Capítulo 3
Estaba en medio de preparar los fideos para el almuerzo
cuando sonó el teléfono. Mientras sostenía el aparato contra su hombro y
mejilla, vació una lata de comida para gatos calentada en el microondas en un
tazón de cerámica con flores. Lo dejó encima del lavavajillas, adonde César
saltó con confianza para empezar a comer. No debería consentirlo tanto, pero
desde que sólo eran ellos dos en la casa sentía que era lo mínimo que podía
hacer por él.
-¿Entonces vas a poder? –le preguntó su interlocutor.
Icaro acarició el lomo del animal distraídamente. Cesar se
arqueó contra su mano sin dejar de comer.
-Sí, no va a haber problema –afirmó-. Puede que lleve a
alguien que me ayude incluso.
-Sí, sí, perfecto. Yo pago lo que gastes en venir aquí.
-Meta. Así quedamos –acordó y luego los dos se despidieron,
prometiendo verse pronto. Icaro se apoyó contra el mesón al lado de la cocina,
sintiendo el vapor subir desde la olla-. Cesar, tengo trabajo que hacer. Vos no
tienes inconveniente en quedarte solo por hoy, ¿no?
El rascó debajo de la oreja y obtuvo un maullido cariñoso en
respuesta. Los ronroneos de Cesar eran especialmente ruidosos, pero a él le
encantaba escucharlo aunque otro podrían no encontrar el mismo placer en verlo.
Tan bueno y manso gato como era, tenía un ojo blanco y la mitad del rostro
pelada debido a la cicatriz de quemadura que casi le cubría toda la mitad del
rostro. El veterinario había dicho que estaba bien en esa zona, pero el pobre
animal se ponía histérico y cada vez que alguien intentaba siquiera tocarle
ahí. Conociéndolo, a Icaro no le podría haber parecido más comprensible
semejante fobia.
Trató de calcular sus tiempos y decidió que mientras más
pronto hiciera la llamada y salieran, mejor sería para todos. El problema
serían los padres del chico.
-
-¿Quieres tomar algo, Icaro? ¿Jugo, agua, gaseosa?
Icaro sonrió. Marcos miraba con evidente impaciencia la
pantalla de su celular para variar de las miradas asesinas que dirigía al
detective desde que este no sólo le informara de lo que pensaba podrían hacer
para probar la validez de su cooperación, sino que tenía la menor intención de
llevar nada a cabo sin el permiso de sus padres. Icaro ignoró cada una de las
indirectas. Después de todo, Marcos todavía era un menor de edad y él
prácticamente un extraño. No podía sólo llevárselo a la Banda como si fuera un
paseo al centro, placa o no.
-No, muchas gracias, señor.
-Bueno, entonces que no te moleste que yo sí tome algo algo
–dijo el señor dueño de la casa, progenitor de adivinos punks, sirviéndose jugo
de naranja de una jarra ya puesta sobre la mesa-. Y decime de nuevo, ¿cómo ha
sido que se conocen?
-Marcos le ayudó a mi jefe en un par de casos en el pasado y
como desde que él ya no está yo he heredado ahora sus viejos trabajos.
-¿Y qué es lo que quieres que haga?
-Es que un compañero mío del colegio trabaja en uno de esos
programas de preguntas y respuestas, tipo Todo por un millón. Es bastante
nuevo, recién estrenado este año. El problema es que ellos creen que uno de los
participantes está haciendo trampa para ganar, pero nadie quiere admitir que le
está dando las soluciones. De modo que si Marcos viene y ayuda a que pueda
descubrir qué está pasando de verdad estaría revelando un causo de fraudo. Y
grande, porque no son nada modestos los premios que están dando ahí.
-¿Hace mucho que estás metido en esto? –preguntó ahora el
padre, dirigiéndole a su hijo una mirada que demostraba a las claras la
confianza que de por sí le tenía. Otros padres podrían haber lanzado una duda
así con reproche y desconfianza, pero en la del padre de Marcos sólo había
curiosidad. Sus dudas sobre si el muchacho tenía una idea de la que suerte con
la que había nacido se le esfumó cuando este abandonó la postura de abandono
irritado que tenía en el sofá y se irguió para mirar a su padre.
-Un rato después de que empecé a trabajar. Me llamaba sólo por
ahí y yo le respondía lo que me preguntara. Eso era todo. Ni siquiera llegué a
verlo en la realidad.
-¿Y no pueden hacer así ahora? –preguntó el señor Velazques
ahora dirigiéndose al detective-. ¿Necesariamente tiene que ir?
-Sería más conveniente. Usted sabe que no puedo simplemente
aparecer con una denuncia que diga que esto fue lo que me contó mi adivino
particular. Con suerte Marcos me podrá ayudar a que el tipo se acabe revelando
solo o para descubrir quién le ha estado ayudando.
El señor Velazques asintió, entendiendo y asimilando sus
palabras. Después volvió a hablarle a su hijo.
-¿Estás seguro vos de que quieres ir? Digo, yo no te voy a
impedir si resulta que le estás haciendo un bien a alguien, pero es decisión
tuya tomar o no semejante responsabilidad. Tendrías que hacer lo que Icaro aquí
te dice y no más que eso. No vas a andar haciendo estupideces como meterte en
medio de un tiroteo queriendo hacerte el héroe.
-Qué dices, papá –soltó el muchacho como si estuviera a
punto de perder la paciencia ante tal sugerencia-. Me has visto cara de
pelotudo vos. No, el tipo este nada más quiere que vaya a ver por ahí y le diga
qué es lo que me salta a la cabeza, ¿no? –Buscó confirmación en el tipo aquel,
el cual asintió-. Nada más que eso.
-Eso espero, hijo, que no es ningún chiste esto que te digo.
Has dicho que en la banda, ¿no?
-Sí, señor.
-¿Cuánto crees que tarden allá?
-No sabría decirle, señor. Le digo la verdad, a lo mejor
tardamos un par de días. Obviamente que volveríamos antes de la noche.
-Más vale, con ese loco enfermo andando por ahí.
Icaro, no supo cómo, logró mantener una expresión estoica
mientras asentía. Marcos volvió a su celular. Su parte en la conversación se
había acabado.
-No, no se preocupe, señor. Para lo único que vamos es para
lo que ya le dije. Yo mismo lo traeré. Usted sólo dígame a qué hora y aquí
estaremos.
-Más allá de las diez no –dijo el señor Velazques e Icaro
asintió-. A las diez quiero verlo de vuelta aquí.
-Por supuesto, señor, faltaría más. Pero si queremos cumplir
con ese horario tendríamos que ir saliendo ahora.
-Bien –dijo el señor Velazques poniéndose las manos sobre
las rodillas con una palmada-. Vos te vas a portar bien, ¿no, chango?
-Obvio, pá –respondió Marcos, levantándose de su asiento.
Icaro lo imitó y se adelantó hacia el hombre con la mano
extendida. Se la estrecharon mientras el hombre mayor esbozaba una sonrisa
cordial.
-Un gusto conocerlo, señor.
-Decime Augusto.
Icaro sonrió. A su espalda Marcos estaba abriendo la puerta
que daba a la calle y balanceando su cuerpo desde el pomo dorado.
-Chau, pá.
-Llevas el celular cargado, ¿no?
-Sí, sí.
-Gracias por la comprensión, Augusto. Que tengas buenas
tardes.
-Cuidamelo a mi hijo.
-¿Ya nos vamos? –dijo Marcos.
Icaro tomó una inhalación profunda para darse paciencia.
-Por supuesto. A la diez estaremos de vuelta.
Finalmente salió detrás del chico y luego esperó mientras
este cerraba la entrada girando la llave.
-Sos un mentiroso de cuarta –dijo con una nota de diversión
el más joven.
-No he mentido –corrigió Icaro-. Vos sólo estás para ver lo
que puedas sobre un caso de fraude. No te pienso poner en peligro llevándote a
cualquier lado.
-No le dijiste que también querías que te ayudara con el
fronterizo –Marcos se guardó las llaves y se volvió. No parecía especialmente
molesto por la omisión.
