rendija seguía entrando la brisa y la tierra,
llenándole la boca y la nariz, pero al menos ya era a una cantidad mucho
menor que antes.<br />
“Deberían haberme advertido”, pensó un poco más que irritado,
decidiendo finalmente enterrar una de las toallas en ese espacio libre
para que por fin el ambiente le dejara en paz. No supo cómo, pero todo
se mantuvo en su sitio incluso cuando él dio unos cuantos pasos atrás,
manos extendidas, esperando un gran soplo que le diera en la cara. No
sucedió, de modo que él respiró aliviado. Sólo entonces pudo admitir que
a lo mejor una parte considerable de la culpa era suya. Si algo estaba
cerrado con candados, alambres o cadenas, por lo general era a causa de
una razón bastante válida. Para estar a mano se dijo que debía ser un
bruto y se dijo que con eso podía ya estar satisfecho.<br />
Ahora el cuarto estaba en completa oscuridad. Corrió a encender las
luces, pero la imagen no había mejorado en lo absoluto. Tierra cubría el
suelo, tierra cubría la cama y una gran bocanada de tierra había tenido
que ir a soplar justo encima de su mochila abierta sobre una silla. ¿Lo
peor, sin embargo? El calor. Dudaba de que hubiera un servicio de
cuarto que viniera a limpiar mientras el cliente todavía estaba adentro,
buscando privacidad para sus asientos, de modo que Icaro dio por
pérdida cualquier pretensión de pulcritud impecable que hubiera querido
dar. Sacó una botella de agua de entre su equipaje, envuelta en una
toalla de mano húmeda a fin de que se mantuviera fresca.<br />
Como estaba al fondo, debajo de las camisas, remeras y par de
pantalones, la toalla blanca seguía blanca. Hasta que empezó a sacarlo y
la humedad mezclada con la suciedad dio como resultado un principio
indeseable de barro. De todos modos acabó de liberarla y se la bebió a
fin de quitarse la picazón en la garganta. Luego, como no tenía más de
un par, tuvo que recurrir al agua del baño para dar un baño rápido y
cambiarse a un nuevo conjunto. Era lo mejor que podía hacer, dadas las
circunstancias.<br />
Eran las 7 de la mañana, pero nadie había sido tan tonto para abrir
su ventana y despertarse por un soplo de aire con tierra. Esperó adentró
del cuarto, tratando de limpiar un poco la habitación con sus propios
recursos para no dejar huellas visibles en cualquier superficie que
tocara. Al cabo de una hora y media quedó un poco satisfecho con lo que
obtuvo, aunque en la mano se quedó con un pedazo de tela completamente
oscuro y tuvo que lavarse inmediatamente después. Buscó en el salón
comedor y se sintió mejor de que el abuelo ya estuviera ahí comiendo
tostadas con mermelada casera. Se sentó a la mesa con él llevando su
platito de galletas saladas y un vaso de agua mineral. Las burbujitas
estallaban al llegar a la superficie.<br />
Fue una conversación agradable. Al señor le habían llamado anoche y
el mecánico estaría llegando, con suerte, a la tarde y siendo así podría
estar recién de camino a la casa de su hijo para la noche. Cuando
Amanda llegó saludando a su madre y dándole una palmada en el hombro al
pasarle a modo de reconocimiento. Icaro olió el perfume de su protector
solar con esencia a coco.<br />
En cuanto terminó cada uno con su comida, el viejo dijo que prefería
leer en su cuarto e Icaro se movió a la mesa de Amanda, quien seguía
presionando la pantalla de su celular. Al acercarse, el detective vio
que estaba jugando con una aplicación a la que debía cortar frutas
lanzadas en el aire al tocarlas a cada una. Estuvieron juntos el tiempo
suficiente para casi llegar al almuerzo, viendo a otros clientes pasar
en frente del mostrador para recoger sus distintas órdenes.<br />
El ambiente estaba caliente y la señora dueña tuvo que levantarse a
una silla para encender el ventilador, mandando a volar los pañuelos de
papel que no estuvieran sujetos por algo con su propio peso.<br />
Amanda quiso saber cómo iba su trabajo de momento. Icaro le inventó
que era un reportero independiente que andaba por el país en busca de
distintas historias, de distintos asuntos que valieran la pena denunciar
ante el mundo. No creía que fuera a encontrar gran cosa en un sitio tan
apartado como aquel, quizá la historia de alguna prostituta secuestrada
por alienígenas y escogida para ser la próxima madre de una nueva raza
en la Tierra, pero ya había estado en varias partes del país y no podía
prescindir de uno más simplemente porque no se veía tan atractivo a
primera vista. Ese tipo de sitios, según su experiencia, resultaban
justamente ser el imán para la mayor cantidad de problemas y hechos
extraordinarios.<br />
Amanda se rió como si fuera parte de un chiste que nunca había escuchado.<br />
-Perdóname que te lo diga, pero no has podido elegir peor pérdida de
tiempo –dijo, poniéndole la mano encima del antebrazo-.Este es el lugar
donde nunca ha pasado nada que le interese al público y dudo muchísimo
que empiece a pasar ahora porque vos lo vengas buscando.<br />
-Puede ser –admitió Icaro, pensando si tendría que aclararle en algún
momento que era gay o si la mujer en realidad se daba cuenta, razón ahí
de su confianza. En todo caso, de ninguna manera le desagradaba. No era
tan impositiva como otras podrían haberle parecido, sólo amistosa-.
Pero al final nunca se está seguro hasta que uno mismo venga a conocer
los hechos por su propia cuenta.<br />
Por un breve segundo tuvo la nada inteligente idea de agregar que
había recibido información por parte de una fuente semi confiable, pero
supo callarse la boca a tiempo.<br />
El día transcurrió tranquilo y sin incidentes. En el exterior, bajo
la sombra creada por el edificio, la señora dueña del motel puso un par
de sillas de madera junto a una mesita de acero, encima de la cual
dispensó lo necesario para preparar un mate. El abuelo que esperaba al
mecánico estaba sentado al lado de ella, pasándole el mate de uno a
otro. Desde la habitación de Amanda le llegaba la voz de ella hablando
por teléfono, diciéndole a su editor, si decidía confiar en lo poco que
entendía, que no podía volver todavía porque no había acabado.
Prepararía el artículo cuando volviera, el miércoles o el jueves, no
estaba segura.<br />
Icaro permaneció sentado en su cuarto, escuchando todo lo posible y
preguntándose cuánto tendría que quedarse para que pasara algo que
valiera la pena originar un título en un periódico. Recibió un par de
mensajes de Marta invitándole a una comida en su casa el próximo fin de
semana y uno de Marcos preguntándole qué tal estaba. A la primera le
dijo que estaba trabajando en un caso y que no tenía claro cuándo podría
resolverlo, por lo tanto estar libre, pero intentaría estar ese fin de
semana y, en caso de cualquier caso, que no se preocupara porque iba a
hablarle. Al segundo le dijo que estaba bien, pero no había visto u oído
nada fuera de lo común. Unas horas más tarde el joven dijo que todavía
veía lo mismo, así que debía ser que ya algo estaba en camino.<br />
Esperaba que así fuera.<br />
Durante la cena, en la cual los tres clientes decidieron comer juntos
debido a que realmente no tenía sentido mantenerse separados, ya que se
conocían de cierta forma llegados a ese punto, el abuelo Enrique les
dijo que el mecánico no había aparecido al final. Le había llamado
diciéndole que un trabajo más urgente y, lo más importante, más cerca de
su localización, había aparecido y no tenía ni idea de cuándo habría
terminado con eso. Tampoco podía pretender que fuera a emprender
semejante viaje antes de la tarde, para llegar a la noche y tener que
irse a la madrugada con un loco suelto por ahí. Tenía que ser un
verdadero imbécil para hacer algo así, y como él no se consideraba tal,
pues a Enrique no le quedaba de otra que esperar por él otro día. La
boda iba a ser dentro de tres días, de manera que gracias a Dios todavía
tenía tiempo.<br />
Compartieron un momento agradable en el que las risas más fuertes
salían de Amanda y las más suaves y medidas, casi trabadas en una fuerte
tos de no ser así, de Enrique. Icaro deseó de corazón que algo de eso
significara algo sobre qué debía esperar por parte de esas dos personas y
que ese final fuera uno positivo.<br />
La humedad y el olor dentro de su cuarto se habían estado acumulando
durante todo el día, y ahora, a la noche, la peste era insoportable.
Desde la medianoche hasta las primeras horas de la madrugada, Icaro sólo
estuvo con los ojos abiertos mirando el techo oscurecido, esperando un
sueño que fallaba en cumplir su horario y, en general, sólo muriéndose
de aburrimiento. ¿Qué podía hacer? ¿Debía hacer algo? Sólo escuchaba
silencio alrededor.<br />
¿Víctimas o victimarios? ¿Informantes? ¿Qué debía descubrir ahí?<br />
O, peor aún, no había absolutamente nada por descubrir. Desde el
principio el chico había estado jugando con él, había sabido ser mucho
mejor actor de lo que se confesaba. O todo era real, pero no tenía nada
que ver con ayudarlo y el hecho de que se le ocurriera un lugar como
ese, tan apartado, tan abandonado, tan sin importancia como aquel, sólo
podía significar una tremenda coincidencia. A lo mejor el chico estaba
tan ansioso por él por servir de algo a la causa, por ayudar, al punto
que eso terminaba arruinando el cableado en su cabeza que permitía sus
visiones y sólo mezclaba lo que quería ver con lo que en realidad iba a
pasar frente a sus ojos.<br />
Entonces fue cuando lo escuchó. Había oído los pasos por el pasillo,
haciendo crujir la vieja madera, pero no le importado demasiado. El
abuelo Enrique buscando otro baño que utilizar, un vaso limpio con el
cual llenar de agua y poder tomarse sus medicinas, o Amanda saliendo
para comer algo más y charlar con su propia madre. Podía ser algo tan
sencillo e inocuo como eso, desde luego que sí. Pero entonces oyó una
segunda puerta abriéndose, otros pasos y el sonido de unos murmullos
bajos. Segundos después, un cuerpo arrastrándose por el suelo.<br />
Se levantó de inmediato. En los pies se colocó unas medias prescindiendo
de las zapatillas. Dio cortos y ligeros pasos hacia la puerta y se puso
a escuchar por el hoyo de la llave.<br />
Había pensado en cuerpo prácticamente porque esperaba que algo así
fuera, pero a medida que lo oía avanzando por el camino tuvo claro que
era eso exactamente de lo que se trataba. Esperó a que ambos
desparecieran por el pasillo hacia la recepción y luego hacia la puerta
del exterior, adonde perdió definitivamente el rumbo. Icaro salió de su
cuerpo, andando zancada a zancada lenta, inclinando un poco el cuerpo.
Todas las luces de la recepción estaban apagadas. Icaro sabía que afuera
habría un cartel de papel que informaba a la gente de que si quería
hospedarse por la noche tendría que llamar a un timbre afuera, a fin de
alertar a la dueña aunque tuvieran que arrancarla de su sueño.<br />
Así evitarían gastar en electricidad al puro pedo sin necesidad.
Avanzó hacia más adelante y vio por la ventanilla de vidrio de la
puerta, a dos sombras andando por el estacionamiento. El viento
levantaba el polvo haciendo la parodia de una niebla misteriosa
combinadas con una nubes en frente de la luna le impedían tener una
visión clara de lo que estaba pasando. Obviamente una de ellos no estaba
de pie sino que iba arrastrado, pero no podía decir con exactitud quién
o qué. Cuando creyó tenerlo identificado, sintió un escalofrío
recorrerle por la espalda. Abrió la puerta, esperando sinceramente que
no fuera a chirriar horriblemente, y de la manera más afortunada
concebible, este no lo hizo cuando pasó por enfrente.<br />
En el estacionamiento el abuelo Enrique estaba apoyado en contra del auto menos destrozado.<br />
Estaba con los ojos cerrados y respiraba con tranquilidad. A su lado
Amanda estaba rebuscando dentro de su bolso. Icaro sacó el arma debajo
de su brazo y lo ocultó a su espalda, poniéndose de costado, tan listo
para ponerla adelante como ocultarla en la parte trasera de sus
pantalones, sujeto por la cintura. Iba a hablar, pero Amanda se giró
antes de que pudiera abrir la boca.<br />
-¡Icaro! –dijo esbozando una gran sonrisa-. Menos mal que estás aquí, estaba a punto de perder los nervios.<br />
-¿Qué está pasando, Amanda?<br />
-Es este viejo choto –dijo la mujer, dándole una ligera patada al
hombre en el suelo-. Estábamos hablando tranquilamente y de pronto le
dio un infarto. Le dije a mamá que llamara a una ambulancia, pero el
teléfono lleva hecho mierda desde hace tiempo y mi teléfono no tiene
ninguna señal. Pensaba llevarlo directamente al hospital yo mismo.
¿Quieres venir conmigo? ¿O cómo tienes el celular? ¿Te llega señal hasta
aquí?<br />
-Sí, me lo llega –respondió en voz neutra-. ¿Por qué no lo llevas al
Enrique adentro y así puedo llamar? No sé si a los viejos con infartos
hay que irlos moviendo por ahí.<br />
Amanda seguía teniendo la misma expresión consternada del principio.<br />
-¿En serio? No lo sé. Me parece que ahorraría mucho tiempo llevándolo
directamente. No creo que le haga bien tampoco quedarse aquí. No sé qué
tan fuerte le haya dado. He tratado de despertarlo, pero no ha servido
para nada.<br />
-Por eso, mejor mantenerlo descansando en su propia habitación arriba
de la cama y no tirado en el suelo como un monigote desvalido.<br />
-¿Te parece?<br />
-Sí, claro. Podemos llevarlo ahora mientras yo llamo.<br />
Amanda esbozó una sonrisa lentamente, como más aliviada. Icaro la
miró a los ojos. Por un largo minuto ninguno de los dos se movió. Amanda
sacó una pistola del bolso. Seguía sonriendo.<br />
Icaro se hizo a un lado, pero de nada sirvió para evitar el primer
balazo dándole en el pie que mantuvo sobre la tierra. Jamás había
recibido todo el impacto de una bala. El dolor fue devastador y súbito,
corriendo desde su pie hasta más arriba de su pierna como un latigazo de
corriente eléctrica. Sacó su propia arma de su escondite, pero le fue
demasiado difícil de apuntar arrodillado en el suelo y no lo consiguió
antes de que la mujer volviera a dispararle en dirección al pecho. El
detective se sintió empujado hacia atrás. Cayó sobre su espalda.<br />
Amanda volvió a guardar el arma y finalmente sacó el llavero con la
llave del auto. Abrió la puerta trasera y procedió a empujar el cuerpo
inconsciente del viejo en su interior. Se subió en el asiento del
conductor. El detective vio una nube de tierra y piedra ser arrojada a
su rostro mientras las ruedas del vehículo giraban lejos de él. Sentía
el pecho presionado de manera que nunca había podido imaginar antes.<br />
Luego desapareció en la oscuridad.<br />
—–<br />
Nunca había un fanático de los noticieros. Ahora menos que nunca.<br />
“Ex policía sobrevive ataque del Fronterizo”<br />
Y en el siguiente canal.<br />
“Detective descubre la identidad del Fronterizo: ¡era una mujer!”<br />
Y en el siguiente.<br />
“Familia de la Fronteriza mantenida en custodia. Sin información nueva acerca de su más reciente víctima, Enrique Gustavez.”<br />
En el siguiente.<br />
“¡De puro milagro! Se arrastró por dos kilómetros en medio de la
noche con una bala dentro del torso y llamó a la ambulancia. Sobrevivió y
llegó a contar en los medios la identidad de su atacante, nadie más ni
nadie menos que el Fronterizo, el asesino serial que ha estado
espantando en Santiago desde principios de año.”<br />
Y en el siguiente… Paka Baka enseñaba a los niños por medio de sus
coloridas marionetas cuáles eran los colores primarios y las
combinaciones posibles entre ellos. Volvió a cambiarlo y esta vez se
trataba de Bob Esponja poniéndole de ojos de cachorro abandonado al
cabezón celeste. No se animaba a estar en puro silencio de su habitación
del hospital, de modo que lo dejó estar ahí. Su mano volvió a subir a
rascarse las vendas alrededor de su pecho, pero la acción era tan inútil
como las otras veces que lo había intentado y dejó caer su palma sobre
la cama. De todos modos el premio a la peor picazón siempre se lo
llevaba la piel de su pie debajo del grueso yeso. Estaba incómodo,
molesto y particularmente hambriento, pero no tenía otra opción a mano.<br />
Las medicinas que le habían estado suministrando en los últimos tres
días le habían mantenido en un estado de duermevela en la que seguía
recibiendo constantes olas de dolor recordándole que sí, por una buena
razón era que estaba convaleciente. Esa noche asquerosa en la que había
recibido el disparo había tenido un tiempo para darse cuenta de que
nadie venía, nadie salía para asegurarse de que lo habían matado de
forma definitiva. A pesar de que el disparo había salido con toda la
potencia que esas máquinas solían tener, nadie había salido corriendo a
los gritos para preguntar qué carajo había pasado.<br />
“La madre no sale preocupándose por la hija”, pensó Icaro, apretando
la mandíbula lo más fuerte posible para mantener siquiera un poco a raya
el dolor. No creía que fuera capaz de abrir la boca, ni siquiera para
llamar, pero esas ideas eran estúpidas y debían eliminarla con toda la
fuerza de su voluntad. “Está metida en esto. Escucha todo, lo sabe todo,
pero es la hijita y una madre tiene que saber protegerla, pero tampoco
quiere verse demasiado envuelta. No tiene los huevos para salir y acabar
el trabajo o limpiar el desastre justo después. Prefiere esperar a la
mañana y quizá algún perro ya se habría encargado de reducir la carga de
carne de la cual debería deshacerse en el estacionamiento de su querido
motel.”<br />
El detective se giró sobre sí mismo, jadeando por cada movimiento que
parecía hacer arder una nueva zona en su cuerpo que no habría sabido ni
siquiera especificar dónde se hallaba. Cuando iba a la escuela habían
salido de excursión a un campamento, adonde uno de las actividades para
ganar puntos (que luego les ayudarían a ganar una enorme caja llena de
chucherías variadas), consistía en arrastrarse por el suelo al estilo
militar para pasar debajo de unas tablas de maderas sostenidas por media
docena de ladrillos rojos.<br />
Repitió esa pequeña carrera que le acabó reportando la ventaja, ahora
luchando contra los efectos de su propios cuerpo sólo para seguir
adelante, lo justo para introducirse entre los árboles, sólo por si
acaso la madre llamaba a la hija para decirle que mejor se volviera, que
se había dejado a uno con vida. Utilizó la campera que llevaba encima a
modo de venda provisional para contener la cantidad de sangre que podía
dejar a su paso.<br />
Una minúscula parte de sí, mientras se empezaba a sentir mareado y
como que estaba en medio de un terremoto, quiso lamentarse porque una de
sus prendas favoritas ahora estaba siendo completamente arruinada más
allá de cualquier limpieza, pero siguió adelante. Pensó que esa debía
ser la noticia que había visto Marcos en sus malditas visiones, pero
siguió moviéndose. Se preguntó si habría habido alguna diferencia,
alguna diferencia en absoluto, respecto a haber escuchado al joven
adivino o no para acabar con ese final. ¿Cómo era que se llamaban esos?
¿Profecías autocumplidas?<br />
Ese futuro podría nunca haber sucedido de no haber hablado. O de no
él haber escuchado lo que sólo era la palabra de un jovencito. Siguió
adelante. El viento serviría por una vez para cubrir el rastro debajo
por su pierna inmóvil. Se apoyó contra un árbol reseco, nada que le
impediría a nadie encontrarlo si llegaban a dirigir una linterna en su
dirección, pero que en la noche al natural serviría para mantener
alejadas al par de locas de mierda.<br />
Llamó a emergencias y luego fue cuestión de no desmayarse mientras
esperaba que llegaran. En cuanto escuchó el dulce sonido de las sirenas y
vio entre los arbustos las luces intermitentes en rojo y azul, Icaro
levantó una mano para decirles su posición pero no llegó a pronunciar
una palabra. Se cayó de costado, encima de su herida de bala, y un
relampagazo insufrible de dolor más tarde perdió la consciencia.<br />
Apenas tuvo la suficiente presencia de ánimo para entender adónde
estaba y que se hallaba a salvo, Icaro contactó con los pocos medios que
tenía agendados en el celular y a otros que consiguió en internet
buscando por la red en el celular. Los llamó a todos y repitió la misma
historia una, y otra, y otra vez. Podían ir todos y cada uno de ellos al
lugar de los hechos si no le creían. Que buscaran a la madre, que
buscaran a esa fashionista de mierda y al pobre abuelo que ya no podría
ir a la boda de su hijo menor. ¡Que movieran el culo y vayan a cumplir
con su trabajo, la puta que los parió!<br />
Al final todo se supo y se difundió. El poder de la novedad todavía
seguía fuerte y rampante. El revuelo además incluía la clara ocultación
por parte de la policía, de la que los medios habían sido partícipes
pero al ser denunciados incluso en diarios independientes por la red ya
no tuvieron más remedio que salir adelante a tratar de defenderse. El
mero hecho de que siguieran adelante con las investigaciones de la
Fronteriza y que ni siquiera supieran todavía dónde se hallaba o dónde
tenía su escondite parecía palidecer cuando se lo comparaba con la
información ocultada. ¡Todas esas vidas desperdiciadas por nada! ¡Todas
esas voces calladas! ¿Cómo se habían atrevido a mirarles a la cara y
asegurarles de que el problema no era tan grande como podría parecer?<br />
Y ellos a su vez no tuvieron pocas cosas que decir al respecto para
defenderse. La gente hablaba con el mayor de los descontentos y en ese
escenario el más alto poder no podía simplemente quedarse de brazos
cruzados, dejando que fueran sus representantes los que salieran a
cumplir con lo que a otros les correspondía. Se dio una gran conferencia
de prensa en la que todo mundo le echó la culpa a todo mundo, pero al
final quedó resuelto creer necesario todavía más oficialismo y el más
alto poder salió diciendo que sí, sus acciones habían sido reprochables,
sí, era una verdadera lástima y una herida demasiado grande en el
corazón de todos los argentinos todas las vidas que se habían perdido
gracias a la locura de una sola mujer, una sola mujer lo bastante loca
para creer que tenía derecho a decidir sobre las vidas de otras
personas, pero que lo hicieron sólo con los intereses más alto de la
Argentina en mente.<br />
No podían dejar diluir esa información tan vital porque si lo hacían
atraerían una atención al país que no querían ni necesitaban,
especialmente en esos momentos. De por sí en los últimos años Argentina
se había visto plagada de noticias que no le hacían ningún favor a la
imagen que querían presentar delante del mundo y estaban perdiendo el
apoyo de muchos de sus hermanos en la Latinoamérica, por eso no podían
dejar que pensaran todavía peor de ellos trayéndoles noticias sobre la
incompetencia de sus fuerzas sobre la seguridad de sus ciudadanos.<br />
El discurso había sido diseño desde la primera palabra hasta la
última para apelar al sentido de comunidad de la gente, para hacerle
entender que lo hecho había sido absolutamente necesario y del mejor
provecho para todos, que lo habían hecho sólo para ellos, para ayudarlos
a ellos y no a sí mismos. Ahora había marchas por las calles reclamando
no sólo la identidad de todas las víctimas sino la inmediata captura de
la Fronteriza. Carteles se alzaban al aire exigiendo de sus lectores
justicia y sinceridad para con el pueblo. Gente salía llorando que en
cualquier momento podría haber sido uno de ellos, sus hijos, sus hijas,
ellos mismos, pero a nadie le habría importado porque ellos no eran lo
bastante importante y bien acomodados.<br />
Apenas estaba comenzando. Habría otras cosas más adelante. Alguien
escribiría un libro sobre ello y de ese libro alguien sacaría una
película. Quizá fuera el principio de la revolución que según algunos se
veía cuajarse desde hacía demasiado tiempo.<br />
Al fondo y al costado de todo eso, el detective Stefanes estaba
acostado en una cama de hospital vigilada día y noche por dos hombres
armados, su propia escolta hasta que capturaran a la asesina, pensando
una y otra vez en que la había cagado.<br />
Había tenido una oportunidad entre un millón de acabar con todo de una
vez y por todas, pero la había cagado. Había tenido el arma, el dedo
cerca del gatillo, y sólo pudo quedarse ahí como un imbécil dejando que
se escapara con un pobre hombre que era completamente inocente en el
asunto. Si hubiera reaccionado más pronto, si hubiera tenido la voluntad
de por lo menos disparar una vez a cualquier parte de ese horrendo
fantasma que ya no se parecía en nada a la diva, si se hubiera dignado a
ver la placa y memorizársela para enviar a la policía justo detrás de
su estela, si hubiera sido más precavido, si hubiera, si hubiera…<br />
Las palabras de felicitaciones y los “gracias a Dios que estás bien”
los recibía con la misma educada gratitud que sus padres le inculcaron
cada vez que recibiera regalos en su cumpleaños, incluso si estos no era
lo que él quería o de plano no les gustaba para nada. Habría preferido
por mucho que el mundo sencillamente lo dejara en paz para consumirse en
escenario posibles mientras su cuerpo dejaba de ser una constante
molestia, pero a la vez entendía que la gente todavía tenía dudas que
necesitaban ser respondidas.<br />
Los doctores le dijeron que la bala había estado ridículamente cerca
de atravesarle un pulmón, pero esta se había desviado y quedado atrapada
en la carne de su espalda, a punto de atravesarle limpiamente sin
causarle mayores daños físicos a largo plazo. El tema del pie era otra
cuestión. La bala sí había pasado por todo el miembro y en su camino
había atravesado el hueso además de una vena, por lo que la recuperación
y el riesgo de infección eran mucho mayores que con respecto a su
pecho, pero con ninguno de las dos heridas podía tomarse ninguna
confianza. Incluso cuando ya hubieran eliminado en gran parte sus
temores debería seguir con el tratamiento en casa y comparecer en frente
de su doctor de cabecera una vez por semana para hacerse un control
apropiado de su estado.<br />
Icaro escuchó la vibración de su celular sobre la bandeja en la que
estaban las migajas de su almuerzo. En los últimos días había recibido
llamadas de toda clase de números desconocidos y algunos familiares
reclamando su atención, y aunque de momento sufría más una invasión de
los primeros que una visita de los segundos, el detective siempre sentía
el impulso de al menos ver la pantalla para saber de cuál se trataba.
Reconoció el número de Marcos y su sorpresa no fue corta. De él era la
única persona de la que directamente no había oído hablar ni una
palabra. Atendió más por curiosidad que por otra cosa.<br />
-¿Hola?<br />
-¿Icaro? ¿Estás bien? ¿Cómo sigues? ¿Te siguen jodiendo mucho? ¿Te
vas a quedar mucho en el hospital? No me digas que es en serio eso de
que te van a amputar el pie–De pronto se calló, como si se diera cuenta
de que no le daba tiempo a responder nada y dejaba a su ansiedad tomar
el control de su voz. Se le oyó tomar una bocanada de aire-. Hola.<br />
Sonó un poco avergonzado al decirlo.<br />
-Hola –dijo Icaro.<br />
-No he llamado antes porque, bueno, cada vez que lo hacía me daba
ocupado y me daba cosa ir a interrumpirte justo en esos momentos que
dabas entrevistas a cuanto quisieran oírte. Felicidades, supongo,
incluso si todavía no puedes cumplir la vendetta. Qué mierda eso. Lo
lamento, boludo, de verdad.<br />
-Sí, yo también –confesó Icaro y fue como si un peso completamente
diferente al de los últimos días se viera de pronto levantado. Pero no,
se dijo negando con la cabeza. No podía de verdad quedarse con esa línea
de pensamiento inmadura y tonta-. Eso no interesa. Lo que importa es
que esa perra ahora va a tener su cara y nombre puestos en todas partes,
por lo que ya no le va a hacer tan sencillito ocultarse. Tarde o
temprano acabará mostrándose adonde no debe ser y todo habrá terminado.
Ahora todo mundo está hablando de ello. Supongo que eso habrá sido lo
que viste en tu cabeza, ¿que no?<br />
-Sí –dijo Marcos y por un segundo al detective le dio la impresión de
que le costaba seguir hablando-. Mi viejo estaba leyéndolo en el diario
una mañana y cuando bajo a desayunar antes de irme a la escuela, me
sale diciendo “che, ¿pero te habías enterado de esto? Tu amigo el
detective ha salido en las noticas, parece que ha recibido un disparo” y
a mí me da un puto infarto pensando que te habían matado de una. Vi el
titular de pasada, esa fue la puta visión, y corrí a la pieza para ver
por Internet. ¡Boludo, todo el mundo andaba hablando de eso! Y todo
mundo me decía que te habían dado en el corazón, que te estabas
muriendo, que te había agarrado algo por andarte arrastrando por el
suelo y vete a saber cuánta más mierda que yo apenas me podía creer.
Pero entonces te veo tus fotos en el diario, te veo en el Canal 7,
apareces en todos lados y ni siquiera contestas el puto teléfono cuando
uno te llama. Todo ese embole y ni siquiera podía contactar contigo.
¿Sabes que encima un par de veces he ido para allá y no me dejaron subir
porque no era de la familia?<br />
Icaro abrió la boca para decir que lo lamentaba pero estaba entre
ocupado y dopado para ese momento, cuando el joven volvió a hablar:<br />
-Ya sé, ya sé, ya sé. No tenías tiempo, está bien, yo entiendo. Ni
puedo imaginar lo mucho que te habrá jodido todo mundo en estos días.
Pero nada más quería decírtelo, sólo eso. Y vos todavía no me dices cómo
sigues.<br />
-Bien –dijo el detective, a punto de repetir exactamente lo mismo que
le había dicho a su madre y a Marta cuando las dos lo visitaron
haciéndose pasar por hermanas-, mejor que cuando llegué aquí al menos.
Puede que mañana o pasado ya me dejen ir a casa. Voy a tener que andar
con muletas un largo rato, eso sí, porque la bala me atravesó el hueso.
También voy a estar tomando otras medicinas, pero ya me dijeron que sólo
debía curarme y eso sería todo. Me voy a curar, es sólo cuestión de
tiempo y no descuidarse.<br />
-Menos mal –dijo Marcos, emitiendo un hondo suspiro-. Hijo de puta,
no sabes qué idea me había hecho. Ya creía que te había matado o algo
así.<br />
¿Matado?<br />
-¿De qué andas hablando? Marcos, vos no has hecho nada malo. Vos sólo
me has dicho adónde ir, yo he sido el que se fue solo para allá. Si es
que algo vos me has ayudado a aclarar el caso de una manera que yo no
podría haberlo hecho por mi cuenta. Me habría quedado como un pelotudo
dando vueltas sobre las mismas pistas una y otra vez, de no ser porque
vos me diste esa pista. Lo que yo haya decidido hacer después de eso no
tiene nada que ver contigo.<br />
Silencio en el otro lado de la línea. El detective arqueó una ceja.<br />
-¿Hola? ¿Sigues ahí? Te estoy diciendo…<br />
-Ya escuché –le interrumpió el joven-. ¿Vos de verdad piensas que si
no te hubiera dicho ni una mierda vos igual habría ido a ese motel a ser
disparado? ¿Vos de verdad crees que es así? Yo andaba viendo esa
porquería, pero nadie me mandó tampoco a decírtelo. Que vos estés ahí es
mi culpa. ¿Entiendes cuando te digo que es sólo una mierda saber apenas
una partecita minúscula del todo y encima tenerla mal entendida? ¿Cómo
mierda ha podido ser que te podía decir del Fronterizo, del lugar, pero
no por qué carajo era así? ¿Qué clase de sentido es ese? Ni siquiera es
la primera vez que me pasa algo así y no fue para nada gracioso
entonces. Vos decí lo que quieras, pero si te llegaba a pasar algo, algo
todavía peor y de lo que nadie te podría recuperar, yo iba a cargar con
eso. Yo lo iba a tener presente por ser un pendejo hijo de puta que no
supo cuándo cerrarse la puta boca.<br />
-Marcos… -intentó Icaro, pero de nuevo no le dejó terminar.<br />
-No, ándate a la mierda –replicó Marcos con una variación en el tono
de su voz que Icaro no supo atribuirle a otra cosa que porque el chico
estaba perdiendo los nervios-. En serio. Ándate a la mierda. No quiero
saber nada de eso. Ni de vos. Renuncio. Me vuelvo a atender llamadas, al
menos ahí nunca he estado cerca de matar a nadie por las porquerías que
soltaba. Ahora se sabe quién es la puta loca, qué bien, pero yo ya no
quiero tener nada que ver. Así que si alguna vez vuelves a necesitar
ayuda psíquica o como quieras llamarle, busca a otros porque yo ya me
salgo.<br />
Icaro le dio unos momentos para agregar algo más si sentía la
necesidad de hacerlo, pero ahora sólo parecía estar esperando su
respuesta.<br />
-Está bien –dijo, buscando acomodarse mejor en la cama. Se sentía
ahora un poco más pesado e incómodo. Le gustaría poder tener una
conversación así cara a cara, poder convencer al chico de que en
realidad él no era responsable, pero así se habían dado las cosas y no
le quedaba de otra que aceptarlas-. Si eso es realmente lo que a vos te
parece lo mejor, yo no tengo derecho a obligarte a lo contrario.
Probablemente sea mejor así, si te mantienes concentrado en tus propias
cosas y lejos de toda esta mierda. Quién sabe si tarde o temprano no
ibas a ser vos el disparado, ¿y cómo quedaría yo si eso pasara? No, es
mejor así. Sólo quiero decirte, de nuevo, que si la culpa es de alguien
es mía. Sólo yo, ¿me entiendes? Vos no tienes nada que ver. Vos habrás
predicho el futuro, pero yo soy el que decidió ir a crearlo de ese modo.
Eso estaba en mis manos e hice con esa opción lo que hice. No tienes
por qué darles más vuelta que esa.<br />
-Me voy –anunció Marcos de repente-. Que te mejores y cuídate.<br />
-¿Vas a tomar en cuenta lo que te dije? –intentó de nuevo.<br />
-Chau –fue su única respuesta.<br />
Entonces le colgaron.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-81668692989734437122014-11-14T14:25:00.004-08:002014-11-14T14:25:48.601-08:00Mil veces déjà vu. 5<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<strong>Capítulo 5</strong>
<br />
En la mañana se puso a buscar en los diarios digitales por cualquier
novedad acerca del Fronterizo. Era una costumbre que había agarrado
desde que el viejo desapareciera por primera vez y estaba dispuesto a
reconocer que no había nada para él, cuando vio en una nota de su última
selección una nota periodística con la fotografía de una calle en los
límites de la ciudad con direcciones hacia la Banda, Tucumán y Córdoba.
Era todo lo que se veía, pero la gente que ya había estado
familiarizándose con el caso era suficiente con eso y la lectura de ese
ominoso título: “Se descubren a una joven en la carretera.”<br />
<a name='more'></a><br />
<span id="more-1841"></span><br />
Abajo, como si de verdad hiciera falta más para las personas que recién
se enteraban, la bajada de la fotografía aclaraba que se sospecha que
podía ser del mismo asesino serial que había estado en activo desde
principios de años. Leyó unas cuantas veces antes el artículo desde el
principio hasta el final, recolectando las palabras de las autoridades
que aparecieron en escena luego de que una familia de vuelta del
casamiento de unos parientes se encontraba con el terrible espectáculo.<br />
No tuvieron inconveniente en aclarar que a primera vista se trataba
de una clara víctima más, viniendo a engrosar una de por sí vergonzosa
lista. La familia declaró que había pensado que se trataba de alguien
que se había emborrachado y perdido de alguna finca rural de por la
zona, pero al acercarse para ver si no se habría desmayado a causa de la
insolación (en cuyo caso, estaban dispuestos a ayudar con el agua que
tenían), descubrieron que no respiraba y no reaccionaba sin importar
cuántas veces trataran de llamarle la atención. Sólo verla había sido
una experiencia terrible para los más jóvenes entre ellos, pero peor fue
quedarse bajo el sol descubierto sólo esperando que alguien atendiera
al otro de la línea.<br />
Luego tuvieron que pasar una hora hasta que los autos oficiales
aparecieron en la distancia. Había sido una experiencia horrible, según
el padre, y no podía entender cómo podía existir gente que se sintiera
impulsada a hacerle algo así a otra persona. Una persona tan joven, por
si fuera poco. Increíble.<br />
Icaro trató de imaginarse qué clase de fin de semana largo sería ese
para los hijos. Volviendo de una boda que a lo mejor había sido un
aburrimiento total desde el inicio o una distracción dulce de la escuela
a la cual eventualmente tendrían que volver, hablando entre ellos,
riéndose de sus chistes privados, comentando los eventos, para
encontrarse a esa figura sólo tirada a un costado. Podían haberla
confundido con una cabra muerta a la distancia, pero a medida que se
acercaban verían el color de la ropa, el cabello sobre la cabeza y, nada
más porque eran buenas personas, hubo que detenerse para ver si podían
hacer uso de esa delicadeza humana de no bajar la cabeza ante la miseria
ajena.<br />
Ver a una persona o dos por esos lugares caminando hacia sus propias
destinaciones no tenía nada de especial y generalmente sólo eran
decoración extra agregada al paisaje, pero a alguien que claramente sólo
estaba para rostizarse debajo del sol (el artículos insinuaba vagamente
que el cuerpo incluso había llegado a sufrir algunas quemaduras,
significando que había pasado más que un tiempo considerable en ese
sitio, esperando ser descubierto igual que sus compañeros, por el poder
de la pura casualidad) no pudieron hacerle ojos sordos y de pronto se
veían entrevistados por reporteros que querían saber todas las
novedades, mientras a espaldas de todos alguien cuya profesión consistía
en ello se dedicaba a levantar del suelo aquel despojo.<br />
“No tenemos duda de que se trata del mismo”, decía un tal oficial Tragan que asistió a la escena.<br />
¿Lo habría dicho tan tranquilamente de no ser una familia quien lo
revelara? ¿O quedaría sellado bajo bolsillos bien rellenos como a tantos
otros? De todos modos, él mismo debía empezar a movilizarse. Era la
primera vez que estaba tan cerca de un caso fresco y debía agarrarse de
él tan pronto pudiera. Cuando el cuerpo del viejo fue encontrado, no se
había visto nada especial que no hubiera podido leer en esos notas
dentro de las carpetas. Claramente no había posibilidad de engañarse
respecto a quién había sido el autor de la muerte.<br />
Todas las señales estaban ahí, habiendo convertido lo que en vida
fuera un hombre ancho pero sano como un caballo, en el monstruo de los
ojos en las manos en El laberinto del fauno. El disparo en la cabeza
estaba ahí, dándole el más mínimo de los consuelos. Le confirmaron que
esa había sido la causa de la muerte y no la hambruna. Al menos habría
sido rápido y efectivo. Sin dolor.<br />
Pero siempre existía la esperanza de que en algún lado la jodiera. No
eran CSI, no tenían laboratorios elegantes y brillantes de puro azul
tecnológico esperando a resolverles el caso con un solo cabello
encontrado entre los cuerpos, no sin unos días de espera al menos, pero
de todos modos el hecho de que este pudiera ser, finalmente, aquel en el
que se empezara a notar el descuido en el paranoico cuidado sobre
aquella antigua ley de los criminales acerca de no dejar pistas en las
víctimas, suficiente incentivo para que se decidiera a aparecerse por
ahí en busca de ellos. Si siquiera una parte de lo que el viejo creía
era verdad, los profesionales no iban a hablar con cualquiera.<br />
Podrían haberles pedido que se callaran a menos que recibieran el
correspondiente incentivo para hacerlo. Y si además se guiaba según las
conversaciones escritas a memoria dentro de las libretas más pequeñas,
las que usaba a modo de diario, no era el único de esa opinión.<br />
Esperó hasta que fuera una hora más prudente para asumir que los
contactos del viejo ya estarían despiertos y disponibles para recibir
una llamada (después de que hubieran cumplido con una parte de su
trabajo, quizá más eficientemente que en otras ocasiones), y cuando las
realizó quedó claro que por lo menos un puñado estaban encantados de
hablar con él, ya fuera porque le conocían de cuando él mismo formaba
parte de la policía o porque habían escuchado de él de boca del viejo,
al cual por supuesto les encantaría ayudar como pudieran y él bien podía
servir de sustituto para la causa.<br />
Pero, como podía imaginar fácilmente, no podían hablarlo todo por el
teléfono, esa no era manera de ser profesional. Le atenderían sólo si se
presentaba en persona ante ellos y les ahorraba la batería a sus
celulares. Sólo un número no pudo contactar directamente y ese se
trataba de un químico de alguna universidad venido de Buenos Aires,
dedicado, según las notas, a examinar posibilidades de envenenamiento
como causa de muerte. A saber por qué el viejo habría necesitado de
esos.<br />
Más tarde todavía, en un momento en el que calculaba sería después del almuerzo, llamó a la casa de la última ayuda.<br />
-¿Don Augusto? –dijo en cuando escuchó la voz masculina-. Buenos días. ¿Cómo anda?<br />
-Qué haces, Icaro. Bien, todo bien aquí. ¿Dices que quieres hablar con
Marcos? ¿Lo necesitas para descubrir otro fraude fuera de aquí?<br />
Así que el muchacho se los había contado, a pesar de que en los
diarios no existía la menor mención acerca de él y mucho menos el
muchacho adivino entre sus palabras. Por lo que a la opinión pública
respectaba, había sido un trabajo en conjunto con el productor ejecutivo
y su propio ingenio para llevar al joven impostor ante la justicia.<br />
-No, no, para nada. De hecho sólo quiero llevarlo a la estación de
policía para que pueda ve qué hacer con un sospechoso de un robo
–mintió, haciendo una mueca que esperaba no se trasladara a su voz.<br />
Sabía exactamente por qué simplemente no podía ir a decirles a los
padres que quería que su hijo les ayudara a descubrir la identidad y
consecuentemente atrapar a un demente violento cuyos aciertos en el
oficio del matar, incluso sólo los que conocían los diarios, eran
alarmantes; ningún padre responsable iba a dar su autorización a tal
tarea, sin importar qué tanta saliva se gastara hablando acerca de cómo
en realidad el chico nunca iba a estar en el camino del peligro, que
sólo estaba ahí para poner esa mirada perdida de los ojos y quizá alguna
ayuda pronunciando las palabras correctas.<br />
Sabía que él nunca lo haría. Un robo era mucho menos perturbador para
los nervios paternos. Así y todo, no le gustaba en lo absoluto mentir
ante gente que no había hecho más que presentarle sus buenas
intenciones.<br />
Una parte de él recordó a cuando era niño todavía y preguntaba a sus
madres si sus amigos podían salir a jugar. Todavía se trataba de un
jovencito menor de edad, se recordaba.<br />
-¿De robo, dices? –preguntó don Augusto-. ¿Va a tener que hablar con él?<br />
-No, en lo absoluto. La idea es que Marcos se quede detrás del vidrio y sirva como una especie de detector de mentiras.<br />
-Mira vos. ¿Así que de verdad te ha convencido de todo el tema?
–preguntó el hombre, curioso-. Yo la verdad siempre he creído un poco en
esas cosas. Si existen tantas personas que creen en ello y que
prácticamente dan la vida por ello, por algo será, ¿no? Pero no pretendo
entenderlo del todo tampoco. Porque has visto que él tampoco es
infalible, así que por supuesto queda lugar para la duda.<br />
-Claro, claro –dijo Icaro, entendiendo exactamente a lo que se refería.<br />
Aunque en su caso no fuera en realidad lo mismo. El chico no había
hecho más que probar ser infalible, al menos en los temas que le
respectaban de momento. El espacio para la duda lógica se estaba
convirtiendo en una caja de fósforos a este paso y no tenía idea de si
le gustaba o no.<br />
Pero el hombre no había terminado de hablar.<br />
-A mi mujer nada de esto le hace gracia –dijo Augusto, tras un
suspiro-. Ayer le dije que esto era porque vos confiabas en él, porque
vos creías que podía ser de alguna ayuda, pero no quiere que el chico
esté en ninguna situación donde algún criminal se vuelva loco y le
quiera hacer algo. Yo tampoco, por supuesto. Pero prefiero creer que si
está por lo menos esa posibilidad a la vista, ninguno de los dos sería
tan idiota para permitirlo. Yo sé que mi hijo no es ningún imbécil.<br />
“Hijo único”, se recordó Icaro.<br />
-Por supuesto, don Augusto. Ni parte de él ni mía sería posible, se puede quedar tranquilo.<br />
-Hablando de Roma –dijo Augusto-. Mi mujer le quiere hablarle. Aquí se lo paso con ella.<br />
-Está bien –respondió Icaro, pero nadie lo oyó porque el aparato ya
estaba pasando de manos y, tras un crujido de naturaleza desconocida, la
voz de una mujer empezó a oírse.<br />
-Hola, ¿detective Stefanes?<br />
Eso estaba tardando más de lo que esperaba, pero Icaro siguió hablando con cordialidad.<br />
-Buenos días, señora. ¿Cómo anda?<br />
-Bien, gracias. ¿Y usted? Escuche –dijo, sin esperar respuesta-, no
sé si usted se ha enterado pero mi hijo es un menor de edad y no pude
llevárselo afuera de la provincia cada vez que se le de la gana.<br />
-Desde luego que no, seño…<br />
-Y tampoco me gusta que ande llamando a casa para poder llevárselo
otra vez. Mi marido dice que ha visto su placa, pero yo no y no me
siento cómoda de este modo.<br />
-Lo entiendo perfectamente. Si quiere voy yo ahora y me presento como se
debe. Fue una desconsideración no haberla puesto al tanto de inmediato,
pero en esas circunstancia en particular el tiempo apretaba. Después de
ese día ya iba a ser más difícil que ayudara su hijo siendo que iban a
tener la transmisión en otro set en Buenos Aires. Así que era esa tarde o
en ningún otro momento.<br />
-¿Y no podría haberlo resuelto sin él? ¿Era de verdad necesario que se lo lleve con usted?<br />
Por un momento Icaro se frotó el mentón con resignación. ¿Qué más daba admitirlo de una vez?<br />
-Le digo la verdad, señora, no podría haber hecho nada sin él –dijo,
sinceramente-. No tengo ni idea de cómo lo hace y no pretendo
entenderlo, pero lo hace y me alegro mucho porque no es cualquier cosa
detener a un criminal antes de que pueda causar más daño. Quisiera poder
aprovechar esta suerte, habilidad, como quiera llamarlo, mientras pueda
y ver si es posible tener los mismos resultados para otros casos, pero
usted dirá. Por mi parte, le garantizo, le garantizo que nada malo le va
a pasar a su hijo como resultado de su colaboración conmigo. Se lo
prometí a su marido ese día, se lo dije a su hijo y ahora se lo digo a
usted. De ningún modo permitiría que eso pase.<br />
Hubo un momento de silencio mientras la mujer sopesaba sus palabras. Icaro la dejó hacerlo sin interrupciones.<br />
-Entiendo –dijo la mujer lentamente, como si se estuviera rindiendo
pero sin la voluntad de hacerlo abiertamente-. Pero ¿para qué estaba
llamando ahora?<br />
-Bueno, como le decía a su marido, señora, la idea es llevar a Marcos
ante un criminal al que se le acusa de cometer un robo y que, desde
detrás de un vidrio, pueda decirme cuándo está mintiendo y cuándo no. El
criminal en cuestión ni siquiera sabría que está ahí y nadie más que yo
estaría con Marcos. Él sólo tiene que decirme lo que le parece su
declaración y, con suerte, seremos capaces de usar eso en su contra. Fue
de esa manera en que manejamos el fraude el otro día y usted ya ha
visto los resultados.<br />
-Pero ¿por qué? Es que no entiendo qué utilidad puede servirle un jovencito que dice ver el futuro.<br />
El extra implícito en esa frase era “¿no es ese su trabajo? ¿se da
cuenta de que le está mandando a hacer su trabajo por usted a mi hijo?”<br />
-Puede que ninguna –reconoció-. Le soy honesto, señora, no sé qué tan
útil o no pueda ser Marcos. Puede que nada. Pero si llega a serlo nos
ahorraría un tiempo valioso que podríamos usar para resolver otros
casos. Gracias a él sólo bastó una tarde la otra vez. Cada minuto
cuenta.<br />
Otro momento de consideración. Icaro no miró la hora en su reloj de
muñeca, pero calculaba que ya llevaba por lo menos diez minutos al
teléfono.<br />
-¿Y en serio me puede prometer que Marcos no va a tener que tratar
con ningún criminal cara a cada? ¿Sólo va para ver detrás de un vidrio?<br />
Con esa ya sería la tercera vez que se lo prometía, pero Icaro entendía que era necesario.<br />
-Sí, señora, para ver y nada más. Detrás del vidrio. Ni siquiera el criminal se va a dar cuenta de que está ahí.<br />
-Bueno… -dijo la señora. Por un momento sonó como si su atención
estuviera dividida y su agarre sobre el teléfono se hiciera más débil a
medida que la última entonación de esa palabra bajaba el volumen-.
Disculpe. Mi hijo aquí no deja de insistirme en que lo deje ir y que
apure la conversación. Aparentemente no entiende que él no puede irse
por ahí con gente que sus padres no conocen, no importa que ya no siga
siendo un niñito. Sencillamente no puede y tiene que aceptarlo.<br />
Icaro no pudo contenerse una sonrisa. Por la razón que fuera, al
muchacho de verdad quería participar de los casos, incluso sin saber
cuáles eran. Tendría que preguntarle exactamente cuál era su motivación
en el asunto en cuanto estuvieran juntos y a solas.<br />
-Por supuesto, señora –concordó y estuvo a punto de prometer de nuevo
que de ninguna manera iba a permitir que el muchacho saliera
perjudicado, pero en su lugar agregó-. ¿Entonces cómo lo prefiere? ¿Voy a
su casa y usted puede ver la identificación por sí misma?<br />
-Sí, va a ser lo mejor –aceptó por fin la señora-. Aquí lo estaremos esperando. Nos vemos.<br />
-Nos vemos –dijo Icaro.<br />
Pero ya le habían colgado.<br />
–<br />
La señora Velázquez casi no se parecía en nada a su hijo. Icaro no lo
había notado ese primer fin de semana, pero Marcos era más bien la viva
figura de su padre. A pesar de que la genética decía que Marcos debería
haber heredado el negro puro en el cabello paterno, Marcos se había
quedado con el tono castaño de su madre a la vez que le copiaba los ojos
y, si la miraba durante el suficiente tiempo, se daba cuenta, la forma
de la boca. Los restos de los rasgos propios de la señora componían el
rostro de alguien que podía ser muy agradable en circunstancias
normales, pero sabía mantenerse cordial y distante cuando la situación
lo requiriera. Situaciones como la presente.<br />
Cuando le hizo pasar al interior, el beso que le dio en la mejilla se
sintió formal. El apretó de manos del padre, por otro lado, se sintió
seguro y confiado.<br />
-Hola, Icaro, ¿cómo andas? –dijo el hombre, sonriendo.<br />
Marcos estaba apoyado en la pared al lado de un sofá. Al verlo le
sonrió y dio un ligero cabeceo de cabeza a modo de saludo, tras lo cual
se encogió de hombros omo si no hubiera nada que nadie pudiera hacer
para evitar semejante conversación. Icaro le devolvió el gesto con uno
igual disimulado. Era así como las cosas tenían que hacerse si querían
que se hicieran en absoluto. Volvieron a sentarse, esta vez la familia
entera, en la sala mientras al frente quedaba al detective, como un
testigo presentándose ante el tribunal. Esperaba sólo quedarse en
testigo y no pasar a ser el acusado.<br />
-A ver, déjeme ver –dijo la señora Velázquez con seguridad. Icaro,
obediente, sacó su billetera y le extendió su placa, mostrándole su
tarjeta de documento. La señora los sostuvo a ambos en sus manos-.
¿Flores? ¿Es el despacho adonde trabaja?<br />
-Sí, señora, aunque ahí trabajamos prácticamente cada uno por su lado.
Conmigo en total somos cuatro detectives en la nómina. Teníamos una
pequeña oficina en el centro al frente de la Plaza Libertad, pero a los
pocos meses nos dimos cuenta de que a todos se nos hacía más cómodo
trabajar desde nuestras casas y usar la oficina nada más para almacenar
los archivos.<br />
Excepto por el viejo, que incluso eso se lo tenía que llevar a casa o no se estaba contento.<br />
La señora Velázquez asintió y le devolvió su documentación. Sacó el
teléfono de un bolsillo en la camisa de jean que llevaba puesta y
desbloqueó la pantalla.<br />
-¿Cuál es su número? Dígame así ya no tengo agendado por si pasa cualquier problema.<br />
-Mamá, yo voy a estar llevando el celular –le dijo su hijo.<br />
-Sí, por eso no creí que hiciera falta –agregó el padre.<br />
La mujer hizo un gesto menospreciando ambos argumentos sin despegar
la vista de la pantalla. Los lentes de sus anteojos mostraban la línea
verde antireflejante al dar contra la luz.<br />
-No importa, yo lo quiero tener. Nunca se sabe. A ver, dígame.<br />
Icaro, sin el menor deseo de protestar, se lo dictó lentamente uno
por uno y esperó a que la mujer lo hubiera guardado de forma apropiada.
Esta volvió a poner en negro el celular y se lo guardó, mirándole
directamente. Estuvo unos segundos sin decir nada. Luego se volvió hacia
su hijo.<br />
-Y vos –dijo sin rastro de humor-, ¿te comprometes a no hacerle pasar
ningún papelón al detective y portarte bien? No se te ocurra andar
haciendo escándalos por ahí nada más porque estás con la policía.<br />
-Cómo se te ocurre, mamá –dijo Marcos-. Obvio que no. Si ya he ido antes y no ha pasado nada malo con Icaro, ¿no?<br />
En cuanto buscó su mirada para su confirmación, Icaro cumplió.<br />
-No tuve ningún inconveniente con él en ningún momento, señora
–afirmó, inclinándose hacia el frente-. Se ha portado excelente todo el
viaje de ida y vuelta, y durante el tiempo que estuvimos en la estación.
Realmente no he podido pedir nada más de él.<br />
La mujer revisó la hora en su reloj.<br />
-¿Le has dicho que no más allá de las diez, no? –preguntó a su marido.<br />
Marcos giró los ojos con cansancio. Icaro sólo podía imaginar la
charla que le habrían dado a él cuando estaban solos los tres. Los
padres seguían teniendo sus razones válidas para actuar como lo hacían
(incluso se alegraba un poco de que lo hicieran; había conocido padres a
los que sencillamente no les importaba nada en el pasado y lo sentía
demasiado por los hijos), pero también podía entender la molestia que
representaba para Marcos, quien no conocía más allá de eso.<br />
-Sí, por supuesto –reafirmó Augusto, dándole más énfasis a la
afirmación con un cabeceo-. Aquí sí o sí tienen que estar antes de las
diez. Sobretodo en los días de escuela. Y nada de andarse relacionando
con criminales. Hay cada loco peligroso por ahí.<br />
-Bueno, eso es obvio –dijo la señora Velázquez.<br />
-Por supuesto –siguió Icaro, viendo de reojo los gestos silenciosos
de exasperación del hijo-. Ya lo hemos hablado Marcos y yo. Él está sólo
para ver desde la distancia y decirme qué le parece. Eso es todo. Sería
como una especie de consultor y nada más.<br />
-¿Lo necesita ahora urgente? –preguntó la señora, mirándole.<br />
-Para este caso de robo, sí, señora –respondió el detective como si fuera la absoluta verdad.<br />
-No va a pasar nada, mamá –dijo Marcos, bajando su voz para volverse más sumiso y dócil.<br />
Por un momento extraño Icaro se preguntó si ya sabía que estaba
mintiendo o realmente le creía. Tendría que averiguarlo más tarde.<br />
-Más te vale que tengas razón –acabó determinando la señora
Velázquez, suspirando-. Muy bien, si eso es todo creo que ya los puedo
dejar ir yendo. A menos que tenga algo más que decirme, algún otro punto
que aclarar…<br />
-No lo creo, señora.<br />
-Bien, entonces supongo que ya no hay más que decir.<br />
-Te quiero –dijo Marcos, sonriente, abrazándola para darle un beso en la mejilla.<br />
La señora Velázquez sonrió, palmeándole el brazo.<br />
-Seguro que sí. Dale, ándate ahora.<br />
Los tres se levantaron al mismo tiempo de sus asientos. Una vez más,
mientras Icaro cumplía con su deber estrechando la mano de Augusto y
despidiéndose de la señora Velázquez (que seguiría siendo como tal hasta
que esta le dijera lo contrario), Marcos se adelantó hasta la puerta de
la salida y lo esperó hasta que pudo reunirse con él. Saltó los tres
escalones de la entrada en su camino hacia la reja.<br />
-Chau, Icaro –dijo Augusto. Estaba parado con un brazo alrededor de
la cintura de su mujer y esta, con los brazos cruzados, seguía a su
hijo.<br />
-Nos vemos a la tarde cuando lo traiga –prometió Icaro-. Con suerte no tardará mucho.<br />
-Cualquier cosa que no se le olvide llamar –encargó la señora Velázquez, sin moverse a cerrar la puerta.<br />
Esperaban a verlos partir dentro del vehículo antes de hacerlo. Icaro
les dedicó una inclinación de cabeza antes de salir de la propiedad,
dirigiéndose a su vehículo. Marcos se metió adentro una vez lo vio
deshacer la alarma y ellos se alejaron. Por el espejo Icaro vio la
superficie de la madera en la entrada apareciendo de vuelta.<br />
-A vos sí que te cuidan –afirmó Icaro con aprobación-. No sabes de
familias que he visto adonde los padres ni tienen idea adónde están los
hijos y ni les importa.<br />
-Son unos pesados. No los aguanto cuando se ponen así –gimió Marcos y
comenzó a recitar en una voz aguda que no se parecía en nada a la de su
madre-. “No andes hablando con extraños”, “lleva el celular cargado”,
“¿tienes el celular cargado?”, “no te metas en problemas”, “no andes
haciendo emboles.” Nada más les faltaba decirme “no aceptes caramelos de
desconocidos” y teníamos el combo completo.<br />
-Bueno, son tus padres ¿qué esperas que hagan?<br />
-No, si ya sé eso. Ya sé. Pero es que son unos pesados, hombre.<br />
De pronto sonó el canto de un gallo desde los pantalones de Icaro. El
detective se sacó el dispositivo celular del bolsillo y se lo pasó al
joven.<br />
-Es un mensaje. Mira qué dice –le pidió-. Sólo desbloquéalo y aparece el mensaje.<br />
Marcos hizo como le pedía.<br />
-Es mi mamá –informó-. “Este es mi número, guárdelo. Helena
Velázquez.” Te lo voy guardando –dijo, tecleando la pantalla-. ¿Pero ves
lo que digo cuando digo pesados? Ni siquiera hemos salido del barrio.