-No me parecía que hiciera falta –dijo Icaro, encogiéndose
de hombros-. De todos modos le dije la verdad en general. Vos no sos un Castle
que me va a acompañar con un chaleco antibalas y “adivino” escrito en el pecho.
En casos así que sólo tienen que ver con un programa de preguntas y respuestas
no hay problema con que vengas, pero en los de verdad peligrosos vos ni en pedo
te acercas.
-¿Significa eso que no me toca arma? –preguntó Marcos con
una sonrisa burlona, adelantándose hacia su automóvil. Entonces la sonrisa la
reemplazó un fruncimiento de labios-.¿Y vos tienes arma?
-Vos no tienes que preocupar por eso –dijo Icaro, abriendo
las puertas y aprentando el botón para desactivar el seguro.
Lo cierto era que tenía a la pistola en un soporte debajo de
la axila, debajo de su saco negro, pero ya era más una cuestión de sentirse
incompleto sin ella al salir a cumplir un trabajo que el temor de que en verdad
fuera a necesitarla. Se acomodaron en el asiento. Icaro le dijo que se estaban
poniendo los cinturones. No pudo dejar de notar que en lugar los jeans negros
Marcos llevaba unos pantalones a cuadros rojos y blancos junto a una remera
bastante holgada sin mangas y una calavera en llamas en el pecho. Una cadena
sujeta por la tira destinada a sostener el cinturón y muñequeras con el logo de
una banda punk en brillante morado, junto al mohicano de cabello castaño que
volvía a erguirse orgulloso acababan de presentar la imagen que aquel muchacho
quería presentar. Se preguntó por un momento si las llevaba porque de corazón
sentía que esa subcultura era donde encajaba o era una manera agresiva pasiva
de denunciar ante el mundo que él era un chico con problema, a diferencia del
resto de simplones que también tenían dificultades pero decidían una vestimenta
más corriente.
-Tienes un viejo de diez –comentó, recordando sus
impresiones en la sala-. Llega un extraño a casa pidiendo hablar sobre llevarse
al hijo a un lugar fuera de la provincia y él me invita a un jugo para
preguntarme cuáles son mis intenciones. Muy buena gente ha sido.
-Sí, ya sé –suspiró Marcos, poniéndose a revisar el
salpicadero. Posiblemente porque ya no estaban volviendo de un funeral ahora
tenía más confianza para curiosear-. Lo adoro y todo, pero qué pesado que se
pone.
Icaro pensó que exageraba demasiado, pero no se lo comentó.
-Bueno, siendo hijo único qué esperas. De paso, ¿tu mamá no
se va a molestar? ¿Dónde anda?
-En una farmacia del centro. Vuelve recién a la tarde –dijo,
sin responderle a su primera pregunta.
Icaro no creía que se hubiera olvidado o que no la oyera.
Decidió no presionarlo mucho al respecto. Presentía que hubiera sido una
completa pérdida de tiempo. No como si él no hubiera pensado que la
preocupación de los padres no era la primera prioridad en la vida de todo
adolescente.
Marcos abrió el compartimiento al lado del aire
acondicionado y se puso a revisarlo. No tenía nada de especial interés ahí, así
que ni se molestó en reprenderlo. El joven repasó un paquete de pañuelos ya
abiertos, una lata de Off, unos lentes de sol ordinarios y su libreta negra con
las anotaciones del caso. Esperó un segundo con ella en mano y, viendo que al
original dueño no le importaba, se puso a leerla por encima. Unos diez minutos
más tarde, poco interesado, la devolvió a su sitio junto al resto sin hacer
ningún comentario. A lo mejor ya sabía todo lo que había ahí. Desechó la idea.
No le ayudaba en lo absoluto tenerla fija en su mente tratando con él.
Hacía un día fresco con la humedad balanceándose en el aire
dándole una sensación fría, bastante bienvenida en comparación a los últimos
días de calor que habían tenido. La ventana abierta del lado de Marcos permitía
refrescar todavía más el interior del vehículo. El arreglo de alguien peinado
que tenía en casa se iba a arruinar mucho antes de que llegaran dándole el
aspecto preciso de alguien que había pasado por una tormenta. Pensó que a lo
mejor esa era precisamente su intención. El joven se entretenía a sí mismo
mirando el paso de los edificios, pero en cuanto comenzaron los espacios de
tierra verde poblada de una arboleda tan densa que no permitía ver nada más,
pidió que le permitiera conectar su celular al equipo de música por medio de
bluetooth.
-¿Sabes cómo hacer eso? –preguntó Icaro.
-Sí, una amiga mía tenía al papá con un auto igual a este
–dijo Marcos tecleando la pantalla.
En unos rápidos movimientos acostumbrado y tocando los
botones correctos sin apenas verlo, por los altavoces a los lados del asiento
comenzó a salir una canción que empezó con el cantante soltando una sostenida
nota mientras de fondo sonaban las guitarras. Icaro se sorprendió de reconocer
la melodía y las letras, pero no la canción o la voz en su totalidad.
Definitivamente se trata de una especie de rock. Le preguntó al chico si era un
cover de quien pensaba, a lo que Marcos respondió afirmativamente. Unos minutos
más tarde, la música continuaba.
-Che, está buena –reconoció sin despegar los ojos del
camino-. ¿Cómo se llama la banda?
Marcos se lo dijo.
-¿Te gusta entonces? Tengo más temas de ellos por aquí
–Marcos puso nuevo y volvió a acomodarse-. ¿Te gusta este tipo de género?
-Está bueno, pero no es lo mío. Yo soy más del metal.
-Mentira –dijo Marcos, sonriendo de medio lado-. ¿Y dónde
está tu perforación en la nariz y pelo de rapunzel? Por lo menos una muñequera
con tachas yo me esperaba.
Icaro, a su pesar, se rió.
-Debiste haberme visto hace cuatro años. Era tal cual como
acabas de decir. Pero no extraño para nada el pelo largo.
-¿Y qué pasó después? –inquirió el joven con curiosidad-.
¿Te aburriste?
-Más o menos. En parte fue eso y porque ya no encontré
tiempo para ocuparme de esas cosas. Ese tiempo que vos usas para peinarte yo lo
he tenido que usar para estudiar y tratar de resolver casos. También fue por
entonces que me casé y algo así suele cambiar mucho las cosas.
-Ya, ella te obligó a tirarlo todo.
Icaro dudó un momento antes de aclarar. Si hubiera estado
hablando con una persona mayor habría tenido muchas más reservas al respecto,
pero se suponía que los jóvenes eran más abiertos a ese tipo de cosas, ¿no?
-Él –aclaró, viéndole de reojo para evaluar su reacción. El
muchacho lo miró con evidente sorpresa-. Y no, no fue tan así. Es sólo que al
final me terminé cansando.
-Anda, mira vos –dijo Marcos, asintiendo, todavía
impresionado-. Así que vos y yo somos de la misma esquina.
-¿Misma esquina? –preguntó sorprendido, antes de recordar
las palabras que le dijera la primera vez que se subiera a su auto, sobre cómo
podía saber él que no era un viejo verde buscando aprovecharse de un jovencito.
En el momento había creído que bromeaba, pero también que fuera un poco raro
que esa fuera la primera cosa sobre la que decidiera bromear tan libremente.
Entonces lo entendió-. Mira vos, no sabía. Carajo. Qué sexto sentido gay ni qué
mierda, ¿no? ¿Le dijiste a tus papás?
-Uf, desde hace años –respondió el joven despreocupadamente.
Cruzó los brazos sobre el pecho, pero por comodidad y no por rechazo a
hablarle-. Cuando tenía trece me pifié pero bien mal de un compañero y me dije
“si no se los digo ahora, no se los voy a decir nunca.” Estaba muerto de miedo.
Creía que me iban a matar, a golpearme o sacarme de casa, pero nada que ver.
Mamá me preguntó desde hace cuándo que pensaba así y yo le dije que desde
siempre. Papá quiso saber si ya había estado con alguien, como si fuera un
pobrecito al que le hubieran lavado la cabeza para que pensara así o al menos
creo que esa era su idea. Después de rato ni siquiera teníamos necesidad de
hablarlo porque ya estaba, nadie se estaba muriendo por ello. Incluso ahora
dudo que lo entiendan del todo, pero al menos no me joden con eso y todos
contentos. ¿Y vos? ¿Cómo te saliste de Narnia?
-¿De dónde?
-Narnia. Por lo metido que estás en el armario. Cómo te
descubriste y eso.
-Ah. Pues te voy diciendo desde ya, ojala hubiera tenido las
mismas pelotas que vos a tu edad. Creía que ya me iba a morir sin decírselos
hasta que pude vivir por mi cuenta y pensé que podía permitírmelo. Primero se
lo dije a mamá, porque sabía que ella era más abierta con todo el asunto.
Cuando mira la televisión siempre se quejaba de que todos los hombres más
guapos son gay que por supuesto iban a acabar con otro hombre guapo. Seguía
incluso una telenovela mexicana con esa temática por internet, así que ya veía
que al menos a ella todo el tema no le causaba mucho desagrado. Se sorprendió
mucho porque ya le había presentado a un par de novias de cuando iba al
colegio, pero al final fue bastante fácil. A mí papá por otro lado no le dije
hasta que ya pensaba casarme y me dio tremendo papelote. Que cómo podía ser,
que qué se me había metido en la cabeza, que cómo pensaba unirme a un hombre.
No somos una familia muy religiosa, pero él tenía la mentalidad de antes, ¿has
visto? De cómo debe ser una persona normal, de cómo tiene que vivir y cómo
tiene que morirse, así que a él le costó un poco más tiempo pero al final
también lo acabó aceptando. Además, para nietos y matrimoios convencionales
ellos ya tenían a mis hermanos así que mucho no podían quejarse.
Icaro miró a su costado. Notó que Marcos seguía con atención
el movimiento de sus manos. O más bien, en busca de algo que debería estar en
una de sus manos en el dedo anular. Suspiró con un súbito cansancio.
-Para lo que me ha servido tanto embole. Nos divorciamos
hace un tiempo, por eso no ves el anillo.
-Ya veo –dijo Marcos y se puso a mirar al frente otra vez,
la brisa enviándole el cabello hacia arriba y los lados, como si estuviera
asimilando la conversación.
Icaro tuvo el impulso de preguntarle si ya había tenido
pareja a fin de averiguar un poco sobre cómo era la vida de alguien que se
destapaba desde tan temprano y no tenía mayores conflictos al respecto, pero se
contuvo. No quería empezar a sonar como su papá y, además, prefería que fuera
el chico quien decidiera contarle ese tipo de cosas si quería. Incluso si después
hubo un largo momento de silencio no se sintió incómodo o apremiante. Le
gustaba. Si los dos podían estar tranquilos sin sentir la necesidad de llenar
cada momento con conversaciones triviales iban a llevarse muy bien.
-Yo nunca he estado con nadie –admitió al fin Marcos,
pensativo, aplastándose el mohicano contra el cráneo-. O sea, he chapado y eso
pero nunca he tenido ni siquiera un amigovio oficial. Antes yo creía que hasta
debía estar algo mal conmigo, porque vos viste cómo en la televisión te viven pintando
al gay como este que vive saltando de relación en relación sin importarle nada,
pero aquí eso nada más pasa si te van las guachas que te hacen el perrito en
medio de la pista. A nosotros nos joden a palos si queremos hacer eso con otro
tipo.
Icaro asintió en silencio. Algunas cosas eran mucho más
difíciles de cambiar que otras. Tenía confianza en que algún día incluso eso
sería algo del pasado, pero mientras tanto todavía tenían que dar esos pasos de
tortuga coja.
-Bueno, eso será de momento, pero nunca se sabe. Igual, si
te puedo aconsejar algo, no te hagas drama por esos estereotipos cualquiera de
la tele. Vos hace lo que te haga sentir más cómodo con quien estés cómodo y
punto. Eso sí, cuida que no te jodan a palos.
Marcos se echó a reír. Por unos momentos la sonrisa quedó
ahí, eliminando cualquier impresión de chico rudo y duro que buscaba dar con la
ropa.
-Sí, eso hago.
Llegaron a la estación de la televisión alrededor de las
tres tarde y el sol de la siesta ya les castigaba los rostros nada más
abandonar el interior del vehículo. El edificio no estaba exactamente dentro de
La Banda, pero tampoco dentro de Santiago. Era obvio por qué: todo ese espacio
extra debía ser dedicado en exclusiva al edificio, que parecía dispuesto a dar
la impresiónde ser todavía más grande en su interior. De color beige claro con
apenas un anuncio en forma de cartel arriba de la amplia puerta denunciando a
qué programa se dedicaba. La antena de pie y cabezas rojos con torso blanco se
elevaba justo al lado y por el otro la antena parabólica de transmisión. Con
sólo un vistazo uno ya podía decir que se trataba todo de una nueva
construcción.
Cerca de la puerta, debajo de la sombra fresca, unas
personas sin calzados y con las ropas con agujeros se pasaban entre sí una botella
de gaseosa.
-¿No tiene un cambio, señor? –pidió uno de ellos cuando les
pasaron por en frente.
-Dos pesos –murmuró Marcos entre dientes, casi sin darse
cuenta. Icaro tardó unos segundos en entender que se refería al billete que
había sacado primero de su billetera, segundos antes de realmente haberlo
hecho. ¿Es que ahora iba a ser así? Le dirigió una leve mirada de molestia
mientras entregaba el billete y el muchacho encogió los hombros-. Perdón. Me
sale solo.
Entraron al edificio, adonde el aire acondicionado les hizo
dar un estremecimiento por el brusco cambio en la sensación térmica. Un guardia
se acercó a pedirles una identificación, pero antes de que pudiera llamarles la
atención llegó un hombre alto de piel morena en un traje verde.
-Deja, Pablo, ya me encargo –le dijo el hombre al guardia de
seguridad, el cual respondió con un movimiento de cabeza antes de volver a su
posición de estatua en la esquina, vigilante y poco capaz de impresionarse por
nada de lo que pudiera pasar ahí.
El hombre sonrió con unos dientes sobrenaturalmente blancos
y estrechó la mano de Icaro apenas la tuvo a su alcance. El movimiento fue
absorvente y firme, casi como si quisiera darle un abrazo pero hubiera cambiado
de opinión debido a nuevas consideraciones.
-Hola, Icaro. Muchas gracias por haber venido.
El hombre se llamaba Eduardo y había sido su compañero en la
secundaria, aunque sinceramente ni él mismo habría sabido decirlo. No diría que
parecía un viejo como Marcos ya le había tachado de ser, pero al menos le daría
unos cuarenta años en lugar de los treinta en los que debería encontrarse.
-Está bien. Este es Marcos –presentó señalando al muchacho.
Este se adelantó y estrechó manos también-. Me viene a ayudar en el caso.
-Ah, ¿como un asistente? –dijo Eduardo.
Icaro se sonrió.
-Más o menos.
Marcos arqueó la ceja, pero no hizo nada por enmendar la
equivocación en su título. Francamente le daba igual e Icaro se alegró un poco
por ello.
-Bien, no hay problema. Vengan, vengan, por favor. Les voy a
dar un pequeño tour por el lugar.
Eduardo, como si le hubiera pagado especificamente para
hacer aquello y no para cual fuera fuera su trabajo en la estación, presentó
las instalaciones como si fueran un orgullo personal de él mientras las
personas iban de un lado para el otro, ya sea llevándose cafés, carpetas o sólo
noticia de uno al otro, representando un día ocupado como todos los días.
-Transmitimos en unos veinte minutos, por eso de ahí el
ajetreo –explicó Eduardo al ver sus miradas curiosas.
Les hizo ver el alto techo del cual habían puesto las luces
que cegarían a los concursantes y los sitios adonde ponían los láseres que
enceguecerían al público en los momentos esperados. Los llevó a ver el estudio
en su plena reconstrucción. Parecía que el estilo por el que se estaban decantando
era el de respuestas correctas por evasión de prendas. Cuadros dibujados en el
suelo con luces de neón encerraban diferentes cantidades de dinero a la cual
los participantes deberían ir avanzando, una a una, mientras tenían que
aguantar el castigo de unas pelotas de goma que les eran lanzadas por un
fortachón tomando un mate tras bambalinas. El jugador escogía el cariz de las
preguntas y el tema lanzando una de aquellas pelotas por un aro que se movía de
un lado a otro, garantizando la mayor posibilidad de caer en el azar posible.