Ya lo tengo. ¿Cómo…? No importa, ya encontré el botón.<br />
Apagó la pantalla de nuevo.<br />
-Si está bien que sean así –dijo Icaro, extendiendo la mano por su
aparato y procediendo a guardárselo-. Pero che… si te parece que me
estoy pasando, decime, pero ¿ha pasado algo específico para que sean
así? No digo que no pueda ser natural, pero por ahí es por algo. De
todos modos, si no me quieres decir tampoco importa.<br />
Marcos se le había quedado mirando desde el inicio de su pregunta, cruzado de brazos. Exhaló una bocanada de aire.<br />
-No, nada todavía. Pero sí les dije que me podía pasar algo algún día
y no sé, puede que tenga que ver. O puede que no y es que ellos son
unos paranoicos por su cuenta.<br />
-Espera, espera, espera –dijo Icaro, frunciendo el ceño-. ¿Cómo pasarte algo? ¿Cuándo? ¿Ahora?<br />
-No sé –Marcos se encogió de hombros con un súbito cansancio-. A los
ocho años vi cómo me iba a morir. No tenía ninguna duda de que así
sería. Ya había jugado a muchas adivinanzas con amigos y siempre les
ganaba. Papá se compró no sé cuántos libros llenos de ellos para ver
quién descubría la respuesta primero. Habrá pensado entonces que era un
genio. Pero cuando vi eso, como era un pendejo y no entendía nada no se
me ocurrió mejor idea que preguntarle a mi mamá si morirse de esa manera
era doloroso, aunque como yo lo vi no me parecía. Me puse todo
histérico porque todavía no había conseguido ir a Disney, tener una
mascota o una bicicleta propia y ya pensaba que nunca podría hacerlo. Sé
que ella no cree mucho o directamente nada. No sé, a lo mejor hace años
se olvidó de eso.<br />
-¿Y cómo sabes que esa era tu muerte?<br />
-Es la misma visión cada vez –dijo Marcos, aunque eso en realidad no
respondía su pregunta-. Desde los ocho puedo verlo, pero ahora es cada
vez que quiero. Estoy yo acomodado en un lugar y sé que me siento
relajado. De pronto hay una luz blanca y estoy pensando, dentro de la
visión, que eso es todo. Se acabó. Ya no hay nada después. A veces, si
me concento mucho, puedo ver algo más allá de un momento en una visión.
Como te fuerzas vos para recordar algo y a veces te sale. Pero con esto
no puedo ver nada después. Lo intento y me quedo en blanco. O más bien
en negro, porque eso es lo único que veo y ni siquiera tengo los ojos
cerrados.<br />
-Dios…<br />
-Antes creía que era por los autos –continuó Marcos-. ¿Sentado,
relajado, luz blanca? Parece un accidente de auto, ¿que no? Así que a
loz diez me agarró una fobia a ellos que me duró lo que recordé que se
suponía que debían darme miedo o que tenía que subirme a uno para ir a
cualquier parte. Pero el asiento adonde estaba entonces no tenía nada
que ver con un auto o al menos no uno que yo haya conocido. Pero ¿sabes?
Quizá no tiene nada que ver con nada.<br />
-Si vos crees que de eso te vas a morir, sí tiene que ver. ¿Y vos
dices que siempre lo has sabido y ni aun ahora lo pones en duda?<br />
-Vos has visto lo que hago –afirmó Marcos, buscando en la cintura de
su pantalón y sacando un paquete de cigarrillo. Estuvo a punto de
separarse uno, pero entonces debió recordar el trato que tenían entre
ellos dos y se lo volvió a guardar-. Pero eso es todo. No sé cuándo ni
dónde ni exactamente cómo. Sé que no voy a pasar de los veinte y pico
porque nunca he podido verme más allá de eso. Cuando era chiquito sí. Me
veía a los trece, me veía a los catorce. Y todo tomando en cuenta de
que no hiciera ningún esfuerzo consciente por evitar esa imagen. Pero
más allá de los veinte, nada. Nunca hay nada. Por eso trato de
aprovechar lo que pueda mientras pueda. De todos modos todos nos vamos a
morir, así que no queda de otra.<br />
Icaro sintió un peso cayéndole por la boca del estómago. Él recordaba
de sus años de infancia un sentido infinito de invulnerabilidad e
inmortalidad. Todo duraba muy poco excepto él y los objetos podía
causarle raspaduras pero nada que le impidiera seguir adelante. No podía
siquiera empezar a imaginar cómo habría sido de saber en todo momento
en que no iba a durar mucho tiempo, creyendo que las horas se diluían en
vasos de leche derramada. No importaba que en realidad fuera cierto
todo acerca de los poderes de adivinación. No importaba porque Marcos
creía que lo era y era en su propia sentencia de muerte en lo que creía.<br />
-¿Hola? –dijo Marcos, buscando una respuesta-. ¿Estás ahí?<br />
-Sí –contestó Icaro, parpadeando-. Perdona, es que estaba pensando. ¿Así que no sabes más sobre eso?<br />
-Sé lo que no sé –recalcó el joven-. Sé que no voy a estar de pie. Sé
que no estoy asustado, lo que es algo. Y va a sonar pelotudo, pero
incluso dentro de la visión es como si ya supiera que ya lo he visto.
Como cuando estás dentro de un sueño y sabes que es un sueño, pero
tampoco quieres despertar porque, bueno, es un sueño. ¿Te ha pasado
alguna vez?<br />
-No que recuerde –confesó el detective.<br />
-Bueno, cuando veo y siento las cosas así, es porque ya sé que esas
van a ser las inevitables. Las que no importa qué carajo haga, cuánto
peleé, son esas las que van a pasar. Lo mismo pasó contigo. Incluso
mientras te preveía era como si supiera que ya te había previsto.<br />
-¿Por eso te saliste corriendo?<br />
-Y sí. Además de imágenes a veces puedo percibir sonidos, olores,
tacto, cosas así. Contigo sentí miedo –dijo, mirándole de reojo-. De
qué, ni me preguntes, porque no sé. En ese momento, hasta donde yo
sabía, vos podías ser el que me hiciera matar después de mandarme a la
sala blanca de un hospital.<br />
-¿Sueles hacer eso mucho? ¿Juzgar a la gente en base a algo de lo que ni vos estás seguro?<br />
-Che, vos qué sabes. Era mucho miedo y vino de la nada, nada más
verte. Me asusté. Así que busqué largarme y vos casi me arrancas el
brazo.<br />
Icaro deseó pedirle que no fuera un exagerado, porque no le había apretado tan fuerte, pero se lo guardó.<br />
-Sí, evitanto que te choque un auto –replicó a cambio.<br />
Marcos chasqueó la lengua, como diciendo “detalles, detalles.”<br />
-El caso es que eso fue. Todavía no sé por qué. Y hablando de cosas que no sé, ¿de verdad vamos a por un caso de robo?<br />
-No exactamente.<br />
-Me lo imaginaba –Hubo una sonrisa en las palabras de Marcos-. Ten
cuidado que ya empiezo a conocerte las mañas. Así que ¿qué tenemos que
hacer, compañero?<br />
-Ya te he dicho, vos no sos mi compañero. Si tanto quieres un título,
ponete consultor o algo así. Además, compañero es de la policía.<br />
-Consultor no me gusta. Y asistente tampoco, ya que estamos en esas.
Suena a que te ando detrás limpiándote la nariz y esperando nada más a
que el señor patrón se digne a mirar hacia atrás para pedirme que además
le traiga una gaseosa.<br />
-Bueno, tampoco puedo decirle a la gente “este es Marcos, mi adivino personal.” Me van a ver como a un imbécil.<br />
-“Mi adivino personal”-repitió Marcos, casi riéndose-. ¡Eso es peor!
Ahora parece que sos un millonario excéntrico al que le dio el capricho
de contratar a un jovencito para que le diga su fortuna. Y como tu
décimo quinto esposa te dejó, ahora me pagas por además acompañarte a
ver si encuentras a la décimo sexta.<br />
Icaro no pudo evitar pensar en el único que le había dejado y su sonrisa no pudo ser tan amplia.<br />
-He dicho una cagada –dijo Marcos, viéndole y levantó las manos como
rindiéndose-. Vos no me hagas caso. No sé un carajo yo del asunto.
Llámame como quieras.<br />
-No, no, está bien. Perdona, flasheé por un momento.<br />
-Y bueno –siguió Marcos, acomodándose hacia atrás en su asiento de
acompañante y cruzando los brazos-, ¿qué me decías que hacíamos hoy?<br />
-¿No has visto los diarios hoy? –preguntó Icaro a su vez-. ¿No te has enterado de lo que ha pasado?<br />
-No –Marcos frunció el ceño-. ¿Por? ¿Qué pasó?<br />
-El Fronterizo se ha dejado ver de nuevo. O más bien, a lo que hace.
Una familia lo descubrió volviendo de un casamiento en Tucumán. Una
familia con pendejos, mierda. No me puedo imaginar lo que habrá sido
para esos. Así que ahora nosotros estamos yendo a la estación de
policías para que pueda hablar con unos contactos del viejo para que
puedan decirme lo que puedan. A lo mejor algo interesante que me pueda
ayudar. Y vos… perdona que te lo diga, pero vas sólo para ver. Ve la
estación. Decime si ves algo interesante.<br />
-¿Para qué? –Los ojos de Marcos se abrieron al caer en cuenta de una
posibilidad-. No me digas de que crees que el asesino está dentro de la
policía.<br />
Por el más breve y de los confusos momentos Icaro lo había
considerado, pero al final tuvo que reconocer que era una estupidez
paranoica considerarlo en serio. Nadie iba a molestarse en proteger a un
simple policía cuando más productivo y conveniente para todos sería
sólo denunciarlo esperando que los otros criminales se encargaran de
darles su justo merecido. Incluso en la cárcel la gente tenía problemas
con alguien que les quitaba la vida a los más jóvenes. Pero los números
que el viejo había logrado reunir pesaban más que cualquier sospecha de
una simple corrupción, por más sencilla que fuera la respuesta.<br />
-No, obvio que no –contestó como si desde el inicio pensara que era
una posibilidad ridícula. Liberó un suspiro-. Pero eso no significa que
no pueda haber algo por ahí. Creo que es justo decir que vos no
entiendes más de lo que haces que yo lo hago, no realmente, ¿cierto?<br />
Marcos se encogió de hombros, reticente a reconocerlo de ese modo tan claro.<br />
-Bueno, así que he pensado que a lo mejor necesitas un estímulo
visual. Así que, a lo mejor, si te hago ver la estación en un día normal
de trabajo eso cause un resultado que nos pueda servir para más tarde.
No sé cómo ni con qué, pero tampoco tenía mayor idea al llevarte a La
Banda y ya hemos visto que eso te salió bien.<br />
-Hablando de eso –dijo Marcos-, ¿a los consultores se les pagan?<br />
-Siento romperte la fantasía, pero no –aclaró-. Los consultores
suelen ser expertos que trabajan en sus propias empresas o
universidades. Profesionales que sólo quieren ofrecer su ayuda para el
bien común sin ningún interés en mente. Además considera a quién le
hablas. ¿De dónde quieres que saque plata de más?<br />
-¿Eso es todo entonces? ¿Me quedo mirando por ahí esperando a que me
llegue algo mientras vos andas haciendo lo que sea que quieras hacer?<br />
-Eso mismo –asintió Icaro-. Mientras no salgas de la estación no va a
haber problema. Vas a estar rodeado de policías y vos ya tienes mi
número. Me mandas un mensaje en cualquier momento que me necesites para
algo.<br />
-Espera, no –dijo Marcos, revolviéndose-.¿Ni siquiera voy a estar contigo?<br />
-Voy a estar hablando con los forenses en la morgue. No te voy a llevar a ese lugar.<br />
-¿Te puedo preguntar algo? –Y sin esperar a que le respondiera,
Marcos inquirió-. ¿Sería diferente algo de esto “no te dejaré hacer eso”
si tuviera dieciocho años?<br />
-No sé, decime vos –contestó Icaro, fingiendo casualidad-. ¿Tus
viejos no me matarían si te llegara a pasar algo y tuvieras dieciocho
años?<br />
-Bueno –aceptó Marcos girando lo ojos-. Pero voy a estar embolado
nada más caminando por ahí sin hacer otra cosa, esperando a que a mi
cerebro se le ocurra mandarme algo.<br />
-Voy a tratar de no tardar mucho –prometió Icaro-. Si quieres te doy
algo de plata para que veas algo en la cafetería para que comas una
merienda o lo que gustes.<br />
-No digas eso, suenas como mi viejo –protestó Marcos-. No me gusta la
idea de jugar online y matar a mi viejo. Y no me gusta que me hables
como si fueras mi viejo en general, de paso. Se siente raro.<br />
Icaro se sintió como si le hubieran dado un golpe. El chico tenía
razón, y él mismo se había prometo que trataría de no verlo de esa
manera.<br />
-¿Pero qué quieres que haga? Mientras me quieras seguir ayudando con
esto, soy responsable de vos. Todavía lo sería aunque tuvieras cuarenta
años y estuvieras por tu cuenta.<br />
-Qué bonito–pronunció Marcos, mirando por la ventana.<br />
-Sorry –dijo Icaro. A lo mejor su propia intención del inicio había
sido una ilusión tan vana como del muchacho al esperar que no fuera
así-. Ya te dije que esto no iba a ser como en los programas de
televisión. No podemos ir a cualquier lugar apuntando un arma a la gente
y haciendo persecuciones por la calle. Yo ni siquiera soy un policía,
de modo que todo lo que haga ni siquiera lo puedo compartir con todo un
cuerpo. Todo va encima de mí.<br />
Marcos apoyó la cabeza contra el vidrio sin decir palabra. Icaro suspiró.<br />
-¿Entiendes eso? –preguntó, conciliador.<br />
Un adivino tranquilo debía ser un adivino con el que fuera más fácil
trabajar, suponía. Sobretodo si este adivino era un típico adolescente
que se lamentaba su condición de ser dependiente de sus mayores en
cuestiones puntuales.<br />
-Sí, sí, carajo –dijo Marcos con exasperación-. Si no soy boludo, ya
sé lo que significa. Sólo deja de hablar como si fuera a hacer una
verdadera estupidez a la primera que pueda. No les he dicho a mis viejos
de tu vendetta, ¿no? –agregó, reclamando reconocimiento.<br />
Le pareció justo.<br />
-No es una vendetta –dijo Icaro, aunque de por sí estaba imaginando
que era una verdadera pérdida de tiempo el andarle aclarando eso y
tratando de convencerlo-. Pero sí, tienes razón. Bien, voy a tratar de
no hacerlo tanto. Aunque sólo tratar, pero realmente no te puedo
garantizar algo así.<br />
Marcos se rascó distraídamente la nuca rasurada.<br />
-Supongo que no a mí en realidad no me queda de otra que aceptarlo, ¿no?<br />
-Creo que así es –concordó el detective, balanceando la cabeza.<br />
-Está bien.<br />
El resto del camino , buscando cambiar el tema, Icaro lo impulsó a
hablar sobre los videojuegos online. Pronto estuvieron conversando
acerca de sus preferencias de género y parecieron olvidarse de todo el
asunto desagradable de que uno quería hacer cosas más allá de las que el
otro podía permitir.<br />
La comisaría número 4 se encontraba en una zona poblada cerca del
centro. El edificio de un solo piso, blanco con bordes de marrón claro,
parecía más semejante al de una casa de familia sencilla que otra cosa.
Icaro decidió estacionar el auto debajo del único árbol que había en la
vereda para que le sirviera de sombra al vehículo. La entrada con toldo
estaba abierta y disponible para cualquier emergencia de los ciudadanos.
La especie de canasto que debía servir para contener las bolsas de
basura hasta que los empleados responsables de ella se hicieran cargo,
ya estaba llena hasta el borde y su estatura sobrepasaba la coronilla de
Icaro.<br />
-No sabía que había una sala forense aquí –comentó Marcos, desenganchándose el cinturón que le había pedido utilizara.<br />
-Es algo nuevo –aclaró Icaro, liberando el seguro.<br />
Ambos salieron al ambiente caliente. “Y se supone que seguimos en
invierno”, pensó Icaro para sí, dirigiéndose a la entrada. Tras
atravesar la puerta de vidrio su cuerpo se erizó ante la presencia de la
agradable brisa artificial salida de algún buen aire acondicionado. En
las oficinas las personas seguían atentas a sus propios asuntos,
enterrados entre papeles y acomodando archivos en los archiveros. No
extrañaba en lo absoluto todo el papeleo que implicaba un trabajo
oficial como ese. En cambio había una especie de recepción frente a la
cual siempre estaba un oficial dispuesto a tomar nota de las denuncias. A
fin de poder pasar el tiempo con más comodidad estaba leyendo una
novela de bolsillo que marcó con un pedazo de papel arrancado a fin de
saber dónde estaba. Afortunadamente era uno que había conocido de sus
tiempos que compartían el uniforme.<br />
-Eh, Icaro –dijo el oficial, dejando de lado su lectura. Se estrecharon las manos-. ¿Qué pasa?<br />
-Mariano –Sonrió el detective, acomodándose a su mano amplia-. ¿Cómo andas? ¿Todo bien aquí?<br />
-Como siempre. Lleno de problemas todos los días y llenos de
preocupaciones, pero qué se le va a hacer, la verdad. ¿Qué necesitas
hoy? –El oficial miró el muchacho a su lado, interrogante, pero todavía
no lo bastante para preguntar directamente.<br />
-Quiero hablar con los viejos de forense por un tema. Este es mi
sobrino –dijo Icaro, poniendo la mano sobre el hombro del adolescente-.
Se llama Marcos y su madre anda ocupada, así que yo soy el único que
queda para cuidarlo. Sólo voy a dejarlo por aquí. Espero que no sea
ningún problema.<br />
-Ah, claro, no te preocupes. Igual aquí nadie tiene mejores cosas que hacer. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?<br />
-No, Mariano, gracias. ¿Tienen todavía aquí la cafetería abierta?<br />
-Obvio. ¿Quién va a venir a trabajar si no?<br />
-Bueno, entonces ¿lo puedes llevar a Marcos? A que tome y coma algo si quiere mientras termino con el asunto.<br />
-Claro, no hay problema –afirmó Mariano, un hombre bastante dócil que
ahora le mostraba su lado más agradable. Su lugar era justamente ese,
detrás de un escritorio ayudando a las personas de la forma más gentil.
No servía para otra cosa que para hacer de policía bueno. Salió de
detrás del escritorio y movió una puertecilla de madera para que Marcos
pudiera pasar a su lado-. Vamos, te guío hasta ahí. Buena suerte, Icaro.<br />
-Gracias, Mariano –dijo Icaro, dándole una palmada a la espalda al más joven para que se adelantara.<br />
Este le dirigió una mirada insegura antes de tomar el paso.<br />
-No voy a tardar mucho –dijo, metiéndose después él para dirigirse a otro pasillo alargado más a la derecha.<br />
“Va a estar en la cafetería”, se recordó. “En una comisaría llena de
policías. No le puede pasar nada malo aquí adentro.” La sala hace poco
creada dedicada al lado forense estaba prácticamente unida al otro
edificio que estaba justo al lado, antes una heladería y ahora depósito
regular de los muertos recientes que las autoridades quisieran examinar o
dar una autopsia antes de dejarlo en manos de los familiares. Tras una
puerta amarilla doble, adentro encontró a unos hombres hablando encima
de alguien todavía dentro de la bolsa negra de plástico reglamentaria.
Se puso a buscar en el resto y pronto detectó una cabellera de intenso
rojo teñido justo entre ello. La doctora Avilar llegó con una sonrisa y
le estrelló su pómulo elevado contra el suyo, tomándole del brazo.<br />
-Hola, Icaro –dijo. Ellos dos no habían compartido mucho durante su
tiempo de trabajo juntos, pero de lo poco que sí habían logrado
conservar una buena relación. Por no mencionar que, siendo una contacto
del viejo y el otro un empleado suyo en el despacho, era como si lo
hubieran continuado sin interrupciones desde el momento en que
abandonara el cuerpo-. ¿Vienes por lo de la chica, que no?<br />
Chica. Como si estuviera por venirlas a recoger para llevárselas a casas con sus familias.<br />
-Sí, ¿tienes un momento? –dijo, tras tragar-. ¿Y a lo mejor algún lugar para hablar en paz?<br />
-Claro, ven –afirmó la doctora, tomándole el brazo hacia una
habitación adyacente a la morgue; la sala de descanso de los forenses,
actualmente vacía de cualquier ocupante-. Es una tarde tranquila. Sólo
las hemos tenido a ellas, de modo que sólo estamos tres de nosotros.<br />
-Está bien –dijo Icaro, viendo las paredes todavía puras de grafitis,
marcas de lapicera o manchas de humedad que recordaba de la cafetería y
otros espacios de la comisaria. Aún se veía bonita por ser nueva. Aún
no parecía un lugar de verdad donde la gente pudiera estar en paz y
tranquilidad sin temor a perturbar el olor a nuevo con su respiración.<br />
Ellos dos se sentaron a una gran mesa circular, la única que había
presente, adonde todos los que trabajan en esa sección debían tener que
compartir para disfrutar de sus comidas en paz. Ocuparon asientos uno al
lado del otro y todavía un espacio considerable entre ellos. Icaro se
aclaró la garganta, dándose cuenta de que él debería ser quien dirigiera
la conversación. Nunca había hecho un trabajo de investigación que no
involucrara a su propia persona buscando la información por medio de
fotografías o extrayéndola de materiales físicos contenedores. Casos en
los que se ponía a hablar con el sospechoso en busca de una confesión
concreta eran bastante extraños y el primero para él, que recordara,
desde que se volviera detective.<br />
De no haber sido por Marcos y el guión que se había inventado en el
acto (o le habían inventado, francamente ya no le importaba), habría
perseguido al sospechoso hasta verlo entrar en contacto con la persona
que le pasaba las respuestas y habría tomado fotografías de ello. Rara
vez tenía que hablar en serio con la gente. El viejo había sabido cómo
hacerlo y no se había molestado en enseñarle.<br />
-Bueno –empezó, sacando su libreta, sintiéndose por un segundo un remedo de reportero-. ¿Qué me puedes contar de las chicas?<br />
-Esto no es nada que no has escuchado en las noticias –dijo la
doctora y empezó a enumerar, levantando los dedos por cada punto-. Ella
era una jovencita de 17 años sin identificación, celular o absolutamente
nada que la identificara. Todavía no hemos podido encontrar a la
familia, pero por el estado casi perfecto en que ella estaba, diría que
no falta mucho. Digo casi perfecta, porque al estar bocabajo fue su
espalda y los miembros los que estuvieron recibiendo toda la potencia
del sol y se quemaron. Su rostro no, de modo que es una ventaja para que
alguien la reconozca. Un disparo justo en la cabeza fue la causa final
de la muerte. Sus ropas estaban en mucho mejor estado que ella. Se las
habían lavado a consciencia antes de volver a ponérselas. Obviamente
esto no es un análisis profundo de una criminóloga respecto a la
psicología del asesino, pero es que era una cosa obvia.<br />
“Ella llena de tierra, con bichos y hormigas caminándole encima,
mientras que la remerita celeste que llevaba casi sin nada. Esto también
vas a verlo en los diarios amarillistas en su próximo número porque
había un imbécil tomando fotos por ahí. Eso me lo contaron a mí. Y… creo
que eso sería el resumen de lo que todo mundo ha sabido hasta ahora –Le
miró con sus oscuros ojos castaños, arqueando una ceja-. ¿Roberto te
dijo todos los otros detalles, no? ¿No te vas a sorprender si te digo
que algunas cosas se están guardando apropósito de la prensa?<br />
-Sí, me mantuvo al tanto –mintió Icaro, sintiendo una punzada de
culpa. No había sido hasta que fue demasiado tarde que se le ocurrió
poner atención a las notas del viejo y a sus investigaciones. Hasta que
ya no lo tuvo al lado para guiarlo y siendo un par extra de ojos. Pero
no era momento de pensar en ello, de modo que lo dejó de lado por
ahora-. Hasta ahora las víctimas han compartido ciertos rasgos
especiales. Todas han sido encontradas deshidratadas y desnutridas, casi
al borde de morirse nada más por esos dos factores, pero fue una bala
lo que las acabó. Llevaban dos marcas que parecen hechas por cuchillo en
la espalda que iban desde el hombro hasta la zona de los omoplatos. La
falta de color en la piel parece sugerir que estuvieron encerrados en un
sitio sin sol durante todo el tiempo que estuvieron desaparecidos. No
hay un factor común, incluyendo edad, clase social o género –Rebuscó en
su memoria, pero básicamente esas eran todas las características que
había encontrado en las carpetas-. A menos que me falte algo, eso sería
todo.<br />
-Así es –dijo la doctora, cabeceando-. No podemos hablar con la
prensa ni responder preguntas de nadie. Por eso, si alguien te pregunta,
vos y yo estamos hablando acerca a qué universidad conviene mandar a mi
hija cuando le toque el año que viene. Pongamos que ella también quiere
ser policía y vos le estás ayudando con consejos, apuntes, ese tipo de
cosas. Con Roberto lo teníamos arreglado así.<br />
-Me parece bien. ¿Hay algo diferente o mejor que pueda decirme sobre esa situación? ¿Sobre la chica?<br />
-Bueno, puede que esto no te sirva de mucho, pero tenía una ropa de
buena calidad. No como la mía, que la consigo en Famularo o el Super Vea
en un día de descuento bueno. Creo que era de esa marca que usan las
chicas de ahora, ¿cómo se llama? Esa en la que la marca es de un montón
de chicas cabezonas sin ojos.<br />
Icaro le dijo la que pensó entraba en esa descripción.<br />
-Bueno, esa. A mi hija le hubiera encantado tener algo así, pero
nosotros no se lo podemos dar porque hasta por un pañuelo te quieren
cobrar lo que te cuesta un nuevo hígado –La doctora se rió como si fuera
parte de un chiste familiar que le gustara-. Es imposible. Quien sea
que sean los padres, buena plata tenían. Los zapatos también eran
buenos, aunque ella sólo tenía uno. Habrá sido que una cabra pasando por
ahí se la comió o se la robaron antes de que la familia la encontrara.
Ya viste que cualquiera se aprovecha de algo que creen que pueden sacar
provecho y si esta está tirada en el camino no les va a importar otra
cosa. Realmente no sé. Pero ella tenía incluso los aritos, los anillos,
las pulseras… no sé por qué, incluso los accesorios se lo quisieron
dejar. Es una lástima, la verdad. Tenía una carita tan linda, pero tan
flaca… Parecía un monstruo más que una jovencita que hubiera pasado por
un infierno.<br />
Icaro se puso a anotarlo lo más pronto que pudo. El tema de los
accesorios no tenía idea de qué utilidad podía servirle, pero lo pondría
y esperaría a ver los resultados. La doctora exhaló y se levantó de su
asiento. Debía ser una mujer de más allá de los cincuenta años por las
arrugas del rostro, pero se mantenía lo bastante activa para moverse con
seguridad y confianza por el espacio.<br />
-Me estoy muriendo de sed –anunció-. Voy a servirme algo. ¿Quieres?
Tenemos desde agua mineral, agua de la canilla y una gaseosa. Es mía,
así que no te preocupes.<br />
-No, muchas gracias –dijo Icaro-. ¿Dónde está el cuerpo ahora?<br />
-Odio cuando le llaman cuerpo –comentó la doctora de mal humor,
llenando su vaso con una botella que acababa de abrir. Icaro sintió el
frío venir de la heladera de segunda mano que acababa de abrir. Debía
ser de segunda mano o alguien se había entretenido pegándole figuritas
de los Simpson por toda la superficie, para luego arrancar casi hasta la
mitad de la mayoría, dándole una visible capa de polvo viejo en el
proceso-. Es como decir adónde está el zapato o adónde quedó el celular.
Eso no es una cosa, era una persona. Cierto que ahora no, pero alguna
vez lo fue y eso debería ser suficiente para tener una mayor
trascendencia que una zapatilla.<br />
-Disculpe. ¿Adónde la llevaron entonces?<br />
-Sigue aquí, preparándose para volver con su familia. Espero que se
decidan por cremarla directamente o hacer un ataúd cerrado. Ni el mejor
en su oficio podría hacer pasar a esa chiquita como otra cosa que como
una muerta. Y si llega a hacerlo va a ser más relleno que otra cosa.
¿Quieres verla?<br />
Icaro alzó la vista. Nunca había visto a una persona antes más que en
fotografías o películas documentales. No sabía si realmente hacía una
enorme diferencia entre la imagen visual y la presencia real y material,
pero tampoco esperaba confirmarla en esa breve entrevista.<br />
-Ah… -dijo desorientado.<br />
-Sólo te lo ofrecía por si querías confirmar algo. Roberto quería
verlo todo por sus propios ojos, pero en realidad ya no hay nada más que
pueda decirte. ¿Has visto los números que se guardan, no?<br />
-Sí –confirmó el detective.<br />
-Ni siquiera nos dicen por qué. Una amiga mía no hizo más que
comentarle acerca de la pérdida de una familia pobre rural en el campo.
El reportero con el que lo hizo quería hacer una nota periodística con
palabras de la familia, pero su editor no le dejó publicarlo y a él lo
despidieron.<br />
-Si eso pasó no le costaría nada publicarlo por internet –comentó Icaro-. Sobretodo si lo dejaron sin trabajo.<br />
-Pero tampoco lo vas a encontrar en Internet. Te apuesto lo que
quieras a que podrías buscar en Google todo lo que quieras y todavía no
lo encontrarías nunca. Supongo que le habrán dado alguna comisión para
mantener el silencio y quizá un nuevo contrato para seguir así a
condición de algo peor. No me sorprendería para nada algo así. Ya lo he
oído antes.<br />
El detective asintió. Él también lo había oído y visto con sus
propios ojos. Era sencillamente la manera en que las cosas funcionaban y
buscar detenerlo equivalía a querer detener el calentamiento global con
una mano.<br />
-Todos lo hemos oído antes –concordó.<br />
-Roberto no se merecía algo así –dijo de pronto la señora, dándole
vueltas al vaso en sus manos-. Ninguno se lo merecía, eso es obvio, pero
la impresión de tener que verlo aquí…<br />
Icaro se cuidó de no decir nada. Era estúpido, ahora que se daba
cuenta, pero en realidad nunca se había puesto a considerar que el
cuerpo otrora lleno de Roberto había tenido que acostarse en una de esas
camas metálicas y almacenado dentro de uno de los compartimientos,
metido en una de las bolsas como un traje rentado listo para ser
devuelto. El servicio había sido a ataúd cerrado. Marta le comentó que a
nadie le gustaría verlo como estaba.<br />
Y la mujer enfrente de él había tenido sus manos dentro. Apartó el pensamiento, que consideraba morboso y deprimente.<br />
-Al menos ya no está sufriendo –dijo y se irguió en el asiento-. Por
eso necesito que cualquier pequeña cosa nueva que veas me la digas
–empezó el tuteo de forma natural. Ella lo había tuteado primero-.
Necesito averiguar quién está haciendo esta mierda.<br />
-Lo sé. Dios quiera que lo consigas –La doctora miró a la cruz de
madera sujeta a la pared opuesto e hizo un rápido gesto de santiguarse,
besándose el nudillo al final-. Dios quiera que lo consigas. ¿Te das
cuenta de que hasta que no lo vi a Roberto en esas condiciones ni
siquiera se me había ocurrido que yo podría ser la próxima? Hasta
entonces todos habían sido relativamente jóvenes. Pero con este ha
demostrado que le da igual. No le importa mientras le sigue
entreteniendo dentro de esa enfermedad que tiene.<br />
-Podría haber sido porque averiguó que el viejo lo investigaba –dijo
Icaro, buscando tranquilizarla pero también deseando comentar sus
propias ideas al respecto-. A lo mejor no le gustaba que alguien hubiera
haciendo preguntas y tuvo que cortar la situación de raíz. A lo mejor
el viejo se acercó más de la cuenta.<br />
-Por favor, no digas cosas así –dijo la doctora, mirándole con reproche.
Con una expresión así no podría haber quedado más claro quién era la
persona mayor y quién el joven en la sala-. ¿Y si luego se le ocurre ir a
buscarte a vos?<br />
-Me parece bien –respondió Icaro, moviendo el brazo de modo que
sintiera el peso del acero contra su piel a través de la tela-. Me haría
todavía más sencillo el tener su identidad y encargarme de él.<br />
La doctora chasqueó la lengua.<br />
-¿Pero en qué estupideces andas pensando vos? ¿No te das cuenta de
que nada de esto es chiste? Si él realmente te quiere encontrar porque
andas siguiendo el trabajo de Roberto no va a ser un concurso de a ver
quién es el más macho, el más gallito, sino de a ver quién sobrevive a
quién. ¿Y vos cómo esperas tener alguna posibilidad cuando ni siquiera
sabes quién es pero él no va a tener inconveniente en averiguar quién
sos vos?<br />
Icaro se pasó la mano por el cabello.<br />
-Tienes razón –reconoció, casi tapándose la boca, avergonzado-. Mierda. No me hagas caso. Ya ni siquiera sé lo que digo.<br />
-Bien obvio que no tienes ni idea de lo que implica lo que andas
soltando tan pancho. Icaro, yo no soy tu madre –Pero le estaba hablando
como una, notó Icaro. ¿Era así como se sentía Marcos con él? No podía
culparlo por mostrarse irritado al respecto-, pero te lo pido, por
favor, no hagas alguna pendejada sólo porque te crees con suerte ese
día. Vos no sabes lo que le hace a las personas que las lleva. Habrás
leído el trabajo de Roberto, te lo imaginarás, pero no lo sabes. Así que
bajale un poco a la fachada de héroe valiente y empieza a usar la
cabeza, que para algo te debe servir ahí arriba.<br />
-Eso intento –replicó Icaro-. Por eso he venido a hablar contigo, por
eso ando llamando a sus viejos contactos, por eso… -Casi dijo “por eso
me he traído a su adivino personal”, pero eso habría un desatino y lo
reprimió a tiempo-. Estoy haciendo todo lo que puedo para acercarme lo
más que pueda. Pero si ese loco de mierda quiere venir antes, yo no
pienso quedarme de los brazos cruzados y dejarlo dirigirme en la
dirección que quiera. Lo que tenga que pasar, pasará, y de una forma o
de otra no voy a dejar que ese puto siga haciendo lo que se le cante el
culo. Es mi trabajo hacerlo.<br />
-No te digo cuál es tu trabajo –La doctora negó con la cabeza, agitando las puntas de su cabello lacio-. Sólo te digo…<br />
-Que tenga cuidado –completó Icaro, incapaz de no recordar a Marta.<br />
-Y no seas idiota –agregó la doctora-. Pero claro, ¿yo qué derecho
tengo para decirte nada? Vos tienes tus obligaciones y yo tengo las
mías. Si con las tuyas consigues que se sepa quién es ese demente no
pienso ser yo la que se queje.<br />
-Y necesito ayuda –afirmó Icaro, mirándola a los ojos y luego al
celular, que había sacado-. Si tienes alguna información nueva, hace el
favor de llamarme, ¿sí? Yo estoy haciendo lo que puedo pero… cuatro ojos
son mejor que dos.<br />
Era lo único que podía hacer para no sentirse tan inútil e
improductivo. Para no sentir que todo el viaje hasta la comisaría y
luego la zona forense no había sido más que una gigantesca pérdida de
tiempo. Después de agendar a la doctora y comprometerse de contactar el
uno al otro en caso de alguna novedad relevante. Icaro se despidió de
forma mecánica de la señora, pero la situación ya se le estaba
presentando de un tono demasiado oscuro para mantener el optimismo tan
alto como debería. Gracias al viejo tenía una idea más clara de lo que
podría haber tenido por su cuenta revisando los diarios, pero ¿de qué
seguía sirviéndole eso sin que le pintara en lo absoluto una claridad
respecto a un tipo de persona específica? Él no era un psicólogo
criminal, no podía imaginar cómo funcionaba la mente de un enfermo que
creía que de alguna manera lo que hacía era de utilidad para nadie. No
había recibido los estudios necesarios para tener semejante nivel de
comprensión.<br />
Lo único que tenía claro era que ese tipo hacía daño
indiscriminadamente y a gente que no lo más probable nunca lo hubiera
conocido en vida. No podía asegurar que en serio el tipo se enterara de
los avances del viejo, de ahí que decidiera acabar con su vida. Podía
ser sólo que el viejo estaba cerca física y materialmente del asesino
una noche en la que de pronto se le entró un poderoso antojo de poner en
práctica el extremo de su psicopatía. El lugar correcto en el peor
momento posible.<br />
O era de verdad un genio maligno y de alguna manera supo que un
detective, policía retirado, había tomado compasión por las familias
destrozadas y decidido que podía descubrirlo para el bien común. Para lo
cual la venganza se alargó a lo largo de un mes entero hasta que
finalmente el loco de mierda decidió que ya era suficiente y sacó el
arma para apretar el maldito gatillo. <br />
No podía estar seguro sobre ninguno de los dos y ambas posibilidades
planteaban muy diferentes temores a tomar en cuenta que podría hacerle
dudar respecto a sus convicciones sobre la resolución del caso. En todo
caso, cualquier deseo que tuviera sobre tener un final feliz, tranquilo y
pacífico, si alguna vez en serio había concebido alguno, parecía haber
acabado completamente después de su conversación con la doctora.<br />
Icaro salió sintiéndose un adelantado fracasado, pero tratando de
poner una cara neutra. Todavía tenía verdadero trabajo al cual dedicarse
y tenía que recoger a su asistente/adivino personal/compañero de la
cafetería. La cafetería era apenas un poco más grande que la disponible
para las personas que trabajan en forenses, pero todavía nada más que lo
justo para tres mesas grandes, una mesa larga adonde se apoyaba la
cafetera, un microondas y un par de montañitas hechas de vasos de
tergopol listos para ser utilizados.<br />
La máquina expendedora que ya estaba la última vez que él pasó por
ahí se veía un poco más desgastada que entonces. Una fea abolladura
cerca del hueco por el que las personas sacaban las bebidas que hubieran
seleccionado parecía sugerir que algún cliente insatisfecho había
tratado de obtener con su pie lo que no pudo utilizando la sola
paciencia para llamar a un técnico.<br />
Había pocas personas presentes charlando entre sí. Casi todas tenían
los uniformes azules puestos, pero entre ellos desentonada una mujer
vestida en colores pasteles y camisa suelta con diseño de flores
coloridas. Tenía una elegante mata de cabello canoso arreglado hacia
atrás gracias por un broche de plástico pintado para ser de metal,
cubierto de piedras semi preciosas falsas. Hablaba con un oficial que
tenía una medialuna entre las manos y un vaso lleno de café todavía
humeante, pero lo hacía con la cabeza dirigida hacia su general
dirección y no porque lo viera realmente. Los ojos blancos parecían
perpetuamente dirigidos hacia el techo o hacia la coronilla del oficial
cuando ella sólo se estaba acercando para oír mejor algo que ya le había
dicho.<br />
No daba la impresión de estar pasando por una situación angustiosa
que hiciera falta la ayuda oficial ni que estuviera esperando la
conclusión de algunos trámites importantes. Era como si sencillamente
estuviera ahí teniendo una conversación, quizá visitando a su hijo. De
pronto alguien le tomó del brazo. Había estado tan concentrado viendo a
la señora que cuando ante el contacto, Icaro dio un respingo
instintivamente.<br />
Sólo era Marcos, con una gaseosa en la mano.<br />
-¿Terminaste? –preguntó el jovencito.<br />
Algo en él le pareció ansioso por irse.<br />
-¿Pasó algo? –inquirió.<br />
-No, para nada –respondió con presteza el chico-. Es que estoy
embolado, no tengo nada que hacer aquí y encima está haciendo calor.<br />
Icaro percibía que el aire acondicionado no llegaba a la cafetería
con la misma potencia con la que llenaba la recepción y la sala de
oficinas, pero no tan poco que él podría sentir un calor sofocante que
le exigiera irse. Icaro revisó la hora en su muñeca. La parte de
embolado sí podía creer; había pasado veinte minutos dándole vueltas a
la conversación con la doctora sin llegar a ningún lado pertinente al
caso.<br />
-Sí, está bien –dijo-. Vámonos.<br />
-Chau, Icaro –dijo Mariano, el eterno policía bueno, en cuando
pasaron en frente del escritorio de la recepción-. ¿Has conseguido lo
que necesitabas?<br />
-Sí, gracias, Mariano –respondió Icaro dándole una sonrisa automática.<br />
Pero el hombre no había acabado de hablarle.<br />
-Andabas hablando con los forenses, ¿no? ¿No te han molestado mucho?<br />
Icaro lo miró. Mariano sudaba un poco entre su mata de cabello negro.<br />
-No, sólo necesitaba una charla –Marcos se cruzó de brazos. Ni
siquiera prestaba atención al oficial-. No ha habido ningún problema. A
lo mejor tengo que volver por algo más tarde, en otro momento.<br />
-Bien, siempre sos bienvenido –afirmó Mariano, palmeándole el hombro.<br />
-Gracias. Bueno, ya nos tenemos que ir yendo –respondió Icaro. Le dio un gesto de saludo antes de volverse a la salida.<br />
El golpe de calor repentino le hizo entrecerrar los ojos. Adentro del
auto el ambiente estaba tan calcinado que tuvieron que vivir en un puro
sauna mientras mantenían todas las ventanas abiertas, esperando que se
despejaran antes de poder encender el aire acondicionado.<br />
-¿Qué tal te ha ido? –preguntó Marcos.<br />
-Nada nuevo –reconoció Icaro, preguntándose cuánto podía decirle
realmente. Al final decidió que no perdía nada contándole lo más
posible. Trabajaban juntos-. Era una jovencita que venía de una buena
familia. Podría asumir que la secuestró en algún lugar apartado, pero
ahora todos los boliches son así. Mientras más alejados los sitios menos
se tienen que preocupar los dueños de cosas como el volumen y de
recibir denuncias con la policía. Pueden armar la fiesta tan grande como
quieran y cuando los chicos salen pueden ir adonde sea que quieran. Los
padres se quedan esperando en casa así que no hay nadie que los
controle. El enfermo aquel podría simplemente esperar afuera de uno,
hacerle creer que un remis y llevársela adonde quisiera. No sería la
primera vez que pasa algo así –Se frotó la sien. Finalmente el ambiente
era lo bastante aireado para poner el aire acondicionado. Volvió a subir
las ventanas, también del lado de Marcos-. ¿Y vos qué? Me imagino ya la
respuesta, pero ¿viste algo útil mientras estabas allá?<br />
-No, en realidad no –Marcos abrió el espejo arriba del auto cerca del
techo y se revisó la altura del mohicano-. ¿La viste a la vieja que
estaba ahí? ¿La misma que estaba vestida de vieja?<br />
-Eso no era ropa de vieja–replicó Icaro, sin saber por qué se
molestaba en reclamar por eso. Quizá se estaba volviendo un movimiento
instintivo con el muchacho. De ser así debería controlarlo mejor-. Sí,
la he visto. Creí que sería la madre de alguien o qué sé yo. ¿Qué tiene?<br />
-Está para ser adivina en un caso de desaparición –explicó Marcos-.
Vos no sos el único que anda recurriendo a lo sobrenatural a fuerza de
pura desesperación. Y encima la vienen contratando desde hace rato. Y le
pagan muy bien. Se ha ganado una casa de tres pisos con lo que le han
dado por su trabajo de adivinadora –dijo con un énfasis intencionado.<br />
-Bueno, me alegro por ella –le desanimó Icaro prontamente-. ¿Y vos cómo sabes eso? ¿Lo viste o te lo dijo?<br />
-Me lo dijo. Después de querer leerme la mano.<br />
-Pero ¿una adivina ciega? ¿En serio? ¿Cómo es eso? ¿No se supone que
la gracia de una adivina es ver el futuro? ¿Cómo va a ver el futuro ni
siquiera puede ver el presente? No lo entiendo.<br />
-Ya te he dicho que, por lo menos en mi caso, no siempre se trata de
ver. A veces veo, huelo o siento algo que ya me parece haber olido,
sentido o visto algo antes. Con ella es algo parecido. Siente cosas en
lugar de verlas y así puede ayudar a las víctimas.<br />
-¿Y funciona? ¿O es la tipa que se inventa lo primero que se le ocurre y ellos son los tontos por tomárselo en serio?<br />
Marcos le miró con una sonrisa burlona que parecía decir “mira quién está hablando.”<br />
-Cierra la boca, boludo –replicó Icaro, canalizando su viejo
interior, aunque se le escapó una mueca divertida. La verdad, hasta él
podía apreciar la ironía de la situación-. Te pregunto en serio. ¿Qué te
pareció a vos?<br />
-Nada extraño. Si es de verdad una estafadora tengo que quitarme el
sombrero ante ella. En el trabajo, cuando no me llegan las palabras
directamente y me escucho diciendo exactamente qué decir, me lo tengo
que inventar todo y a veces no se me ocurre nada, así que estoy
siguiendo el guión que nos dan cada día. “El amor te espera en cada
esquina”, “hay un nuevo ascenso en tu camino”, “mantente atenta con el
verde y tendrás un nuevo aumento en tus posesiones materiales”, ese tipo
de cosas que todo mundo quiere escuchar. No voy a andar mintiendo que
soy un inocentito que no sabe mentir, pero si me piden inventar toda una
historia para el futuro de la nada me quedo en blanco.<br />
Icaro no se sorprendió de que no le costara demasiado creerle. Si ese
era su caso, no podía acusar realmente a la policía de ingenua. Pero la
conversación puso de manifiesto que ni siquiera su plan sobre arrojar
su adivino al mundo y esperar tener algún resultado, cualquiera que
pudiera dirigirle hacia un lugar específico, había tenido el mismo
resultado por su intento de obtener noticias.<br />
Una completa pérdida de tiempo.<br />
-Che, te quiero preguntar algo –dijo Marcos.<br />
Icaro lo miró de costado.<br />
-Claro, dilo sin más.<br />
Marcos se tomó unos segundos para pronunciar la duda que le carcomía.<br />
-¿Por qué crees que veo las cosas que veo? Asumamos que vos ya estás
harto de pretender que no crees en nada de esto, que lo crees, lo tienes
asumido y entonces entiendes que de verdad veo el futuro. Bueno, ¿vos
por qué crees que eso pueda ser? Yo cuando chiquito creía que era un
síntoma de algo desconectándose o conectándose donde no debía en mi
cerebro. Esperaba tener una convulsión en cualquier momento, ¿sabes?
Algo así he visto en Wikipedia que podría pasar. Pero no pasó, pero
seguía viendo y a veces me servía, así que para qué preguntar nada si de
todos modos no lo podía controlar, ¿no? Pero en fin. Decime qué
piensas.<br />
-Ah, eso. ¿Si te digo la verdad? Nunca sé por qué pasa nada. No sé
por qué el viejo tuvo que morir. No sé por qué ese loco de mierda tuvo
que nacer y hacer las cosas horribles que hace. No sé por qué nos
tuvimos que conocer. Y no sé por qué vos has tenido que has tenido con
ese asunto tuyo del futuro.<br />
-Aja. Muy lindo. ¿Pero?<br />
-No hay pero –afirmó el detective-. O no en el sentido que vos andas
buscando que te diga. No creo que las cosas pasen por una razón. Pero
las cosas pasan y nosotros no podemos hacer otra cosa que utilizarlo de
la mejor manera que nos sea posible, ¿no? De modo que, respecto a tu
pregunta y lo que quieres saber, te diría que sólo usaras lo que tienes
como mejor te parezca. Yo sé que no sos ningún pendejo idiota así que…
sí. Sólo inténtalo y con un poco de suerte algo bueno saldrá de todo
esto.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-32915426989832225442014-11-09T15:52:00.002-08:002014-11-09T15:52:33.968-08:00Mil veces déjà vu. 4 <br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<br />
<strong>Capítulo 4</strong><br />
<br />
Sus planes tuvieron que ser cambiados. Originalmente pensaba
aprovechar ese sábado para empezar a hacer llamadas a los forenses y
otras personas adecuadas para empezar, si es que podía, a acumular
nuevos datos sobre los cuales trabajar en su gran caso, pero en cuanto
volvió a ver ese número la idea se había fugado de su mente. Estaba
seguro de que no eran ganas especiales de verlo. No se trataba de algún
recodo de su ser que siempre estaría dispuesto a tirarse bajo el tren
por el bien de su ex amado o alguna ceniza parecida. No, era más simple.<br />
<br />
<a name='more'></a><br />
<span id="more-1839"></span><br />
No quería pensar en nada de ello más de lo necesario. Que terminara
el momento y terminara lo más pronto posible, ese era su deseo más
íntimo y porfundo con respecto a su situación de divorciado de menos de
treinta años. No quería ver fotos de ellos juntos y suspirar. No quería
tener recuerdos de él a su alrededor, andar buscando el perfume
masculino de su colonia en cada rincón y desear con estremecimientos
varios que aquellas manos volvieran a tocarle. No le había mentido a
Marcos cuando le dijo que él había tenido bastante suerte dentro de su
situación; se las habían visto bien durante la anulación del matrimonio,
faltaron los gritos típicos de acusaciones y gritos sobre a quién le
correspondía qué por derecho. A pesar de que todo adentro se le volvía
un licuado putrefacto con virutas de metal cada vez que pensaba en los
años que habían pasado juntos (y esas ideas siempre venían, quisiera o
no), todas las cosas en su vida que habían forzosamente tenido que
cambiar gracias a aquella relación, cambios que ya nadie podría volver a
cambiar, cambios irreperables e infinitos en el pequeño esquema de su
vida cotidiana.<br />
Los primeros dias fueron los más duros, por supuesto. Se quedaba en
la cama esperando el sonido de unas tazas y platos de la cocina que
desde luego nunca llegaban. Sentía la cama demasiado ligera. Faltaba el
hombro con el que su brazo chocaba en uno de esos giros involuntarios
que realizaba en medio de esa etapa confusa entre el sueño y la
realidad. Ya no se trataba de “yo limpio ahora, vos limpias mañana”,
porque ahora sólo él estaba para limpiar. Ya no debían acomodar sus
horarios para que cada uno viera su show preferido a la hora en que
sintonizaba ni se levantaban mutuamente las toallas del piso en el baño.<br />
Volvía a estar por su cuenta y, después de tres años fuera de esa
condición, se encontraba pensando que ya se le había olvidado cómo era
la vida de ese modo. Pero tampoco tenía otra opción seguir avanzando sus
días como si nada irreparable hubiera pasado, asimilando que en
realidad así había sido y concentrarse en las cosas que sí podía
controlar y requerían de la mayor parte de su atención y dedicación; su
caso.<br />
De manera que ese día, aunque era sábado y justamente por ello le
gustaba regalarse unas horas más de sueño, Icaro se levantó temprano
para arreglar un poco la pila de papeles, libretas y carpetas que había
desperdigado por la sala, todas llenas de la letra del viejo en su
intento por averiguar la verdad. Antonio no era de esos que llegaban a
un lugar y comenzaban a verle hasta los más pequeños defectos,
prosiguiendo a criticarlo para la paciencia y tolerancia de a quien
fueran dirigidas las palabras. En cuestión de orden y organización los
dos estaban prácticamente al mismo nivel y, encima, nunca habían tenido
que obligarse a ser flexibles al respecto porque tampoco era una
cuestión de vida o muerte para ellos.<br />
Pero tampoco quería que la primera imagen que viera al cruzar la
puerta fuera la de un detective que no tenía nada mejor que hacer con su
vida entera que trabajar. Siquiera por unas horas (una máximo, media
siendo el estimado necesario para sólo recoger unas cosas y marcharse)
podría asumir el papel de un tipo común que se las manajeba
perfectamente bien solo, al que no le hacía falta una vigilancia externa
por parte de nadie. Ni siquiera sabía por qué se molestaba, si esa
nunca había sido una preocupación real durante su tiempo juntos, pero lo
hizo como si le estuvieran presionando a sus espaldas.<br />
Acomodó los almohadones, dándoles vuelta para que no se viera la
mancha de salsa que se le había caído una noche que comió frente al
televisor, abrió las cortinas (a las que por cierto les hacía falta una
limpieza, pero ya no había tiempo para eso) para dejar pasar el sol por
las ventanas abiertas y puso a remojar el tazón con la ensaja de papa y
huevo que se había hecho preparar por capricho hacía dos días.<br />
Antonio dijo que estaría pasando después del mediodía.<br />
Eran las tres de la tarde cuando llegó y cinco minutos más para que
Icaro lo oyera al timbre por encima del sonido de ametralletas y el más
húmedo de los cuerpos estallando. Se había puesto a jugar un juego en
línea después de almorzar esperando que la actividad lo mantuviera lo
bastante ocupado para que no tuviera oportunidad de ponerse nervioso.
Ciertamente lo había conseguido, porque para el momento en que se vio
interrumpido de la batalla que estaba librando se sintió genuinamente
molesto por un segundo. Luego vio la hora que era y se maldijo por su
propia insconciencia mientras se deshacía de los auriculares, alejándose
del teclado adonde ya había puesto su renuncia momentánea.<br />
Salió a recibir a Antonio tras mirarse una vez en el espejo. Nada
fuera de lo normal. Podía seguir adelante. Abrió la puerta y ofreció su
mejor sonrisa de disculpa.<br />
-Perdón, no llegué a escuchar el timbre –dijo al tiempo que se hacía a un lado para dejarle pasar.<br />
<br />
En cuanto caminó por delante suyo, detrás iba dejando la esencia de
la colonia que sin importar adónde fuera, tenía que estar presente.
Masculina, pero lo bastante suave para sentirse sutil a la nariz. Podía
tardar un par de segundos y sin embargo la impresión dejada acababa
llegando sin falta; un aroma a comfort y buen gusto combinado con algún
sentido de sutileza. La primera cosa que alguna vez notó de él. Solía
encantarle. La segunda cosa que lo atrajo, los ojos avellanados llenos
de luz, lo miraron en cuanto Antonio se sacó los lentes oscuros,
poniéndoselos entre el cabello negro. Ninguno de los dos se movió hacia
el otro buscando el beso en la mejilla para saludarse.<br />
<br />
Les parecía igualmente innecesario.<br />
-Hombre, no sabes el calor que hace afuera –dijo, suspirando,
limpiándose una delgada capa de sudor de arriba del labio-. Me estoy
muriendo. Permitime un vaso de agua.<br />
-Claro –dijo Icaro, cerrando la puerta y dirigiéndose a la cocina.<br />
Antonio se quedó en la sala, contemplando el lugar adonde habían
vivido juntos durante años. Icaro vio de reojo la manera en que tocaba
el sillón más largo sin decidirse a tomar asiento. De pronto dio un
respingo cuando Cesar salió de debajo de una silla para ir a acomodarse
en la cabecera del sillón, adonde el animal sólo se quedó sentado
observándole atentamente.<br />
-Qué haces, tuerto –dijo Antonio extendiendo la mano.<br />
Cesar dejó que le acariciara la coronilla y un poco debajo de la
barbilla antes de dar un bostezo y acomodarse en posición de descanso.
Icaro recordaba cómo esos dos se habían llevado de la patada los
primeros días y cómo él protestaba porque lo llamara tuerto como mote.
Al principio era la desconfianza comprensible del animal que no entiende
qué hacía ese intruso en su casa, para luego volverse en amplia
antipatía cuando Cesar le dejó una mordida en la mano en el espacio
entre el pulgar y el dedo índice.<br />
Ciertamente no había ayudado que, desprevenido, Antonio desplazara
sus caricias hacia el lado prohibido y ni siquiera se diera cuenta de
que el cuerpo antes relajado se ponía tenso sobre su regazo.<br />
<br />
Lo suyo parecía un acuerdo de mutua indiferencia, con Icaro teniendo
que recordarle constantemente a Antonio que él también tendría reparos
con la gente tocándole la cara si se la hubieran quemado con gasolina,
que finalmente parecía haber llegado a un cordial reconocimiento que no
pasaba de más allá. No tenía dudas de que el hecho de que ya no tuvieran
que convivir diariamente había sido de mucha ayuda en el asunto.<br />
-No le digas así –dijo Icaro, extendiéndole el vaso lleno. Había
perdido la cuenta de las veces que había pronunciado la misma frase,
aunque sabía que Antonio la decía con la misma intención con la que cada
pelirrojo era llamado “colo”, invariablemente cualquier otra
característica física que posea. Era la cosa más destacable que percibía
y por eso lo tanto digna de formar su nombre-. ¿Mucho calor afuera?<br />
-El calor no es nada. Es la puta humedad lo que te mata –contestó
Antonio tomando un largo trago. En cuanto bajó de nuevo el vaso le
dirigió, por fin, una mirada examinadora-. Te dejaste la barba.<br />
Icaro se frotó inconscientemente el vello facial que se había dejado
formar un candado alrededor de su boca. La mayoría se rasuraba justo
después de volver a la vida de gente que no tenía a nadie esperándoles
para cenar, pero él había sentido la necesidad de dejársela crecer a ver
qué se sentía. De momento no le disgustaba para nada. Era estúpido y no
tenía el menor sentido, pero dejándosela de alguna manera sentía que
estaba haciendo algo diferente a vivir un duelo y trabajar. Lo cual ni
la salamanca iba a sacarle de encima.<br />
-Sí. ¿Qué tal? ¿Me queda? –dijo, más por seguir la conversación que porque de verdad le interesara saber.<br />
Carajo, a él le gustaba y eso era suficiente.<br />
-No está mal, pero me hace acordar mucho al pelo de metalero que no
conoce el shampoo que tenías antes –Otro sorbo-. Pero obvio, es porque
yo te he visto entonces. Si fuera por primera vez, pues te quedaría
bien.<br />
-Gracias. Y bueno, ¿qué necesitas?<br />
Antonio se acabó el vaso y comenzó a negar con la cabeza.<br />
-Unos libros nada más y me voy. No te molesto. ¿Andabas ocupado con algo?<br />
-No, para nada. Juegos de computadora. ¿Quieres más? –ofreció Icaro señalando su mano llena.<br />
Este dejó lo que llevaba en la mesa.<br />
-No, está bien –dijo y se irguió, indicando con el mentón la puerta
que tenía su estudio. Aunque estudio era una palabra generosa.