Los carteles contenían palabras manuscritas como las que se podían encontrar en
un juego de Tutti frutti, yendo desde cosas, animales, países y nombres
famosos, todo lo bastante abierto para que uno no pudiera adivinar al instante
de qué se iba a tratar la cuestión. A medida que Eduardo se explayaba
explicándole dónde se posicionaba cada cámara y el público, Icaro entendió qué
era exactamente lo que pretendía.
Hacer trampa en vivo sin que nadie lo notara era imposible.
De existir esta tenía que ser fuera de la vista, antes de que se encontraran al
aire y frente las cientos de personas que venían a ocupar los asientos
designados al público. Cuando finalmente dejó en total claridad ese punto de su
argumentación los llevó a una sala de descanso donde los camaristas ocupaban la
mesa para tomar una merienda temprana o un almuerzo tardío. Ni Eduardo les
prestó especial a ellos ni estos a él. Estaban en su hora de descanso y podían
hacer lo que quisieran sin ninguna otra preocupación en el mundo. A lo largo
del camino, Icaro no pudo dejar de notar de reojo que Marcos mostraba una
especial atención en los detalles, mirándolo todo como si fuera una cosa del
todo fascinante, apenas sin parpadear. Le recordó vagamente a en su auto cuando
le presentó su placa y momentos más tarde el chico decía que eso ya lo había
visto. Casi esperaba que en cualquier momento empezara a decir cosas extrañas
entre dientes o alguna especie de encantamiento para llamar a los espíritus.
¿Qué carajo sabía él sobre cómo funcionaban ese tipo de cosas?
-Siéntense aquí –indicó Eduardo señalándoles un sofá frente
al único televisor, ahora sintonizado en la repetición de un partido de futbol
que los camaristas veían con atención-. ¿Les traigo algo?
-Yo estoy bien –dijo Icaro.
-¿Puede ser un vaso de agua, por favor? –dijo Marcos
empleando su mejor vos de ser un nene al que habían educado bien en casa.
-Sí, claro. Ya vengo –Eduardo se levantó y se dirigió a la
alacena, de donde sacó un vaso de vidrio. El agua mineral que le sirvió adentro
salió de una botella fría sacada del congelador, que tenía una buena cantidad
destinada a todos los que trabajan ahí y llegaban con las gargantas secas a
reponerse.
En cuanto el hombre ya no pudo oírlos, Icaro se inclinó
hacia Marcos.
-¿Y bien? –inquirió.
-Del resto nada, pero sí acerca del estudio –dijo Marcos-.
Nos va a hacer mirar la transmisión que van a hacer ahora y te va a pedir que
te fijes en el concursante, que de paso es demasiado lindo para esta porquería.
Icaro concordó, aunque por esa vez no estaba impresionado.
Era lo más lógico considerando las circunstancias.
-No vas a ver nada raro –agregó Marcos un segundo mas tarde.
Eduardo volvió con el vaso. Marcos se lo agradeció y,
representando el papel del asistente a la perfección, se quedó al margen de la
conversación mientras Eduardo lo convencía de asistir al show que iban a grabar
dentro de un rato y se pusiera cómodo en el asiento de la audiencia para ver
por sí mismo cómo lo hacían. Tendría la oportunidad de presenciar el “triunfo”
del concursante antes de la gran final de la semana que viene a fin de sacar
sus propios conclusiones al respecto. Icaro no tenía ninguna duda de que podría
haber deducido él sólo semejante sucesión de acontecimientos.
A medida que los asientos se llenaban, en la sala de
descanso venían cerrando y abriendo la puerta más personas, algunas quedándose
y otras yéndose. Una de ellas fue el concurso que había estado ganando en las
últimas rondas y nada más verlo Icaro no pudo imaginar ni por su vida por qué
no podía ser un ganador. Era atractivo como Marcos había dicho (desde luego no
para un simple show como este), pero de ningún modo proyectaba un aura de tonto
evidente. Aunque, por supuesto, la profesión le había enseñado hacía años que
las apariencias por lo menos en un setenta por ciento de las ocasiones
engañaba. Eduardo, como el productor del programa, se debía encargar
básicamente de que todo estuviera en su sitio y funcionando para el horario
indicado. Los presentó de forma acelerada, diciendo que Icaro lo había estado
siguiendo desde hacía tiempo en el programa y que le alegraba un mundo tener la
oportunidad de verlo.
Quizá creía que apelando a su ego lo volvería más
susceptible al escrutinio certero. O fuera la manera general de ser de quien trabajaba
en una clase de sitio. Ninguna de las dos opciones le sorprendería. No
obstante, siguió a la corriente, sonrió y apretó con entusiasmo la mano del
joven. Este le sonrió de vuelta. Definitivamente, de ser un estafador, no tenía
la cara de uno. Se ubicaron en el centro y el frente de las tribunas, la gente
emitiendo murmullos bajos, recordándose unos a otros que debían tener apagados
los celulares. Entre el público y el escenario al cual se filmaría había un
espacio considerable en medio del cual se erguían cinco guardias fortachones,
manos en la espalda, preparados para enviar de vuelta a su sitio a cualquiera
que decidiera cometer una locura en televisión en vivo y retener cualquier
contingencia. Icaro no podía entender de dónde había salido el dinero para
semejante producción. Empezó a imaginar que a lo mejor por eso Eduardo estaba
tan preocupado por mantener al juego libre de fraude como debía ser parte de la
razón por la que había decidido llamarlo a él en lugar de levantar una denuncia
oficial en la policía, lo que además de complicar el asunto más de lo necesario
podría hacerlo llegar a los oídos de la prensa y entonces el nuevo programa,
que estaba apenas dando sus primeros pasos de bebé por la televisión, se
quemaría y caería como un castillo de cartas cubiertas de gasolina. La
confirmación de un fraude definitivo hacía caer la culpa sobre el único
culpable, el participante. Una sospecha no confirmada lanzaba una sombra de
duda sobre todos que debía evitarse a toda costa.
Las luces se encendieron con un zumbido audible y de pronto
todos estaban gritando, emocionados, lanzando palabras de aliento, de apoyo,
típico de fans incondicionales, mientras las luces se concentraban en el centro
del escenario adonde se erguía el presentador del programa y este volvía a
explicar las reglas del juego para los nuevos televidentes que recién ahora los
estuvieran sintonizando. Luego la atención se desvió hacia el primer cuadro de
la sucesión luminosa en el piso sin ningún número o signo encima que lo
indentificara. Él y otro participante (que también había ganado entre semanas
pero por alguna razón estaba fuera de sospechas) competían entre sí, primero
para ver quién lograba meter la pelota por el aro que decidiría sobre qué
tenían que pretender ser expertos y luego presionar dos veces con el pie sobre
el recuadro para ver quién tendría la oportunidad de sacar a relucir sus
conocimientos. A diferencia de otros de su mismo tipo, ese juego no permitía
escoger entre varias opciones posibles. Uno podía decir cualquier estupidez e
igual contaría como el punto decisivo entre el dinero o el desvanecimiento de
la competencia.
Excepto en los momentos en que el presentador hacía un
dramático gesto de pedir silencio a fin de dejar en suspenso a los que veían en
casa cuál era la respuesta definitiva entre las opciones que los participantes
habían ofrecido o simplemente para que se oyera qué habían dicho estos en
primer lugar, el ruido en la tribuna era casi ensordecedor. Si no le quedaban
zumbando los oídos después de esto iba a ser una verdadera sorpresa.