Originalmente había sido un armario al que sólo agrandaron un poco
deshaciéndose de un baño que no pensaba utilizar, teniendo ya otro en la
pieza. Apenas cabía el escritorio con la computadora fija, un archivero
cortesía del viejo (regalo de bienvenida a la nueva casa) y estantes
con libros a cada lado-. ¿Vamos?<br />
-Sí –respondió Icaro.<br />
Lo hizo entrar mientras él volvía a ocupar el asiento frente a la computadora.<br />
-Mierda, no me acordaba de que eran tantos –dijo Antonio viendo los
montones que incluso debían ser amontonados en el suelo, encima de cajas
de plástico que además contenían otros documentos viejos-. Puedes
seguir jugando si quieres. No sé cuánto voy a tardar.<br />
-¿Seguro? ¿No quieres que te ayude?<br />
-No, igual acabamos haciendo más desorden entre los dos. En serio, sigue tranquilo.<br />
Entonces le dio la espalda, empezando a leer los títulos, llegando a
ponerse en puntas de pie para alcanzar a ver los de la parte superior.
Era bajo para un hombre de su edad, pero de ninguna manera
desproporcionado. Icaro se volvió a la pantalla antes de que empezara a
ver la manera en que la camisa se le subía al elevar los brazos y dejaba
al descubierto una parte que ya no tenía derecho a contemplar como un
pasmado. En realidad ni siquiera sentía un real deseo de hacerlo.<br />
Lo que sintió más que nada mientras trataba de conectarse de vuelta,
esta vez bajando el número de participantes para que todavía pudiera
estar pendiente de su invitado, de lo que más era consciente era que se
trataba de un invitado al que tampoco debía ignorar y sentía la
correspondiente incomodidad que iba con ello porque no sabía de qué otra
manera actuar. No tenían absolutamente nada nuevo que decirse el uno al
otro. El tiempo de los reclamos hacía tiempo se había agotado. El
echarse las culpas había carecido de sentido desde el inicio. Pensó que
el hecho de que ahora sólo pudieran estar en silencio, dedicándose cada
uno a dos cosas completamente diferentes, tras tres años de matrimonio
igualitario nada menos, debería ser más triste.<br />
La herida estaba ahí, pero ahora era como un hueco seco por el que
pasaba la brisa. El dolor, como el amor, la comprensión, los celos, las
ganas de llegar a un acuerdo al principio de un desacuerdo, todo se
había desvanecido en el aire.<br />
Se colocó los auriculares y volvió a la pelea. En el pequeño recuadro
negro a un costado los seudónimos de los usuarios seguían subiendo a
medida que se actualizaba con nuevos mensajes. Él era “el Viktorio990”
anunciando tras el naranja que llevaba su nombre que ya estaba de
vuelta, que lo pusieran al tanto de la situación.<br />
Mientras algunos le respondían con la información que quería, otros
soltaron comentarios sobre lo mucho que ya les estaban rompiendo el orto
los otros. Un nuevo soldado se sumó a la línea y le dijo que era hora
de que lo dejara al otro hacer para lo que vino. El nick le era
desconocido, pero obviamente se dirigía a él.<br />
-¿De qué me andas hablando? –tecleó rápidamente.<br />
Estaba en los tres minutos previos a que el mapa volviera a cargarse
en su computadora. Entonces el usario Loqui volvió a incluir su nombre
en un nuevo mensaje.<br />
“Apuesto a que sé en qué número estás pensando.”<br />
Tuvo una breve duda al primer instante, pero le dijo que dejara de joder. Esperó una respuesta que no tardó en llegar.<br />
“Te adivino la lotería de paso.”<br />
Icaro se contuvo una risa. Sera hijo de puta, pensó mientras le escribía en una ventana privada qué carajo hacía ahí.<br />
-Haciendo trampa, ¿no? –le dijo.<br />
-¿No que no creías en esas cosas? –le contestó Marcos desde su casa.<br />
-Mira, yo ni creo ni dejo de creer –respondió, preparando su
armamento justo después de teclear la tecla enter para enviar. Estaban
en el automóvil blindado que los llevaría a la ciudad donde se llevaba a
cabo un ataque terrorista-. Estoy como tu viejo. Mientras sirva de
algo, yo contento con eso.<br />
-Como quieras. ¿No quieres saber cómo vas a morir?<br />
Icaro volvió a ver la ventana principal del chat. Los miembros del
equipo de control estaban en verde, mientras que los terroristas estaban
en rojo. El seudónimo de Marcos estaba entre esos últimos. Se sonrió.<br />
-¿Para qué si ya te voy a matar yo a vos? –replicó.<br />
Segundos más tarde estaban sueltos con sus avatares ya con las armas
en alto apuntando hacia su frente. Cada uno de ellos tenía el nick
escrito encima de sus cabezas a todo momento junto a una barra azul que
revelaba su estado de salud. Icaro saltó a buscar a los terroristas,
enviando disparos nada más verlos. Uno de los primeros a los que les dio
fue al perteneciente a Marcos, que justamente estaba recargándose y de
pronto tuvo que ocultarse para curarse. Él se quedó defendiéndose de los
que insistían en darle también.<br />
-Puto –le soltó Marcos por su ventana privada e Icaro se volvió a reír entre dientes.<br />
Momentos más tarde aparecía su nick en negro justo a una pequeña
calavera. Se había muerto por alguien que llegó a atacarle desde atrás.
En pocos minutos, sin embargo, el resto de los terroristas les pateaba
el culo hasta el siguiente barrio virtual. Todavía sentía el movimiento
de Antonio a sus espaldas, pero ya no le molestaba tanto como antes. No
supo cuánto tiempo estuvo jugando cuando Antonio le puso la dio un toque
en el hombro, llamándolo.<br />
-¿Qué pasa? –preguntó sacándose de nuevo los auriculares-. ¿Ya está? ¿Tienes todo lo que te hace falta?<br />
-No, todavía me faltan un par. Si no están aquí será que se los he
prestado a algún compañero de la facultad –Antonio iba a la universidad
para ser ingeniero en computación. Él había sido quien lo introdujo en
los juegos online, pero desde el inicio estaba claro cuál de los dos
sacaba el mayor placer de ellos-. No me acuerdo quién. Voy a tener que
preguntar en el grupo de whatsapp.<br />
-Bueno, ¿necesitas algo más?<br />
-No, con esto tengo –dijo el hombre palpando la media docena de
libros que tenía debajo del brazo, antes de mover la mano hacia su
hombro y apretárselo un poco-. ¿Y vos qué tal? ¿Todo bien?<br />
Icaro quiso no pensar en sus manos y en cómo solían ser utilizadas en
sus momentos más íntimos, pero ahora realmente no hacían nada por él.
Ese sentimiento estaba muerto y lo que percibía era la frialdad del
cadaver. Casi se estremeció con el fin de sacárselo de encima, pero se
contuvo.<br />
-Sí, perfecto. Tratando de no morirme de hambre, imaginate.<br />
-Che, lo lamento por el viejo –dijo Antonio de repente.<br />
Icaro se dijo que debió haberlo esperado. Morirse era una cosa, pero
ser la última víctima del más nuevo y notorio demente en Argentina era
una historia completamente diferente. Cualquiera que se mantuviera
siquiera superficialmente interesado en los diarios, las noticias en la
televisión o la radio sabría lo que había pasado con el viejo.<br />
-Gracias –pronunció.<br />
-¿Todavía no tiene nada la cana, que no? –preguntó Antonio, buscando confirmación.<br />
La cana. Claro. Para un caso de loco de mierda la gente solía pensar que
la solución sería la policía y ciertamente lo sería, justo después de
que él se tomara el trabajo de encontrarlo y llevárselo envuelto de
regalo. Con suerte con algunos cuantos… moretones, esperaba
secretamente.<br />
-No, pero ya están trabajando en eso. La familia es la que lo peor
pasa, pero ahí andan, aguantando –Hacía un par de días había hablado a
Marta y le había contestado Teresa, diciéndole que su madre estaba bien,
considerando todo, pero no podía ir a atenderle al teléfono porque
estaba descansado en la cama. Icaro había visto el reloj en su celular y
comprobado que ya eran más de las siete de la tarde, pero no comentó
nada de eso. En su lugar le mandó a Teresa que le dijera a su madre que
le enviaba saludos y que ojala se mejorara pronto. Era todo lo que podía
hacer de momento.<br />
-No me puedo creer que ande pasando esto –siguió hablando Antonio-.
¿A quién carajo se le ocurre venir a hacerse fama de asesino serial
aquí? ¿Y para qué? ¿A qué tipo de enfermo se le ocurre hacer ese tipo de
cosas?<br />
A un loco de mierda, se autorespondió Icaro para sus adentros. A un
loco de mierda que iba a encontrar, tarde o temprano. Por ahora ese era
el plan principal. Atraparlo. Cualquier otra cosa posterior debería ser
dejada a manos de la improvisación, porque si empezaba a imaginarse
exactamente lo que quería hacerle ya no se contentaría hasta
conseguirlo, lo cual podría tener resultados impredecibles y
desfavorables a la causa.<br />
-No tengo idea. Un lunático cualquiera con ínfulas de grande. A lo
mejor porque sabe justo que este es un lugar pequeño lo que hiciera iba a
resonar con mucha más fuerza que en otro sitio. Eso es todo. No tiene
nada de especial ni diferente a los millones de locos que ya hay por
todas partes.<br />
Sabía que eso no era exactamente cierto. No todos los lunáticos
recibían un pase de silencio casi absoluto denteo de la prensa, pero,
excepto por esa pequeña ventaja, seguía siendo sólo una persona enferma a
la que no debería darle más que lástima. Sólo que no podía obligarse a
desarrollar algo así. Ya no.<br />
-Qué optimista el chango –dijo Antonio, dándole un pequeño empujón al hombro.<br />
-¿Y qué quieres que te diga, si es la verdad? Si hay algo que sobra
en el mundo son locos como ese –pronunció con un tono más duro de lo que
pretendía.<br />
Quiso disculparse, pero antes Antonio chasqueó la lengua.<br />
-Tampoco es para que te ofendas –dijo y le volvió a apretar el hombro-. No te hagas problema. Ya vas a ver cómo se arregla.<br />
Ese era el tipo de cosas que él debería estar diciéndole a la gente,
no la gente a él. Reprimió un súbito sentimiento de impotencia que le
hacía querer discutir más, provocar una pelea en serio sólo por el gusto
de hacerlo, para en su lugar dirigirle un palmada a la cadera para
demostrar su acuerdo antes de levantarse.<br />
-¿Seguro que no quieres algo más? –preguntó.<br />
Antonio, su ex marido, lo miró largo y tendido, como si estuviera en
busca de algo que, al final, sencillamente no pudo encontrar. Un aire de
desilusión y resignación pasó por su rostro.<br />
-No, ya estoy bien.<br />
-Entonces te llevo a la puerta –dijo Icaro y se movió hacia la sala.<br />
Antonio le siguió desde atrás en silencio. Intentó pensar algo que
podría decirle como despedida, a sabiendas que iba a pasar mucho tiempo
antes de que se vieran por casualidad y que no iba a ser por voluntad
propia. Pero nada quiso salir de su boca ni en su mente pudo conjurar
ningún comentario. Había pasado por rupturas en el pasado, pero un
divorcio, una anulación ¿no debería ser todavía más significativo que
eso?<br />
¿No debería tener una despedida más dramática que un beso en la
mejilla, un saludo cordial y hasta que nos encontremos de nuevo en la
vida? Se preguntó si Antonio podía tener alguna idea similar. Aunque así
fuera, ¿cómo iba a descubrirlas él sólo preguntando? Con la manija en
la mano vio a Antonio inclinándose hacia él dándose de centro de
atención su mejilla rasurada. La suya propia y apenas una parte de sus
labios sintió la zona por un microsegundo antes de separarse
definitivamente, sin siquiera mirarse. Quizá se había equivocado. Quizá
eso era todo lo triste que debía ser.<br />
-Cuídate –dijo su ex marido.<br />
-Vos también –dijo Icaro, mirándolo mientras se dirigía hacia su propio auto y luego marcharse.<br />
De vuelta al estudio. La batalla había terminado y la repartición de
equipos ya había sucedido, seleccionando su nick para el grupo de los
terroristas. La ventana privada centellaba requiriendo su interés y él
la clickeó más por reflejo que por buscar conversación.<br />
-¿Todo bien o ya te mató tu ex? ¿Acaso eso es sangre lo que veo en tu pantalla…?<br />
-Deja de decir pendejadas –le dijo a la habitación vacía. Resultaba que
el chico se había ido hacia tres minutos, razón por la cual ahora su
nombre estaba oscurecido. Se le había ido la necesidad de distraerse a
cualquier costo, de modo que abandonó el juego y apagó el equipo. Tenía
trabajo que hacer.<br />
Volvió a sacar la agenda del viejo desde el cajón donde lo tenía y
puso en una lista los nombres y números que mejor le convenía tener más a
mano cuando le hiciera falta. A la mayoría los conocía personalmente,
de modo que no le costaría demasiado lograr que cooperaran con su caso,
pero a otros a lo mejor tendría que sobornar para obtener su ayuda.
Acabó de anotar desde la A hasta la Z y lo dejó a un lado, sosteniéndose
la cabeza.<br />
¿Qué estaba haciendo con su vida?Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-53407801585460515222014-11-07T16:30:00.003-08:002014-11-07T16:30:41.120-08:00Mil veces déjà vu. 3 <!--[if gte mso 9]><xml>
<o:OfficeDocumentSettings>
<o:RelyOnVML/>
<o:AllowPNG/>
</o:OfficeDocumentSettings>
</xml><![endif]--><br />
<!--[if gte mso 9]><xml>
<w:WordDocument>
<w:View>Normal</w:View>
<w:Zoom>0</w:Zoom>
<w:TrackMoves/>
<w:TrackFormatting/>
<w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone>
<w:PunctuationKerning/>
<w:ValidateAgainstSchemas/>
<w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid>
<w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent>
<w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText>
<w:DoNotPromoteQF/>
<w:LidThemeOther>ES-AR</w:LidThemeOther>
<w:LidThemeAsian>X-NONE</w:LidThemeAsian>
<w:LidThemeComplexScript>X-NONE</w:LidThemeComplexScript>
<w:Compatibility>
<w:BreakWrappedTables/>
<w:SnapToGridInCell/>
<w:WrapTextWithPunct/>
<w:UseAsianBreakRules/>
<w:DontGrowAutofit/>
<w:SplitPgBreakAndParaMark/>
<w:EnableOpenTypeKerning/>
<w:DontFlipMirrorIndents/>
<w:OverrideTableStyleHps/>
</w:Compatibility>
<m:mathPr>
<m:mathFont m:val="Cambria Math"/>
<m:brkBin m:val="before"/>
<m:brkBinSub m:val="--"/>
<m:smallFrac m:val="off"/>
<m:dispDef/>
<m:lMargin m:val="0"/>
<m:rMargin m:val="0"/>
<m:defJc m:val="centerGroup"/>
<m:wrapIndent m:val="1440"/>
<m:intLim m:val="subSup"/>
<m:naryLim m:val="undOvr"/>
</m:mathPr></w:WordDocument>
</xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml>
<w:LatentStyles DefLockedState="false" DefUnhideWhenUsed="true"
DefSemiHidden="true" DefQFormat="false" DefPriority="99"
LatentStyleCount="267">
<w:LsdException Locked="false" Priority="0" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Normal"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="heading 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 7"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 8"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 9"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 7"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 8"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 9"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="35" QFormat="true" Name="caption"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="10" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Title"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="1" Name="Default Paragraph Font"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="11" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtitle"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="22" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Strong"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="20" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="59" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Table Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" UnhideWhenUsed="false" Name="Placeholder Text"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="1" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="No Spacing"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" UnhideWhenUsed="false" Name="Revision"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="34" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="List Paragraph"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="29" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Quote"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="30" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Quote"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="19" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtle Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="21" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="31" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtle Reference"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="32" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Reference"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="33" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Book Title"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="37" Name="Bibliography"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" QFormat="true" Name="TOC Heading"/>
</w:LatentStyles>
</xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]>
<style>
/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:"Tabla normal";
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-priority:99;
mso-style-parent:"";
mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt;
mso-para-margin-top:0cm;
mso-para-margin-right:0cm;
mso-para-margin-bottom:10.0pt;
mso-para-margin-left:0cm;
line-height:115%;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:11.0pt;
font-family:"Calibri","sans-serif";
mso-ascii-font-family:Calibri;
mso-ascii-theme-font:minor-latin;
mso-hansi-font-family:Calibri;
mso-hansi-theme-font:minor-latin;
mso-fareast-language:EN-US;}
</style>
<![endif]-->
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<b><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></b></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<b>Capítulo 3</b></div>
<div class="MsoNormal">
Estaba en medio de preparar los fideos para el almuerzo
cuando sonó el teléfono. Mientras sostenía el aparato contra su hombro y
mejilla, vació una lata de comida para gatos calentada en el microondas en un
tazón de cerámica con flores. Lo dejó encima del lavavajillas, adonde César
saltó con confianza para empezar a comer. No debería consentirlo tanto, pero
desde que sólo eran ellos dos en la casa sentía que era lo mínimo que podía
hacer por él. </div>
<a name='more'></a><br />
<div class="MsoNormal">
-¿Entonces vas a poder? –le preguntó su interlocutor.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro acarició el lomo del animal distraídamente. Cesar se
arqueó contra su mano sin dejar de comer.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, no va a haber problema –afirmó-. Puede que lleve a
alguien que<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>me ayude incluso.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, sí, perfecto. Yo pago lo que gastes en venir aquí.</div>
<div class="MsoNormal">
-Meta. Así quedamos –acordó y luego los dos se despidieron,
prometiendo verse pronto. Icaro se apoyó contra el mesón al lado de la cocina,
sintiendo el vapor subir desde la olla-. Cesar, tengo trabajo que hacer. Vos no
tienes inconveniente en quedarte solo por hoy, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
El rascó debajo de la oreja y obtuvo un maullido cariñoso en
respuesta. Los ronroneos de Cesar eran especialmente ruidosos, pero a él le
encantaba escucharlo aunque otro podrían no encontrar el mismo placer en verlo.
Tan bueno y manso gato como era, tenía un ojo blanco y la mitad del rostro
pelada debido a la cicatriz de quemadura que casi le cubría toda la mitad del
rostro. El veterinario había dicho que estaba bien en esa zona, pero el pobre
animal se ponía histérico y cada vez que alguien intentaba siquiera tocarle
ahí. Conociéndolo, a Icaro no le podría haber parecido más comprensible
semejante fobia. </div>
<div class="MsoNormal">
Trató de calcular sus tiempos y decidió que mientras más
pronto hiciera la llamada y salieran, mejor sería para todos. El problema
serían los padres del chico.</div>
<div class="MsoNormal">
-</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Quieres tomar algo, Icaro? ¿Jugo, agua, gaseosa? </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro sonrió. Marcos miraba con evidente impaciencia la
pantalla de su celular para variar de las miradas asesinas que dirigía al
detective desde que este no sólo le informara de lo que pensaba podrían hacer
para probar la validez de su cooperación, sino que tenía la menor intención de
llevar nada a cabo sin el permiso de sus padres. Icaro ignoró cada una de las
indirectas. Después de todo, Marcos todavía era un menor de edad y él
prácticamente un extraño. No podía sólo llevárselo a la Banda como si fuera un
paseo al centro, placa o no. </div>
<div class="MsoNormal">
-No, muchas gracias, señor.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, entonces que no te moleste que yo sí tome algo algo
–dijo el señor dueño de la casa, progenitor de adivinos punks, sirviéndose jugo
de naranja de una jarra ya puesta sobre la mesa-. Y decime de nuevo, ¿cómo ha
sido que se conocen?</div>
<div class="MsoNormal">
-Marcos le ayudó a mi jefe en un par de casos en el pasado y
como desde que él ya no está yo he heredado ahora sus viejos trabajos.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y qué es lo que quieres que haga?</div>
<div class="MsoNormal">
-Es que un compañero mío del colegio trabaja en uno de esos
programas de preguntas y respuestas, tipo Todo por un millón. Es bastante
nuevo, recién estrenado este año. El problema es que ellos creen que uno de los
participantes está haciendo trampa para ganar, pero nadie quiere admitir que le
está dando las soluciones. De modo que si Marcos viene y ayuda a que pueda
descubrir qué está pasando de verdad estaría revelando un causo de fraudo. Y
grande, porque no son nada modestos los premios que están dando ahí.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Hace mucho que estás metido en esto? –preguntó ahora el
padre, dirigiéndole a su hijo una mirada que demostraba a las claras la
confianza que de por sí le tenía. Otros padres podrían haber lanzado una duda
así con reproche y desconfianza, pero en la del padre de Marcos sólo había
curiosidad. Sus dudas sobre si el muchacho tenía una idea de la que suerte con
la que había nacido se le esfumó cuando este abandonó la postura de abandono
irritado que tenía en el sofá y se irguió para mirar a su padre.</div>
<div class="MsoNormal">
-Un rato después de que empecé a trabajar. Me llamaba sólo por
ahí y yo le respondía lo que me preguntara. Eso era todo. Ni siquiera llegué a
verlo en la realidad.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y no pueden hacer así ahora? –preguntó el señor Velazques
ahora dirigiéndose al detective-. ¿Necesariamente tiene que ir? </div>
<div class="MsoNormal">
-Sería más conveniente. Usted sabe que no puedo simplemente
aparecer con una denuncia que diga que esto fue lo que me contó mi adivino
particular. Con suerte Marcos me podrá ayudar a que el tipo se acabe revelando
solo o para descubrir quién le ha estado ayudando.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span></div>
<div class="MsoNormal">
El señor Velazques asintió, entendiendo y asimilando sus
palabras. Después volvió a hablarle a su hijo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Estás seguro vos de que quieres ir? Digo, yo no te voy a
impedir si resulta que le estás haciendo un bien a alguien, pero es decisión
tuya tomar o no semejante responsabilidad. Tendrías que hacer lo que Icaro aquí
te dice y no más que eso. No vas a andar haciendo estupideces como meterte en
medio de un tiroteo queriendo hacerte el héroe.</div>
<div class="MsoNormal">
-Qué dices, papá –soltó el muchacho como si estuviera a
punto de perder la paciencia ante tal sugerencia-. Me has visto cara de
pelotudo vos. No, el tipo este nada más quiere que vaya a ver por ahí y le diga
qué es lo que me salta a la cabeza, ¿no? –Buscó confirmación en el tipo aquel,
el cual asintió-. Nada más que eso.</div>
<div class="MsoNormal">
-Eso espero, hijo, que no es ningún chiste esto que te digo.
Has dicho que en la banda, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, señor.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Cuánto crees que tarden allá?</div>
<div class="MsoNormal">
-No sabría decirle, señor. Le digo la verdad, a lo mejor
tardamos un par de días. Obviamente que volveríamos antes de la noche.</div>
<div class="MsoNormal">
-Más vale, con ese loco enfermo andando por ahí.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro, no supo cómo, logró mantener una expresión estoica
mientras asentía. Marcos volvió a su celular. Su parte en la conversación se
había acabado.</div>
<div class="MsoNormal">
-No, no se preocupe, señor. Para lo único que vamos es para
lo que ya le dije. Yo mismo lo traeré. Usted sólo dígame a qué hora y aquí
estaremos.</div>
<div class="MsoNormal">
-Más allá de las diez no –dijo el señor Velazques e Icaro
asintió-. A las diez quiero verlo de vuelta aquí.</div>
<div class="MsoNormal">
-Por supuesto, señor, faltaría más. Pero si queremos cumplir
con ese horario tendríamos que ir saliendo ahora. </div>
<div class="MsoNormal">
-Bien –dijo el señor Velazques poniéndose las manos sobre
las rodillas con una palmada-. Vos te vas a portar bien, ¿no, chango?</div>
<div class="MsoNormal">
-Obvio, pá –respondió Marcos, levantándose de su asiento. </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro lo imitó y se adelantó hacia el hombre con la mano
extendida. Se la estrecharon mientras el hombre mayor esbozaba una sonrisa
cordial.</div>
<div class="MsoNormal">
-Un gusto conocerlo, señor.</div>
<div class="MsoNormal">
-Decime Augusto.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro sonrió. A su espalda Marcos estaba abriendo la puerta
que daba a la calle y balanceando su cuerpo desde el pomo dorado.</div>
<div class="MsoNormal">
-Chau, pá. </div>
<div class="MsoNormal">
-Llevas el celular cargado, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, sí. </div>
<div class="MsoNormal">
-Gracias por la comprensión, Augusto. Que tengas buenas
tardes.</div>
<div class="MsoNormal">
-Cuidamelo a mi hijo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Ya nos vamos? –dijo Marcos.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro tomó una inhalación profunda para darse paciencia.</div>
<div class="MsoNormal">
-Por supuesto. A la diez estaremos de vuelta.</div>
<div class="MsoNormal">
Finalmente salió detrás del chico y luego esperó mientras
este cerraba la entrada girando la llave.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sos un mentiroso de cuarta –dijo con una nota de diversión
el más joven.</div>
<div class="MsoNormal">
-No he mentido –corrigió Icaro-. Vos sólo estás para ver lo
que puedas sobre un caso de fraude. No te pienso poner en peligro llevándote a
cualquier lado.</div>
<div class="MsoNormal">
-No le dijiste que también querías que te ayudara con el
fronterizo –Marcos se guardó las llaves y se volvió. No parecía especialmente
molesto por la omisión.</div>
<div class="MsoNormal">
-No me parecía que hiciera falta –dijo Icaro, encogiéndose
de hombros-. De todos modos le dije la verdad en general. Vos no sos un Castle
que me va a acompañar con un chaleco antibalas y “adivino” escrito en el pecho.
En casos así que sólo tienen que ver con un programa de preguntas y respuestas
no hay problema con que vengas, pero en los de verdad peligrosos vos ni en pedo
te acercas. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Significa eso que no me toca arma? –preguntó Marcos con
una sonrisa burlona, adelantándose hacia su automóvil. Entonces la sonrisa la
reemplazó un fruncimiento de labios-.¿Y vos tienes arma?</div>
<div class="MsoNormal">
-Vos no tienes que preocupar por eso –dijo Icaro, abriendo
las puertas y aprentando el botón para desactivar el seguro. </div>
<div class="MsoNormal">
Lo cierto era que tenía a la pistola en un soporte debajo de
la axila, debajo de su saco negro, pero ya era más una cuestión de sentirse
incompleto sin ella al salir a cumplir un trabajo que el temor de que en verdad
fuera a necesitarla. Se acomodaron en el asiento. Icaro le dijo que se estaban
poniendo los cinturones. No pudo dejar de notar que en lugar los jeans negros
Marcos llevaba unos pantalones a cuadros rojos y blancos junto a una remera
bastante holgada sin mangas y una calavera en llamas en el pecho. Una cadena
sujeta por la tira destinada a sostener el cinturón y muñequeras con el logo de
una banda punk en brillante morado, junto al mohicano de cabello castaño que
volvía a erguirse orgulloso acababan de presentar la imagen que aquel muchacho
quería presentar. Se preguntó por un momento si las llevaba porque de corazón
sentía que esa subcultura era donde encajaba o era una manera agresiva pasiva
de denunciar ante el mundo que él era un chico con problema, a diferencia del
resto de simplones que también tenían dificultades pero decidían una vestimenta
más corriente.</div>
<div class="MsoNormal">
-Tienes un viejo de diez –comentó, recordando sus
impresiones en la sala-. Llega un extraño a casa pidiendo hablar sobre llevarse
al hijo a un lugar fuera de la provincia y él me invita a un jugo para
preguntarme cuáles son mis intenciones. Muy buena gente ha sido.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, ya sé –suspiró Marcos, poniéndose a revisar el
salpicadero. Posiblemente porque ya no estaban volviendo de un funeral ahora
tenía más confianza para curiosear-. Lo adoro y todo, pero qué pesado que se
pone.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro pensó que exageraba demasiado, pero no se lo comentó. </div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, siendo hijo único qué esperas. De paso, ¿tu mamá no
se va a molestar? ¿Dónde anda?</div>
<div class="MsoNormal">
-En una farmacia del centro. Vuelve recién a la tarde –dijo,
sin responderle a su primera pregunta.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro no creía que se hubiera olvidado o que no la oyera.
Decidió no presionarlo mucho al respecto. Presentía que hubiera sido una
completa pérdida de tiempo. No como si él no hubiera pensado que la
preocupación de los padres no era la primera prioridad en la vida de todo
adolescente. </div>
<div class="MsoNormal">
Marcos abrió el compartimiento al lado del aire
acondicionado y se puso a revisarlo. No tenía nada de especial interés ahí, así
que ni se molestó en reprenderlo. El joven repasó un paquete de pañuelos ya
abiertos, una lata de Off, unos lentes de sol ordinarios y su libreta negra con
las anotaciones del caso. Esperó un segundo con ella en mano y, viendo que al
original dueño no le importaba, se puso a leerla por encima. Unos diez minutos
más tarde, poco interesado, la devolvió a su sitio junto al resto sin hacer
ningún comentario. A lo mejor ya sabía todo lo que había ahí. Desechó la idea.
No le ayudaba en lo absoluto tenerla fija en su mente tratando con él.</div>
<div class="MsoNormal">
Hacía un día fresco con la humedad balanceándose en el aire
dándole una sensación fría, bastante bienvenida en comparación a los últimos
días de calor que habían tenido. La ventana abierta del lado de Marcos permitía
refrescar todavía más el interior del vehículo. El arreglo de alguien peinado
que tenía en casa se iba a arruinar mucho antes de que llegaran dándole el
aspecto preciso de alguien que había pasado por una tormenta. Pensó que a lo
mejor esa era precisamente su intención. El joven se entretenía a sí mismo
mirando el paso de los edificios, pero en cuanto comenzaron los espacios de
tierra verde poblada de una arboleda tan densa que no permitía ver nada más,
pidió que le permitiera conectar su celular al equipo de música por medio de
bluetooth. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Sabes cómo hacer eso? –preguntó Icaro.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, una amiga mía tenía al papá con un auto igual a este
–dijo Marcos tecleando la pantalla. </div>
<div class="MsoNormal">
En unos rápidos movimientos acostumbrado y tocando los
botones correctos sin apenas verlo, por los altavoces a los lados del asiento
comenzó a salir una canción que empezó con el cantante soltando una sostenida
nota mientras de fondo sonaban las guitarras. Icaro se sorprendió de reconocer
la melodía y las letras, pero no la canción o la voz en su totalidad.
Definitivamente se trata de una especie de rock. Le preguntó al chico si era un
cover de quien pensaba, a lo que Marcos respondió afirmativamente. Unos minutos
más tarde, la música continuaba. </div>
<div class="MsoNormal">
-Che, está buena –reconoció sin despegar los ojos del
camino-. ¿Cómo se llama la banda?</div>
<div class="MsoNormal">
Marcos se lo dijo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Te gusta entonces? Tengo más temas de ellos por aquí
–Marcos puso nuevo y volvió a acomodarse-. ¿Te gusta este tipo de género?</div>
<div class="MsoNormal">
-Está bueno, pero no es lo mío. Yo soy más del metal.</div>
<div class="MsoNormal">
-Mentira –dijo Marcos, sonriendo de medio lado-. ¿Y dónde
está tu perforación en la nariz y pelo de rapunzel? Por lo menos una muñequera
con tachas yo me esperaba.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro, a su pesar, se rió.</div>
<div class="MsoNormal">
-Debiste haberme visto hace cuatro años. Era tal cual como
acabas de decir. Pero no extraño para nada el pelo largo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y qué pasó después? –inquirió el joven con curiosidad-.
¿Te aburriste?</div>
<div class="MsoNormal">
-Más o menos. En parte fue eso y porque ya no encontré
tiempo para ocuparme de esas cosas. Ese tiempo que vos usas para peinarte yo lo
he tenido que usar para estudiar y tratar de resolver casos. También fue por
entonces que me casé y algo así suele cambiar mucho las cosas.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ya, ella te obligó a tirarlo todo.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro dudó un momento antes de aclarar. Si hubiera estado
hablando con una persona mayor habría tenido muchas más reservas al respecto,
pero se suponía que los jóvenes eran más abiertos a ese tipo de cosas, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
-Él –aclaró, viéndole de reojo para evaluar su reacción. El
muchacho lo miró con evidente sorpresa-. Y no, no fue tan así. Es sólo que al
final me terminé cansando.</div>
<div class="MsoNormal">
-Anda, mira vos –dijo Marcos, asintiendo, todavía
impresionado-. Así que vos y yo somos de la misma esquina.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Misma esquina? –preguntó sorprendido, antes de recordar
las palabras que le dijera la primera vez que se subiera a su auto, sobre cómo
podía saber él que no era un viejo verde buscando aprovecharse de un jovencito.
En el momento había creído que bromeaba, pero también que fuera un poco raro
que esa fuera la primera cosa sobre la que decidiera bromear tan libremente.
Entonces lo entendió-. Mira vos, no sabía. Carajo. Qué sexto sentido gay ni qué
mierda, ¿no? ¿Le dijiste a tus papás?</div>
<div class="MsoNormal">
-Uf, desde hace años –respondió el joven despreocupadamente.
Cruzó los brazos sobre el pecho, pero por comodidad y no por rechazo a
hablarle-. Cuando tenía trece me pifié pero bien mal de un compañero y me dije
“si no se los digo ahora, no se los voy a decir nunca.” Estaba muerto de miedo.
Creía que me iban a matar, a golpearme o sacarme de casa, pero nada que ver.
Mamá me preguntó desde hace cuándo que pensaba así y yo le dije que desde
siempre. Papá quiso saber si ya había estado con alguien, como si fuera un
pobrecito al que le hubieran lavado la cabeza para que pensara así o al menos
creo que esa era su idea. Después de rato ni siquiera teníamos necesidad de
hablarlo porque ya estaba, nadie se estaba muriendo por ello. Incluso ahora
dudo que lo entiendan del todo, pero al menos no me joden con eso y todos
contentos. ¿Y vos? ¿Cómo te saliste de Narnia?</div>
<div class="MsoNormal">
-¿De dónde?</div>
<div class="MsoNormal">
-Narnia. Por lo metido que estás en el armario. Cómo te
descubriste y eso. </div>
<div class="MsoNormal">
-Ah. Pues te voy diciendo desde ya, ojala hubiera tenido las
mismas pelotas que vos a tu edad. Creía que ya me iba a morir sin decírselos
hasta que pude vivir por mi cuenta y pensé que podía permitírmelo. Primero se
lo dije a mamá, porque sabía que ella era más abierta con todo el asunto.
Cuando mira la televisión siempre se quejaba de que todos los hombres más
guapos son gay que por supuesto iban a acabar con otro hombre guapo. Seguía
incluso una telenovela mexicana con esa temática por internet, así que ya veía
que al menos a ella todo el tema no le causaba mucho desagrado. Se sorprendió
mucho porque ya le había presentado a un par de novias de cuando iba al
colegio, pero al final fue bastante fácil. A mí papá por otro lado no le dije
hasta que ya pensaba casarme y me dio tremendo papelote. Que cómo podía ser,
que qué se me había metido en la cabeza, que cómo pensaba unirme a un hombre.
No somos una familia muy religiosa, pero él tenía la mentalidad de antes, ¿has
visto? De cómo debe ser una persona normal, de cómo tiene que vivir y cómo
tiene que morirse, así que a él le costó un poco más tiempo pero al final
también lo acabó aceptando. Además, para nietos y matrimoios convencionales
ellos ya tenían a mis hermanos así que mucho no podían quejarse.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro miró a su costado. Notó que Marcos seguía con atención
el movimiento de sus manos. O más bien, en busca de algo que debería estar en
una de sus manos en el dedo anular. Suspiró con un súbito cansancio.</div>
<div class="MsoNormal">
-Para lo que me ha servido tanto embole. Nos divorciamos
hace un tiempo, por eso no ves el anillo. </div>
<div class="MsoNormal">
-Ya veo –dijo Marcos y se puso a mirar al frente otra vez,
la brisa enviándole el cabello hacia arriba y los lados, como si estuviera
asimilando la conversación.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro tuvo el impulso de preguntarle si ya había tenido
pareja a fin de averiguar un poco sobre cómo era la vida de alguien que se
destapaba desde tan temprano y no tenía mayores conflictos al respecto, pero se
contuvo. No quería empezar a sonar como su papá y, además, prefería que fuera
el chico quien decidiera contarle ese tipo de cosas si quería. Incluso si después
hubo un largo momento de silencio no se sintió incómodo o apremiante. Le
gustaba. Si los dos podían estar tranquilos sin sentir la necesidad de llenar
cada momento con conversaciones triviales iban a llevarse muy bien.</div>
<div class="MsoNormal">
-Yo nunca he estado con nadie –admitió al fin Marcos,
pensativo, aplastándose el mohicano contra el cráneo-. O sea, he chapado y eso
pero nunca he tenido ni siquiera un amigovio oficial. Antes yo creía que hasta
debía estar algo mal conmigo, porque vos viste cómo en la televisión te viven pintando
al gay como este que vive saltando de relación en relación sin importarle nada,
pero aquí eso nada más pasa si te van las guachas que te hacen el perrito en
medio de la pista. A nosotros nos joden a palos si queremos hacer eso con otro
tipo.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro asintió en silencio. Algunas cosas eran mucho más
difíciles de cambiar que otras. Tenía confianza en que algún día incluso eso
sería algo del pasado, pero mientras tanto todavía tenían que dar esos pasos de
tortuga coja.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, eso será de momento, pero nunca se sabe. Igual, si
te puedo aconsejar algo, no te hagas drama por esos estereotipos cualquiera de
la tele. Vos hace lo que te haga sentir más cómodo con quien estés cómodo y
punto. Eso sí, cuida que no te jodan a palos. </div>
<div class="MsoNormal">
Marcos se echó a reír. Por unos momentos la sonrisa quedó
ahí, eliminando cualquier impresión de chico rudo y duro que buscaba dar con la
ropa. </div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, eso hago.</div>
<div class="MsoNormal">
Llegaron a la estación de la televisión alrededor de las
tres tarde y el sol de la siesta ya les castigaba los rostros nada más
abandonar el interior del vehículo. El edificio no estaba exactamente dentro de
La Banda, pero tampoco dentro de Santiago. Era obvio por qué: todo ese espacio
extra debía ser dedicado en exclusiva al edificio, que parecía dispuesto a dar
la impresiónde ser todavía más grande en su interior. De color beige claro con
apenas un anuncio en forma de cartel arriba de la amplia puerta denunciando a
qué programa se dedicaba. La antena de pie y cabezas rojos con torso blanco se
elevaba justo al lado y por el otro la antena parabólica de transmisión. Con
sólo un vistazo uno ya podía decir que se trataba todo de una nueva
construcción.</div>
<div class="MsoNormal">
Cerca de la puerta, debajo de la sombra fresca, unas
personas sin calzados y con las ropas con agujeros se pasaban entre sí una botella
de gaseosa.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿No tiene un cambio, señor? –pidió uno de ellos cuando les
pasaron por en frente.</div>
<div class="MsoNormal">
-Dos pesos –murmuró Marcos entre dientes, casi sin darse
cuenta. Icaro tardó unos segundos en entender que se refería al billete que
había sacado primero de su billetera, segundos antes de realmente haberlo
hecho. ¿Es que ahora iba a ser así? Le dirigió una leve mirada de molestia
mientras entregaba el billete y el muchacho encogió los hombros-. Perdón. Me
sale solo.</div>
<div class="MsoNormal">
Entraron al edificio, adonde el aire acondicionado les hizo
dar un estremecimiento por el brusco cambio en la sensación térmica. Un guardia
se acercó a pedirles una identificación, pero antes de que pudiera llamarles la
atención llegó un hombre alto de piel morena en un traje verde. </div>
<div class="MsoNormal">
-Deja, Pablo, ya me encargo –le dijo el hombre al guardia de
seguridad, el cual respondió con un movimiento de cabeza antes de volver a su
posición de estatua en la esquina, vigilante y poco capaz de impresionarse por
nada de lo que pudiera pasar ahí. </div>
<div class="MsoNormal">
El hombre sonrió con unos dientes sobrenaturalmente blancos
y estrechó la mano de Icaro apenas la tuvo a su alcance. El movimiento fue
absorvente y firme, casi como si quisiera darle un abrazo pero hubiera cambiado
de opinión debido a nuevas consideraciones.</div>
<div class="MsoNormal">
-Hola, Icaro. Muchas gracias por haber venido.</div>
<div class="MsoNormal">
El hombre se llamaba Eduardo y había sido su compañero en la
secundaria, aunque sinceramente ni él mismo habría sabido decirlo. No diría que
parecía un viejo como Marcos ya le había tachado de ser, pero al menos le daría
unos cuarenta años en lugar de los treinta en los que debería encontrarse.</div>
<div class="MsoNormal">
-Está bien. Este es Marcos –presentó señalando al muchacho.
Este se adelantó y estrechó manos también-. Me viene a ayudar en el caso.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ah, ¿como un asistente? –dijo Eduardo.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro se sonrió.</div>
<div class="MsoNormal">
-Más o menos.</div>
<div class="MsoNormal">
Marcos arqueó la ceja, pero no hizo nada por enmendar la
equivocación en su título. Francamente le daba igual e Icaro se alegró un poco
por ello. </div>
<div class="MsoNormal">
-Bien, no hay problema. Vengan, vengan, por favor. Les voy a
dar un pequeño tour por el lugar. </div>
<div class="MsoNormal">
Eduardo, como si le hubiera pagado especificamente para
hacer aquello y no para cual fuera fuera su trabajo en la estación, presentó
las instalaciones como si fueran un orgullo personal de él mientras las
personas iban de un lado para el otro, ya sea llevándose cafés, carpetas o sólo
noticia de uno al otro, representando un día ocupado como todos los días.</div>
<div class="MsoNormal">
-Transmitimos en unos veinte minutos, por eso de ahí el
ajetreo –explicó Eduardo al ver sus miradas curiosas.</div>
<div class="MsoNormal">
Les hizo ver el alto techo del cual habían puesto las luces
que cegarían a los concursantes y los sitios adonde ponían los láseres que
enceguecerían al público en los momentos esperados. Los llevó a ver el estudio
en su plena reconstrucción. Parecía que el estilo por el que se estaban decantando
era el de respuestas correctas por evasión de prendas. Cuadros dibujados en el
suelo con luces de neón encerraban diferentes cantidades de dinero a la cual
los participantes deberían ir avanzando, una a una, mientras tenían que
aguantar el castigo de unas pelotas de goma que les eran lanzadas por un
fortachón tomando un mate tras bambalinas. El jugador escogía el cariz de las
preguntas y el tema lanzando una de aquellas pelotas por un aro que se movía de
un lado a otro, garantizando la mayor posibilidad de caer en el azar posible.
Los carteles contenían palabras manuscritas como las que se podían encontrar en
un juego de Tutti frutti, yendo desde cosas, animales, países y nombres
famosos, todo lo bastante abierto para que uno no pudiera adivinar al instante
de qué se iba a tratar la cuestión. A medida que Eduardo se explayaba
explicándole dónde se posicionaba cada cámara y el público, Icaro entendió qué
era exactamente lo que pretendía.</div>
<div class="MsoNormal">
Hacer trampa en vivo sin que nadie lo notara era imposible.
De existir esta tenía que ser fuera de la vista, antes de que se encontraran al
aire y frente las cientos de personas que venían a ocupar los asientos
designados al público. Cuando finalmente dejó en total claridad ese punto de su
argumentación los llevó a una sala de descanso donde los camaristas ocupaban la
mesa para tomar una merienda temprana o un almuerzo tardío. Ni Eduardo les
prestó especial a ellos ni estos a él. Estaban en su hora de descanso y podían
hacer lo que quisieran sin ninguna otra preocupación en el mundo. A lo largo
del camino, Icaro no pudo dejar de notar de reojo que Marcos mostraba una
especial atención en los detalles, mirándolo todo como si fuera una cosa del
todo fascinante, apenas sin parpadear. Le recordó vagamente a en su auto cuando
le presentó su placa y momentos más tarde el chico decía que eso ya lo había
visto. Casi esperaba que en cualquier momento empezara a decir cosas extrañas
entre dientes o alguna especie de encantamiento para llamar a los espíritus.
¿Qué carajo sabía él sobre cómo funcionaban ese tipo de cosas?<span style="mso-spacerun: yes;"> </span></div>
<div class="MsoNormal">
-Siéntense aquí –indicó Eduardo señalándoles un sofá frente
al único televisor, ahora sintonizado en la repetición de un partido de futbol
que los camaristas veían con atención-. ¿Les traigo algo?</div>
<div class="MsoNormal">
-Yo estoy bien –dijo Icaro.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Puede ser un vaso de agua, por favor? –dijo Marcos
empleando su mejor vos de ser un nene al que habían educado bien en casa. </div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, claro. Ya vengo –Eduardo se levantó y se dirigió a la
alacena, de donde sacó un vaso de vidrio. El agua mineral que le sirvió adentro
salió de una botella fría sacada del congelador, que tenía una buena cantidad
destinada a todos los que trabajan ahí y llegaban con las gargantas secas a
reponerse.</div>
<div class="MsoNormal">
En cuanto el hombre ya no pudo oírlos, Icaro se inclinó
hacia Marcos.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y bien? –inquirió.</div>
<div class="MsoNormal">
-Del resto nada, pero sí acerca del estudio –dijo Marcos-.
Nos va a hacer mirar la transmisión que van a hacer ahora y te va a pedir que
te fijes en el concursante, que de paso es demasiado lindo para esta porquería.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro concordó, aunque por esa vez no estaba impresionado.
Era lo más lógico considerando las circunstancias.</div>
<div class="MsoNormal">
-No vas a ver nada raro –agregó Marcos un segundo mas tarde.
</div>
<div class="MsoNormal">
Eduardo volvió con el vaso. Marcos se lo agradeció y,
representando el papel del asistente a la perfección, se quedó al margen de la
conversación mientras Eduardo lo convencía de asistir al show que iban a grabar
dentro de un rato y se pusiera cómodo en el asiento de la audiencia para ver
por sí mismo cómo lo hacían. Tendría la oportunidad de presenciar el “triunfo”
del concursante antes de la gran final de la semana que viene a fin de sacar
sus propios conclusiones al respecto. Icaro no tenía ninguna duda de que podría
haber deducido él sólo semejante sucesión de acontecimientos. </div>
<div class="MsoNormal">
A medida que los asientos se llenaban, en la sala de
descanso venían cerrando y abriendo la puerta más personas, algunas quedándose
y otras yéndose. Una de ellas fue el concurso que había estado ganando en las
últimas rondas y nada más verlo Icaro no pudo imaginar ni por su vida por qué
no podía ser un ganador. Era atractivo como Marcos había dicho (desde luego no
para un simple show como este), pero de ningún modo proyectaba un aura de tonto
evidente. Aunque, por supuesto, la profesión le había enseñado hacía años que
las apariencias por lo menos en un setenta por ciento de las ocasiones
engañaba. Eduardo, como el productor del programa, se debía encargar
básicamente de que todo estuviera en su sitio y funcionando para el horario
indicado. Los presentó de forma acelerada, diciendo que Icaro lo había estado
siguiendo desde hacía tiempo en el programa y que le alegraba un mundo tener la
oportunidad de verlo. </div>
<div class="MsoNormal">
Quizá creía que apelando a su ego lo volvería más
susceptible al escrutinio certero. O fuera la manera general de ser de quien trabajaba
en una clase de sitio. Ninguna de las dos opciones le sorprendería. No
obstante, siguió a la corriente, sonrió y apretó con entusiasmo la mano del
joven. Este le sonrió de vuelta. Definitivamente, de ser un estafador, no tenía
la cara de uno. Se ubicaron en el centro y el frente de las tribunas, la gente
emitiendo murmullos bajos, recordándose unos a otros que debían tener apagados
los celulares. Entre el público y el escenario al cual se filmaría había un
espacio considerable en medio del cual se erguían cinco guardias fortachones,
manos en la espalda, preparados para enviar de vuelta a su sitio a cualquiera
que decidiera cometer una locura en televisión en vivo y retener cualquier
contingencia. Icaro no podía entender de dónde había salido el dinero para
semejante producción. Empezó a imaginar que a lo mejor por eso Eduardo estaba
tan preocupado por mantener al juego libre de fraude como debía ser parte de la
razón por la que había decidido llamarlo a él en lugar de levantar una denuncia
oficial en la policía, lo que además de complicar el asunto más de lo necesario
podría hacerlo llegar a los oídos de la prensa y entonces el nuevo programa,
que estaba apenas dando sus primeros pasos de bebé por la televisión, se
quemaría y caería como un castillo de cartas cubiertas de gasolina. La
confirmación de un fraude definitivo hacía caer la culpa sobre el único
culpable, el participante. Una sospecha no confirmada lanzaba una sombra de
duda sobre todos que debía evitarse a toda costa. </div>
<div class="MsoNormal">
Las luces se encendieron con un zumbido audible y de pronto
todos estaban gritando, emocionados, lanzando palabras de aliento, de apoyo,
típico de fans incondicionales, mientras las luces se concentraban en el centro
del escenario adonde se erguía el presentador del programa y este volvía a
explicar las reglas del juego para los nuevos televidentes que recién ahora los
estuvieran sintonizando. Luego la atención se desvió hacia el primer cuadro de
la sucesión luminosa en el piso sin ningún número o signo encima que lo
indentificara. Él y otro participante (que también había ganado entre semanas
pero por alguna razón estaba fuera de sospechas) competían entre sí, primero
para ver quién lograba meter la pelota por el aro que decidiría sobre qué
tenían que pretender ser expertos y luego presionar dos veces con el pie sobre
el recuadro para ver quién tendría la oportunidad de sacar a relucir sus
conocimientos. A diferencia de otros de su mismo tipo, ese juego no permitía
escoger entre varias opciones posibles. Uno podía decir cualquier estupidez e
igual contaría como el punto decisivo entre el dinero o el desvanecimiento de
la competencia.</div>
<div class="MsoNormal">
Excepto en los momentos en que el presentador hacía un
dramático gesto de pedir silencio a fin de dejar en suspenso a los que veían en
casa cuál era la respuesta definitiva entre las opciones que los participantes
habían ofrecido o simplemente para que se oyera qué habían dicho estos en
primer lugar, el ruido en la tribuna era casi ensordecedor. Si no le quedaban
zumbando los oídos después de esto iba a ser una verdadera sorpresa. </div>
<div class="MsoNormal">
Sin embargo, acostumbrado como estaba a las distracciones en
el ejercicio de su oficio, logró aislar de su atención esas interferencia y
concentrarse sólo en lo que veía. La gente seguía gritando, dando ánimos o
preguntándose entre sí cuál creían era la respuesta correcta o lo que harían en
aquella situación, y él seguía oyéndolos pero dejó de escucharlos. Siguió al
posible estafador desde que diera ese salto confiablo desde su recuadro para
encestar en política hasta que ocupó su lugar adelante del recuadro que tenía
un millón escrito con pintura amarillo fosforescente. Aunque no le gustara
especialmente tener que darle la razón a Marcos, en realidad no encontró nada
especial. El concursante hablaba con la confianza de a quien no le molestaba
para nada ser el centro de atención sino que, al contrario, se sentía de lo más
cómodo haciéndolo. No había largas pausas en las que él se detuviera a pensar
en lo que estaba diciendo, lo que podía significar que bien le habían dado a estudiar
las respuestas o sólo que realmente conocía de la materia y se le hacía tan
sencillo hablarlo como explicárselo al presentador de manera que se lo hiciera
valer. No vio que mirara con especial atención hacia ningún lado donde viera a
otras personas que podrían hacerle algún gesto y tanto como cuando lo tuvo
cerca como cuando estuvo lejos, no había visto que llegara dispositivos de
escucha que fueran perceptibles a la vista, ni de la categoría que por lo
general los detectives usaban en su trabajo ni de ninguna otra. </div>
<div class="MsoNormal">
Tuvo que durar más de mediahora, sumando las veces que se
detuvieron por dar paso a un espacio publicitario. Aprendió un par de cosas
acerca de la Primera Guerra Mundial que ni siquiera se había imaginado. Supo de
dónde venía la superstición entorno al número 13. Siguió como al resto la
información relativa al nombre de un hueso que estaba en un lugar de la mano.
Podría haber sido interesante sólos esos hechos arrojados al azar, o al menos
curioso, de no ser por las interminables pausas del presentador que más que
causar expectación la mataba sin piedad y los ocasionales chillidos de emoción
que salían por todos lados a sus espaldas. En parte la entendía a esa parte.
Primera vez en una gran producción grande o al menos que no se molestaba en conservar
una gran cantidad de modestia, presenciando la final de una especie de
campeonato donde la balanza, adonde fuera que decidiera deslizarse, lo haría
con un serio peso encima.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El humo y los láseres le humedecieron y secaron los ojos
respectivamente. Sin importar lo mucho que utilizara su mano como un abanico en
frente de su rostro, le seguía llegando el mismo olor desagradable y artificial
de la máquina incesante que tenían alrededor del escenario, pero no realmente
dentro de él porque lo concursantes todavía tenían que ver dónde estaban
parados. Al final del programa (sin pausas especiales por considerarse la
semifinal antes del gran y mayor evento), Icaro movió suavemente la cabeza en
dirección a Eduardo para llamar su atención y seguidamente negar sin palabras.
Nada, absolutamente nada que él pudiera percibir era indicadora de ningún
fraude. Por supuesto que él había ganado.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La hinchada que se había formado en torno a su figura
pareció alcanzar el fondo de sus pulmones y reservas de sangre bombeante en
cada poro de sus rostros para expresar cuánto les alegraba la noticia. “Vos
podés, mi amor”, gritó una voz femenina. “Dale con todo, papá”, pareció
corresponder la voz de un hombre. Por la razón que fuera (Icaro no quería creer
que era sencillamente por apariencias pero se sentía bastante inclinado a
creerlo) el público sencillamente adoraba a su vencedor. En cuanto las personas
comenzaron a retirarse y algo parecido a la calma volvió a reinar dentro del
estudio, Eduardo salió de entre las bambalinas para confirmar de forma
definitiva lo que le había permitido deducir el detective. No tuvo más opción
que repetirle que no había visto la gran cosa, pero tanto él como Eduardo e
incluso Marcos sabían que eso no tenía por qué ser prueba de nada. Estudiarse
las respuestas precisas de cualquiera de los temas que le iban a tocar seguía
siendo una preparación injusta por sobre el oponente. Después del concurso al
participante todavía se le tenía que escribir y presentar el cheque con su
premio, les informó Eduardo.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Hace algo antes -casi le rogó el hombre trajeado.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Icaro no se le ocurría nada mejor que hacer que ir a hablar
con el chico. Quizá podía sacar algo de él o quizá no. En todo caso, le pidió
que le dijera al concursante que un periodista quería hablar con él en la sala
de descanso. Eduardo le dijo que tenía una sala de entrevistas especialmente
dedicada a situaciones de ese tipo, porque la verdad es que era la norma
hacerles preguntas a los participantes justo antes y después de los juegos.
Para agregarle ese elemento humano tan necesario para agradar a los
televidentes. Creía que debido a eso era la popularidad tan inmensa del chico
entre la gente común; era uno más de ellos, recién salido de una escuela
pública en la que había repetido dos años y por lo tanto se había graduado de
ella a los veinte años de edad, trabajos que no parecían llegar a ninguna parte
y de los cuales se acababa despidiendo (o lo despedían) al poco tiempo hasta
que, como por parte de un milagro, surgía su gran oportunidad en la cara de un
juego televisivo que seguramente le ayudaría a pagar la enclenque casucha
adonde había visto confinado su persona por falta de posibilidades de nada
mejor. Había peleado desde hacía unos años contra el alcoholismo y estaba
descubriendo la mejor manera de poder vivir el día a día. La misma situación de
miles de personas por todo el país, excepto porque la mayoría nunca encontraba
su oportunidad de oro ni les caía en el regazo la solución mágica a sus mayores
problemas. </div>
<div class="MsoNormal">
-A todos los controlamos –aclaró Eduardo-. Una cosa es que
exageren sus propias vidas buscando simpatías. Todos hacemos eso frente a una
cámara. Pero otra bien distinta es que se inventen toda una existencia que nada
que ver y luego sale un boludo en el diario llamando estúpida a nuestra
audiencia por creerse semejante tanda de mentiras. ¿Y a quién van a mirar feo
después de eso? A nosotros, obvio. Nos van a cambiar apenas nos vean porque
nadie se aguanta que le echen en cara la ingenuidad que le sobra, incluso si
ellos mismos son consciente de ellas. Pero a nosotros nos conviene que no se
enteren, por eso no podemos permitir a un novelista estrenando sus tramas por
aquí. En el caso de este, de este tal Alejandro Martínez (copate con el nombre
ese, más corriente y ordinario no le podía salir ni queriendo), todo es verdad.
Incluso logramos que la madre viniera a echar unas lágrimas en vivo recordando
todos los malos tragos que le hizo pasar el hijo y que el hijo se bebió, de
modo que por ese lado no tenemos problema. Pero, claro, entonces uno se
pregunta, ¿cómo un casi analfabeta así puede saber tantas cosas? Y no, como no
va a ser otro mismo indio millonario, tiene que ser otra cosa. ¿Y sabes lo que
hacen, no? Se meten a hurgar. Meten la plata donde tienen que ponerla y sacan
las cosas que no tendrían que sacar si les importara una mierda lo que hacen. Y
el culo se nos quema a nosotros porque nadie se va a creer que no le estuvimos
ayudando desde el inicio y manejando a la gente. Nadie quiere reconocer que es
un ingenuo, Icaro, y se van a ir en contra de cualquier cosa que se los revele
de forma indudable. </div>
<div class="MsoNormal">
-Un lugar así no se paga solo –agregó Icaro.</div>
<div class="MsoNormal">
-Obvio que no. Vivimos de puras promesas y publicidad. Pero
ni la puta Coca Cola le va a callar la boca a ningún periodista con ínfulas de
no sé qué si se le ocurre alzarnos el dedo y encima consigue la bastante
evidencia para que la gente le crea. Vos no vas a decir quién te contrató, ¿no?
–preguntó con una súbita nota de expetación para nada disimulada. </div>
<div class="MsoNormal">
-Si acabo haciendo una denuncia, me lo van a preguntar y no
voy a tener de otra que responderles.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bien, ya no se puede hacer nada con eso, ¿no? –dijo Eduardo
con un alivio curioso, como si estuviera más contento de eso que de estarlo
recibida una negativa.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro no dijo nada. No necesitaban hablar más para saber qué
conveniente sería que el detective descubriera la trampa hecha por otros
mientras que el responsable ejecutivo era el único lo bastante preocupado de la
integridad del programa para posibilitar el acceso de la verdad. No tenía sentido
discutirlo. Buena publicidad era un bien que nadie despreciaba.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Entonces el Alejandro ya está ahí?</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, no hay problema. Ya estará contanto lo orgullosa que va
a estar su vieja ahora viéndolo así y él apunto de llorar recordando la décima
octava vez que se despertó en la calle. Arriba de la puerta sale una lucecita
roja para cuando están filmando. Vos sólo metete, presentate con la identidad
que quieras y sacale lo que puedas. Yo me voy a meter en la cabina de control y
me aseguraré de que aunque sea el audio sea lo que siga prendido mientras
ustedes hablan. </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro asintió. Tanto él como Marcos siguieron la senda de la
espalda del hombre trajeado mientras los llevaba por el pasillo, más allá de la
sala de descanso, hacia una puerta blanca del fondo que sólo llevaba una
pequeña placa escrito con una florida letra manuscrita diciendo “concursantes.”