Sin embargo, acostumbrado como estaba a las distracciones en
el ejercicio de su oficio, logró aislar de su atención esas interferencia y
concentrarse sólo en lo que veía. La gente seguía gritando, dando ánimos o
preguntándose entre sí cuál creían era la respuesta correcta o lo que harían en
aquella situación, y él seguía oyéndolos pero dejó de escucharlos. Siguió al
posible estafador desde que diera ese salto confiablo desde su recuadro para
encestar en política hasta que ocupó su lugar adelante del recuadro que tenía
un millón escrito con pintura amarillo fosforescente. Aunque no le gustara
especialmente tener que darle la razón a Marcos, en realidad no encontró nada
especial. El concursante hablaba con la confianza de a quien no le molestaba
para nada ser el centro de atención sino que, al contrario, se sentía de lo más
cómodo haciéndolo. No había largas pausas en las que él se detuviera a pensar
en lo que estaba diciendo, lo que podía significar que bien le habían dado a estudiar
las respuestas o sólo que realmente conocía de la materia y se le hacía tan
sencillo hablarlo como explicárselo al presentador de manera que se lo hiciera
valer. No vio que mirara con especial atención hacia ningún lado donde viera a
otras personas que podrían hacerle algún gesto y tanto como cuando lo tuvo
cerca como cuando estuvo lejos, no había visto que llegara dispositivos de
escucha que fueran perceptibles a la vista, ni de la categoría que por lo
general los detectives usaban en su trabajo ni de ninguna otra.
Tuvo que durar más de mediahora, sumando las veces que se
detuvieron por dar paso a un espacio publicitario. Aprendió un par de cosas
acerca de la Primera Guerra Mundial que ni siquiera se había imaginado. Supo de
dónde venía la superstición entorno al número 13. Siguió como al resto la
información relativa al nombre de un hueso que estaba en un lugar de la mano.
Podría haber sido interesante sólos esos hechos arrojados al azar, o al menos
curioso, de no ser por las interminables pausas del presentador que más que
causar expectación la mataba sin piedad y los ocasionales chillidos de emoción
que salían por todos lados a sus espaldas. En parte la entendía a esa parte.
Primera vez en una gran producción grande o al menos que no se molestaba en conservar
una gran cantidad de modestia, presenciando la final de una especie de
campeonato donde la balanza, adonde fuera que decidiera deslizarse, lo haría
con un serio peso encima.
El humo y los láseres le humedecieron y secaron los ojos
respectivamente. Sin importar lo mucho que utilizara su mano como un abanico en
frente de su rostro, le seguía llegando el mismo olor desagradable y artificial
de la máquina incesante que tenían alrededor del escenario, pero no realmente
dentro de él porque lo concursantes todavía tenían que ver dónde estaban
parados. Al final del programa (sin pausas especiales por considerarse la
semifinal antes del gran y mayor evento), Icaro movió suavemente la cabeza en
dirección a Eduardo para llamar su atención y seguidamente negar sin palabras.
Nada, absolutamente nada que él pudiera percibir era indicadora de ningún
fraude. Por supuesto que él había ganado.
La hinchada que se había formado en torno a su figura
pareció alcanzar el fondo de sus pulmones y reservas de sangre bombeante en
cada poro de sus rostros para expresar cuánto les alegraba la noticia. “Vos
podés, mi amor”, gritó una voz femenina. “Dale con todo, papá”, pareció
corresponder la voz de un hombre. Por la razón que fuera (Icaro no quería creer
que era sencillamente por apariencias pero se sentía bastante inclinado a
creerlo) el público sencillamente adoraba a su vencedor. En cuanto las personas
comenzaron a retirarse y algo parecido a la calma volvió a reinar dentro del
estudio, Eduardo salió de entre las bambalinas para confirmar de forma
definitiva lo que le había permitido deducir el detective. No tuvo más opción
que repetirle que no había visto la gran cosa, pero tanto él como Eduardo e
incluso Marcos sabían que eso no tenía por qué ser prueba de nada. Estudiarse
las respuestas precisas de cualquiera de los temas que le iban a tocar seguía
siendo una preparación injusta por sobre el oponente. Después del concurso al
participante todavía se le tenía que escribir y presentar el cheque con su
premio, les informó Eduardo.
-Hace algo antes -casi le rogó el hombre trajeado.
Icaro no se le ocurría nada mejor que hacer que ir a hablar
con el chico. Quizá podía sacar algo de él o quizá no. En todo caso, le pidió
que le dijera al concursante que un periodista quería hablar con él en la sala
de descanso. Eduardo le dijo que tenía una sala de entrevistas especialmente
dedicada a situaciones de ese tipo, porque la verdad es que era la norma
hacerles preguntas a los participantes justo antes y después de los juegos.
Para agregarle ese elemento humano tan necesario para agradar a los
televidentes. Creía que debido a eso era la popularidad tan inmensa del chico
entre la gente común; era uno más de ellos, recién salido de una escuela
pública en la que había repetido dos años y por lo tanto se había graduado de
ella a los veinte años de edad, trabajos que no parecían llegar a ninguna parte
y de los cuales se acababa despidiendo (o lo despedían) al poco tiempo hasta
que, como por parte de un milagro, surgía su gran oportunidad en la cara de un
juego televisivo que seguramente le ayudaría a pagar la enclenque casucha
adonde había visto confinado su persona por falta de posibilidades de nada
mejor. Había peleado desde hacía unos años contra el alcoholismo y estaba
descubriendo la mejor manera de poder vivir el día a día. La misma situación de
miles de personas por todo el país, excepto porque la mayoría nunca encontraba
su oportunidad de oro ni les caía en el regazo la solución mágica a sus mayores
problemas.
-A todos los controlamos –aclaró Eduardo-. Una cosa es que
exageren sus propias vidas buscando simpatías. Todos hacemos eso frente a una
cámara. Pero otra bien distinta es que se inventen toda una existencia que nada
que ver y luego sale un boludo en el diario llamando estúpida a nuestra
audiencia por creerse semejante tanda de mentiras. ¿Y a quién van a mirar feo
después de eso? A nosotros, obvio. Nos van a cambiar apenas nos vean porque
nadie se aguanta que le echen en cara la ingenuidad que le sobra, incluso si
ellos mismos son consciente de ellas. Pero a nosotros nos conviene que no se
enteren, por eso no podemos permitir a un novelista estrenando sus tramas por
aquí. En el caso de este, de este tal Alejandro Martínez (copate con el nombre
ese, más corriente y ordinario no le podía salir ni queriendo), todo es verdad.
Incluso logramos que la madre viniera a echar unas lágrimas en vivo recordando
todos los malos tragos que le hizo pasar el hijo y que el hijo se bebió, de
modo que por ese lado no tenemos problema. Pero, claro, entonces uno se
pregunta, ¿cómo un casi analfabeta así puede saber tantas cosas? Y no, como no
va a ser otro mismo indio millonario, tiene que ser otra cosa. ¿Y sabes lo que
hacen, no? Se meten a hurgar. Meten la plata donde tienen que ponerla y sacan
las cosas que no tendrían que sacar si les importara una mierda lo que hacen. Y
el culo se nos quema a nosotros porque nadie se va a creer que no le estuvimos
ayudando desde el inicio y manejando a la gente. Nadie quiere reconocer que es
un ingenuo, Icaro, y se van a ir en contra de cualquier cosa que se los revele
de forma indudable.
-Un lugar así no se paga solo –agregó Icaro.
-Obvio que no. Vivimos de puras promesas y publicidad. Pero
ni la puta Coca Cola le va a callar la boca a ningún periodista con ínfulas de
no sé qué si se le ocurre alzarnos el dedo y encima consigue la bastante
evidencia para que la gente le crea. Vos no vas a decir quién te contrató, ¿no?
–preguntó con una súbita nota de expetación para nada disimulada.
-Si acabo haciendo una denuncia, me lo van a preguntar y no
voy a tener de otra que responderles.
-Bien, ya no se puede hacer nada con eso, ¿no? –dijo Eduardo
con un alivio curioso, como si estuviera más contento de eso que de estarlo
recibida una negativa.
Icaro no dijo nada. No necesitaban hablar más para saber qué
conveniente sería que el detective descubriera la trampa hecha por otros
mientras que el responsable ejecutivo era el único lo bastante preocupado de la
integridad del programa para posibilitar el acceso de la verdad. No tenía sentido
discutirlo. Buena publicidad era un bien que nadie despreciaba.
-¿Entonces el Alejandro ya está ahí?