La pequeña luz de arriba brillaba en un notorio rojo con líneas más claras
cruzadas. Eduardo les dijo que entraran sin problemas. Él se encargaría del
resto. Sólo tenían que hacer que el impostor hablara y todos podían volverse
contentos por donde vinieron. <span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ni
una sola mención de ellos reponiendo cualquier mínima relación que podía quedar
tras más de diez años sin verse a la cara, limitados a ser amigos de facebook
por ser de la misma promoción. No le sorprendía en lo absoluto.</div>
<div class="MsoNormal">
Eduardo desapareció en el interior de una habitación
precedida por una puerta azul. Marcos le agarró del antebrazo.</div>
<div class="MsoNormal">
-Dejame hablar a mí –le dijo con una seguridad y firmeza que
por un momento no hizo más que desconcertarlo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Para qué? –preguntó directamente sin entender. </div>
<div class="MsoNormal">
-Tuve una visión –entonó Marcos con voz pretentidamente
mística, probablemente la misma con la que atendía sus llamadas telefónicas en
su trabajo. Al ver que eso no le convencía, agregó-. Mi mamá lo estuvo viendo
en la tele. Tiene sus propias cabalas y cree en las mangalas, mandarinas o como
se llamen esos dibujitos hechos a compas. A lo mejor pueda usar eso para
confundirlo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Vos has visto muchas películas de misterio o qué? –soltó
Icaro, lanzando la primera idea que surgió en su mente ante la revelación de
semejante plan.</div>
<div class="MsoNormal">
-Prefiero la ciencia ficción –despreció Marcos con un gesto
de la mano-. Pero haceme caso con esto y lo vas a ver confesando dentro de
nada.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Cómo vos ya lo has hecho? –inqurió Icaro.</div>
<div class="MsoNormal">
Marcos le dirigió una sonrisa deslumbrante.</div>
<div class="MsoNormal">
-Qué comes que adivinas vos –dijo en tono alegre-. La verdad
lo vi todo nervioso. Casi me mato de la risa nada más viéndolo, pero entonces
recordé que nadie se iba a enterar un carajo de por qué lo hacía y me iban a
ver raro. Ya me ha pasado antes.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Sabes que eso le pasa a todo mundo, no? –dijo el
detective, arqueando la ceja-. A todo mundo le pasa que de pronto nos acordamos
de un chiste o algo así. No es porque seamos adivinos, así funcionan los
recuerdos.</div>
<div class="MsoNormal">
-Más o menos así es como funciona conmigo también –expresó
Marcos encogiendo los hombros-. Dejame probar. Algo tengo que hacer ya que me
trajiste hasta aquí, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro asintió, negándose a admitir en voz alta que esa era precisamente
la intención detrás de su insistencia para haber pedido permiso a su padre.
Adivinar unos dedos no probaba nada y si el chico iba a ser una completa carga
en cuestiones oficiales, mejor irlo comprobando ahora que se trataba de un caso
sólo para subsistir, de esos que podía prescindir ya que siempre tenía algún
otro pendiente, y no el grande por el cual no iba a agrandar ni un centímetro
sus bolsillos. Decidió que tanto daba igual si el chico llevaba a cabo su
propio plan. De hecho, le estaría haciendo un favor. Ahorraría un tiempo
precioso que podría dedicarlo a investigaciones más apremiantes que para
mantener la buena reputación de un show de concursos.</div>
<div class="MsoNormal">
-Como quieras –acabó respondiendo, haciéndole un gesto con
la cabeza hacia la puerta.</div>
<div class="MsoNormal">
Marcos sonrió. ¿De verdad quería ayudar o era la ilusión
infantil de estar participando de una divertida aventura? Incluso a los
diecisiete años uno seguía poder pensando de esa manera. Él sabía que esas
habían sido las ideas que le habían hecho desear más que nada ponerse al
servicio de la policía y luego, con la misma sorpresiva potencia, a convertirse
en un detective parte del despacho del viejo. Arriba de la puerta la luz se
apagó abruptamente. El muchacho tomó una bocanada de aire, irguió el pecho,
abrió la puerta y se metió, dejándole espacio para que él lo siguiera como si
fuera un guardaespaldas o, ya que estaban, el ayudante del más joven.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span></div>
<div class="MsoNormal">
-No te preocupes, todo va a estar bien –le dijo por un
costado de los labios.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro esperaba que sólo hablara así porque de corazón quería
darle confianza y no porque lo hubiera visto. Lo primero era un gesto que podía
llegar a apreciar en ciertas circunstancias, lo segundo sencillamente obraba el
efecto completamente al contrario. En el momento en que entraron vieron que el
concursante favorito de todos, el demasiado lindo, demasiado tráfico y
demasiado sobrio para creerse, Alejandro, ya se estaba levantando del sofá
adonde apuntaba una cámara sujeta a la pared. El fondo de papel encerado a sus
espaldas daba a la habitación un toque hogareño y casi sofisticado, pero no
realmente, a la habitación. Un sitio para confesarse.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Señor Martinez? –dijo Marcos extendiendo la mano-. Me
llamo Damian y este es mi compañero David. Venimos a hacerle un pequeño
reportaje para la columna de opinión del Liberal, si no le molesta. ¿Tiene un
momento?</div>
<div class="MsoNormal">
Alejandro Martinez, el de los impresionantes ojos verdes que
parecían hechos de un caramelo a base de agua, volvió a sentarse, sorprendido.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, claro, pero…</div>
<div class="MsoNormal">
-Dejamos nuestras credenciales con el productor del
programa. ¿Eduardo Algarrata? Algo así se llama el guacho. Usted lo conoce,
¿no? En fin, nos dijo que podíamos pasar. ¿Nos permite?</div>
<div class="MsoNormal">
-Ah, bueno, si él no tuvo problema… -aceptó Alejandro algo
reticente. </div>
<div class="MsoNormal">
Marcos volvió a sonreír de esa manera que sólo podía
prometer felicidad y cosas buenas para el futuro. </div>
<div class="MsoNormal">
-Así es. Ahora, por favor, siéntese, esto no tardará mucho.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Alejandro miró interrogante la figura silenciosa en la que
se había vuelto Icaro, pero ni el primero intentó cuestionar su presencia ni el
segundo quiso aclarar ninguna duda al respecto. Quería ver primero adónde
llegaba el plan del jovencito.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Por favor, cuénteme -dijo Marcos, sentándose en otro sofá
cerca de donde Alejandro se hallaba. Icaro se ubicó justo al lado. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Definitivamente podía decir que su remedo de asistente tenía
dotes enormes para la actuación. Todo su comportamiento era casual y abierto,
sus palabras no contenían pausas incómodas. De nuevo tuvo que preguntar qué
tanto de ello nacía de su propia convicción por hacer las cosas bien y cuánto
nacía de la absoluta seguridad en el futuro que ya había visto. Justo cuando se
hallaba reflexionando al respecto, vio a Marcos poniéndose cómodo, cruzando las
piernas, inclinándose hacia el frente hasta poner los codos encima de las
rodillas y empezar a hablar como si realmente fuera parte de la entrevista.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Muchas gracias por su tiempo, señor Martinez. Esto será
breve. La primera pregunta que nuestros lectores quisieran saber es quién le ha
estado pasando las respuestas del programa. Comprenda, por favor, que con esto
no queremos quitarle ningún crédito a usted. Estudiar todas esas respuestas no
debe ser una tarea fácil. Y la concentración para no enredar los detalles, no
puedo imaginarlo -remató el latigazo con la misma sonrisa del principio, aunque
ahora había entrecerrado los ojos un poco y fijos en el otro parecían
informarle de que no había lugar adónde escapar.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Pero lo había y, tramposo o no, pronto Alejandro pensó en
ella por su cuenta. Su primera respuesta fue de incredulidad.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Cómo...? -dijo, dejando ver su acento cordobés en la
pronunciación de la primera vocal. Luego impuso el enojo-. ¿Pero qué carajo
andas diciendo, pendejo? ¡Yo no he hecho nada de eso!</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Sabe? -dijo Marcos sin variar un ápica su fachada-. Mi
vieja lo ha visto en la tele. Dice que es muy bueno y se alegra de que ahora se
esté manteniendo mejor. Hay mucha gente ahí afuera que ni siquiera lo intenta.
Pero usted no. Usted se levanta, recoge su hoja de respuestas y va a ese
estudio a ganarse un dinero que seguro también irá en beneficio de su pobre
madre. No tiene nada de malo ser tan noble, obviamente, pero queda la cuestión
de quién fue el primero que le dio esa idea. No es por ofender, pero vamos a
suponer de una que no vino desde usted la iniciativa. Falta ver quién.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Luego indignación, que podía lucir más tranquila que el
enojo. Alejandro se puso de pie.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Se salen de acá. Ya.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Yo que usted no me molestaría -le advirtió Marcos,
echándose hacia atrás como si en un juego de poquer él tuviera todas las
cartas. "Lo ha visto", pensó Icaro, determinado ahora de que todo el
acto sólo podía ser posible de ese. Lo cual entraba en directa contradicción
con todas sus intenciones de probarse de que el chico nada más lanzaba
suposiciones en el aire, pero todavía no probaba nada concreto. El chico podría
creer haberlo visto, no significaba que iba a ser así. De todos modos, tuvo que
aplaudirle por su confianza-. Señor Martinez, yo sé que usted tiene mejores
cosas que hacer. A lo mejor empezar a pagarle su parte a esa persona, que no
dudo será mayor que a la que usted le toque, porque esa persona seguro que
arriesga su trabajo y no puede hacerlo por cualquier cosa, pero vamos a tener
que ser honestos aquí. Yo lo vi todo -Se encogió de hombros- y me temo que no
hay nada más que hacer al respecto que aclarar unos puntos.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Váyanse a la mierda -replicó Alejandro, aunque Icaro creyó
ver que no lo decía con la misma convicción de antes.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, bueno. Supongo que si vamos a ser sinceros, vale
igual por los lados, ¿no? Señor Martinez, le hemos mentido. Yo no soy ningún
periodista. No tengo ninguna credencial. Lo que soy es adivino a tiempo
completo y trabajo de lunes a viernes en la línea Casandra -Parpadeó, mirando
hacia una dirección que podía ser el hombro de Alejandro o cualquier otra cosa
a sus espaldas-. Usted la conoce, ¿no? Ha llamado antes.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Alejandro no respondió. Su cara era el perfecto reflejo del
desconcierto. Icaro lo entendía demasiado bien.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Señor Martinez, los adivinos la tenemos difícil -continuó
Marcos como si fuera una conversación casual-. Mucha gente cree que somos esta
bola de cristal andante que sólo tiene que abrir el "tercer ojo" y
todo el universo le va a contar hasta de qué está hecho el cereal, pero nada
que ver. Por ejemplo, ahora mismo con usted. Lo veo extendiendo la mano para
coger un cheque importante de parte de un hombre importante de la estación. Es
como una película a todo color, ¿sabe? Pero luego sale como estática y ahí va
usted extendiéndole billetes con la cara de Evita hacia alguien que le está
dando la espalda a la cámara. Se arreglan intercambio de sobres. Podría incluso
decir el nombre de la calle, pero quiero que usted me diga antes quién es ese
actor final. La idea no me está dejando en paz.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Pero qué te piensas que sos, pendejo? -dijo Alejandro,
aunque ahora la duda era bastante percibible en su voz-. Vos no sabes nada.
Deja de inventar.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Ah, no? Bueno, veamos eso. Siéntese. También soy un poco
telépata. No mucho, pero me las arreglo. Siéntese y vea si no le digo la
verdad. Va a ser muy fácil, ¿que no? Yo le pido que piense en un número desde
el uno hasta donde a usted se le cante el culo y yo se lo diré. Podemos hacerlo
las veces que quiera hasta que usted se dé cuenta de que le digo la verdad, y
puedo denunciar al tipo mandando a la policía al lugar que he visto o puedo
directamente saber su nombre de usted. Usted dirá.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Icaro hizo lo posible por no ver al chico mientras soltaba
su discurso. Si algo de lo que decía era verdad, e incluso si no lo fuera, había
subestimado bastante a ese joven. Finalmente Alejandro se sentó, pero tenía una
mirada de desconfianza y miraba a la puerta como si esperara que alguien,
probablemente Eduardo, viniera a salvarlo de una situación así. Icaro miró
hacia la cámara de pared de reojo y vio el micrófono que colgaba justo al lado,
grabando todo lo que decían. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Listo? -dijo Marcos-. Ahora.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Nueve -dijo Alejandro.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Nueve -dijo Marcos al mismo tiempo o puede que incluso un
poco antes que el otro. Negó con la cabeza-. No me ha entendido. Quise decir
que piense el número que sea y yo lo escucharé de dentro de su cabeza.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Alejandro no dijo nada, mirándole con ojos cada vez más
abiertos y angustiados. Estaba empezando a creerle y las implicaciones no le
gustaban en lo absoluto.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Dígame cuando esté listo.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Ya -dijo el hombre con una voz suave.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Setecientos ochenta y ocho -dijo Marcos y sonrió-. Tres
números a la primera. La mayoría empieza con dos o uno, pero no me quedo. De
nuevo.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un momento de silencio en el que los dos sólo pudieron
mirarse mutuamente.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Ya.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Cuarenta y siete.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Alejandro parpadeó, sorprendido, y volvió a observar a los
dos como si de pronto no entendiera o se hubiera olvidado de qué estaban
haciendo ahí con él. Icaro no supo si eran sus años de policía o mera intuición
por su parte, pero se dio cuenta de que el chico se estaba asustando. No de lo
sobrenatural, en lo cual presuntamente se apoyaba y creía de todos modos, sino
por lo que eso que no podía entender podía decir sobre él. Las consecuencias no
se le escapaban.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Otra vez. Porque a la tercera ya va la vencida, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Alejandro no dijo una palabra. Marcos asintió y se rascó el
mentón lampiño perezosamente.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-No, no tengo dieciocho años todavía, pero ya lo voy a tener
este año. Y sí, soy como un experto en el tema ya. Por lo general con sólo
tener el permiso del voluntario ya puedo entrar a ver todo en la superficie,
pero si este me deja ir más profundo, digamos, respondiendo a mis preguntas,
puedo ir a empezar a revolver lo que no se ve a simple vista. Como la cara de
ese canoso con el que usted arregló el asunto -Alejandro puso tal cara de temor
que Icaro se sintió de nuevo en una sala de interrogaciones, presentándole a
algún pibe de la calle la filmación del quiosco al que él y sus amigos creían
que podrían asaltar sin ningún problema. Por supuesto que siempre causaba
cierto grado de lástima, pero también una secreta satisfacción por su parte.
Por lo menos algo de la verdad se acaba revelando-. Puedo decir su nombre aquí
y ahora, y este tipo que ves aquí, el detective Stefanes, va a poder así
levantar una denuncia contra él y apresarlo, o hacemos bien las cosas y te
dejamos soltar el nombre vos solito y por tu cuenta. Quizá se pueda hacer algo
con tu encarcelación si él pone que al menos has estado cooperando. ¿No es así,
detective?</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
"Tramposo de cuarta", dijo Icaro, moviendo la
cabeza afirmativamente y poniéndose en un papel que de todos formas no le era
en lo absoluto desconocido.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, claro -afirmó casual-. A la policía le encanta cuando
la gente quiere ayudar en estas situaciones. De todas formas, dijiste que la
idea ni siquiera había sido de él, ¿que no? Podemos llamarlo cómplice en lugar
de criminal directo y, dependiendo de qué tan bueno sea el juez ese día, a lo
mejor sólo tenga que pasar uno o dos años en cárcel en lugar de los cinco que
generalmente se le dan a las personas en situaciones así.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
No estaba siendo exactamente honesto ahí. No había mucha
gente en situaciones así. El fraude en estos programas de puro entretenimiento
con una delgada capa de valor de intelectual no escandalizaba realmente más que
a las almas más ingenuas. El asunto en sí no era sobre honestidad, ni mucho
menos. El problema era quién descubría el asunto para que la otra parte quedara
mejor vista al ojo público. Sólo estaban participando en otra parte del
espectáculo. </div>
<div class="MsoNormal">
Y como un actor bien pagado, Alejandro recitó sus lineas
correspondientes.</div>
<div class="MsoNormal">
Después de haber levantado la denuncia, presentar la
evidencia, ser pagado, estrechar manos, prometer mantenerse en contacto y
detenerse en una estación de servicio para llenar el tanque, Icaro miró el
reloj de su muñeca y se dio cuenta de que menos mal que ya habían terminado
porque ya estaba siendo las nueva y media. Una media hora y más e iba a
enfrentarse al descontento del papá de Marcos, además de presentar un terrible
precedente para uando sea que requiriera su permiso otra vez. Sólo encontraron
un momento de calma finalmente ubicados en el auto de camino de vuelta e Icaro
pudo entonces manifestar las ideas que habían estado revoltándole por todo el
cráneo desde hacía horas.</div>
<div class="MsoNormal">
-No sabía que también leías mentes –comentó.</div>
<div class="MsoNormal">
-No me digas que hasta vos te creíste eso –dijo Marcos,
sonriéndole. Se recostó en el asiento del acompañante con la auto complacencia
de quien había realizado un buen trabajo. Suspiró con deleite-. No, nada que
ver. Sólo me vi a mí mismo diciéndole todo eso al tipo. Habíamos tenido suerte
de que el tipejo fuera tan expresivo y mal actor o nunca habría sabido que
estaba teniendo razón.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro se quedó mirando la carretera un momento, recordando
rápidamente la escena desde el principio hasta su final.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Sabías que iba a salir así desde el inicio?</div>
<div class="MsoNormal">
Marcos se echó a reír. Por alguna razón se sonrojó,
coloreando sus mejillas.</div>
<div class="MsoNormal">
-No tenía ni puta idea. Contaba con que viera algo pero no
tenía nada hasta que empecé a tirar mierda. Me lo saqué todo de la absoluta
nada al inicio y luego lo vi, yo sentado en el mismo lugar hablando de esa
manera.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro asintió suavemente, pensando. Pero sin importar las
vueltas que le diera a las ideas en su mente no encontraba ninguna conclusión
nueva acerca del carácter de ese muchacho. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y vos qué? –dijo Marcos. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Yo qué?</div>
<div class="MsoNormal">
-Me has traído para algo. Te resolví el caso. ¿Ha servido de
algo para vos o qué? Aparte de la plata, obvio.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro golpeó con el interior del dedo la superficie suave
del manubrio.</div>
<div class="MsoNormal">
-Yo te voy a decir esto –concedió-. Ahora entiendo un poco
por qué el viejo te llamaba a vos. Pero asumo que de todos modos sigues sin
tener idea de quién es el Fronterizo.</div>
<div class="MsoNormal">
La sonrisa de Marcos decayó. Un verdadero aguafiestas era el
recordatorio, pero no le importó. Sólo por eso había ido a verlo.</div>
<div class="MsoNormal">
-No, todavía no –dijo Marcos, frotándose la sien-. Y tampoco
sé si alguna vez lo voy a ver. A veces sale justo lo que quiero cuando quiero,
pero no siempre.</div>
<div class="MsoNormal">
-Vos no te preocupes por eso. Esa parte es mi trabajo. Vos
estás nada más como un quizá, un a lo mejor, una posibilidad. Si tienes algo
útil mejor, buenísimo, pero si no, no es tu responsabilidad forzarlo. Es mi
trabajo conseguirlo, no el tuyo y no espero tampoco que lo hagas para mí todo.</div>
<div class="MsoNormal">
-Si vos lo dices –aceptó Marcos girando hacia la ventana.</div>
<div class="MsoNormal">
De pronto Icaro sintió una vibración en su pierna.Tardó un
segundo en entender que se trataba de su celular avisándole de un nuevo
mensaje. Bajó la mano para sostener el dispositivo para apagar la pantalla. De
ser algo realmente urgente habrían llamado, lo que le habría permitido
contestar el teléfono a manos libres usando el automóvil. Marcos lo miró
interrogante, pero en cuanto vio que él no le ponía demasiada atención la suya
se disipó. Hasta que no se encontraron de vuelta dentro de la ciudad y frente a
una luz roja, Icaro ni siquiera sacó el celular de su bolsillo. Después de
desbloquear la pantalla vio primero del número del cual le habían contactado.</div>
<div class="MsoNormal">
“¿Puedo pasar el sábado? Tengo que ir a recoger unas cosas”,
aparecía en la ventana del mensaje.</div>
<div class="MsoNormal">
“Me estás jodiendo”, pensó, levantando un costado de su
labios en un gesto inconsciente de molestia. Dio una respuesta automática y
volvió a guardarlo. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Ha pasado algo? –dijo Marcos.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro negó con la cabeza. </div>
<div class="MsoNormal">
-Nada. Mi ex que quiere ir a casa a recoger unas cosas que
se dejó en la casa.</div>
<div class="MsoNormal">
De repente se preguntó por qué le estaba contando su vida a
un jovencito. Adivino. Pero no tenía nada que ver.</div>
<div class="MsoNormal">
-Qué macana –comentó Marcos.</div>
<div class="MsoNormal">
-No, está bien. Yo por boludo hablo así. Digo, no hemos
terminado con ganas de matarnos ni nada así. No le he metido los cuernos ni él
a mí o cualquiera de esas cosas.</div>
<div class="MsoNormal">
Marcos tomó un mechón de cabello entre los dedos y se lo
retorció.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y entonces por qué cortaron?</div>
<div class="MsoNormal">
-Cosas nuestras. Nos aburrimos, creo –dijo, rindiéndose. No
tenía ninguna razón real para mantenerlo un secreto.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Sorry? –sugirió Marcos. </div>
<div class="MsoNormal">
-No, no. Quedamos bien, dadas las circunstancias.</div>
<div class="MsoNormal">
-Menos mal –ofreció Marcos cruzandose de brazos.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí. He tenido suerte –dijo Icaro sin sonreír.</div>
<div class="MsoNormal">
Recorrieron el resto del camino escuchando la selección de
música almacenada en el celular de Icaro. Este no había querido al principio,
pero Marcos había insistido en que quería oírla. Le prometió que más tarde iría
a ver algunos grupos por su cuenta. Icaro comentó que ya lo había hecho con el
grupo que él le había hecho escuchar el otro día y compartieron sus canciones
favoritas.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Cuando el sol ya estaba bajo
y sólo se veía azul por todo el cielo, el detective y su adivino llegaron a la
vivienda del segundo. </div>
<div class="MsoNormal">
-Che, ahora que me acuerdo –dijo, antes de permitir que el
chico saliera. Este se sacó el cinturón de encima pero lo escuchó-. ¿Tu mamá no
se va a molestar cuando sepa adónde te he llevado? Si ella no sabe que lo tuyo
es de verdad, ¿qué excusa le voy a dar con que un “viejo” de 28 años se quiera
llevar a su hijo fuera de la provincia?</div>
<div class="MsoNormal">
-Le digo que vas a ser mi sugar daddy y ya. Igual, le
quitaría problemas a ella respecto a la plata.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro le dirigió una mirada severa. No le había hecho
gracia.</div>
<div class="MsoNormal">
-No quiero que tus padres anden discutiendo por esto. Y ni
se te ocurra sugerir hacerlo a espaldas de cualquiera de los dos porque te voy
a decir que no. Por eso te pregunto.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, si te pones así supongo que igual puedo decirle que
por ahí acierto y más o menos me estás usando de dadito para ver la suerte.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bien –aceptó Icaro, afirmando con la cabeza-. Mientras ella
sepa y no tenga inconveniente, todo bien con nosotros. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Sabes? En una película buena a ti no te importaría preguntarles
nada a mis padres. Simplemente nos largaríamos a resolver casos de posesiones
en algún país yanqui.</div>
<div class="MsoNormal">
-Aguantate –dijo Icaro, de mejor humor-. En el mundo real
tus papás me pueden quitar la licencia si sospechan que les he secuestrado a su
niño.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ah, gracias por darme cinco años, boludo –respondió Marcos
automáticamente. </div>
<div class="MsoNormal">
Era la primera vez que lo llamaba así y la mirada que le dio
parecía sugerir que se esperaba algún tipo de reprimenda por su parte por haberse
tomado semejante confianza. No lo hubo. </div>
<div class="MsoNormal">
-De nada, pelotudo –contestó Icaro, desquitándose, mientras
detenía el automóvil frente al hogar-. Andate y pone al tanto a tu vieja.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, sí. Buena suerte mañana –dijo Marcos, desprendiéndose
del asiento y saliendo al exterior. </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro tardó unos segundos que se refería a su cita con su ex
esposo. Por un momento se le había olvidado.</div>
Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-12406581613789385532014-11-03T02:14:00.001-08:002014-11-03T02:14:04.842-08:00Mil veces deja vu. 2<!--[if gte mso 9]><xml>
<o:OfficeDocumentSettings>
<o:RelyOnVML/>
<o:AllowPNG/>
</o:OfficeDocumentSettings>
</xml><![endif]--><br />
<!--[if gte mso 9]><xml>
<w:WordDocument>
<w:View>Normal</w:View>
<w:Zoom>0</w:Zoom>
<w:TrackMoves/>
<w:TrackFormatting/>
<w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone>
<w:PunctuationKerning/>
<w:ValidateAgainstSchemas/>
<w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid>
<w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent>
<w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText>
<w:DoNotPromoteQF/>
<w:LidThemeOther>ES-AR</w:LidThemeOther>
<w:LidThemeAsian>X-NONE</w:LidThemeAsian>
<w:LidThemeComplexScript>X-NONE</w:LidThemeComplexScript>
<w:Compatibility>
<w:BreakWrappedTables/>
<w:SnapToGridInCell/>
<w:WrapTextWithPunct/>
<w:UseAsianBreakRules/>
<w:DontGrowAutofit/>
<w:SplitPgBreakAndParaMark/>
<w:EnableOpenTypeKerning/>
<w:DontFlipMirrorIndents/>
<w:OverrideTableStyleHps/>
</w:Compatibility>
<m:mathPr>
<m:mathFont m:val="Cambria Math"/>
<m:brkBin m:val="before"/>
<m:brkBinSub m:val="--"/>
<m:smallFrac m:val="off"/>
<m:dispDef/>
<m:lMargin m:val="0"/>
<m:rMargin m:val="0"/>
<m:defJc m:val="centerGroup"/>
<m:wrapIndent m:val="1440"/>
<m:intLim m:val="subSup"/>
<m:naryLim m:val="undOvr"/>
</m:mathPr></w:WordDocument>
</xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml>
<w:LatentStyles DefLockedState="false" DefUnhideWhenUsed="true"
DefSemiHidden="true" DefQFormat="false" DefPriority="99"
LatentStyleCount="267">
<w:LsdException Locked="false" Priority="0" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Normal"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="heading 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 7"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 8"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 9"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 7"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 8"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 9"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="35" QFormat="true" Name="caption"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="10" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Title"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="1" Name="Default Paragraph Font"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="11" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtitle"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="22" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Strong"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="20" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="59" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Table Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" UnhideWhenUsed="false" Name="Placeholder Text"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="1" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="No Spacing"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" UnhideWhenUsed="false" Name="Revision"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="34" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="List Paragraph"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="29" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Quote"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="30" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Quote"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="19" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtle Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="21" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="31" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtle Reference"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="32" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Reference"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="33" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Book Title"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="37" Name="Bibliography"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" QFormat="true" Name="TOC Heading"/>
</w:LatentStyles>
</xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]>
<style>
/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:"Tabla normal";
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-priority:99;
mso-style-parent:"";
mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt;
mso-para-margin-top:0cm;
mso-para-margin-right:0cm;
mso-para-margin-bottom:10.0pt;
mso-para-margin-left:0cm;
line-height:115%;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:11.0pt;
font-family:"Calibri","sans-serif";
mso-ascii-font-family:Calibri;
mso-ascii-theme-font:minor-latin;
mso-hansi-font-family:Calibri;
mso-hansi-theme-font:minor-latin;
mso-fareast-language:EN-US;}
</style>
<![endif]-->
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<b>Capítulo 2</b></div>
<div class="MsoNormal">
-Estás cagado de la cabeza.</div>
<div class="MsoNormal">
-Y vos qué sabes –dijo el viejo con un gesto de
menosprecio-. Vos estás bien acomodado sentado encima del culo sin hacer
absolutamente nada. Igual que todos. No sé para qué me molesto en decirte nada
que sea algo más que andarte rascando todo el día.</div>
<a name='more'></a><br />
<div class="MsoNormal">
-Sigues cagado de la cabeza –replicó Icaro, tomando otra
cucharada de la torta de chocolate que estaba teniendo en la cafetería en la
que se habían detenido. De vez en cuando miraba más allá del gorde sentado
frente a él y hacia una mesa cerca de los ventanales, donde un hombre tomaba un
cortado en obvia espera de alguien. Tomó de su propia taza antes de volver a
hablarle a su mentor-. ¿Cómo se te ocurre ir a querer meterte en medio de eso? Ese
es trabajo de la policía, que ellos se encarguen.</div>
<div class="MsoNormal">
-A mí no me jodas –dijo el viejo, indignándose-. Nos hemos
ido en primer lugar de la policía porque ya estábamos hasta el culo con que no
hicieran un carajo. Queríamos hacer algo, ¿no te acuerdas? Pero ahora vos y los
otros están bien contento siguiendo parejitas a ver si se toman las manos con
quien no deben, como si eso arreglara nada. Lo que yo te estoy diciendo es una
pequeña colaboración, preguntar por ahí. Pero a vos te pasa por el culo, ¿no?
Que se mueran más chiquitas, que desaparezcan más jovencitas. Total, trabajo de
la policía encargarse, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
-Deja de decir pendejadas –dijo Icaro, aunque la descripción
bastante fiel sobre lo que hacía ahora sí le había picado, pero maldito él si
fuera a mostrárselo al viejo. </div>
<div class="MsoNormal">
Entendía lo que el viejo decía y recordaba lo mucho que le
habían convencido sus palabras para abandonar el cuerpo oficial de la ley para
convertirse en esa cosa de al lado, que ni adentro ni afuera, atado y atrapado
al mismo tiempo. Las historias de los Sherlock Holmes y los Batman originales
se habían pudrido hacía años. Apestaban al moho de la infelidelidad, las
herencias dudosas, quizá alguna desaparición y, si uno tenía los contactos
correctos, a lo mejor el descubrimiento de un fraude empresarial que le pagaría
un pasaje a algún sitio exótico. Nadie iba a un detective privado por un caso
de asesinato perpetrado por enfermos que lo hacían demasiado seguido. Porque
incluso en el caso de que llegaran a averiguar la identidad del mismo, no
tenían ninguna autoridad sobre él. Sólo podían llamar a los que cargaban la
placa original y esperar que el tipo no saliera libre a los pocos meses debido
a la sobrepoblación.</div>
<div class="MsoNormal">
Y su mentor ahora le salía con que quería hacerlo freelance,
independiente, porque le daba la bendita gana. No que no entendiera la lógica
detrás de semejante decisión. No tenían que llenar reportes que luego un
superior les miraría y les exigiría retroceder porque eso sería un
inconveniente para alguien que no podía permitirse molestar. En su tiempo
dentro habían consechado ciertas relaciones. Expertos. Gente con acceso a
ciertas cosas que servían bien en una investigación. Pero si las personas que
ya tenían libre permiso para usar todo ello e incluso más no habían conseguido
sacar muchos datos de las anteriores víctimas, ¿qué posibilidades tenían ellos?</div>
<div class="MsoNormal">
-Vos no entiendes un carajo, nene –dijo el viejo, meneando
la cabeza-. No me digas que en serio te has tragado toda la mierda que andan
soltando sobre el caso. Vos sabes tan bien como yo que ocultar evidencia es el
pan de cada día allá. Ya sea porque no quieren que se sepa algo o porque no
quieren admitir lo inútiles que son. </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro despegó por un segundo la vista de su objetivo para
fijarla en el viejo con incredulidad.</div>
<div class="MsoNormal">
-A ver, no, no, espera, ¿de qué me estás hablando ahora?
¿Crees que hay una conspiración en torno al asunto? </div>
<div class="MsoNormal">
-He estado haciendo unas llamadas por ahí –dijo el viejo,
mirándole con seguridad-. Forenses que estuvieron ahí. ¿Y sabes lo que ellos me
contaron?</div>
<div class="MsoNormal">
Procedió a contarle acerca de las marcas de los hombros y el
hueso dislocado en el caso del hombre. Nada de lo cual se había colado hacia
los medios de comunicación.</div>
<div class="MsoNormal">
-A lo mejor lo quieren usar para las confesiones –dijo,
repuesto de la sorpresa-. Para poder desechar a cualquier boludo que quiera
confesar sin que en realidad haya tenido nada que ver.</div>
<div class="MsoNormal">
-No me jodas. ¿Y cuándo ha sido la última vez que ha pasado
eso? ¿Cuándo ha pasado las bastantes veces para que esos pelotudos toman
semejantes medidas? </div>
<div class="MsoNormal">
Tenía un punto ahí. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y vos qué sabes si no lo están haciendo ahora? Es la
primera vez en quién sabe cuánto que tenemos un asesino serial aquí. O se
avivan un poco o nadie les va a hacer caso nunca.</div>
<div class="MsoNormal">
-Todo bien y perfecto con lo que dices, pero, aclarame algo,
si sos tan listo. ¿Por qué tienen víctimas en reserva?</div>
<div class="MsoNormal">
Una mujer teñida de pelo negro y piel bronceada debajo de un
sencillo vestido de verano entró en la cafetería, haciendo sonar la pequeña
campana y alertando al hombre al lado de la ventana que había estado recibiendo
su celular. Se saludaron mutuamente con un beso en la mejilla y el hombre, al
sentarse, retuvo la mano de la mujer dentro de una de las suyas, acariciándole
el dorso con el pulgar encima de la mesa. Icaro bajó los lentes que había
tenido encima de la cabeza. A pesar de la conversación que estaban teniendo, el
viejo fue lo bastante considerado para hacerse a un lado y dejarle una visión
clara de la escena que estaba sucediendo. Dentro del bolsillo de su campera
Icaro presionó el botón de un pequeño disparador unas cuatro veces, lo que
sacaría una sucesión continuada de fotos durante cuatro minutos exactos.
Ninguno de los dos dejó revelar que nada estaba sucediendo. El viejo llamó a la
mesera para pedirle una medialuna junto a otra taza mientras Icaro pronunció su
deseo por una gaseosa sin mover la cabeza. </div>
<div class="MsoNormal">
-Linda la pendeja –comentó el viejo con aprobación.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí –dijo Icaro.</div>
<div class="MsoNormal">
Finalmente captó el beso. Sacó el celular para comprobar que
todas las fotos se le habían enviado sin problemas y las guardó en su propia
carpeta. </div>
<div class="MsoNormal">
-Dale, ya –dijo, volviéndose a subir los lentes. No tenían
aumento, pero aun así se le hacía molesto mirar a través de ellos-. ¿Cómo
víctimas en reserva?</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Cuántas han sido las víctimas anunciadas hasta ahora? </div>
<div class="MsoNormal">
-No me acuerdo. Trece, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
-No, no. Te han dicho que son trece. A todo el mundo le han
dicho que son trece. Pero según me han contado mis amigos, que han tenido que
abrir y cerrar a los pobres desgraciados, son más de veinte. Gente bien humilde
que viene de barrios pobres o directamente huerfanitos cuyos padres no podrían
hacer una denuncia de desaparición porque, obvio, ellos también están muertos.
Pasa todo el tiempo que gente así de vulnerable desaparezca y nadie mueva una
pestaña. Pero los números siguen teniendo peso y mientras más grande el número
más histérica se pone la gente, de modo que se dan la libertad de modificar las
cuentas a como más les convengan. Eso no se te va a hacer nada nuevo, ¿no? No
te me vas a hacer el inocente sorprendido ahora.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro no pensaba hacerlo. Era una idea horrible, la clase de
idea que le había hecho decidirse por abandonar de forma definitiva a la
policía para unirse al despecho símbolico, ya que carecía de un edificio
material único, del viejo. La policía estaba en el ojo de todo el mundo y por eso
no sólo cuidaba los intereses del pueblo, como sería su objetivo en un mundo
utópico. En cada asunto había demasiados intereses en contraposición y
finalmente un puñado de ellos se habían hartado. </div>
<div class="MsoNormal">
Pero al final eso también había sido una utopía. Después de
ganarse sus licencias cada uno fue a hacer lo que pudo a fin de poder ganarse
el pan con que alimentar a sus familias. Por ahí alguno conseguía destapar un
caso de corrupción, conseguía algo de influencia mediática, conseguía una
charla con Lanata, pero eso sucedía en muy contadas ocasiones y definitivamente
no las suficientes para mantener en alto el fuego de lucha. Ahora sólo querían
algo en que trabajar sin sentirse tan cochinos y falsos bajo el manto legal.</div>
<div class="MsoNormal">
-Y no –admitió, encogiéndose ligeramente de hombros-, pero
¿qué con eso? </div>
<div class="MsoNormal">
-Pregúntame cuántas víctimas son en total. Pregúntame nomás
cuántas otras son las que no le contaron a la prensa y no quieren que vos te
enteres.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro lo hizo, arqueando las cejas. Al recibir su respuesta
un peso pareció desprendérsele de la panza llevándose la sensibilidad de sus
manos, con las cuales ya no estuvo seguro de qué hacer. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Ahora ves? ¿Entiendes mi punto? Aquí estamos hablando de
estadísticas de la época de las Malvinas. Ya no estamos jugando. Se han puesto
muy serios y, siendo así, ¿cómo me puedes pedir a mí que me haga el ciego,
sordo y mudo? Yo no me puedo quedar tan pancho de brazos cruzados y dejarlos
hacer lo que se les cante. Pero no lo puedo hacer solo, changuito. O sí, puedo,
pero preferiría que no. Más ojos trabajando me servirían de mucho.</div>
<div class="MsoNormal">
-No sé, viejo –dijo, levantando la vista de nuevo. </div>
<div class="MsoNormal">
La pareja acababa de pagar y se volvían a tomar de las manos
de camino hacia la salida. Había capturado un beso, pero eso no era suficiente.
Su cliente querría saber si es que habían llegado al punto de no retorno que
incluía unas sábanas que una empleada en un hotel debería cambiar una hora más
tarde. Se salió de la silla y sacó rápidamente, casi sin ver en su
concentración, los billetes justos para pagar su parte de la consumición más
una propina para la mesera. </div>
<div class="MsoNormal">
-Me tengo que ir ahora. Hablamos luego. Llámame más tarde.</div>
<div class="MsoNormal">
-Tu puta madre te va a llamar –suspiró el viejo, de pronto
cansado, dándole una palmada a la mano que se frotó en su hombro como gesto de
despedida-. Ya nos vemos.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro ni siquiera lo miró. La pareja ya se estaba subiendo
al auto del marido infiel.</div>
<div class="MsoNormal">
-Chau.</div>
<div class="MsoNormal">
Tres días más tarde, Marta le llamaba desesperada,
preguntándole si había sabido algo de su marido recientemente. Y un mes después
volvió a sonar el teléfono de su casa a causa de ella, esta vez no para
preguntar, no para saber de si había novedades, sino para comunicarle la que
ella había obtenido. Icaro ya se la esperaba. Él también había visto la noticia
en el televisor durante el almuerzo y, sólo para asegurarse de que sus oídos no
le habían hecho una broma cruel (los hijos de puta en traje ni siquiera se
molestaron en profundizar más que en un mero anuncio de los hechos y pasar a
los estúpidos videos virales de Internet), buscó en Internet la noticia. No
había sido ninguna exclusiva de ese medio. Le pertenecía a todo mundo ahora.</div>
<div class="MsoNormal">
Lo habían encontrado. En la parte trasera de una gasolinera
abandonada en los límites con Córdoba en cuya parte frontal aparecía en letras
de caricatura en rojo y amarillo el nombre que se le dio por última vez. Monte
Bello.</div>
<div class="MsoNormal">
-</div>
<div class="MsoNormal">
La humedad se percibía en el aire y las nubes se veían como
un montón de almohadas a punto de estallar, pero indecisas de sobre cuándo
hacerlo. Era las dos pasado el mediodía, el momento en que el sol debería estar
dándoles puñetazos en plena cara, pero parecía a punto de anochecer. Icaro se
alegró de haber traído una campera (negra, por supuesto) porque la sensación
térmica era de un frío definitivo. Después de escuchar la bendición del padre y
que cada uno bajara las cabezas en un rezo colectivo, el rechinido de las
cintas bajando el ataúd fue el único sonido oído dentro del cementerio. Icaro
escuchó una inhalación mocosa y violenta a su espalda. Marta estaba rodeada por
un fuerte compuesto de sus hijas, hermanas y amigas. De su sombrero salía un
velo negro que volvía sus rasgos como los de alguien más joven, simulando
arrugas y el maquillaje que no podía dejar de correr sobre sus mejillas en un
constante intento por mantenérselas secas.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro empezó a perder de foco el hueco de tierra por donde
se sumergía la superficie de caoba clara. Se pasó la mano por el<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>rostro, esperando despejarse, y se cubrió la
boca, apretándosela. Una parte dentro de sí todavía se sentía en shock,
congelada e indiferente, mientras la otra quería gritarle a todo mundo y
desgarrar algo, causar un verdadero berrinche por todo lo alto porque no, todas
las partes coincidían, que todo, todo, era sencillamente una soberana mierda y
no era justo. Tomó unas cuantas respiraciones profundas y se irguió en su
posición. Fue entonces que lo vio, apoyando contra un árbol y fumando
tranquilamente. Estaba vestido de negro en lugar de los colores violentos punks
que tenía la primera vez que lo vio. La punta de su zapatillas con plataforma
golpeaba rítmicamente sobre el camino de piedra.</div>
<div class="MsoNormal">
Al verlo acercarse a su posición, desechó el cigarrillo casi
finalizado en un solo movimiento de índice experto. Quizá por considerarlo
irrespetuoso para la ocasión no se había arreglado el mohicano tan alto como
antes y en su lugar el cabello caía lacio por un lado de su cara. Parecía emo,
pero Icaro prefirió pensar que se trataba de una mera demostración de decencia
por su parte.</div>
<div class="MsoNormal">
-Lo lamento –dijo el chico con un leve gesto de incomodidad
en la boca.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Cómo sabías? –preguntó Icaro apenas detuvo sus pasos.</div>
<div class="MsoNormal">
El chico lo miró compungido. Sabía exactamente a lo que se
refería.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y bien? –insistió.</div>
<div class="MsoNormal">
-No sé –soltó el chico-. Vos has visto qué era ese lugar,
¿no? Yo trabajo respondiendo teléfonos.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sos adivino entonces –dijo sin molestarse en ocultar su
escepticismo y molestia.</div>
<div class="MsoNormal">
El chico desvió la mirada. Claramente no ignoraba a lo que
sonaba semejante declaración en el exterior para las personas ajenas a su
oficio.</div>
<div class="MsoNormal">
-Algo así. Vos me preguntaste por un tal Castillo y eso fue
lo me salió. Vi la noticia en el diario cuando mi papá la leía. </div>
<div class="MsoNormal">
-Aja –dijo Icaro-. Y te viniste aquí por eso, ¿no? Incluso
te arreglaste para la ocasión. Te felicito, en serio. No se ve tal
consideración con los extraños hoy en día.</div>
<div class="MsoNormal">
-Yo no sabía su apellido –se justificó el chico-. Llamaba
cada tanto. Has visto que el sistema te envía al azar a cualquiera de los que
están disponibles, pero el colgaba y volvía a llamar hasta que le tocaba
conmigo. Yo sabía que se llamaba Roberto, que estaba casado, hacía de detective
y ya. Él tampoco sabía mi nombre.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Por qué te llamaba a vos?</div>
<div class="MsoNormal">
-No sé –dijo el chico, sacando nerviosamente otro cigarillo
del bolsillo y encendiéndoselo. Icaro formó un gesto de desagrado que pasó por
completo desapercibido, pero que de todos modos ocultó de momento. Por ahora le
importaba un pimiento que no se cumplieran las leyes de no fumar hasta cierta
edad. Ese no era su trabajo-. La primera vez quiso saber no sé qué cosa de una
chica que había desaparecido y le dije lo primero que se me ocurrió, que habrá
sido que le ayudó porque volvió a hacerlo. Desesperado habrá estado entonces y
ya no le quedó de otra que recurrir a lo primero que pudiera. No había vuelto a
escuchar de él hasta que vos lo preguntaste y eso fue lo que vi.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿La chica Paraná? –preguntó, recordando el caso que había
resuelto el viejo a principios de año. En los primeros momentos se temió que
hubiera sido la tercera víctima del asesino de la carretera, pero al final el
viejo, contratado por la familia, averiguó que la chica en realidad se había
estado quedando en la casa del novio mayor de veinticinco años, con el cual la
familia ya había discutido en el pasado-. ¿Me estás diciendo que vos le ayudaste
en eso?</div>
<div class="MsoNormal">
-Creo –dijo el chico, aspirando del tubo en sus dedos-. No
me acuerdo bien. Después de eso siguió llamando –Elevó la mirada e Icaro leyó
culpa en su rostro-. ¿Vos crees que si te hubiera dicho de una cuál era la
noticia habría servido de algo? Yo sólo alcancé a leer el nombre y el lugar
antes de que mi papá pasara la página. Pero no sabía qué le había pasado o qué
tenía que ver una cosa con la otra. No le puse mucha atención. Antes no, pero
después sí, porque ya sabía.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro no acababa de entender de qué estaba hablando. Lo que
sí tenía claro era que no había acabado de hablar con ese chico. Era una pista
débil, la mención de una gasolinera, pero si el viejo había tenido éxito en el
pasado con ese chico, lo suficiente para querer utilizarlo en futuras
investigaciones e inclusive en esta nueva, no podía simplemente ignorarlo.
Suspiró mirando hacia atrás y vio que la reunión ya se estaba dispersando.
Ahora la familia de Marta volvería a la casa de esta. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Tienes cómo volver a casa? –preguntó suavizando la voz. </div>
<div class="MsoNormal">
Necesitaba la cooperación del chico. Este se encogió de
hombros.</div>
<div class="MsoNormal">
-Me vine en remis. Tengo plata para volver.</div>
<div class="MsoNormal">
-Si quieres te llevo –dijo-. Vos sólo decime dónde queda.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro esperó alguna salida sobre si no era un pervertido
buscando aprovecharse de él, en cuyo caso él se ofrecería a pagarle un nuevo
remis en el que los dos irían, o cualquier otra muestra de desconfianza
(razonable de todos modos), pero el chico pareció aceptar fácilmente la idea.
No creía que fuera nada tonto en realidad. Entendía que sólo se trataba de una
excusa para hablar más tranquilamente.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno –dijo, como resignándose-. Si vos quieres.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí –dijo Icaro, volviéndose-. Sólo deja que me despida de
la familia y nos vamos. Esperame en la fuente.</div>
<div class="MsoNormal">
La iglesia era justo el espacio entre la entrada del
cementerio y el cementerio propiamente dicho. Ahí la gente encendía las velas
por sus santos y se arrodillaba en los muebles acolchados de color bordo para
pedir por algo más de la paz mental que les estaba faltando. Cuando llegó hacia
ahí Marta ya se estaba levantando con la ayuda de una de sus hijas. Las risas y
los gritos de los más jóvenes se escuchaban desde el exterior y el aroma de las
flores que vendían en los puestos al lado se mezclaba con el de la cera
derretida.</div>
<div class="MsoNormal">
-Marta, me voy retirando –dijo llegando junto a ella-. Sólo
tengo que hacer una última cosa. Te voy a llamar mañana para ver cómo andas,
¿está bien? Y vos también llamame cuando quieras. Cuídate mucho.</div>
<div class="MsoNormal">
Le dio los cuatro besos en las mejillas frías. Se había
subido el velo para entrar y sin él se veía todo el peso de las sesiones de
llanto en los últimas horas- Ahora parecía ligeramente ida, como si simplemente
se hubiera quedado seca de lágrimas. A pesar de eso, la mano con que le apretó
el brazo en señal de gratitud era dura y firme. Icaro agradeció al cielo una
vez más que no tendría que estar sola. La familia era muy importante en esas
circunstancias.</div>
<div class="MsoNormal">
-Gracias por venir –dijo ella con voz aturdida y esbozó una
ligera sonrisa. </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro la besó otra vez y le dio un abrazo con palmada a la
espalda. Se despidió igualmente de las hijas antes de volver al cementerio,
encaminando sus pasos hacia la fuente de querubines. El chico ya estaba sentado
en el borde de cerámicos moldeados, jugando con los cordones de la zapatilla
subida a su rodilla.</div>
<div class="MsoNormal">
-Vamos –le llamó. </div>
<div class="MsoNormal">
La mayoría de los autos ya se habían retirado cuando Icaro
abrió la puerta de su vehículo para permitirle al adolescente entrar. Él se
acomodó detrás del manubrio y abrió las ventans inmediatamente después. Odiaba
el olor del cigarrillo que desprendía el otro. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Por dónde es? –inquirió.</div>
<div class="MsoNormal">
Marcos se lo dijo. Icaro conocía la zona. Hizo unos cálculos
rápidos. Sí, defintivamente tendrían tiempo suficiente. Salió del aparcamiento
y esperó a que se encontraran en la calle para hablar de nuevo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Entonces? –dijo, pensando que más le convenía ser
directo-. ¿Cómo es la cosa? Explicame cómo es eso de que ves el futuro.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Vos crees en algo de esto para empezar? ¿Alguna vez te has
sacado las cartas o algo así?</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Por qué? ¿También haces eso?</div>
<div class="MsoNormal">
-No, pero al menos si lo hicieras no creería que ya me tomas
por un loco y que no vas a tomar en serio un carajo de lo que te diga. Si ese
es tu caso ni me molesto en decirte nada. Nos ahorramos el problema de una.</div>
<div class="MsoNormal">
Le sonaba lo suficientemente razonable. Ciertamente no era
de esos excéntricos que había visto de las películas que estaban tan firmemente
convencidos de su valía que resultaban irritantes por su arrogancia, la única
versión de un adivino que alguna vez conociera. Bueno, eso era un problema
menos. Quizá realmente podrían hablar como dos personas razonables y llegar
algo con más sentido de lo que tenían ahora.</div>
<div class="MsoNormal">
-No, la verdad no –admitió-. Pensaba que el viejo tampoco,
pero si iba contigo pienso que habrá sido por algo. Él no era cualquier tarado
que se dejaba comer la cabeza por cualquier cosa. Además, sí adivinaste lo de
la gasolinera así que a lo mejor me puedas servir de algo a mí también.</div>
<div class="MsoNormal">
Al pronunciar esas palabras, Icaro estuvo seguro de que por
la ventana salieron corriendo sus expectativas en cuanto descubrió el número en
aquella libreta.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿A qué? En ningún momento has dicho para qué me andabas
buscando. Ya te dije todo lo que sabía. Más que responderle cuando llamaba por
teléfono no he hecho nada.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro esperó a que llegaran a una luz en rojo antes de
separar una de sus manos y ponerla a la espalda.</div>
<div class="MsoNormal">
-Decime cuántos dedos estoy sacando –dijo poniendo una nota
afable, lejos de acusatoria.</div>
<div class="MsoNormal">
-Me estás jodiendo.</div>
<div class="MsoNormal">
-No, en serio –insistió como si fuera nada más un juego-.
Decime cuántos dedos estoy sacando. Dale.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y qué si te lo adivino, eh? ¿Mágicamente vas a empezar a
creer y nunca más vas a tener dudas?</div>
<div class="MsoNormal">
No, pero sería un buen comienzo para siquiera considerar la
posibilidad.</div>
<div class="MsoNormal">
-Vos no te preocupes por eso. Decime.</div>
<div class="MsoNormal">
Una exagero bufido de irritación se dejó oír en el asiento
al lado.</div>
<div class="MsoNormal">
-Cuatro.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro sacó la mano. Sólo había plegado el pulgar. Volvió a
cerrarlos todos en un puño y lo ocultó en su bolsillo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y ahora?</div>
<div class="MsoNormal">
-Uno.</div>
<div class="MsoNormal">
Sólo el dedo meñique en alto. A la tercera iba la vencida,
así era el viejo dicho. Fiel a él, Icaro lo intentó una vez más.</div>
<div class="MsoNormal">
-Dale.</div>
<div class="MsoNormal">
-Nada. Ni siquiera abriste la mano. </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro volvió a colocar las dos manos sobre el volante
después de abrir una de ellas. Ignoró el ligero temblor. La luz se cambió a
verde, permitiéndole el paso libre. Marcos rezongó.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Quieres que te adivine los números de la lotería de paso?</div>
<div class="MsoNormal">
-A ver, dale, anotámelo <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>–dijo, forzando la sonrisa-. ¿Te sale hacer
eso?</div>
<div class="MsoNormal">
-Lo intenté una vez, ¿sabes? Pero resultó que no podía
cobrar la plata por mi cuenta y era chico, por eso no le había dicho nada a mis
papás todavía.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Ellos saben de qué trabajas?</div>
<div class="MsoNormal">
-Papá nada más. A lo mejor cree que estoy zafado de la
cabeza igual, pero mientras no sea un zafado que se haga daño o a los otros
está bien que al menos gane algo de plata propia. Mamá sabe lo del trabajo,
pero cree que me dan los guiones y todo es mentira.</div>
<div class="MsoNormal">
No la culpaba.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, como sea que sea –dijo, recuperando la calma al
enfrentarse a los hechos más apremiantes-, estoy ahora igual que el viejo. Acabo
de heredar el caso en el que estaba trabajando y mientras cuente con más
recursos, mucho mejor. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y para qué es esto? Digo yo, si se supone que te tengo que
ayudar y todo eso, mínimo tendría que saber para qué.</div>
<div class="MsoNormal">
Era verdad, no podía negarlo. El tema era que no sabía de
qué manera iba a reaccionar frente al hecho.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Has escuchado del tipo que anda dejando muertos en las
carreteras? </div>
<div class="MsoNormal">
-El fronterizo –dijo Marcos recitando el nombre que le había
dado la prensa amarilista y el que, por supuesto, era el más conocido por la
gente-. Che, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>pero si estás trabajando en
eso de una te digo que no tengo ni idea de quién es. El viejo ya me lo preguntó
y no saqué nada. Y no creas que no me gustaría ayudar, pero tampoco es algo que
pueda controlar. Si nada ha salido antes, nada va a salir siempre. Así es.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, con algo tengo que ganarme el pan yo –dijo, a
perfectas sabuendas de que nadie le había estado pagando al viejo para tomarse
semejantes molestias y nadie iba a pagarle a él por hacer lo mismo-. De todos
modos, nunca se sabe, ¿no? –Después de un rato se le ocurrió una pregunta-.
¿Siempre has podido hacer eso? ¿Incluso de chico?</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, incluso de chico –dijo Marcos y la nota de súbito
pesimismo en su voz le hizo saber que no estaba precisamente feliz al respecto.
</div>
<div class="MsoNormal">
-Se vuelve aburrido saberlo todo –comentó, imaginándoselo. </div>
<div class="MsoNormal">
Sin sorpresas, todo hecho como si fuera parte un guión
prescrito, la vidad de verdad podía tornarse de lo más insípida. </div>
<div class="MsoNormal">
-Yo no he dicho que lo sepa todo –recalcó Marcos con una
súbita dureza. Luego se inclinó contra el apoyabrazos de la puerta y se apartó
el cabello negro detrás de la oreja-. Ya me gustaría a mí.</div>
<div class="MsoNormal">
Entonces sacó el paquete de cigarrillo de su bolsillo y
empejó a separar uno, con el encendedor ya sujeto entre los dedos.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ah, no, aquí no –dijo Icaro-. Una cosa es fumar afuera, esa
es cosa tuya, pero dentro del auto no. </div>
<div class="MsoNormal">
Marcos giró los ojos ante eso, pero guardó el paquete de
todos modos. </div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, bueno, calmate. Tampoco es para enojarse.</div>
<div class="MsoNormal">
-No, sí es para enojarse. Mi viejo se murió gracias a esa
mierda. Y vos también te vas a morir si sigues fumándola a cada rato. Encima
que no aguanto el puto olor.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, perdón –replicó el chico, exasperado, y luego, como
si se lo pensara mejor, en tono más suave-. En serio, perdón. No sabía. Haberlo
dicho antes vos.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro chasqueó la lengua, molesto consigo mismo por
semejante reacción. Pero es que le irritada toda la idea. Tan jovencito y
poniéndose esas porquerías venenosas adentro a voluntad. Porque le daba un
bienestar pasajero que se cobrara su precio cada vez. </div>
<div class="MsoNormal">
-Es que ya te he dicho, eso es cosa tuya. No me molesta que
la gente fume en general, cada uno es libre de hacer lo que quiera. Lo único
que te pido es que no lo hagas en mi cara y me obligues a aguantármelo.</div>
<div class="MsoNormal">
-Bueno, ya estuvo –concilió el joven, otra vez harto,
mirando por la ventana-. Dobla por aquí.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro dobló. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Entonces? –preguntó.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Entonces qué? </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué dices sobre ayudarme? Con mucho o poco, cualquier cosa
es mejor que nada.</div>
<div class="MsoNormal">
-Al tipo lo mató el fronterizo también, ¿no? –dijo Marcos de
repente, pasado un tiempo de silencio.</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro ni siquiera se sorprendió. Sólo era cuestión de sumar
dos más dos. Lo único que para lo que serviría su respuesta era para acabar de
confirmar lo sabido.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí. </div>
<div class="MsoNormal">
-Así que lo tuyo ya es una especie de vendetta, ¿no?</div>
<div class="MsoNormal">
-No –se dijo, aunque sabía que más deseaba mentirse a sí
mismo que al joven. </div>
<div class="MsoNormal">
No lo consiguió. Ni siquiera podía pensar en la voz fatigada
de Marta por el teléfono y la manera en que su voz se resquebrajó justo después
de pronunciar las palabras necesarias, teniendo que recurrir a una de sus hijas
para decirle que hablarían más tarde. El llanto de las personas mayores podía
ser más desgarrador que el de cualquier niño, por tanto eran ese sonido de
destrucción interna, de una devastación tan grande que apenas conseguía abrirse
paseo hacia el exterior y cuando lo hacía era ese cuentagotas incesante,
sumando poco a poco las penas.</div>
<div class="MsoNormal">
-Nunca me respondiste lo que te pregunté allá en el parque –recordó
de pronto Marcos, volviéndose hacia él. </div>
<div class="MsoNormal">
Su mano golpeaba rítmicamente la puerta.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué cosa? –preguntó, porque la verdad no lo recordaba.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Crees que si te hubiera dicho todo lo que vi de la noticia
podría haber servido de algo? </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro consideró sus opciones. Podía mentirle y decirle que
no se preocupara, que seguramente lo hecho, hecho estaba y ninguna palabra de
adivino iba a cambiarlo. Después de todo, el viejo ya habría estado muerto para
entonces. Pero el chico había sido sincero, por lo menos que él pudiera decir,
y si iba a necesitar su ayuda en el futuro lo último que quería era empezar a
verlo como ese niño idefenso que necesitaba ser tratado con guantes de seda. Una
vez que empezara iba a ser muy difícil de parar.</div>
<div class="MsoNormal">
-A lo mejor –dijo, manteniendo los ojos en la calle-. Si
hubiera sabido dónde era el sitio podría haber llamado a unos amigos y preparar
una redada para cuando el asesino se presentara a dejar… -Le costó decirlo,
pero finalmente lo hizo- el cuerpo. Por ahí habría quedado flotando la duda
sobre cómo sabía que iba a estar ahí en primer lugar, pero frente a una captura
así a nadie le habría importado mucho –De pronto se dio cuenta de lo que
realmente estaba haciendo. ¿En serio pretendía hacerlo? ¿Echarle la culpa a un
jovencito? Cerró los ojos, molesto consigo mismo-. Olvídalo, no dije nada.
Igual no sé cómo los habría convencido de quedarse toda la noche esperando por
algo que ni siquiera yo creería que iba a pasar. Pero bueno… todavía se puede
hacer algo y eso es lo que importa. Se puede hacer algo todavía para detener al
loco ese.</div>
<div class="MsoNormal">
Esperó que el joven no le preguntara el qué. Esperó que no
fuera realmente de los que necesitaban los guantes de seda.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y vos crees que yo puedo ayudar? –preguntó tras unos
segundos.</div>
<div class="MsoNormal">
Otra luz roja. Icaro se giró para verle tras detenerse.</div>
<div class="MsoNormal">
-Espero que puedas –dijo Icaro con seriedad-. Lo que es yo
me importa un carajo si sos adivino, lees las cartas o qué sé yo. Eso no me
importa. Lo que yo sé es que si le has acertado una vez, le puedes acertar
otras y cualquier ayuda sería buenísima en este momento. Si ves una cara, un
nombre o lo que sea que funcione contigo en un caso así, avísame. Es más –dijo,
de pronto ocurriéndosele-, necesito tu número de teléfono también para tenerte
agendado. No el número de donde trabajas porque ni en pedo me voy a pasar la
vida ahí esperando a que me den contigo, sino el de tu celular. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Te das cuenta de que en realidad nunca me probaste a mí que
eras un detective de verdad? ¿Cómo sé yo que no sos un viejo verde queriéndose
ligar a un jovencito?</div>
<div class="MsoNormal">
Icaro casi se rió.</div>
<div class="MsoNormal">
-Tengo 28 años. Todavía no llego a viejo. Y si quieres ver –se
removió en el asiento y sacó su billetera con la placa mandada a hacer-, aquí
está. Pero si no mal recuerdo vos fuiste el que se largó corriendo como un
ladrón apenas me vio. ¿No te dijo alguna de tus visiones lo que yo era?</div>
<div class="MsoNormal">
-Esto fue lo que vi –dijo Marcos como si acabara de confirmarlo,
después de echar una larga mirada a la placa. Icaro se la guardó dirigiéndole
una expresión que pedía aclaración-. Apenas te vi la cara vi también tu
identificación y la placa. No es como de las películas.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Como viste la noticia de la gasolinera?</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí. A veces ni me doy cuenta de qué se supone que estoy previendo
hasta que ya ha pasado –Marcos agitó los hombros y miró por la ventana-. Peor
que no saber nada es saber apenas un poco y mal. </div>
<div class="MsoNormal">
La última vez que había escuchado semejante frase había sido
en la secundaria, de boca de una profesora que regañaba a la clase entera por
las notas desaprobatorias en el examen. Decía que siempre era mejor desaprobar “honradamente”
que matarse inventando tonterías que ni venían al caso. Pero hasta ahora el
chico no se había inventado nada.</div>
<div class="MsoNormal">
-Es aquí en la esquina –le indicó señalando por la ventana. </div>
<div class="MsoNormal">
-Tu número –le recordó Icaro-. De tu celular, para no
molestar a tus padres. </div>
<div class="MsoNormal">
Sacó su libreta y se la pasó junto a la lapicera. Marcos
mostró un poco de reticencia todavía, pero acabó aceptándolo y anotando en
grandes y delgados caracteres sus datos básicos. </div>
<div class="MsoNormal">
Después de lo dejó encima del salpicadero, procediendo a
salir del vehículo. Icaro se inclinó sobre el asiento y le habló por la ventana
abierta.</div>
<div class="MsoNormal">
-Va a ser un placer trabajar contigo –le dijo, poniendo una
nota de humor.</div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, ya te voy a cobrar y pedir un aumento –respondió Marcos,
sin sonreír, sacando la llave de su casa. </div>
<div class="MsoNormal">
Icaro se quedó a ver cómo entraba. Luego se retiró. De vuelta
a no tener nada definitivo sobre lo cual trabajar.</div>
<div class="MsoNormal">
Capítulo 3</div>
Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-58388123631390870752014-11-02T00:03:00.000-07:002014-11-02T00:03:03.572-07:00Mil veces déjà vu. 1<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt3Ov8PLbUzZ7H0Wp5sMkskYUE5wn40NvsQ9IUp7W6Q36FG6BYTR_w8bHkMExQ0Z4qLKI5GJmdNRP0iFdgwwVXhsWzqZ06-z3CW29tNT3YuILMgssz3JoO1z2zW5xH5rgnrxin798x-AFv/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<strong>Género:</strong> homoerótico.<br />
<br />
<strong>Resumen:</strong> Hay un asesino suelto por Argentina. Cuando
su tutor muere por causas desconocidas, el detective privado Ícaro no
tiene más opción que recurrir a las fuentes de información del mismo
para descubrir lo sucedido. Lo que menos se esperaba era que su elemento
más valioso, aquel del que nadie sabía, se tratara de un jovencito que
atendía el teléfono a través de una línea para adivinos. Incrédulo, pero
resignado, el detective intentará averiguar qué había llevado al viejo a
recurrir a supercherías de las que nunca se había mostrado creyente
antes. Las respuestas podrían ser mucho más complicadas de lo que podría
imaginar.<br />
<br />
<blockquote>
“There´s always a lighthouse. There´s always a man, there´s always a city.”</blockquote>
(Bioshock Infinite, 2013)<br />
<br />
<strong>Primera parte</strong><br />
<br />
<em>Camino al sol</em><br />
<br />
<strong>Capítulo 1</strong><br />
<br />
<a name='more'></a><br />
Icaro toqueteó la rueda del manubrio del automóvil y suspiró, mirando
hacia un costado. El reloj del salpicadera era puro naranja y negro. Las
líneas formaron números informándole que ya llevaba diez minutos parado
ahí, sin hacer nada. En el asiento al lado llevaba su libreta con el
recorte de la noticia que había sucedido hacía un par de días, arrancado
sin la intervención de tijeras. Esta vez unas estudiantes francesas
habían sido la afectadas. Sus otras pertenencias, como billeteras, las
mochilas que llevaban, celulares y hasta lentes, habían desaparecido de
la faz de la tierra, pero ellas todavía llevaban la ropa con que se las
viera por última vez hacía una semana. Ropas que se notaban habían
sacadas, lavadas y vueltas a poner. La marca en los hombros indicaban
una clara relación con el mismo método de las apariciones morbosas que
llevaban pasando desde hacía meses. Tres cortes simples que iban
paralelo hacia los homoplatos y luego se detenían a medio camino. Con
ellas la cifra de víctimas subía a catorce pero todavía podía ser más,
dada la completa naturaleza azarosa con la que los encontraban.<br />
Tres semanas, se recordó de nuevo. Tres semanas desde que el
detective privado Roberto Castillo se esfumó trabajando en el mismo
caso. Tres semanas en las que el viejo señor podría haberse caído de un
infarto al corazón dando una caminata y luego encontrado por gente
malintencionada para hacer quién sabe qué con el cuerpo, tres semanas de
noticias sin llegar, de nada sabido y sólo el auto vacío encontrado al
lado de una carretera fronteriza con Tucumán. Tres semanas en la que
podría haber pasado de todo, incluso secuestro alienígena, pero más
probable (y horrible) fuera que el mismo tipejo que ahorcó a las
francesas lo estuviera almacenando para hacer algo mucho peor con él. Si
es que el descubrimiento de aquel guardia de seguridad debía ser
indicador de algo, definitivo sería que este criminal sentía un especial
placer en denigrar a los representantes de la ley. ¿Y por qué no? Ellos
eran la molestia que pretendían arruinarle la diversión.<br />
Eso debería ser lo que pensara. Debería sentarse en su propia casa y
esperar las noticias de que por fin lo han encontrado, y en su mente
racional la idea abstracta no tenía ningún problema en asentarse, pero
una parte de él todavía aguardaba una llamada, un correo diciendo que el
viejo estaba harto de todo y había decidido mandarlos a la mierda, a
él, a la modesta agencia de detectives que había fundado, todo, para
irse a disfrutar de su jubilación como un viejo soltero al lado de una
pileta en Buenos Aires, castigando el hígado por una margarita.
Horrible, egoísta y todo, prefería semejante locura a la opción.<br />
Miró hacia la casa frente a la cual se había estacionado. Pequeña y
de piedra pintarrajeada, ventanas grandes con las persianas cerradas. Un
jardín delantero con el bastante espacio para poner un pelopincho
durante el cumpleaños de los hijos y nietos, como atestiguaban cada
album de fotos. La reja negra y con algunas manchas de óxido haciendo de
guardián a los dominios de los Castillo. Adentro se encontraría la
señora teniendo todavía menos ideas que él y padeciendo la fuerza de la
incertidumbre con una potencia que apenas si podía imaginarse.<br />
Sabía exactamente por qué miraba y no hacía nada más. Se sentía como
una rata, avergonzado de tener que venir a arruinar lo que debería ser
un período de adaptación para tirar todavía más piedras a la balanza.
Tomó aire y se dijo que era lo que habría hecho el viejo. Salió, estuvo a
punto de tropezarse con la vereda y caminó hacia el intercomunicador.
Presionó el botón rojo.<br />
-¿Hola? -dijo una voz femenina.<br />
-Marta, soy Icaro -respondió, irguiéndose-. ¿Puedo pasar?<br />
-Claro, claro, ya te abro.<br />
Un ruido chirriante después Icaro supo que podía abrir la reja sin
problemas. Antes de que llegara hacia la puerta principal esta ya se
había abierto y Marta ya estaba ahí, sonriendo con todas sus arrugas. Ya
se le empezaban a notar de nuevo las canas debajo del rubio opaco, pero
ella continuaba luciendo el mismo maquillaje suave e impecable que
hacía a su esposo decir que su mujer era una verdadera dama. Viéndola,
no costaba nada imaginar cómo sería en su juventud y tratándola todavía
menos deducir por qué alguien se quedaría prendado de ella. Los primeros
días ella le había estado llamando casi a diario en busca de una
respuesta que él no tenía de dónde sacar. Se había detenido sólo
momentos antes de que encontraran a las francesas. Icaro esperó que
volviera a contactarlo, pero, por lo que había oído de sus colegas, sus
hijas venían con la familia ahora a hacerle compañía así que tal vez
había estado lo bastante ocupadas con ellas.<br />
Después de los dos besos en cada mejilla (una costumbre agarrada en
un viaje a algún lado de Europa durante su juventud), la señora abrió
los brazos en dirección a su sala. Icaro vio que en la mesita del
comedor había una caja de lapices de colores abiertas y varios papeles
ya pintados, algunos convertidos en bola por el piso. En la mesa más
grande se alzaba un termo con stickers infantiles junto a un par de
mates cubiertos de cuerina. La bolsa abierta de bizcochos y la mermelada
abierta daban una imagen cotidiana de una tarde normal.<br />
-Provecho -dijo, volviéndose-. Perdón por la molestia.<br />
-Ah, no, no te hagas problema. Las chicas han venido con sus nenas
pero han salido al súper a comprar unas cosas. Si quieres toma algo,
tenemos de sobra aquí. ¿Un mate? Tenemos normal y con juguito aquí.<br />
-No, gracias, ya me he llenado en casa -En verdad no le entraba nada
al estómago. Menos con el humor apaciaguado que mostraba la señora,
aunque no tenía idea de cómo habría sido de presentarse de cualquier
otro modo-. Che, pero me preguntaba ¿te molesta que vaya a revisar unas
cosas en el estudio de Roberto?<br />
La sonrisa de Marta cayó y una mirada atenta reemplazó la mera cordialidad de antes.<br />
-¿Has encontrado algo nuevo?<br />
La misma cuestión, la misma respuesta.<br />
-No, lo lamento -dijo. Siempre le caía mal pronunciar esas tres
palabras-. No, vengo para ver por si las dudas él tenía algo que me
podía ayudar. Cualquier cosa sería mejor que nada ahora.<br />
Marta asintió y frunció los labios. Le habían interrogado, le habían
preguntado, reporteros le habían puesto micrófonos a centímetros de la
cara para ser repelidos por la materialidad de la reja, su cara se había
presentado en los medios pidiendo que por favor, si alguien tenía
alguna noticia, la llamara. Ahora sólo le quedaba resignarse y esperar,
esperar, esperar, a que la incompetencia ajena acabara acertándole como
un reloj descompuesto.<br />
-Está en el fondo del pasillo a la izquierda -dijo la mujer y se
encaminó hacia la mesa, en frente de la televisión donde pasaban una
novela brazileña doblada al castellano.<br />
Icaro ya conocía el camino. Habia venido antes a comparar notas o a
veces sólo para celebrar por los pequeños casos que habían dado por
terminados. Pero de alguna manera se sentía completamente diferente sin
la presencia del viejo liderando el camino, su amplia cintura casi
tocando los dos lados del pasillo al mismo tiempo. La puerta estaba
cerrada y, tal como se imaginaba y comprobó una vez encendió las luces,
completamente limpia. En espera de su marido, la señora Castillo había
mantenido las hojas para imprimir al lado de la impresora, la silla
justo debajo del teclado encima del escritorio y, en general, las
superficies libres de polvos, como si ya no faltara nada para que el
legítimo dueño viniera a ocupar el espacio. Icaro empezó a buscar en los
cajones.<br />
Una cosa era la computadora, justamente usada más que nada con fines
de investigación en temas variados o sólo para mantenerse actualizado en
los diarios virtuales. Otra completamente diferente eran las cajas y
cajas de puras libretas y cuadernos que el detective, ex policía,
mantenía almacenadas. Datos, ideas, relaciones. Cualquier cosa que al
viejo le sonara remotamente posible tener alguna relación con el caso en
el que estuviera trabajando, de inmediato era registrado. La división
de los casos era reconocible por alguna marca en la portada que el viejo
le pusiera. Para este de robo, un “ladrones” escrito a marcados negro,
por ejemplo. Y para el caso actual, aquel que más coco le había estado
devorando desde principios de año, un “loco de mierda” bastante personal
servía como señal de anuncio.<br />
En esa colección se dividían entre cuadernos universitarios, una
carpeta con folios llenos de las noticias imprimidas o sacadas de los
diarios, libretas pequeñas de fácil transporte en un bolsillo donde más
que nada se concentraban las inspiraciones repentinas y una agenda de
teléfono especial con sólo los nombre relacionados de momento. Icaro
pensó que si quería dar un repaso por la investigación llevada a cabo
por el viejo, esa última fuente de conocimiento debería ser lo más
rápido de revisar en el acto. La mayoría de los nombres ya los conocía o
los había oído antes ser pronunciados por el viejo. Los números de las
familias de los desaparecidos hasta el momento, el número de los
desaparecidos (a saber para qué), los contactos que tenía en la policía,
la morgue, los hospitales… Todo bastante corriente, excepto por el
único nombre puesto bajo la M.<br />
“Marquitos (fuente)” seguido de una dirección y un número de teléfono
que en su vida había visto. Eso era todo. No aclaración de fuente de
qué era, nada sobre la materia en la cual era experto, ni una mención
donde trabajaba, cero. Las otras fuentes tenían semejantes datos
embutidos dentro del parentesis que le seguían a su nombre, menos el
marquitos este. Escuchó voces de niñas gritando y mujeres riéndose entre
sí venir desde el comedor.<br />
Tenía la opción de imponer su presencia dentro de la casa en la que
se desarrollaba una reunión familiar en lo que obviamente debía ser un
difícil momento o se llevaba una parte del miembro faltante para
someterlo a un cruento estudio en su propio hogar. La segunda era la
menos inconveniente para todos, de modo que movió la cinta de hilo hacia
la m para marcarla y volvió a guardar el resto de las notas en su caja
original. En el comedor las niñas jugaban ahora a crear pelotitas de
papel que se tiraban la una a la otra desde lados opuestos de la
habitación, mientras las dos hijas mayores, una cargando a un bebé,
ponían en las sillas las bolsas del supermercado y se quejaban a su
madre de la humedad afuera.<br />
-Disculpen -dijo y la conversación se detuvo. La única hija que había
conocido en el pasado, Amelia, lo miró con los ojos abiertos y dio un
respingo. Por un momento pensó que iba a preguntarle si tenía noticias
de su padre, pero debió entender pronto que de ser así su mamá le habría
dicho nada más llegar, por lo que cerró la boca-. Buenas tardes.<br />
-Ah, chicas -dijo Marta como si recién se acordara, la sonrisa
todavía presente en los labios. Parecía mucho más confiada rodeada de la
familia, lo que siempre era una buena señal-. Este es Icaro, trabajaba
con Roberto en la agencia. Él sólo venía a ver unas cosas en el estudio.<br />
-Hola -dijo Amelia, yendo a darle los cuatro besos reglamentarios.<br />
-Hola -dijo la otra hija mayor, chocando las mejillas más que los labios-. ¿Cómo andas? Soy Teresa.<br />
-Mucho gusto. Eh, Marta, ya terminé. Sólo quiero llevarme una caja
para ver lo que él tenía, si no te molesta -agregó de último por
consideración.<br />
Marta tomó un sorbo largo del mate y le apuntó con un dedo indolente.<br />
-¿Te parece que eso te va a servir? ¿Necesitas ayuda con eso?<br />
-No, no, por favor. Sigan merendado tranquilas. Yo puedo llevarlos
sin problema al auto -dijo, a la vez que tomaba la caja de cartón bajo
el brazo y se erguía. No era tan pesada como otras que había visto, pero
sí le hizo pensar una vez más en lo fácil que habría sido cargar un
simple pendrive. El viejo toda la vida había dependido de anotadores y
no había a cambiarlo sin importar la conveniencia de ello.<br />
Una de las hijas se sentó a la mesa mientras la otra se acercó a las
niñas para decirles que fueran a lavarse las manos, que ya estaban las
facturas para comer. Marta se levantó para abrirle la puerta y
mantenérsela mientras salía. En cuanto Icaro se encontró completamente
en el exterior, la mujer le tomó del brazo y acercó su rostro al de él.
Icaro tuvo que inclinarse y sentir el perfume suave que salía de su
piel.<br />
-Llámame cualquier cosa que averigues –le pidió, acelerada.<br />
-Apenas tenga algo –le prometió Icaro y le gustó la pequeña sonrisa que consiguió de la mujer.<br />
No le dijo que tuviera cuidado. Ella había visto los años suficientes a
su marido ser absorbido por el trabajo para saber que tales palabras en
realidad no servían de nada, excepto para permitir que su propia
preocupación creciera con el poder de vocalización. Era prácticamente un
encantamiento, una manera segura de arruinarle el caso a alguien. Se
despidieron el uno al otro e Icaro esperó a que volviera a sonar el
chirrido para dirigirse a su auto. Colocó todo en la parte trasera y
condujo.<br />
—<br />
El código del número no lo reconoció. Mientras esperaba a que la llamada
se conectara y le atendieran, Icaro continuó buscando entre las
distintas notas que había llevado a cabo su maestro, desoyendo cada
consejo que le dieron sus colegas. Eso mismo estaba haciendo Icaro.
Desde que ellos habían decidido desligarse de la policía para crear su
propia agencia de detectives, lo más en que trabajan era casos de robos o
infidelidades maritales. Sin tener que apoyarse en la ley podían por un
lado actuar más libremente, pero el precio de la libertad incluía una
gran vulnerabilidad y así la mayoría de ellos aceptaban trabajos de bajo
riesgo como ellos. Sólo el viejo había sido lo bastante osado para
pretender descubrir a un asesino serial que mantenía a la provincia en
vilo en tanto que, de momento, lo único que tenían claro acerca de su
modus operandi era que no tenía uno discernible en cuanto a la elección
de sus víctimas.<br />
La primera había sido una nena de catorce años de un buen barrio a la
cual sus padres habían armado todo el ruido posible a fin de que se la
devolvieran. Un mes más tarde la encontraron en la carretera en
dirección a Córdoba, sólo a un lado, tirada como una vieja muñeca que
nadie quisiera. Estaba desnutrida, pero la causa de la muerte fue
claramente el disparo en su frente en medio de los ojos. Se calculaba
que por lo menos había sido unas horas desde el momento de su muerte y l
momento en que fue abandonada, lo que quería decir que el asesino
recurría a un sitio donde mantener a sus víctimas para desgastarlas
antes de sencillamente deshacerse de ellas. Metódico, frío, impersonal.
Lo mismo respecto a los siguientes, cuyo número ya pasaba de la docena e
iba desde la adolescencia hasta hombres tan viejo como de cincuenta
años. Desde todos los estratos sociales y las condiciones más variadas,
lo único que tenían en común era la manera en que acababan e incluso eso
podía variar. Dos víctimas habían sido descubiertas con un par de días
de diferencia, tres salieron en tres miércoles seguidos.<br />
Se podía saber que el asesino recurría a un sitio privado en el cual
podía hacer y deshacer lo que fuera, adonde el escape era imposible.
Aparte por las marcas de los hombros, el disparo y el desgaste del
cuerpo, los cuerpos no presentaban más evidencias físicas de lo que les
había sucedido durante su encierro. La pista más concluyente que el
viejo pudo deducir fue que el lugar debía estar bien asegurado y además
ser resistente, por cuanto una de las víctimas tenía el hombro torcido,
seguramente por golpear repetidas veces contra una superficie dura.<br />
Alguien contestó del otro lado. Una voz femenina suave e incitante
comenzó a recitar lo que parecía una línea aprendida a la perfección,
poniendo el acento justo donde necesitaba ponerlo.<br />
-Gracias por llamar a la línea de adivinación Casa de cristal, donde le
revelamos los secretos más profundos del futuro y le ayudamos a seguir
adelante con su presente para que sea el regalo que usted se merece. En
cualquier momento le pasaremos con uno de nuestros adivinos certificados
para responder a cualquier duda que usted pueda tener. Tome en cuenta
que siempre que quiera puede enviarnos un mensaje de texto a este mismo
número o un correo electrónico a la siguiente dirección…<br />
Icaro no lo entendía. Comparó el numero en la pantalla y el anotado en
la agenda con los trazos pequeños y gruesos del viejo, viendo que ambos
coincidían a la perfección. Sólo la curiosidad le detuvo de colgar en el
acto.<br />
Unos segundos más tarde de escuchar lo que le pareció “Ojos” de Shakira volvió a conectarse y otra voz femenina le atendió.<br />
-Buenas tardes, señor. Mi nombre es Abigail. ¿Tiene alguna duda para mí?<br />
Por un momento a Icaro se le ocurrió hacer el mismo chiste aburrido al
encontrarse con una adivina sobre “¿no deberían tus poderes ya habértelo
dicho?” y en su lugar preguntó.<br />
-Disculpe –dijo, tratando de no expresar toda su incredulidad-, pero ¿trabaja ahí alguien llamado Marcos? ¿O Marquitos?<br />
-¿Pregunta acerca de un Marcos? ¿De eso es lo que quiere saber, señor?
–dijo ella empleando un tono comprensivo y edulcorado. Icaro pensó que
debían haberla entrenado para hablar a los “clientes” así sin importar
lo que estos le dijeran. Eso podía salir a su favor-. ¿Ustedes eran muy
cercanos? Necesito saberlo para conocer el alcance de las ondas entre
ustedes…<br />
-No, no me refiero a eso. Pregunto si ahí trabaja alguien que se llama Marcos o Marquitos. Necesito hablar con uno así ahí.<br />
Unos segundos de silencio por parte de la empleada. ¿Tendría que hablar con el jefe?<br />
-Lo lamento, señor, pero aquí todos los adivinos son anónimos del mismo modo que usted lo es.<br />
“Y por eso es que tienen mi número registrado en sus computadora junto a
mi dirección y haciendo quién sabe cuánto embole para quitarme no sé
cuánta plata con cada minuto que pasa”, pensó sin pronunciar una sola
palabra. Necesitaba las respuestas de esa mujer, para variar, y desde
hacía tiempo había aprendido que había un tiempo y lugar para soltar la
cruda verdad y para ser complaciente.<br />
Pero si por razones de contrato de una ella se hallaba incapaz de decirle nada, por teléfono no iba a conseguir nada.<br />
-¿Quiere saber su fortuna en el amor, señor? ¿Quizá si algún día va a
encontrar a la mujer que usted se merece o cómo saldrán sus futuras
relaciones? ¿Quizá su fortuna respecto al trabajo?<br />
-Estoy bien, gracias. Chau.<br />
Colgó de inmediato y se pasó la mano por la coronilla revuelta. Eso
ciertamente había sido inesperado. ¿Qué iba a querer el viejo con un
número de adivinos por teléfono? ¿Para qué lo pondría como una fuente?
Sabía que en momento de desesperación alguien podía hacer que nunca
podría haber imaginado antes, pero de las cosas que concebía haría el
viejo sería saltarse un par de noches de sueño o incluso meterle unos
billetes al bolsillo más conveniente a su disposición, pero no recurrir a
adivinas. O adivino, si el nombre le quería indicar algo.<br />
Trató de pensar en alguna situación en la que podría haber interpretado
una creencia en lo sobrenatural por parte de su mentor, pero estaba
completamente vacío a ese respecto. Ni siquiera creía que el viejo
alguna vez se pusiera a hablar acerca del horoscopo. Y para contarlo
como fuente en un caso tan importante debía ser algo. Algo, aunque no
tenía idea del qué.<br />
Tendría que ir directamente a acararse las verdaderas preguntas que tenía.<br />
–<br />
El edificio era una pequeña construcción de un piso al lado de la
entrada de Quimsa, atrapado entre ella y una tienda de lámparas. Pintado
de modesto beige, absolutamente nada parecía indicar la clase de
negocio que llevaban a su interior. Icaro presionó el timbre debajo del
número del edificio y esperó unos minutos que se le hicieron demasiado
largos.<br />
Una mujer le abrió. Parecía tener sólo unos veinte años, morena y el
cabello sujeto por un enorme broche con marchas por donde se veía el
metal debajo de la pintura. Una remera sin mangas y unos jeans componían
la sencilla vestimenta. Informal, cómoda, pero todavía decente.<br />
-¿Sí?<br />
-Hola –dijo Icaro, tratando ver más allá de ella. Estaba oscuro en el
pasillo y la mujer tenía la puerta lo bastante cerrada para permitirle
una vista más cómoda-. Buenas tardes, señora. ¿Sería posible que hablara
con la encargada de la línea de adivinos que opera aquí?<br />
-¿Para qué? –preguntó ella.<br />
No estaba especialmente recelosa ni desconfiada, sólo curiosa por descubrir sus intenciones.<br />
-Mi nombre es Icaro Stefanes y soy detective privado –dijo,
presentándole su placa oficial de la agencia Las Flores junto a la
identificación con su fotografía y descripción básica-. Necesito hablar
con la o el encargo de la operación.<br />
Ella miró por encima la placa de chapada en dorado, captando lo
suficiente para saber que era oficial y lo más conveniente para ella en
el momento era hacerle caso. Ella expiró una modesta cantidad de aire
como si fuera algo más que tendría que aguantar y se apartó, dándole el
paso. Adentro estaba fresco por acción de algún aire acondicionado que
todavía no podía ver y la luz venía exclusivamente de los focos
alargados en el techo. No se habían molestado especialmente en la
decoración, imperando el beige, blanco y un poco de rojo en lo que
parecía una simple sala de espera de lo que podría ser la sala en la
casa de alguna viejita.<br />
-Siéntese, ya la busco –dijo la mujer señalando los asientos de miembre con almohadones en blanco y negro.<br />
Icaro la obedeció, mirando alrededor. Todo ahí gritaba a una modestia
bien intencionada o al menos esa era la impresión que recibía. Eran
nuevos, a juzgar por la pureza de la pintura y las marcas del yeso
todavía visibles en el techo. Los muebles se sentían todavía algo duros
por la falta de uso. No tenían mucho dinero y las revistas en las
mesitas en frente de él eran de por lo menos cinco años más algunas un
poco más modernas. En las paredes habían puesto pinturas
tradicionalistas con un gaucho subido a su caballo en dirección al
atardecer rojizo. Al lado de cada puerta colgaba un tejido con un diseño
tradicional en vivos colores. De una de ellas salió una mujer de
cuarenta años, por lo que podía calcular, que estaba vestida en los
mismos tonos del edificio con un pantalón plisado, una camisa blanca y
del pecho colgando un collar hecho de cuencas de madera simulando la
forma de elefantes hindúes.<br />
-Buenas tardes, señor –dijo yendo por delante con la mano. Icaro e la
estrechó y sintió su firme agarre, la mirada directa y la pequeña
sonrisa de autocomplacencia mientras le decía su nombre-. ¿En qué puedo
ayudarle?<br />
-Sólo necesito hablar con uno que creo que es uno de sus empleados. ¿Le suena de algo uno que se llama Marcos?<br />
-¿Tiene alguna orden de registro?<br />
Icaro frunció el ceño.<br />
-No. Esto es una investigación privada, señora. Sólo quiero hablar con este empleado sobre un caso en el que estoy trabajando.<br />
-Lo lamento, señor, pero aquí valoramos el anonimato de nuestros empleados aquí.<br />
-Lo entiendo, pero necesito hablar con este empleado en especial. Con
suerte sólo van a ser unas preguntas sencillas y habré terminado. Ni me
van a tener que ver de nuevo ni la molestaré.<br />
La sonrisa de la señora no se movió ni un centímetros. Lo mismo podía
haberle dicho que tenía una picazón en el hombre. Le importaría igual.<br />
-Lo siento, pero sin orgen de registro preferiría no dar datos personales.<br />
Icaro pensó que eso era una genuina estupidez. ¿Qué se creía esa señora
que protegía? ¿Una gran operación de negocios millonaria? Pero no, la
mujer tenía derecho a protestar. Tenía derecho a defender el derecho de
sus empleados a mantener sus identidades en el anonimato.<br />
-Entonces no tengo nada más que hacer aquí, ¿no?<br />
-Y si no tiene la orden de registro legalmente yo no puedo…<br />
-Entiendo –dijo Icaro, obligándose a ser cordial aunque más bien se
sentía frustrado. Ni siquiera tenía claro qué podría sacar hablando con
el tal Marquitos. No podía ser mucho más persuasivo si él mismo no
estaba seguro de por qué quería hablarle. Más que nada deseaba averiguar
qué podría haber llevado al viejo a querer tomarlo por fuente y una
fuente privada, propia, por si fuera poco. Bueno, eso último no era
misterio después de conocer para adónde iba el número-. Si cambia de
opinión o yo qué sé, llámame, ¿sí? Creo que ustedes ya tienen mi número.<br />
-Sí –reconoció la mujer con simpleza-. Por favor, no dude en llamarnos si tiene alguna otra duda con la cual podamos ayudarle.<br />
-Gracias, lo tomaré en cuenta.<br />
Icaro salió detrás de la puerta que la joven mantuvo abierta para él. ¿Y
ahora qué se suponía que hacía? El cielo ya presentaba el color
anaranjado del crepúsculo. Una sentimiento de derrota le pesó en los
hombros. Tendría que llamar día perdido a aquel. Y cada día perdido era
otro día en el cual sólo podía quedarse inmóvil mientras la
incertidumbre lo consumía.<br />
Detrás de él se abrió la puerta. De inmediato escuchó un tema musical
opacado, como lo que se oía cuando alguien usaba auriculares pero tenía
la música a un volumen en lo absoluto recomendable para los oídos.
Consideró familiar la melodía antes de girarse a ver sobre su hombro.<br />
Era un adolescente con un mohicano de pelo castaño claro elevándose como
la cresta de una gallina, los mechones cayendo por un costado del
rostro. Él lo miró a su vez, ya que sólo faltó un paso para que los dos
chocaran uno contra el otro. El incidente podría no haber tenido ningún
significado especial de no ser porque Icaro porque lo vio al otro
fruncir en ceño, primero en extrañeza, y luego abrir los ojos en un
patente reconocimiento. Reconocimiento y temor. Por un momento miró
hacia los lados sin tener idea de qué hacer y finalmente se decidió por
la huida desesperada. Por la vereda se echó a correr sin importarle nada
más.<br />
Sorprendido y desconcertado, Icaro ni siquiera supo cómo reaccionar. En
su vida había visto la cara de aquel chico, pero era claro que él había
visto la suya. Como sea que fuera, entendió pronto que debía ir detrás
de él y corre detrás de él. Era un joven él mismo de 27 años que se daba
el gusto manteniendo una vida activa, de modo que no le costó demasiado
trabajo ponerse a la misma altura del otro, que sólo tenía la ventaja
de ser más delgado, y tomarle del brazo para retenerlo. Fue justo casi
al final de la calle. Un auto negro justo salió disparado rompiendo el
viento con fuerza causando un silbido sutil, pero el jovencito sólo lo
miraba a él con una expresión de profundo recelo. Una vez pasó el auto
agitó el brazo para deshacer el agarre, pero Icaro no lo dejó.<br />
-¿Estás loco vos? –reprochó-. Un poco más y ese auto te chocaba. ¿Y para qué carajo te has hecho a correr así?<br />
-Soltame –dijo el chico.<br />
-No. Decime por qué andabas corriendo. Yo nunca te había visto en toda
la puta vida, pero en el momento en que me ves vos a mí te echas a la
calle a que te mate cualquiera. ¿Qué mierda ha sido eso?<br />
El chico volvió a luchar, pero Icaro lo tomó desde detrás del cuello de
la remera y lo apartó de la vereda. Finalmente el más joven se rindió y
le echó una mirada ceñuda.<br />
-Vos sos policía, ¿no? ¿Qué andabas haciendo vos allá? ¿Preparando la redada?<br />
Icaro se quedó de una pieza. Era la primera vez que alguien reconocía su
antiguo oficio con sólo una mirada. De todos modos, no aflojó.<br />
-No soy policía, soy detective privado. Estoy trabajando en un caso y
andaba averiguando algo –De pronto se le ocurrió una idea. El chico
había salido de adentro del edificio-. Che, ¿vos trabajas ahí adentro?
¿Conoces uno que se llama Marcos o Marquitos?<br />
-¿Marcos cuánto?<br />
-¿Cuántos Marcos hay ahí adentro?<br />
-Tres.<br />
El viejo era de los que llamaban a los más jóvenes que él con un
confianzudo “ito” al final de su nombre. Nunca era una Mariana, siempre
era Marianita. Y tampoco podía ser Marcos sólo.<br />
-Bueno, ¿cuál es el más joven?<br />
-Yo –dijo el muchacho, elevando un costado de la boca con patente
desagrado-. No he hecho nada. Trabajo con el permiso de mis papás y no
he robado nada.<br />
Icaro lo miró de nuevo. Ese no podía ser la fuente secreta del viejo, ¿o
sí? Aunque, realmente, llegados a ese punto, ¿es que tenía derecho a
seguir actuando sorprendido?<br />
-¿Y el segundo más joven? –probó ya sin esperanza-. ¿Cuántos años tiene?<br />
El chico le miró como si estuviera habando puras tonterías. Icaro no lo culpó. Él también lo haría dentro de sus zapatos.<br />
-Yo qué sé, cuarenta años o algo así.<br />
No, el viejo no llamaría Marquitos a alguien así. Lo que sólo podía significar una cosa en realidad.<br />
-Escucha, tengo que hablar contigo sobre mi casa –El chico seguía
moviéndose. Icaro se dio cuenta de que debía ser demasiado incómodo
estar así, pero no podía sólo dejarlo ir como si nada-. Deja de moverte y
te suelto. Hablo en serio cuando te digo que es muy importante lo que
quiero hablar contigo.<br />
Reluctante, el chico dejó de agitarse. Lo miró con una forzada petulancia.<br />
-¿Qué quieres?<br />
Icaro dudó un momento pero finalmente lo soltó. Él no volvió a intentar huir.<br />
-¿Te suena el nombre Roberto Castillo?<br />
De pronto el joven dejó de mirarlo. Su mirada se volvió fija y
concentrada como en un punto detrás de su hombro. Icaro ni siquiera
intentó mirar a su espalda para asegurarse de lo que era, porque de
todas formas la impresión sólo duró unos instantes y el chico volvió a
mirar hacia abajo, parpadeando como si estuviera inseguro sobre algo.<br />
-Gasolinera Monte Bello –pronunció como si no se diera cuenta.<br />
-¿Cómo?<br />
El chico parpadeó de nuevo, esta vez como alguien sorprendido de recordar dónde y con quién estaba.<br />
-Nada, pensaba en voz alta –dijo después de un suspiro-. No, no conozco a ninguno que se llame así. ¿Ya me puedo largar?<br />
Icaro lo miró un largo rato frunciendo el ceño, pero nada en la actitud
del muchacho le reveló que hubiera algo más que pudiera sacar de él por
el momento.<br />
-Sí, pero antes –dijo, sacando una libreta de su bolsillo junto con la
lapicera. Le hubiera dado directamente una tarjeta de presentación, pero
se le habían acabado hacía meses y siempre se le olvidaba encargar
algunas nuevas-. Este es mi número y mi correo electrónico. Llámame
cualquier cosa.<br />
El chico tomó el papel en sus manos, le dio una rápida lectura al nombre
y se lo guardó en el bolsillo de los pantalones ajustados.<br />
-¿Algo más? –preguntó casi burlón el chico.<br />
-No por ahora –dijo y se quedó en su mismo sitio, viendo al chico cruzar
la calle hacia la prada del del colectivo más cercana. No tenía idea de
lo que acababa de pasar pero se imaginaba que recién el embole estaba
empezando. El viejo, adonde sea que estuviera, le debía más que una
buena explicación.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-44161811819739244422014-10-30T09:21:00.001-07:002014-10-30T09:21:31.431-07:00Una completa locura en forma de tercera (técnicamente) novelaLa primera es Voces huecas. Faltando tanto para terminarla, con el séptimo capítulo a medias, como la completa egoísta que soy he decidido meterme al reto oficial, el gran premio, aquel cuyo hermano dio nacimiento a La marcha.<br />
<br />
Si no saben a qué me refiero, hablo del NaNoWriMo de este año. A lo largo de este mes, en lugar de editar esta obra para su posterior publicación, en lugar de continuar con la novela que llevo parada desde hace un buen rato, voy a empezar desde cero una nueva, cuya idea ya tengo concebida desde hace años.<br />
<br />
No tengo excusa. Es un impulso horrible. Como a principio de año, ya que todavía no había empezado la universidad, podía y quería meterme en cuanta convocatoria llegara a mi conocimiento. Me obligué a cumplir cada pequeño reto a medida que los iba anotando en la agenda. La novela esta que tengo aquí nació con ese misma idea en mente. ¿Y saben qué? Me encantó hacerlo. Me fascinó ver antologías y revistas donde salieran mis trabajos, que el hecho de que incluso si llegaba a perder en un concurso podía aparecer en otro lado. Tengo un libro completo (aunque sin editar, sin editar, no nos olvidemos para no dejar que se me suba a la cabeza) de mi género favorito que algún día veré en papel. Y algún día aparecerá en papel, es una promesa que me he hecho. <br />
<a name='more'></a><br /><br />
<br />
Una vez se prueba semejante satisfacción, ya no quiero parar.<br />
<br />
Quiero ir más lejos. Quiero ver adónde acabo. Quiero ver lo que avanzo. No tengo ninguna confianza en que cumpliré el reto como tal (no, en serio), pero ¿qué importa? Nadie me va a castigar por haber fallado y lo poco o mucho que haga será suficiente fuente de satisfacción para mí. De modo que en realidad no pierdo nada y lo tengo todo por ganar. Para mí suena a un excelente trato.<br />
<br />
Eso no es todo. La razón de que esté publicando esta entrada aquí es porque voy a publicar la novela aquí, cada capítulo, a medida que los vaya haciendo. No será de terror (aunque no descarto ponerle algún elemento así), sino de ciencia ficción/fantasía, algo parecido a Voces huecas aunque no pretende emular al cyberpunk ni mucho menos. Les dejo aquí el resumen y el prototipo de portada que he hecho.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh80xAEBJPBKpuMxNxn9CcyPFSU-X-8W6y7aUcUzeW181rA1lBAOh1OHFbptsnA8VuztI9OKr7m77umYNQqXG29o8ZHBxRNXWX7pQNb7rbAC6OfFDGXvOuAOFrVBQEjqUhWPtktzA1b9n8G/s1600/portadatentativa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh80xAEBJPBKpuMxNxn9CcyPFSU-X-8W6y7aUcUzeW181rA1lBAOh1OHFbptsnA8VuztI9OKr7m77umYNQqXG29o8ZHBxRNXWX7pQNb7rbAC6OfFDGXvOuAOFrVBQEjqUhWPtktzA1b9n8G/s1600/portadatentativa.png" height="320" width="226" /></a></div>
<b>Título:</b> Mil veces déja vu<br />
<br />
<b>Resumen:</b> <i>Hay un asesino suelto por Argentina. Cuando su tutor muere por causas
desconocidas, el detective privado Ícaro no tiene más opción que
recurrir a las fuentes de información del mismo para descubrir lo
sucedido. Lo que menos se esperaba era que su elemento más valioso,
aquel del que nadie sabía, se tratara de un jovencito que atendía el
teléfono a través de una línea para adivinos. Incrédulo, pero resignado,
el detective intentará averiguar qué había llevado al viejo a recurrir a
supercherías de las que nunca se había mostrado creyente antes. Las
respuestas podrían ser mucho más complicadas de lo que podría imaginar.</i><br />
<br />
¡Al teclado y más allá!<i> </i><br />
<i><br /></i>
Deseenme suerte. <strike>Lo voy a necesitar.</strike><i><br /></i><br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-39158860717281983612014-09-07T22:24:00.001-07:002014-09-07T22:24:14.805-07:00Archipiélago Infinito: 'La marcha de la reina negra'Jaime Cabrera, el autor del blog Archipiélago Infinito, aceptó amablemente leer la versión presente de la novela y darme una honesta opinión al respecto. Aquí los resultados. Desde aquí muchas gracias a él por sus palabras que me van a servir de ánimo para perseguir mi sueño de ver este proyecto publicado. <br /><br />
<br /><br />
<a href="http://archipielagoinfinito.blogspot.com/2014/09/la-marcha-de-la-reina-negra.html?spref=bl">Archipiélago Infinito: 'La marcha de la reina negra'</a>: Autor: Candy von Bitter De la serie: N/A Editorial: N/A No. de páginas: 151 Formato: Digital Precio: N/A (Colabora...Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-31870346119702602582014-08-22T23:10:00.000-07:002014-09-09T19:35:10.901-07:00Lo que nunca supiste de La marcha de la reina negra <b>1_La reina es asexual.</b><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0I2f2LFCioGu0824laPlguUmZAeyQMB-VzbfD7f4hb_ENHPYFad0kspiJg1S_HFfDxfhZHQ_As1FYuppWeHvEM558VEpDBRzuNjW51T05Jh2eOrU73jWF0h7jjTc58gTWQrxvWMFfZRB1/s1600/1024px-Asexual_flag.svg.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0I2f2LFCioGu0824laPlguUmZAeyQMB-VzbfD7f4hb_ENHPYFad0kspiJg1S_HFfDxfhZHQ_As1FYuppWeHvEM558VEpDBRzuNjW51T05Jh2eOrU73jWF0h7jjTc58gTWQrxvWMFfZRB1/s1600/1024px-Asexual_flag.svg.png" height="180" width="320" /></a></div>
<br />
<br />
A pesar de que ella puede acostarse con quien sea y no tiene problemas al respecto, en realidad ella no siente ese tipo de atracción hacia nadie. Las cosas son bonitas o feas, no sexys. Es por eso que cuando Kross la besa, sin haber bloqueado su magia, ella no piensa que si no se acuesta con él se le va a acabar el mundo, sino que tiene un increíble antojo por dulce que cree va a poder ser satisfecho sólo después de que se coma a Kross. Por mera falta de interés ella nunca iniciaría una nueva relación sexual.<br />
<a name='more'></a><br />
<br />
<br />
Esto no tiene nada que ver con el trauma de su hermana, sin embargo. Ella sólo nació así.<br />
<br />
<b>2_Kross no es el verdadero nombre de Kross.</b><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_kcGn1k3abdaXTkMwNA8U90FvfR4jBCqGiA8AW2m2a0YpK4ku5vUltgPWkXt32bpp1h8oQOZRz07Xcw3aMcN9m35WGOibzBJMnTrdIagHD2Fp1bWsZVlG1y1qT46j3gHf99_3W0LniX7t/s1600/001_small.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_kcGn1k3abdaXTkMwNA8U90FvfR4jBCqGiA8AW2m2a0YpK4ku5vUltgPWkXt32bpp1h8oQOZRz07Xcw3aMcN9m35WGOibzBJMnTrdIagHD2Fp1bWsZVlG1y1qT46j3gHf99_3W0LniX7t/s1600/001_small.jpg" /></a></div>
<br />
<br />
A través de los años los demonios pasan por muchos cambios físicos. Es inevitable, dado los años que viven y ser testigos de la evolución de la humanidad. Dependiendo de sus intenciones, pueden mezclarse perfectamente con su entorno o, por el contrario, destacar de manera tal que arranquen una respuesta deseada de la gente. Kross, como muchos, es rebelde por naturaleza y la elección de tal nombre (siendo parecido a cruz, el símbolo por excelencia de la cristiandad) no es otra cosa que una burla irónica.<br />
<br />
<b>3_Meriel es una anomalía entre los ángeles.</b><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPpYzETpxceEtfuAk8lEKqArB53MAZPWOowVbw4Zloz7z0fe5rccRDYgR43VLZ6IWjazi6wXM92QRsyLpufEDS5SoKzCyEn69_8m6N533k5QKse6Ph9Od4dGIbN7dqIo4RDdaxlCwJq6mX/s1600/BloodyAngel.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPpYzETpxceEtfuAk8lEKqArB53MAZPWOowVbw4Zloz7z0fe5rccRDYgR43VLZ6IWjazi6wXM92QRsyLpufEDS5SoKzCyEn69_8m6N533k5QKse6Ph9Od4dGIbN7dqIo4RDdaxlCwJq6mX/s1600/BloodyAngel.jpg" height="320" width="258" /></a></div>
<br />
Los ángeles pueden ser convocados por los humanos desde cualquier parte en el mundo, pero suelen mantener su atención en distintas zonas de la tierra. Así hay ángeles de las selvas, ángeles de las grandes ciudades, ángeles del desierto y tal. Meriel sólo resultó ser el ángel de la ciudad donde suceden los hechos, pero aun así nadie lo obligaba a de hecho mezclarse entre los humanos, no sólo aprendiendo de la cultura sino hacerse parte de ella. Siente una gran curiosidad por los avances tecnológicos a los que hemos llegado y se divierte en las redes sociales cuando puede.<br />
<br />
<b>4_Las remodelaciones que los demonios hacen en el manicomio son una ilusión. </b><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIa4Gx7-_K2bP6uhsQDFlYhp26Q3Xj-QhxSHsbTpkWrAXtXOBZKQrzVsTcB22fi_hK6BzNuv6ujf75mQZj07w7OgdrZOul726f2JqgQ6tRLSE-YxhXByaUqp6-Vd4WBRJrOCg1yWkNLwJS/s1600/the_cake_is_a_lie_515.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIa4Gx7-_K2bP6uhsQDFlYhp26Q3Xj-QhxSHsbTpkWrAXtXOBZKQrzVsTcB22fi_hK6BzNuv6ujf75mQZj07w7OgdrZOul726f2JqgQ6tRLSE-YxhXByaUqp6-Vd4WBRJrOCg1yWkNLwJS/s1600/the_cake_is_a_lie_515.jpg" height="181" width="320" /></a></div>
<br />
<br />
Como parte del reto Job, los demonios que estén en contacto con la reina tienen autonomía para practicar su magia en el mundo real. Sin embargo, como una verdadera remodelación costaría mucho trabajo y sería imposible tenerla lista pronto, para ellos es más práctico "pretender" que han hecho lo que han querido con el espacio. Esto incluye la sensación de las sillas siendo más cómodas de lo que son en realidad o del fuego dando calor desde una chimenea imaginaria. Una vez la reina es llevada a custodia, el reto Job y el hechizo se han roto oficialmente, por lo que de haber regresado habría encontrado al edificio tal cual lo vio por primera vez. La única excepción es que ahora estaría completamente vacío.<br />
<br />
<b>5_La historia está basada en sucesos reales (o algo así) </b><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWbludvnl16uk0SfemnrfzOh9qw14RLOft7i6QoT9lhXvq8rwClizxnLzkLdS5W6tvMixs34YpAmWs0xLjdT3_KUw-EFN9umifJ_S_dDw4GmLaIra7D4KSm6ChdRQAvNsTAcusECzf4G12/s1600/imagesdaosu.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWbludvnl16uk0SfemnrfzOh9qw14RLOft7i6QoT9lhXvq8rwClizxnLzkLdS5W6tvMixs34YpAmWs0xLjdT3_KUw-EFN9umifJ_S_dDw4GmLaIra7D4KSm6ChdRQAvNsTAcusECzf4G12/s1600/imagesdaosu.jpeg" /></a></div>
<br />
Es lamentable pero sí, la escena de la hermana está basada en un video supuestamente real que llegó a formar parte de las leyendas urbanas de internet. El título del mismo es aquel que se ve en la imagen. La edad de la niña es, según rumores, y dependiendo de la versión con la que se den, incluso menor al de la hermana. Se puede buscar más información en la red. Sólo tomé la idea (modificando ciertos aspectos) para encajarlos en la trama y ser el detonante de la acción principal.<br />
<br />Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-55810786930974538232014-05-27T18:21:00.001-07:002014-05-27T18:21:13.064-07:00Descarga la novelaNaturalmente que no a todo mundo se le hace cómodo leer en línea, de modo que para los lectores que no tengan que andar buscando capítulo por capítulo y se les cansen los ojos, voy a dejar disponible para su descarga gratuita en 4shared. Obviamente esta es la misma versión que pueden ver aquí, sin editar o maquetar.<br />
<br />
Como dije, ya no recuerdo dónde, estoy en la universidad y para colmo en época de parciales, por lo que estoy incapacitada para dedicarle a este proyecto (o a cualquier otro, ya que estamos) todo el tiempo que quisiera, de modo que habrá que manejarse con lo que corregí de momento en esta primera edición. Disculpen las molestias.<br />
<br />
El link de descarga es <a href="http://www.4shared.com/office/_MqmhxWPba/La_marcha_de_la_reina_negra.html">éste</a>. Lean, pero si pueden dejarme un comentario por aquí diciendo qué tal les pareció, se los agradecería mucho.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-7638593832873936422014-05-24T13:28:00.001-07:002014-05-24T13:28:49.334-07:00¡Nueva portada!Cumplo 22 años este lunes. Dicho eso, agregar que mi querida y fantástica artista <a href="http://thaycvb.deviantart.com/">thay CVB</a> me adelantó mi regalo dándome una nueva, preciosa y totalmente legal portada para esta cosa que todavía dudo si llamar novela gótica o no. Es decir, hay menciones de castillos y de torres pero no los edificios propiamente dichos, la descripción patética no es una prioridad, pero en fin.<br />
<br />
Me encantó el resultado y por lo tanto, llegó la hora de presumirlo como se debe.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwakhiZY17uvmhWOaYWsXD5d5Xv9Zu-CllnwSoczC_qlVNrOFrcZ2jp9MdpLb3lgQUlHlRiGFS9xRognq0drTdNihWUgpjohwcw2v4AOyS8j1pYAubD5gp8NKg8SGUWAFfX02F-bKj2P5w/s1600/Reina-Negra.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwakhiZY17uvmhWOaYWsXD5d5Xv9Zu-CllnwSoczC_qlVNrOFrcZ2jp9MdpLb3lgQUlHlRiGFS9xRognq0drTdNihWUgpjohwcw2v4AOyS8j1pYAubD5gp8NKg8SGUWAFfX02F-bKj2P5w/s1600/Reina-Negra.jpg" height="320" width="259" /></a></div>
Adoro el traje de Valentina, que es exactamente del estilo que el personaje usaría. Las llamas infernales no podrían ser más adecuadas, la corona negra del fondo, obvio, perfecto para una reina, y las cortinas... adoro el detalle de las cortinas. Como si al final todo fuera un horrendo y horrible espectáculo del cual nadie puede escapar, por lo tanto sólo queda actuar el papel por más despreciable que sea. Es un concepto genial.<br /><br />Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-75257108115703315342014-05-13T00:55:00.001-07:002014-05-13T14:49:36.110-07:00Capítulo 9...<br />
<br />
Capítulo 9: Lullaby<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
Era un centro psiquiátrico, no un manicomio. La falta de
evidencias concretas y el estado histérico en que la hallaron facilitó acusar
una perturbación mental, alejando la condena por haber matado a un cuarto de la
gente en el centro de la ciudad. Por ser el caso tan sonado se apresuraron en
tenerlo completo y tras dos meses de exámenes psicológicos, finalmente se
decidió que la persona llamada Valentina Garibaldi (según los documentos
hallados en su último lugar de residencia) sería ingresada en un centro
psiquiátrico (no manicomio).<br />
<a name='more'></a></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Los papeles mencionaban retraso mental debido a un acusado
comportamiento infantil. Disociación de personalidad que hacía creer al sujeto
que era una niña de 6 años. Largos períodos donde parecía nerviosa e
impaciente, diciendo que “esperaba a alguien.” Podía durar desde horas hasta
días enteros. Tendencias violentas. Depresión. Era imposible arrancarle
cualquier pedazo de información respecto a lo sucedido aquella noche, cuyos
detalles también parecían haber sido borrados en gran parte en la mente de los
presentes. No sólo era que no lo recodara, sino que su mera mención parecía
activar alguna candena inconsciente de malas sensaciones que provocaba
temblores e incapacidad. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
No lucía muy consciente de lo que sucedía, pero de lo poco
que sí, habría resultado una niña atenta, amable y dispuesta a jugar
inocentemente, de no ser su apariencia un claro indicador de que no era un
comportamiento apropiado. Le dieron la ropa blanca que todos los residentes
utilizaban, con su opcional bata verde y pantuflas viejas recogidas entre las
donaciones de las cuales la iglesia no podía disponer. Preguntó si le podían
dar unas negras y al serle respondido que no se puso a hacer un berrinche en la
sala de recepción, sentándose en el suelo y gritando que sólo las quería en
negro. Golpeaba a cuanta persona intentara levantarle o pedirle calma, causando
no pocos moretones intensos que a más de uno dejaba estupefacto con la
necesidad de revisar el resultado del impacto respecto a ese pálido y delgado
cuerpo. Su primera noche tuvieron que sedarle para ayudarle a pasarla en la
cama.</div>
<div class="MsoNormal">
Recién al despertar descubrió que su cuarto era compartido
con otro paciente, un joven un poco mayor de él con el cual compartía cierta
obsesión con el travestismo aunque en muy diferentes niveles. Había ahorcado a
la tía con la cual vivía para poder experimentar por un día lo que sería ser
como ella. Se puso sus ropas, su maquillaje y fue a hacer las compras con su
tarjeta de crédito. Al cadáver lo había dejado en un congelador del sotáno para
no que anduviera apestado el lugar. Desde pequeño se<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>había escabullido de sus padres para usar las
prendas de mamá y una vez que su tía le encuentra haciendo precisamente eso con
las suyas, la mujer se dedica a gritarle que está enfermo, que lo quería fuera
de su casa de inmediato y él no tuvo otra opción que callarla. La vieja
estúpida no hacía caso de los pedidos de que cerrara la boca, así que él lo
hizo. Se lo merecía por entrometida. Le iba a devolver todo tan limpio y
ordenado como lo había encontrado, qué se creía.</div>
<div class="MsoNormal">
En cuanto fue atrapado, no encontró ninguna razón para
disimular más y salió campante del armario en el cual lo habían encerrado en el
pasado a base de azotes, insultos e incluso unas cuantas quemaduras de cera,
cuyas cicatrices relucían blancas en la piel del hombro moreno. Congeniaron de
una manera tan rápida que los doctores no lo entendían al principio. </div>
<div class="MsoNormal">
“No sé, Vale entiende” dijo una vez el joven sentado en el
diván de la oficina, en su sesión de la semana. ¿Entender qué? Oh, cosas,
cosas. Cosas de chicas, cosas de la vida, de la muerte… ¿Ese es una nueva
colonia, doctor? Le queda muy bien a usted, en serio, le favorece. Cada vez que
siento una así pienso en un hombre así, bien macho que se respeta. ¿Es usted
uno de esos, doctor? Puede que así le empiece a contar más cosas en lugar de
quedarme aquí imaginando cómo puedo romperle la cabeza con esa lámpara de
diseño antiguo a su lado y luego arrojarme por una de las ventanas casualmente
librada de las rejas usuales. Eso sería divertido.</div>
<div class="MsoNormal">
Valentina decía que “ella” era muy buena. Le había enseñado
a hacerse trenzas complicadas, a arreglarse las uñas e incluso a veces le
prestaba de su maquillaje. También era muy bonita y le enseñaba a jugar las
cartas para pasar las horas muertas entre las pastillas dadas durante el ayuno
de la mañana y las pastillas del ayuno de la tarde, cuando todo lo que se ve en
la televisión son las telenovelas que entretienen a algunos pero a ellas le
disgustaba porque había demasiada gente desagradable en ellos; gritaban,
chillaban, se tiraban de los pelos y los besos parecían intentos mutuos por
lamerse la pared de los estómagos, muy asqueroso. En cierto momento Valentina
miraba por la ventana, casi como si no se diera cuenta de que lo hacía, y se
echaba a temblar. ¿Tienes miedo? Sí. ¿De que alguien malo venga y te haga daño?