-Sí, no hay problema. Ya estará contanto lo orgullosa que va
a estar su vieja ahora viéndolo así y él apunto de llorar recordando la décima
octava vez que se despertó en la calle. Arriba de la puerta sale una lucecita
roja para cuando están filmando. Vos sólo metete, presentate con la identidad
que quieras y sacale lo que puedas. Yo me voy a meter en la cabina de control y
me aseguraré de que aunque sea el audio sea lo que siga prendido mientras
ustedes hablan.
Icaro asintió. Tanto él como Marcos siguieron la senda de la
espalda del hombre trajeado mientras los llevaba por el pasillo, más allá de la
sala de descanso, hacia una puerta blanca del fondo que sólo llevaba una
pequeña placa escrito con una florida letra manuscrita diciendo “concursantes.”
La pequeña luz de arriba brillaba en un notorio rojo con líneas más claras
cruzadas. Eduardo les dijo que entraran sin problemas. Él se encargaría del
resto. Sólo tenían que hacer que el impostor hablara y todos podían volverse
contentos por donde vinieron. Ni
una sola mención de ellos reponiendo cualquier mínima relación que podía quedar
tras más de diez años sin verse a la cara, limitados a ser amigos de facebook
por ser de la misma promoción. No le sorprendía en lo absoluto.
Eduardo desapareció en el interior de una habitación
precedida por una puerta azul. Marcos le agarró del antebrazo.
-Dejame hablar a mí –le dijo con una seguridad y firmeza que
por un momento no hizo más que desconcertarlo.
-¿Para qué? –preguntó directamente sin entender.
-Tuve una visión –entonó Marcos con voz pretentidamente
mística, probablemente la misma con la que atendía sus llamadas telefónicas en
su trabajo. Al ver que eso no le convencía, agregó-. Mi mamá lo estuvo viendo
en la tele. Tiene sus propias cabalas y cree en las mangalas, mandarinas o como
se llamen esos dibujitos hechos a compas. A lo mejor pueda usar eso para
confundirlo.
-¿Vos has visto muchas películas de misterio o qué? –soltó
Icaro, lanzando la primera idea que surgió en su mente ante la revelación de
semejante plan.
-Prefiero la ciencia ficción –despreció Marcos con un gesto
de la mano-. Pero haceme caso con esto y lo vas a ver confesando dentro de
nada.
-¿Cómo vos ya lo has hecho? –inqurió Icaro.
Marcos le dirigió una sonrisa deslumbrante.
-Qué comes que adivinas vos –dijo en tono alegre-. La verdad
lo vi todo nervioso. Casi me mato de la risa nada más viéndolo, pero entonces
recordé que nadie se iba a enterar un carajo de por qué lo hacía y me iban a
ver raro. Ya me ha pasado antes.
-¿Sabes que eso le pasa a todo mundo, no? –dijo el
detective, arqueando la ceja-. A todo mundo le pasa que de pronto nos acordamos
de un chiste o algo así. No es porque seamos adivinos, así funcionan los
recuerdos.
-Más o menos así es como funciona conmigo también –expresó
Marcos encogiendo los hombros-. Dejame probar. Algo tengo que hacer ya que me
trajiste hasta aquí, ¿no?
Icaro asintió, negándose a admitir en voz alta que esa era precisamente
la intención detrás de su insistencia para haber pedido permiso a su padre.
Adivinar unos dedos no probaba nada y si el chico iba a ser una completa carga
en cuestiones oficiales, mejor irlo comprobando ahora que se trataba de un caso
sólo para subsistir, de esos que podía prescindir ya que siempre tenía algún
otro pendiente, y no el grande por el cual no iba a agrandar ni un centímetro
sus bolsillos. Decidió que tanto daba igual si el chico llevaba a cabo su
propio plan. De hecho, le estaría haciendo un favor. Ahorraría un tiempo
precioso que podría dedicarlo a investigaciones más apremiantes que para
mantener la buena reputación de un show de concursos.
-Como quieras –acabó respondiendo, haciéndole un gesto con
la cabeza hacia la puerta.
Marcos sonrió. ¿De verdad quería ayudar o era la ilusión
infantil de estar participando de una divertida aventura? Incluso a los
diecisiete años uno seguía poder pensando de esa manera. Él sabía que esas
habían sido las ideas que le habían hecho desear más que nada ponerse al
servicio de la policía y luego, con la misma sorpresiva potencia, a convertirse
en un detective parte del despacho del viejo. Arriba de la puerta la luz se
apagó abruptamente. El muchacho tomó una bocanada de aire, irguió el pecho,
abrió la puerta y se metió, dejándole espacio para que él lo siguiera como si
fuera un guardaespaldas o, ya que estaban, el ayudante del más joven.
-No te preocupes, todo va a estar bien –le dijo por un
costado de los labios.
Icaro esperaba que sólo hablara así porque de corazón quería
darle confianza y no porque lo hubiera visto. Lo primero era un gesto que podía
llegar a apreciar en ciertas circunstancias, lo segundo sencillamente obraba el
efecto completamente al contrario. En el momento en que entraron vieron que el
concursante favorito de todos, el demasiado lindo, demasiado tráfico y
demasiado sobrio para creerse, Alejandro, ya se estaba levantando del sofá
adonde apuntaba una cámara sujeta a la pared. El fondo de papel encerado a sus
espaldas daba a la habitación un toque hogareño y casi sofisticado, pero no
realmente, a la habitación. Un sitio para confesarse.
-¿Señor Martinez? –dijo Marcos extendiendo la mano-. Me
llamo Damian y este es mi compañero David. Venimos a hacerle un pequeño
reportaje para la columna de opinión del Liberal, si no le molesta. ¿Tiene un
momento?
Alejandro Martinez, el de los impresionantes ojos verdes que
parecían hechos de un caramelo a base de agua, volvió a sentarse, sorprendido.
-Sí, claro, pero…
-Dejamos nuestras credenciales con el productor del
programa. ¿Eduardo Algarrata? Algo así se llama el guacho. Usted lo conoce,
¿no? En fin, nos dijo que podíamos pasar. ¿Nos permite?
-Ah, bueno, si él no tuvo problema… -aceptó Alejandro algo
reticente.
Marcos volvió a sonreír de esa manera que sólo podía
prometer felicidad y cosas buenas para el futuro.
-Así es. Ahora, por favor, siéntese, esto no tardará mucho.
Alejandro miró interrogante la figura silenciosa en la que
se había vuelto Icaro, pero ni el primero intentó cuestionar su presencia ni el
segundo quiso aclarar ninguna duda al respecto. Quería ver primero adónde
llegaba el plan del jovencito.
-Por favor, cuénteme -dijo Marcos, sentándose en otro sofá
cerca de donde Alejandro se hallaba. Icaro se ubicó justo al lado.
Definitivamente podía decir que su remedo de asistente tenía
dotes enormes para la actuación. Todo su comportamiento era casual y abierto,
sus palabras no contenían pausas incómodas. De nuevo tuvo que preguntar qué
tanto de ello nacía de su propia convicción por hacer las cosas bien y cuánto
nacía de la absoluta seguridad en el futuro que ya había visto. Justo cuando se
hallaba reflexionando al respecto, vio a Marcos poniéndose cómodo, cruzando las
piernas, inclinándose hacia el frente hasta poner los codos encima de las
rodillas y empezar a hablar como si realmente fuera parte de la entrevista.
-Muchas gracias por su tiempo, señor Martinez. Esto será
breve. La primera pregunta que nuestros lectores quisieran saber es quién le ha
estado pasando las respuestas del programa. Comprenda, por favor, que con esto
no queremos quitarle ningún crédito a usted. Estudiar todas esas respuestas no
debe ser una tarea fácil. Y la concentración para no enredar los detalles, no
puedo imaginarlo -remató el latigazo con la misma sonrisa del principio, aunque
ahora había entrecerrado los ojos un poco y fijos en el otro parecían
informarle de que no había lugar adónde escapar.
Pero lo había y, tramposo o no, pronto Alejandro pensó en
ella por su cuenta. Su primera respuesta fue de incredulidad.
-¿Cómo...? -dijo, dejando ver su acento cordobés en la
pronunciación de la primera vocal. Luego impuso el enojo-. ¿Pero qué carajo
andas diciendo, pendejo? ¡Yo no he hecho nada de eso!
-¿Sabe? -dijo Marcos sin variar un ápica su fachada-. Mi
vieja lo ha visto en la tele. Dice que es muy bueno y se alegra de que ahora se
esté manteniendo mejor. Hay mucha gente ahí afuera que ni siquiera lo intenta.
Pero usted no. Usted se levanta, recoge su hoja de respuestas y va a ese
estudio a ganarse un dinero que seguro también irá en beneficio de su pobre
madre. No tiene nada de malo ser tan noble, obviamente, pero queda la cuestión
de quién fue el primero que le dio esa idea. No es por ofender, pero vamos a
suponer de una que no vino desde usted la iniciativa. Falta ver quién.
Luego indignación, que podía lucir más tranquila que el
enojo. Alejandro se puso de pie.
-Se salen de acá. Ya.
-Yo que usted no me molestaría -le advirtió Marcos,
echándose hacia atrás como si en un juego de poquer él tuviera todas las
cartas. "Lo ha visto", pensó Icaro, determinado ahora de que todo el
acto sólo podía ser posible de ese. Lo cual entraba en directa contradicción
con todas sus intenciones de probarse de que el chico nada más lanzaba
suposiciones en el aire, pero todavía no probaba nada concreto. El chico podría
creer haberlo visto, no significaba que iba a ser así. De todos modos, tuvo que
aplaudirle por su confianza-. Señor Martinez, yo sé que usted tiene mejores
cosas que hacer. A lo mejor empezar a pagarle su parte a esa persona, que no
dudo será mayor que a la que usted le toque, porque esa persona seguro que
arriesga su trabajo y no puede hacerlo por cualquier cosa, pero vamos a tener
que ser honestos aquí. Yo lo vi todo -Se encogió de hombros- y me temo que no
hay nada más que hacer al respecto que aclarar unos puntos.
-Váyanse a la mierda -replicó Alejandro, aunque Icaro creyó
ver que no lo decía con la misma convicción de antes.
-Bueno, bueno. Supongo que si vamos a ser sinceros, vale
igual por los lados, ¿no? Señor Martinez, le hemos mentido. Yo no soy ningún
periodista. No tengo ninguna credencial. Lo que soy es adivino a tiempo
completo y trabajo de lunes a viernes en la línea Casandra -Parpadeó, mirando
hacia una dirección que podía ser el hombro de Alejandro o cualquier otra cosa
a sus espaldas-. Usted la conoce, ¿no? Ha llamado antes.
Alejandro no respondió. Su cara era el perfecto reflejo del
desconcierto. Icaro lo entendía demasiado bien.
-Señor Martinez, los adivinos la tenemos difícil -continuó
Marcos como si fuera una conversación casual-. Mucha gente cree que somos esta
bola de cristal andante que sólo tiene que abrir el "tercer ojo" y
todo el universo le va a contar hasta de qué está hecho el cereal, pero nada
que ver. Por ejemplo, ahora mismo con usted. Lo veo extendiendo la mano para
coger un cheque importante de parte de un hombre importante de la estación. Es
como una película a todo color, ¿sabe? Pero luego sale como estática y ahí va
usted extendiéndole billetes con la cara de Evita hacia alguien que le está
dando la espalda a la cámara. Se arreglan intercambio de sobres. Podría incluso
decir el nombre de la calle, pero quiero que usted me diga antes quién es ese
actor final. La idea no me está dejando en paz.
-¿Pero qué te piensas que sos, pendejo? -dijo Alejandro,
aunque ahora la duda era bastante percibible en su voz-. Vos no sabes nada.
Deja de inventar.
-¿Ah, no? Bueno, veamos eso. Siéntese. También soy un poco
telépata. No mucho, pero me las arreglo. Siéntese y vea si no le digo la
verdad. Va a ser muy fácil, ¿que no? Yo le pido que piense en un número desde
el uno hasta donde a usted se le cante el culo y yo se lo diré. Podemos hacerlo
las veces que quiera hasta que usted se dé cuenta de que le digo la verdad, y
puedo denunciar al tipo mandando a la policía al lugar que he visto o puedo
directamente saber su nombre de usted. Usted dirá.
Icaro hizo lo posible por no ver al chico mientras soltaba
su discurso. Si algo de lo que decía era verdad, e incluso si no lo fuera, había
subestimado bastante a ese joven. Finalmente Alejandro se sentó, pero tenía una
mirada de desconfianza y miraba a la puerta como si esperara que alguien,
probablemente Eduardo, viniera a salvarlo de una situación así. Icaro miró
hacia la cámara de pared de reojo y vio el micrófono que colgaba justo al lado,
grabando todo lo que decían.
-¿Listo? -dijo Marcos-. Ahora.
-Nueve -dijo Alejandro.
-Nueve -dijo Marcos al mismo tiempo o puede que incluso un
poco antes que el otro. Negó con la cabeza-. No me ha entendido. Quise decir
que piense el número que sea y yo lo escucharé de dentro de su cabeza.
Alejandro no dijo nada, mirándole con ojos cada vez más
abiertos y angustiados. Estaba empezando a creerle y las implicaciones no le
gustaban en lo absoluto.
-Dígame cuando esté listo.
-Ya -dijo el hombre con una voz suave.
-Setecientos ochenta y ocho -dijo Marcos y sonrió-. Tres
números a la primera. La mayoría empieza con dos o uno, pero no me quedo. De
nuevo.
Un momento de silencio en el que los dos sólo pudieron
mirarse mutuamente.
-Ya.
-Cuarenta y siete.
Alejandro parpadeó, sorprendido, y volvió a observar a los
dos como si de pronto no entendiera o se hubiera olvidado de qué estaban
haciendo ahí con él. Icaro no supo si eran sus años de policía o mera intuición
por su parte, pero se dio cuenta de que el chico se estaba asustando. No de lo
sobrenatural, en lo cual presuntamente se apoyaba y creía de todos modos, sino
por lo que eso que no podía entender podía decir sobre él. Las consecuencias no
se le escapaban.
-Otra vez. Porque a la tercera ya va la vencida, ¿no?
Alejandro no dijo una palabra. Marcos asintió y se rascó el
mentón lampiño perezosamente.
-No, no tengo dieciocho años todavía, pero ya lo voy a tener
este año. Y sí, soy como un experto en el tema ya. Por lo general con sólo
tener el permiso del voluntario ya puedo entrar a ver todo en la superficie,
pero si este me deja ir más profundo, digamos, respondiendo a mis preguntas,
puedo ir a empezar a revolver lo que no se ve a simple vista. Como la cara de
ese canoso con el que usted arregló el asunto -Alejandro puso tal cara de temor
que Icaro se sintió de nuevo en una sala de interrogaciones, presentándole a
algún pibe de la calle la filmación del quiosco al que él y sus amigos creían
que podrían asaltar sin ningún problema. Por supuesto que siempre causaba
cierto grado de lástima, pero también una secreta satisfacción por su parte.
Por lo menos algo de la verdad se acaba revelando-. Puedo decir su nombre aquí
y ahora, y este tipo que ves aquí, el detective Stefanes, va a poder así
levantar una denuncia contra él y apresarlo, o hacemos bien las cosas y te
dejamos soltar el nombre vos solito y por tu cuenta. Quizá se pueda hacer algo
con tu encarcelación si él pone que al menos has estado cooperando. ¿No es así,
detective?
"Tramposo de cuarta", dijo Icaro, moviendo la
cabeza afirmativamente y poniéndose en un papel que de todos formas no le era
en lo absoluto desconocido.
-Sí, claro -afirmó casual-. A la policía le encanta cuando
la gente quiere ayudar en estas situaciones. De todas formas, dijiste que la
idea ni siquiera había sido de él, ¿que no? Podemos llamarlo cómplice en lugar
de criminal directo y, dependiendo de qué tan bueno sea el juez ese día, a lo
mejor sólo tenga que pasar uno o dos años en cárcel en lugar de los cinco que
generalmente se le dan a las personas en situaciones así.