Nunca se podía descartar un abuso sexual. Nadie podía saber lo mucho que podía
destruir una psique el impacto de algo así. No, decía ella. Tengo miedo de que
no venga. ¿Quién? No sé. </div>
<div class="MsoNormal">
Luego era tiempo de cambiar de tema.</div>
<div class="MsoNormal">
Desde cierto punto de vista, eran como hermanas que,
abandonadas en un circo extraño, se mantenieran a salvo aferrándose a la otra.
Pero ni toda la hermandad que la más jovenpodría haber ofrecido evitó que
encontraran a la mayor colgando de un árbol en el patio trasero, el cable del
teléfono arrancado haciendo de eje al cuerpo agitado por el viento. La dosis de
calmantes de Valentina, apenas relativa hasta el momento, tuvo que ser
aumentada de golpe. De otra forma pasaba las noches emitiendo sonoros sollozos
que pasaban por el pasillo como gigantes, arracandno a todo mundo de las camas
y en más de un caso, activando una respuesta por parte de los pacientes que más
tarde le costaba por lo menos una hora calmar. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Ella misma, la culpable, actuaba o de verdad
no se enteraba de esas crisis nocturnas, pasando sus días sin otra pena que
porque no le gustaban las medicinas y a veces le hacían doler la panza.</div>
<div class="MsoNormal">
Eventualmente tuvieron que entregar la cama vacía a otra más.
Una mujer de treinta años que casi había ahorcado al bebé de su hermana un
tarde en que se lo habían dejado a su cuidado. Fue el padre quien logró
descubrirla a nadie. Síndrome de Down, y sin embargo, todavía era un misterio
su estado perpetuo de niñez mientras mesaba a una vieja bebé de plástico en sus
brazos. La llevaba a todos lados, le hablaba, le daba de comer. Se llamaba
Edgar, a saber por qué razón, y nadie podía tocarlo porque todo mundo tenía las
manos demasiado sucias e iban a conseguir que se enfermara. Ella nunca se animó
a moverse a la cama de Valentina durante la noche como hiciera su predecesora.
Cuando caía la noche, y si Valentina había decidido no tomarse los calmantes,
eran las dos quienes lloraban sus penas imaginarias sin otra esperanza que
alguien viniera a suministrarles un sueño inducido. </div>
<div class="MsoNormal">
A la mujer le gustaría dormir en paz pero no podía debido a
su causa. Era igual que ese bebé malcriado, pero peor, porque encima él (no era
estúpida para no verlo) ya era grandecito y debería aprender a cuidarse a sí
mismo antes de venir a molestar a otras personas con sus problemas. Ni siquiera
cuando papá quería acariciarla debajo de la mesa durante el almuerzo, y luego
la llamaba en su estudio con las puertas de cristal cubiertas por sus cortinas,
había sido tan quejumbrosa. </div>
<div class="MsoNormal">
Por lo tanto, la convivencia resultó ser tirante y fría.
Eran dos personas que compartían una misma obsesión por conservar la infancia
hasta sus últimas consecuencias, con el agregado de que la infancia de una era
robada o creada, pero nada más podía salir de ellas dos.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span></div>
<div class="MsoNormal">
Lo que sí se percató el psicológo que trataba a Valentina
era que a ella, en realidad, le gustaría poder cambiar la situación. Descubrió
así que, de vez encuando, la joven intentaba obsequiarle un gesto amistoso para
aligerar la situación que para empezar no sabía por qué estaba tan mal. Le daba
dibujos de ella meciendo a un Edgar sonriente y alegre, le acomodaba la cama en
cuanto podía porque la otra parecía incapaz de acordarse y le daba su postre
durante la cena si no tenía mucha hambre. Pero sin importar lo que hiciera, o
las veces que lo hiciera, la mujer jamás le dirigió una sonrisa, nunca
pronunció un gracias. Volvía a decirle un montón de cosas que no entendía
acerca de que no estaba engañando a nadie y la dejaba revolviendo en la maroma
de su propia mente. </div>
<div class="MsoNormal">
En verdad, no engañaba a nadie más que a sí misma. Luego de
haber destrozado cuatro dientes a un paciente que insistió en que dejara de ser
un maricón de mierda, Valentina tenía la cabeza nadando en nubes de algodón seco
y apenas sentía alguna conexión entre ella y su cuerpo. Calmada al fin, la
dejaron sentarse en un sofá de la sala de juegos con la promesa de que se
comportaría. Ella dijo sí…sí… sí, cayéndose sobre el trasero. Un enfermero
estaba cerca para cualquier eventualidad. </div>
<div class="MsoNormal">
Su compañera de cuarto también estaba ahí, probándole nuevas
ropas a Edgar, ropas enviadas por su anciano padre porque sabía que la
alegraría, cosidas por la madre cuando era más pequeña. ¿Le hacía de marinerito
o de trabajador de construcción? ¿Una bata de doctor quizá? Finalmente se
decidió por su remera favorita roja y unos jeans ya algo descoloridos. ¡Estaba
tan guapo,como siempre! El nenito de mamá estaba divino.</div>
<div class="MsoNormal">
Valentina veía los ojos de su compañera chispear al emitir
soniditos agudos e incomprensibles al muñeco, expresión de innegable cariño. Ella
podía hacer algo al respecto y, después de que lo hiciera, a lo mejor la mujer
estaría tan feliz que finalmente podrían empezar a ser amigas. Hacía tiempo lo
había hecho, aunque no más tarde. Por consejo de su anterior amiga, no se lo
había dicho a los psicológicos aunque ella estaba segura de recordar cómo
hacerlo. También podría haberlo hecho en aquella mañana de mierda en que la
encontraron, pero durante la noche, antes de acostarse a dormir las dos en sus
camas unidas, ella le dijo que por favor, no lo intentara. Por favor, cuando
por fin lo hiciera no intentara cambiarlo. </div>
<div class="MsoNormal">
Una semana más tarde, aunque le picaba en el pecho, obedeció
su pedido. </div>
<div class="MsoNormal">
Pero ahora no tenía ningún compromiso con nadie. Sería una
buena oferta de paz. No le importaría asistirla más tarde, estaría feliz de que
se lo permitiera. Fue así que colocó los pies las plantas del pie paralelas en
el suelo. Debería hacerlo de pie, pero sabía que ese era un detalle mínimo, y
en su estado actual implicaría una caída segura al extender los brazos con las
palmas abajo. El enfermero pensó que a lo mejor iba a pedirle un vaso de agua,
pero jamás escuchó las palabras que lo avalaran. En cambio percibió un claro
cambio en el aire que no supo a qué atribuirle.</div>
<div class="MsoNormal">
Como si de pronto hubieran apagado todas las luces en la
sala,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>a pesar de que estas seguían tan
brillantes como deberían. Cuando volvió a bajar la vista, desconcertado por su
propio desconcierto, la mujer con los rasgos marcados desde su nacimiento
emitió un chillido de espanto y dio un literal salto hacia atrás, lanzando en
el aire a su muñeco. </div>
<div class="MsoNormal">
Sólo que ya no era un muñeco y esto no pudo quedar más
patente que cuando aterrizó contra el piso, convirtiéndose en la fuente de un
círculo de sangre que crecía como si alguien hubiera dejado abierta una
canilla. La criatura, que hasta entonces había permanecido en silencio, ya no
pudo volver a hablar nunca. La mujer se puso a gritar y llorar, preguntando dónde
estaba Edgar, con una mirada de impresionante furia en los ojos. </div>
<div class="MsoNormal">
El enfermero no tuvo tiempo de pensar qué mierda había sido
todo eso, porque pronto tuvo que salir al frente a evitar un nuevo desastre,
dejando a Valentina desatendida. Ella no podía sino mirar a los despojos de su
último intento bondadoso de ayudar a nadie. Buscó en su interior alguna lágrima
sincera que derramar. No pudo encontrarla.</div>
<div class="MsoNormal">
---</div>
<div class="MsoNormal">
-Así que… ¿cómo están los hijos?</div>
<div class="MsoNormal">
-Bien, bien. Matilde ya cumplió la mayoría de edad e
imagínate, lo primero que se le ocurre pedirme son lecciones de conducir y un
auto para su cumpleaños.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Tan pronto? Todavía la recuerdo como una pequeñita.</div>
<div class="MsoNormal">
-Yo vivo con ella y a mí también me sorprendió. Lo malo es
que ya se está consiguiendo a mi mujer para que se ponga de su parte.</div>
<div class="MsoNormal">
El abogado dio una rápida a su reloj. Los dos miraron la
silla vacía en la oficina. No dijeron nada por unos momentos.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y el pequeño Harry? –preguntó Meriel-. Lo último que supe
de él era que había nacido.</div>
<div class="MsoNormal">
El abogado abrió la boca para ponerle al tanto de las
andanzas de su hijo cuando la puerta fue violentamente abierta. Lo que no era
poco considerando lo pesadas que eran. Una furiosa combinación de cuero blanco,
cuello y mangas de piel negra real, penetró en la habitación pisando fuerte con
la plataforma de sus botas. Sólo algunas modelos profesionales y él podrían
haberse movido con semejante naturalidad encima de estas. En cuanto llegó al
frente del escritorio, Kross dirigió una mirada de patente desden al abogado y
una de frío odio contra el ángel vestido a la última contra moda. Con las
largas uñas rojas actuando de garras, aferró los apoyabrazos del asiento
ocupado y se inclinó al frente.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué diablos, mierda y gonorrea de tu madre has hecho,
servidor de Dios? –pronunció lentamente, dándole a cada palabra una expresión
manifestando sus muchos y variados niveles de desprecio-. ¿Tanto tiempo tienes
para perder que necesitas ir a llover sobre mi desfile?</div>
<div class="MsoNormal">
El ángel sonrió. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Fue justo en medio de ese asqueroso evento que querías
inscribir al reto? Vaya –Se inclinó un poco al frente, como si fuera a
besarlo-. No sabes cuánto me alegro.</div>
<div class="MsoNormal">
-¡HIJO DE PUTA! </div>
<div class="MsoNormal">
De pronto la mano de Kross convirtió su mano en la garra de
un dragón negro a punto de estrellarse contra el rostro juvenil de Meriel. Este
atrapó la descompunal mano dentro de la suya propia y levantó su mano dispuesto
a hacer justicia por su cuenta. A sus espaldas las alas se abrían y sus puntas
relucían como afiladas cuchillas. El abogado presionó un botón rojo debajo del
apoyabrazos de su sillo. Hubo una explosión de luz blanca que él evadió con su
antebrazo frente a los ojos.</div>
<div class="MsoNormal">
Cuando volvió a recuperar la vista, tanto el demonio como el
ángel estaban atrapados contra la pared contraria al otro, agitándo para
liberarse de unas ataduras invisibles que les impedía moverse pero no hablar.</div>
<div class="MsoNormal">
-¡A la mierda con la neutralidad! –vociferó Kross, mezclando
cuatro voces enfurecidas de la historia-. ¡Te voy a matar, perro lameculos
lleno de sífilis!</div>
<div class="MsoNormal">
Los cabellos de Meriel se elevaban alrededor de la aureola
en torno a su cabeza.</div>
<div class="MsoNormal">
-¡No te tengo miedo, cabrón imbécil! ¡Maldito divo
fracasado! ¿Quieres venir? ¡Aquí te espero!</div>
<div class="MsoNormal">
-¡Pero por favor, caballeros! –dijo el abogado, poniéndose
al frente de su oficina-. No vamos a resolver nada actuando así. Kross, tú
fuiste el que nos llamó a los dos y, encima de llegar tarde, todavía no cuentas
por qué.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y es que no es obvio, inútil? –gritó Kross, ahora con tres
voces-. ¡Este tipo me lo jodió todo! ¡Estaba a unas horas de ganar el reto y de
pronto vemos que tenemos el permiso expirado! ¡Y no te hagas, hipster
hipócrita, tú lo hiciste! ¿Cuántas pollas te has tenido que chupar para
conseguirlo, eh?</div>
<div class="MsoNormal">
-Teníamos un trato, Kross –pronunció el ángel, todavía con
el ceño fruncido aunque ya sin gritar-. Un trato que tú te comprometiste a
cumplir y falló a mi favor.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿De qué coño estás hablando?</div>
<div class="MsoNormal">
-¿De eso se trata? –dijo el abogado, sorprendido. Se volvió
al demonio, que aún lucía amenazador con sus ojos negros sin dejar traslucir
ningún color y la manga desgarrada alrededor de su miembro reptilesco. Le sostuvo
la mirada de todos modos, porque así lo habían criado-. Creí que ya lo sabías.
Kross, el permiso se anuló gracias a tu humano.</div>
<div class="MsoNormal">
Kross elevó una ceja.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué? <span style="mso-spacerun: yes;"> </span></div>
<div class="MsoNormal">
-El contrato especificaba que sólo podrías<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>combinar el permiso de Job con el reto de
Astarot si resultaba indudable que tu humano, Pedro Nicolás Beltrán, no tenía
otra opción que la condena. De estar todas sus acciones dirigidas hacia un
indefectible mal, y no haber salvación posible, sólo entonces serías capaz de
dirigirlo como has hecho. Meriel trajo evidencia de que ha resultado ser el
contrario.</div>
<div class="MsoNormal">
Kross hizo un gesto lento de negación.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Estás borracho? ¿Se han drogado con algo los últimos años
los dos? Todo lo que hace ese chico se devuelve en contra de las personas. Él
lo sabe, no le importa, sigue tratando. Es un festival sangriento ambulante. ¡Por
eso era tan divertido de ver! ¡Por eso me molesté en protegerlo! ¿Cuándo se
supone que hizo otra cosa?</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Sería posible que nos bajaras –dijo Meriel dirigiéndose al
abogado-, Ed, para que se lo explique?</div>
<div class="MsoNormal">
Ed le lanzó una mirada a Kross. Este giró los ojos y emitió
un gruñido cavernario, como si saliera del hocico de un dragón. No obstante, su
brazo entero recuperó su forma anterior y los pedazos de la manga rota
volvieron a unirse mágicamente.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ya –pronunció.</div>
<div class="MsoNormal">
Ed todavía esperó unos segundos para comprobarlo y luego
volvió a su asiento, presionando un botón verde bajo el otro apoyabrazos.
Meriel descendió delicadamente y sin problemas hasta el suelo. Kross, quien
tenía pocas experiencias con esa clase de restrictiva, no supo reaccionar a
tiempo y se dio contra el suelo con un sonido seco.</div>
<div class="MsoNormal">
-A nadie –dijo, poniéndose de pie- se le ocurra preguntarme
si estoy bien.</div>
<div class="MsoNormal">
A nadie se le había ocurrido. </div>
<div class="MsoNormal">
Los dos seres tomaron asiento, todavía atentos a cualquier
intento de pelea.</div>
<div class="MsoNormal">
-Hace un tiempo –empezó Meriel-, tu humano conoció a una
mujer embarazada. Estaba llorando por un aborto que no pudo concluir y él
prometió que le ayudaría con sus problemas económicos.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ella –dijo Kross, siseando-. Entonces era ella. Y no sé a
qué viene el tema. Todo eso acabó con Valentina quemando la clínica con la
desprevenida doctora adentro. Creí que ese era un punto a mi favor.</div>
<div class="MsoNormal">
-Lo era –admitió el ángel-. Pero después de los eventos, un
tiempo más tarde, Valento (quien creo que ya era Pedro para ese momento)
recordó sus palabras y le envió a la mujer los últimos ahorros que tenía en
forma de cheque. El día anterior al reto el cheque llegó, salvándola de una
hipoteca que no podía pagar. Sin pedirle nada a cambio, sin querer inmiscuirse
más en su vida. Un acto de pura generosidad. Como tú bien dices, ese fue un
punto a mi favor. Tú no aceptaste la idea de que fuera posible que los hubiera,
de modo que sólo quedaba la anulación de todas las condiciones. Todas.</div>
<div class="MsoNormal">
De pronto el rostro de Kross perdió vivacidad, congelado en
una expresión de desprecio general mientras mirada la madera. Había entendido
perfectamente qué implicaba esa eliminación de las condiciones. De haber sido
un humano con un sistema de corriente sanguíneo normal, habría palidecido en
ese mismo momento.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ed, ¿podrías mostrarle la fotocopia? –continuó diciendo el
ángel, sin regocijo ni satisfacción evidentes en su voz.</div>
<div class="MsoNormal">
El abogado asintió y buscó en unas carpetas en el interior
de sus cajones. Sacó una verde y luego separó una hoja que puso frente al
demonio. Este la miró, la miró intensamente por lo que parecieron tres minutos
enteros y de pronto, inexplicablemente, se echó a reír. </div>
<div class="MsoNormal">
-¡Serán un par de hijos de puta estúpidos! –dijo, tomando la
hoja y poniéndosela en las narices al hombre-. Oh, Eddy, Eddy, Eddy, por favor,
dime que tú no lo controlaste antes de archivarlo. Dímelo, mi buen hombre.</div>
<div class="MsoNormal">
El abogado se echó atrás. En boca de Kross incluso un “buen
hombre” sonaba a insulto obsceno.</div>
<div class="MsoNormal">
-Meriel lo dejó con mi asistente y de ahí procedió el contrato
por su cuenta. </div>
<div class="MsoNormal">
-Y tú tampoco te molestaste en comprobar nada, ¿cierto? –dijo
el demonio dirigiéndose al pelirrojo-. Tú estuviste tan contento con poder salvar
al pequeño humano que no le viste necesidad, ¿no es así?</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Adónde quieres llegar? –dijo el ángel, como si no fuera ya
obvio. </div>
<div class="MsoNormal">
Kross repitió la acción de literalmente restregárselo por la
cara.</div>
<div class="MsoNormal">
-Mira la firma, sagrado idiota.</div>
<div class="MsoNormal">
El ángel la leyó de nuevo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué tiene? </div>
<div class="MsoNormal">
Kross dejó caer la hoja en su regazo.</div>
<div class="MsoNormal">
-No existe ninguna Valentena Garebalde cuya cuenta concuerde
con estos números. Ese papelucho tiene el mismo valor que un pedazo de papel
higiénico usado. </div>
<div class="MsoNormal">
Meriel volvió a agarrar la fotocopia y entonces lo vio.
Ninguna i estaba bien escrita y parecían unas e demasiado redondeadas.</div>
<div class="MsoNormal">
-Si hubieras seguido a mi reina tanto como yo lo hice estos
años ya sabrías que ella nunca puntea sus letras. Es un olvido suyo que el
viejo que le enseñaba nunca se molestó demasiado en corregirle porque ya se
sentía demasiado mal follándosela.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Mi
contrato continúa vigente. Caballeros –Kross dio una pomposa reverencia antes
de volverse hacia a la puerta-, pueden ir a cogerse a sus madres.</div>
<div class="MsoNormal">
----</div>
<div class="MsoNormal">
El paciente había dejado de responder a sus medicamentos.
Los intentos de ataques graves parecían haberse agravado desde la misma tarde
en que tuvieron que encerrar a su compañera, bajo la sospecha de que de alguna
forma se había escapado para robar a un bebé del exterior y matarlo. El
tratamiento sólo había modificado un aspecyo de su comportamiento; ya casi
nunca miraba por la ventana ni se ponía triste sin una razón discernible y
comprensible. Gracias a ello, se lo consideraba un éxito rotundo pero
decidieron continuarlo con la esperanza de poder eliminar de una vez los
terrores nocturnos. Aún no lo habían conseguido. </div>
<div class="MsoNormal">
En el centro psiquiátrico que no era manicomio todavía
creían en la efectividad de la Terapia Electroconvulsiva, que no era
electroshock.</div>
<div class="MsoNormal">
Lo hacían entrar a un quirófano especial cuyos colores
sugerían calma y resignación. Acostado en la camilla empezaban a aplicarle las
restricciones correspondiente para evitar inconveniente. Una enfermera maternal
le acaricia la mano, aunque más por costumbre que por necesidad porque ni
siquiera la primera el paciente mostró síntomas de miedo. Sabía lo que iban a
hacerle, se lo habían explicado cuando preguntó, y este hecho le pareció tan
inocuo como si le informaran que iban a limpiar los pisos de la segunda planta.
El anestesia general corre rápida y efectivamente por sus venas hasta cerrarle
los ojos. Los relajantes musculares distienden el cuerpo como si ya estuviera
dormido. El tubo de boca que conduce el oxígeno a sus pulmones servirá para
sostenerle la lengua.</div>
<div class="MsoNormal">
Sólo cuando están seguros de que todo está en orden aplican
los electrodos entre el cuero cabelludo. En menos de cuatro minutos ya han
terminado. Le dan todo el tiempo que al paciente le haga falta para poder
mantenerse en pie con confianza. Luego se retira sintiéndose ligeramente
mareado, pero sin idea de lo que le han hecho. A su terapeuta le confesó que
desde que empezaron se sentía un poco mejor. Aunque seguía teniendo la
impresión de que se estaba olvidando de algo importante.</div>
<div class="MsoNormal">
“Es un efecto secundario normal”, le tranquiliza el hombre.
No debía darle importancia. Así que el paciente se lo fue restando.</div>
<div class="MsoNormal">
Una noche el paciente (quien ahora dormía en una habitación
sin más compañeros), que se llamaba Pedro pero no era Pedro, se despertó de
pronto. Alguien había entrado a su habitación y le movía el hombro suavemente.
Pudo distinguir incluso en la penumbra la silueta de un montón de rizos cayendo
por unas hombreras tan duras y agudas que parecían parte de una armadura. Le
tomó un par de segundos discernir el rostro moreno y los ojos negros que lo
miraban. Qué bonitos ojos, pensó. </div>
<div class="MsoNormal">
-¿Quién coño ha sido? –dijo la presencia apenas tuvo su
atención.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué cosa?</div>
<div class="MsoNormal">
-¡El hijo de puta que dijo que sería una buena idea dejarte
casi calvo!</div>
<div class="MsoNormal">
Inconscientemente, el paciente levantó la mano para sentir
la falta de su cabello acariciando su cuello. Los doctores se lo habían
sugerido como una manera de facilitar su nuevo tratamiento. No le había
gustado, pero como no tenía clase de qué iba a tratarse el mismo, consideró que
todas las precauciones eran pocas. De todos modos, era cabello, y como todo
mundo sabía, volvería a crecer.</div>
<div class="MsoNormal">
-El doctor Fontanarrosa –dijo.</div>
<div class="MsoNormal">
-Está muerto –declaró la aparición-. Puto viejo inútil. Y
seguro que apenas tiene tres pelos blancos, por eso no le importa. Muerto,
jodido y enterrado.</div>
<div class="MsoNormal">
El paciente se encogió de hombros. Ya le habían cambiado de
doctor antes. El muchacho le pasó la mano por su nuca revelada.</div>
<div class="MsoNormal">
-Y tú que lo tenías tan… Argh, no hay derecho. Vámonos -dijo
el muchacho, quitándole las sábanas de encima. Era una noche calurosa.
Extrañamente calurosa. De pronto el paciente percibió el aroma de algo
quemándose en el aire.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué pasa?</div>
<div class="MsoNormal">
-Nos vamos a casa. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>¿Puedes correr? </div>
<div class="MsoNormal">
El paciente se colocó las pantuflas, aunque sus manos en
realidad le temblaban. Esas palabras habían hecho algo en su interior. Sonaba a
una magnética melodía que volvía a descubrir. Tampoco sentía ningún miedo
respecto al joven. Era como si ya lo conociera de antes, de algún sueño que no
podía ubicar. El muchacho se movió hacia la puerta y se la mantuvo abierta.
Vestía un estrafalario traje en blanco y negro que a un conocedor de cultura
general o de rock podría asociar con los miembros de Kiss. El muchacho lo miró de
arriba abajo con algo que identificó como pena.</div>
<div class="MsoNormal">
Le dolió verla.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué mierda han hecho contigo?</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Vamos ahora a quedarnos en casa? –preguntó el paciente con
su voz más minúscula, la más parecida a la de una niña sola y asustada que
podía hacer dadas sus circunstancias físicas-. ¿Y tú te vas a quedar conmigo?</div>
<div class="MsoNormal">
El otro suspiró.</div>
<div class="MsoNormal">
-Mente frágiles sin alma –murmuró para sí y asintió-. Sí. Yo
y otros nos quedaremos contigo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Para siempre? –preguntó el paciente, comenzando a llorar-.
No quiero estar sola aquí ni en otra parte.</div>
<div class="MsoNormal">
-Ya lo sé –dijo el otro y se acercó para extenderle la mano,
como un adulto responsable frente a una criatura a la que tenía que guiar al
otro lado de la calle. Una corriente de humo negro estaba empezando a
deslizarse por las paredes. El calor aumentaba. Era agradable variar de entre
las noches de frío sin calefacción-. Nos iremos a casa y estarás bien. Vas a
volver a como estabas antes. Este es sólo un mal período pero lo arreglaré. No
te dejaremos sola. Vas a estar conmigo para siempre. ¿De acuerdo?</div>
<div class="MsoNormal">
El paciente sonrió entre lágrimas aceptando el gesto.</div>
<div class="MsoNormal">
-De acuerdo. </div>
<div class="MsoNormal">
La zona este de la planta baja estaba consumida entre
llamas. En su descenso por las escaleras el muchacho se cruzó con un hombre que
el paciente nunca había visto. Cargaba dos tanques de gasolina en cada brazo.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué le pasó? –preguntó el hombre, mirando al paciente.</div>
<div class="MsoNormal">
-Hazme un favor y busca a un tal doctor Fontanarrosa que
trabaja aquí –dijo el muchacho-. Dile a los chicos que se diviertan con él pero
me dejen algo para el final. Esto es culpa suya.</div>
<div class="MsoNormal">
-Dalo por hecho –acordó el hombre, subiendo por las
escaleras. </div>
<div class="MsoNormal">
Ellos dos continuaron caminando hasta el exterior.
Curiosamente, a pesar de ser noche, nadie estaba en la sala viendo televisión,
merodeando o buscando a un compañero enfermero para conversar. El lugar parecía
completamente desierto. Atravesaron las puertas ya abiertas. Al mirar atrás el
paciente vio el rojo enviándole saludos desde las ventanas reventadas y un
violento estremecimiento lo recorrió. Por unos segundos le faltó la respiración.</div>
<div class="MsoNormal">
-¿Kross? –dijo como si de pronto se le ocurriera la palabra.</div>
<div class="MsoNormal">
Todavía era una voz de niña saliendo de una cara de nena. El
susodicho sonrió.</div>
<div class="MsoNormal">
-No se preocupe, Su Majestad, sigo aquí. Y no pienso irme a
ningún lado.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Fin</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<!--[if gte mso 9]><xml>
<w:WordDocument>
<w:View>Normal</w:View>
<w:Zoom>0</w:Zoom>
<w:TrackMoves/>
<w:TrackFormatting/>
<w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone>
<w:PunctuationKerning/>
<w:ValidateAgainstSchemas/>
<w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid>
<w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent>
<w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText>
<w:DoNotPromoteQF/>
<w:LidThemeOther>ES-AR</w:LidThemeOther>
<w:LidThemeAsian>X-NONE</w:LidThemeAsian>
<w:LidThemeComplexScript>X-NONE</w:LidThemeComplexScript>
<w:Compatibility>
<w:BreakWrappedTables/>
<w:SnapToGridInCell/>
<w:WrapTextWithPunct/>
<w:UseAsianBreakRules/>
<w:DontGrowAutofit/>
<w:SplitPgBreakAndParaMark/>
<w:EnableOpenTypeKerning/>
<w:DontFlipMirrorIndents/>
<w:OverrideTableStyleHps/>
</w:Compatibility>
<m:mathPr>
<m:mathFont m:val="Cambria Math"/>
<m:brkBin m:val="before"/>
<m:brkBinSub m:val="--"/>
<m:smallFrac m:val="off"/>
<m:dispDef/>
<m:lMargin m:val="0"/>
<m:rMargin m:val="0"/>
<m:defJc m:val="centerGroup"/>
<m:wrapIndent m:val="1440"/>
<m:intLim m:val="subSup"/>
<m:naryLim m:val="undOvr"/>
</m:mathPr></w:WordDocument>
</xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml>
<w:LatentStyles DefLockedState="false" DefUnhideWhenUsed="true"
DefSemiHidden="true" DefQFormat="false" DefPriority="99"
LatentStyleCount="267">
<w:LsdException Locked="false" Priority="0" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Normal"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="heading 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 7"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 8"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="9" QFormat="true" Name="heading 9"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 7"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 8"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" Name="toc 9"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="35" QFormat="true" Name="caption"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="10" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Title"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="1" Name="Default Paragraph Font"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="11" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtitle"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="22" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Strong"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="20" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="59" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Table Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" UnhideWhenUsed="false" Name="Placeholder Text"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="1" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="No Spacing"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" UnhideWhenUsed="false" Name="Revision"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="34" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="List Paragraph"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="29" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Quote"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="30" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Quote"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 1"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 2"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 3"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 4"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 5"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="60" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Shading Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="61" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="62" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Light Grid Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="63" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="64" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Shading 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="65" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="66" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium List 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="67" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 1 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="68" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 2 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="69" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Medium Grid 3 Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="70" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Dark List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="71" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Shading Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="72" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful List Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="73" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" Name="Colorful Grid Accent 6"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="19" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtle Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="21" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Emphasis"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="31" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Subtle Reference"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="32" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Intense Reference"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="33" SemiHidden="false"
UnhideWhenUsed="false" QFormat="true" Name="Book Title"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="37" Name="Bibliography"/>
<w:LsdException Locked="false" Priority="39" QFormat="true" Name="TOC Heading"/>
</w:LatentStyles>
</xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]>
<style>
/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:"Tabla normal";
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-priority:99;
mso-style-parent:"";
mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt;
mso-para-margin:0cm;
mso-para-margin-bottom:.0001pt;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:10.0pt;
font-family:"Times New Roman","serif";}
</style>
<![endif]-->
</div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;">“Forget
your singalongs and your lullabies</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;">Surrender
to the city of the fireflies</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;">Dance with
the devil in beat with the band</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;">To hell
with all you hand-in-hand</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;">But now
it's time to be gone <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>forever</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;">Forever”</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;">-Queen</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="EN-US" style="mso-ansi-language: EN-US;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-82181178135639595342014-05-08T19:23:00.002-07:002014-05-08T19:23:49.836-07:00Soundtrack Aquí les presento una lista de canciones que de una o de otra forma hablan respecto al mundo de la novela y sus personajes.<br />
<br />
<a href="http://www.youtube.com/playlist?list=PLs1bh5TRFEYqhfN4UZ63lkXMym_FY8GfW">Playlist en Youtube</a><br />
<br />
Las canciones usadas son:<br />
<br />
1_"The march of the Black Queen" (Queen)<br />
<br />
2_"Once upon a dream" (Lana del Rey, Metal Cover)<br />
<a name='more'></a><br />
<br />
3_"Ready to die" (Andrew W.K)<br />
<br />
4_"I can´t decide" (Scissor Sister)<br />
<br />
5_"306" (Emilie Autumn)<br />
<br />
6_"Gothic Lolita" (Emilie Autumn)<br />
<br />
7_"Angelica" (Moi Dix Mois)<br />
<br />
8_ "Kyoumu Densen" (Ali project)<br />
<br />
9_"4 O´Clock" (Emilie Autumn)<br />
<br />
10_"Time for tea" (Emilie Autumn)<br />
<br />
11_"Devil in a midnight mass" (Billy Talent)<br />
<br />
12_"Escaping the asylum" (Blake Robinson)<br />
<br />
13_"Amour" (Rammstein)<br />
<br />
14_"Personal Demons" (Rufus Rex)<br />
<br />
15_"Rise Lazarus Rise" (Rufus Rex)<br />
<br />
16_"Her name is Alice" (Shinedown)<br />
<br />
17_"When you are evil" (Voltaire)<br />
<br />
18_"Mein herz brennt" (Rammstein)<br />
<br />
<br />Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-49486385171919865752014-05-08T16:56:00.003-07:002014-05-08T16:56:23.976-07:00Capítulo 8<blockquote>
“I reign with my left hand I rule with my right<br />
I’m lord of all darkness I’m queen of the night<br />
I’ve got the power”</blockquote>
Queen<br />
<br />
<strong>Capítulo 8: La marcha</strong><br />
<br />
La placa grabada decía Beltrán. Al final de dos nombres con fechas de
por lo menos treinta años de diferencia y una que sólo tenía seis años,
el Beltrán sumaba un factor común entre el trío de decesos. Los restos
de una familia incinerada pero muerta antes de llegar a ese estado. La
niña había sido la peor. Ninguno pudo tener un ataúd abierto durante el
velatorio final.<span id="more-1765"></span><br />
<a name='more'></a><br />
Pedro contempló la extensión del césped verde por el cual había corrido,
caminado y jugado gran parte de su vida. Las veces en las que sus
propios manos estuvieron rastrillando hojas para ayudar a los jardineros
mientras Tomás preparaba una merienda en casa. La propia torre seguía
en pie, pero ahora era un mero almacén de instrumentos puesto que el
nuevo guardián prefería venir desde su casa para trabajar. A las cuatro
de la madrugada de un día lunes no tenía motivos para aparecerse
todavía, razón por la cual sólo eran ellos dos bajo un cielo indeciso
entre la noche y la mañana. Pedro pensó que ellos habían estado todo ese
tiempo, que les había pasado cientos, miles de veces, y ni una sola vez
se había enterado. Ni siquiera Tomás antes de morir había podido
saberlo.<br />
-Mis abuelos habían muerto –comentó, recordando-. No tenía tíos. ¿Quién arregló para que fueran enterrados aquí?<br />
Kross volvió a guardarse un reloj de oro en el bolsillo de su pecho. Las
amplias hombreras blancas en su traje rojo lo hacían ver como la
caricatura de un sargento, pero en conjunto asemejaba a la de un maestro
de ceremonias. Completaba el atuendo un bastón con apoyadera de
calavera plateada, con el cual se daba de golpecitos en la suela de sus
botas agudas. Pedro mismo vestía una versión parecida, pero menos
ostentosa y donde primaba el azul oscuro. El demonio le había vestido
personalmente y bajo su signo de aprobación Pedro estaba empezando a
recuperar la satisfacción consigo mismo, cada vez más difícil de
encontrar desde que empezara a vivir privado del sucedáneo de la
personalidad de su hermana. Volvía a tener un punto de apoyo y ahora se
le hacía más necesario, pues ahora se trataba de él mismo sin defensas.<br />
-Hasta donde sé, era algo que habían preparado de antemano. Por si las
moscas, supongo. Del asunto en sí se encargó un amigo de tu padre que
luego se mudó a Buenos Aires. Hubo intentos por buscarte, pero no tengo
que decirte que eso jamás dio ningún fruto. Y luego dicen que este lugar
es tan chico que todo mundo se conoce. Al cabo de un año otros chicos
habían desaparecido o muerto y sus padres pudieron darle toda la pompa
que quisieron, por lo que dejaron de buscar.<br />
Pedro miró abajo. Podía poner rostros a los nombres y el más claro era
el de la verdadera Valentina. Pero al final sólo eran imágenes o escenas
flotando en el vacío, desconectados de cualquier suceso posterior,
igual que posters de una película que le había dejado indiferente.<br />
Kross dejó escuchar un exagerado suspiro de impaciencia. Ignorándolo,
Pedro buscó alrededor y tomó las flores más frescas, unas rosas blancas y
rosas dejadas el domingo frente a la tumba de una familia de cuatro
enterada junta. Llenó con una canilla cercana el recipiente frente a la
placa de los Beltrán, dispuesto en un hoyo dentro de la tierra húmeda.
En otras ocasiones había visto gente agitarlos para eliminar suciedad
antes de reemplazar las muestras de devoción ya marchitas por unas
nuevas, pero entonces no le hizo falta. Nadie en mucho tiempo había
venido a presentar sus respetos.<br />
Cuando por fin colocó el detalle en su sitio, lamentó que no hubiera
rosas negra cerca. Habría sido bonito. Por fin se volvió y caminó al
lado del demonio hacia la salida.<br />
-¿Y cómo es contigo? –preguntó Pedro.<br />
-¿Cómo es conmigo qué?<br />
-Tus papás, tu vida… Yo qué sé. No pudiste nacer de la nada.<br />
-No, no podría –Kross detuvo sus pasos y se le quedó viendo con una ceja
alzada. Pedro le devolvió la mirada sencillamente porque no se le
ocurrió otra manera de actuar, y porque también prefería aprovechar cada
oportunidad que tenía para hacerlo-. No te hace ninguna falta saberlo,
Majestad –declaró casi amablemente, como probándolo.<br />
-Ya sé, pero me interesa. Si vos y los otros van a estar conmigo ahora, algo podría saber.<br />
Tras unos segundos de indecisión, Kross finalmente encogió los hombros.<br />
-No es nada digno de una película. Mami humana. Murió dando a luz.
Primeros años como huérfano. Luego escapé, me uní al circo y encontré a
otros como yo, hijos malditos que nadie quería. Luego fui un demonio
completo. Y ahora estamos en el presente. Te podría hablar y hablar
acerca de los largos años en que supe en que tenía algo malo dentro de
mí, de mi absoluta falta de cariño al crecer y el relativo alivio por
ello porque los odiaba a todos, del encuentro y despedida de amores,
amigos, mascotas… pero francamente incluso yo me aburro de pensar en eso
y de todos modos ¿qué importa? ¿Yo te agrado, mi rey?<br />
La pregunta de tan inesperada no arrancó la inmediata respuesta que Pedro habría querido.<br />
-Obvio. Digo, a mí no me has hecho nada malo. Todo lo contrario.<br />
Kross sonrió un poco.<br />
-¿Y eso cambiaría de saber mi negro, oscuro y miserable pasado?<br />
-No.<br />
-¿Entonces para qué molestarse?<br />
Kross sonrió un poco y dio unos pasos para besarle. Pedro entonces no quiso saber nada más del mundo.<br />
—-<br />
La mayoría de los demonios tenían sus propios lugares y vidas en la
tierra con las cuales entretenerse cuando no estaban en el hospital
psiquiátrico. Ese día no se suponía que hubiera nadie en frente del sofá
de cara a la opulenta chimenea eléctrica, pero la había. Pedro dejó su
chaqueta encima del busto de Fausto y se acercó con curiosidad. Creía
que ya tenía más o menos ubicados a todos los demonios que formaban el
grupo, pero estaba seguro de no haber visto antes a aquel pelirrojo de
suaves pecas y uñas perladas de impecables puntas blancas. Uñas que se
movían rápidamente sobre la superficie plana de un celular que ocupaba
casi toda la palma. Jugaba a un juego de combate mientras esperaba,
balanceando un zapato negro al final de su pierna cruzada cubierta de un
pantalón jean ajustado. La camiseta a rayas negros y grises tenía el
cuello lo bastante amplio para permitir ver el relieve de la clávicula,
apenas cubiertos por una delgada bufanda morada a manchas negras. En
cuanto oyó los pasos acercarse, se ajustó los gruesos marcos de sus
anteojos como si así pudiera presentarse mejor. Al volverse le sonrió
con un suave brillo en sus ojos celestes.<br />
-Hola, Pedro.<br />
Salió de la aplicación en la que estaba, pero no bloqueó la pantalla
para hablarle Amable, esperaba que él tomara asiento en la silla a su
lado. Pedro se acomodó, mirándole otra vez de arriba abajo. Ni un solo
rasgo se le hacía familiar.<br />
-Me llamo Meriel. Esta es la primera vez que nos vemos cara a cara, como
te habrás dado cuenta, pero te he visto antes –le aclaró-. Soy un ángel
destinado a esta parte del mundo, así como Kross es un demonio sin
localización específica. Vine para hablarte acerca de un asunto, si no
te importa.<br />
-No –dijo Pedro, aunque en realidad estaba lejos de entender nada.<br />
Lo de los demonios lo entendía más o menos pero ¿qué tenía que ver un ángel con él?<br />
-Eso es –El ángel tecleó algo rápidamente, esperó unos segundos y luego
guardó el dispositivo en un bolsillo de su pecho-. ¿Te ha hablado Kross
acerca del permiso Job especial?<br />
-Más o menos –confesó el joven-. Hace que a Dios no le importe que Kross hable conmigo, ¿ que no?<br />
-Sí, algo así, correcto. Pero más bien se trata de una prueba que se le
ponen a ustedes, los humanos, de vez en cuando para probar su fe y
fortaleza espiritual. En realidad los demonios no deberían aparecer
directamente en tu vida, pero Kross se las arregló para hacer una
especie de trato para permitirlo. Él no te diría qué hacer ni cómo
hacerlo, sólo dándote plena libertad de hacer lo que realmente deseas.
Ahora bien, sucede lo siguiente –El ángel inhaló y expiró profundamente.
La parte seguida no iba a ser sencilla. No para él decirlo ni para
Pedro oírlo, parecía, sino en general-: creemos, es decir, otros ángeles
con los cuales hablé al respecto y yo que no es justo dejarte conocer
sólo una dirección probable. En el caso de Job fue una cosa porque él ya
conocía su alternativa, estaba preparado para asumir sus consecuencias
lo que hiciera falta debido a la sólida base con la cual él contaba.
Pero tú, al perder tus memorias primarias, careces de ello. El único
camino que ves es el que Kross te ofrece.<br />
-¿Y qué con eso? –inquirió Pedro, aunque ya estaba presintiendo que no le iba a gustar nada que saliera de ese tipo.<br />
El ángel arqueó una ceja, pero no con el mismo aire curioso que esperaba
aclararse del demonio, sino con un mayor pasmo, como si le extrañara no
entender de primera.<br />
-No es un trato igualitario desde ningún punto de vista –dijo-. Es
demasiado fácil dejarte ir con él y dejarlo ser, y en eso no consiste el
permiso Job. Estoy aquí para ofrecerte una alternativa.<br />
Pedro se echó instintivamente atrás, manos tensas en su regazo. Sin
embargo, sentía curiosidad por oírle, como un ratón que se queda mirando
al gato incluso después de haberse alejado, sólo para correr de nuevo
si lo veía aproximarse.<br />
-¿Te interesaría recuperar tu alma, Pedro?<br />
El cuerpo del estupefacto muchacho se relajó ante ese inesperado giro. ¿Cómo?<br />
-¿Eh?<br />
Kross le había dicho que era imposible, que por esa razón decidió
buscarlo para garantizar su protección. Libre de semejante lastre, iba a
ser entretenido observar el camino al cual dirigiría su vida en el
futuro. Apartando dichos y preguntas filosóficas que a él le parecía la
perfecta manera de perder el tiempo, al mismo nivel inútil de
contemplarse el ombligo y contar las pelusas, Kross decía que
probablemente había alcanzado la libertad perfecta, esa que por la cual
algunos ángeles con algo más de imaginación que sus compañeros acabaron
descendiendo de los cielos. Hablaba así entre caricias de garras
estilizadas y roces privados.<br />
En todo caso, para él era como si le hablaran de cómo habría sido tener
una paleta llena de colores que no se veían todos los días. Siendo de
por sí el mundo tan colorido, ¿para qué quería agregar más? Estaba
contentando con lo que veía, sentía y sabía. La urgencia o necesidad de
explorar más allá de sus posibilidades nunca le había atraído bastante.
Si no estaba roto, no había necesidad de arreglarlo.<br />
Aunque de él debería ser; ya estaba roto y vivido una existencia rota, ¿para qué arreglarlo?<br />
-¡No! –dijo de inmediato-. ¿Para eso has venido?<br />
-Probablemente te sea difícil entenderlo. Nunca has tenido que lidiar
con el concepto antes, así que supongo que es comprensible. Pero es
justo por eso que no puedes de lo que te pierdes. Me ha tomado mucho
tiempo y he tenido que hablar con mucha gente, pero finalmente pude
arreglar que se te diera un sustituto de un alma, que para ti sería
exactamente igual a una. Lo único que necesitamos de ti es que nos
permitas guiarte. Desde el inicio ha esperado el momento de poner en
práctica ese rol, pero nunca hubo oportunidad. Es ahora que te puedo
ofrecer una verdadera recompensa.<br />
Pedro abrió los ojos e inclinó las cejas. ¿Qué era eso? Lo único que
entendía era que le estaban pidiendo elegir a unos perfectos
desconocidos frente a Kross.<br />
-¿De qué mierda me va a servir a mí un alma? –espetó, levantándose. La
voz suave de niña que todavía seguía saliéndole en ocasiones relajadas
se le transformaba en una acorde a su sexo, elevando el volumen y el
tono-. ¿Para sentirme mal por las cosas que he hecho y voy a querer
hacer después? Para vivir sufriendo como un puto imbécil, para eso me va
a servir.<br />
Meriel parpadeó con sorpresa. No se esperaba una reacción semejante.<br />
-La culpa es una cosa natural de los seres humanos –dijo recuperando el
aplomo-. Puede darte un mejor entendimiento para poder relacionarte con
ellos. ¿Es que quieres vivir el resto de tu vida rodeado de demonios?<br />
-¿Y cuál va a ser la puta diferencia? Vos lo has visto, ¿que no? Vos
sabes lo que he pasado con Tomás e incluso antes de eso. ¿Creen allá
arriba que no sé realmente que así no era como debía vivir mi infancia?
¡Pero me daba lo mismo si al menos tenía una casa, alguien a quien le
importaba un carajo, un lugar! Hasta era divertido cuando los ponía
colorados y los hacía hacer ruidos raros. ¿Y ustedes, o vos
directamente, qué carajo han hecho mientras, durante y después, eh? Yo
ni estaría vivo si no fuera por esos demonios.<br />
-Lo que ha pasado no ha sido otra cosa que una tragedia –Meriel luchaba
por mantener el mismo tono tranquilo pero su propio desconcierto le
hacía de obstáculo-, pero esa no es razón para preferir una vida
separado de tu propia especie, viviendo sólo para dañarles. No puedo
sólo quedarme sentado y verte convertido en eso.<br />
-Entonces haberme matado antes –Pedro lanzó la última declaración
suavemente, con un rencor helado-. Si eso es lo único qu voy a tener
estando con ellos, más me convendría pasarlo bien.<br />
Un momento de silencio se instaló entre ellos. El celular en el pecho de
Meriel empezó a vibrar al ritmo de una banda de los 80, en la cual se
combinaban fragmentos de óperas sobre payasos tristes, pero el ángel
sólo se llevó la mano contra él sin sacarlo.<br />
-Te pediría que sólo lo pensaras. No tiene que ser de esta manera. Hay otras maneras.<br />
Pedro buscó de inmediato el escalpelo en su corset… hasta que se dio
cuenta de que no tenía corset y el escalpelo estaba en los bolsillos de
sus pantalones, debajo del saco. El impulso había pasado.<br />
-Vete a la mierda –dijo, apenas simulando su frustración.<br />
Quería saber si los ángeles podían sangrar. Meriel pareció leer a la
perfección el gesto incompleto. ¿Cuántas veces lo habría visto
realizarlo en el pasado? Sus pestañas doradas acariaron los cristales en
los lentes mientras volvía a erguirse. Resultó evidente que el ángel
trataba de encontrar una última línea que decir, pero no se decidía.
Renunciando, recurrió a un simple “hasta luego” antes de que su figura
se desvaneciera, primero los pantalones, luego la camiseta y por último
la bufanda.<br />
—<br />
Kross le había hablado acerca del reto Astarot, desde luego. La fecha
fijada para la presentación de su proyecto particular se acercaba y esa
era la razón primordial por la que sólo ahora le era permitido al grupo
(así como a todas las partes involucruadas en el trato) hablarle de
frente a frente. Mientras Pedro aceptara su presencia, estaba implícita
también su aceptación en la catástrofe que tenían planeada y por lo
tanto podrían empezar a prepararla.<br />
Primero debieron escoger un cementerio. El Parque de la Paz fue
propuesto como una opción, pero rápidamente descartado debido a su
lejanía respecto al centro de la ciudad, donde naturalmente, un viernes a
la noche, habría cantidad de testigos y víctimas suficientes para
cumplir las expectativas. Por lo tanto se quedaron con el Cementerio de
San Agustín, una considerable extensión de terreno verde presidido por
la iglesia en la cual los cristianos y acostumbrados se santiguaban
antes de presentar sus respetos a los idos. La noche temprana de los
inviernos encontraron a varias palas hendiéndose en la tierra mientras
un reproductor de música tamaño fiesta de quince años reproducía una
serie de temas variados, que iban desde un rock pesado donde las voces
de los cantantes hacían doler las gargantas de los oyentes con sus
gritos hasta la marcha turca del pequeño Mozart, acompañada de enfáticos
asentimientos de cabeza.<br />
Kross cada tanto revisaba la hora mientras examinaba las funciones de la cámara digital en sus manos.<br />
-¿Cómo hago para que enfoque bien en la noche? –le preguntó al mismo
demonio que se lo había traído, vestido como un ciber gótico.<br />
-Ya te dije, no le hace falta tanta ayuda con las luces que nosotros ya
tenemos. Lo que sí es que le tienes que ajustar el diafragma para que no
salga tan borroso cuando empecemos a movernos.<br />
Kross se acarició su nueva barba demoniaca en forma de candado. No tenía
la menor idea de qué era una diafragma, pero no encontró necesidad de
mencionarlo.<br />
-¡Al fin llegan! –gritó un fortachón que andaba llevando las placas de mármol.<br />
-¿Nos extrañaban? –respondió una voz femenina desde la entrada.<br />
Algunos de ellos se habían atrasado por varios motivos. Conseguir más
adornos para la ocasión (mientras más colorido, atrayente, impactante,
mejor), una vestimenta más adecuada, el mero placer de mantener a otros
esperando por ellos. No habían sido más que una docena y entre ellos se
contaba el único ser humano que había hecho todo el evento posible. A
Kross le había extrañado que le pidiera ir adelantándose, pero al verlo
acercarse desde el interior del grupo supo por qué.<br />
Era la primera vez que veía aquel vestido negro con hilos dorados, falda
ajustada en una forma esférica desde las caderas hasta los pies, razón
por la cual debía sostenerlas con sus manos (cubiertas de delicados
guantes negros de encaje) para poder caminar con algo semejante a la
libertad. En el cuello, cubriendo una manzana de Adán que en realidad
apenas se notaba, había un broche cuyo centro lo formaba una piedra
preciosa de color azul. A la luz despedía arcoiris que verificaban su
autenticidad, mientras el corset satinado revelaba la figura de varios
cráneos sonrientes. En un alarde de afán militar, la blusa tenía
triángulos de placas metálicas color dorado viejo.<br />
No contento con semejante cambio, tenía las mejillas pálidas cubiertas
de rubor rosado y los labios morados bañados en brillo reflejante. Kross
inmediatamente miró a la demonio que iba a su lado, saludando amigos
como si hubieran venido sólo para verla a ella. Las mechas rojas en su
cabello castaño y el traje de damisela victoriana eran ambos nuevos y
hermosos.<br />
-¿Qué mierda le han hecho? –soltó en cuanto se acercaron-. El traje que yo le había escogido estaba perfectamente bien.<br />
-Yo pedí el cambio –intervino Pedro, sonriendo con dientes blanqueados para resaltar el color del marco.<br />
Se veía bien, sí, pero de todos modos…<br />
-¿Por qué? ¿Qué tenía de malo lo otro?<br />
-Deja de ser tan maricón –dijo la demonio, besándole la mejilla dos
veces a modo de saludo-. Se ve linda, acéptalo y agradéceme luego. ¡Eh,
Merry!<br />
De pronto la demonio alzó la mano y se fue a saludar a una amiga. Pedro
dejó caer la falda, cubriendo en el acto sus pies cubiertos por unos
nuevas nuevas botas con bajo tacón. Encogió los hombros con delicada
renuncia.<br />
-Lo lamento. Quería estar cómoda para hoy –dijo, volviendo incluso al
femenino-. Así es como me he vestido casi toda la vida y como más me
gusta.<br />
Kross suspiró, rendido.<br />
-Tú eres la reina, tú sabrás lo que haces –Lo miró de arriba abajo-. ¿Valentina?<br />
-¿Qué?<br />
-No estás mal.<br />
-Gracias. ¿Qué es lo que hacen aquí?<br />
-Ah, nada, sólo dándole una ayuda a los muertos. Cuando revivan les
costará demasiado trabajo pasar de sus ataúdes y los tres metros de
tierra, por no mencionar los ataúdes de los parientes que unos tacaños
inútiles colocaron encima de los suyos, así que primero los estamos
sacando de sus fozas. Luego se levantarán, nos iremos todos al carro y
los llevaremos adonde haya más gente para hacer un homenaje completo a
Shawn of the dead, pero esperamos que un poco más gráfica. Mientras,
tendremos a unos cuantos filmando toda la escena, desde el momento en
que la gente crea que se trata de una nueva marcha zombie hasta que se
de cuenta de que no lo es. Lo subiremos a la red y esperamos que se
convierta en una infección viral dentro de las próximas tres horas.
Quizá incluso dos. No sabes lo agradecidos que deberíamos estar por la
tecnología. En los viejos tiempos para estos retos sólo contábamos con
algún que otro sobreviviente que contara los hechos y quizá un dibujante
con un mínimo de talento que se inspire para inmortalizarlo. Un cuento
ocioso, quizá una novela en la que el autor quiera imponer alguna
ilusión de moral. Y eso con suerte. Pero ahora podemos llegar a millones
de personas por todo el mundo de una sola vez. Y esas personas le
hablarán a sus amigos, quienes a su vez lo compartirán con los suyos.
¡Adoro las redes sociales!<br />
Empezaron a las seis apróximadamente. Con la cantidad de brazos
moviéndose y la fuerza física considerable puesta en las figuras de los
demonios, pronto se llenó el terreno de ataúdes abiertos y expuestos a
la tranquilidad de la noche. El aire hedía a polvo y viejo, llegando a
disimular el aroma natural de los cuerpos descompuestos más recientes.
Dispuestos en filas más o menos ordenadas, esperaban la orden necesaria.<br />
-Es aquí donde tú entras –dijo Kross, poniéndole las manos en sus hombros para conducirlo al centro.<br />
-¿Cómo? –preguntó Valentina.<br />
-Ya conoces las reglas, mi reina: de forma directa nosotros no podemos
hacer nada más que mantenerte a salvo. Somos tus nada humildes perros
guardianes. Si queremos tener algún impacto en la Tierra debe ser a
través de mi humano receptor, es decir, tú.<br />
-¿Y- y qué carajo hago yo?<br />
-Oh, nada complicado. Un poco de necromancia que nosotros te daremos.
Una vez estés completa con ese conocimiento prohibido sabrás
instintivamente qué hacer. Puesto que esta ciudad es el enorme pozo
negro de Argentina, lleno de energías negativas y esas linduras, será
incluso más sencillo de lo que sería normalmente. ¡Que pase el primer
grupo!<br />
El primer grupo lo conformaron trece demonios de variada apariencia,
rasgos y vestimenta. Uno en uno fueron pasándole en frente para tocarle,
sólo tocarle, de cualquier manera que se les ocurriera; ya fuera con
una palmada a la espalda, un ligero apretón en el brazo, poniéndole un
mechón de cabello tras la oreja, estampándole un beso en la zona de su
rostro que quedara más al alcance o estrechándole la mano, mientras
pronunciaban un solenme “un gusto estar aquí”, todos hicieron su
contribución. Valentina no sabía si era por la magia que se le era
traspasada o un ataque de sueño repentino, pero de pronto sentía el
cuerpo pesado y su cabeza daba giros de borracho tuerto sobre su cuello.
Kross le sostuvo cuando empezó a tambalearse.<br />
-Faltan tres grupos más –informó-. No te preocupes por el mareo, es sólo
el cuerpo acostumbrándose a una cantidad nueva de energía externa.
Pasará pronto. ¿Lista para el siguiente?<br />
Valentina se enderezó y respiró profundo antes de responder de forma
afirmativa. Cincuenta y dos demonios más tarde, el cementerio entero
parecía subido a un carrusel fuera de control. Cerró los ojos, jadeando.
Alguien le pasó un paquete a Kross y este se lo puso en la mano; era un
alfajor doble relleno de dulce de leche y cubierto de chocolate con
leche. El olor se le presentó como una bestia salvaje y ni siquiera se
dio cuenta de cuándo empezaba a masticarlo, tragándoselo a pesar de una
protesta lejana de ahora se le iba a correr el maquillaje. Se llenó la
boca hasta redondear los cachetes y luego los vació, sintiendo la dureza
del alfiler en su cuello presionar contra la piel al tragar.<br />
-Tenía hambre, ¿eh?<br />
-Cállate, idiota, para eso los hemos traído.<br />
Kross le frotaba la espalda. Al erguirse, Valentina descubrió con algo
de sorpresa que ya se encontraba mejor. E incluso era cierto lo que le
habían indicado; no cabía la menor duda en su ser acerca de lo que debía
hacer. Pasados unos segundos, asintió a la silenciosa pregunta de los
presentes. De pie, separó los pies de modo que quedara perfectamente
equilibrada respecto al suelo y elevó los brazos con las palmas hacia
abajo. Percibía algo así como un viento cálido envolviéndole el cuerpo
entero, sin tomar en cuenta para nada su vestimenta. De inmediato
adquirió la respiración profunda y constante de las personas dispuestas a
la meditación para entrar a un plano de existencia más elevado. Luego
de seguir así un rato, cual motor cargándose, adelantó el pie derecho,
dobló un poco las rodillas y estiró los dedos a la vez que pronunciaba
las palabras ancestrales de una forma extraña, como si de pronto le
hubiera crecido una lengua viperina adentro:<br />
-Rize Laxaruz.<br />
Justo después volvió a su posición original, dejando caer los brazos.
Los pulmones se le llenaron y ahuecaron a la velocidad acostumbrada
durante la consciencia. No hubo segundos de anticipación inaguantable
donde los espectadores contuvieran la respiración al unísono, entre
otras cosas, porque los demonios no respiraban en primer lugar. Fue más
bien pronto el cambio desde la estabilidad total en el mar de cajas
abiertas a campo de flores enhiestas, cuyos pétalos marchitos tenían una
forma indudablemente de dedos humanos, si bien muchos estaban tan
desechos que ya sólo eran palos blanqueados.<br />
Kross le hizo un gesto al ciber gótico. Este y otros como él encendieron
sus cámaras, cada uno con su propia cuenta de youtube lista para ser
utilizada esa noche.<br />
-Vamos.<br />
El carro alegórico representaba un solo trono del cual parecía salir un
par de alas draconianas. La base la vinieron a formar un montón de los
cuerpos apilados, más específicamente aquellos a los que la naturaleza
ya les había quitado casi todo rastro de carne. Unidos por la mera
voluntad necromántica, no les hacía falta cuerdas o alambre. Kross mandó
a ponerse a los filmadores en cierta posición, de modo que captaran de
la mejor manera posible la ascensión asistada por él de su reina, la
razón de su presencia, hasta su silla designada. Detrás de ellos iba la
camioneta con los altoparlantes tocando a todo volumen. Y ahí iban a pie
los cadáveres más “rellenos.” Valentina se extrañó de que fueran tan
silencioso y caminaran sin emitir los esperados gemidos amenazantes.<br />
—<br />
El video jamás llegó a la red.<br />
A pesar de la combinación de sonidos vivos típicos del centro de una
ciudad en el principio de un fin de semana, la gente oyó con claridad la
música acercándose por la calle. De haber sido cumbia o abrirse con la
voz de un narrador entusiasta, habrían supuesto que era una medida
publicitaria y lo habrían dejado pasar. Pero el hecho de que fuera sólo
música extranjera en un idioma que sólo unos pocos identificaron como
alemán no podía ser explicado de forma tan sencilla. Los policías
estaban extrañados. Nadie les había informado de ningún evento cultural.
De ser algo muy grande tendrían que hablar con los encargados y
desmantelar lo que fuera que trajeran por carecer de permiso.<br />
Las primeras personas que dieron con los marchantes rieron de gusto, de
exagerado miedo y se apresuraron en sacar los celulares para tomar sus
propias fotografías. ¡Eran tan realistas los disfraces! ¡Y los chicos
actuaban tan bien! Viéndolos caminar nadie podría decir que poseían
personalidad alguna. No hablaban entre sí, no hacían poses a pesar de
los pedidos; sólo iban tras el enorme carro sorprendentemente bien
hecho.<br />
Un hombre, uno de esos hombres que de pronto tuvo la necesidad de
impresionar a sus amigos, tomó al más cercano de ellos y dijo con voz
demasiado potente, echando aliento de cerveza, que pronto le tomaran una
foto. ¿Y qué le pasaba a ese pelotudo? ¡Una sonrisa por lo menos,
pendejo, dale, ponele algo de onda! Arriba en el trono, el que hacía de
paje con las ropas acordes a una corte siniestra, volteó la cabeza hacia
la pequeña escena y se inclinó al oído de la presunta reina.<br />
Y ella, aunque ni una sola persona fue capaz de apreciarlo, movió los labios lentamente para susurrar apenas una simple palabra.<br />
-Cannibalis.<br />
Inmediatamente después sonrió, oyendo los gritos.<br />
Para cuando el carro rozaba una de las esquinas de la Plaza Libertad el
pánico ya se había extendido de forma general. Era posible que no todos
entendieran exactamente la razón del mismo, pero daba igual, porque a
las masas no les hacía falta saber la razón de las cosas para actuar.
Por supuesto, hubo los clásicos curiosos-valiente-estúpidos que
encontraron semejantes reacciones como un aliciente para buscar por su
cuenta la dichosa marcha, para ver con sus propios ojos a qué se debía
la conmoción. Disparos se hicieron en vano. Gritos de una retirada
acelerada cayeron al suelo sin que nadie se molestara en recogerlos. La
gente chocaba contra otros que parecían poseer el privilegio de no
necesitar el miedo, pues los muertos mordedores no les prestaban la
menor atención. Estos no eran amables; se les reían en sus caras antes
de empujarlos a unos brazos putrefactos o les dirigían los implacables
lentes de sus aparatos, captando hasta el último fluido expulsado por
sus cuerpos. Ni en los sueños más violentos de un director de terror
habría salido escena más dantesca. La gente se resbalaba con intestinos
ajenos, manos caían de improviso sobre sesos desparramados. Y encima de
los huesos que ya todo mundo tomaba por reales, la joven reina
contemplaba cruzaba de piernas y el gesto de simple satisfacción impreso
en sus rasgos de muñeca clásica.<br />
Ya quedaba muy poca gente viva cuando ella descendió a unirse a la
fiesta. Realizaba una postura de pie y manos frente a los recién caídos,
quienes de pronto pasaban a ser de nuevo alzados. La policía, viendo su
completa inutilidad, malherida, aterrada, confusa, llamó por todos los
refuerzos posibles. Los diarios y las estaciones de televisión se
volvían locos telefoneando a sus fotógrafos, camarográfos y periodistas
para empezar a indagar sobre el asunto. ¡El que llegue primero gana!<br />
Pero cuando empezaron a llegar, como sucedía siempre, el clímax se había
desintegrado en un final natural de los sorprendentes acontecimientos.
Las imágenes que ellos captaron eran horribles desde todos los puntos de
vista, espantosas, revolvían las tripas. Pero estaba tranquilo, quieto.
Sólo pudieron captar a una figura cubierta de negro saltando en todas
direcciones, gritando diferentes nombres pero concentrándose más que
nada en uno.<br />
Cuando por fin consiguieron ver con claridad el color claro de sus ojos
en medio de una máscara de sangre, una mirada de terror absoluto, a sus
espaldas el trono de huesos comenzó a desmoronarse, como si el pegamento
que antes les sirviera de pronto quedara sin efecto.<br />
-¡No! –gritaba ella. Notó las cámaras pero no le importaba-. ¡No! ¡Kross! ¡Kross! ¡Lydea! ¡Rinta! ¡Kross!<br />
Para tratarse de una aparente mujer que no podía ser mayor de los veinte
años, resultó inesperadamente fuerte. Harta de su infructuosa búsqueda,
sacó un pequeño escalpelo de entre los pliegues de su vestido y amenazó
con arrancarle los ojos a todo mundo si no le decía dónde los habían
ocultado, dónde los tenían.<br />
Hicieron falta cinco hombres para finalmente reducirla.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-5605171650534467232014-05-08T16:54:00.001-07:002014-05-08T16:54:09.942-07:00Capítulo 7<blockquote>
“Now do the march of the Black Queen<br />
My life is in your hands<br />
I´ll fo and I´ll fie<br />
I´ll be what you make me<br />
I´ll be what you like<br />
I´ll be a bad boy, I´ll be your bad boy<br />
I´ll do the march of the Black Queen.”</blockquote>
-Queen<br />
<br />
<strong> Capítulo 7: Un vacío preferible</strong><br />
<br />
Casi veinte minutos más tarde de iniciada la reunión, el último
integrante de los llamados hizo gala de presencia azotando la puerta
mientras él permanecía quieto en el centro, erguido como sublime
protagonista en su propia obra recibiendo una ovación de pie por parte
de su público. En verdad no había ningún aplauso y nadie se molestó en
ponerse de pie para hacerle los honores, pero el recién llegado sonrió
como si hubiera conseguido lo que buscaba y se adelantó a la única silla
disponible, apartando el dobladillo de su saco rojo pomposamente antes
de tomar asiento. Colocó con gracia ambas manos sobre una rodilla para
al fin reconocer de forma directa la existencia del par de miradas que
lo seguían.<br />
<a name='more'></a><br />
<span id="more-1759"></span><br />
El hombre detrás del escritorio, calvo excepto por la mitad baja de su
cráneo y una ligera barba que empezaba en las patillas, giró los ojos
suspirando por la nariz. La otra presencia, un joven apenas un poco
mayor, de intenso cabello rojo con una media trenza colgándole desde la
nuca, ojos tan claros que parecían un par de canicas celestes animadas,
frunció las gruesas líneas que formaban sus cejas.<br />
Como la frase “llegas tarde” sólo podía resultar redundante en esa
situación, se la omitió. En su lugar el hombre, cuyo trabajo a veces
incluía ser mediador además de abogado, se irguió y carraspeó para
recuperar la atención.<br />
-Bueno, ya que finalmente estamos aquí todos los presentes, creo que podemos empezar con la reunión.<br />
-Objeción, su Señoría –dijo el del saco rojo, desdeñoso-. Vine por mera
educación, pero en realidad no comprendo la necesidad de todo esto.<br />
-Esa es tu opinión, Kross –dijo el abogado-, pero aquí Meriel siente que
has ido más allá de tu deber con respecto a aquella familia en Santiago
del estero.<br />
-¿Cuál es el problema? Salvé a un niñito de que lo volvieran puré como a
su hermana. Tal como yo lo veo, si es que merezco algo será que me
asciendan a arcángel por semejante muestra de amabilidad desinteresada.<br />
-El niño debía morir –expresó el pelirrojo. Su voz sonaba tan clara como
lo era su mirada rodeada de pequeñas pecas café-. Así debía ser. Tú no
tenías derecho a intervenir y en definitiva tampoco la tenías para
acabar con la vida de esas personas.<br />
El joven que recibía el reproche se echó hacia atrás y cruzó los brazos.<br />
-Vamos, no empieces a hacerte el inocente ahora. Aunque mejor quedaría
decir, no te hagas el ignorante. Lo que sea. Sabes perfectamente lo que
pasó con él una vez presenció la filmación del video. Tu jurisdicción
también se da ahí si mal no recuerdo, de modo que no hay forma de que no
lo hayas sentido.<br />
-Un momento, no entiendo –dijo el abogado ahora mirándolos a los dos-.
¿De qué está hablando, Meriel? ¿Y por qué me lo está diciendo él?<br />
-Es que el asunto no tiene importancia. No creí que fuera relevante para lo que nos compete ahora.<br />
El más joven emitió un resoplido de risa.<br />
-Un ángel dice que la destrucción del alma de un niño no tiene
importancia. Llamen a la profetas para que den testimonio de esta divina
ironía.<br />
-Kross, no seas desagradable. Y explíquenme de una vez qué pasó con el niño.<br />
-Adelante, díselo. Ya sabes que una omisión es igual a una mentira.<br />
Meriel le dirigió una mirada de exasperación al llamado Kross antes de volverse hacia el hombre trajeado.<br />
-Como sabes, el niño fue testigo de lo que le sucedió a su hermana.
Hechos así de traumáticos pueden dañar la mente de los humanos o, en
raras ocasiones, les da una inusitada fuerza mental a prueba de todo.
Pero de vez en cuando, en ciertas mentes especialmente exentas de
maldad, el impacto es tan grande que surge un tercer efecto colateral.
El alma no lo resiste más y prefiere anularse por completo. Se
autodestruye.<br />
El abogado entrecerró los ojos. Buscaba en su memoria pero no había
caso. Era la primera vez que oía algo parecido. Lo que no era para poca
sorpresa porque los asuntos entre cielo e infierno siempre habían sido
manejados por los miembros de su familia, por lo que había estado
habituado a muchos de ellos desde la infancia.<br />
-No sabía que eso era posible.<br />
-Es muy raro un evento así. Por no mencionar que para que se dé tienen
que crearse condiciones muy específicas: principalmente, un estado de
pura inocencia donde el sujeto se muestra transparente hacia su entorno y
no guarda malos deseos. El segundo, por supuesto, es la exposición
prolongada y constante a un trauma que desbarate por los suelos el
sentido de identidad propia. El proceso puede tardar años, días o sólo
segundos, dependiendo de la tolerancia de la persona hasta que llegue a
ese punto en el que sencillamente ya no quiere resistirlo, así que lo
abraza y deja de interesarse por su futuro.<br />
-Y ustedes pueden percibir cuando una persona pasa por algo así –quiso aclararse el abogado.<br />
-Es imposible no hacerlo. Es como si un candelabro se apagara de pronto y
en su lugar, en lugar de velas, quedara sólo un hoyo oscuro capaz de
tragarse las velas a su alrededor.<br />
-Pero no siempre es así –acotó el joven del saco rojo.<br />
-En la mayoría de los casos, sí –repuso el mayor, suspirando-. Pero
tampoco esta es una regla inquebrantable. A veces sucede que el sujeto
termina haciendo un bien cuando adquiere cierta mentalidad estable
aferrándose a un objeto externo, que le sirve de asidero. Sin embargo,
en todos los casos que he visto por mi cuenta, la persona no puede hacer
otra cosa que perjudicar su entorno.<br />
-¿Es así como empiezan los psicópatas?<br />
Kross sonrió con dejo burlón.<br />
-Casi, casi –dijo, condescendiente-. Pero no. La cosa con los
psicópatas, incluso los asesinos, es que ellos pueden diferenciar el
bien del mal. Ven la línea y no les importa cruzarla si eso es lo que
quieren. En ocasiones ni siquiera tienen la excusa de un evento
traumático para hacer lo que hacen. En cambio, una persona cuya alma ha
sido destruida, no tiene idea de dónde está ese límite. Va por la vida
sin culpa, consciencia o miedo. Pueden llegar a sentir simpatía respecto
a otro ser humano, un animal o lo que se les antoje, pero esto no
generará ningún impacto en su interior. Nada volverá a lastimarlos
seriamente. Si lo piensas bien, resultan ser incluso más fuertes que
aquellos que logran evitar la autodestrucción, porque estos todavía le
temen a la muerte, mientras que para ellos es reconocido como un hecho
que en algún momento les sucederá y contra el cual no se les ocurre
pelear.<br />
-Y es por eso –agregó Meriel- que debiste dejar que ese niño siguiera a
su hermana. Habría sido mucho mejor despedirse de esa forma que
condenarlo a vivir una existencia hueca. Para él y para quienes se
pongan en su camino.<br />
-Oh, por favor, no hagas suposiciones tan feas. Es sólo un niñito, una
pobre criatura huérfana. Tú no sabes qué es lo que va a decidir hacer de
su vida. Es demasiado pronto para definirlo de una sola manera. A lo
mejor encuentra a una buena chica y esta lo guía por el buen camino para
llevar una vida feliz y simple.<br />
-Incluso si así fuera, no tenías derecho a meterte en medio.<br />
-No creo que tenga que decirte las consecuencias por interferir directamente.<br />
A ninguno de los presentes le hacía falta el recordatorio. No habría
descenso a la tierra como un humano más. No habría un encarcelamiento
cruel y prolongado en una mazmorra profunda del Avernos. Sería la
anulación absoluta de su ser hasta que ya no quedara ni la traza de un
recuerdo. Kross tardó unos segundos en contestar, pero cuando lo hizo
todavía portaba la sonrisa confiada que tenía al llegar.<br />
-Por supuesto. Por eso convoco el pase Job especial.<br />
Meriel meneó la cabeza con incredulidad.<br />
-¿De verdad estás sugiriendo tomar a ese niño por un nuevo Job? ¿No ha
pasado ya suficiente que quieres someterlo a pruebas de fe? ¿Para qué?
¿Cuál sería el punto?<br />
-No pretendo que tú lo recuerdes tan vividamente como lo hacemos
nosotros allá abajo –dijo Kross arreglándose una manga-, pero la fecha
del reto Astarot se acerca y a mí me encantaría poder participar por una
vez.<br />
La cara del ángel se descompuso. A ninguna criatura celestial le gustaba
pensar en aquel contrato milenario que sucedió entre Dios y el demonio
durante el caso de Job. No sólo se trató de una ocasión especial para
que las fuerzas infernales obraran a placer sobre la vida de un ser
humano, lo que anteriormente se consideraba un tabú infranqueable, sino
el inicio de un eterno juego en el cual cada cien años (y esto tomando
en cuenta que el tiempo se movía distinto para ellos que para los seres
en la Tierra) los demonios interesados en entrar podían subir a la
Tierra e infuir de forma indirecta sobre las decisiones de los humanos,
susurrándoles al oído ideas que al final les permitirían cumplir un
deseo que condene a una porción de los humanos. Los hechos
“inexplicables” a los cuales se referían en documentales, leyendas
urbanas y curiosidades traídas en conversaciones de sobremesa no eran
más que el resultado final de una sola persona sucumbiendo a la sutil
sugerencia. Pueblos enteros desaparecidos de la noche a la mañana sin
dejar rastro, aviones y botes desvaneciéndose de pronto, plagas de baile
ridículas que harían desfallecer a la gente del puro cansancio,
suicidios masivos concentrados en un solo espacio. Cualquiera fuera el
cataclismo que el objetivo hubiera pensado, tan grande como su país o
tan pequeño como una habitación, se le concedía. La conclusión se
consideraba una victoria para los seres infernales.<br />
La única razón por la que era permitida tal abominación era porque los
humanos no debían caer presa del juego. Su voluntad tendría que
prevalecer sin ayuda externa. Todos los demonios podían entrar al mismo
tiempo, pero afortunadamente habían sido a lo largo de la historia
relativamente pocos los ganadores en la competencia. Las reglas eran
bastante simples; debían apegarse a un solo humano hasta conseguir o no
su objetivo primario, no podían entrometerse con la misión de un
congénere y no podían tocarles ni un pelo en cuestiones de realidad
táctil.<br />
-Si quieres escoger a ese niño como tu humano intermedio, eres libre de
hacerlo –dijo Meriel-, pero si a eso quieres sumar un pase Job especial
Dios te lo negará. No puedes combinar ambos efectos sin que se considere
una trampa fragante. Entonces todos podrían hacerlo y la Tierra habría
dejado de existir hace milenios.<br />
-Eso es –remarcó Kross alzando un dedo-, si me meto con mi humano
intermediario. Verás, Meriel, yo también me he leído el libro del
reglamento y he llegado a la siguiente conclusión –Alzó una ceja-: no
hay absolutamente nada que me impida limpiar el camino de mi humano
hacia el cumplimiento de cualquier objetivo que se ponga en mente. Con
tal de que yo mismo jamás pretenda forzar su comportamiento hacia
cualquier dirección, agarrándole la cabeza y obligándolo a voltear a
otro lado, por ejemplo, no estoy haciendo nada malo. Sólo le estaría
permitiendo ser lo que ya es. Mi intervención se reduciría a no dejar
que hubiera puertas cerradas adonde él quisiera ir. El resto dependería
totalmente de él. Libre albedrío en su máxima expresión, como siempre.<br />
-El permiso Job –dijo el abogado- implica también que los ángeles que
desearan podrían intervenir en caso de que el humano en cuestión
decidiera obrar bien de forma desinteresada.<br />
-Desde luego –acordó Kross echándose en la silla con aire satisfecho-. Y
Meriel supongo no tendrá problema en presentarse voluntario, ¿no?
Después de todo, ya que le preocupa tanto el niño y su futuro querrá
ayudarlo en caso de que por la razón que sea termina siendo una buen
ejemplo de su especie.<br />
Por un momento pareció que el ángel pelirrojo se había quedado sin
palabras que decir. El giro en la conversación era completamente
inesperado según su propia expectativa. Pero al cabo decidió que no iba a
dejar que uno de los discipulos de la bestia se burlara de él
sugiriendo que no estaba dispuesto a cumplir con su deber.<br />
-Por supuesto. Eso –agregó volviéndose al abogado-, si de hecho el permiso de Job es aprobado.<br />
-Voy a tramitar los papeles necesarios –dijo el hombre, haciendo un
simple giro de muñeca. Desde cerca de su escritorio se abrió un
archivero morado y un par de hojas salieron flotando hacia sus manos.
Con otro pase conjuró un bolígrafo con el cual empezó a redactar los
datos a completar. Por fin, estampó su firma y dio vuelta al papel,
adelantándolo hacia el demonio-. Ve sabiendo, Kross, que esto sólo te da
una sola oportunidad de salir airoso de esto. De llegar a escoger el
niño otro camino que al que tú pretendes conducirlo nadie va a poder
cambiar el hecho de que tu intervención sólo es una ofensa y serás
penalizado como tal.<br />
Kross dio un gesto arrogante, tanto al hombre como al ángel, para
demostrar que no tenía ningún miedo que evidenciarles. Ninguno de los
estaba seguro de poder tomársela en serio, viniendo precisamente de un
demonio.<br />
-Entonces el juego se volverá mucho más interesante –declaró antes de
escribir su nombre en grandes caracteres y giros de tinta decorativos.<br />
A continuación extendió el bolígrafo a Meriel con aire expectante.<br />
-De acuerdo –dijo, tomándolo-. Voy a confiar en que este niño sabrá qué hacer al final.<br />
-Yo también –afirmó Kross.<br />
—<br />
El establecimiento tenía por patrón a San Judas, santo de las causas
perdidas. Como llamar sistios así “manicomios” estaba mal visto, pues
recordaba demasiado a una época más oscura, desesperada e ignorante, se
le denominaba centro psiquiátrico San Judas. Tuvo apenas una década de
funcionamiento antes de que comenzara a decaer. La desaparición de una
chica, hija de un importante locutor de radio, cuando las radios eran la
realidad y la televisión un sueño lejano, propició una serie de
escándalos que al final forzaron su cierre. Los pacientes fueron
reubicados en instalaciones parecidas o enviados de vuelta a los brazos
de sus familias, que los inscribieron adentro en primer lugar. El
edificio pasó de mano sin que ningún cambio significativo se hiciera en
el mismo y acabó abandonado, sometiéndose al paso del tiempo y la
naturaleza. Se cerraron las puertas principales con candados y las
ventanas fueron tapadas como en espera de una renovación que jamás se
dio.<br />
Bastó sólo una persona ociosa que decidiera cortar la cadena para que se
convirtiera en el refugio ideal para muchos hombres y mujeres sin hogar
en la zona. Tenían techo, tenían muebles que podían utilizar, cosas
viejas, sucias y polvorientas de las que nadie se había encargado y
ellos podían utilizar a su favor.<br />
Ese era el lugar al que Valentina acabó aceptando como su hogar cuando
la cuasi torre del cementerio se tornó imposible. Su pieza particular
era la misma donde los pacientes se acostaban tras una herida y eran
atendidos directamente por una enfermera que trataba de no verlos a los
ojos simpre que podía. La limpieza tomó mucho trabajo y esfuerzo, por no
mencionar el aguantar el simple rechazo de los que ya vivían ahí y no
querían sus pocas pertenencias ser movidas. Los primeros días fue una
tarea imposible conseguir que la dejaran sola en su propio espacio (no
soportaba el olor que cargaban), pero lo peor fue cuando se despertó en
medio de la noche y encontró a uno de ellos con una navaja, apestando
como si se hubiera vomitado encima, diciéndole que le iba a rajar si no
le daba la plata que tenía. Pretendía robárselo mientras ella seguía
dormida y una vez despierta no le quedaba de otra que tomar acciones.<br />
Valentina le dio un rodillazo en el estómago. En cuanto el personaje se
encorvó buscando aire, desorientado porque no se esperaba semejante
respuesta, tomó la navaja, agarró la mano y clavó ambas contra la pared
cerca de su cabecera, atravesando músculo de un solo golpe enfático.
Había hecho lo mismo por un grupo de gallinas que se colaron por el
hueco de la reja en el cementerio una vez, comiéndose las flores dejadas
frente a las tumbas y dejando sus regalos marrones por todas partes.
Tomás se había estado quejando todo el día de que esos bichos odiosos
siempre se las arreglaban para regresar, no importaba cuántas veces los
echara afuera, de modo que Valentina sacó el cuchillo de carnicero de su
base de madera en la cocina y lo utilizó de la forma más aleatoria que
era capaz a sus nueve años hasta que dejó de oír ese molesto cloqueo.
Pensó que de última Tomás podría prepararlos para comer, pero lo que
hizo el hombre fue quitarle las presas de sus brazos y ponerlas a un
lado antes de vomitar en el suelo. Nunca logró entenderlo.<br />
La punta realmente se hundió dentro de esas paredes de estuco donde el
papel decorativo empezaban a desprenderse a tiras. El grito aturdido del
hombre mezcló a niveles absurdos su confusión y dolor. Tironeó de la
navaja hasta que finalmente logró zafarla de la materia en que estaba
metida y así, dejando caer gotas de sangre por la remera ya sucia del
hombre, exactamente encima de sus clavícula, presionando sólo lo
suficiente contra una arteria palpitante, Valentina le pidió que no
volviera a hacer eso. Necesitaba el dinero tanto como él. Si estaba en
tal problema que sí o sí debía tener dinero, lo lamento, pero debería
pedírselo a alguien más.<br />
Aunque si ella fuera él esperaría siquiera a que fuera de día. Era muy
tarde para empezar a mendigar. Además, ella estaba cansada, había
caminado muchísimo para llegar ahí y ahora quería dormir.¿Sería posible
que tuviera eso al menos?<br />
El hombre balbuceó algo incoherente, como si hubiera perdido
sensibilidad en su cara y se hubiera quedado paralizado en una expresión
pasmada mientras se sostenía la mano herida. Valentina supuso que eso
era una aceptación de sus palabras y le alegró de que no tuvieran que
discutir en ese momento. Le devolvió la navaja después de limpiarla
contra el colchón y se echó de nuevo a la cama, dándole la espalda. Pero
ahora no hubo ninguna interrupción durante su sueño.<br />
A la noche siguiente todos los colchones del suelo, las cajas que
utilizaban como mesitas de luz y las sillas rotas para sentarse y sólo
contemplar el vacío a la salud de la bebida que hubieran podido
conseguir para el momento, gracias a la amabilidad de algún extraño,
habían desaparecido y sólo quedaba la cama en la que ella descansaba, el
menos oloroso que pudo encontrar. Ahora ellos la dejaban en paz, lo que
fue muy agradable para ella. Pero eso no le impidió de seguir
escuchando sus balbuceos borrachos, los pasos vacilantes yendo y
viniendo por los pasillos toda la noche. La insoportable serenata
nocturna con que la obsequiaron cuando uno de ellos encontró una
guitarra con la cual maravillar al resto porque él supiera tocarla, o
tuviera la muy firme creencia de que podía hacerlo.<br />
Mezclando temas de chacareras (cuyo grito gaucho al final jamás faltaba)
con letras propias que se inventaban según fuera la melodía, también
creada espontáneamente, con unas voces roncas y desafinadas que buscaban
imitar a los mejores gritones del folklore, si Valentina conseguía
mantener los ojos cerrados por más de cinco minutos era nada más por
pura fuerza de voluntad. El único momento de verdad pacífico que podía
encontrar en ese lugar era a esas horas anteriores al mediodía, pues era
entonces cuando la mayoría, si no es que todos, empezaban la búsqueda
de su siguiente comida con la cual llenarse la panza. Ella aprovecha ese
breve descanso para explorar el centro más a gusto. En la primera
semana había encontrado un esqueleto blanqueado en el el suelo del
sótano, que estaba helado a pesar de que afuera el ambiente era cálido y
lleno de sol.<br />
Le pareció una adición interesante. No tenía idea de quién era, mujer u
hombre. Podía ser uno falso que en las películas yanquis se veía
durantes las clases de biología. En cualquier caso, se lo quedó. Compró
los materiales necesarios para mantenerlo unidos todos los huesos lo
mejor que pudo (confundiendo la pierna izquierda con la derecha, el
antebrazo con el que correspondía debajo del bícep, entre otros errores
anatómicos, que ella no podía identificar como tales ni tenía medios a
mano para averiguarlo), lo colgó y decidió utilizarlo como su perchero
personal. Poco tiempo después de que lo hubiera instalado, corrió el
rumor entre ellos (que ella siempre oía porque las paredes eran
demasiado delgadas) de que se trataba de los últimos restos de alguien
que ella misma había blanqueado y ahora ponía a modo de advertencia para
el resto.<br />
Trató de decirles que eso no era cierto, que ella sólo se lo encontró de
casualidad, pero ninguno le hizo caso por más que se esforzó. Los
conciertos nocturnos se redujeron en número. Todos se habrían acabado
yendo si hubieran tenido cualquier otro sitios la mitad de cómodo que
aquel para poder vivir libremente. Incluso después de que Valentina
arreglara con la ayuda del tipo que le recomendó el guardián del
cementerio que fuera instalada agua corriente (pagada mensualmente con
su dinero “heredado”) y electricidad general, silencio absoluto seguía
los pasos de Valentina entre los pasillos de personas que se negaban a
dormir en las calles desnudas, así como una seguidilla de murmuraciones
acompañaban su salida.<br />
No le gustaba esa situación. Era practicamente lo opuesto a la atmósfera
a la cual se había acostumbrado viviendo con Tomás, donde podía haber
momentos en los que veía una duda sembrándose detrás de su amigo pero en
última instancia siempre era bienvenida. Llegaba a haber veces en las
cuales deseaba haber podido hacer algo para ganarse su confianza y
actuaba en consecuencia, sin otro resultado que el de ver cuerpos
amontonados amontonándose todavía más al apartarse de ella y expresiones
hoscas diciéndole sin palabras que no la necesitaban, ni a ella ni a
nadie. Pero tampoco se decidía a irse por el mismo motivo que ellos,
además de los suyos propios. Molestos o no, malos cantantes y
compositores o no, seguían siendo gente. Es decir, compañía. Es decir,
preferíbles a un departamento, sugerencia del abogado, donde lo único
que oiría en la noche sería su propia respiración y ninguna conversación
en la cual siguiera podía imaginarse que formaba parte, aunque en la
realidad misma su presencia sólo fuera a apagarla.<br />
Sin embargo, cuando por primera vez desde que llegara, se despertó sin
escuchar el menor revuelvo a su alrededor, nada más que puro y simple
silencio, tuvo la tentación de creerlo un sueño por un segundo. Eso o
esa resultaba su primera mañana de buena suerte en un largo tiempo. Al
abrir los ojos se encontró en su habitación tal como la recordaba. Su
vestido, ahora completamente arruinado mezclando diferentes tonos de
azul con su blanco natural, yacía doblado encima de la silla mientras el
esqueleto de su perchero le sonreía como a modo de saludo.<br />
-¿Sabes de quién es es, no?<br />
Emitió un respingo brusco. ¿Cómo podía haberse olvidado de ese detalle?
El muchacho vestido como una versión moderna del Capitán Garfio, menos
el sombrero, con un saco rojo cuyo faldón empezaba a la mitad de su
espalda y sus puntas rozaban la parte trasera de sus rodillas,
inmediatamente seguidas estas últimas por un de botas negras con
tacones. La piel morena tostada por el sol hacía más blanca la
exposición de sus dientes al sonreír. Acababa de entrar a la habitación y
su corazón todavía no había regresado a su sitio cuando el otro decidió
tomar asiento a los pies de su cama.<br />
-Es de la hija esquizofrénica de uno que solía ser famoso –continuó-.
Fue una gran noticia cuando tuvieron que mandarla aquí luego de que casi
matara a su novio mientras conducían al funeral de su madre. Pasa unos
meses tratando de no causarle más problemas a papá y, justo cuando menos
se lo esperaba, llega un doctor visitante que sólo podía excitarse
siempre que estuviera estrangulando a una mujer mientras la forzaba a
abrirse de piernas para él. No sé si habrás notado que ella tiene el
cuello roto debido a eso. Como sea, luego el doctor, que imagino habrá
sido un verdadero rompecorazones o muy bueno juzgando a las personas,
obtuvo la ayuda de una enfermera para enterrarla y hacer desaparecer
todo lo que tenía, para así hacerlo parecer una escapada suya que ella
llevó a cabo por su cuenta porque, ya sabes, estaba loca. Pero aunque el
tiro les salió por la culata y nadie se creyó del todo la historia,
todavía nadie pudo explicar qué había sucedido con ella. El sótano debe
tener unas condiciones muy especiales para haberla conservado entera
durante tanto tiempo. Claro que entonces ellos ya se habían desecho de
la piel, músculos y lo que sea hubiera acabado haciendo crecer cosas
indeseables en la tierra. Imagino que escogieron el sótano porque habría
sido difícil pasar desapercibidos si lo hacían en el patio, donde
podría por lo menos podría haber hecho crecer un lindo arbusto con el
paso del tiempo. Interesante, ¿no?<br />
Entonces, finalizando así su monólogo, volvió su atención a su oyente.
El mismo que al ver esos ojos cayó en cuenta de que estaba desnudo. En
lugar de responder o cubrirse algo por lo cual nunca había sentido
vergüenza en el pasado, apartó las sábanas y vio su cuerpo al entero, al
desnudo, tal como siempre había sido.<br />
Recordaba el incendio, la pileta y la aparición de ese sujeto que dijo
recordar también. Entonces le habían venido imágenes nítidas acerca de
un traje rojo poniéndose entre su persona y una mujer alta, hermosa, que
unos segundos antes le estaba acariciando el pecho amparada por las
potentes luces dignas de un estudio de cine. De la misma visión, no hace
mucho, coronada por una melena de rizos negros mientras sus amigos los
soldados, a los que de hecho le había alegrado verlos, le apuntaban con
las armas que solían llevar en el espacio entre los pantalones y su
cadera. No podía seguir exactamente qué era lo que sucedía más tarde,
pero no porque su mente no tuviera registro del hecho. Era sencillamente
que el muchacho se movía tan rápido en una furiosa continuidad de humo
negro que al momento en que se detenía, de pie frente a él, ya no
quedaba nada que contemplar. Ni siquiera el conductor de la camioneta
cerca de ellos se había librado de su influencia, aunque el propio
vehículo seguía ahí como evidencia de que había existido.<br />
Y en esas dos veces sabía lo que el otro hacía a continuación. Le dejaba
ver el misterio perpetuo de sus ojos negros con su arcoiris disimulado
un instante, antes de palmearle la coronilla y decir que ese no era el
momento. No ahora.<br />
Excepto por anoche.<br />
Pensó en Tomás haciéndole una petición que ni siquiera supo cómo
interpretar, justo antes de despedirse. Creyó que sería una última idea
loca antes de morir o quizá un efecto colateral del cáncer del cólon o
cualquier cosa, pero sencillamente no tenía ningún sentido entonces.<br />
-Vos estabas ahí –dijo, cubriéndose al fin. Levantó la vista y se
encontró con él otra vez. Era extraño lo que sentía respecto a su
persona, aunque quizá sólo fuera por la novedad. Porque recién ahora
estaba descubriendo que sí se habían conocido antes, pero en su mente
todavía se percibía parecido a un primer encuentro oficial-. ¿Sabes cuál
es mi verdadero nombre?<br />
-Oh, eso está claro –suspiró el muchacho, acostándose y poniendo la
mejilla sobre su mano-. Desde el momento en que te encontré averigüé
todo acerca de ti. La verdadera pregunta aquí es ¿de verdad quieres
saberlo y dejar morir de una vez y por todas a Valentina?<br />
Valentina. Su hermana menor. Menor por un año, lo que quería decir que
debía tener veinte ahora en lugar de diecinueve. Volteó hacia el
desastre que había sido un vestido perfectamente bueno en el pasado. Uno
de los tantos vestidos que había llegado a posee, vestir y mandar
modificar. Como los que mamá compraba por su hermana para ir a la
iglesia, porque las prendas de ese estilo eran su cosa favorita en el
momento.<br />
-Nada más quiero saber –repuso.<br />
-Bueno, si sientes curiosidad, tu verdadero, verdadero al menos en el
sentido de que así te llamaron originalmente, era Pedro. O Peter si lo
quieres en la versión inglesa.<br />
-¿Pedro? –repitió.<br />
Sonaba… raro saliendo de su boca y tratando de relacionarlo consigo
mismo como una forma de indetificación. Suponía que sería cuestión de
tiempo antes de que agarrara la costumbre.<br />
-Valentina suena mejor ahora, ¿no? –Kross se levantó de un salto y se
puso a realizar una rutina básica de estiramientos mientras le hablaba-.
Pero, como siempre, eres libre de hacer lo que te parezca. Puedes ser
el Rey de la Oscuridad o la Reina de la Noche. Los dos títulos están
disponibles para ti, aunque, si quieres que te sea honesto, los otros ya
se han acostumbrado a lo de la reina negra.<br />
¿Otros?<br />
-¿Qué otros?<br />
Una de las botas de Kross le estaba rozando la nuca, empujada y
mantenida por sus manos. Brevemente se preguntó cómo era que no se le
desgarraban los pantalones. A simple vista parecían muy ajustados, pero
luego se los veía en movimiento y generaba la duda. En medio del
levantamiento Kross lo miró, arqueando una delgada ceja.<br />
-¿En serio no lo dije? ¿Dónde tengo la cabeza yo para olvidarme de
detalles tan importantes?–Entonces levantó la otra pierna por el lado
opuesto, en tanto la parte superior de su cuerpo permanecía en el exacto
mismo lugar. Kross dejó caer la primera pierna, que aterrizó con un
sonido seco en el suelo. Era evidente que le hacía el espectáculo para
causarle una impresión y de verdad lo estaba consiguiendo. Incluso si de
hecho se veía ridículo-. Bueno, resulta que han sido muchos años
mirando por ti, ¿sabes? El interés empezó a gestarse entre mis
compañeros y yo creí que no podía hacer ningún daño tener más
participantes, por lo que empezamos a formar una especie de grupo
entorno a tu figura. Descuida, somos demonios, así que el acoso no es un
problema, sino nuestra única manera de mantenernos en contacto contigo.
Aunque creo que sería correcto suponer que a ti tampoco te importa
demasiado, ¿o me equivoco?<br />
Consideró el escenario por un rato. Los había notado, sí, como una
presencia amorfa que vagamente podía o no existir, ni siquiera dejando
en claro la posición desde la cual observaban. Al final casi hubiera
dado lo mismo que estuvieran ahí o no, porque la sensación apenas era
una corazonada más que un hecho concreto sobre el que sería capaz de
crearse ideas propias.<br />
-No, la verdad no.<br />
-Bien, dicho eso, comprenderás que a mis compañeras les generaba cierta
emoción saber lo que harías una vez recuperaras la memoria. Incluso si
el tiempo no se mueve para nosotros de la misma manera que lo hace para
los humanos aquí, entiende, trece años sigue siendo un intervalo
considerablemente largo para mantener nuestra atención. Así que ahora
mismo, mientras hablamos, todos te están esperando abajo para tu
presentación oficial.<br />
Pedro (o Valentina) lo miró como si fuera imposible entenderla una sola palabra en lo que acababa de pronunciar.<br />
-¿Para qué?<br />
Kross hizo caso omiso de su pregunta y abrió el armario, que en otros
tiempos solía servir para instrumentos médicos. Además de los vestidos,
las medias, los collarines y otros accesorios especialmente encargados a
la modista, destacaban dos prendas colgadas de las puertas. El de la
izquierda contenía un traje negro de tres piezas, camisa blanca y una
corona plateada tejida en el bolsillo del pecho. A la derecha había un
nuevo vestido negro con líneas blancas cayendo por la falda, acabada en
un encaje delicado. De la percha que lo sostenía, el sitio donde se
suponía debía salir la cabeza, colgaba un collarín con un medallón en
forma de corona negra con bordes plateados. En el estante principal,
justo al frente, había un par de zapatos acordes a cada ropa; unas botas
subidas hasta el tobillo en el lado derecho y a la izquierda unos
zapatos masculinos brillantes de punta cuadrada. Todo lucía nuevo,
costoso y de una complejidad estética que la modista apenas habría
podido emular.<br />
-¿Lindo, cierto? Ha sido una verdadera suerte que tu estilo haya
resultado ser tan apropiado para la situación presente. De nosotros
pueden decir lo que quieran, pero podemos ser fashionistas si queremos.
Tómate tu tiempo para escoger el que quieras –indicó dirigiéndose a la
puerta y antes de cerrarla tras de sí, agregó-: Estaré esperando aquí
afuera a que termines.<br />
Pedro (o Valentina) miró sus opciones. Negro. ¿De verdad ese era su
estilo? Durante años lo había utilizado por la sencilla razón de que su
hermana tenía una especial predilección por ese color. Tenía vestidos
rosa, beige y de alegre amarillo, pero sus ojos se animaban sólo cuando
tenía que usar los más oscuros. En cambio, no podía sacar de su mente
ninguna idea precisa acerca de cómo a él, como niño, le gustaba ir.
¿Cuál era su color favorito? ¿Llevaba alguna remera o pantalón favorito?
¿Se limitaba a usar lo que fuera encontraba en su armario y hubiera
sido dispuesto por mamá tras un día de compras? Era como tratar de
recordar la primera Navidad, demasiado lejano para tocarlo.<br />
Fue una media hora de espera hasta que la habitación volvió a abrirse y
un par de pasos se oyeron en el pasillo. El que de momento parecía
haberse decidido por el nombre Pedro se ajustó la chaqueta que venía con
el traje. Resultaba esa ser la primera vez en su vida que usaba
pantalones y se sentía demasiado cubierto, como si llevara dos mantas
encima de la cabeza en un día soleado. Al alzar la vista se encontró con
que Kross también se había cambiado la ropa; de asemejarse al capitán
Garfio interpretado por Dustin Hoffman, ahora simulaba una versión
humanizada del gato de Cheshire, mezclando tonos de morado y rosa en
líneas consecutivas de su pantalón. La más mínima confusión se resolvía
viendo el estampado en el bolsillo de su pecho, donde el alegre gato,
tal como lo dibujaron en aquella película de Disney, saludaba con la
pata alzada.<br />
Kross lo miró de arriba abajo y sonrió.<br />
-No está mal –dijo, acercándose-. Todavía tienes cara de nena, pero supongo que no puede evitarse. Si me permites…<br />
Sacó una cinta negra de su bolsillo y le recogió el cabello en una
coleta suelta. Por el movimiento de su mano y brazos Pedro asumió que le
estaría haciendo un moño. Kross dejó caer las palmas sobre sus hombros
para admirar el producto final. Su piel era ligeramente más caliente que
el del humano promedio. Las uñas negras acabadas en punta le rozaban
los lados de su cuello.<br />
-Mucho mejor –Se le quedó viendo un rato con la cabeza inclinada, entrecerrando los párpados.<br />
Luego se inclinó a besarle en los labios con los suyos que parecían
vivir en un perpetuo estado de humedad lasciva. Pedro había oído acerca
de sensaciones dulces, de sabores extraordinarios que casi resultaban en
una explosión en la mente de uno de los pronto amantes, pero las suyas
anteriores sólo habían sido experiencias divertidas o agradables, nada
que pudiera calificar de tal trascendencia.<br />
La boca de Kross le recordó el cheseecake que había comido en su
cumpleaños, salido desde una panadería que dos años más tarde cerraría
sin permitirle volver a probarlo, y tuvo una súbita sensación de vacío
en su estómago. Abrió los labios, le agarró la nuca. Tortas de
chocolate, alfajores hondeños con relleno de mermeladas, la salsa de
unos ravioles en un restaurante italiano al que le invitó Tomás en su
primera simulación de una cita. Su interior vibraba con un hambre cada
vez más violento. Tomó la lengua entre los dientes y comenzó a apretar.<br />
-Oe.<br />
De pronto el encanto se rompió en mil pedazos. Pedro se encontró
abriendo la boca para dejar escapar la lengua robada. No entendía qué
había sucedido. En su vida le había pasado tal ofuscación en presencia
de cualquiera de sus clientes, al punto en que estaba dispuesto a
atragantarse con su carne hasta roer los huesos y sorber la sangre de
sus dedos. Se apartó al mismo tiempo que Kross lo alejaba sin
brusquedad.<br />
-Se me olvidó apagarlo –comentó el demonio, sacando la lengua para
lamerse sus propios labios. Atraían la vista, eso era indudable, pero no
la urgencia inmediata de devorarlo-. Mi culpa. Mi padre era un súcubo,
así que ese es una constante consecuencia de tener contacto directo con
otro ser humano. Y puesto que esa no es una costumbre mía, entenderás mi
descuido. Ah, casi se me había olvidado también de que tú tienes tu
propia veta sádica –Kross elevó una ceja con aire de apreciarlo-.
Trataré de tomarlo en cuenta para el futuro. Ciertamente ya entiendo
mejor algunas cosas.<br />
La mente de Pedro había tenido mucho que asumir en las últimas horas. La
muerte de su jefa, la doctora Mao, su reciente despido, el recuperar
las memorias acerca de lo que le pasó realmente a su familia, saber que
toda su vida había usado la personalidad equivocada, eso sin mencionar
el conocer de primera mano la presencia de los demonios como seres, no
ya sólo sólidos y claros, sino que la habían estado siguiendo desde
¿desde dónde? ¿La televisión infernal? Así y todo, el tener la
oportunidad de volver a degustar de ese estado demente en que lo sumió
el otro hizo latir fuerte en su pecho. Tomó el brazo que se la tendía
para ser guiado hacia donde se suponía que se encontraba el resto del
grupo formado.<br />
-¿Sabes lo que es un súcubo? –preguntó Kross, inclinando la cabeza tras unos segundos de silencio.<br />
Pedro negó con la cabeza. Prácticamente lo único que había oído fue lo de tomar en cuenta para el futuro.<br />
-Ah, no interesado en demonología –expresó, como si pensara que era una
pena-. Mal hecho, es muy interesante. En fin. Los súcubos son, por así
decirlo, los demonios sexuales. Quitan energía vital y pasión por medio
del sexo o de cualquiera de sus formas. Lo hacen a través del principio
de atracción por un deseo de llenar una carencia. La sensación de ser
poderoso, una buena cogida, un asesinato en masa, lo que sirva para la
persona en cuestión. Gradualmente va perdiendo todo interés en la vida
hasta desgastarse por dentro. Hermoso, ¿cierto? Tú, por otro lado, has
representado un papel muy distinto pero a la vez parecido durante tu
tiempo aquí. Probablemente no lo has notado porque, siendo justos, no
sabías que podía ser de otro modo, pero la gente siempre se ha sentido
atraída por el hecho de que no tienes alma. Es como si llevaras un
cartel en la frente que dijera “¡hazme lo que quieras, no me importa!” y
eso es una increíble libertad a la que es muy difícil de resistirse,
incluso si sólo se trataba de tenerte cerca. Nosotros creemos que esa
fue la razón principal por la que esos soldaditos de tercera te
aceptaron adentro tan fácilmente. ¿Tú qué piensas al respecto?<br />
-Eh… -Pedro intentó ponerle orden a sus ideas- supongo que a veces no
entendía por qué llegaban tantos hombres a la torre de Tomás. Pero la
verdad nunca pensé nada más –Era innecesario agregar que tampoco se
había puesto a cuestionar el comportamiento de otras personas a su
alrededor, excepto por aquellas que mostraban un claro rechazo por sus
vestidos a medida que crecía. Y eventualmente incluso ellos dejaron de
importarle-. Che, pero si de verdad no tengo alma… ¿significa que no
importa lo que haga, nunca habría podido ser buena para nadie?<br />
Muy tarde se dio cuenta de que había empleado el buena en lugar de
bueno. Bueno, bueno. Debería empezar a agarrar el hábito del masculino.<br />
-Le preguntas a un demonio acerca de la bondad –resumió Kross, girando
los ojos. Luego suspiró-. No tengo idea. Siempre decimos que es cuestión
de decisiones, de la diferencia entre lo que quieres hacer y realmente
haces, no todo en la vida es blanco y negro, bla bla bla. Lo que yo sé
es que fue divertido verte desenvolverte como lo has hecho hasta ahora. A
mí y a muchos otros nos has hecho pasar un muy buen momento. ¿Y eso no
es algo bueno al fin y al cabo?<br />
Al oír la frase “pasar un buen momento”, seguido de la constatación de
que él lo había causado, no tuva otra opción que mostrarse de acuerdo. A
fin de cuentas podía decir que sus acciones le habían sido útiles a
alguien y, en realidad, eso era lo que buscaba incluso desde que vivía
en el cementerio. El concepto de sí mismo que le presentaba Kross tan
casualmente, como de él siendo un muñeco que nunca protestaría, no le
resultaba ofensivo porque reconocía que en realidad así había actuado.
Si había hecho todas aquellas cosas durante sus años de formación había
sido porque pudo ver que eso era lo que Tomás deseaba, aunque no se lo
dijera. Entender finalmente no su resignación sino plena aceptación y
saber la causa real de su indiferencia fueron como un gran peso
quitándosele de encima.<br />
No le pasaba nada malo. Sólo estaba muerto por dentro. Y no había nada
que nadie hubiera podido hacer para remediarlo. Eso era todo.<br />
Al llegar al fondo del pasillo, frente a la puerta tras la cual bajaba
la escalera al segundo piso, Kross se detuvo y tomó la manilla tras un
floreo innecesario de mano. Detrás de la misma se oía el apagado sonido
de una música irreconocible y muchas voces mezclándose.<br />
-Antes de bajar, debo advertirte de que hemos hechos unos cuantos
cambios por aquí –dijo el gato de Cheshire-. Primero, hemos matado a
todos los vagabundos que vivían aquí y a sus familias. Eran un verdadero
estorbo, especialmente los niños. ¿Algún problema con eso?<br />
Pedro entonces recordó que esa mañana había estado resultando
especialmente callada y tranquila. Incluso el aire se sentía más limpio.<br />
-No, no creo.<br />
-Eso creí. Segundo, hemos hecho unas cuantas remodelaciones en el
edificio mientras dormías. La mayoría de los cuartos, por ejemplo, los
hemos habilitado para ser nuestras nuevas habitaciones cuando nos diera
la gana pasarnos por aquí. Pero los más grandes cambios los hicimos en
el segundo piso, que es, si me permites la expresión cliché, nuestra
nueva “base de operaciones” y ahora puede que la encuentres un tanto
irreconocible. No obstante, creo que pronto entenderás que era
necesario.<br />
Sin más preámbulos, Kross abrió la puerta y le presentó con un amplio
gesto de manos el resultado de las aceleradas renovaciones hechas en su
hogar. Ya no parecía en lo absoluto un hospital psiquiátrico, otrora
manicomio. Lo que ahora tenía ante sus ojos era una enorme y opulenta
sala llena de dorado, cortinajes tan altos que llegaban al techo y un
montón de demonios disfrazados de humanos bailando al son de una banda
de rock que tocaba en un escenario. Lo único con lo que a Pedro se le
ocurrió comparar semejante arquitectura era con el diseño del castillo
de la Bestia, justo antes de la escena del baile con el tema icónico de
fondo. Quizá la más grande diferencia fueran los cuadros de las paredes,
que si bien no los recordaba a los de las películas, estaba seguro no
contenían filas de delincuentes esperando su turno en la guillotina u
hospitales superpoblados durante una guerra cruenta a punto de ser
bombardeado.<br />
Debajo de las botas rosadas de Kross, en lugar de la escalera de hierro
circular de siempre, estaba el último escalón de una escalera alfombrada
de rojo con su propio pasamanos de madera tallada para representar
gargolas sufrientes.<br />
-Un rey no puede vivir en otro sitio que no sea un palacio, ¿no es
cierto? –preguntó Kross de forma retórica, tomándole de la mano para
hacerlo pasar del otro lado.<br />
Pedro no podía dejar de admirar a la multitud que festejaba. Los había
de todos los tipos; desde hombres con sombreros de vaqueros que bailaban
con sus parejas amarrándolas con una cuerda, motociclistas con
chaquetas de cuero y cadenas brillando en el centro de sus amplios
pechos, hasta mujeres policías con trajes de distintos estilos, como
debían ser en otras partes del mundo. Todos compartían los mismos ojos
fascinantes que Kross y ni uno solo parecía hallarse aburrido. En
realidad no se trataban de más de cuarenta, pero para Pedro, por la
forma en que se movían de un lado a otro, bien podrían haber sido
cientos. ¿Todos estaban ahí por ella?<br />
Cuando ya se encontraban en la mitad de las escaleras, el cantante de la
banda se detuvo en mitad de una frase y le hizo un gesto a su banda de
que no dejara de tocar, manteniendo la música a su mismo nivel de
animación. Sonrió mientras liberaba su micrófono del soporte y lo
lanzaba directamente a la mano de Kross, necesitando apenas un parpadeo
para pasar de un punto al otro.<br />
-Horrendos cerdos y excusas de rameras –llamó la atención y su voz se
oyó por todo el salón, acallando en el acto a los presentes-, nos hemos
reunido aquí para una ocasión muy especial –Como si fuera de ninguna
parte, Kross sacó la gorra negra que Tomás le había regalado antes de
que tuviera que partir. El demonio se aseguro de que tuviera por seguro
de que se trataba de la misma antes de dar una vuelta en su sitio. De su
mano colgaba ahora una tiara plateada con diamantes que lanzaban rayos
multicolores como forma de reflejo-. Los hombres en realidad no usan
tiara, pero dejémoslo pasar de momento –le susurró al oído mientras
subía un par de escalones, poniéndose a sus espaldas. Al micrófono,
continuó diciendo-: Esperpentos del infierno, decepción de su Padre,
envidiosos sempiternos de la libertad humana para joderlo todo, me
enorgullece presentarles a nuestro nuevo líder Pedro, ¡nuestro Rey
Negro!<br />
En el momento en que Kross acomodó la tiara sobre su cabeza, una ola de
gritos jubilosos y otras demostraciones de alegría se expandieron por la
sala. Pedro no tenía idea de qué hacer consigo mismo frente a tanta
atención. Kross devolvió el micrófono haciendo el mismo pase mágico y
cuando el cantante lo recibió, de inmediato se puso a seguir con la
letra.<br />
-We shoot without a gun! We´ll take on anyone… Its really nothing new, is just a thing we like to do!<br />
Kross le arrastró hacia el centro de la pista, donde se unieron al baile desenfrenado.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5356982804438203462.post-8258414405703426372014-05-08T16:52:00.002-07:002014-05-08T16:52:26.199-07:00Capítulo 6<blockquote>
“Oh, gime a little time to choose.<br />
Water babies singing in a lily pool delight<br />
Blue powder monkeys<br />
Playing in the death of night.”</blockquote>
-Queen.<br />
<br />
<strong>Capítulo 6: Monos azules para el espacio</strong><br />
<br />
La mujer lloraba en un banco de la Plaza Libertad. Era una mañana de
lunes otoñal. Los estudiantes debían asistir a clases. Los trabajadores
debían asistir adonde ganarían su sueldo para alimentar a sus familias.
Nadie tenía tiempo para detenerse a ver más allá de los rulos rojos con
reflejos rubios, desordenados y revueltos alrededor de una cara roja
contraída en torno a un puño cerrado, fuertemente apretado contra los
labios como para reprimir un continuo sollozo.<br />
<a name='more'></a> <span id="more-1754"></span>Es
posible que ni aún teniendo tiempo alguien se habría molestado. La
mujer no generaba el suficiente sonido para resultar un incordio,
sencillamente porque llamar la atención estaba lejos de sus planes. Sólo
necesitaba descargarse, era imperativo, y no quería sufrir la vergüenza
de armar una escena pública.<br />
Por eso le sorprendió tanto encontrar bajo sus narices una mano que le
tendía un pañuelo desechable. Todavía con los ojos anegados y la mente
confusa, distinguió el resto del brazo hasta una manga abombada hasta un
vestido negro con encaje blanco. Arriba de un collar ceñido de tela, en
cuyo centro se veía la sonrisa torcida de Nirvana, la sonrisa de una
joven la esperaba.<br />
-Hola –dijo ella con una voz aguda y suave, como un susurro delicado-.
Lamento si molesto, pero quería saber si estabas bien y si hay algo que
puedo hacer.<br />
Negó frenéticamente con la cabeza enrulada. Tomó con timidez el pañuelo y
comenzó a pasárselo por las mejillas, recogiendo las líneas de rimel
corrido y leve rubor café. Quería decir que estaba bien y que no había
necesidad de que se preocupara, pero apenas abrió los labios salió un
hipido como una pequeña bomba cargando un nuevo ataque de llanto. ¿Qué
más daba? La joven volvió a hacer entrega de otro pañuelo sacado de un
paquete en su mano y ella volvió a tomarlo.<br />
Ambas se quedaron en silencio unos momentos mientras recuperaba cierta
ilusión de compostura. La suficiente para hablar por lo menos. La
suficiente para ser una persona civilizada de nuevo.<br />
-No, no –dijo ahora sí-. Gracias, pero no, es una cosa mía. Una
estupidez. Fue mi culpa, yo me tengo que hacer responsable. No es algo
para meter a terceros que nada que ver, gracias.<br />
La joven la miraba con atención, preocupada pero no tanto como una
matrona que se apresurara a decirle la mejor manera de llevar su vida,
empezando por no llorar en público, y ni tampoco al punto de que
pareciera a punto de pedirle una historia detallada de cada una de las
circunstancias que la llevaron ahí. De ser así habría tenido que correr
para evitar sentirse violada. Se quedó recuperando el aliento, esperando
su siguiente acción. La chica sonrió.<br />
-Ya veo –dijo-. Pero, igual, podrías decirme para que así te quites el peso de encima. No sos de aquí, ¿que no?<br />
Le había notado la tonada cordobesa en su voz. Cabeceó de nuevo.<br />
-Vine nada más para arreglar un asunto –confesó, bajando la mirada-,
pero por como salió todo me voy a tener que volver así nomás. Ha sido al
pedo el viaje.<br />
-Entonces es posible que no nos volvamos a ver nunca –remarcó la
jovencita con dejo optimista-. Sos una extraña y yo también lo soy. No
debería haber problema con contarme tus problemas.<br />
Y a pesar de que estaba cansada, le dolía la cabeza y lo único que
deseaba en el mundo era volver al hotel para preparar el equipaje, las
palabras hicieron un agradable eco en su interior. Nadie, excepto su
novio, sabía para qué estaba en la antigua Madre de ciudades y cuando
regresara no habría persona que no notara la diferencia, ni que
empezaría a buscarla porque prefería olvidar toda la experiencia por lo
que le restaba de futuro. No iba a volver a tener una oportunidad
semejante de contar su versión de la historia libremente, sin preguntas
inoportunas que no querría responder. En verdad, sólo con una completa
extraña se hallaría segura para poder hacerlo.<br />
-Bueno… -dijo, todavía algo reticente, que no por nada la habían educado
bien para conservar cierta dignidad incluso cuando ya parecía
irrecuperable-, si vos no tienes problema o algo mejor que hacer…<br />
-No, para nada –respondió ella elevando las piernas para cruzarlas
debajo de la amplia falda del vestido, manteniéndolas ocultas a la
vista.<br />
-Bueno, si vos lo dices –Miraba el espacio de madera lisa entre ellas-.
Vine aquí por un aborto. Estoy embarazada de cuatro meses y ni mi novio
ni yo tenemos los medios ni el deseo de educar a ningún chico. Apenas
estamos en el segundo año de abogacía, nos mandan plata nuestros viejos,
¿viste? Fui a todo médico posible allá donde vivo, pero todos me dicen
lo mismo, que ya es demasiado tarde y yo me tengo que hacer cargo en
este punto. Y yo lo entiendo, pero todavía pienso que es una completa
porque los primeros dos meses yo ni siquiera estaba enterada, no me di
cuenta. La regla siempre me viene cuando se le da la puta gana así que
cuando empezó a faltarme ni me preocupé porque ya era normal, ¿viste?