No estaba siendo exactamente honesto ahí. No había mucha
gente en situaciones así. El fraude en estos programas de puro entretenimiento
con una delgada capa de valor de intelectual no escandalizaba realmente más que
a las almas más ingenuas. El asunto en sí no era sobre honestidad, ni mucho
menos. El problema era quién descubría el asunto para que la otra parte quedara
mejor vista al ojo público. Sólo estaban participando en otra parte del
espectáculo.
Y como un actor bien pagado, Alejandro recitó sus lineas
correspondientes.
Después de haber levantado la denuncia, presentar la
evidencia, ser pagado, estrechar manos, prometer mantenerse en contacto y
detenerse en una estación de servicio para llenar el tanque, Icaro miró el
reloj de su muñeca y se dio cuenta de que menos mal que ya habían terminado
porque ya estaba siendo las nueva y media. Una media hora y más e iba a
enfrentarse al descontento del papá de Marcos, además de presentar un terrible
precedente para uando sea que requiriera su permiso otra vez. Sólo encontraron
un momento de calma finalmente ubicados en el auto de camino de vuelta e Icaro
pudo entonces manifestar las ideas que habían estado revoltándole por todo el
cráneo desde hacía horas.
-No sabía que también leías mentes –comentó.
-No me digas que hasta vos te creíste eso –dijo Marcos,
sonriéndole. Se recostó en el asiento del acompañante con la auto complacencia
de quien había realizado un buen trabajo. Suspiró con deleite-. No, nada que
ver. Sólo me vi a mí mismo diciéndole todo eso al tipo. Habíamos tenido suerte
de que el tipejo fuera tan expresivo y mal actor o nunca habría sabido que
estaba teniendo razón.
Icaro se quedó mirando la carretera un momento, recordando
rápidamente la escena desde el principio hasta su final.
-¿Sabías que iba a salir así desde el inicio?
Marcos se echó a reír. Por alguna razón se sonrojó,
coloreando sus mejillas.
-No tenía ni puta idea. Contaba con que viera algo pero no
tenía nada hasta que empecé a tirar mierda. Me lo saqué todo de la absoluta
nada al inicio y luego lo vi, yo sentado en el mismo lugar hablando de esa
manera.
Icaro asintió suavemente, pensando. Pero sin importar las
vueltas que le diera a las ideas en su mente no encontraba ninguna conclusión
nueva acerca del carácter de ese muchacho.
-¿Y vos qué? –dijo Marcos.
-¿Yo qué?
-Me has traído para algo. Te resolví el caso. ¿Ha servido de
algo para vos o qué? Aparte de la plata, obvio.
Icaro golpeó con el interior del dedo la superficie suave
del manubrio.
-Yo te voy a decir esto –concedió-. Ahora entiendo un poco
por qué el viejo te llamaba a vos. Pero asumo que de todos modos sigues sin
tener idea de quién es el Fronterizo.
La sonrisa de Marcos decayó. Un verdadero aguafiestas era el
recordatorio, pero no le importó. Sólo por eso había ido a verlo.
-No, todavía no –dijo Marcos, frotándose la sien-. Y tampoco
sé si alguna vez lo voy a ver. A veces sale justo lo que quiero cuando quiero,
pero no siempre.
-Vos no te preocupes por eso. Esa parte es mi trabajo. Vos
estás nada más como un quizá, un a lo mejor, una posibilidad. Si tienes algo
útil mejor, buenísimo, pero si no, no es tu responsabilidad forzarlo. Es mi
trabajo conseguirlo, no el tuyo y no espero tampoco que lo hagas para mí todo.
-Si vos lo dices –aceptó Marcos girando hacia la ventana.
De pronto Icaro sintió una vibración en su pierna.Tardó un
segundo en entender que se trataba de su celular avisándole de un nuevo
mensaje. Bajó la mano para sostener el dispositivo para apagar la pantalla. De
ser algo realmente urgente habrían llamado, lo que le habría permitido
contestar el teléfono a manos libres usando el automóvil. Marcos lo miró
interrogante, pero en cuanto vio que él no le ponía demasiada atención la suya
se disipó. Hasta que no se encontraron de vuelta dentro de la ciudad y frente a
una luz roja, Icaro ni siquiera sacó el celular de su bolsillo. Después de
desbloquear la pantalla vio primero del número del cual le habían contactado.
“¿Puedo pasar el sábado? Tengo que ir a recoger unas cosas”,
aparecía en la ventana del mensaje.
“Me estás jodiendo”, pensó, levantando un costado de su
labios en un gesto inconsciente de molestia. Dio una respuesta automática y
volvió a guardarlo.
-¿Ha pasado algo? –dijo Marcos.
Icaro negó con la cabeza.
-Nada. Mi ex que quiere ir a casa a recoger unas cosas que
se dejó en la casa.
De repente se preguntó por qué le estaba contando su vida a
un jovencito. Adivino. Pero no tenía nada que ver.
-Qué macana –comentó Marcos.
-No, está bien. Yo por boludo hablo así. Digo, no hemos
terminado con ganas de matarnos ni nada así. No le he metido los cuernos ni él
a mí o cualquiera de esas cosas.
Marcos tomó un mechón de cabello entre los dedos y se lo
retorció.
-¿Y entonces por qué cortaron?
-Cosas nuestras. Nos aburrimos, creo –dijo, rindiéndose. No
tenía ninguna razón real para mantenerlo un secreto.
-¿Sorry? –sugirió Marcos.
-No, no. Quedamos bien, dadas las circunstancias.
-Menos mal –ofreció Marcos cruzandose de brazos.
-Sí. He tenido suerte –dijo Icaro sin sonreír.
Recorrieron el resto del camino escuchando la selección de
música almacenada en el celular de Icaro. Este no había querido al principio,
pero Marcos había insistido en que quería oírla. Le prometió que más tarde iría
a ver algunos grupos por su cuenta. Icaro comentó que ya lo había hecho con el
grupo que él le había hecho escuchar el otro día y compartieron sus canciones
favoritas. Cuando el sol ya estaba bajo
y sólo se veía azul por todo el cielo, el detective y su adivino llegaron a la
vivienda del segundo.
-Che, ahora que me acuerdo –dijo, antes de permitir que el
chico saliera. Este se sacó el cinturón de encima pero lo escuchó-. ¿Tu mamá no
se va a molestar cuando sepa adónde te he llevado? Si ella no sabe que lo tuyo
es de verdad, ¿qué excusa le voy a dar con que un “viejo” de 28 años se quiera
llevar a su hijo fuera de la provincia?
-Le digo que vas a ser mi sugar daddy y ya. Igual, le
quitaría problemas a ella respecto a la plata.
Icaro le dirigió una mirada severa. No le había hecho
gracia.
-No quiero que tus padres anden discutiendo por esto. Y ni
se te ocurra sugerir hacerlo a espaldas de cualquiera de los dos porque te voy
a decir que no. Por eso te pregunto.
-Bueno, si te pones así supongo que igual puedo decirle que
por ahí acierto y más o menos me estás usando de dadito para ver la suerte.
-Bien –aceptó Icaro, afirmando con la cabeza-. Mientras ella
sepa y no tenga inconveniente, todo bien con nosotros.
-¿Sabes? En una película buena a ti no te importaría preguntarles
nada a mis padres. Simplemente nos largaríamos a resolver casos de posesiones
en algún país yanqui.
-Aguantate –dijo Icaro, de mejor humor-. En el mundo real
tus papás me pueden quitar la licencia si sospechan que les he secuestrado a su
niño.
-Ah, gracias por darme cinco años, boludo –respondió Marcos
automáticamente.
Era la primera vez que lo llamaba así y la mirada que le dio
parecía sugerir que se esperaba algún tipo de reprimenda por su parte por haberse
tomado semejante confianza. No lo hubo.
-De nada, pelotudo –contestó Icaro, desquitándose, mientras
detenía el automóvil frente al hogar-. Andate y pone al tanto a tu vieja.
-Sí, sí. Buena suerte mañana –dijo Marcos, desprendiéndose
del asiento y saliendo al exterior.
Icaro tardó unos segundos que se refería a su cita con su ex
esposo. Por un momento se le había olvidado.
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