Incluso una vez que era chica no la tuve por tres meses y ahí, esa vez,
sí que me asusté. Me hice las pruebas no sé cuántas veces antes de que
por fin me quedara tranquila. Y pensé que en esta sería lo mismo, por
eso no le di importancia. Pero luego es el tercer mes y ya me hago la
prueba, ya me pongo histérica, pero son los exámenes finales y era
ponerme loca por una o por otra, y escojo estudiar como loca para al
menos sacarme eso de encima, porque viste que mis viejos gastan mucha
plata y yo no estoy para ir a joderlos diciéndoles la cagada que nos
hemos mandado. No quería ni pensar en todo el asunto, y antes de darme
cuenta ya estaba en el cuarto puto mes y ningún hijo de puta se animaba a
hacer un carajo porque ya no es un feto sino un puto bebé de mierda –La
voz estuvo a punto de temblarle, pero tomó una gran bocanada y
continuó-. Tengo una amiga que pasó por lo mismo. No al tercer mes, pero
que tampoco quería tener un hijo en ese momento. Ahora anda de lo más
pancha con su hija, exhibiéndola en facebook y tal. Pero bueno, ella me
cuenta de este sitio aquí donde te lo garantizaban en cualquier momento
del mes, no importaba, por un mínimo precio y con tales condiciones que
casi parecía un hospital de verdad. Sin preguntas, sin pedirte nada. Vos
nada más tenías que pagar y estar a la hora que te dijeran, ellos se
encargaban del resto. Algo así me sonaba a sueño loco, ¿viste? Pero ella
me cuenta de que se hacen conocer por el boca a boca por todo el tema
de la legalidad y yo me digo que me convenía probar. Voy, les pido una
cita y de paso veo el lugar. Estaba limpísimo, muy blanco todo, como un
hospital de verdad. Ya me imaginaba yo cualquier casa ordinaria donde
todo el equipo médico consistía en una toalla caliente y un alambre,
pero no era así. Encima fueron de lo más amables, no vieras, muy
atentos. Hago la cita, pago, espero, todo, y cuando por fin me llaman,
cuando por fin es mi turno, ¿sabes lo que pasa, no? Es obvio. Me da
miedo y salgo corriendo como una pendeja. Me he gastado los ahorros que
tenía para tres meses en la universidad por una operación que me da
miedo hacer. Y cuando quiero decirles que no puedo hacerlo me dicen que
no hay reembolsos. Y ahora tengo que volver a casa con esto y más de
cinco mil pesos tirados al caño.<br />
La extraña frente a ella le palmeó la espalda a la vista de nuevos
estremecimientos. Carajo, no podía dejar de llorar. ¿Qué iba a decir su
novio cuando lo supiera? Podía imaginar sin problemas que la abandonaba a
su suerte. Eso no le daba tanto miedo como simple rabia, rabia contra
esa cosa en sus entrañas que sí, cierto que no había pedido nacer, pero
que ella tampoco había pedido que lo hiciera y tenía que venir a
cambiarle todos los papeles de un plumazo, quedándose él tan pancho
mientras lo único que tenía que hacer era cagar sobre los pañales que no
sabía todavía cómo carajo iba a pagar. Y no quería ni empezar a
imaginar el tono con que hablaría mamá, que le había pedido una y mil
veces que estudiara y se recibiera bien, que ellos estaban felices de
ayudarla a mantener su apartamento y pagar las cuotas porque sabían que
era una chica responsable y no les haría perder el tiempo. Papá iba a
ser una sencilla y simple pesadilla cuando se enterara. Sólo tenía 20
años. Se había visto de madre como la mayoría de las niñas hacían, pero
siempre asumiendo que para entonces tendría 30, 40 y una fuente de
ingresos segura con un título que la respaldara, una prueba clara y
concisa de que ella no había perdido el tiempo como una pelotuda,
llorando a moco tendido en un parque de una provincia ajena.<br />
La chica no le preguntó por qué tuvo miedo. No quería saber qué piensa
va a pasarle ahora o si tenía una idea de lo que va a hacer luego. La
palabra “padre” y su participación en el tema no se mmencionan. En lugar
de usar cualquier frase semejante, la extraña escogió frotarle el
hombro sacudido por un nuevo ataque de llanto y ella no pudo resistirlo,
era más de lo que se esperaba y se entregó a la situación deseando ya
no tener ninguna idea en mente. Por un momentito, un momento chiquito,
quería olvidarse incluso de lo que sucedía en su cuerpo.<br />
Un cuarto de hora más tarde la extraña chica del vestido todavía más
extraño le pregunta acerca del lugar al que fue. Abrirse era un concepto
natural para su boca, al parecer. El nombre del sitio, la dirección,
todo le sale espontáneamente. Al final no recibe más que el paquete de
pañuelos y una promesa de que todo iba a estar bien. No tiene idea de si
eso es cierto, pero aun así se siente algo más ligera que cuando salió
de aquella clínica clandestina y supo que no podría contenerse hasta la
llegada al hotel. Le agradece de corazón.<br />
-¿Vas a estar bien ahora? –le pregunta ella, levantándose del banco.<br />
-Creo que sí –responde con una sonrisa cansada.<br />
La imita a los pocos segundos. Era momento de separarse.<br />
–<br />
La clínica Centro De Venus estaba ubicada en una de esas zonas sin
dueños de las carreteras entre provincias. A un lado de la autopista,
por la izquierda y en medio de los árboles tupidos, como la casita
encantada de una bruja, las mujeres se daban con un edificio más ancho
que alto, de sólido color blanco con puertas y marcos de ventanas color
celeste claro. Desde afuera resultaba imposible divisarlo, pero bastaba
un poco de precisión para notarlo. La identificación, una serie de
letras que imitaban a las escritas a mano en vivos colores fuscia entre,
se ubicaba a un costado por si quedaba alguna duda de que no fuera el
sitio correcto.<br />
La entrada no estaba con llave. Daba directo a una pequeña sala de
recepción que no tenía nada que envidiar al promedio de su especie,
pintada en el mismo relajante y algo melancólico celete que se veía
afuera, recordando al un cielo sin nubes. Una pantalla de televisión en
la pared estaba sintonizada en una telenovela brazileña doblada al
castellano, donde una mujer gritaba histéricamente que no estaba loca
agitando las manos. Había cuatro mujeres esperando en las sillas de
plástico blanco atornilladas a la pared, leyendo revistas de moda o
siguiendo la acción en la televisión. Detrás del escritorio que sostenía
el teléfono no había nadie. Vio a las pacientes. Una señora que debía
estar cerca de los cincuenta, elegante. Una chica que debía tener su
edad, de labios púrpura para combinar con su tono de piel oscura. Otra
que debía rondar entre los treinta y los cuarenta leyendo una novela de
bolsillo, y finalmente una señora gorda que revisaba los mensajes en el
celular. Por más que lo buscó no encontró ni un solo rasgo común entre
todas ellas, mucho menos algún signo del nerviosismo de la futura madre
en el parque.<br />
Nadie le llamó la atención cuando empezó a caminar por el pasillo de
baldosas color piedra. Examinó una a una a las puertas a su alcance; un
armario de limpieza, un baño, una habitación a oscuras, otra habitación…
¿Dónde se suponía que estaba el sujeto encargado del lugar? Quería
encontrarlo para convencerlo de devolverle el dinero de la operación
frustrada. Pensaba que si no funcionaba por los medios normales, siempre
podía recurrir a formas más creativas de cohersión. Todavía conservaba
la sierra de huesos en alguna parte, brillante y dispuesta para cuando
la necesitara. La mujer le había soltado de casualidad el nombre del
hotel adonde se alojaba. Se lo dejaría a un empleado para entregarlo
anónimamente en un sobre bien sellado. Sabía que eso no iba a arreglar
la totalidad de sus problemas (tener un bebé, por ejemplo), pero sería
mejor que nada.<br />
Aunque la situación con los soldados hubiera acabado en la más amplia
nada, el deseo de servir de algo y hacer el bien estaban lejos de
desaparecer de su lista de ideas fijas. Esa tarde tenía nuevamente un
objetivo que cumplir y, como siempre, no iba a haber nada que se lo
impidiera.<br />
-¿Qué hacés acá? –preguntó una vez justo cuando iba a entrar a la última
al fondo del pasillo, justamente aquella con la seña “no entrar” al
centro.<br />
Al darse vuelta encontró a una mujer asiática con ropa de médica y el
cabello negro sujeto en una firme coleta a la nuca. Acababa de salir de
una habitación a la derecha, de donde se alejaba una mujer poniéndose el
abrigo de vuelta para volver al exterior. La doctora era petisa y
delgada, casi una adolescente a no saber por los rasgos claramente
adultos en su rostro.<br />
-Vengo a ayudar –soltó sin pensar, pues ese sin más era el plan principal.<br />
La expresión de la doctora súbitamente de repoche a interés.<br />
-Ah, ¿venís por el trabajo? ¡Gracias a Dios! Ya me estaba desesperando
teniendo que hacer todo yo sola. Vení, vení, no tengas miedo.<br />
Antes de que a Valentina se le ocurriera siquiera contradecirla, la
doctora ya la había tomado del brazo y conducido a su oficina, una
habitación de color verde pastel con su propia biblioteca de libros
pesados y títulos de marcos dorados colgando. Universidad de Buenos
Aires, especialidad ginecología, leyó de corrida cuando se vio forzada a
tomar asiento en una cómoda silla y la doctora se colocó rápidamente
tras su escritorio, poniendo las manos sobre el teclado de una laptop.<br />
-Esto no va a tardar nada, tranquila. A ver, si no te importa ¿me podés decir quién te dijo del Centro de Venus?<br />
-Una mujer en el parque.<br />
Tecleo.<br />
-Una paciente, me imagino. Muy bien. ¿Y tenés alguna experiencia en el
trabajo? Si no, de verdad no hay problema, lo aprendés de una.<br />
-¿No? –tuvo que responder al no saber a qué trabajo se refería.<br />
Estaba confundida más allá del obvio malentendido. Esa doctora no era el
tirano hambriento de dinero que ella se estaba figurando durante el
largo camino en remis. Parecía una simple mujer atareada por las
obligaciones y deseosa de verse liberada de una parte de ellas. Unas
ligeras ojeras venían a hacerle ojos bajo los ojos rasgados y sobre sus
pómulos suaves.<br />
-Ah, bueno, no te preocupes. Seguro que con una simple clase ya no te
olvidás más para toda la vida. Ya te imaginás, ¿no? Me hace falta
alguien que conteste las llamadas y anote las citas, acomodando a las
que quieren venir solas lejos de a las que no les molesta. Fácil, ¿te
das cuenta? De los otros temas me hago cargo yo –Tecleo, tecleo-.
¿Nombre y apellido?<br />
-Valentina… Garibaldi –Era el apellido de Tomás y el que figuraba en sus documentos.<br />
-¿Teléfono?<br />
Le dictó el número de su celular, para el cual aparentemente debería empezar a comprar tarjetas de recargo otra vez.<br />
-¿Dirección?<br />
En cuanto se lo dijo el tecleo se detuvo un segundo. La doctora se
irguió como si hubiera oído un sonido familiar que no acababa de
indentificar.<br />
-¿No es ahí donde…? No, no importa, seguro lo confundo. Bien, ¿dirección de correo electrónico?<br />
-No tengo.<br />
-¿Ah, sí? Pues mejor. Muy bien por vos. Te felicito. Los teléfonos son
una cosa, pero de verdad no me gusta depender de la Internet para todo.
La hace a la gente holgazana y encima nunca es del todo confiable. El
mínimo problema y ya está todo perdido. Así no se puede trabajar. Te
preguntaba nomás como un último recurso. Ay, se me olvidaba. ¿Fecha de
nacimiento?<br />
Le dijo nuevamente el que Tomás había calculado para ella, señalando el
día en que la encontró en el cementerio menos los años que tenía
entonces. Cuando por fin acabó de teclear, mandando el archivo a
imprimir, la doctora apoyó ambos brazos sobre la mesa y sonrió.<br />
-¿Cuándo podés empezar?<br />
A Valentina se le acababa de ocurrir una estupenda idea. Iba a aceptar
las condiciones de empleo de la doctora de manera tal que tendría una
excusa perfectamente válida para estar cerca de ella y esperar un
momento en que estuvieran a solas. Entonces podría aprovechar de
convencerla de entregar el dinero para devolvérselo a su verdadera
dueña.<br />
-Ahora, si quiere.<br />
Era la primera vez en su vida que tenía un trabajo parecido, pero una
vez tuvo claro lo que se esperaba de ella, le resultó bastante sencillo
permanecer sentada en su silla mientras controlaba la hora en el reloj
circular de la pared. Las mujeres eran llamadas por la doctora y
regresaban tras un par de horas, llevando prescripciones para medicinas
en las manos y confirmando una nueva cita para revisar por si había
complicaciones. Durante un tiempo ella se ilusionó con la idea de que
otra paciente iba a tener un cambio de corazón repentino, con lo cual
tendría oportunidad de ayudar a dos personas de un solo tiro, pero a
medida que la aguja larga continuaba su vuelta y la luz del exterior se
volvía más tenue fue dándose cuenta de que eso no iba a suceder.<br />
Recibió la llamada de una chica que quería consultar acerca del trabajo.
Le dijo que ya estaba tomado y se dispidieron una a la otra. Tomó nota
de las siguientes citas para la próxima semana, controlando con la misma
agenda negra que usaba su predecesora.<br />
Cerca de la medianoche, la doctora acompañó a su última paciente del día
hasta la puerta, preguntándole si no prefería que le llamara un remis
para volver a casa. A ella no le hacía falta, tenía el auto estacionado
cerca. Buenas noches, gracias por todo. Que descanse. Un beso en la
mejilla y la puerta cerrándose. El suspiro del agotador trabajo por fin
realizado. La doctora movió el cuello de un lado a otro mientras
estiraba los brazos, unidas las manos.<br />
Valentina empezó a sacar su viejo escalpelo de un bolsillo oculto. No
era la sierra para huesos, pero con una buena sujeción y actuación
podría ser más suficiente. Acarició el filo metálico con el pulgar
disimulando bajo el escritorio.<br />
-Qué día, ¿no? –dijo la doctora-. Qué día. No creás que está así de
concurrido todo el tiempo. Hoy de pura casualidad ha salido siendo
especial, pero por lo general no son tantas. La mayoría de las mujeres
prefieren un horario especial donde nadie las vea venir ni las vea irse.
¿Querés venir a mi oficina un rato, Vale? ¿O tenés que irte ya a casa?<br />
-Vivo sola –dijo a medias mintiendo, a medias diciendo la verdad. A fin
de cuentas nadie la esperaba-. Me puedo quedar si me necesita.<br />
-No, no es para nada de eso. Sólo te digo por si querés tomarte algo.
Algo para relajarnos y quizá conversar un rato antes de que te vayas.
¿Qué te parece?<br />
Volvió a percibir el metal mientras lo disimulaba dentro de un brazalete.<br />
-Meta. Sí, ¿por qué no?<br />
Una vez cerraron la puerta principal con llave, cerraron las persianas y
apagaron las luces que no iban a utilizar, más convencida estaba
Valentina de lo sencilla que iba a resultar. En el peor escenario
posible le bastaría dar otra llamada a todas las mujeres en la agenda
para que supieran que sus citas habían sido canceladas sin excepción. La
doctora apenas sobrepasaba la altura de su nariz, por lo que debería
ser todavía más fácil de controlar que a un hombre en una cama de
hospital. Sólo debía manejarse con cuidado.<br />
En la pequeña sala de descanso de la clínica (una aburrida habitación
con cuadros de flores mostradas en un primer plano) había una mini
heladera zumbando ligeramente en un rincón. De ahí la mujer sacó dos
botellas de fanta y de un estante superior un par de vasos de vidrio. Lo
llevó todo a la oficina, donde empezó a servir las bebidas encima del
escritorio. Dos veces se oyó el sonido del gas liberado y luego el de
las burbujas estallando contra el recipiente que debía contenerlas.<br />
-Tomá, tomá. Con confianza –invitó la doctora señalando la única otra
silla disponible. Ella se acomodó en su propia silla y bebió un largo
trago-. Ay, no sabés lo que me moría por tomarme algo fresco.<br />
Valentina probó el dulce líquido y se lamió los labios. Primero lo primero.<br />
-¿Le puedo hablar de algo, doctora?<br />
-No me digas que necesitás un aborto vos también.<br />
-No, en realidad… Es por la mujer que le dije me habló de este lugar.
Ella al final se arrepintió y cuando le pidió que le devolviera el
dinero por la operación usted se negó.<br />
La doctora revolvió el contenido de su vaso con el codo sobre el el
escritorio. Habría sido lo más sencillo del mundo para Valentina
agarrarla desde el cuello por detrás y hacerle entender la seriedad de
su petición, pero le daría la oportunidad de rectificarse. Después de
todo, de lo que había visto de ella hasta ahora le agradaba.<br />
-Ya. Una colorada, jovencita, ¿no? Me acuerdo que vino hace un par de
días. ¿Así que vos venís a ver si podés conseguir la plata?<br />
-Ella la necesita –dijo acercándose un paso. Con un movimiento de muñeca
tenía el escalpelo dentro de su palma-. No era plata que le sobrababa
precisamente.<br />
-Lo sé, la chica me lo explicó –La doctora dejó la bebida y se giró-. Lo
lamento, pero no puedo. Plata que me dan es ya plata que tengo que
usar. ¿Te parece que este lugar se mantiene por magia? ¿Crees que
alguien me está pagando por hacer esto? Ojala. Todo lo que ves sale de
mi bolsillo directamente. El precio que les pongo no es ningún capricho,
te lo aseguro. Le he dicho a tu amiga que no podría devolvérselo ni
aunque quisiera, pero supongo que se le pasó decírtelo. No me extraña.
Me dio pena, la verdad. Pero por eso les vivo preguntando a las mujeres
si están seguras. Mucho antes de que les arregle la cita “oficial” las
entrevisto para ver si realmente esto es lo que les hace falta, y ella
me daba la impresión de que iba por buen camino. No me dejaba de hablar
de la universidad y que no podía permitirse perder clases por cuidar a
un niño, como tampoco podía dejarlo con su mamá porque vivía demasiado
lejos. Pero al final le ganó la consciencia y ese fue el resultado. Lo
lamento si te has pasado el día entero nada más para esto, pero las
cosas como son: ella debió pensarlo mejor antes de venir aquí. Creí que
lo había hecho, pero es obvio que le erré.<br />
-¿No hay manera?<br />
-No, a menos que quieran que la que pase hambre sea yo –Valentina no
quería. Volvió a guardar el escalpelo dentro del brazalete con la mano a
la espalda-. Lo lamento. Yo he hecho todo lo posible ya.<br />
Le creía. Lo entendía. Se resignaba.<br />
-Bueno –dijo la doctora, irguiéndose-. Supongo yo que ahora que has
recibido tu respuesta te vas a retirar, ¿no? Lástima. De lo que vi
parecía que lo hacías bien.<br />
-Si sigo trabajando aquí… -empezó Valentina-, entonces recibiría una paga, ¿no?<br />
La doctora sonrió un poco, como si hubiera adivinado en el acto su pensamiento.<br />
-Al final de cada mes, pero se puede arreglar para que sea al final de
la semana. ¿Pero, vamos a aclararnos desde ahora, estás segura vos? No
sé si todo el asunto no entra en conflicto con algún principio moral que
tengas. Perdóname que lo diga tan ligero, pero ya hubo otra chica que
estaba muy en desacuerdo con lo que hago aquí y desafortunamente nos
acabamos despidiendo de mala manera. No me gustaría tener que repetir la
experiencia.<br />
Negó con la cabeza. Para bien o para mal, parecía que las mujeres venían
por su cuenta y no podía culpar a la doctora si el hecho acababa
aterrando a una minoría. Si ahorraba lo suficiente podría devolverle por
intervalos la plata a la futura madre. No iba a ser la misma que ella
había utilizado en un principio, pero cuando empezara a notar la falta
poco o nada iba a importar el origen.<br />
Ella recibía cada mes parte de un fideicomiso por parte del abogado que
manejara los asuntos de Tomás. El dinero no era un motivo de
preocupación.<br />
–<br />
Al paso de los días, Valentina se dio cuenta de que progresivamente se
iba ganando la confianza de su nueva jefa, quien por defecto le pedía
que entre ellas la llamara por su nombre de pila, Catalina. El doctora
Mao quedaría para cuando se encontraran en frente de las pacientes para
conservar la respetabilidad. Más adelante le pidió incluso que le
asistiera, si no tenía inconveniente, en un trabajo sencillo: lo único
que debía hacer era dejar que le estrujaran la mano, dar palmadas y
animar con la voz más sincera posible, para así combatir el nerviosismo
que a muchas las atacaba. Emprendió la tarea como todas, con una
perfecta medida de movimientos que no llegaba a calificar de verdadera
inspiración pero sí como un noble intento. Le fue agarrando el truco,
adivinando exactamente cuándo las mujeres necesitaban ese ánimo extra,
encontrando una arruga que antes no estaba, una mirada huidiza y una
fina película de sudor que ella luego debería apartar cuidadosamente.
Todo eso antes de que entraran en juego los sedantes y la presión
languidecía, pero no se rompía.<br />
Una vez, por curiosidad, Valentina se adelantó a ver por dónde era que
Catalina metía el tubo succionador de la máquina que metía a sus
pacientes. Le parecía raro que el proceso de dilatamiento resultara tan
sencillo y rápido. Al mirar pensó que debió haberles abierto una herida
horizontal para poder facilitar el trabajo. Pero la herida tenía una
forma de lo más extraña que nunca se habría esperado. El hecho en sí
duraba poco tiempo, nunca más de unos quince minutos. Era la
recuperación lo que podía mantenerlas ocupadas hasta más de una hora.
Mientras ella se quedaba para preguntarle a la paciente cómo se sentía,
la doctora salía con la máquina utilizada, sujeta a unas rueditas y
agarrarera para el transporte.<br />
Una conversación intrascendental, a veces torpe por las drogas, y luego
era momento de conducirlas detrás de un biombo para que se cambiaran en
paz antes de volver a sus vidas de siempre. Era un trabajo rutinario que
sin embargo le resultaba satisfactorio porque algunas mujeres sentían
verdadero alivio al ser atendidas, como si las hubieran librado de una
terrible condena. Venían tanto de otros sitios de Argentina como desde
otros países, incluso trayendo acentos exóticos con pronunciaciones
raras en las consonantes, palabras en inglés, italiano y una obvia
española a la cual apenas conseguía entender, a pesar de que compartían
la misma lengua madre. Todas venían por lo mismo, todas agradecían toda
la atención, todas acababan recomendándolas a una amiga en problemas.<br />
A la hora de cerrar compartían un par de vasos en la oficina de la
doctora Mao, hablando de lo que se les ocurriera en el momento sin más
objetivo que dejar pasar el tiempo tranquilamente hasta que estaban tan
cansadas que era hora de llamar a un remis nocturno para tomar un
colectivo.<br />
-¿Has visto las noticias esta mañana? –empezó la pequeña mujer asiática en su clásica postura de agradable abandono.<br />
-No. ¿Qué pasó?<br />
-Se anda viendo de nuevo si se aprueba o no la ley de abortos. Que sí,
que no y ya salen todos los puritanos hablando de la vida, las
feministas hablando de elección y se lo toman en serio, como si no se
nos muriera más gente por causas más urgentes que un descuido en la
pieza –Tomó un trago largo y declaró dándole magnitud a la frase-. Yo
espero que no la aprueben.<br />
Y Valentina naturalmente tenía que preguntar.<br />
-¿Por qué no?<br />
-¿No es obvio? Si lo hacen vos y yo nos quedamos sin trabajo. Es el tabú
en gran parte lo que nos mantiene a flote. Sin él ya podemos ir remando
a una clínica oficial y aplastarnos el culo esperando mientras se
adquiere mayor consciencia del sexo seguro ahí afuera. Y ya no tendría
de dónde sacar lo que necesito, para colmo.<br />
-¿Dices por la plata?<br />
-No –La doctora se irguió un poco y la miró a través de sus pestañas
entrecerradas-. Vale… ¿vos qué opinas acerca del universo? ¿Crees que
estamos nosotros solos o que puede haber algo ahí afuera capaz de
observarnos?<br />
A pesar del brusco cambio de tema, los cuales por otra parte eran tan
frecuentes que ya estaba acostumbrada, Valentina no tuvo ni que pensarlo
dos veces para dar con una respuesta sincera. Con lo que dudó fue en la
manera de expresarlo, porque en voz alta se daba cuenta de cuán
imprecisa resultaba.<br />
-Lo segundo –contestó con sencillez, bebiendo de su vaso en el regazo.
Vaciló un segundo y agregó-. A veces siento que hay alguien que me sigue
y me mira. Pero no es algo desagradable, ¿sabes? Al menos eso creo. Lo
único es que me gustaría saber exactamente lo que es.<br />
-Nunca lo vas a saber así por las buenas –acotó la buena doctora. Su
mentón se apoyó en su mano abiertas mientras su dedo manicurado hacía el
vaso el círculos incompletos-. Yo creo que están ahí, pero no nos
hablan porque no nos ven nada que les llame la atención. Pensalo nada
más un rato. Con nuestros variados problemas y nuestros variables
éxitos, con nuestra historia tal como se conoce, ¿qué vamos a tener de
interesante para esos que están ahí arriba? Miércoles, si hay hasta
gente que se suicida de lo tan aburrida que está consigo misma. Peor
será para el que la esté mirando. Cambian de canal para no matarse ellos
también. Por ahí imagino que habrá una risa, pero de esas que dan casi
por lástima, nada más por lo estúpidos que nos ponemos a veces sin
razón. Entonces haría falta ofrecerles algo que ellos puedan usar para
que le vean mínimamente con ojos tolerantes a los pobres humanos de aquí
abajo. ¿No crees que es lógico pensarlo así, Vale? ¿No te parece que
tiene sentido?<br />
-Supongo que sí –admitió.<br />
-Claro que sí. La manera más fácil sería un esfuerzo conjunto. Si una
persona puede hacerlo bien, muchísimas podrían hacerlo mejor. Pero no
hay interés. O no hay acuerdo en qué hacer. Y de tal manera ellos no
tienen idea de por qué hay que seguirnos la corriente. Somos como
hormigas. Y a las hormigas las ignoras o las aplastas sin darte ni
cuenta, no hay de otra. Para de verdad causar algún impacto habría que
ofrecerles algo útil, necesario para ellos. Así se tendría cierta
posibilidad de diálogo, ¿no?<br />
Valentina ya se daba cuenta de que la doctora tenía un punto que hacer
esperando a pronunciarse al final de su lengua, pero a saber cuál era.
Lo malo era que por lo general la doctora prefería ser directa cuando se
trataba de un tema específico. El hecho de que se andara con vueltas
era insólito para ella. Lo único que podía hacer era seguirle la
corriente hasta que se decidiera decirle de qué se trataba.<br />
-Sí, obvio.<br />
-Eso pensé –dijo la doctora con una evidente nota de satisfacción. Pero
luego perdió confianza otra vez y dijo-: ¿Vos sabrías guardar un
secreto, Vale? Si te dijera algo un poco más grande que una simple
clínica de aborto, ¿vos me dejarías compartirlo contigo y sólo contigo?
¿Prometes que harías el esfuerzo de verlo desde mi punto de vista antes
de juzgar? Ya sé que te lo estoy pidiendo de la nada, pero te pido que
lo pienses.<br />
-¿De qué se trata? –quiso saber Valentina, la curiosidad definitvamente picándole.<br />
-Primero decime eso, que vas a tratar de entenderlo primero.<br />
-Bueno, bueno, te lo prometo.<br />
-Bueno –La doctora juntó ambas manos y miró el techos unos instantes,
como si recolectara ideas para continuar-. ¿Conocés la teoría de los
primigenios?<br />
-¿De qué?<br />
-No la conocés, bien. La teoría, que ha sido probada millones de veces,
pero le seguimos llamando teoría, dice que nosotros en las
civilizaciones más antiguas tuvimos una “ayuda” de otros seres, unos
seres que no provenían de la Tierra. Ellos nos habrían ayudado a
construir la base de nuestra civilización de una manera que nunca
podríamos haberlo hecho. También habrían estado cuando el primer ser
humano se formó, controlando lo que necesitaba controlarse para que
pudiera formarse, lo cual los convertiría en nuestros padres originales.
Hay mucha gente que no cree en esto, pero en realidad, cuando
analizamos nuestra historia, lo increíble es pretender que todo se dio
por puro azar o salió de nosotros mismos. Las hormigas –continuó tras
dar un largo sorbo para humedecer de nuevo su garganta. Estaba metida en
la conversación, entusiasmada mientras hablaba. Nuevo y extraño ánimo
que daba brillo a sus ojos rasgados de una manera que era totalmente
desconocida para Valentina- se usa muchas veces de ejemplo. Ellas son
pequeñas, pero trabajadoras y resistentes. Vos ves una madriguera desde
adentro, lo intrincado e impresionantes que son esos laberintos bajo
tierra, y crees que el trabajo en equipo hace maravillas. Pero considerá
las pirámides, considerá la evolución, ¿de verdad es sensato creer que
pasó así sin más? Los más grandes templos mayas, los dioses aztecas. Si
volteás a cualquier parte y te ponés a pensarlo realmente comenzás a
ver… que hay una enorme inteligencia detrás de todo. Demasiada para una
especie que no hace mucho apenas estaba aprendiendo a usar la boca para
algo más que como un reemplazo de la mano. Por entonces ni siquiera
teníamos idea de cómo explicar algo sin echarle la culpa a la magia o
los dioses que teníamos entonces. ¡Y puede que hasta hayan tenido que
ver! En el inicio, por lo menos, hasta que el planeta se pusiera al
tanto con el ritmo que ellos pretendían. Y déjame que te asegure, esto
no es una locura mía. Lo investigué durante años, hablé con gente y
todavía no he encontrado ni una sola razón para descartarlo. Ni una
sola.<br />
De pronto se irguió con un movimiento brusco de cabeza, al parecer
volviendo a caer en cuenta de la presencia de su interlocutora.
Valentina aprovechó de tomar otro sorbo. Todo eso era nuevo para ella
desde el mismo concepto de seres del espacio que pudieran llegar a la
tierra. Nunca había visto películas de alienígenas y la ciencia ficción
no estaba entre los géneros literarios que de vez en cuando le gustaba
visitar. Por eso los argumentos que esgrimía la doctora en frente de
ella no le sonaban disparatados o extraños, sólo desconocidos. Tampoco
tenía una preconcepción acerca de los orígenes del mundo y de la raza
humana con la cual el planteamiento podría entrar en conflicto.<br />
-Vale, ¿qué pensás de todo esto? Decime la verdad, quiero saber.<br />
-Suena muy interesante –admitió la joven-. Supongo que tiene sentido
creer que estamos aquí porque alguien nos puso aquí. ¿Eso también
incluye a los animales?<br />
-A todo –afirmó la doctora poniendo ambas manos sobre el escritorio-.
Todo, hasta el más mínimo detalle, ellos lo arreglaron de manera que
pudieramos vivir, que pudiéramos ser la especie dominante que podría
sacar provecho de esos seres. Si no teníamos plantas (también gracias a
sus conocimientos, porque sin ellos no dudo de que viviríamos entre
cenizas), siempre nos podíamos comer una vaca o al caballo. De igual
modo, a falta de carne, por la razón que sea, tenemos a las plantas. Y
eso sin contar el aire que nos permite seguir vivos, el agua que
conforma por lo menos el 70% de nuestro cuerpo, ¡el fuego que nos
prevenía de amenazas en plena noche, la tierra sobre la cual andamos
desde nuestros primeros pasos! ¿Ves cómo todo encaja perfectamente para
asegurar nuestra supervivencia? ¿Y qué pasa cuando el hombre solito y
por su cuenta mete la mano con ese plan genial, con ese plan
especialmente diseñado para nosotros? Calentamiento global, radiación,
extinción de especies enteras, deforestación, entre otros efectos
colaterales. Teníamos esta cosa preciosa, fantástica, toda dispuesta
para nuestra comodidad , y lo único que teníamos que hacer era vivir en
ella. Apenas nos dejaron solos ya empezamos a ir hasta el fondo. No
servimos para estar por nuestra cuenta. Somos una porquería de hijos.<br />
Un nuevo sorbo de gaseosa. Valentina vio el movimiento del líquido
descendiendo por su garganta. Al bajar el vaso la doctora jadeaba como
si todos los ademanes que había estado dando desde el inicio de su
discurso la hubieran agotado igual que si los siguiera con los pies y
saltando en la silla. Hubo un momento de silencio durante la cual ambas
asentaron las implicaciones de semejantes palabras. Valentina estaba
asumiendo que ese era un asunto bien importante para la mujer. Y sobre
todo veía ni siquiera había terminado. Una idea estaba dando vueltas por
su mente y estaba examinando sus opciones para formular su siguiente
enunciado.<br />
-¿Querés ir a ver lo que hice? Para llamarles la atención sobre nosotros otra vez.<br />
Ese era un momento decisivo. La doctora había hundido ligeramente el
mentón y adelantado la frente, poniendo el foco de atención directamente
sobre su mirada, que permanecía atenta y en espera. Quería que
respondiera sí, de modo que aunque Valentina apenas sentía cierta
curiosidad, ni cerca la trascendencia que por lo visto tenía para su
jefa, contestó que sí, estaría bueno. La sonrisa amplia que se ganó como
reacción le gustó. Le recordó a imágenes de niñas a las que se les
prometía sus juguetes favoritos con tal de que se comportaran
correctamente.<br />
-Sabía que ibas a entenderlo. Vos siempre me has parecido una chica muy lista, Valentina.<br />
Entonces sacó el llavero del bolsillo en su pecho. Sólo tenía dos
llaves, una la de la puerta principal. La otra hasta entonces sólo había
estado colgando pacientemente. Ahora, por fin, tuvo la oportunidad de
ser empuñada en el delicado puño femenino.<br />
-Vení conmigo.<br />
La llave era, claro está, para la puerta al final del pasillo con el
letrero de no entrar. La doctora la introdujo en la cerradora, giró el
picaporte pero antes de empujarla hacia adentro se volvió hacia su
empleada y nueva iniciada.<br />
-Antes de entrar, te tengo que preguntar algo, Vale. ¿Te impresionás fácilmente?<br />
Valentina pensó en un hoyo rodeado de pelo blanco por donde asomaba un
montón de salchichas apretadas entre sí. El proceso de cortarle ambas
manos a un hombre recientemente muerto y el batallar por atravesar el
duro hueso. El hecho de que el primer día que trabajó ahí ya se
imaginaba abriendo un surco en el cuello de la doctora Mao.<br />
-No lo creo.<br />
-Mejor así –dijo la doctora y volvió para abrir el camino a su secreto mejor guardado.<br />
Las dos entraron a lo que parecía ser la negrura absoluta. Valentina no
oía más que un ligero zumbido proveniente de un sitio indeterminado. El
ambiente se sentía cálido y húmedo. La doctora accionó los interruptores
y desde el techo comenzaron a encenderse unos tubos de luz colocados a
lo largo de cuatro anchas paredes de un color azul ligeramente más
oscuro que el usado en la entrada. Máquinas desde algo que parecía una
lavarropas crecida hasta un escritorio con tres pantallas de computadora
se alineaban justo debajo, preparadas en cualquier momento para servir a
su propósito.<br />
En el centro mismo de la habitación se iluminó también el interior de
una gran piscina rectangular con agua azulada, en cuyo interior flotaban
pequeñas figuras que al principio Valentina tomó por ratas sin pelo.
Pero un par de pasos hacia el frente le permitieron distinguir los
miembros desaparecidos, las cabezas cosidas juntas para suplir su mutua
destrucción, las partes inferiores unidas a otras partes inferiores.
Algunos incluso formaban entre tres una sola criatura deforme. Deditos,
piecitos, cabecitas, vértebras expuestas a medio desarrollar,
confundiéndose con cualquier animal. Montones de fetos de diferentes
colores y estados nonatos nadaban sin moverse. Sus pieles desgarradas
estaban teñidas de azul. Desde el punto más grueso de sus anatomías
incompletas tenían sujetos hilos delgados que luego se extendían hasta
rocas, que por su peso se mantenían en el fondo, así ellos nunca cesaban
de estar sumergidos justo debajo de la superficie.<br />
Valentina distinguió ahí cerca la especie de aspiradora que la doctora
usaba para aspirar a los fetos a través de la herida abierta entre
piernas abiertas. Estaba abierta y lo que debía servir como recipiente
interior mostraba el principio de una bolsa de plástico negro. La
doctora le tomó del antebrazo desde atrás. Su rostro estaba iluminado
del brillo quieto del agua y la firme, inamovible convicción que lo que
ambas estaban contemplando era hermoso, más allá de toda medida posible.<br />
-No tenés idea de los años que he tardado en encontrar tanto –dijo la
mujer, la voz vibrándole por el llanto orgulloso y contenido-. Una
década entera buscando financiación, buscando a las mujeres adecuadas,
aprendiendo, buscando otras personas como yo. Los conocía por Internet
pero la mayoría, casi todos, preferían largarse apenas veían la magnitud
de lo que yo quería. Sólo unos pocos quedamos los que realmente estamos
dispuestos a hacer un sacrificio, sólo por tener la posibilidad de
volver a hablar con nuestros verdaderos padres para que puedan guiarnos
hacia un mejor futuro del que nosotros podremos darnos. ¿Tenés idea de
lo que estás viendo, Valentina? ¿Lo entendés?<br />
-No, la verdad no–repuso la muchacha, que de verdad no podía ver la
relación entre los seres acuáticos aquellos y los ¿cómo los llamó?
Primigenios.<br />
-Ah, no te preocupes, el concepto es bastante simple –La doctora se
limpió una discreta lágrima del rostro. Valentina supuso que ese era el
efecto de tener una nueva espectadora a la cual poner al tanto de algo
tan significativo y relevante para ella-. ¿Te acordás de lo que te dije
acerca de que para ellos, los primeros en venir aquí, nosotros debemos
parecerles unos bichitos apenas terminaron con el trabajo? Poca cosa,
¿no? A menos que los bichitos empiecen a ofrecerles algo. ¿No se te ha
olvidado, no?<br />
Valentina incluso recordaba la exacta expresión que tenía al expresar aquella idea. Meneó la cabeza.<br />
-Bueno, esta es mi ofrenda. Estoy seguro de que ellos pueden tomar todas
las muestras que quieran de nosotros para hacer lo que quieran, pero
pienso que sabrán valorar la iniciativa de una de sus hijas por
permitirles hacer algo útil de estas pobres criaturas, las cuales de
otro modo sólo terminarían en la basura como hamsters muertos. La
placenta que los protege durante su estado embrionario también ha
probado ser muy útil. Pagué el primer préstamo para este terreno con lo
que me dieron por unas cremas que inventé hace unos años basadas en esa
sustancia. Sirven muy bien para evitar el envejecimiento, ¿te das
cuenta? –Y se acarició su mejilla suave, tersa, inmaculada y sin
maquillaje mientras sonreía-. ¿Ves aquellas máquinas? Mantienen la
temperatura y las condiciones del agua constantes, así que cada uno de
ellos puede durar incluso cinco años si no se les encuentra ningún uso.
He desechado cada cantidad con el paso de los años, tratando de
contactar con ellos… pero eso nada más es cuestión de perserverar, ¿no?
Si las hormigas te dieran a sus hermanas y hermanos a ti, en tus manos,
para que hagas lo que se te de la gana con ellos, tiene mucho más valor
que si sólo se la comieran y quisieran picarte los pies al pasar por sus
hormigueros, ¿no? Aunque, obvio, después ellos podrían aplastarnos
todavía más fácilmente como si nada. ¿Qué opinás?<br />
Valentina se puso a mirar la piscina modificada donde los únidos
nadadores en ella valían lo mismo que una moneda de cambio, donde el
bien obtenido no se resumiría más que en una chance de diálogo, de
esperanza ilimitada. Luego recordó perros muriéndose de calor en un
parque y arrojados sin la menor ceremonia por empleados municipales a la
basura.<br />
-¿Ellos los podrían revivir? –preguntó de pronto.<br />
La doctora se encogió de hombros.<br />
-¿Por qué no? Si ellos pudieron darnos vida una vez, tendrían el poder
para eso. Hasta podrían ser los nuevos seres humanos que, unidos a sus
conocimientos más cercanos, nos podrían evitar el desastre adonde vamos.
¿Te lo imaginás? Aquí mismo podría estar nuestro siguiente paso
evolutivo.<br />
A pesar de las cabezas unidas, unas calvas, otras con finos pelos
ondeando, de las formas fantásticas conseguidas, Valentina sólo se quedó
con la respuesta que ella esperaba oír, el confiado sí capaz de
devolverles la vida y el movimientos, para que ya no parecieran tan
tristes y solos, privados de la oportunidad de abrir los ojos aunque
fuera una primera vez. No culpaba a las madres, las cuales sólo se
negaron a aceptar una tarea que ninguna de ellas había deseado y para el
cual (como en el caso de más de una adolescente que vino acompañada de
su madre) no estaban tampoco preparadas, pero aun así veía que esa no
era una existencia digna de ser soportada. Si existía un modo,
cualquiera que fuera, en que eso pudiera ser cambiado iba a abrazar la
idea con todas sus fuerzas.<br />
Quería que esos niños vivieran. Incluso si ellos no representaban la
verdadera mejoría para la humanidad que la doctora tanto esperaba y
anhelaba.<br />
-Es muy bonito lo que dices, Catalina –dijo Valentina, pues sabía que la
mujer esperaba al menos ese elogio-. De verdad me gustaría ver cómo
acaba esto. Nunca había pensado en todas esas cosas antes. ¿Me dejas
ayudarte a mantenerlos bien hasta que ellos lleguen? También quisiera
verlos cuando aparezcan.<br />
La doctora volvió a sonreír como si fuera el día más feliz en un largo
tiempo de amarguras. Pasó de tomarle el brazo y le apretó el hombro con
confianza, con afecto y gratitud entremezclados.<br />
-Claro que sí, mi niña.<br />
—<br />
Valentina se tomó muy en serio su parte del trabajo. En un inicio la
doctora sólo se dedicó a ponerle al tanto del funcionamiento de los
reguladores y el estado que ella controlaba a través de la computadora,
pero luego, al ver que en su cabeza se quedaba con gran claridad aquello
que entraba, le delegó tareas que a ella sola antes solían tomarle
semanas por su cuenta.<br />
La preparación de los fetos antes de pasar por el proceso de ser
reconstituidos lo mejor posible, tras sufrir los daños esperables de la
fuerza centrífuga, es decir; el almacenamiento en los frascos que
después debían ser clasificados por fecha en los armarios, los cuales
jamás debían estar sin candado, el manejo delicado y concienzudo de sus
formas en los recipientes más grandes donde serían juntadas aquellas
piezas que iban a complementarse entre sí, el control del agua para
conservarla aséptica pero accesible. No era cuestión de agarrar
cualquier piedra de la zona boscosa que las rodeaba y unirlas a un
trabajo que costaba no poco esfuerzo, por supuesto que no. Cada objeto
debía pasar por un riguroso procedimiento de desinfección para asegurar
que los químicos colocados en la piscina no acabaran causando un efecto
inverso al esperado, acelerando le desintegración de los tejidos
muertos. Con mucho cuidado, jamás desviándose del método, las dos podían
llevar a cabo una decente conservación mientras la doctora hacía
arreglos con sus amigos de otros lugares (nunca aclaraba de qué lugares)
para que fueran a verla, seguir el desarrollo del proyecto, en la
próxima semana de Julio. ¿Por qué, qué pasaba en la siguiente semana de
Julio? Porque entonces sería cuando se diera el primer eclipse solar del
año. ¿Y qué tenía con que fuera el primer eclipse solar del año?<br />
-Nada en verdad –confesó la doctora, risueña-. Pero le agrega algo de
efecto dramático a una reunión que va a ir sobre criaturas del espacio.<br />
Valentina suponía que era así.<br />
Sin embargo, un suceso imprevisto tuvo que ocasionar una demora en los
planes. El generador de temperatura se dañó de pronto. Cuando lo
descubrieron una tarde antes de cerrar la puerta principal tras las
últimas citas para el día, el agua de la piscina que la más joven probó
metiendo una mano dentro de un guante quirúrgico se sentía tan fría como
el exterior. Se hicieron todas las comprobaciones posibles, incluyendo
una tentativa de revisar tubo por tubo, cable por cable para hallar el
menor desperfecto, pero sencillamente no parecía haber manera de que la
maldita cosa se decidiera a funcionar como le correspondía.<br />
La doctora jamás había pronunciado antes en su presencia semejante
cantidad de repeticiones de expresiones como mierda, carajo, la puta que
la remil parió, me cago en la puta, pajero, mientras hablaba por
teléfono al desafortunado que atendió el teléfono del técnico
especializado, el cual aparentemente no estaba de momento disponible
para hacer una visita de emergencia. Al final no hubo manera de
contactar de modo directo con él y la doctora se tuvo que conformar con
hacer evidencia de su amplio repertorio de términos despectivos entre
dientes, antes de lanzarse a intentar repararlo por su cuenta una vez
más. Todo lo cual se demostró todavía inútil pasadas las tres de la
madrugada y los bostezos comenzaron a pasar de una garganta a otra.<br />
Catalina llegados a ese punto estaba al borde del llanto histérico. ¡Sus
bebés, sus bebés se estaban congelando! ¡Puto clima de mierda! ¡Puto
calentamiento de mierda que jodía con el clima y lo convertía en esa
porquería inaguantable! Valentina la abrazó, le frotó la espalda y se
inventó todas las frases que se le ocurrieron que podrían servir de
consuelo. El tema de la temperatura estaba mal, sí, pero esa no era
razón para creer que pronto deberían deshacerse de unos pedacitos de
podridos de seres humanos. ¿No había dicho que la combinación de los
químicos correcta era lo que iban a mantenerlos intactos por años y años
que pasaran? Mañana temprano ya podrían hablar con el tipo, tapar la
piscina para que no viera algo que quizá le haría reconsiderar el
encargo dado y el daño surgido, si es que de verdad acababa habiéndolo,
sería mínimo, casi insignificante, menos que una arruga de manos sin
dedos, cuando acabara. Todo estaría bien mañana a la mañana, sólo tenía
que esperar.<br />
Quizá si se echaba a descansar un rato el tiempo se le haría más
llevadero. La doctora le discutió cada punto con su correspondiente pero
neurótico, pero al final tuvo que rendirse al hecho de que el cuerpo no
iba a resistirle mucho si seguía sometiendo a sus pobres nervios a una
presión tan grande. De modo que resolvió hacer caso de su joven empleada
y tomar una siesta en el sofá de su oficina. Una siestecita nada más,
para despabilarse de nuevo, y entonces de vuelta al teléfono. No podía
ser que ese bruto gordo pajero de cuarta fuera el único técnico en toda
la provincia, seguro de que habría otro dispuesto a mantener cierta
ilusión de profesionalismo. Desde luego, por supuesto, acompañó
Valentina mientras la seguía.<br />
-Ah, pero antes de que te vayas –dijo Catalina, sacando la billetera de
su pantalón-. Te voy a pedir por favor, por favor, que compres algo de
comer en el mercado que abre las 24 horas por la carretera 54. ¿La
ubicás? ¿La manejada por el turquito ese? Bueno, esa. Traeme algo dulce,
que me muero de hambre.<br />
Valentina recibió el dinero y prometió que iría, que no se preocupara.
Que ella debía ocuparse de descansar un rato. Todo ya estaría bien, ya
vería.<br />
-Eso espero –bostezó la mujer antes de cerrar la puerta a su oficina.<br />
En cuanto escuchó el mecanismo encajar en su sitio, Valentina contó
hasta 20 dando vueltas por la sala de recepción a oscuras y, viendo que
su jefe no volvía a salir, salió al exterior con su propia copia de las
llaves. Se dirigió hacia una zona arbolada de ahí cerca, donde un claro
lo bastante grande había permitido que la doctora lo utilizara como su
estacionamiento particular. Hacía unas semanas atrás, de camino a la
clínica, la mujer había tenido un accidente en la cual un hombre la
chocó por detrás, desfigurando notoriamente la parte trasera del
vehículo hasta reventar el vidrio de la ventana. Mientras aguardaba a
que el lento seguro obrara para permitirle mandarlo a reparar se había
visto obligada a cubrir el hueco con varias bolsas de plástico
transparente unidas por cinta scotch. Pero para el portaequipaje no
existía una solución tan sencilla. Estaba ahí como una mandíbula
desencajada de su hueco natural, exhibiendo las irregularidades propias
de una dentadura echada a perder. Casi asemejaba una expresión enojada
por tener que sufrir semejante vergüenza, sobre todo porque ahora
cualquier pendejo podría abrirla con sólo tomar la agarradera y
levantarla, y para entonces no habría nada que les impidiera colarse al
frente y hacer ese truco de los cables para robarse el vehículo por
entero.<br />
El recuerdo de aquella queja, que la doctora utilizó hasta desgastarse
por completo, había sido lo primero que había saltado a su mente cuando
descubrieron que el problema era la falta de calor. Más específicamente
fue la idea de que ahora nada, pero nada le impedía tomar el tanque de
gasolina extra que la doctora previsora siempre mantenía cargado, dada
la distancia que las separaba de cualquier estación de servicio. Lo
había visto en las películas, en varias series e incluso en algunas
caricaturas. No se lo había mencionado a la doctora por miedo a que se
opusiera a gastar la gasolina, no sea que además de sus “bebés” ahora
también temiera quedarse varada en medio de la nada de camino a su hogar
en el centro<br />
Llevó su pesada carga arrastrándola por el césped, luego la cargó a
través de la recepción y finalmente en la sala azul. Depositó el
contenedor en un rincón cerca de la pileta y volvió sobre sus pasos para
comprobar el estado de su jefa. Esta estaba echada a todo lo largo de
su sofá, una mano bajo su mejilla y la otra sobre su antebrazo imitando
casi el gesto del rezo que hacía María en los altares de la catedral.
Pobrecita, estaba de verdad muerta de cansancio. Cerró la puerta con
cuidado de no crear ningún ruido y se puso a trabajar.<br />
Destapó el tapón de gasolina. En el acto sus fosas nasales se llenaron
con el fuerte aroma del combustible y tuvo que cubrírselas con la
pechera de su vestido. Llevó el contenedor a lo largo del borde,
derramando el líquido hasta que el peso del mismo se hizo prácticamente
nulo. Ahora el agua había tomado un extraño color verdusco parecido al
musgo. Desde luego, sólo sería una solución temporal. Mañana, antes de
que la doctora se despertara, apagaría el fuego acogedor para dejar que
el técnico viniera a hacer su trabajo. Deducía que iba a acabar de
consumirse antes de ese momento y la mezcla se disolvería, volviendo a
su tono melancólico-aséptico de origen. Los bebés, sin embargo, habrían
sentido el abrigo del calor y su cuerpos resistirían un tiempo sin
marchitarse. Como ellos siempre estaba bajo la superficie, jamás
asomando hacia el exterior, no sufrirían mayor cambio que la necesaria
elevación de temperatura que necesitaban y más de una vez las había
hecho sudar mientras trabajaban ahí.<br />
Cuando ya sólo quedó un charco minúsculo yendo de un lado al otro,
Valentina sacó el paquete de fósforos que tenían almacenado en la sala
de descanso, junto a unas velas, en caso de una falla de energía
eléctrica que las llevara a una época primitiva. El primero no duró todo
el viaje. El segundo se apagó apenas segundos antes de tocar la
superficie. Consultó la hora en el reloj del vestíbulo. O lo hacía en
ese momento o ya se le sería difícil encontrar una remisería abierta.
Llamó primero al número, indicó la dirección, la repitió dos veces pues
al parecer no lograban discernir su posición cercana y esperó afuera
unos diez minutos. Media hora más tarde, por fin, unos faros se le
acercaban por el frente. Inclinándose sobre la ventanilla le pidió al
hombre que le aguardara unos segundos mientras se encargaba de algo.<br />
Arrojó el fósforo encendido. Las llamas se extendieron como una
demostración del efecto dominó, no dejando ningún rincón libre de su
influencia caliente. Satisfecha por fin, Valentina sonrió y salió a la
frialdad de la noche para subirse al vehículo, guiándolo hacia el único
supermercado que estaría abierto entonces. El conductor lanzó un
escupitajo por la garganta, gruñó una señal de que había entendido y
volvieron a alejarse.<br />
Algo dulce, pensó Valentina. Algo dulce quería la doctora. ¿Una barra de chocolate quizá?<br />
Se había decidido por un surtido de galletas dulces. Para ella tocarían
unas galletas saladas saborizadas con esencia de jamón, a las cuales no
pudo evitar atacar en el interior del remis, quedándose sin una migaja
para el momento en que logró divisar aquella específica formación de
árboles que ella conocía. No notó la nube negra que salía de ahí hasta
que ya había despedido al conductor pagándole con lo último que poseía.<br />
Entonces su expresión se redujo a un fruncimiento de cejas extrañado,
confuso. ¿Qué era eso?, se preguntó caminando entre un súbito tambaleo
de sus piernas. ¿Quemaban hojas? ¿Tan temprano? ¿Y quién? Que ella
supiera Catalina no había contratado a ningún servicio que se hiciera
cargo de las plantas, ya que justamente la idea era que las ayudara a
mantenerse ocultas del ojo público. El quemar hojas para deshacerse de
ellas se volvía por lo tanto una tarea de la que podían prescindir sin
necesidad de más preocupaciones…<br />
La doctora le había comentado que la clínica entera, aunque lucía bien
desde afuera y adentro, estaba construida más bien de materiales baratos
pintados y decorados para lucir como de cemento. En caso de que por el
motivo que fuera ellas tuvieran que largarse sería mucho más sencillo
tirar el edificio abajo. Delgada madera, nada más que madera, era lo que
sostenía el techo también de madera sobre sus cabezas y la de los
bebés. Madera que una vez librada de sus capas decorativas no se
diferenciaba mucho de la que las rodeaban. ¿Y qué se necesitaba para
dejarlas en su verdadera forma, para deshacer la fachada? Un poco de
calor, nada más.<br />
Las llamas lo consumían todo sin tregua. El letrero manuscrito con el
enunciado Centro de Venus apenas era visible detrás de una gruesa
cortina de amarillo, rojo e incontables tonos de naranjas salvajes,
furiosos, insaciables.<br />
Valentina dejó caer la bolsa con las compras y se llevó las manos a las
orejas. Pero el gesto no servía nada. Los seguía escuchando con toda
claridad. Detrás de sus párpados cerrados, donde la luz intensa le ponía
un tinte rosado sanguíneo al universo entero, ella vio otro sitio
quemándose, otra multitud reunida, otro aroma a humo todavía más rico,
pues era mucho más que madera lo que lentamente estaba cesando de
existir. Las sienes le palpitaron mientras retrocedía y antes de eso
veía unos abrigos colgados, unas luces eléctricas a través de las barras
de un armario. Un vestido negro, precioso, de muñeca, cortado a
tijeretazos para revelar una carne pálida y rosada que pronto también
dejaría de ser y pasaría a un imbatible, incuestionable rojo. Como mamá
con el hoyo en su cabeza, como papá con su apuñalada recibida en la
oscuridad.<br />
Pero eso no era todo, por desgracia. La represa se había destrozado y
ahora la ola de recuerdos la ahogaba, haciéndola revivir el fuego como
si hubiera estado adentro aunque no fue así, no en realidad. No fue así
porque ella no era la niña, jamás fue la niña, ella luego fue la niña,
la nena de ojos verdes y moños blancos para ir a la escuela y la
iglesia.<br />
La tierra pareció temblar bajo sus pies. No se dio cuenta de que caía
sobre sus rodillas porque la cabeza le palpitaba y ella la sentía en sus
manos, como su propio corazón desordenado. Se echó en el suelo,
sintiendo la sequedad del rocío evaporado y de repente comenzó a gritar,
a llorar, llamando a mamá, mamá, por favor, no me dejen aquí, no quiero
estar aquí, déjenme ir, no quiero, no quiero, dónde está papá, mamá,
que se callen, por qué todos gritan, mamá, dónde estás, mamá, por favor,
Valentina está…<br />
—<br />
Jamás había ido a nadar a una pileta. Sabía que existían clubes
deportivos donde uno podía entrar a nadar y tomar clases para aprender
diferentes estilo de la misma actividad, pero nunca tuvo el suficiente
interés para pedirle a Tomás a que inscribiera su nombre y le permitiera
descubrir la experiencia. El agua estaba fresca.<br />
Una vez superaba el nauseabundo olor no era un obstáculo tan grande. No
tenía miedo de ahogarse y por lo tanto le resultaba mantenerse a flote,
apenas moviendo las piernas y los brazos. En todo momento rozaba a la
parte de un bebé azul, algunos de cuatro brazos, otros sin brazos en lo
absoluto. Sus cabezas infladas tocaban el borde de su vestido y al
siguiente momento se alejaban.<br />
Había sido sorprendentemente rápido, aunque en realidad no podía decirlo
con seguridad. Aún se veía el cielo nocturno y las estrellas seguían
vivas, parpadeante como miles de flashes en una ciudad de paparazzis
morbosos. Se preguntó qué pasaría si se ataba las suficientes piedras a
los miembros. ¿No había hablado Tomás de una escritora que se fue
llenándose los bolsillos? ¿Saldría a flote por instinto o se hundiría
definitivamente?<br />
Parecía una noche perfecta para experimentar.<br />
De pronto oyó unos pasos pasando encima de las cenizas de más de un
sueño. ¿Finalmente alguien se había despabilado acerca de su posición
sin tener la excusa de un error en la pieza? El movimiento se detuvo en
la orilla. Tomando una gran bocanada de aire, que le supo asqueroso y
causó verdaderas náuseas, se irguió en la pileta, pisando el fondo con
sus zapatos de charol. La mitad del cuerpo, desde la cabeza hasta el
estómago empapado, le pesaba. El resto seguía acogido y su falda se le
extendía en un ovalo ridículo, rozando sus antebrazos. Sintió un
estremecimiento de frío y se volvió.<br />
El joven le sonrió con dejo burlón sin revelar los dientes. Era moreno,
el cabello lleno de rizos ensortijados cubriéndole los hombros y las
espaldas. Sus ojos eran negros, pero no de un negro que nadie fuera
capaz de poseer. A pesar de que no había una fuente directa en los
alrededor, se veía una luz que parecía dispuesta a descubrir los
secretos detrás de un velo pesado y viejo, dando apenas un atisbo del
escenario oculto detrás. El fondo cambiaba a cada segundo. En un momento
era un electrizante azul, al siguiente el verde de un tallo grueso y
luego se transformaba en un enigmático púrpura como debe ser en los
confines del universo. Podría haberse quedado mil años contemplándolos y
aun así no sabría por dónde empezar para describir esos ojos.<br />
-¿Me recuerdas? –preguntó suavemente con un ronquera perezosa-. Porque yo sí.<br />
Ni un millón de años y todavía no sería suficiente para admirarlos. El
aire volvió a ser insuficiente para su cuerpo cuando exhaló su
respuesta, la única que hacía falta:<br />
-Sí.Candy002http://www.blogger.com/profile/03389328555624241519noreply@blogger.com0